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viernes, 26 de junio de 2020

Historia Vulgar 10

  Esta es la décima parte de la serie "Historias vulgares"

9-Gente vulgar (2)
10-Historia Vulgar 10

    Mi amiga Luisa llevaba un par de años separándose de su marido, un empresario que había cambiado a Luisa por una jovencita universitaria veinticinco años más joven que él. Cuando acabó el proceso de divorcio, que había sido largo y nada amistoso, Luisa me llamó para decirme que había organizado una fiesta para celebrar la firma de los papeles. La fiesta sería en una casa que había alquilado en las afueras, cerca de la costa.
    El taxi me dejó en un bonito chalet rodeado de altos muros, con una pequeña piscina y un jardín de césped artificial. La fachada era de madera rústica con motivos marineros y todo el conjunto tenía un marcado estilo mediterráneo. Mientras esperaba en el portón exterior me llamó la atención el fuerte olor a salitre que traía la brisa nocturna y la escasez de vehículos aparcados en el exterior.
    Ciertamente iba a ser una fiesta muy pequeña. 
    La voz de Luisa me llegó a través del interfono, me dijo que estaba terminando de arreglarse y abrió la verja exterior. Atravesé el pequeño jardín y me fijé en la iluminación subacuática de la piscina. Era muy chula. La puerta de la vivienda estaba abierta y pasé al salón, descubriendo que no había nadie. A través de una cadena de sonido salía algo de rythm & blues.
    —¿Hola? ¿Luisa?
    —¡Has llegado demasiado pronto! ¡Espera un poco y sírvete algo! ¡Hay hielo en la cocina!
    Su voz llegaba algo amortiguada a través de las habitaciones.
    —¿Y los demás? ¿Dónde esta el resto de la gente? —pregunté, aún sabiendo la respuesta.
    —¡No hay nadie más, tonto! ¡Es una fiesta para dos! —Por debajo de su voz oí el sonido del agua corriendo. Debía de estar en la ducha.
    —Vaya hombre. Y yo que pensaba ligar con alguna de tus amigas.
    —¡Te fastidias! ¡Esta noche sólo podrás ligar conmigo!
    —Ya veo. ¿Qué quieres beber?
    —¡Lo mismo que tú!
    Preparé un par de copas, fui hasta el dormitorio principal y allí encontré la puerta del baño abierta; el cuerpo moreno y curvilíneo de Luisa se traslucía a través de la mampara de la ducha.
    —Te he traído la bebida.
    Luisa cerró la llave del agua, abrió la mampara y me mostró su exuberante cuerpo desnudo. Seguía estando rellenita y lucía una hermosa mata de pelo negro entre los muslos. Los pezones, muy tiesos y gordos, me apuntaron directamente cuando le acerqué la copa a los labios. Dio un pequeño sorbo y señaló uno de los muebles con un movimiento de cabeza. Sus tetas temblaron ligeramente.
    —Deja eso ahí y haz algo útil, ayúdame con una cosa.
    Mi polla hacía un buen rato que estaba empujando la tela de mi pantalón y me moría de ganas por follármela a lo bestia, pero me aguanté para ver qué era lo que me tenía preparado. Dejé las copas sobre una mesita y me acerqué a ella para besarla. Luisa gimió dentro de mi boca.
    —Hmmmm… Cabrón. Qué rico estas. Toma, agarra esto ¿sabes cómo se usa?
    Miré el objeto que me tendía y no pude evitar una carcajada. Era una perilla para lavativas. Es como un globo de caucho con un aplicador tubular alargado. El globo se llena de agua caliente y luego se introduce el tubo rígido dentro del ano; después se aprieta el globo y el agua tibia entra en el interior del recto. Más tarde se expulsa el agua y ésta arrastra cualquier suciedad que hubiera allí dentro. Después de unas pocas aplicaciones el interior del culo queda perfecto para una buena sesión de sexo anal.
    —Anda, se buen chico y ayúdame. Ya casi había terminado así que no te preocupes, que saldrá todo limpito.
    Y diciendo esto se da la vuelta y se inclina un poco, ofreciéndome una espectacular vista de su trasero. Juro que al verla así estuve a punto de tirar la perilla esa a la mierda, sacarme la polla y reventarle el coño a pollazos hasta que la leche le saliese por las orejas, pero me contuve en el último momento. Así que agarré el globo lleno de agua y le introduje el aplicador en el ano. Ya lo tenía muy lubricado y se lo metí sin dificultad hasta el fondo. Me fijé que Luisa también tenía algunos pelitos alrededor del agujero del culo.
    —Ahora aprieta despacio, cielo.
    Sostuve el globo de caucho con las dos manos y apreté poco a poco.
    —Mmmmmmm… Vale, ahora sácalo lentamente...
    Le extraje el aplicador mientras ella apretaba el esfínter para que no saliese nada de agua. Mi polla iba a explotar. Tenía el cuerpo macizo de esa hembra a mi alcance y quería estrujarlo, poseerlo y follarlo de todas las formas posibles. Se dio la vuelta y sus tetas volvieron a desafiar mi auto control, apuntándome con esos pezones oscuros y regordetes que tanto me gustaban.
    —Dame eso, cielo —me pidió con voz melosa—, voy a llenarlo otra vez.
    Le di la perilla y ella se dedicó a rellenarla de agua caliente agachada en la bañera mientras yo me desnudaba, tirando la ropa por allí. La hija de puta tardó un siglo en llenar el globo, meneando y contorneando su cuerpo sin cesar, inclinándose ligeramente para mostrarme el agujero fruncido de su ano y los pelos del coño asomando por debajo. Cuando terminó entré a la ducha, colocándome detrás de ella y me dediqué a restregarle la polla contra la raja del culo.
    —Niña, me tienes a punto de explotar.
    —No, nene, la que está a punto de explotar soy yo.
    Y diciendo eso la muy cabrona expulsó un chorro de agua fuera de su ano, bañándome la polla, los cojones y el vientre. Yo le agarré las tetas por detrás y se las estrujé con rabia, apretándole los gordos pezones mientras ella seguía meando chorros de agua por el culo. Mi polla empapada buscaba instintivamente la raja peluda de su coño, pero Luisa se apartaba una y otra vez.
    —Espera, espera; aún no, espera… —Por el tono de su voz intuí que debía de estar aún más cachonda que yo—. Quiero que antes hagas una cosa.
    —¿Qué quieres, guarra?
    Mi boca le chupaba la nuca mientras mi lengua se moría de ganas por recorrer el arco de su espalda. Una de mis manos abandonó sus tetas para bajar hasta el coño: estaba ardiendo, muy resbaladizo y tenía todos los pelos empapados.
    —Vuelve a metérmelo —dijo dándome de nuevo el globo cargado de agua caliente.
    Ella se inclinó una vez más, poniéndose en pompa y separando las nalgas con las manos. Yo le enchufé el aplicador en el recto hasta el tope, muy despacio. Conforme se lo iba metiendo le iban saliendo pompitas, líquidos y pequeñas pedorretas.
    —Aprieta el globo —me ordenó.
    Así lo hice, llenando una vez más los intestinos de Luisa con una buena dosis de agua tibia.
    —Ahora agáchate y no te muevas, ¿vale?
    Yo le hice caso y me quedé detrás de ella, adivinando lo que esa cerda quería hacerme.
    Luisa se sacó la perilla y me puso el culo en la cara, abriéndose las gordas nalgas con las manos y aflojando el esfínter al mismo tiempo.
    Los chorros le salieron del ojete a presión, golpeándome la cara y regando mi boca. Ella, en lugar de soltarlo todo de golpe, abría y cerraba el esfínter, soltando chorros intermitentes que yo recibía con mucho placer. Yo abría la boca y dejaba que todo eso me entrara dentro.
    —Pero que puto cerdo eres, cochino. Seguro que no tienes bastante, ¿eh? ¿Quieres más?
    Yo no podía contenerme, quería romperle el culo de una puta vez a esa cerda, así que agarré el tubo de lubricante que había usado Luisa y me eché un pegote enorme de grasa en el cipote. Me embadurné el miembro desde la punta del carajo hasta los cojones y le puse el capullo a Luisa en el agujero del culo.
    —Te voy a hacer una lavativa como dios manda, so puerca.
    Le enchufé el cipotón en el agujero, empujando hasta enterrar el glande en el interior del recto.
    —¡Ostia puta qué rico, tío! —chillaba ella.
    Luego me dediqué a menear mi rabo dentro y fuera, insertando centímetros de dura carne poco a poco, hasta que el ardiente culo de Luisa se tragó toda mi tranca. Continuamente le salían pedorretas y chapoteos,  ya que Luisa usaba con maestría los músculos del ojete, aflojando y apretando al ritmo de mis embites.
    A través del carajo me llegaban todo tipo de sensaciones. Lo que más me gustaba era el tacto rugoso y un poco granulado que tenia el interior del recto, algo que yo percibía sobre todo a través del glande.
    Luisa chillaba de gusto: a la cabrona se le había empalmado el clitoris y se lo estaba rascando como una loca mientras yo la enculaba.
    —Cómo te gusta una buena polla en el ojete, eh, so cerda.
    —¡Dame, cabrón!
    Y yo le daba, vaya que sí. Le cogía por las caderas y le estrujaba las nalgas con las manos, atrayendo ese culo enorme lleno de curvas y de carnes prietas contra mis huevos. 
    —¡Métemela más! —Y mientras me gritaba eso la hija de puta se metió tres dedos en ese enorme coñazo peludo que tenía y se corrió como una loca en cuatro meneos.
    Mientras se calmaba yo me detuve y me relajé un poco, dejando que mi verga se macerara dentro de sus entrañas con las mucosidades que allí había. 

    Entonces, como tenía ganas, me puse a mearle el culo por dentro.

    —¡¡Ostia puta!! —Exclamó al darse cuenta de lo que pasaba—.
    Al tener la polla erecta y aprisionada dentro de su culo, los meados me salían de la uretra con muchísima dificultad. Pero chorrito a chorro, poco a poco, espasmo tras espasmo, conseguí vaciar la vejiga dentro de Luisa, aunque para ello tuve que ir sacando centímetros de rabo para dejar espacio al abrasador líquido. Luisa pegaba unos gritos fenomenales del morbazo que le daba sentir todos esos chorros recién salidos de mi pija, encadenando orgasmo tras orgasmo mientras se reventaba el coño con los dedos.
    —Eres un cerdo hijo de la gran puta. Cabrón, más que cabrón.
    Le saqué la verga del tirón, sonó un ¡plop! y los meados se escaparon del ojete a borbotones por culpa de la dilatación que le había provocado mi grueso cipote a ese agujero.
No pude resistir la tentación de meter mi cara entre las nalgas y recoger mis propios meados con la boca conforme éstos iban saliendo.
    —Puto cerdo. Vicioso de mierda. So puto.
    Luisa me insultaba mientras ella misma se chupaba los dedos impregnados por los jugos cremosos que le habían estado saliendo de la vagina.
    La peste de mis meados se confundía con el olor a bacalao que le salía de la raja.
    Yo le agarré de los pelos y la obligué a que se pusiera de rodillas en el suelo de la ducha. Desde esa posición le pude escupir en su cara de puta los meados que había estado guardando en la boca. Ella los recibió abriendo mucho los labios y yo aproveché la ocasión para meterle el carajo dentro.

    —Traga, zorra.

    Y Luisa se tragaba la barra de carne hasta los huevos. El dilatado esófago se adaptaba como un guante a mi polla, friccionando el pellejo que cubría mi rabo con delicadeza. Luisa se atragantaba y tosía al percibir el gusto a meados, lubricante y mucosidades rectales en la lengua, pero aguantaba como una fiera y en ningún momento se la sacó de la boca.  Yo le escupía buenos salivazos en toda la jeta para quitarme el sabor de los meados; le embadurnaba las mejillas, la nariz y la frente con mis babas, y ella venga tragar y tragar, con las venas del cuello hinchadas y los ojos lagrimeando.
    Al rato me sujetó los huevos y me los estrujó. En pocos segundos me sobrevino un calambre desde los riñones hasta la próstata y con un espasmo fortísimo le inundé la garganta con una serie de eyaculaciones que Luisa se tragó sin esfuerzo.
    Le saqué mi inflamada pija para besarle y comerle la boca con muchas ganas. Le ayudé a levantarse y nos dimos una prolongada y merecida ducha entre besos, arrumacos y carantoñas, preparándonos para una noche muy, pero que muy larga.



  Esta es la décima parte de la serie "Historias vulgares"

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