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domingo, 4 de septiembre de 2011

Escribir


Lo intento. Vive Dios que lo intento. Llega una idea, la agarro y comienzo a plasmarla con más o menos acierto sobre el procesador de textos. La idea es magnífica. Algo cargado de sentimientos,  de mensaje y de calidez humana. Una idea imperfecta que espera ser pulida lentamente, despacio, palabra a palabra, intentando transmitir los sentimientos más embriagadores y sublimes que mi pobre intelecto pueda crear. Lo intento. Vive Dios que lo intento.

Y reconozco que alguna vez he estado a punto de lograrlo, pero al poco rato de estar cincelando la historia con suaves toques aquí y allá, con cuidado y mimo, procurando mantener un sentido y una sensibilidad a lo largo de todo el texto, algo comienza a molestarme. Es como un roce. Un picor. Un escozor. Una presión con indicios de dolor.

Es mi jodida polla que se ha endurecido dentro de la bragueta y está rozando y golpeando la mesa del ordenador por debajo.

Lo intento. Intento mantener a mi rabo quieto y relajado dentro de los pantalones mientras escribo, pero es una batalla perdida. EL puñetero me absorbe poco a poco la atención, me chupa la sangre de mi cerebro para engrosar su carne, alimentando mi libido y mermando mi foco de atención. Lenta pero inexorablemente  mi polla comienza a tomar el control de mis pensamientos y lo que presumía ser un maravilloso templo lleno de sensualidad etérea, comienza a transformarse en un burdel barato lleno de vicio, sexo sucio y bajas pasiones.

¿Cómo evitarlo? No lo sé. Es imposible… ¡Soy un hombre, maldita sea! ¿¡Cómo demonios voy a dominar mi instinto sexual con la cabeza llena de tetas, culos, coños y pollas!? ¿Cómo frenar el ardor de mi entrepierna si es mi propia cabeza la que se retroalimenta con imágenes de carne temblorosa, piel húmeda, caricias y labios enrojecidos?

Soy un hombre, maldición. Los ojos se me van detrás de cualquier escote que vea por la calle. Me giro cuando pasa una hembra embutida en ceñidos pantalones para ver como le tiemblan los glúteos al caminar. Me quedo embobado delante de la TV viendo cómo se espatarran por el suelo las chicas de gimnasia rítmica y me masturbo con sólo imaginar qué aspecto tendría la hija de mi vecino sin ropa.
Mierda ¿cómo no voy a empalmarme mientras escribo sobre pajas, mamadas, eyaculaciones y sodomizaciones?

Imposible.

Y así me va, escribiendo a retazos, machacándome el rabo como un mono cada vez que tengo que repasar uno o dos párrafos… y si el texto va “con dedicatoria”, o sea, pensado para ser leído por alguien en concreto, la cosa empeora exponencialmente.

¿Cómo resistirse a las sensaciones que sabes le vas a crear a esa persona cuando lea tus palabras? Uno se empeña en hacer un texto sensible y maduro, cargado de selecto erotismo y poco a poco empiezas a pensar en qué hará ELLA cuando lo esté leyendo y ¡ZAS! La polla reacciona, la sangre abandona el cerebro y los dedos tropiezan cada vez más. Las palabras dulces, inteligentes y sensuales van dando paso poco a poco al lenguaje sucio, chabacano, pornográfico… y terriblemente efectivo.

Pues sí. Me masturbo mientras escribo relatos. ¿Pasa algo?

Qué facil


 ¿Ves que sencillo resulta? Sólo necesitabas mi lengua danzando entre tus muslos, algunos lametones alrededor de tu raja y unas cuantas incursiones en el orificio de la vagina. Un masaje sobre tus pechos con mis manos grandes y calientes también ayuda, pero nada como mi lengua gordita, esponjosa, cálida y húmeda metida entre los pliegues de tu coño para que se quede bien mojado.

Si es necesario puedo empujar mi cabeza con más fuerza y buscar el orificio de la vagina para meterte la lengua. Quizás no pueda profundizar mucho, pero al menos sentirás como la muevo por dentro, dándole pequeños lametones en el borde interior, rozando levemente las paredes internas.

Así es mucho mejor ¿verdad? Tienes la vulva mojada y abierta, lista para que te puedas subir a horcajadas sobre mi verga. Está muy dura. Mira qué gorda y tiesa se me ha puesto. Ahora puedes colocarte en cuclillas sobre ella mientras me la sostengo, dejándola completamente vertical, apuntando hacía el cielo para que te sientes encima de ella. Sólo déjate caer despacio, verás con que facilidad resbalará dentro de tu cuerpo.

Así… ¿ves? Ahora tienes el cipote taponándote la vagina y puedes subir y bajar, dejando que los labios menores se deslicen alrededor del tronco. Puedes bajar hasta el fondo y empalarte hasta que sientas mis muslos contra tus nalgas. Mira hacia abajo y contempla como el aceite de tu interior se escurre por tu raja y me empapa el  abdomen,  dejándolo pringado y brillante.

Sigue así, saltando sobre mi cuerpo, machacándome con el tuyo, arriba y abajo, arriba y abajo…

¿Ves qué fácil?

Explorador


Explorador. 

Tu cuerpo descansa sobre las sábanas húmedas y cargadas de olores recientes mientras la noche se cuela por la rendija de la ventana. Tus muslos se agitan levemente cuando me apoyo en el colchón, admirando la suave curva de tu vulva y la breve capa de vello que corona el monte de Venus. Uno de mis dedos se posa sobre tu pierna y lo deslizo despacio a lo largo de tu muslo, suave, largo, largo, largo y tibio.

Adivino una sonrisa en tus labios cuando la yema de mi dedo tropieza con el pliegue que hay allí donde tu pierna se une a las caderas. Un ligero temblor sacude tu vientre al notar mi dedo tan cerca de la grieta. Rodeo todo el monte, atajando por en medio de la suave mata de pelos y bajo por ella, acercándome peligrosamente al nacimiento del clítoris.

La capucha que lo envuelve palpita. Siento la sangre latir bajo la piel delgada que lo cubre. Lo rodeo sin tocarlo y paso la punta de mi dedo por uno de tus labios menores. Está húmedo y viscoso. Huele a deseo.

Juego con él. Me gusta verlo temblar ligeramente cuando le doy suaves golpecitos. Me gusta apretarlo ligeramente contra la carne que lo rodea, sopesando con ojo clínico el grosor, textura y densidad de ese trocito de piel aceitoso y caliente qué tantas veces he chupado. Me gusta tomarlo levemente con dos dedos y tirar de él, separarlo de tu vulva y estirarlo leeeeeeeentamente… A veces el jugo que lo recubre hace que se me resbale de entre los dedos.

Me gusta explorar tu coño. Me gusta pasearme por la entrada vital que arde entre tus piernas, descubrir nuevas grietas, fallas y pliegues. Me encanta deslizar el dedo con suavidad entre las arrugas de carne trémula y palpar el interior de tu cuerpo, frotar la yema curiosa contra las paredes de tu gruta y sentir los pliegues que recubren el interior de la vagina mientras tus labios menores me empapan la mano.  

El explorador da el visto bueno: el terreno está listo para que el resto del equipo pueda entrar en acción…

Envidia


Siento el peso de mi pene tirando hacía abajo, noto como se hincha de forma inmisericorde, pausada pero inexorablemente, convirtiendo la curva subyugada y deprimida de mi virilidad en un arco altivo y expectante, ajeno a los sentimientos de nostalgia y añoranza que pueblan mi mente. Los recuerdos de tus palabras, nuestras fantasías y mis deseos se mezclan con la sensación de pérdida que siempre me embarga a la mañana siguiente. 

La prueba de nuestra locura aún brilla en la oscuridad de mi cuarto, encerrada en esa caja de plástico y vidrio.

Apago el portátil de un manotazo, irritado con mi polla, que se empeña en llevarme la contraria. ¿Acaso no ves que estoy deprimido, trozo de carne estúpido? ¿Cómo osas en retar a mi  melancolía? ¡Deja que me auto compadezca! Pero él, gordo y cebado, me mira con su único ojo, burlón y cínico, y no dice nada.
“Qué malo es la distancia para el amor”, suelen decir. Yo me cago en eso. ¡Qué espanto es la distancia para la pasión! ¡Qué horror es la distancia para el deseo y la lujuria! Ah, cómo me embarga la envidia cuando recuerdo las horas pasadas.

Envidia de tus ropas, que pueden acariciar tu piel. Envidia de los encajes que cubren aquello que me quita el sueño. Envidia de la tela suave de la ropa interior, aquella que frota liviana y despreocupada tu sexo mientras se empapa con mis palabras.

Siento envidia del suelo que pisas, espectador mudo de la belleza que palpita entre tus piernas; de tu cama, recolector de jugos y olores; de los muebles de tu cuarto, voyeurs petrificados que jamás sabrán la suerte que tienen de convivir con un cuerpo cálido y vibrante lleno de pasión.

Siento una envidia horrible de esos objetos que usas como sucedáneos de mi verga. ¿Qué fue anoche? ¿Qué objeto te introdujiste entre los muslos trémulos y vibrantes imaginando que era la polla tiesa y firme que palpita ahora en mi mano? Ah, muero de envidia al pensar en la posibilidad de que uno de tus dedos, largo, delgado y sensual, haya disfrutado de las paredes de tu vagina, que se haya ahogado con los jugos de tu vulva, que haya sentido la caricia cálida y suave de los labios menores mientras te lo introducías abierta de piernas…

Ah, qué mala es la envidia: ha hecho llorar a mi compañero de juegos y se le ha borrado esa mirada burlona y cínica de su único ojo y vuelve a tirar hacía abajo, deshinchándose de forma inmisericorde, pausada pero inexorablemente, convirtiendo el arco altivo y expectante en una curva subyugada y deprimida, ajeno a los sentimientos de lujuria y pasión que pueblan mi mente.

Lujuria en la cocina


Ramona escucha el sonido de la puerta principal abrirse. Oye el sonido del llavero estrellarse contra el mueble del recibidor y el golpe sordo de la bolsa de deporte de Pedro. Al poco escucha sus pasos a través del pasillo dirigiéndose a la cocina, donde Ramona le está terminando de preparar la cena. 

Se gira para darle la bienvenida y le sorprende el efusivo abrazo de Pedro. No, no es efusivo. Es algo más. Apenas abre los labios para preguntarle cómo le ha ido el día cuando siente la lengua ávida y cargada de lujuria de Pedro meterse dentro de su boca. Sin apenas aliento Pedro separa sus labios de la boca de Ramona y le espeta en la cara:

—Quiero follarte.

Sus manos no han dejado de toquetearla, de estrujarla y apretarla desde que entró en la cocina. Pedro es la viva imagen de la pasión. Su boca recorre cada centímetro de la cara sonrojada de Ramona mientras sus dedos le estrujan los pechos por encima de la ropa con una brusquedad impropia en él.

Ramona al principio intenta despegarse de su abrazo para hacerle entrar en razón, pero las manos de Pedro la conocen muy bien. Saben qué zonas tocar, que partes acariciar y que sitios de su cuerpo son los más receptivos. Ramona sólo puede jadear y dejarse llevar por el torrente de deseo que empuja a su hombre.

Poco a poco la arrastra hasta la mesa de la cocina, las lenguas trabadas, intercambiando salivas y gemidos. Ramona palpa la entrepierna de Pedro y le agarra el paquete. La carne dura y caliente palpita dentro de los pantalones. Ella la frota arriba y abajo, apretando la palma de la mano allá donde presume que está el glande.

Pedro le ha sacado uno de los pechos por el escote de la blusa. Ramona tiene el pezón muy gordo y a él le encanta chuparlo con fuerza. A veces le hace daño.

—Quiero que me comas la polla, puta.

Ramona deja de acariciarlo. Nunca la había insultado. Ni siquiera durante los juegos eróticos. La pilló desprevenida y no sabía como reaccionar.

—¿Por qué te paras, zorra? Sigue magreándome, joder.

Ramona le golpea en la cara con la palma abierta. Nunca le había golpeado a Pedro. Éste sonríe con lascivia y con una mirada de morbo tan ardiente que dejó a Ramona totalmente desarmada.

—Pégame otra vez, putón de mierda.

Ramona, jadeando, le vuelve a cruzar la cara con fuerza. En seguida se arrepiente, pues intuye que se ha excedido cuando ve la marca de sus dedos en la mejilla de Pedro. Pero éste le responde  estampando un beso de fuego en su boca, forzándola a que abra los labios para meterle la lengua.

Ella esta confundida. No sabe que le pasa a Pedro,  a qué viene este furor desenfrenado y esas palabras tan soeces. La mano de él se introduce entre sus muslos.

—Joder, cariño, tienes el coño chorreando. Ves como eres una puta.

—Quieres hacer el favor de no llamarme más eso.

—¿El qué? ¿Puta? Pero si eso es lo que eres. Mi puta.

—Cállate…

Los dedos de Pedro exploran el coño de Ramona bajo las bragas, extrayéndole los jugos con la yema de los dedos y repartiéndolos por toda la vulva.

—No. Eres tú la que se va a callar. Eres mi puta y harás lo que te diga.

Poco a poco Ramona va comprendiendo el juego de Pedro. Tantos años juntos y al fin Pedro se libera: está realizando una de sus fantasías. ¿Cuánto tiempo habrá estado gestándose en su cabeza sin atreverse a contársela? ¿Cuántas veces habrá intentado ponerla en práctica sin llegar nunca a  realizarla por miedo a ser rechazado por ella?

Oh, qué tontos son los hombres. Ella hubiera aceptado gustosa cualquier cosa por él. Los hombres son tan elementales. Con una sonrisa mental, Ramona acepta el juego que al fin Pedro se ha decidido a poner en práctica.

—Vale. ¿Qué quieres?

Pedro saca una mano pringosa de entre los muslos separados de Ramona y le acaricia el rostro con ella, metiendo los dedos dentro de la boca, restregando sus flujos vaginales por la cara, por la frente y por el pelo, que agarra con fuerza.

—Sácame la polla del pantalón, so marrana.

Ramona se inclina para obedecerle. Su pecho libre se balancea en el aire mientras ella se afana en desabrocharle el cinturón. De repente siente un tirón del pelo que la obliga a alzar la mirada.

—Mírame a los ojos. No dejes de mirarme. Usa el tacto para lo demás, pero no desvíes la mirada. Quiere ver tu asquerosa cara de puta barata todo el tiempo.

Ella se muerde el labio inferior conteniendo un exabrupto, algo que logra al ver la expresión de su mirada: nunca había visto una pasión y lujuria tan intensa en su hombre. Al fin la verga sale de su prisión, danzando en el aire brevemente. Él adelanta la cadera al tiempo que vuelve a tirar de su pelo, aplastándole la polla contra la cara, restregándole los cojones por la barbilla y la boca. Ramona siente el terrible calor de la verga en su rostro.

—Abre la boca.

Ramona obedece sin dejar de mirarle a los ojos. El glande frota el paladar de Ramona y recorre el interior de su boca hasta la entrada de la garganta. El roce de los dientes molesta a Pedro, pero no le importa.  Mantiene su verga dentro un buen rato. Poco a poco ella empieza a agitarse, intentando separarse, pero la mano de Pedro la retiene por el pelo. Al momento Ramona empieza a toser con la polla metida dentro. Los espasmos se transmiten a la verga.

—Diooooooossssshhmmmmm… —gime Pedro.

Pedro libera a su hembra. Ella tose y escupe sobre la barra de carne que acaba de salir de su boca.

—Buena chica. Abre la boca otra vez.

Ella jadea con fuerza, respirando por la nariz un par de veces antes de volver a abrir la boca. Pedro le vuelve a meter su virilidad dentro de ella. Esta vez la agarra de la cabeza con ambas manos. Despacio, muy despacio, balancea las caderas, dejando que su polla entre y salga de la boca de Ramona, apretando ligeramente una de las mejillas para sentir la cabeza redonda del glande en la palma de la mano a través de la piel de la mejilla.

Ramona respira con fuerza por la nariz y el aire que expele por sus orificios nasales golpea la polla, quemándola. Pedro lanza un gemido ronco cuando lo nota. Mientras, la lengua de Ramona se esfuerza en palpar la parte inferior de su pene, algo que logra a duras penas ya que la polla de Pedro tiene un grosor considerable y le llena toda la cavidad bucal.

Mientras le folla la boca ella se toca la entrepierna. Allí descubre con sorpresa que sus bragas parecen que las acaban de sumergir en un baño de aceite caliente. Se palpa la vulva y comienza a frotarse la parte superior del coño, justo encima de la zona del clítoris, que ya está terriblemente hinchado. Cuando jadea, los gemidos son ahogados por la carne que tiene dentro de la boca.

A pesar de haberle hecho incontables mamadas a su hombre, nunca la había tenido tanto tiempo dentro de su boca. Por primera vez siente cómo la sangre late dentro de las venas gordas e hinchadas que rodean el pene. Lo nota en su propia lengua.

—Pero que grandísima puta eres. Dios, deberías verte ahora mismo.

Ramona gime en su polla mientras se mete dos dedos en el orificio de la vagina. Pedro le extrae el pene y un surco de babas y saliva gotea desde los labios de Ramona hasta la punta de la polla.

—Saca la lengua.

Ella obedece y Pedro se inclina sobre ella sin dejar de menearse el rabo, le escupe en la boca y a continuación le mete la lengua dentro, hasta el fondo, robándole el aliento, aspirando con fuerza, chupando la lengua de Ramona y atrapándola entre sus dientes para tirar de ella. Ramona siente como los jugos segregados por el coño le chorrean por la muñeca. Hace rato que se ha arrancado las bragas de un tirón, rompiéndolas,  y ya tiene tres dedos metidos en su interior. Se está follando como un posesa.

Sus lenguas se entrelazan, mordiéndose mutuamente, gimiendo en el interior de cada garganta. Pedro la agarra del cuello y la obliga a ponerse en pie. La empuja con fuerza y la tira encima de la mesa. 

Le mete las manos dentro de la blusa y se la abre con un tirón, rasgando la tela y arrancándole varios botones que caen rodando sobre el suelo de la cocina. Le agarra el sujetador con ambas manos y se lo parte de golpe. Los pechos de Ramona vibran en el aire, los pezones altivos presumiendo de su libertad apuntan al techo tiesos y regordetes. Están rodeados de unas hermosas aureolas  cuya vista enerva la sangre de Pedro.

En ningún momento ella ha sacado sus dedos del interior de la vagina. Él le separa las piernas y contempla con avidez  cómo su mujer se esta taladrando el coño con rabia, con las bragas rotas colgando de uno de los muslos.

Pedro agarra a su mujer de las piernas, la atrae hacia él y se las levanta separándolas al mismo tiempo. Con una mano se agarra el miembro erecto, mojado y lubricado con la saliva de Ramona y lo dirige hacia la zona que hay debajo del coño, apuntando al ano. El pequeño y oscuro agujero está impregnado con las babas  que refluyen constantemente de los pliegues de la raja.  Se escupe en la otra mano y le esparce la saliva por el ojete, mezclándola con los efluvios vaginales.

—Te voy reventar el culo a pollazos, so guarra.

—¡Sí, hijo de puta! ¡Reviéntame el culo, pedazo de cabrón!

Pedro aplasta el glande contra el estrecho agujero de Ramona. Ésta no ha dejado de masturbarse y el ruido que hace el chapoteo de su coño inunda toda la cocina. El olor a sexo y sudor lo invade todo.
Pedro se afana en meterle el rabo por el culo, empujando despacio pero sin detenerse. La saliva y el constante líquido que resbala por los labios menores ayudan a que la carne gruesa y enervada se abra paso por la estrechez cálida y prieta de Ramona. Durante unos momentos parece que las fuerzas abandonan la virilidad de Pedro cuando la verga se dobla, torciéndose visiblemente. Pero un movimiento oportuno de Ramona vuelve a endurecerle el miembro con renovada pasión: ella, percatándose del apuro de Pedro, ha dejado de masturbarse para ayudarlo, agarrándose las nalgas con ambas manos y tirando de ellas, separándolas al máximo al mismo tiempo que levanta aún más las caderas.

Pedro responde con renovadas energías al contemplar como su mujer, emputecida al máximo, le ayuda a que le rompa el culo. Hinchando su verga de sangre y fuego, empujando, dilatando a la fuerza el esfínter de Ramona, lentamente la cabeza entra al fin por el diminuto hueco y un chapoteo sale del interior de las entrañas de su hembra.

—Ahhhhhhhhhmmmm…. —gime ella, que vuelve a restregarse el chocho, esta vez por fuera y muy despacio, acompasando el ritmo suave que Pedro le está dando a sus caderas.

La estrechez del ojete hace que el aire se escape con sonoridad del culo de Ramona en cada movimiento de Pedro. El chapoteo constante de su mano sobre el clítoris se mezcla con la suave fricción de la penetración anal, los jadeos roncos de Pedro y la respiración agitada de Ramona.

Poco a poco la excitación hace que Pedro acelere los movimientos. Siente la presión de las paredes apretando su polla en toda su longitud. Ramona, a su vez, nota cómo la corona del glande frota sus entrañas, deslizándose dentro de ella, resbalando por el interior de su vientre. Siente un ligero cambio en los movimientos de él y nota el cálido aliento de Pedro sobre su cara cuando este se inclina para besarla. Ella acepta con placer sus besos al tiempo que siente cómo una de las manos de él se posan sobre la suya, acompañándola durante su masturbación. Sus dedos se entrelazan, se confunden y al final ella saca los dedos de su interior para sustituirlos por los de él.

Así, con la verga dentro de su culo, los dedos de Pedro en el coño y los suyos propios acariciándose el clítoris y las tetas, Ramona siente que el orgasmo está a las puertas. Cierra los ojos y aprieta los dientes, señal inequívoca de lo que está apunto de llegar. Él se percata y aumenta el ritmo de sus caderas, golpeando en cada embestida el culo de Ramona con sus pelotas, hinchadas y cargadas de semen.

Poco a poco los gemidos aumentan, el flujo y el sudor salpican el suelo, los golpes contra la mesa se hacen más fuertes, el bombeo constante de Pedro y las caricias de Ramona se acompañan mutuamente hasta que Ella, con una serie de gritos apenas contenidos se desborda, apretando y aflojando el esfínter. Eso provoca una reacción en cadena sobre Pedro, que con un estallido de fuego en la zona lumbar, descarga un chorro de semen dentro de ella, una fuente constante de líquido ardiente escupido con rabia.

Al momento él cae sobre ella, abrazándola, besándola con amor, mientras ella, satisfecha y agitada se pregunta qué otras fantasías ocultas guarda en su interior este hombre…

El Juego


El juego comienza.

Estoy encerrado en el baño con la espalda apoyada en la puerta, completamente desnudo. Tú estás al otro lado, en el dormitorio, sentada en un pequeño taburete con la espalda también contra la puerta, vestida únicamente con unas braguitas sencillas de algodón blanco, bastante feas e incómodas.

Siento el peso de tu cuerpo desnudo contra la puerta, noto el roce de tu piel cada vez que te mueves. Puedo imaginarte sentada en el pequeño taburete, abierta de piernas, con la vulva perfectamente marcada en las bragas. Me conoces y sabes cómo me excita oírte jadear, algo que haces cada pocos segundos acompañando cada exhalación con un breve movimiento de tus caderas; movimiento que se traslada a la puerta cerrada y de allí a mi espalda.

Hace calor aquí dentro y a pesar de estar desnudo comienzo a sudar. Mi verga, enhiesta y dura, palpita entre mis dedos. Te conozco y sé cuanto te excita escuchar el ritmo húmedo de mi mano cuando me masturbo. Lamo mis dedos lentamente, regándolos con generosidad de saliva. Recubro la cabeza de mi polla con una pátina de babas, admirando la forma de seta de mi glande hinchado. Escupo suavemente encima de él.
La saliva resbala por el tronco del pene, siguiendo el recorrido de las venas, hinchadas y muy marcadas, hasta llegar a la base depilada de mi vientre. En seguida la agarro entre mis dedos y empiezo a masturbarme lentamente, procurando que la saliva chapotee lo máximo posible para que puedas escucharlo. Cada vez que mis dedos rozan la corona del glande dejo escapar un breve jadeo.

A través de la madera puedo oír tu respuesta a mi provocación: unos golpecitos sordos, unas breves palmadas que conozco a la perfección: has ahuecado la palma de tu mano y te estas dando palmaditas encima de las bragas, justo sobre el bulto del coño. Me conoces perfectamente y sabes cuanto me excita que hagas eso. Jadeo con más fuerza y aprieto mi polla, dejando que la sangre se agolpe en la cabeza para que ésta se hinche con rabia. Escupo un salivazo contra mis dedos y me masturbo con más ganas. A veces mi codo golpea en la puerta.

Tu respiración se acelera, jadeas más fuerte. Oigo el roce de tus pies desnudos contra el suelo al abrirte aún más de piernas; tu espalda se arquea contra la puerta y oigo el suave rumor de tu cabello rozando la madera. A estas alturas sé que ya te has metido una mano bajo las bragas para frotarte la capucha de piel que envuelve tu clítoris. 

También sé que estarías más cómoda sin las bragas, pero las llevas puestas porque yo te lo he pedido expresamente, y eso, cumplir mi deseo, agradarme y satisfacerme en ese pequeño detalle en contra de tus propios deseos, te excita aún más.

Deseas liberarte de la tela, arrancarla y despojarte de las bragas para restregarte la vulva del coño a placer, meterte los dedos bien adentro sin que te estorbe el incómodo elástico que aprieta tus caderas, pero sabes que estoy al otro lado, excitado al máximo, gozando al saber que estas cumpliendo mi pequeño deseo.

Conoces la anatomía de mi pene mejor que yo mismo. Lo has mamado, frotado, masturbado y mordisqueado. Has jugado con él de mil formas distintas. Lo has mirado desde todos los ángulos posibles y has probado el sabor de sus jugos en incontables ocasiones. Te has acostumbrado a su forma y a sus curvas, has recorrido con tu lengua cada pliegue y cada vena de su tronco y has disfrutado de su grosor dentro de tu cuerpo. Lo deseas. Escuchas cómo me lo estoy frotando. Oyes perfectamente como la saliva se escurre entre mis dedos mientras me la machaco. Deseas ser tú quien esté pajeándome. Quieres que mis dedos sean los tuyos. Quieres volver a sentir el fuego que desprende mi polla en tu mano, en tu boca, en tu coño.

Jadeas más fuerte. Tus labios menores exudan jugos que empapan tus dedos y los recoges bajo tus bragas para embadurnar la piel que rodea el clítoris. Tu coño arde y palpita entre tus piernas mientras intentas acompasar el ritmo de tus dedos al chapoteo que te llega a través de la puerta. A veces se te escapa un breve grito.

Lo escucho y mi corazón se acelera. Te conozco. Te he visto masturbarte muchas veces delante de mí y te he pajeado tantas veces que sé en que estado te encuentras. Sé que cuando estás tan cachonda el jugo de tu coño desprende diminutas pompitas. Que la entrada a tu vagina se dilata, que la vulva se hincha y se enrojece.
Deseas que te folle. Quieres sentir mi polla, mis manos, mi cuerpo. Quieres el contacto directo de nuestra piel, húmeda y ardiente. 

Agarro mi verga por la base y me golpeo con fuerza el vientre con 
ella para que escuches el sonido que hace mi polla contra mi cuerpo, palmeándola muy rápido.

En seguida siento tu respuesta en forma de breves golpes contra la puerta. Tu espalda se arquea al ritmo de tu mano, tus caderas se agitan y tus muslos se abren y cierran. Quieres más. No te quitas las bragas, pero tiras de ellas a tope a punto de rasgarlas para dejar al descubierto toda tu raja. Te escupes en la mano y mezclas las babas que segrega tu coño con las de tu boca. Te metes dos dedos en el interior de tu vagina, dejando que la palma de la mano te roce la capucha del clítoris en cada embestida. Lo haces muy fuerte, para que el sonido húmedo de la palmada me llegue a través de la puerta.

Lo escucho y un jadeo ronco se escapa de mi garganta. Quiero follarte. No me aguanto más. Te deseo con cada célula de mi cuerpo. Quiero abrazarte, besarte la boca, estrujar tus pechos y meter mi polla dentro de tu cuerpo. Quiero embestirte con mi verga, separarte los muslos, comerte la lengua, saborear tu aliento en mi boca y gritar dentro de tu garganta de placer. Sé que estás detrás de la puerta, desnuda, masturbándote pensando en mí, deseando lo mismo que yo.

La cabeza me da vueltas.

A través de la madera te oigo suspirar mi nombre entre jadeos. No lo soporto más y me giro. Apoyo todo mi cuerpo contra la puerta apretando mi pene contra la madera, aprisionándolo con mi vientre, jadeando directamente contra la puerta, frotando y restregando el miembro en la madera. Gritas otra vez. Sabes que tienes el objeto de tu deseo a un centímetro de distancia, puedes escuchar el roce que hace la piel hinchada de mi polla contra la madera, escuchar los gemidos que salen de mi garganta golpeando contra la puerta.

Te levantas del taburete y te giras. Pegas tu cuerpo contra la puerta, adelantando las caderas para restregar tu vientre contra ella. Tus pezones se retuercen contra la madera mientras jadeas en la puerta. Tus dedos no dejan de frotar tus entrañas. Nuestros gemidos se confunden a través de la puerta cerrada. Sentimos nuestros cuerpos frotándose contra la madera a un par de centímetros, deseando encontrarse. Del agujero del glande comienza a brotar líquido preseminal que rápidamente se pega a la madera, mezclándose con el sudor que mi cuerpo a dejado en ella. Recito tu nombre una y otra vez con la boca pegada a la puerta, gimiendo y jadeando entre dientes.

De repente dejo de notar el peso de tu cuerpo sobre la puerta. Te has apartado de ella.

Es la señal.

Sin esperar un segundo agarro el tirador de la puerta y la abro de golpe. Estás de pie, la cara arrebolada, los ojos sobre los mios. Jadeando. Aún llevas las bragas puestas. Una de tus manos está metida debajo de ellas y veo como se mueve al ritmo de tu respiración.


Me acerco a ti y con un gruñido aparto la mano de entre tus piernas. Tiro de las bragas a un lado al mismo tiempo que adelanto mis caderas con el pene rabioso apuntando directamente a tu coño.
Mi polla es una barra de acero al rojo vivo cuando se introduce en el interior de tu vientre. Las paredes de tu vagina, lubricadas y aceitosas, reciben mi verga con ansía, dejando que mi glande se abra paso entre los pliegues de tu interior. Un ligero chapoteo y una leve palmada anuncia el tope de mis testículos contra tu raja. El calor de tu cuerpo me embarga. Tu boca se pega a la mía y gritas mi nombre dentro de mí mientras me abrazas, clavando tus dedos en mi espalda y en mi nuca. Tu aliento me llega al alma cuando te corres y un espasmo recorre todo mi cuerpo. 

El chorro de semen parece no acabar nunca. Te inunda el coño sin llegar a salir. La entrada está taponada por el grosor de mi verga, que ocupa toda la cavidad. Los espasmos de nuestro orgasmo hacen que te empuje involuntariamente hasta la pared. Sientes mis huevos aplastados contra tu cuerpo.

Otra descarga de semen brota de mi polla.

Es fuego líquido.

Preparación anal


Sandra acciona el disparador de la cisterna y el WC se descarga. Se limpia el trasero mecánicamente y termina por desprenderse de su ropa interior para entrar a la ducha.

Abre el grifo y deja que el agua tibia se deslice por su piel. Agarra un bote de jabón y se embadurna los dedos con un buen chorro que esparce por la raja del culo, dejando que el agua se mezcle con el jabón para crear una capa aceitosa de burbujas que se deslizan entre sus nalgas. Sandra separa las piernas y comienza a frotarse el culo, dejando que  la espuma se cuele por la línea del trasero hasta llegar al ano.

Ella se lo frota suavemente. Cierra el grifo y vuelve a echar una generosa cantidad de jabón en su mano para volver a restregarlo por todo el culo. Han pasado varios meses desde la última vez que se lo depiló y la zona que rodea su agujerito está algo velludo. No le importa, a su hombre le excita y esta noche quiere satisfacerlo plenamente. Hace una semana que no se ven y Sandra tiene que hacer un esfuerzo terrible para no masturbarse allí mismo, a pesar de que su cuerpo lleva todo el día pidiéndole guerra, como prueba la humedad que exuda su entrepierna.

Sandra ama a su hombre y esta noche le dará todo.

Desliza un dedo jabonoso en el interior de su agujerito para embadurnarlo por dentro de jabón. Un gemido involuntario se le escapa de entre los labios. Siente la vulva hinchada y nota el calor interno de su recto a través del dedo. Desea frotarse el coño, pero quiere llegar a la cita de esta noche con el máximo nivel posible de libido y sigue enjabonándose el interior y el exterior del ano, dejándolo limpio y lubricado, haciendo caso omiso de sus instintos, que la empujan a abandonarse totalmente y acabar pajeándose allí mismo.

Extiende el brazo fuera de la ducha y abre un pequeño armario. Mete una mano y agarra la “perilla” para lavativas que compró esa mañana en la farmacia y un botecito de vaselina. Destapa la perilla y llena su interior con agua templada. La cierra y esparce una generosa cantidad de vaselina por toda la longitud del aplicador, muy delgado y suave. El corazón le late con fuerza en su pecho. Está excitada y algo nerviosa. Nunca lo hizo por detrás con un polla, aunque sí practicó con los dedos y con otros juguetitos y artilugios. Pero nunca con algo tan grueso como la verga de su hombre, ni tan largo como éste aplicador anal.

La novedad, aunque la asusta un poco, también la excita.
Sandra se agacha para ponerse en cuclillas, se coloca la punta del aplicador en la entrada de su ano y lo introduce lentamente. Le sorprende la facilidad con la que entra. Sin apenas darse cuenta ya lo tiene metido prácticamente hasta el tope. Nerviosa, excitada y asustada, aprieta con suavidad la perilla de goma. Al principio no siente nada, puesto que el calor de su cuerpo es equiparable al del agua templada del interior del aparato, pero un par de segundos después nota como su entraña se inunda lentamente.

Con un jadeo deja de apretar. Está terriblemente nerviosa y muy, muy cachonda. Mira hacia abajo y ve como los labios menores asoman orgullosos por la raja de su vulva. Piensa en su chico, en su cara de placer y en la mirada de lujuria que le regalará cuando lo tenga entre sus muslos, con las piernas levantadas, ofreciéndole su ano para que lo atraviese con su miembro erecto, duro, grueso y ardiente… Sandra aprieta con fuerza la perilla.

El chorro de agua templada le inunda las entrañas y exhala un gemido de sorpresa. No puede evitarlo y baja una mano hasta su coño. En seguida busca la zona que rodea el clítoris. Está terriblemente sensible, hinchado y caliente. Despacio, al mismo tiempo que se frota el coño, tira de la perilla para sacar el aplicador del ano, apretando también los músculos del recto. Desea dejar de tocarse la raja del coño pero sus instintos son más fuertes.

Siente el calor del agua dentro de su cuerpo y su mente lo asocia con el semen de su hombre, con la leche que su amante le inunda el coño en las noches de pasión y le recuerda al calor viscoso que brota de la punta de su verga cuando eyacula dentro de su boca. Su mano se restriega por toda la raja, apretando el clítoris con la palma de la mano, esparciendo jugos por todos los pliegues del coño, acelerando más y más y más..

..pero entonces recuerda que ese liquido templado que bulle dentro de ella sólo es un deleznable sucedáneo del verdadero, de aquél que le ha de regalar su macho esta misma noche y detiene su mano, pringada hasta la muñeca de flujos vaginales y espuma jabonosa.

Sandra abandona la ducha lentamente, apretando las nalgas, cerrando su agujerito cargado de agua tibia para dirigirse con paso inseguro al WC. Esta noche dejará que su macho la folle por el culo y quiere estar bien limpita por dentro. Quiere que cuando su chico le saque la polla del culo pueda chupársela y correrse dentro, como han visto en las películas porno. 

Se sienta en el WC y relaja el esfínter para que el agua salga de su cuerpo, limpiándola por dentro.

Probablemente necesite más de una aplicación.

De repente una idea le pasa por la cabeza a Sandra. Una idea tan loca, atrevida y morbosa que casi le provoca un orgasmo. A Sandra se le acaba de ocurrir que sería muy excitante hacerle una lavativa también a su hombre…

Sandra sonríe mientras se levanta para volver a entrar a la ducha con la cabeza llena de lujuria y fantasías…

Sofía crece (1)

Sofia crece

1

El hombre del parque


La pequeña Sofía está preocupada. Hasta hace muy poco tiempo nunca le había dado importancia a la forma de su sexo, pero desde que conoció a Jaime y comenzaron sus primeros escarceos amorosos, las caricias y los tocamientos propios de adolescentes, su mente no para de darle vueltas a un asunto, algo que nunca le dio la más mínima importancia: la forma, tamaño y apariencia de su almejita.

Ella ve imágenes y escenas de mujeres desnudas practicando sexo y masturbándose y compara esas hermosas vulvas, labios y rajas con su chochito, y cada día le gusta menos.

Es feo.

Parece una cosa de vieja, con los labios menores salidos hacia afuera, arrugados y con el borde muy oscuro. Además, no son iguales, uno es ligeramente más largo que otro. A veces le molestan cuando se sienta y otras veces le cuesta trabajo ocultar el bulto incipiente de su vulva, especialmente cuando viste ropa de baño. Le preocupa muchísimo que a Jaime le de asco cuando le enseñe su rajita, algo que tiene muchas ganas de hacer, sobre todo desde que él se envalentonó aquél día cuando se estaban besando y le acarició allí abajo.

Sofía sabe que Jaime es el amor de su vida. El amor primero de juventud que le durará eternamente. Lo sabe muy bien porque un millón de canciones de amor no pueden estar equivocadas.

Pero la duda la atormenta. ¿Qué pasará si Jaime le pide verle su chochito feo? ¿Qué cara pondrá cuando vea sus labios deformes y oscuros? Sofía se lo imagina riéndose de ella y quiere morirse allí mismo.

Sofía pasea por el parque cabizbaja y con la cabeza envuelta en estos oscuros pensamientos… pensamientos que al mismo tiempo la hacen vibrar por abajo, puesto que a veces su cabecita la lleva al otro extremo del asunto: ¿Y si a Jaime no le molesta en absoluto el aspecto de su sexo? Es más ¿Y si a Jaime LE GUSTA? Esa idea le arranca un suspiro y siente como el calor comienza a invadir su bajo vientre. Sus recuerdos viajan hasta dos días atrás, cuando Jaime y ella estaban sentados en un banco de ese mismo parque, dándose “piquitos” en la boca, jugando con las lenguas, tocando ella el pecho delgado y lampiño de Jaime bajo la camiseta mientras él le toca los pechos por encima de la ropa.

Sofía está muy desarrollada para su edad. Sus pezones adolescentes se enervan con tremenda facilidad en cuanto nota el contacto inexperto de su novio. Se le erizan, duritos y rabiosos dentro del sujetador, apuntando hacia afuera con arrogancia, como si quisieran rasgar la tela de la ropa y saludar al mundo con orgullo femenino.

Le gusta la forma en la que Jaime le acaricia sus tetitas; lo hace con delicadeza y suavidad pero a veces su amado le aprieta con más fuerza los pechos y a ella le duele. Sus senos están muy duros y sensibles y ella se queja dentro de su boca. Él se detiene algo avergonzado y retira la mano. Pero ella en seguida se la coge y la vuelve a colocar sobre sus tetas. Así estuvieron un rato,  jugando con sus cuerpos, excitados y ligeramente avergonzados hasta que ella notó como la respiración de Jaime se aceleraba: una de sus manos abandonó el suave masaje de los pechos para deslizarse por su vientre, bajando lentamente para colocarla entre los muslos de ella.

Una queja intentó salir de los labios húmedos de Sofía, pero el instinto la retuvo. El calor de su vientre le pedía algo más que unos besos y unas caricias en las tetas. Algo escondido en lo profundo de su ser pedía salir y le decía que permitiera que los dedos inexpertos de Jaime, guiados por el instinto, siguieran su camino. Ella se dejó tocar, abriendo un poco las piernas.

Jaime, al notar que ella cedía a sus caricias, le dio un movimiento más firme y decidido a su mano, palpando con evidente interés toda la entrepierna de Sofía. En su inexperiencia, Jaime nunca llegó a imaginar que esa parte de las chicas pudiera estar tan caliente. Jaime apretó un poco más y pudo sentir la resistencia mullida de la carne de la vulva. Adelantó uno de los dedos y consiguió adivinar bajo la ropa la línea que separa los labios internos de la almejita.

Había encontrado la raja de su chica, la entrada a su Ser, el lugar por dónde se alcanza la gloria.
Ella gime levemente en los labios de su chico y nota cómo la humedad inunda sus entrañas, cómo el flujo rebulle en su chochito mojando sus braguitas, amenazando con empaparlas tanto que el líquido llegue hasta el pantalón. Eso la asusta ¿Y si Jaime se da cuenta y cree que se ha orinado encima?  Con torpeza le aparta la mano y una queja sale de la boca de su chico, decepcionado. Ella le pide que espere. Le da besitos y caricias, pero algo entre ellos se ha roto. Ella baja la mirada y contempla arrebolada la hinchazón evidente que asoma entre las piernas de Jaime. En ese momento un ruido los sorprende.

Es el hombre del parque.

Ella lo conoce de vista, vive cerca de ella e incluso alguna vez intercambiaron un dubitativo saludo. Es viejo, aunque a los ojos de la joven Sofía cualquier persona mayor de veinticinco años ya es “mayor”, así que “viejo” quizás no sea el calificativo más adecuado para este hombre maduro. El tipo hace deporte a diario por el parque y en ese mismo momento pasa cerca de ellos corriendo, el cuerpo empapado en sudor, ligero de ropa, mostrando unas poderosas piernas, robustas y musculosas. El hombre gira levemente la cabeza al pasar junto a ellos.

Una breve mirada y una sonrisa pícara en sus labios le hacen saber a Sofía que el hombre se ha percatado de todo. Jaime, con la cabeza aún llena de deseo frustrado ni se entera. Ella se aparta avergonzada de Jaime, dispuesta a irse de allí con una mezcla de sentimientos en su cabeza: excitación, vergüenza, deseo, curiosidad y una pizca de odio hacia ese “viejo”…

Todo eso fue hace dos días. Desde entonces no volvió a ver a Jaime, que estaba fuera visitando a unos familiares. Todos estos recuerdos y pensamientos obtenían una respuesta evidente en su cuerpo. Está excitada, algo que en los últimos meses le ocurre con tanta frecuencia que incluso le llegó a preocupar. ¿Es normal que una chica se excite tan de seguido? ¿Será ella una de esas enfermas “ninfómanas” de las que tanto hablan por ahí? Desde que descubrió la masturbación hace unos pocos años nunca se había tocado tantas veces, a pesar de que nunca logró llegar al orgasmo (ella, en su inocencia, piensa que eso es algo que sólo se puede alcanzar cuando llevas mucho tiempo practicando sexo o cuando conoces al hombre de tu vida, y opina que las amigas de su edad que dicen que ya lo han alcanzado mienten) .

En ese momento le hubiera gustado no haber interrumpido los masajes que Jaime le prodigaba en su chochito hace dos días. En ese momento no le importaría nada enseñarle todo su sexo a Jaime, labios feos y deformes incluidos; estaba tan excitada que se arriesgaría a las burlas y al rechazo de Jaime. Nada le importaba ya. El flujo vaginal estaba apareciendo entre sus muslos y unas terribles ganas de frotarse le provocaban un hormigueo constante en el bajo vientre. Fue en ese momento cuando le entraron unas ganas incontenibles de orinar. Con presteza se apartó del camino para introducirse entre el follaje espeso que crecía a uno de los lados. Pisando hojas secas, apartando arbustos y metiéndose entre frondosas ramas, encontró un pequeño rincón oscuro, caldeado y bastante limpio dónde poder hacer sus cositas…

Está terminando de limpiarse con un pañuelo de papel cuando escucha un fuerte ruido de ramas cerca del camino. Asustada y avergonzada se paraliza, aguantando la respiración. Aún tiene el coño al aire, húmedo y excitado. Los sonidos (inconfundiblemente son pasos de una persona) se acercan. Sin atreverse a hacer un solo ruido, con el pantalón y las bragas bajadas hasta los tobillos y su almeja secándose al aire, Sofía intenta ver entre las hojas de los arbustos la procedencia de esos pasos.

Al poco consigue distinguir a un par de metros la figura de un hombre. Viste ropa ajustada deportiva. Es  Él. Lentamente Sofía, conteniendo la respiración, se incorpora un poco y consigue mirar por entre el follaje. La curiosidad es superior a su miedo e intenta apartar una o dos ramitas para poder mirarle…
Al parecer, el hombre, al igual que ella, ha tenido un “apretón” y se ha apartado del camino para orinar entre las matas. Sofía abre unos ojos como platos cuando descubre que “la cosa” que sostiene el hombre entre sus dedos es su polla.

Jaime le enseñó una vez una foto de la suya por internet. Era muy bonita: lisa, muy larga y delgada y con una cabeza redondita muy roja asomando por entre el pellejito de la punta. No se parece en NADA a lo que este hombre sostiene en su mano.

La está agarrando por la base del tronco y Sofía puede contemplarla en toda su longitud. La cosa es muy, muy gruesa y tiene unos pliegues arrugados rodeando la base del glande. No está erecta, pero así y todo tiene un grosor considerable, mucho mayor que la de Jaime, aunque la pija de este hombre se la ve algo más corta que la de su chico. La cabeza del pollón  es enorme, con una forma de seta muy marcada y con un color morado muy brillante. Una vena gruesa recorre casi todo el tronco, gordo y pesado. El chorro de pis que sale del orificio de la punta es muy fuerte. Sofía siente como la cabeza le da vueltas, mareada y confusa.

Tiene miedo de que la descubra, pero al mismo tiempo siente una extraña euforia al saber que está contemplando la intimidad de un desconocido a escondidas. La combinación de sentimientos la embarga: está cachonda, asustada y avergonzada. Le gusta mirar a esa cosa tan masculina y descubre que hay algo más que la diferencia de la picha de Jaime: la verga de este hombre no tiene el pellejito que cubre el glande, como la de su novio.

Sofía aparta la vista del cipote del hombre y recorre su cuerpo para contemplar la cara. Está sudando. Unos surcos húmedos recorren su rostro cuadrado, enmarcado con una ligera barba de pocos días que rodea una boca de labios generosos y lascivos. Los brazos, fuertes y algo velludos están cubiertos también por una capa de sudor brillante.

De repente uno de esos brazos da una sacudida enérgica. Y otra. Y otra más. El hombre a terminado de mear y se está sacudiendo las últimas gotas que cuelgan de la punta de la verga. Sofía contempla con avidez cómo tiembla la carne viril, como el miembro vibra levemente tras cada sacudida, desprendiendo gotitas de pipí de la punta. Un insecto enorme se posa en el cuello de Sofía.

El asco y la sorpresa la obligan a dar un manotazo impulsivo, dando un gritito y agitando la cabeza de un lado a otro, haciendo que el cabello se le enganche en las ramas. Asustada y asqueada tira hacía atrás, rompiendo ramitas y gesticulando con las manos. El bicho, más asustado que ella, sale volando.  Sofía intenta recular hacia atrás, pero olvida que tiene la ropa bajada hasta los tobillos y trastabilla, cayendo de espaldas y golpeándose el trasero desnudo contra la hierba. Un grito se le escapa de los labios y unas pisadas fuertes y enérgicas se oyen a menos de un metro.

El ruido de ramas rotas y arbustos apartados inunda el claro dónde está paralizada Sofía. El hombre entra en el pequeño y oscuro rincón con el ceño fruncido, la mandíbula apretada y el puño cerrado. Cuando ve a Sofía un gesto de sorpresa se dibuja en su cara. Su boca es una “O” perfecta cuando contempla a la pequeña chica tirada en el suelo, con las bragas bajadas y el coño al aire perfectamente visible. El tipo pensaba encontrarse a algún “voyeur” tomándole fotos mientras meaba, pero esto…

En cuanto pudo desviar la mirada de esa hermosa almeja y vio la cara de la chica la reconoció. Era la chica de tetas bonitas que vivía en su barrio, la que estaba empezando a salir con chicos, la misma que hace poco sorprendió dándose el lote con un chaval en este mismo parque. Al momento se giró, no sin antes volver a echarle un buen vistazo al coño de la chica, para retenerlo en la memoria. Dándole la espalda le preguntó si se encontraba bien. Sofía, muerta de vergüenza sólo atinaba a sollozar y gemir. Entre lágrimas se incorporó, tapándose y subiéndose la ropa de cualquier manera. 

Sólo quería salir corriendo de allí y tirarse de cabeza contra un camión en marcha. No podía adivinar que tipo de hombre era éste, qué pensamientos le podían estar pasando por la cabeza ni que era lo que el tipo iba ha hacer. ¿La violaría? ¿Le pegaría? ¿Qué pensaría de ella? ¡La había sorprendido espiándole con las bragas bajadas! ¡Pensaría que se estaba masturbando mientras lo miraba meando! ¡Qué horror!

El hombre volvió a preguntarle si estaba bien. Ella no podía ni hablar, sólo farfullar unas breves palabras sin sentido mientras la vergüenza convertía su llanto en un torrente incontenible. El hombre se giró y la sonrisa pícara que dibujaba sus labios la enfurecieron. El hombre le pidió que se tranquilizase, que no pasaba nada, preguntando si se había hecho daño al caer. Sofía, sin atreverse a mirarlo a la cara, pasó junto a él haciendo caso omiso a sus palabras, corriendo asustada y avergonzada; furiosa consigo misma y con el hombre, pero también excitada.

Arrastrando a su paso ramas y arbustos salió al camino. Comenzó a correr justo cuando la voz del hombre, jocosa y divertida, le llegó a sus oídos:

-¡Tienes un coño precioso, nena!

Esa noche, en la soledad de su habitación, Sofía alcanzaría el orgasmo por primera vez en su joven vida. Y no lo hará pensando en el amor de su vida, Jaime, si no pensando en los brazos fuertes, la mirada pícara y la sonrisa morbosa del hombre del parque. Esa noche sus dedos lograrían hacer que se corriese imaginando una y otra vez qué aspecto hubiera tenido la gruesa y hermosa polla del hombre si, en lugar de salir corriendo, se hubiera acercado a él para agarrársela y tomarla entre sus manos; qué aspecto hubiera tenido erecta, tiesa y dura.

Intentó imaginar hasta qué punto podría crecer ese glande hermoso y viril que coronaba  la verga y cómo se sentiría esa cosa dentro de su boca…

Pero sobre todo Sofía se regocijó infinidad de veces en esas últimas palabras gritadas por el hombre del parque. Algo en su instinto femenino le decía que habían sido dichas con una sinceridad total, auténtica y verdadera. Por primera vez en mucho tiempo se sintió orgullosa de su cuerpo.
 
Continúa en "La mujer del parque"