Buscar este blog

sábado, 15 de agosto de 2020

Sofía crece (3), parte XVI

 60.

Sofía.


La bestia le había puesto la mano en la boca, apretando con fuerza, aplastándole la herida de los labios, pero en cuanto sonaron las primeras detonaciones Rusky la soltó y ella se dejó caer de rodillas al suelo por instinto, protegiéndose la cabeza con los brazos. Eso le salvó la vida.

Uno de los proyectiles fue directo a la cabeza de Sofía, pero impactó primero en una de sus manos, destrozándole los nudillos y arráncandole uno de los dedos, que quedó colgando por una tira de piel y tendones. Afortunadamente el choque contra los pequeños huesos desvió la bala, alejándose de su cabeza. Sofía dio un alarido y quedó tendida en el suelo, en posición fetal, sosteniéndose la maltrecha mano mientras chillaba de dolor y de pánico.

A los primeros disparos se sumaron algunas detonaciones más, provenientes esta vez del hombre del bigote, que estaba de rodillas en el suelo,  apuntando con una linterna muy potente. Alguien gritó por detrás de ella y la bestia también comenzó a disparar mientras corría en zigzag, alejándose de Sofía y de esos dos, buscando cobertura en la oscuridad detrás de los destartalados muebles y máquinas que había en la sala.

Sofía cerró los ojos y se encogió lo más que pudo, gritando desesperada mientras la estancia se llenaba de un humo acre. Los disparos sonaban cada vez más espaciados en el tiempo hasta que alguien gritó de dolor cerca de ella y cesaron del todo.

Sofía no se atrevía a moverse ni a abrir los ojos, sólo quería despertar de esa pesadilla, mientras gemía y temblaba en el suelo.

«Esto no puede estar pasando. Esto no está pasando. Esto no es de verdad…».

—¡¡TE CAGUÉ, RUSO DE MIELDA!! —la voz de William sonó demasiado cerca de la chica—, ¡¡ESTÁS JODIDO, PUTO!!

William recargó el arma y siguió así varios minutos, escondido en alguna parte, gritando e insultando a Rusky, provocándolo, pero nadie le respondía. La noche ya los había alcanzado y a través de la oscuridad les llegó el ruido de pasos apresurados y de objetos rodando por el suelo, alejándose. Varios minutos después escucharon el ruido de unos vidrios rotos y el sonido de un motor.

«Ha escapado, esa mala bestia ha escapado».

El negro soltó un exabrupto y salió de su escondite para acercarse al tío del bigote. Desde su posición Sofía vio que el rubio estaba tendido en el suelo boca abajo, al lado de Tony, que aún seguía inmóvil. Sofía vio con horror que el chico tenía una fea herida en la coronilla, allí donde la bestia le había golpeado con el revólver.

«Le ha matado a golpes, ese hijo de puta lo ha matado».

El negro se arrodilló al lado del bigotes, le dijo algo que ella no escuchó y luego le dio la vuelta. El negro torció la vista cuando vio el estado en el que se encontraba.

—Uf… Manito, eso debe doler.

El rubio extendió un brazo tratando de alcanzar un objeto que había al lado suyo, pero el negro se adelantó y lo cogió primero, se lo metió en el bolsillo de atrás y tomó la linterna del suelo. Luego se incorporó y se dirigió hacia Sofía, iluminándola.

—Vaya, vaya, vaya… ¿Qué pasó, hermanita? —William se puso en cuclillas al lado de ella y le apartó el pelo de la frente con el cañón de la Glock. La punta de la pistola aún estaba caliente y Sofía gritó al sentir la quemadura—. Tranquila, bonita. Tranquila… ahora estás a salvo.

«Que pare, por Dios, haz que pare todo esto. Dios mío, por favor, haz que pare, no quiero estar aquí, por favor…».

William se mordió los labios y la miró con lascivia, asintiendo con la cabeza mientras sonreía.

—¿Eres amiga de Francesca?, ¿qué ibais a hacer, eh?, ¿nos la ibais a cargar a nosotros, hmmm? —Sofía negaba con la cabeza, aterrada—. Tú, el ruso, la Chesca y el pollo de ahí atrás, los cuatro juntos, ¿eh? —Willy asintió con la cabeza—. Sí, pero yo soy más listo; nos ibais a joder bien, pero ya has visto como he cagado a ese ruso de mielda y al bigote cagón.

El negro señaló con la pistola hacía fuera.

—¿Crees que el ruso va a durar mucho en la calle? No has visto los agujeros que le he hecho —William rió a carcajadas, mostrando los dientes blancos—. Ese vato está muerto, pero aún no lo sabe.

William se puso en pie sin dejar de reír y se bajó la cremallera del pantalón, sacándose la polla.

«¡No, no, no, noooo!…».

Sofía se giró y se arrastró por el suelo, tratando de ponerse en pie, pero William le agarró la parte de atrás de los leggings y tiró de ella, tumbándola en el suelo boca abajo.

—¿A dónde mielda vas, zorra?

Sofía sintió el pene de William apretarse contra su culo mientras él la cogía del pelo y le restregaba la cara contra el sucio suelo.

«No no no mamá no por favor dios mio no así no mamá no…».

Sofía intentó incorporarse, pero se apoyó en la mano malherida y un dolor descomunal le hizo caer de nuevo, quedando a merced de William, que le había bajado los pantalones y las bragas al mismo tiempo, dejando la blancura de sus nalgas al descubierto.

Sofía chilló como una posesa y se resistió, girando, empujando y arrastrando su cuerpo por el suelo lleno de papeles y suciedad. William la golpeó en los riñones pero ella no se detuvo.

—¡Para, coño! —le gritó entre risas—, cuanto más te resistas más dura me la pones, mami.

Sofía quería estar lejos de allí, eso no podía estar pasando, era imposible, no podía ser cierto. Pero el dolor y la sangre eran demasiado reales. Mientras trataba de salir de debajo de ese animal Sofía usó ambas manos para buscar algo a lo que agarrarse, golpeando y arañando el suelo, entonces sintió cómo se le terminaba de desgarrar el dedo índice, que quedó en el suelo como si fuera un gusano salido de una pesadilla.

La polla de William se metió entre sus nalgas y Sofía sintió la repugnante cabeza invadiendo su espacio íntimo. Gritó y apretó los muslos, tratando de volverse sobre sí misma. William le puso la boca del cañón en la cara.

—¡Quieta coño! —William le echó el aliento en el oído—. O te quedas quieta o te pego un tiro en la cabeza.

«No no no no no mamá no mamá no por favor…».

«Mamá no te va a salvar, niña, vas a morir —el viejo del Yukón no sonreía—. ¿Crees que este tío te va a dejar que sigas viva después de follarte? Nooo, amiga, no. ¿Has oído todo eso que te ha preguntado el tío bestia? Drogas, pequeña. D.R.O.G.A.S. Ya has visto lo que hace esta gente. Secuestro, violación… asesinato».

«No quiero morir mamá no quiero morir no quiero estar aquí por favor Dios mío sácame de aquí…».

«Pues vas a morir, niña, y ni tu mamá ni tu dios te van a sacar de este embrollo. Este tío te va a pegar un tiro después de violarte. Así que tú verás lo que vas a hacer».

De pronto Sofía recordó las palabras que Tony dijo en el coche: «¡Es lista, carajo! Con esa cabeza podría hacer lo que ella quisiera, es solo… Es solo que no ha tenido suerte…».

Sofía tomó aire, tensó los brazos y relajó las piernas, separando los muslos ligeramente.

—Así, muy bien —William le siguió hablando al oído mientras se acoplaba detrás de ella, de rodillas—, verás que rico. Solo será un moment…

Sofía levantó la cabeza de golpe, estrellando su nuca contra la cara de William con todas sus fuerzas, impulsándose con las dos manos a pesar del terrible dolor que sentía. El golpe no fue muy fuerte, pero el impacto le acertó de lleno en la nariz y lo inesperado de la maniobra sorprendió al negro, que soltó el arma para llevarse las manos al rostro de forma instintiva.

Sofía tomó la pequeña Glock y se dio la vuelta, arrastrándose por el suelo de espaldas y apuntando a William con una mano temblorosa. El matón apartó las manos de la cara lentamente y las levantó a ambos lados de su cabeza. La nariz era una fuente de sangre.

Easy, easy, hermana —la voz tenía un tono nasal muy desagradable—. Cuidado con eso.

William había trucado la Glock eliminando uno de los seguros, haciendo que fuera más sencilla de disparar al reducir el recorrido del gatillo. Era una locura hacer algo así, ya que se aumentaban las probabilidades de que se disparase accidentalmente. William sabía que solo bastaba una ligera presión para hacer fuego. Sofía, que ni siquiera jugaba a videojuegos y no tenía ni idea de como funcionaba una pistola, tenía el dedo puesto sobre el gatillo.

—Tranquila, hermanita, stay cool, ¿vale? —William comenzó a bajar las manos muy despacio, mirando a Sofía directamente a los ojos.

Sofía fue consciente de la escena que la rodeaba: la oscuridad de la sala llena de objetos y muebles desvencijados, el suelo cubierto de papeles y suciedad, el cuerpo inmóvil de Tony y el del desconocido, el sonido de los primeros grillos cantando a la noche y el suave ulular de una cálida brisa veraniega por encima de su cabeza, pasando por los agujeros del techo. La mano con la que sostenía la pistola sufría unos temblores espantosos y las lágrimas impedían ver con claridad la cara del hombre.

«Qué hago qué hago dios mío no puedo disparar a una persona no puedo mamá por favor no puedo no qué hago».

William comenzó a levantarse muy despacio con las manos alzadas a media altura. Tenía los pantalones enrollados en los tobillos y el pene aún lo tenía tieso, apuntando a Sofía. La culata de la Walther PPQ que le había quitado a Simas asomaba entre los pliegues del pantalón, pero Sofía no la veía. A lo lejos se escuchó el sonido de unas sirenas y al mismo tiempo se oyó el sonido vibrante de un teléfono móvil. Sofía reconoció la melodía, era el suyo.

—Tú ganas niña, ¿vale? Tú ganas, eh. Mira, tú amigo está bastante jodido y debería verlo un médico pronto, ¿vale, manita?… —dio un paso atrás, mirando a Sofía a los ojos desde arriba mientras seguía bajando las manos muy despacio—, así que… ¿por qué no dejas que me suba la ropa para que pueda largarme y así tú puedas ayudarle? —William se agachó para subirse los pantalones sin dejar de mirar a Sofía y agarró con disimulo la culata de la pistola—. ¿No crees que sería…?

—¡EH, TÚ! —Sofía reconoció la voz de Cándido.

Cándido llegó desde atrás armado con una barra de acero oxidada y golpeó a William con todas sus fuerzas en el brazo, quebrándole los huesos del codo y obligando al dominicano a soltar el arma. El siguiente golpe fue a parar contra su polla y un escupitajo de sangre salió por la uretra. El alarido de William retumbó por toda la nave. Cándido soltó la barra y arremetió contra William con las manos desnudas, pero solo necesitó un golpe para dejarlo fuera de combate.

Sofía, presa de una crisis de ansiedad, dejó caer el arma y ésta se disparó accidentalmente, aunque el proyectil se perdió en el techo de la fábrica. La chica comenzó a gemir y llorar, subiéndose el pantalón y agarrándose la mano malherida contra el pecho. Cándido corrió hacía una ventana cercana y se asomó a ella, gritando y gesticulando, tratando de llamar la atención de los agentes de seguridad del polígono con los que había venido.

—¡Están aquí, eh, aquí! —Cándido se giró y acudió junto a Sofía.

Las sirenas sonaban más cercanas, traídas por un viento que soplaba cada vez más fuerte. Unas luces de colores comenzaron a filtrarse por las ventanas de la nave.

Cándido, preocupadísimo, se agachó frente a ella y la miró de arriba a abajo, sin atreverse a tocarla.

—Tranquila, Sofía, ¿vale?, ya está, ya está. Tú tranquila… —Cándido se giró—. Voy a ver como está Tony… joder… tenía que haber venido con vosotros.

Cándido se levantó, pero Sofía le agarró de la camisa.

—¿Cómo… Por qué…? —no podía encontrar las palabras, pero Cándido entendió lo que quería preguntar y habló deprisa mientras atendía a Tony.

—Encontré cosas muy chungas sobre el marido de Noelia. Hackeé sus correos. Está metido en un asunto muy sucio, estafas y cosas así. Pensé en llamaros… pero quería presumir y decidí venir para contároslo en persona y restregárselo en la cara a este tonto —Cándido cortó las bridas que maniataban a Tony—. Usé la aplicación espía parar seguir el móvil de Noelia. Así os localicé, pero cuando escuché los disparos y los gritos avisé a los de… ¡oh, dios mío!… —Cándido había puesto a Tony de costado, en una posición de seguridad, pero al verle la cara no pudo evitar retroceder, asqueado y espantado.

Sofía se acercó también y de su garganta escapó un gemido, pero miró a Cándido y le pidió que se quitase la camiseta.

Cándido comprendió lo que ella estaba pensando y se quitó la prenda para presionar las heridas de la cara de su amigo con suavidad, limpiando y frenando la sangría. 

—¡Hijos de puta! —Cándido, furioso, miró a la chica—. ¿Quién coño eran estos tíos?

—No lo sé… —no podía dejar de llorar mientras acariciaba a Tony con la mano buena—. No lo sé, Cándido… Creo que son traficantes de drogas…

Cándido vio la mano de la chica.

—Sofía, tu mano… ¡Estás malherida! no puedes…

—¡Hey! ¿¡Qué está pasando aquí!? 

Era la voz de uno de los agentes de seguridad. Cándido le dio la camiseta a Sofía y le pidió que siguiera presionando, luego se incorporó y habló con los guardas, explicándoles la situación. Uno de ellos dio aviso a emergencias mientras que Cándido ayudaba al otro guarda a esposar a William, que seguía inconsciente.

Pocos minutos más tarde llegó una patrulla de la policía, vio la escena y en poco tiempo se presentaron en la fábrica tres ambulancias y varias dotaciones de la policía nacional, así como un equipo especial de rescate de los bomberos. Un par de horas más tarde llegaron los primeros periodistas de televisión. Simas, gravemente herido, tuvo que ser extraído en una UCI móvil donde se le practicó la reanimación tras un fallo sistémico general, sobreviviendo de milagro.

En el exterior de la fábrica el viento aumentó de fuerza, trayendo consigo una borrasca veraniega, cargada de humedad y electricidad estática.

La policía pudo localizar a Francesca gracias al teléfono móvil, aunque no tuvieron que recurrir a ninguna sofisticada tecnología de seguimiento por vía satélite: fue Sofía la que les dio el número y ellos usaron la vieja técnica de llamar al móvil y seguir el sonido de la melodía. Afortunadamente la sala del pozo estaba cerca y la acústica facilitó el seguimiento del sonido.

Tardaron casi seís horas en poder sacarla de allí con vida bajo los relámpagos y los truenos que golpeaban la estructura de la fábrica. La mayoría del tiempo lo dedicaron a estabilizarla en el fondo del agujero, una tarea complicadísima debido al poco espacio que había allí abajo y a las terribles heridas que la pobre chica había sufrido, pero al final pudieron extraerla y llevarla en helicóptero hasta el Hospital Universitario en estado crítico bajo una fuerte tormenta llena de aparato eléctrico.

Tony y Sofía también fueron al mismo hospital que Chesca. Uno de los agentes recuperó el dedo amputado de Sofía, pero estaba demasiado dañado y contaminado con la porquería del suelo, así que los médicos optaron por no coserlo de nuevo a la mano.

Los primeros agentes de policía que llegaron a la fábrica tomaron nota de la descripción que hizo Sofía sobre su atacante, incluido el nombre que usó el hombre rubio del bigote cuando lo saludó: Rusky. Uno de los policías locales que estaba de apoyo en el lugar escuchó el breve interrogatorio.

Era el confidente de los Troskys.


61. 

Andrei.


«Traición. Muerte. Sangre».

«Control, Andrei».

«No».

«Sí, control».

«¡NO!»

«Control, Andrei. Estás en una misión».

«¡La misión ha fracasado!».

«No. Aún no. Eres un soldado, un profesional. No puedes abandonar, aún no».

«Ese negro de mierda me ha jodido…».

Rusky se palpó el vientre y contempló su mano empapada de sangre.

«No hay órganos afectados, y lo sabes. Control, Andrei. Esta es tu misión, tu prestigio aún está impoluto, no puedes mancharlo ahora por un simple contratiempo. Control».

«¡Pero duele, joder, duele mucho!». —Rusky golpeó el salpicadero del mercedes con tanta fuerza que rompió uno de los embellecedores de madera. 

«El dolor no te impedirá triunfar».

«¿Triunfar? ¡¿Triunfar dónde?! ¡Aquí no hay lugar para la victoria! Esta es una ciudad de mierda en un país de mierda lleno de gente de mierda. Lleno de cerdos, de ratas, de gusanos, ¡de insectos!».

«Y de arañas, Andrei, también hay arañas».

Rusky tomó aire y miró con ojos enloquecidos la carretera sin verla. Se saltó un semáforo en rojo y casi se llevó por delante a un indigente que iba empujando un carrito del Mercadona.

«Te ha picado una araña, Andrei, pero eres demasiado grande y su veneno no te ha afectado. Control, Andrei. Aún puedes prevalecer allí donde otros han fracasado. Aún tienes al niño».

«Sí, pero no por mucho tiempo —Rusky sonrió y se le cayeron varios fragmentos de hueso y dientes acompañados por un chorro de sangre por el agujero que tenía en la mandíbula: una de las balas de William le había reventado la barbilla—. El puto crío va a durar muy poco, en cuanto salga de la ciudad voy a pisotearlo hasta convertirlo en una pasta de carne picada».

«Nico lo tiene, Andrei. Nico lo tiene».

Rusky cambió de marcha con demasiada brusquedad sobresaltado por ese pensamiento.

«¿Y a mí qué me importa eso, eh? ¿Quien cojones es ese Nico? No sabemos quién es ni sabemos donde está».

«Oh, pero sí que lo sabes, Andrei. Claro que lo sabes, pero te dan miedo las arañas y no quieres encontrarte con una allí donde está, ¿verdad?».

«No sé de qué cojones estás hablando».

«La Beretta, Andrei. Ya has sentido la picadura de la araña en esa fábrica y te estás convirtiendo en un cobarde».

«No soy un cobarde».

«¿Ah, no? ¿Y a dónde vas tan rápido, eh?».

«¡No soy un cobarde!».

«Tus antiguos compañeros de unidad no pensarían lo mismo… si estuvieran vivos, claro. Dejarlos sin cobertura fue un acto de…».

¡NO SOY UN COBARDE! —Rusky intentó gritar en voz alta, pero la herida de la barbilla solo le permitió pronunciar algo parecido a «¡Ó foi um ofarde!».

«Demuéstralo, Andrei, demuestra que no te dan miedo las arañas. Usa al niño, consigue la droga y cumple tu misión».

Las lágrimas de rabia y dolor comenzaron a brotar.

«No soy un cobarde».

«Nico lo tiene, Andrei».

Rusky apretó los párpados con fuerza y recordó la casa de la Beretta, aquella donde encontró a esa Sofía por primera vez, la casa de los abuelos de Francesca. En el exterior sonó el lejano sonido de un trueno, largo y cargado de ondas de baja frecuencia. Algunas gotas lluvia, grandes y pesadas, golpearon la carrocería del mercedes.

«Alcohol, vómito, un hombre y una chica, una pistola en una bolsa de plástico y una caja de arena para gatos… Estaba construida con materiales reciclados y piezas de colores. En uno de los laterales había una palabra escrita con tiras de plástico».

—Nico.


62.

Noelia.


Ya era tarde cuando llegaron al centro comercial; los empleados de «Taco Mío» les dijeron que una chica llamada Sofía estuvo allí recogiendo sus cosas, pero no sabían nada del móvil. La chavala parecía muy preocupada (de hecho estaba llorando cuando les pidió permiso) y ellos le dejaron que buscase los objetos que cayeron del bolso.

Carlos llamó por teléfono a Sofía, pero no respondía a las llamadas.

—Qué raro —dijo—, si ella tiene tu móvil debería habernos llamado.

—No sé… —Noelia no había querido entrar en el local. El recuerdo de la pelea estaba demasiado fresco—. ¿Cómo sabía ella que yo había perdido mis cosas? Creo que nos vio juntos y que presenció la pelea. Puede que se asustase… y puede que sintiera celos, probablemente ambas cosas.

—¿Celos? ¿De qué estas hablando?

Noelia puso los ojos en blanco.

—Vamos Carlos, ya eres mayorcito y Sofía no es una niña, aunque lo parezca.

—Pero, ¿celos de quién?, ¿de ti o de mí?

—Probablemente de ambos —Noelia suspiró—. Mira Carlos, no te voy a mentir… creo que en las últimas semanas yo la estuve seduciendo.  Sé cómo suena, pero fue algo espontáneo, ni siquiera pensé en ello hasta esta mañana. También pienso que ella… bueno, creo que ella también sentía cierta atracción hacia mí.

Ambos se dirigían hacia el aparcamiento subterráneo, buscando el Fiat de Noelia.

—No sé como tomarme esto, Noelia. Quiero decir que aún no hemos hablado sobre tus tendencias… sobre…

—¿Sobre mi lesbianismo?

—Bueno, sí, no sé… no sé como decirlo —Carlos se detuvo y tomó a Noelia de ambas manos para que ella le mirase a la cara—. No quiero parecer un machista o un retrógrado, pero esto me ha pillado por sorpresa y aún tengo que digerirlo.

—¿Te molesta mi sexualidad?

—No —dijo él inmediatamente—. No, para nada. Creo que me molestó más que no me lo dijeras, que no confiaras en mí.

Noelia asintió con la cabeza.

—Entiendo.

—Quiero que sepas una cosa, Noelia… lo que te dije en el restaurante sobre que no teníamos un vínculo, aquello fue…

Noelia le puso una mano en la boca.

—No, Carlos, tenías razón; yo no tenía ningún derecho a anteponer mis…

—Te amo.

—…propios deseos y anhelos a tus… ¿Qué, cómo has dicho?

—Te amo, Noelia.

Carlos la besó con suavidad, pero Noelia apretó aun más el cuerpo contra Carlos, acoplándose y buscando encajar sus curvas contra los ángulos de él. Carlos la besó con más intensidad, abrazándola con fuerza. Noelia buscó con la cadera la erección de Carlos, dejando que su vientre sintiera la dureza del pene a través de la ropa. Al cabo de un par de minutos se separaron y Carlos la miró a los ojos para hablarle.

—Decir aquello del «vínculo» fue una estupidez, una estupidez provocada por los celos y por mi orgullo machista herido: ¿una mujer me pone los cuernos con otras mujeres; una tía que liga a mis espaldas más que yo?… Lo siento Noelia, solté la primera tontería que me vino a la cabeza. Te quiero… —Carlos tomó aire—, te quiero y me da miedo decir que te necesito porque no quiero cargarte con esa responsabilidad, pero a veces pienso que es así, que no podría seguir adelante sin ti… 

—Ya… Bueno, no te sientas culpable por ello, puede que yo tenga un poco la culpa de haberte creado esa necesidad. Quiero decir que yo sabía de tus debilidades y que me aproveché de ellas para —Noelia intentó sonreír—, para ligarte, para atarte a mi lado, para estar contigo. Ya conoces mi manía de analizar a las personas y contigo encontré un filón.

—Ya te digo.

—Pensé: «Este tío tiene un buen cacao en la cabeza, seguro que le vendrían bien unos cuantos consejos y una buena mujer que sepa escuchar sus problemas y sus neuras».

—Es una técnica un tanto retorcida para ligar, pero parece que te ha dado resultado.

Callaron durante unos segundos, mirándose, deleitándose en la mirada mutua, deseándose.

«Fóllatelo, Noelia. Déjate de mierdas, llévalo a su casa y te metes la polla en el coño hasta que os corráis».

«Eres una ordinaria».

«Y tú estás cachonda».

Noelia rió sin motivo aparente y le contagió la risa a Carlos.

—Anda, Carlos, vámonos, te llevo a casa.

—Sí. Nico debe estar subiéndose por las paredes.


Continuará...

©2020 Kain Orange