tag:blogger.com,1999:blog-86008676021629703412024-03-13T07:19:46.039+01:00Eros ex MachinaeEl erotismo pornográfico escupido por la mente de un hombre con la máquina mediante.Kain Orangehttp://www.blogger.com/profile/12046312746243884686noreply@blogger.comBlogger86125truetag:blogger.com,1999:blog-8600867602162970341.post-51802409525586515542021-05-16T11:22:00.002+02:002021-05-16T11:22:11.485+02:00ESPERMA (27)<p style="text-align: center;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"><b>27.</b></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"><b><br /></b></span></p><p style="text-align: center;"><b><span style="font-family: georgia; font-size: medium;">ROSA</span></b></p><p style="text-align: center;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"><br /></span></p><p style="text-align: left;"><span style="font-family: georgia;"><span style="font-size: x-large;">R</span>ecuperó la consciencia poco antes del amanecer, con la pastosa boca oliendo a cloaca y la vejiga a punto de reventar. Milagrosamente la cabeza no le dolía demasiado y pudo levantarse de la cama de invitados del cortijo con un ligero mareo. Se movió a oscuras, tanteando el aire con los dedos flotando frente a ella como fantasmales gusanos. Tropezó con la puerta del baño y soltó una palabrota. Accionó el interruptor de la luz, pero la bombilla no se encendió.</span></p><p style="text-align: left;"><span style="font-family: georgia;">Resignada caminó a oscuras hasta la taza y cuando se quitó la bata tardó un rato en percatarse de que debajo no llevaba bragas. Ni sujetador. Estaba como Dios la trajo al mundo y eso la inquietó un poco, porque no recordaba absolutamente nada de lo sucedido en las últimas horas. Se reclinó en la taza y soltó un chorro larguísimo. Se miró y vio que el pis era oscuro y maloliente. Se limpió el conejo y un breve destello fugaz pasó por su cabeza en forma de recuerdo, pero no consiguió atraparlo.</span></p><p style="text-align: left;"><span style="font-family: georgia;">Era algo sexual relacionado con su sexo. Algo íntimo y erótico, pero sin imágenes. Era el recuerdo de una sensación reciente. Rosa agitó la cabeza y regresó a la cama, somnolienta.</span></p><p style="text-align: left;"><span style="font-family: georgia;">En el colchón había otra persona durmiendo.</span></p><p style="text-align: left;"><span style="font-family: georgia;">Era una mujer y estaba totalmente desnuda excepto por una sencillas braguitas de encaje blanco. Poco a poco el estupor y la sorpresa dio paso al reconocimiento y la incredulidad.</span></p><p style="text-align: left;"><span style="font-family: georgia;"><i>«¿¡Mariola?!».</i></span></p><p style="text-align: left;"><span style="font-family: georgia;">El recuerdo llegó a trompicones, como retazos sueltos de un tráiler cinematográfico incompleto: la piscina y la ayuda de Carla mientras vomitaba y la acompañaba a la vivienda; el recuerdo de una oscuridad y de un sueño extraño, excitante, prohibido y muy turbador relacionado con su hija.</span></p><p style="text-align: left;"><span style="font-family: georgia;">Después el despertar y la llegada de Mariola a la puerta del cortijo: el abrazo, los besos, las caricias. De nuevo la oscuridad y la imagen de sí misma conducida a través de la casa cogida de la mano de Mariola hasta el baño de la habitación de invitados.</span></p><p style="text-align: left;"><span style="font-family: georgia;">Un rubor floreció en su cara al recordar los vómitos en el pequeño aseo, bilis y saliva sobre las baldosas, con su amiga Mariola sujetándole la cabeza. Después de eso no recordó nada más.</span></p><p style="text-align: left;"><span style="font-family: georgia;">El corazón latió deprisa en el pecho de la mujer al acercarse lentamente a la cama, mirando la estilizada figura que allí reposaba. Mariola dormitaba con el dorso de una mano pegada a su mejilla, como una niña. El cabello rubio, largo y sedoso, se abría alrededor de su cabeza como un halo de rayos solares, atrapando en la oscuridad del dormitorio los escasos reflejos que llegaban del exterior.</span></p><p style="text-align: left;"><span style="font-family: georgia;">La ventana abierta traía el sonido del campo momentos antes del amanecer, así como las fragancias de la sierra de Luégana, fresca, límpida y orgánica.</span></p><p style="text-align: left;"><span style="font-family: georgia;">Rosa se sentó en la cama, dejando que su obesa desnudez se hundiera en el colchón. El somier chirrió como un cerdo en el día de su matanza. Extendió una mano y acarició el rostro de su amiga, pues necesitaba saber que estaba allí de verdad, que era real, que no era una alucinación.</span></p><p style="text-align: left;"><span style="font-family: georgia;">Sus dedos confirmaron la solidez de esa carne, la suavidad de esa piel y la calidez de ese cuerpo. Rosa no quería llorar, pero sintió el picor en los ojos y la vista se nubló debido a la humedad. Se tumbó junto a ella y la cama volvió a hundirse bajo su peso. Su cabeza estaba llena de preguntas e interrogantes, pero apartó su curiosidad a un lado y prefirió aprovechar la dormida presencia de Mariola, disfrutando de la visión y el contacto de ese maravilloso cuerpo.</span></p><p style="text-align: left;"><span style="font-family: georgia;">Rosa apretó su obesidad contra la durmiente, percibiendo el calor corporal que emitía, colocando con suavidad uno de sus enormes muslos llenos de carne y celulitis sobre la delgada pierna de Mariola. Su mano recorrió la cintura y el vientre de su amiga, buscando el nacimiento de las piernas, bajando lentamente por los muslos tersos y sedosos, un poco tostados. </span></p><p style="text-align: left;"><span style="font-family: georgia;">Las braguitas eran blancas y el triángulo del pubis se adivinaba entre los encajes de la prenda; Rosa lo acarició con cuidado.</span></p><p style="text-align: left;"><span style="font-family: georgia;">Estaba caliente.</span></p><p style="text-align: left;"><span style="font-family: georgia;">Mariola despertó y la mano que había estado apoyada en la mejilla se movió despacio hasta tocar el rostro de Rosa. Los párpados se abrieron y ambas mujeres se miraron a los ojos largo rato en silencio.</span></p><p style="text-align: left;"><span style="font-family: georgia;">—Estás aquí —dijo al fin Rosa sin dejar de acariciar la entrepierna de su amiga.</span></p><p style="text-align: left;"><span style="font-family: georgia;">—Sí.</span></p><p style="text-align: left;"><span style="font-family: georgia;">Rosa hizo la pregunta que le atormentaba desde hacía horas.</span></p><p style="text-align: left;"><span style="font-family: georgia;">—¿Por qué?</span></p><p style="text-align: left;"><span style="font-family: georgia;">Mariola supo que en esas dos palabras había mucho más: no le estaba preguntando solamente por qué estaba allí en esos momentos. Antes de hablar pensó detenidamente las palabras que iba a decir, disfrutando de las caricias que los dedos de Rosa le proporcionaba allí abajo. Su voz llenó la quietud del dormitorio con su tono pausado y grave:</span></p><p style="text-align: left;"><span style="font-family: georgia;">—La otra noche no solo volví a hacer el amor contigo. No fue sólo sexo. La otra noche encontré algo que había perdido mucho tiempo atrás, Rosa, y no me refiero a tu amistad o a tu compañía. Tampoco a nuestros recuerdos compartidos, que nunca he perdido.</span></p><p style="text-align: left;"><span style="font-family: georgia;">«Lo sé, amor mío. Lo sé» —pensó Rosa, aunque no dijo nada, dejando que la voz grave y sensual de su amiga continuase acariciando su rostro.</span></p><p style="text-align: left;"><span style="font-family: georgia;">—Encontré que en la complicidad de tu mirada y de tus gestos se encontraba la comprensión mutua de nuestros deseos sin tapujos, de la libertad de no sentir vergüenza por ser lo que fuimos, lo que somos y lo que podríamos llegar a ser. O por lo que hacemos —Mariola sonrió pensando en la mano que la estaba tocando en esos momentos—. Encontré la seguridad de que podría compartir contigo cualquier detalle de mi vida, por muy nimio y trivial que pudiera ser, y que tú lo aceptarías con júbilo, agradecida por ser partícipe de ello. Encontré la reciprocidad en un espíritu afín, sin miedo, sin condescendencia. Volví a encontrar la pureza de un amor real, Rosa, verdadero…</span></p><p style="text-align: left;"><span style="font-family: georgia;">Hizo una pausa, puesto que las caricias de su amiga le habían enervado y un escalofrío recorrió su espina dorsal cuando los dedos apretaron alrededor de la vulva.</span></p><p style="text-align: left;"><span style="font-family: georgia;">—Ayer conocí a tu hija, a Carla, y nos vio juntas.</span></p><p style="text-align: left;"><span style="font-family: georgia;">Rosa se detuvo, abrió mucho los ojos y dejó de respirar unos segundos, azorada. Mariola vio su preocupación en el rostro y la acarició para tranquilizarla.</span></p><p style="text-align: left;"><span style="font-family: georgia;">—Está bien, no pasa nada: ella también vio lo que había entre nosotras y lo entendió, cielo —Mariola la besó con dulzura—. Entendió que entre nosotras había un vínculo que iba más allá de la pasión de la carne. Estaba confusa, pero al final lo vio.</span></p><p style="text-align: left;"><span style="font-family: georgia;">—Desde hace un tiempo está confusa, pero es inteligente, como su padre.</span></p><p style="text-align: left;"><span style="font-family: georgia;">—Como su madre —rectificó Mariola bajando la mano por la mandíbula de Rosa, acariciando la papada que se le había formado bajo la barbilla, recorriendo el robusto cuello y buscando el nacimiento de sus senos.</span></p><p style="text-align: left;"><span style="font-family: georgia;">La luz del amanecer estalló en la ventana y el cabello rubio de Mariola se incendió, deslumbrando a Rosa con destellos ambarinos y ocres. La claridad entró en el cuarto y Mariola se excitó al ver la piel lustrosa de los pechos de su amiga, con unas ligeras estrías en el nacimiento de las mamas, con las venas azules surcando la epidermis en un mapa de carreteras lleno de diminutas imperfecciones: granitos enrojecidos, lunares, manchas, algún pelito negro cerca de las areolas…</span></p><p style="text-align: left;"><span style="font-family: georgia;">Era una piel madura, suave, caliente, viva. Diminutas gotas de transpiración despuntaban por los poros de esa piel y Mariola las lamió, saboreando el pecho de su amante, deslizando sus labios por la curvatura del seno para buscar la oscura areola. La voz de Rosa rompió la magia del momento con sus palabras:</span></p><p style="text-align: left;"><span style="font-family: georgia;">—Tengo hambre.</span></p><p style="text-align: left;"><span style="font-family: georgia;">Mariola se rió con uno de los pezones metido en la boca, manchando la teta de saliva. Rosa también rió y sus melones temblaron y se agitaron como un flan.</span></p><p style="text-align: left;"><span style="font-family: georgia;">—Ayer no comí nada, Mariola. Lo siento pero me muero, te lo juro.</span></p><p style="text-align: left;"><span style="font-family: georgia;">Mariola se desperezó estirando los brazos sin dejar de sonreír.</span></p><p style="text-align: left;"><span style="font-family: georgia;">—Vale, yo también tengo que hacer un pipí —dijo usando una expresión que no utilizaba desde que era una niña.</span></p><p style="text-align: left;"><span style="font-family: georgia;">Ambas se levantaron y Rosa se sintió un poco cohibida por mostrar toda su desnudez a la luz del día ante Mariola, así que atrapó una de las sabanas de la cama para taparse las lorzas y los michelines que le colgaban por las caderas. Su amiga se percató del gesto y le quitó la prenda con suavidad.</span></p><p style="text-align: left;"><span style="font-family: georgia;">—No te tapes. Quiero verte.</span></p><p style="text-align: left;"><span style="font-family: georgia;">Rosa dejó que le quitase la sábana y se sonrojó. Mariola se enamoró de esas mejillas coloradas, enmarcadas por los abundantes rizos negros que caían en una maraña sedosa sobre los hombros hasta el nacimiento de los pechos. El corazón de ambas mujeres latieron con fuerza al unísono, acelerados, puesto que Rosa vio el deseo en la mirada de su amiga, ya que ésta sentía muchas ganas de poseer ese enorme cuerpo lleno de carnes sebosas y gruesos michelines, y la vergüenza que Rosa sentía por su opulento físico excitaba a Mariola, puesto que era un signo de su falta de auto confianza, una muestra de debilidad que despertaba el lado más dominante y posesivo de la rubia.</span></p><p style="text-align: left;"><span style="font-family: georgia;">—Odio mi cuerpo —confesó Rosa, algo que jamás hubiera soñado decir en voz alta a nadie—. Soy una cobarde, Mariola. Hace años dejé de amar a Gabriel y creo que dejé de cuidarme con la esperanza de que Gabriel también odiase mi cuerpo, para que fuese él quien diera el primer paso para separarnos, para que él cargase con la culpa de romper nuestra familia.</span></p><p style="text-align: left;"><span style="font-family: georgia;">Se tocó la gorda barriga y sonrió sin humor.</span></p><p style="text-align: left;"><span style="font-family: georgia;">—¿No crees que es de locos? </span></p><p style="text-align: left;"><span style="font-family: georgia;">Mariola le atrapó el vientre con ambas manos, hundiendo los dedos en las adiposas capas de grasa, amasando toda esa carne con dulzura. El contacto despertó la libido de Rosa y su coño se mojó.</span></p><p style="text-align: left;"><span style="font-family: georgia;">—Puedes cambiar, si lo deseas —le dijo Mariola en voz baja—. Puedo ayudarte. Pero si no, no tienes nada que temer: jamás te odiaré. Ya no. Nunca más.</span></p><p style="text-align: left;"><span style="font-family: georgia;">Rosa no supo qué contestar, pero asintió con la cabeza en silencio. Mariola le dio un piquito en los labios y le agarró la mano, tirando de ella hacia el cuarto de baño.</span></p><p style="text-align: left;"><span style="font-family: georgia;">—Ven, Rosi. Hagamos pipí juntas, ya sabes: «la almeja española nunca mea sola».</span></p><p style="text-align: left;"><span style="font-family: georgia;">La morena se rió a carcajadas, recordando la vieja rima que usaban cuando salían a jugar al monte y les entraban ganas de orinar al aire libre. Siguió a la delgada rubia, admirando como vibraban las carnosas nalgas de su amiga dentro de las bragas.</span></p><p style="text-align: left;"><span style="font-family: georgia;">En el breve trayecto hasta el baño principal de la vivienda —más grande que el de invitados— recordó las veces que se dijeron aquella rima, una excusa en clave para hacerse cunnilingus mutuamente. Solían orinar una frente a la otra y a veces tenían que esperar varios minutos a que a una de ellas le llegase el pis, acuclilladas, mirándose el pubis, con las piernas abiertas y los peluditos chochitos húmedos y expectantes al aire, sintiendo la brisa de la sierra enfriando la humedad de sus labios internos, con las braguitas enrolladas en los tobillos.</span></p><p style="text-align: left;"><span style="font-family: georgia;">Al terminar de hacer pipí usaban la misma excusa morbosa de siempre: no tenían nada para limpiarse, así que tenían que recurrir a la ayuda mutua para hacerlo, limpiándose los pelos del coño con la lengua, turnándose. </span></p><p style="text-align: left;"><span style="font-family: georgia;">Antes de entrar al baño la humedad ya corría por la parte interna de sus celulíticos muslos. No pudo evitar fijarse en que las braguitas de Mariola también brillaban por los bordes de las ingles.</span></p><p style="text-align: left;"><span style="font-family: georgia;">Cuando entraron al baño Mariola miró a los ojos de su obesa amiga mientras se quitaba las bragas, sonriendo con satisfacción al ver como Rosa desviaba los ojos hacia abajo para mirarle el coño. La rubia se sentó en la taza con los muslos abiertos, carnosos y torneados, perfectos. Tenía los pelos del coño del color del trigo, ligeramente tostados. Tenía la vulva limpia de vellos, pero el monte de Venus era un felpudo recortado de aspecto sedoso y mullido.</span></p><p style="text-align: left;"><span style="font-family: georgia;">Sus exigüos pechos parecían los pectorales de un chaval de trece años: planos hasta casi parecer inexistentes, pero sus erectos pezones despuntaban rabiosos desde las pequeñas areolas, rojas como el vino, pidiendo ser acariciados.</span></p><p style="text-align: left;"><span style="font-family: georgia;">Al abrirse tanto las piernas se la había abierto la raja, mostrando el arrugado interior lleno de carnes rojizas y labios hinchados, tan inflamados que se le habían oscurecido hasta amoratarse, llenos de sangre caliente. Mariola puso una mano sobre su pubis, tirando hacia arriba para que la funda de la pipa se levantase: el precioso granito asomó tieso y rojo. Con la otra mano agarró la muñeca de Rosa y la atrajo hacía ella.</span></p><p style="text-align: left;"><span style="font-family: georgia;">—Ven, cielo. ¿Recuerdas lo que hacíamos en la vieja hacienda de los Bueno?</span></p><p style="text-align: left;"><span style="font-family: georgia;">Rosa asintió cachonda sin poder apartar la vista de esa hendidura carnosa, recordando las calurosas sobremesas escondidas en la abandonada hacienda, meando juntas y comiéndose los peludos coñitos encharcados de pis.</span></p><p style="text-align: left;"><span style="font-family: georgia;">—Verás, Rosi. Hubo algo que siempre quise hacer y no me atreví a pedirte.</span></p><p style="text-align: left;"><span style="font-family: georgia;">—Eso es raro —dijo riendo nerviosa, recordando lo atrevida que era Mariola en aquella época.</span></p><p style="text-align: left;"><span style="font-family: georgia;">—Me daba miedo que pensaras mal de mí, tesoro.</span></p><p style="text-align: left;"><span style="font-family: georgia;">Rosa sostuvo la intensa mirada de su amante durante varios segundos en silencio, percibiendo en esa mirada el deseo inconfesable de Mariola. Sin decirse una sola palabra la madura mujer supo qué era aquello que siempre deseó hacer su compañera, así que se arrodilló ante ella, acercando la cara a ese preciosísimo sexo con los ojos cerrados, esperando a que Mariola relajase el esfínter y vaciase su vejiga en su rostro.</span></p><p style="text-align: left;"><span style="font-family: georgia;">Mariola jadeó con fuerza al ver que su amiga había adivinado la fantasía que siempre tuvo desde que era una adolescente recién salida de la pubertad. El rubor subió por su cara y el diminuto agujero de la uretra escupió el líquido ambarino, bañando las mejillas, la nariz y los labios de Rosa.</span></p><p style="text-align: left;"><span style="font-family: georgia;">No era la primera vez que recibía orina en la cara, puesto que Gabriel, aficionado a usar sus pechos para masturbarse, a veces se dejaba llevar por el morbo de la postura y miccionaba sobre su cabeza después de eyacular en sus tetas. A ella no le gustaba mucho, pero en esta ocasión decidió explotar todos los recursos disponibles a su alcance para que Mariola disfrutase al máximo de ella, aceptando cualquier fantasía, por muy humillante que ésta fuese.</span></p><p style="text-align: left;"><span style="font-family: georgia;">Así que abrió la boca y dejó que su novia —pues así la consideraba ya— le mease dentro.</span></p><p style="text-align: left;"><span style="font-family: georgia;">Mariola dejó escapar un sonoro jadeo que era casi una interjección, pues no esperaba aquello. Mientras meaba en la boca de su gorda amante sintió como le ardía el pecho de excitación, respirando con fuerza mientras se ponía tan cachonda que no pudo evitar acercar aún más el coño a esa boca abierta, agarrando los pelos de su amiga y tirando de ellos, forzando a que pegase los labios a su vulva.</span></p><p style="text-align: left;"><span style="font-family: georgia;">Rosa obedeció y aceptó el humillante ofrecimiento, dejando que Mariola usase su boca como un vulgar urinario, sintiendo como ese coño expulsaba los chorros de ardientes meados directamente en su garganta, con los labios vaginales pegados a sus dientes.</span></p><p style="text-align: left;"><span style="font-family: georgia;">No pudo aguantar mucho tiempo y tuvo que sacar la cabeza de ahí, regurgitando meados y saliva sobre el coño y las ingles de Mariola, pero en un par de segundos se recuperó y volvió a hundir las narices dentro de esa fuente de orina, recibiendo de buena gana el ardiente chorro sobre su lengua. De hecho logró moverla dentro de la raja, buscando el origen del caño con la punta hasta encontrarlo.</span></p><p style="text-align: left;"><span style="font-family: georgia;">A Mariola le gustó mucho sentir la lengua de Rosa lamiéndole el agujero del meato mientras éste seguía expulsando líquidos amarillos, provocándole un estremecimiento que nació en las lumbares y le recorrió toda la espalda. La lujuria despertó en ella con renovada energía y movió las caderas para restregar las ultimas gotas en la oronda cara de su novia.</span></p><p style="text-align: left;"><span style="font-family: georgia;">Rosa despegó el rostro de ese mejillón y el tufo a orines se dispersó por el aseo. Un puente de babas vaginales quedó colgando desde la raja hasta las narices de la gorda, puesto que Mariola, excitada y cachonda como nunca, no había dejado de expulsar flujos por el conducto vaginal. La morena se relamió los labios y se alzó, buscando la boca de la meona. Se besaron con fuerza, intercambiando salivas y restos de excrecencias líquidas, con el fuerte olor a amoníaco del sexo de Mariola flotando alrededor de ellas.</span></p><p style="text-align: left;"><span style="font-family: georgia;">—Eres una cerda —dijo Rosa a Mariola.</span></p><p style="text-align: left;"><span style="font-family: georgia;">Ésta se rió en la boca de su amiga, pero le limpió la cara con la lengua.</span></p><p style="text-align: left;"><span style="font-family: georgia;">—Te amo —dijo, y Rosa sintió que se derretía por dentro, pues sabía que era cierto.</span></p><p style="text-align: left;"><span style="font-family: georgia;">Se levantaron y se ducharon juntas, explorando sus cuerpos hasta el último rincón. La vergüenza de Rosa era superada por el amor y la excitación que sentía en esos momentos, puesto que su amiga y amante no dejaba de toquetear y rebuscar por toda la orografía de su enorme cuerpo, señalando y pellizcando aquellas partes y defectos que más odiaba Rosa de su anatomía, nombrándolas en voz alta, acariciándolas o besándolas:</span></p><p style="text-align: left;"><span style="font-family: georgia;">Los granitos y las rozaduras de las ingles; la marca de nacimiento bajo la axila derecha; la verruga coronada por un insidioso pelito que tenía sobre los lumbares; la piel flácida que le colgaba bajo el brazo, detrás de los bíceps; los pezones desiguales, torcidos y asimétricos; las cicatrices, los cortes y las quemaduras de varias décadas de arduo trabajo.</span></p><p style="text-align: left;"><span style="font-family: georgia;">Y las lorzas, la tripa gorda y tensa, los michelines y los pliegues de grasa sebosa. Y el enorme culo con su piel de naranja cubierto de celulitis. De ahí nacían las dos gigantescas columnas de sebo que eran sus muslos, fuertes y llenos de grasa. Era un cuerpo maduro, curtido y lleno de defectos: era perfecto y Mariola lo amaba con locura.</span></p><p style="text-align: left;"><span style="font-family: georgia;">Bajo el agua volvieron a hacerse el amor, gritando sin miedo en la soledad del cortijo, chillando a voces su locura sexual y entregándose a los juegos prohibidos de su experimentada madurez sin tapujos.</span></p><p style="text-align: left;"><span style="font-family: georgia;">Bajo el agua Mariola recibió su bautismo de orina, devolviendo a Rosa la misma caricia que ella le había hecho en la taza del váter, hundiendo la boca en el peludo mejillón de su robusta amiga y lamiendo la uretra mientras le meaba la garganta, atragantándose con el fuerte néctar que le salía a Rosa del coño.</span></p><p style="text-align: left;"><span style="font-family: georgia;">El ano de Rosa fue dilatado por los dedos de Mariola y luego perforado por uno de los cepillos para el pelo que había por allí, sintiendo la gorda mucha vergüenza al ver que el mango salía ligeramente manchado de restos fecales. La vergüenza se convirtió en un torrente de morbo y lujuria al ver como su amiga se introducía ella también el sucio objeto por el culo aprovechando que estaba lubricado con la mucosa rectal de Rosi, cambiando de agujero alternativamente, penetrando ambos ojetes con el infame instrumento. El agua de la ducha y el jabón que usaron como lubricante sirvieron para limpiar el cepillo, así que no dudaron en proporcionarse placer vaginal con él.</span></p><p style="text-align: left;"><span style="font-family: georgia;">Rosa permitió que Mariola le metiese el ancho cepillo por la parte de las cerdas, flexibles y redondeadas, dilatándole su gordo coño mientras la excitada rubia le comía los enormes pezones, tan tiesos que parecían dátiles maduros, mientras le reventaba la chorreante vagina con el cepillo.</span></p><p style="text-align: left;"><span style="font-family: georgia;">Rosa perdió la cuenta de las veces que se vino por las patas abajo, sufriendo orgasmo tras orgasmo, flotando constantemente en una nube de viciosa lujuria llena de morbosas fantasías y deseos prohibidos, cuánto más excitantes al saber que la otra persona no solo era un cuerpo vivo, sensual y sumamente atractivo, si no que era una persona amada que correspondía con el mismo fervor apasionado que ella mostraba.</span></p><p style="text-align: left;"><span style="font-family: georgia;">Era su amante, su novia, su pareja, su alma gemela. Su vida.</span></p><p style="text-align: left;"><span style="font-family: georgia;">Hubieran estado allí todo el día. Toda la eternidad. Pero Rosa tenía hambre y estaba famélica, así que tras unos interminables orgasmos mutuos dieron por concluida esa bacanal de sexo y pasión.</span></p><p style="text-align: left;"><span style="font-family: georgia;">Rosa salió del baño con una toalla pegada a sus gloriosas tetas, pero Mariola se quedó dentro del aseo, pues quería intimidad para cagar a solas (aunque Rosa sabía que si ella hubiera querido quedarse a mirar como cagaba, Mariola no hubiera puesto ninguna pega).</span></p><p style="text-align: left;"><span style="font-family: georgia;">En el breve trayecto hasta la cocina decidió que no volvería a separarse de Mariola, de que la acompañaría allá a donde ella le pidiese sin importarle las consecuencias. Pensó en sus hijos y una esquirla de hielo se le clavó en el pecho.</span></p><p style="text-align: left;"><span style="font-family: georgia;"><i>«¿Qué clase de madre abandona a sus hijos por lujuria?».</i></span></p><p style="text-align: left;"><span style="font-family: georgia;">Pero Rosa sabía que no era solo lujuria y que Esteban y Carla ya no eran niños. El chico ya vivía fuera de casa y su pequeña quería estudiar fuera para alejarse de un hogar que se había desmoronado lentamente en los últimos años.</span></p><p style="text-align: left;"><span style="font-family: georgia;"><i>«¿Estás segura de todo eso o simplemente estás buscando una excusa para justificarte, para no sentirte culpable por abandonar a tu familia?».</i></span></p><p style="text-align: left;"><span style="font-family: georgia;">Rosa contempló cómo la margarina se derretía lentamente sobre la tostada.</span></p><p style="text-align: left;"><span style="font-family: georgia;"><i>«¿Sabes qué? </i>—pensó mientras la mordía con fuerza—.<i> Me importa una mierda si es una excusa o no. No voy a separarme de Mariola. Nunca».</i></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-family: georgia;"><i>Continuará...</i></span></p><p style="text-align: left;"><span style="font-family: georgia;"><i><br /></i></span></p>Kain Orangehttp://www.blogger.com/profile/12046312746243884686noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8600867602162970341.post-65483230989639722382021-05-08T14:50:00.006+02:002021-05-08T14:50:24.500+02:00ESPERMA (26)<p style="text-align: center;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"><b>26.</b></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-family: georgia;"><b> </b></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-family: georgia; font-size: medium;"><b>GABRIEL</b></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-family: georgia;"><br /></span></p><p><span style="font-family: georgia;"><span style="font-size: x-large;">E</span>n la entrada de la urbanización el guarda de seguridad le miró con recelo, pero no puso muchos impedimentos. Gabriel condujo por las silenciosas rotondas ajardinadas tenuemente iluminadas por focos LED, buscando la casa de Magdalena entre bungalows de diseño <i>«urban friendly»</i> y tríplex bioclimáticos.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Las luces de los jardines daban a todo ese espacio una atmósfera irreal, amenazante. Las casas de lujo despuntaban por encima de las altas vallas camufladas tras oscuros setos, vigiladas por cámaras de seguridad de 360 grados situadas en lo alto de varios postes, aquí y allá.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Magdalena y Luciana vivían en la ladera de una colina, en una zona relativamente apartada de la urbanización, en medio de un pequeño bosquecillo rodeado por un muro de piedra artificial. La casa era una vivienda de tres plantas con un diseño de aluminio, cristal y acero inoxidable. Era una vivienda de lujo y solamente el garaje tenía los mismos metros cuadrados que el piso de Gabriel.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">El hombre estacionó a la entrada, fuera del recinto, junto al portón principal. Había estado llamando por teléfono a Magdalena, pero no respondía. Bajó del todoterreno y pulsó el avisador con videocámara que había junto a la puerta.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Nada.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Miró por un resquicio de la valla y vio que la casa estaba a unos cincuenta metros, atravesando un bonito jardín. Había luz en la planta baja, aunque era una luz muy tenue, cálida y cambiante, como el de una chimenea o la emitida por varias velas. Volvió a llamar por teléfono y a pulsar el interfono, con el mismo resultado negativo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Gabriel estaba inquieto, preocupado. Durante el trayecto su desazón había aumentado, sintiéndose cada vez más y más culpable por haber discutido con Magdalena. Por regla general era un hombre muy sereno que rehuía de los conflictos (jamás había golpeado a un hombre, ni siquiera de joven), en casa se podían contar con los dedos de una mano las veces que se había alzado la voz, y su breve pero intensa discusión con Lena le tenía cada vez más angustiado.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«Necesito hablar con ella. Necesito pedirle perdón, necesito verla».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">Le mandó varios mensajes, pero ninguno de ellos había dado acuse de lectura. Esa noche hacía muchísimo calor y tenía la ropa empapada. Los pantalones de color caqui y la camisa blanca le estorbaban y la corbata hacía rato que estaba tirada en la parte de atrás del vehículo. La desesperación y el calor le tenían el pulso aceleradísimo y no pudo soportar más la incertidumbre. Gabriel volvió al coche, arrancó y lo subió a la acera, estacionando lo más cerca posible del muro de piedra.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Se bajó del Volvo y se subió al capó, luego saltó al techo del todoterreno y desde allí se encaramó por encima del muro, ignorando las cámaras. Sin pensar en lo que hacía se descolgó por el otro lado, dejándose caer sobre el césped del jardín interior. Cayó de culo y se manchó los pantalones y la camisa. Tardó un minuto en encontrar las gafas, que se le habían caído con el impacto. Luego se levantó con torpeza y caminó a oscuras por el jardín hacia el ventanal de donde salía la luz de las velas.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Gabriel se acercó al cristal y miró el interior: la estancia estaba en penumbras, pero la luz de varias velas, cirios y candelabros iluminaban el interior con sus erráticas llamas, movidas por alguna corriente. La ecléctica colección de objetos mágicos y esotéricos llamó la atención de Gabriel, un hombre racional y nada espiritual. Nunca había pisado el interior de esa casa, aunque había traído y recogido muchas veces a la amiga de su hija en la puerta de entrada.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Gabriel escrutó las sombras del salón, buscando algún indicio del paradero de Lena cuando algo le llamó la atención: una sombra tenue que flotaba en el aire de forma fantasmagórica.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«Humo».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">El hombre observó con más atención y vio que la voluta de humo procedía de detrás de uno de los sillones. Gabriel golpeó el cristal con los nudillos pero nadie respondió. Golpeó más fuerte, pero con el mismo resultado negativo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¡Lena! —llamó en voz alta, preocupado—. ¡Magdalena!</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Con el ceño fruncido miro alrededor, tratando de localizar alguna entrada alternativa. Rodeó el edificio, buscando alguna puerta o ventana abierta. La localizó en la segunda planta, en la parte de atrás. Gabriel buscó en la zona de la piscina, donde supuso que habría herramientas de jardinería y escaleras de mano. Encontró una de aluminio, pequeña, pero con su estatura bastaría para alcanzar la ventana, aunque tendría que hacer algo de gimnasia y usar piernas y brazos para subir hasta allí.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Estuvo a punto de caer y romperse la crisma cuando sus brazos, desacostumbrados al ejercicio físico, le fallaron durante el acceso a la ventana, resbalando y golpeando la escalera con los pies, que cayó al suelo, dejando a Gabriel colgado con los brazos aferrados al alféizar. Apoyó las plantas de los pies en la fachada y se impulsó hacía arriba, metiendo el cuerpo dentro de la ventana.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Se dejó caer en lo que supuso que era el dormitorio de Lena, dedicando unos segundos a recuperar el aliento con el pulso acelerado y los faldones de la camisa rasgados y sucios. Luego se levantó y bajó al salón a toda prisa, llamando a Magdalena en voz alta.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">La encontró detrás del sillón, tirada en el suelo con el quimono abierto mostrando parcialmente su cuerpo desnudo. El bong estaba a sus pies, casi apagado. Tenía los ojos cerrados y un pequeño reguero de saliva caía de sus labios. Al lado de la cabeza, junto a sus rizos pelirrojos había un pequeño charco blanquecino. Gabriel no estaba seguro de si era vómito u otra cosa, pero no le gustó nada la imagen que ofrecía.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¡Lena! —Gabriel se arrodilló junto a ella y le tocó las mejillas.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Estaban frías.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Gabriel apoyó el oído en el rostro de la chica, tratando de escuchar su respiración. Tras unos angustiosos segundos pudo sentir su aliento, pero muy leve. Puso una mano sobre el pecho de la chica para buscar su pulso. Era muy lento, pero fuerte.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Lena, cariño —Gabriel la tomó en brazos y le tocó la cara, dándole suaves golpes con los dedos, puesto que eso era lo que solían hacer en las películas—, Magdalena… Despierta…</span></p><p><span style="font-family: georgia;">La chica gimió en sueños, pero no abrió los ojos. Gabriel miró alrededor desesperado mientras mecía a la pequeña, buscando alguna pista para averiguar qué era lo que había tomado para decírselo a los de urgencias cuando los llamase por teléfono.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Gaby?</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Gabriel miró el peculiar rostro de la joven, asustado, pero aliviado por escuchar su voz. Lena tenía los ojos entornados, las pupilas dilatadas y la boca exhalaba un aliento agrio y cálido. Tuvo un acceso de tos y Gabriel la puso de lado para evitar que se atragantase si sufría alguna arcada. Cuando terminó de toser y carraspear la joven abrazó el cuello de Gabriel y él la levantó en vilo para acostarla en el sofá.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">No pesaba nada y su cuerpecito, febril y suave, temblaba ligeramente entre sus brazos. Una vez acostada el hombre tapó la desnudez de la joven cerrando el quimono. Ella le acarició la cara mientras sonreía.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Has venido —dijo con voz ronca.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Las luces de las velas danzaban en su jovencísimo rostro, acentuando sus delgadas facciones y la humedad de sus labios.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Sí, cielo; estoy aquí —Gabriel tomó la mano de Lena entre las suyas, besándola—. Ahora descansa, pero primero tienes que decirme qué has tomado.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Has venido —volvió a repetir con voz somnolienta.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Sí, cariño. He venido y no voy a volver a dejarte —la sonrisa de Magdalena se acentuó al oír esas palabras, mostrando sus dientes—. ¿Qué has tomado, cielo? Necesito saberlo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">La chica negó con la cabeza y su sonrisa fluctuó un poco. Su voz sonó pastosa y errática.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—No pasa <i>nnnada</i>, Gaby. Lo escupí. Quise volar muy lejos, <i>fiuuuuuuu…</i> —Imitó el vuelo de un pájaro con los dedos—. Pero luego me acordé del bebé y la escupí toda, toda, toda…</span></p><p><span style="font-family: georgia;"> Gabriel supuso que se indujo el vómito. Magdalena dejó de sonreír e hizo un puchero de forma infantil.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Luciana se enfadará? ¿Se enfadará cuando vea que tomé prestada su morfina?</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—No, no se enfadará. Hiciste bien en escupirla cielo. —Gabriel la besó en la frente—. ¿Morfina? ¿Eso has tomado?</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Magdalena volvió a sonreír y a mover la cabeza, asintiendo como una boba.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—<i>Síííííííí…</i> —susurró colocando un dedo sobre sus labios—. Pero es un <i>sssssecreto.</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">Gabriel le acarició la frente y el cabello. Estaba muy asustado y tenía miedo de que la chica sufriera alguna recaída o un colapso o convulsiones o cualquiera de todas esas cosas que salen en las películas cuando alguien sufre una sobredosis. La pequeña debió de ver su preocupación en el rostro y se incorporó un poco para darle un beso en la boca, un simple piquito.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">El olor agrio y dulzón de la bilis se quedó impregnado en la boca de Gabriel, pero no le importó.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—No pasa nada, Gabriel —dijo la chica con la voz más estable—. Estoy bien…<i> ennn ssssserio.</i> Solo… solo tomé dos… o tres… o no sé, pero las eché… Estoy bien, estoy bien, estoy muy <i>biennn…</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">La mano de Lena quedó colgando en el aire, lánguida.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Y la pipa? —cuestionó Gabriel pensando en el humeante bong—. ¿Qué había en la pipa?</span></p><p><span style="font-family: georgia;">La chica se encogió de hombros sonriendo bobaliconamente.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Había María de Almería —dijo riendo al escuchar la tonta rima—. «Había María de Almería, había María de Almería…». —Repitió canturreando.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Gabriel no pudo evitar sonreír también, un poco aliviado al ver que la chica parecía estar recuperándose. Aún así buscó alrededor un teléfono —se había dejado el suyo en el coche— con la intención de llamar a urgencias. No encontró ninguno.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Magdalena, cielo ¿Hay por aquí algún teléfono? ¿Tú móvil?</span></p><p><span style="font-family: georgia;">La chica hizo otro cómico puchero. Seguía tumbada de costado en el sofá, mirando con ojos de corderita degollada a su amante. </span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿A quien vas a llamar? —Magdalena entornó los ojos y lo miró simulando estar ofendida y celosa— ¿Prefieres hablar con otra persona antes que conmigo?</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—No cielo, no se trata de eso. Tenemos que pedir ayuda, no estás bien.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Magdalena se ofendió mucho más al oír aquello.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Cómo que no estoy bien? ¿Acaso no te <i>gussssto</i>?</span></p><p><span style="font-family: georgia;">La chica tiró del lazo del quimono y dejó que la seda se deslizase por su cuerpo, dejando que la abertura mostrase la piel blanquísima y ligeramente sonrosada de su vientre desnudo. Uno de sus pechos quedó al descubierto, así como sus muslos, delgados y aterciopelados.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Gabriel no pudo evitar mirar su entrepierna. Desde el día del estanque la chiquilla había dejado que le crecieran los pelos del coño, ocultando la raja con un espeso matorral de color rojizo. A pesar de todos esos pelos los labios menores eran tan largos que conseguían sobresalir por fuera de ese césped, quedando expuestos como un pegote de carne arrugada de aspecto tierno.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Ya no te gusta, Gabriel? —la narcotizada chica se acarició los pelos del chocho, tocándose los arrugados bultos que le salían de la raja.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Gabriel sintió que el pulso se le aceleraba.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—No es eso, nena. Las pastillas pueden haberte hecho daño. Tenemos que buscar ayuda.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Ya no te gusto por el bebé? ¿Por eso me gritaste? —Hizo un puchero y miró a Gabriel con ojos vidriosos.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Gabriel la besó de nuevo en los labios.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Te grité porque soy un imbécil, un cobarde estúpido y un necio. Tu bebé… —Gabriel se corrigió—: Nuestro bebé no hará que deje de amarte.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Magdalena sonrió y aceptó el beso de su hombre abriendo los labios, pues a la niña le gustaba mucho que ese maduro le llenase la boca con su lengua gorda y babosa.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Cuando despegaron sus bocas Magdalena miró a Gabriel con más seriedad. Su voz era somnolienta, pero había determinación en ella.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Voy a tenerlo, Gaby.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">El hombre aceptó su decisión mientras le acariciaba el rostro con ternura.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Lo sé, Magdalena. Quiero estar contigo… —volvió a corregirse—: con vosotros. Juntos los tres… si tú me aceptas.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">La chica extendió una mano y buscó el paquete de Gabriel, localizando a tientas la zona inferior, sopesando el tamaño y la consistencia de las pelotas de su amante a través del pantalón.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Gabriel gruñó al sentir el contacto, pero se dejó toquetear por esa mano de pequeños dedos.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Siento haberte gritado —se disculpó mirando fijamente los ojos esmeralda de Lena—. Lo hice porque tenía miedo. Aún lo tengo, cariño. Tengo miedo de repetir los mismos errores que cometí con Rosa. Tengo miedo de no hacerte feliz.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Magdalena cerró los ojos mientras acariciaba los testículos de Gabriel con una mano y su coñito con la otra, tirando de sus labios vaginales como si fueran chicle, respirando lentamente, permitiendo que Gabriel le acariciase el cuello y los pechos mientras trataba de entender las palabras de ese maduro tan atractivo para ella. La droga navegaba por su organismo, enviándola en un constante vaivén onírico, perdiéndose entre la consciencia y los sueños. Gabriel, excitado, siguió hablando de rodillas, declarando su amor incondicional a esa muchacha varias décadas menor que él.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Eres la persona más increíble y sorprendente que he conocido nunca. Sé que eres una jovencísima criatura con toda una vida por delante por descubrir y disfrutar, y me encantaría formar parte de ella todo el tiempo que tú estés dispuesta a darme.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Magdalena hizo un mohín mientras sonreía, feliz, cachonda y drogada, incapaz de hablar, pues sentía la lengua abotargada. Mientras se tocaba el coño con una mano podía sentir en la otra cómo crecía el abultamiento de la bragueta de Gaby.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Te amo, Magdalena. Soy un señor mayor, casado y feo, pero estoy enamorado de ti hasta las trancas y seguiré estándolo hasta que te hartes de mí, e incluso más allá.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">La pequeña acarició la cara de Gabriel con la mano con la que se había estado tocando el coño, dejando un rastro húmedo en las mejillas del hombre.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Me querrás cuando me crezca la barriguita? —preguntó con voz mimosa.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Gabriel le aseguró que sí mientras le chupaba los dedos. La otra mano de Lena no dejaba de acariciarle los cojones y el duro paquete.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Me harás el amor con nuestro bebé dentro de mí?</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Sí.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Me harás el amor ahora?</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Gabriel dudó unos instantes, pues aún estaba un poco preocupado por la salud de la chica, pero las caricias testiculares le habían excitado hasta un punto de no retorno.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Si tú quieres, sí.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Lena sonrió mostrando sus dientes de conejo, acercando su boca a los labios de Gabriel, rodeados éstos por la incipiente barba de un día; el contacto de esas mejillas le rascó como si fuera una lija, pero eso la excitó mucho, pues consideraba el vello facial un símbolo de madurez y masculinidad. Le metió la lengua en la boca y lamió la cavidad bucal de Gabriel, acariciando con la punta de su lengua los dientes y el paladar de ese baboso maduro, que no dejaba de generar salivas que ella recogía con mucho placer. Gaby era aficionado a chuparle la lengua a esa chiquilla, y le gustaba atrapar ese juguetón apéndice con su boca, tirando de ella y dejando que se escurriera de entre sus labios lentamente.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Mientras se comían las bocas Gabriel bajó una mano y la metió entre los muslos de la chica, acariciando la peluda vulva haciendo círculos concéntricos, gozando con la sensación de sentir en las yemas de los dedos esa carne blandita y jugosa. Tenía muchísimas ganas de metérsela, de follarla y hacer que se corriera de placer una y otra vez, pues para él no había nada más satisfactorio para su hombría que ser capaz de llevar al orgasmo a esa hermosa y joven criatura, tan llena de vitalidad, de amor y ternura.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Magdalena se incorporó en el sofá y trató de ayudarle a desvestirse, pero sus manos flotaban pesadas y descoordinadas, incapaces de realizar acciones tan sencillas como desabrochar un botón, así que se dedicó a contemplar cómo Gabriel se desvestía sentada frente a él, abierta de piernas y enseñándole el conejo, apretándose las tetitas con una mano y tirándose de los labios del coño con la otra.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Las velas del salón iluminaron el cuerpo desnudo del excitado macho, un hombre maduro de cuerpo espigado, un poco enclenque y fofo, con el pecho y el vientre cubiertos por una fina capa de vellos rubios. La piel era blanca, algo rojiza por el sol del verano, pero los ojos eran azules, casi grises, y las canas que se adivinaban en las sienes volvían loca a Magdalena.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">La polla estaba tiesa y empinada en un ángulo de cuarenta y cinco grados, apuntando a la joven narcotizada con el circuncidado cipote, baboso, brillante y de aspecto resbaladizo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Gabriel le separó los delgados muslos, arrimando el nabo a la peluda raja, tanteando a ciegas, sosteniéndose la verga con una mano para guiarla entre esos pelos tan suaves y sedosos. La apretada almeja se abrió lentamente, permitiendo que la gorda cabeza de la polla pasase al interior de la intrincada vagina de la chiquilla, resbalando por el rugoso conducto vaginal hasta el fondo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Gabriel la folló despacio, disfrutando de cada centímetro de ese preñado chochito, gozando del calor interno, del roce y de los espasmos que allí dentro apretaban su falo. Magdalena gemía y se mordía los labios, retorciéndose los pezones y arañando la espalda y los brazos de Gabriel. Poco a poco el ritmo aumentó y la lujuria movió a Gabriel a darle más y más fuerte, golpeando la raja de Lena con las pelotas, hundiendo la tranca en ese pozo baboso con saña, gruñendo y jadeando sobre los cabellos de la pequeña.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">El sudor comenzó a florecer en los cuerpos y la transpiración lubricó los vientres y las ingles de ambos amantes, facilitando el acto y provocando sonoros ruidos sexuales. El sonido de los muelles del sofá se intensificó, los golpes de cadera fueron más rápidos y Gabriel bombeó como un martillo pilón, aplastando su cuerpo desnudo contra la frágil y delgada muchachita una y otra vez, con pasión, atrapando las pequeñas manos de Magdalena con las suyas.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Entrelazaron los dedos y subieron los brazos por encima de la cabeza de Magdalena, con las manos apretadas y chorreando de sudor. Gabriel le mordió el cuello, le chupó la delicada barbilla y la besó con fuerza mientras le hundía el miembro sin descanso, acelerando el ritmo hasta que las minúsculas tetas de la niña se bambolearon frenéticas y los pezones se convirtieron en un borrón de color rojo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Magdalena chilló de placer cuando le vino el orgasmo, derramándose sobre el tieso mástil, mojando la piel del sofá de líquidos femeninos. Gabriel siguió follándola con fuerza, loco de pasión, escuchando el morboso chapoteo que salía de allí abajo. De ahí también le vino el tufo a coño, fuerte y penetrante, elevando su libido hasta el punto de hacerle sacar la chorreante polla de esa pequeña gruta, pues tenía ganas de meter la nariz ahí dentro y oler toda esa peste directamente de la raja abierta.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Fue entonces cuando se dio cuenta de que Magdalena se había desvanecido nuevamente. Trató de despertarla, pero fue inútil. La droga y el clímax la habían sumido en un profundo estado letárgico.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«Está tan drogada que podría hacer con ella lo que quisiese»</i> —pensó Gabriel mientras restregaba el endurecido pito por la vulva abierta de Lena, dejando que los labios externos abrazasen el tronco de su rabo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Luego se colocó de rodillas frente a ella, levantándole las caderas para acceder mejor a las pringosas ingles. Los pelos del coño se le habían apelmazado, llenos de cremosos mocos, apestando a bacalao seco, orines y sudor. El clítoris era una grano tieso, rojo, erecto y sobresaliente. Gabriel, en lugar de comerle el coño se centró en pasarle la lengua por los pelos del culo, chupándole el perineo y apretando la punta de la lengua contra el cerrado esfínter.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Lena tenía el ojete oscuro y rojizo, muy prieto y algo peludo. El hombre le limpió con la lengua toda la suciedad que allí pudiera haber, maravillado una vez más por la fortuna que tenía de lamer una parte tan íntima y secreta de esa chiquilla. La joven núbil siguió durmiendo, ajena a la violación anal que la lengua de Gabriel le estaba perpetrando.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">El maduro escupió varias veces en ese cerrado anillo, apretando un dedo en el centro del carnoso esfínter, abriéndole el agujerito del culo poco a poco. Le costó bastante tiempo y esfuerzo meterle el dedo, puesto que la chica apretaba el ojete por acto reflejo, pero el morbo de Gabriel superó esa barrera y al cabo de un rato consiguió sentir el calor interno del culo de Magdalena. Mientras movía el dedo dentro y fuera la chica se despertó, gimiendo y protestando.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Se asustó un poco al ver lo que le estaba haciendo su novio cuarentón, pero en seguida se excitó mucho, porque ese tipo de cosas era lo que ella siempre había deseado de un amante experimentado y maduro como Gabriel. Ella siempre fantaseaba con que ese padre de familia, adulto y mucho mayor que ella, tuviera oscuras y morbosas fantasías, y el hecho de que le hubiera metido un dedo en el culo sin su permiso, aprovechándose de su indefensa situación, la puso como una perra en celo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Qué haces, Gaby? —preguntó haciéndose la ofendida, colocando una mano sobre el brazo de Gabriel, intentando detenerlo de forma teatral—. ¿Te estás aprovechando de mí?</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Por respuesta el hombre probó a meterle un segundo dedo y Magdalena, que estaba muy cachonda, aflojó los músculos rectales, facilitando así la penetración.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">La chica había probado en otras ocasiones a meterse cosas por ahí, pero siempre habían sido objetos delgados y finos como bolígrafos, lápices o uno de sus pequeños deditos, por lo que ya tenía algo de experiencia en abrirse y relajarse el recto; aún así, sentir los dos dedos de un hombre adulto metidos por donde ella hacía caca le provocó un fuerte e intenso vahído, haciendo que su almeja volviera a mojarse.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Su mano bajó hasta su vulva, frotándose los abultados labios mayores, exprimiéndose el coño con ganas, con el corazón acelerándose y jadeando muy fuerte, pues sabía que Gabriel iba a sodomizarla, que de un momento a otro iba a meterle la polla por ese agujero y que ella no tendría más remedio que permitirlo. Sentía temor y algo de reluctancia, pero deseaba darle placer al hombre del que se había enamorado. Además, también sentía curiosidad por sentir la verga de su novio dentro de los intestinos.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">El tercer dedo le hizo un poco de daño, pero lo calmó acelerando la paja que se estaba haciendo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Métela, Gabriel —suplicó la nena, pues sentía que le iba a venir un orgasmo y quería correrse mientras le daban por el culo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">El hombre siguió durante unos segundos más penetrando ese pozo, girando los dedos en el interior, rotando la muñeca despacio para dilatar la mucosa y abrirle el culo. Cuando sacó los dedos arrojó un fuerte salivazo y lo restregó por ahí, acercando luego la cabeza hinchada de su verga, apretando el capullo y forzando la prieta entrada.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Magdalena gimió y se quejó con los ojos cerrados, tratando de relajarse lo suficiente para que le entrase todo eso. Gabriel agarró las piernas de Magdalena y las levantó para que su cadera se elevase, abriéndolas al mismo tiempo, empujando y aflojando, metiendo poco a poco el carajo en el esfínter. La cabeza entró y la dejó ahí unos segundos, dejando que la inexperta chica sintiera el enorme bálano llenando su entrada secreta.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Magdalena contraía y aflojaba el vientre, conteniendo la respiración, sufriendo de forma placentera la dilatación rectal que el empuje de Gabriel, constante y firme, ejercía contra ese conducto tan estrecho. No llegó a introducirle todo el pene, solo hasta la mitad, procediendo entonces a un suave y lentísimo mete y saca, moviendo apenas un par de centímetros adentro y afuera. Magdalena gritó de gusto y morbo al notar como le abrían las entrañas, sintiendo la polla de ese adulto baboso de sienes plateadas follarle su virginal culito.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">La niña se restregó el inflamado coño con salvaje ímpetu, restregándose la gorda pipa con dedos encharcados, reventándose la funda del clítoris con saña. Su agujero vaginal era una presa abierta que no dejaba de expulsar mucosas repletas de diminutas pompitas, así como algún que otro grumo blanquecino. Todo eso se escurrió hacia abajo, lubricando el pene de Gabriel mientras entraba y salía del ojete. El aire se escapaba de allí dentro, produciendo sonidos poco románticos pero increíblemente eróticos y morbosos.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">La peste a coño mojado elevó la libido del macho, provocando que ahondase más en los intestinos de la niña, acelerando también la cadencia, dándole por el culo con rabia, sin compasión, gruñendo y gimiendo, castigando el prieto ojete con fuerza, estrujando los delgados muslos de Magdalena con las manos convertidas en garras, estrujando la delicada y sonrosada piel hasta enrojecerla. Su rostro se convirtió en la máscara de un viejo vicioso, de un cabrón en celo, de un sátiro de ojos azules y profundas arrugas masculinas, un loco ciego de deseo y lujuria al que le corrían las babas por las comisuras de los labios hasta la barbilla.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Magdalena se corrió al ver esa cara, pues supo que era ella la responsable de que ese padre de familia tan respetable y educado se hubiera convertido en un salvaje lascivo, en un bestia baboso y empapado de sudor, desesperado por reventar a pollazos el culo de una cría décadas menor que él.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">La vejiga se le aflojó y no pudo evitar que su uretra expulsase chorritos de meados mientras los espasmos vaginales le destrozaban el coño. Los gritos de Magdalena se confundieron con los guturales gruñidos de Gabriel, que al ver cómo el chochito de la chiquilla escupía los meados se corrió él también, pues no pudo soportar la tremenda ola de morbo que le llegó al sentir cómo el pis le mojaba el vientre.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Se corrió dentro del culo, arrojando potentes descargas que ardieron dentro de las tripas de la muchacha, llenándole el intestino de cremoso esperma, hundiendo la larga polla hasta que los cojones se agolparon en las nalgas, exprimiendo las gordas pelotas contra la suave piel de ese culo recién desvirgado.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Se dejó caer sobre Lena, buscando las feas y ridículas tetitas de la chica para estrujarlas, puesto que estaba enamorado de esos dos bultos y se moría de ganas por pellizcarle las dos gominolas rojas que eran los pezones de esa angelical criatura.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Se besaron largo rato, con la verga metida en el culo, macerándose con el semen y la mucosa rectal, esperando a que el cilindro masculino disminuyese de tamaño. Cuando le extrajo la verga Gabriel no pudo evitar mirar el enrojecido y castigado pozo, viendo como se le escurría la nata por allí. Estaba ligeramente sucia de materia fecal, pero no le dio asco. Recordó entonces la afición de su joven novia a chupar su esperma, así que plantó el amorcillado pene debajo del chorreante agujero, recogiendo con la punta de la pija los goterones que de ahí colgaban.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Agarró a la joven preñada de los pelos y le ofreció el pene cubierto de crema masculina para que lo chupase.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Está sucio —dijo Magdalena torciendo un poco la nariz antes de metérselo en la boca, chupando el apestoso glande con muchas ganas y mirando a su novio a los ojos mientras lo hacía.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Gabriel se dedicó a acariciar el precioso cabello rojo de esa pequeña puerca mientras se limpiaba el rabo con su boca, viendo como le lamía el esperma manchado recién salido de su culo. A pesar de la circuncisión el pellejo se le subía a veces, arrugado y tierno, provocando que entre esos pliegues quedasen restos. Magdalena los limpió a conciencia, disfrutando del chicloso rabo y del regordete capullo, poniendo morritos y dando besos tiernos en ese apestoso cipote.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«Esta cosa me ha dejado preñada</i> —pensó la putita con cierta ensoñación, pues aún perduraba en su cerebro restos de la droga—. <i>Esta cosa ha entrado en mi boca, en mi chochito y en mi culo».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">Mientras chupaba la verga de Gabriel sintió que se excitaba de nuevo, sintiendo de repente una oleada de amor hacia ese hombre que le acariciaba el cabello y las mejillas con ternura.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«Ahora es mío. Mi hombre. El padre de mi bebé. Ahora me pertenece».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">La idea de ser la compañera y la dueña de ese macho adulto, de un hombre maduro y curtido por los años, le dio una sensación de poder y superioridad tan grande que casi le provocó otro orgasmo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Eres mío, Gabriel —le dijo mirándole a los ojos mientras se pasaba el glande por las pecas de la cara, sonriendo con su carita de conejo y su nariz de cerdita—. Eres mío.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Gabriel miró a esa mujer con cuerpo de niña y supo que estaba perdido para siempre, que nunca conseguiría desprenderse del irresistible embrujo de esa hechicera y que moriría por ella y por su hijo nonato sin dudarlo si fuera necesario.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">El aliento de la chiquilla le calentó los huevos cuando habló con ellos pegados a la boca:</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Sabes? Creo que a partir de ahora tendrás que hacérmelo por detrás más veces —dijo con voz de niña inocente—. Tengo miedo de que le hagas daño al bebé con esta picha tan larga. ¿Me harás ese favor, Gabriel? ¿Me la meterás por el culo cuando tenga la barriga gorda para no hacerle daño a nuestro hijo?</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Gabriel, mareado por el morbo y el reciente orgasmo, no pudo articular palabra, así que asintió con la cabeza mientras notaba como le volvía a crecer la polla sobre la cara de esa adorable putilla.</span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-family: georgia;"><b><br /></b></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-family: georgia;"><b>CONTINUARÁ...</b></span></p><p style="text-align: center;"><b>Esperma 27</b></p><p style="text-align: center;"><b>(c)2021 Kain Orange</b></p><p style="text-align: center;"><br /></p>Kain Orangehttp://www.blogger.com/profile/12046312746243884686noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8600867602162970341.post-72643941960054453232021-05-02T13:49:00.001+02:002021-05-02T13:53:00.009+02:00ESPERMA (25)<p style="text-align: center;"><b><span style="font-family: georgia; font-size: large;">25.</span></b></p><p style="text-align: center;"><b><span style="font-family: georgia; font-size: large;"><br /></span></b></p><p style="text-align: center;"><b><span style="font-family: georgia; font-size: medium;">MARIOLA</span></b></p><p><span style="font-family: georgia;"><br /></span></p><p><span style="font-family: georgia;"><span style="font-size: x-large;">A</span>quella tarde, después de recibir la llamada de Samantha anunciando la muerte de Josephine, Mariola hizo el equipaje y se subió al todoterreno de alquiler, saliendo de Luégana sin mirar atrás, rumbo al aeropuerto. Tuvo muchísima suerte con los horarios y probablemente llegaría a tiempo al funeral de su amiga, aunque debería esperar varias horas hasta la llegada del primer vuelo hacia Madrid —de ahí saldría el avión hacia Costa Rica al día siguiente—. Solo llevaba un pequeña maleta, pues solía viajar con lo puesto y adquiría la ropa en los lugares de destino: prendas baratas, cómodas y prescindibles. Antes de regresar a casa las entregaba en algún punto de recogida para gente necesitada.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Ya era madrugada y estaba a punto de embarcar cuando recibió la llamada de Rosa. Mariola se quedó mirando el teléfono sin atreverse a descolgar. El corazón latía muy deprisa dentro de su pecho mientras decidía qué hacer. ¿Por qué la llamaba a estas horas, de madrugada?</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Un calor comenzó a subir desde su pecho hasta las mejillas y sintió cómo se le erizaban los vellos de la nuca.</span></p><p><i><span style="font-family: georgia;">«Es Rosa, tu Rosi. Es ella quién desea hablar contigo en mitad de la noche».</span></i></p><p><span style="font-family: georgia;">Pero no se atrevía a contestar. Sabía que en cuanto oyera de nuevo la voz de su amante estaría perdida, que no sería capaz de apartar de su cabeza la imagen del cuerpo sudoroso de Rosa, desnudo sobre la mesa del salón de su madre, entregada totalmente a ella.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">El teléfono seguía sonando, insistente.</span></p><p><i><span style="font-family: georgia;">«</span></i><i><span style="font-family: georgia;">¿Cómo pudiste dudar de ella? ¿Cómo has podido pensar siquiera en volver a abandonarla?».</span></i></p><p><span style="font-family: georgia;">Justo cuando iba a aceptar la llamada ésta se cortó. El altavoz volvió a anunciar la inminente salida del avión y Mariola palmeó el móvil con nerviosismo, temblando de emoción, tratando de encontrar entre los menús la opción para devolver la llamada a Rosa.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Tardó unos preciosos segundos y cuando escuchó la voz de su amante sintió que las piernas se convertían en flan.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Rosa estaba en Luégana. Había salido de noche de casa y había acudido a ella en persona hasta el pueblo para verla, para estar con ella. Mariola sentía el corazón desbocado, las palmas de las manos transpirando a chorros y la vista un poco nublada.</span></p><p><i><span style="font-family: georgia;">«Por Dios, ¿qué me pasa? Parezco una chiquilla de doce años que acaba de ver a su ídolo musical en persona».</span></i></p><p><span style="font-family: georgia;">Con voz trémula trató de hablar con ella, pero no conseguía expresarse con claridad. Quería decirle que la aguardara, que la perdonase por no haber estado allí como le prometió, que iría en seguida, que la amaba, que siempre la amó y que siempre lo haría. Que era una cobarde y que tuvo miedo de que algún día Rosa pudiera culparla por pedirle que abandonase a su familia para irse con ella.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Quiso decirle que fue una ruin y una irresponsable por pedirle que huyese con ella a Costa Rica y que estaba arrepentida, pues no tenía derecho a ponerla en semejante tesitura. Quería decirle que estaba dispuesta a ser ella la que sacrificase su vida y su trabajo, quedándose aquí, con ella.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Quería decir todo eso y mucho más, pero Rosa colgó de forma abrupta y Mariola quedó con la palabra en la boca, agitada y sumamente preocupada. Tomó una decisión y dejó atrás la zona de embarque, regresando al mostrador de Avis dónde le volvieron a dar las llaves del mismo todoterreno. Sin detenerse a pensar en lo que hacía, con el corazón golpeando su pecho y el sudor recorriendo sus sienes puso rumbo de nuevo a Luégana. Con suerte la encontraría en el viejo cortijo de los padres de Rosa, cerca del arroyo de Las Pozas.</span></p><p><i><span style="font-family: georgia;">«¿Y si no está allí?».</span></i></p><p><span style="font-family: georgia;">La buscaría. No le costaría mucho trabajo encontrarla. Le preguntaría a los padres si fuera necesario, iría hasta la ciudad, hasta la puerta de su casa y allí…</span></p><p><i><span style="font-family: georgia;">«¿Allí qué? ¿Qué harás, Mariola?, ¿qué haréis?».</span></i></p><p><span style="font-family: georgia;">Los ojos le escocieron y se restregó los párpados con fuerza.</span></p><p><i><span style="font-family: georgia;">«No lo sé. Solo sé que no puedo abandonarla otra vez».</span></i></p><p><span style="font-family: georgia;"><br /></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-family: georgia; font-size: medium;"><b>Magdalena</b></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-family: georgia;"><br /></span></p><p><span style="font-family: georgia;"><span style="font-size: x-large;">L</span>os mantras tibetanos armonizaban con el sonido de los cuencos metálicos, llenando la atmósfera del salón de un ambiente místico y purificador acentuado por la cálida luz de las velas aromáticas, que iluminaban la sala arrojando sombras danzarinas sobre las paredes. Aquí y allá había objetos de todo tipo: figuras de peltre, máscaras africanas, vasijas de medio oriente, piedras oceánicas, tapices celtas y otras parafernalias afines al hermetismo y la superchería de nueva ola: pirámides magnéticas, esferas cuánticas, atrapasueños, manos de Fátima, estatuas de Ganesha y de Shiva, elefantes, budas y espadas japonesas sobre pequeños bonsais…</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Magdalena aspiraba la fuerte mezcla que había en la cazoleta del bong, dejándose llevar por la marihuana de Almería, potenciada por una píldora de codeína que se había tomado unos minutos antes, tratando de volar a algún lugar lejos de ahí. Se había puesto una sencilla bata japonesa, una especie de quimono de seda que acariciaba su delgado cuerpo con libidinosa desfachatez. La prenda era un regalo de su madre y era la pieza más cara del vestuario de Magdalena. Debajo no llevaba nada y la abertura de la prenda mostraba la piel blanca y limpia de la joven, con la sombra de los pezones bailando sobre su pecho al ritmo de las velas. La «maría» se la había dejado su madre, una hippy de mentalidad abierta y aficionada a la New Age, al esoterismo y al sexo tántrico. Era bisexual y desde la muerte de su marido no había vuelto a tener una pareja estable, aunque sí muchos amantes de ambos sexos. </span></p><p><span style="font-family: georgia;">Magdalena y su madre Luciana vivían con cierta comodidad gracias a la pensión de viudedad y a las rentas que heredó de su difunto padre, un importante legislador muerto cuando ella era pequeña en un accidente de tráfico. La madre de Magdalena era una escaparatista e interiorista freelance de cierto éxito, lo que le dejaba mucho tiempo libre para dedicarse a sus «aficiones cósmicas», como las llamaba Lena. Luciana, amante del esoterismo, la astrología, la cartomancia y otras supercherías, magufadas y pseudo filosofías, solía organizar reuniones tántricas donde el incienso no era la única resina que se quemaba y se inhalaba.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Luciana (o Lucy), era una señora de treinta y muchos años, pelirroja y delgada, como Lena, muy guapa, de ojos claros y con un hermoso cuerpo estilizado. En general tenía un aire aristocrático sin llegar a pecar de snob y le gustaba vestir con ropa outlet de grandes marcas o imitaciones de famosos modistas. En aquellos momentos estaba de viaje en una «gira astral» de tres días. Magdalena sabía que probablemente estaría en alguna bacanal orgiástica promovida por algún gurú religioso, rodeada de drogas psicodélicas y masajistas asiáticas. Lucy confiaba en la madurez precoz de su hija y no temía dejar sola a la pequeña Magdalena, acostumbrada a las «fiestas depurativas» de su madre y sus esporádicas ausencias.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Mientras fumaba la chica trataba de relajarse y tomar en perspectiva la discusión que había tenido con Gabriel, huyendo de la autocompasión y centrándose en la empatía, buscando las razones por las que el hombre que ella amaba había reaccionado de esa manera. A pesar de su juventud Lena tenía una gran inteligencia emocional y eso la hacía más empática y receptiva a los conflictos, tratando siempre de encontrar la fuente de esos enfrentamientos para poder afrontarlos y solucionarlos de la mejor forma posible (aunque ella no lo pensaba con esas palabras).</span></p><p><span style="font-family: georgia;">En esta ocasión le fue más difícil, puesto que la congoja que sentía en el pecho era demasiado grande. Las últimas semanas había estado en una nube de romanticismo y sensualidad tan gloriosa que la reacción de Gabriel la pilló totalmente desprevenida, acentuada también por el rechazo anterior de su amiga Carla.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«Está celosa </i>—pensó tras exhalar una larga columna de humo—, <i>tiene celos de nosotros y la entiendo, pero Gabriel…».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">Lena era una cría, pero no era tonta. Sabía que lo que Gabriel y ella estaban haciendo no estaba bien visto, no solo por la infidelidad del hombre hacia su esposa, si no por la diferencia de edad que había entre ellos. Era la típica historia de la Lolita que seduce al maduro padre de familia, como en la novela de Nabokov o en aquella película de Kevin Speacy. Era algo prohibido y la sociedad los rechazaría y los señalaría con el dedo (sobre todo a Gabriel) cuando su romance viera la luz.</span></p><p><i><span style="font-family: georgia;">«¿Es eso es lo que le ha asustado, la vergüenza de verse expuesto ante todo el mundo como un viejo verde, como un adúltero que babea detrás de las jovencitas?».</span></i></p><p><span style="font-family: georgia;">La droga le hacía efecto, relajando sus músculos y envolviendo su cabeza en una suave y ondulante marea de bienestar hipnótico que la arrastraba poco a poco hacía una sensualidad a flor de piel. Era la segunda cazoleta que se fumaba. La primera le había servido para borrar las lágrimas y la depresión, puesto que a Magdalena el THC le subía la euforia, levantándole el ánimo y haciéndola reír sin motivo. Pero la segunda, combinada con la codeína, la estaba sumiendo en un nube de sensaciones libidinosas, casi afrodisíacas.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Aún así, una pequeña esquirla racional atravesó esa nube:</span></p><p><i><span style="font-family: georgia;">«Se ha asustado por tu embarazo, Magda. Todo ha ido bien mientras eras un chochito donde meter su picha con libertad, pero en cuanto le has dicho que estabas preñada… ay, amiga, eso ya no le ha gustado».</span></i></p><p><span style="font-family: georgia;">Lena agitó la cabeza, tratando de apartar esa voz de su mente, pero fue inútil:</span></p><p><i><span style="font-family: georgia;">«Y es normal que se haya asustado. Se ha asustado porque tú ya has decidido tener al bebé, ¿no?. Si quisieras abortar te habrías callado, lo habrías mantenido en secreto y habrías hecho lo que había que hacer; pero si se lo has dicho es porque deseabas tenerlo y querías que él lo supiera. Joder, incluso fuiste a casa de Carla con la intención de que ella te apoyase frente a su padre porque sabías que él podría reaccionar así».</span></i></p><p><span style="font-family: georgia;">Lena trataba de acallar a esa voz, tal y como hacían a veces sus amigos con ella cuando le entraba un ataque de verborrea, pero era inútil, puesto que era ella misma quien se estaba sermoneando.</span></p><p><i><span style="font-family: georgia;">«Confiésalo Lena: tú misma buscaste el embarazo. Te negaste desde el primer día a usar preservativos porque sabías que eso volvía loco a Gaby, pero también porque buscabas quedarte preñada de él. Pudiste haber pillado pastillas del día después, pero no lo hiciste porque querías un bebé. Querías SU bebé. Después de tantos años detrás de él necesitabas algo para atarlo definitivamente a tu lado, para retenerlo y asegurarte de tenerlo junto a ti».</span></i></p><p><span style="font-family: georgia;">Magdalena sintió que le ardían los ojos, y no era por el humo. Se levantó y fue al dormitorio de su madre, buscando en los lugares secretos el alijo de las drogas. Conocía a su vieja y sabía que en algún lado debía de tener sustancias más fuertes, las que usaba en las celebraciones y misas esotéricas. No tuvo que buscar mucho. Encontró un pequeño bolso junto con los consoladores, las bolas chinas y el <i>plug</i> anal de su madre. Dejó a un lado esas cosas y miró dentro del pequeño bolso.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Luciana, conocedora de los riesgos de las sobredosis o las mezclas exóticas de distintos fármacos, tenía etiquetadas todas las sustancias, pues tenía miedo de que algún amigo o amante ocasional las mezclase por error o se confundiera de dosis.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Cocaína, morfina y algo de metanfetamina en un par de botellitas individuales. También había una piedra de polen marroquí, un poco de hash turco y la bolsa con los cogollos de marihuana almeriense, prácticamente vacía.</span></p><p><i><span style="font-family: georgia;">«No deberías tomar nada, Magdalena. Recuerda al bebé».</span></i></p><p><span style="font-family: georgia;">Tomó un comprimido de morfina y lo llevó a la cocina. Allí lo trituró con dos cucharitas de café y la inhaló, deseando que le hiciera efecto rápido, pues no quería seguir escuchándose a sí misma. Luego regresó al salón, dejando que el quimono se le abriese por delante para sentir su desnudez acariciando el aire.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">El opioide llegó al riego sanguíneo a través de sus pulmones y de ahí al cerebro, activando su centro sensorial y provocándole un subidón. Su corazón bajó de ritmo y su respiración se hizo más lenta. Se tumbó en el sofá y la prenda se abrió, dejando al descubierto su desnudez. Allí comenzó a soñar, decidiendo que no necesitaba a Gabriel. Que sería libre. Que tendría un bonito bebé y lo cuidarían su madre y ella juntas. Vivirían felices y ella tendría muchos amantes, como su mamá.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Pensar en los amantes de su madre le trajo el recuerdo del contorsionista iraní. Eso le hizo reír a carcajadas.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Brahmir era un faquir ayurvédico que practicaba el yoga tántrico (o eso decía él), se acostaba con su madre y una noche Magdalena bajó para espiarlos mientras practicaban yoga en el salón. El tío se había desnudado y había retorcido su cuerpo de tal manera que tenía la cabeza metida entre sus piernas, chupándose la polla a si mismo. Magdalena consiguió sofocar el ataque de risa que le entró cuando vio a ese tío haciéndose la autofelación, pero la hilaridad dio paso al estupor y la excitación cuando vio a su madre aprovechar la postura de Brahmir para lamerle el culo e introducirle un dedo en el ano.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Acostada en el sofá, con la droga navegando por su cerebro y con el quimono apenas tapando su cuerpo, Magdalena deseó a Gaby. Quería tener a ese hombre maduro junto a ella, necesitaba sentir sus manos recorriendo su piel, quería ver la mirada llena de deseo en esos ojos azules y su boca entre sus muslos. La pequeña Lena quería hacer lo mismo que hizo su madre con ese exótico faquir, tocarlo y corromperlo, volverlo loco de placer y humillarlo sexualmente.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Cuando estaban a solas, justo después de hacer el amor, Magdalena solía hacer preguntas muy indiscretas a Gabriel, interrogándolo sobre su vida sexual con Rosa, obligándolo a que le contase los secretos de alcoba que marido y mujer compartían en la intimidad de la cama. A la chica le ponía muy cachonda imaginar a la madre de Carla haciendo todas esas cosas y disfrutaba mucho viendo como Gabriel se sonrojaba contándolas.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">La niña también sentía un poco de celos, sobre todo cuando Gabriel le explicaba los juegos sexuales que realizaba con los enormes pechos de su mujer, y Magdalena sentía mucha rabia por no poder masturbar con sus tetas a su novio. La chiquilla le hacia muchas preguntas y él las contestaba con reluctancia, pero excitado, pues sabía que sus respuestas calentaban la imaginación de esa pequeña zorrita.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Magdalena trató de tocarse, pero el recuerdo de la voz de Gabriel acusándola de romper su matrimonio la deprimió. La discusión telefónica se transformó en su narcotizada cabeza en una pelea ruin y déspota, en un sinsentido lleno de voces y gritos. La droga magnificó la depresión de la chica y Magdalena sintió que necesitaba evadirse más lejos. </span></p><p><span style="font-family: georgia;">Así que regresó al dormitorio de su madre a buscar más píldoras.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><br /></span></p><p style="text-align: center;"><b><span style="font-family: georgia; font-size: medium;">GABRIEL</span></b></p><p><span style="font-family: georgia;"><br /></span></p><p><span style="font-family: georgia;"><span style="font-size: x-large;">E</span>l accidente no fue grave —un pequeño alcance con el vehículo que le precedía— pero el pesado Volvo de Gabriel tardó demasiado en frenar y el enorme frontal se hundió en el maletero del taxi, abollándolo. Fue culpa de Gabriel, que iba distraído con la cabeza llena de reproche, culpa y vergüenza. También había ira, canalizada al principio hacia la pobre Magdalena, pero poco a poco, conforme iban transcurriendo los minutos, Gabriel dirigía esa rabia hacia sí mismo, arrepintiéndose de haberse enfadado con la chiquilla.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">El golpe se produjo en el centro de la ciudad, en un cruce señalizado por semáforos y Gabriel no se percató de que el taxi se había detenido con luz ámbar, frenando demasiado tarde. El taxista se quejó y despotricó al ver que le habían dañado el parachoques trasero y uno de los pilotos. Rellenaron los formularios y el taxista siguió su camino con la pieza de atrás colgando torcida.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">El morro del Volvo estaba un poco chafado, nada grave, pero Gabriel no estaba con ánimo de volver a conducir. Se quedó dentro del vehículo, con el aire acondicionado en marcha, ya que la noche era especialmente calurosa. Había estacionado a un lado de la vía, frente a una farmacia. Las luces de neón y las lámparas de sodio de las farolas iluminaban el asfalto y las solitarias aceras, creando sombras intermitentes sobre el rostro compungido de Gabriel.</span></p><p><i><span style="font-family: georgia;">«¿Qué estas haciendo? ¿Qué crees que vas a solucionar persiguiendo a tu hija y a tu esposa?».</span></i></p><p><span style="font-family: georgia;">Apoyó la frente contra el volante, tratando de ordenar sus ideas.</span></p><p><i><span style="font-family: georgia;">«Aún puedo arreglarlo. Puedo pedirle perdón. Puedo solucionarlo, olvidar a esa chiquilla y empezar de cero con Rosa».</span></i></p><p><span style="font-family: georgia;">Pero eran palabras vacías, una esperanza hueca sin sentido.</span></p><p><i><span style="font-family: georgia;">«¿Empezar de cero, Gabriel? Vosotros ya empezasteis una vez de cero. Te enamoraste de Rosa por sus tetas y por su energía, por su pasión por la vida y por ese carácter salvaje, indomable. La dejaste preñada y os obligasteis a formar una familia porque eso era lo correcto, porque eráis jóvenes, inexpertos e inmaduros.</span></i></p><p><i><span style="font-family: georgia;">»Fuisteis felices un tiempo, pero Rosa tiene razón, Gabriel, y tú lo sabes: hace muchos años que debisteis de tomar un rumbo por separado. Lo que estás haciendo ahora es huir hacia delante, escapar de tu responsabilidad, buscar una excusa para no enfrentarte a la verdad».</span></i></p><p><span style="font-family: georgia;">Gabriel negó con la cabeza, apretando los labios.</span></p><p><i><span style="font-family: georgia;">«¿Verdad? ¿Qué verdad, eh? ¿Que tengo miedo de las habladurías, de pasar vergüenza, de ser señalado por mis conocidos, de ser repudiado por mis hijos? ¿O acaso me estas diciendo que tengo miedo de ese bebé, que tengo miedo de Magdalena y su embarazo, que tengo miedo de enfrentarme a la posibilidad de volver a ser padre?».</span></i></p><p><span style="font-family: georgia;">Se echó hacía atrás y rio en voz alta, sin pizca de humor, como un loco.</span></p><p><i><span style="font-family: georgia;">«No. Tienes miedo de volver a fracasar como hiciste con Rosa».</span></i></p><p><span style="font-family: georgia;">Gabriel parpadeó incrédulo. Sus manos comenzaron a transpirar y su corazón se aceleró.</span></p><p><i><span style="font-family: georgia;">«Amas a esa chica en secreto desde hace años; has sido más feliz en las últimas semanas que en los últimos diez años de matrimonio y te aterra comprometerte con Magdalena, de no ser lo suficientemente hombre como para hacer que ella no caiga en la monotonía y la desidia, como hiciste con Rosa.</span></i></p><p><i><span style="font-family: georgia;">»Simplemente tienes miedo de hacerla infeliz».</span></i></p><p><span style="font-family: georgia;">Gabriel miró hacia un lado, contemplando el escaparate iluminado de la farmacia. En uno de los expositores había artículos para bebé. Pensó en Magdalena y en las cosas que le dijo. Recordó las palabras suplicantes de la pobre chiquilla, pidiéndole perdón por algo en lo que ella no tenía ninguna culpa. Gabriel sintió un profundo asco hacia sí mismo y arrancó el Volvo con rabia, embragando demasiado deprisa y provocando que el coche se calase.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Soltó una palabrota y volvió a arrancar. Dio media vuelta y enfiló hacia las afueras, allá donde Magdalena y su madre vivían en una lujosa urbanización.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><br /></span></p><p style="text-align: center;"><b><span style="font-family: georgia; font-size: medium;">CARLA</span></b></p><p><span style="font-family: georgia;"><br /></span></p><p><span style="font-family: georgia;"><span style="font-size: x-large;">C</span>arla regresaba a casa en taxi. Había dejado el ciclomotor en la pequeña parada del pueblo, incapaz de volver a rehacer el largo camino de vuelta a casa en ese ruidoso trasto. Durante el breve trayecto desde el cortijo hasta el pueblo pensó en las cosas que habían pasado desde que abrió la puerta a esa mujer.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Su madre aún seguía ebria y la desconocida la ayudó a regresar al sofá, poniendo especial cuidado en sostener las toallas de forma púdica, tapando las vergüenzas de su madre. La hermosa rubia se percató en seguida del estado de embriaguez en el que se encontraba Rosa, pidiendo entonces a Carla que buscase algo de abrigo y mirase si había algo de café preparado y algún analgésico.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla obedeció, dejándose guiar por esa mujer de voz agradable y calmada, dejando que ella tomase las riendas de la situación de forma espontánea. Le llevó una bata de su abuela y preparó algo de café instantáneo. Cuando regresó de la cocina con una pequeña bandeja se quedó paralizada en el umbral del salón, viendo a su madre besando en los labios a esa mujer, abrazándola con fuerza.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Tenía lágrimas en los ojos y su boca se abría y se cerraba con suavidad sobre los labios de la enigmática rubia. Aquello no era un beso de amiga, no era un piquito amistoso. Era un beso entre amantes.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Mariola detectó la presencia de Carla y se apartó de su madre, dejando un pequeño puente de saliva entre ambas bocas. Carla regresó a la cocina con la bandeja aún en la mano, confusa y aturdida, con la sensación de que estaba a punto de sufrir un ataque de risa histérica ante lo que le estaba pasando.</span></p><p><i><span style="font-family: georgia;">«Esto ya es imposible. No puede ser. Debo de estar soñando».</span></i></p><p><span style="font-family: georgia;">Dejó caer la bandeja en el fregadero, volcando las tazas y el café, tapándose la boca con una mano, sofocando las carcajadas.</span></p><p><i><span style="font-family: georgia;">«Primero pillo a mi padre follando con mi mejor amiga, luego le chupo la polla a mi hermano, después pillo al fontanero masturbándose con mis bragas, hace un rato le he comido el coño a mi propia madre (que había estado a punto de morir ahogada) y ahora… ahora ella… ella…».</span></i></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla rio en voz alta, incapaz de contener la histeria ante esa broma cósmica.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Carla?</span></p><p><span style="font-family: georgia;">La voz, sensual y calmada, con un cierto deje extranjero, vino acompañada por el contacto de una mano cálida y suave sobre su hombro. Carla se giró sobresaltada, tapándose de nuevo la boca sin poder dejar de reír… o llorar, porque la risa se había transformado en una especie de lloro espasmódico.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Mariola estaba junto a ella, seria, hermosa, con los largos cabellos enmarcando el altivo rostro, acentuando la desnudez de un cuello exquisito.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla no podía hablar, sonreía y lloraba al mismo tiempo, negando con la cabeza, sin saber qué decir a esa desconocida, incapaz de procesar todo lo que le estaba pasando.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">La mujer pareció comprender lo que le estaba sucediendo a la chica y le tomó las dos manos, apretándolas levemente. Luego le habló muy despacio, vocalizando y marcando las pausas.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Me llamo Mariola. Viví en Luégana antes de que tú nacieras y tu madre y yo éramos muy amigas. Éramos amantes. Nos separamos hace décadas y nos volvimos a reencontrar dos días atrás.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla seguía negando con la cabeza en silencio mientras lloraba, bloqueada.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Mariola hizo el amago de acercarse más a ella, pero Carla le apartó las manos con brusquedad.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Esto no está pasando —consiguió decir al fin, quitándose las lágrimas de la cara con un movimiento feroz—. No es real. No es real…</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Carla… —Comenzó a decir Mariola en voz baja, pero la pequeña la interrumpió, alzando la voz y señalando detrás de la mujer, hacia el salón.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Aquella es mi madre y acabo de sacarla de la piscina a punto de ahogarse borracha perdida. ¿Sabes por qué? Porque mi padre… ¡Mi padre! Le pone los cuernos con mi mejor amiga, ¿entiendes? Y ahora… ahora resulta que ella también… ¿Que también tiene una amante…? </span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla echó la cabeza hacia atrás, soltando una carcajada histérica, colocando las manos sobre su cabeza. Mariola volvió a tomar las muñecas de Carla, pues deseaba que hubiera contacto físico para poder transmitirle confianza. Luego volvió a hablar con el mismo tono pausado.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Siento mucho que nos hayamos conocido de esta manera. En cierta manera creo que también soy culpable de lo que le ha pasado a tu madre esta noche.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla dejó que esa mujer la tomase de las manos, pero siguió agitando la cabeza en señal de negativa sin dejar de sollozar y sonreír al mismo tiempo. Mariola siguió hablando, tratando de resumir lo que había pasado.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Ella acudió a mi esperando que yo cumpliera un promesa que le hice, pero no me encontró aquí. Creo que se sintió dolida y traicionada, pues ya la abandoné una vez en otra ocasión. Eso ha debido de afectarla, llevándola a hacer algo que no hubiera hecho de ninguna otra manera.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«Esto es una mierda </i>—pensó Carla—. <i>Yo no sé de qué narices habla esta tía. Esto no está pasando. ¡Esto no está pasando!».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla se zafó de Mariola y fue al salón. Su madre estaba otra vez durmiendo la mona sobre el sofá. La hija se acercó a ella con la intención de despertarla y pedirle explicaciones, pero algo la detuvo. Carla se acababa de dar cuenta de que era ella quien se había inmiscuido en la vida de todas estas personas: su madre y Mariola, su padre y Magdalena, su hermano y su novio universitario. Todos ellos tenían en común algo más que ser amantes: Carla.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Fue ella quien hizo dudar a Esteban de su sexualidad con sus juegos de alcoba, obligándolo a huir de casa por miedo a perder a su novio universitario. Fue ella quien permitió y alentó a su amiga Magdalena a que conquistase a su padre, permitiendo además que consumaran su amor en el estanque, disfrutando ella también de ello, facilitando la discusión de esa noche y la ruptura de sus padres.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">También había sido ella quien había probado el sexo prohibido de su propia madre, y ahora estaba dispuesta a inmiscuirse entre ella y esta mujer —«¡su amante!»— para impedir que disfrutasen de lo que ella carecía.</span></p><p><i><span style="font-family: georgia;">«¿De qué careces, Carla? ¿Qué es eso que te falta y que todas estas personas poseen y tú deseas? ¿Por qué estás celosa?».</span></i></p><p><span style="font-family: georgia;">Miró a su madre: los rizos húmedos pegados sobre su rostro, amado y querido. En la placidez del sueño sonreía levemente, con las mejillas arreboladas. Miró a su amante, esa tal Mariola, tan bella como una actriz de cine, con los ojos húmedos posados sobre el cuerpo semidesnudo de su madre. Había algo en esa mirada que le hizo sentirse como una intrusa, como si estuviera interrumpiendo una energía que emanaba de esas dos personas.</span></p><p><i><span style="font-family: georgia;">«Celos. Celos de Esteban y sus amantes y sus vídeos; celos de papá y Magdalena; celos de mamá y… de esta mujer».</span></i></p><p><span style="font-family: georgia;">Mariola se acercó a ella, pero Carla se apartó.</span></p><p><i><span style="font-family: georgia;">«Celos, celos de todos ellos, de su sexualidad, de su libertad».</span></i></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla pensó en Miguel y lo odió como nunca había odiado a nadie en toda su vida. Se inclinó y besó a su madre en la mejilla, después salió de allí sin mirar atrás, con una pregunta martillándole la cabeza constantemente: «¿Qué es eso que te falta y todos ellos tienen, Carla?».</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Encontró la respuesta justo antes de dormirse en el asiento de atrás del taxi, camino de casa, mientras pensaba en los ojos color miel de Víctor, en su sonrisa, en sus viajes y en su cuerpo lleno de músculos y grasa.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><br /></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-family: georgia; font-size: medium;"><b>MIGUEL</b></span></p><p><span style="font-family: georgia;"><br /></span></p><p><span style="font-family: georgia;"><span style="font-size: x-large;">L</span>a chica dijo que se llamaba Damaris y a Miguel le llamó la atención su pose altiva, su esbelto cuerpo apretado en un ceñido traje de noche y su cuello largo, blanco y delgado. Damaris parecía una de esas modelos anoréxicas de mirada lánguida y apática, esas que llevan la indolencia por bandera y los andares de una diva pasada de vueltas.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Dijo que estaba celebrando su decimonoveno cumpleaños a solas porque «sus padres no comprendían la vaguedad de una existencia discriminada por los cambiantes flujos artísticos de las nuevas tecnologías». Lo que venía a significar que ella quería ser una <i>influencer instagramer</i> y sus padres no le habían querido comprar el carísimo equipo audiovisual que ella necesitaba. Se había escapado de casa y estaba fumando heroína de baja calidad a las puertas del antro de moda en aquellos momentos.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Miguel le echó el ojo y no tardó mucho en lograr que subiera al deportivo. Ya habían pasado dos días desde su tropiezo con Desiré, la madura prostituta, y Miguel había estado viajando desde entonces, conduciendo el Mazda sin rumbo fijo por la costa, aprovechando los últimos días de vacaciones en la empresa de su padre.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Nunca había estado en esa ciudad y lo primero que hizo fue informarse sobre cuales eran los barrios más problemáticos, buscando en ellos alguna vieja zorra que se dejara pegar por cuatro perras. Fue durante esa búsqueda que llegó a las puertas de ese antro, tropezando con Damaris, la niña de papá enfadada con la vida, jugando a ser mala y con ganas de que le dieran caña.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Miguel le dio más de lo que ella hubiera querido.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Deshacerse del cadáver de una chica de diecinueve años no era nada complicado ni difícil. Lo jodido es lograr que nadie sepa que lo has hecho tú. Miguel aprendió esa noche lo tremendamente complicado que era hacer eso. De hecho, estaba seguro de que era prácticamente imposible. Para empezar, era muy probable que lo hubieran visto hablando con la chica antes de que esta subiera a su coche. Solo con eso la cagada ya era monumental. Pero encima el precoz e inepto asesino había dejado tantas huellas y evidencias de su crimen que le parecería un milagro si la policía no le echaba el guante en menos de cuarenta y ocho horas.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">La estranguló en el coche y consiguió tener una erección plena durante unos segundos al sentir en sus manos los últimos y trágicos estertores de la pobre chica. Trató de violar el cadáver, pero no consiguió mantener la erección el tiempo suficiente y lo dejó por imposible. Después se asustó un poco, pero no por lo que había hecho —en su mente de psicópata no había espacio para la empatía, el arrepentimiento o la conciencia— si no por que no había tomado precauciones y temía contagiarse con alguna venérea.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Si había algo a lo que Miguel tuviera miedo era a las enfermedades, sufriendo una fobia visceral hacia los hospitales y los centros médicos.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Para deshacerse del cadáver optó por un clásico: arrojarlo por un acantilado y dejar que las rocas, el mar y los peces hicieran el resto. Luego limpió el Mazda a fondo y dejó de preocuparse por la policía.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">«Lo que sea, será» —pensó mientras ponía rumbo hacía la ciudad donde vivía Carla, su ex novia, a la que consideraba culpable de su impotencia.</span></p><p style="text-align: center;"><b><span style="font-family: georgia;">Continuará...</span></b></p><p style="text-align: center;"><b><span style="font-family: georgia;">Esperma 26</span></b></p><p style="text-align: center;"><b><span style="font-family: georgia;">(c)2021 Kain Orange</span></b></p><p><br /></p>Kain Orangehttp://www.blogger.com/profile/12046312746243884686noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8600867602162970341.post-2737517250156090712021-04-29T01:10:00.005+02:002021-05-02T13:49:30.926+02:00ESPERMA (24)<p style="text-align: center;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"><b> 24</b></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-family: georgia;"><b><br /></b></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-family: georgia; font-size: medium;"><b>CARLA</b></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-family: georgia;"><br /></span></p><p><span style="font-family: georgia;"><span style="font-size: x-large;">T</span>uvo que parar a mitad del camino para repostar el depósito del ciclomotor. Era una estación abierta las 24h, automatizada, perdida en medio de la carretera comarcal que subía hacía el pueblo. No había nadie y sintió miedo el rato que estuvo allí sola, esperando que en cualquier momento algún desaprensivo apareciera de la nada para atacarla.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«Esto es una locura. ¿Qué esperas lograr, eh?, ¿qué esperas conseguir, Carla?».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">No estaba segura. Necesitaba hablar con su madre, quería saber porqué se había ido ella en lugar de echar a su padre. Quería consolarla y abrazarla, pero sobre todo necesitaba descargar su culpa y confesarle que ella, su hija, tenía parte de responsabilidad.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Cerró el depósito, se arrebujó en el abrigo de cuero y arrancó el ruidoso vehículo, rompiendo la quietud de la noche con el estridente y agudo sonido del ciclomotor.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><br /></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"><b>*</b></span></p><p><span style="font-family: georgia;"><br /></span></p><p><span style="font-family: georgia;">Cuando llegó al cortijo vio el pequeño Lupo de su madre estacionado dentro, sintiendo enseguida una oleada de alivio. Dejó la moto al lado del coche, colocando encima el casco y el abrigo, pues hacía mucho calor. Se extrañó de que los perros no acudieran a recibirla, aunque pudo escucharlos ladrar en la zona de atrás. Fue allí directamente, los acarició y les hizo un par de gestos para calmarlos, tal y como le enseñó su madre. Luego fue a la entrada principal de la vivienda y entró llamando a su madre con voz queda.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Nadie le respondió.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">La alarma estaba desconectada y dentro olía a alcohol. Vio el vaso derramado y el charco derretido encima de la mesa.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Mamá? —No podía ocultar la ansiedad en su voz.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Sobre el sofá vio el vestido negro de su madre y el sujetador de talla especial. Lo levantó y vio la mancha de ron en una de las copas, maravillada ante el tamaño de semejante prenda.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¡Mamá! —llamó en voz alta, asustada y temerosa, pues en su imaginación se había formado una fantasiosa película poco halagüeña.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«El vaso derramado en la mesa; ha habido una pelea, la han atacado y desnudado, la han violado y le han pegado, puede que hasta la hayan…».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¡¿MAMÁ?! —chilló asustada, corriendo por toda la casa, buscando el cuerpo violado y mutilado de su madre.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¡¿MAMÁ?! ¡MAMÁ!</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Pero no había sangre ni muebles destrozados ni cuerpos desmembrados. Solo la pulcritud y la limpieza de su abuela y el olor a romero que ocultaba el aroma de los «Celtas» que fumaba su abuelo a escondidas. Se detuvo unos segundos con el corazón acelerado, la cara cubierta de sudor y el pecho subiendo y bajando, con la respiración agitada.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«Cálmate Carla, por favor. Cálmate y piensa».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">El ruido de un chapoteo llegó desde el exterior y la chica salió de la casa a toda prisa por la puerta de atrás. Los focos externos estaban apagados, pero las luces subacuáticas iluminaban la piscina desde abajo, mostrando la imprecisa y voluminosa figura de su madre flotando boca abajo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Mamá? —susurró con labios temblorosos.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Dio un par de pasos inseguros hacia la piscina.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¡MAMÁ! —chilló aterrada, corriendo hacia el borde.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Justo cuando tomaba impulso para saltar el cuerpo de su madre se revolvió, asomando la cabeza y escupiendo agua. Carla se detuvo en el filo de la piscina, con el corazón a punto de saltar fuera de la boca.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Carla? —su madre la miró con una sonrisa ebria, envuelta en una nube etílica, feliz de ver a su hija pequeña.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">La chica sufrió un colapso y se le aflojaron las piernas, cayendo sobre el césped llorando y tapándose la cara con las manos.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Carla?, ¡cariño! —Rosa nadó con torpeza, flotando de forma errática, chapoteando con los brazos hasta una escalera cercana a su hija.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">La chica siguió llorando con la cara tapada, incapaz de mirar a su madre. Durante unos segundos había estado convencida de que había visto el cadáver ahogado de su progenitora y no podía quitarse esa imagen de la cabeza.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Ay, mi niña ¿Qué te pasa? —Rosa se acercó a ella con rapidez, caminando desnuda por el césped, borracha—. ¿Qué haces aquí? ¿Cómo… cómo has venido? ¿Qué… Q…?</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Antes de llegar hasta su hija se hizo a un lado, eructando y tosiendo de rodillas con las manos apoyadas en el suelo hasta que un vómito líquido salió de su garganta. Las enormes tetas eran tan grandes que los pezones rozaban el césped. Carla la miró y se arrastró hacia ella, sosteniéndole la cabeza mientras la abrazaba por detrás con brazos temblorosos.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Le perturbó el contacto del cuerpo desnudo de su madre, mojado pero caliente, resbaladizo, lleno de grasa y sebo, tan querido y entrañable. Rosa vomitó varias veces, pero solo expulsó agua, ron y bilis. Carla le daba palmaditas en la espalda, sosteniéndole la frente con su pequeña mano.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Perdóname cielo… —consiguió decir su madre al cabo de un rato—. Lo siento cariño.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla quiso decirle que no tenía nada que perdonarle, pero no podía hablar, conmocionada aún por el hecho de haber creído que su madre se había ahogado.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«Podría haber pasado, Carla. Si tú no llegas a aparecer puede que ella no hubiera salido de la piscina y podría haberse ahogado».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Qué hacías ahí metida boca abajo? —consiguió preguntar al fin entre lágrimas, sacudiendo el cuerpo de su madre, enojada— ¡Pensé que te habías ahogado!</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Rosa se incorporó un poco y miró a su hija con los ojos irritados y húmedos.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Se me cayó. La botella. No la encontraba.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla miró boquiabierta a su madre. Los rizos oscuros se le pegaban en la frente y en las rubicundas mejillas y la chiquilla pensó que de joven debió de ser muy guapa. Aún lo era.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿De qué estas hablando? —inquirió Carla.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—La botella —Rosa se giró y señaló a la piscina antes de seguir hablando— ¿Podrías buscarla tú, por favor?</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Fue entonces cuando Carla se percató del tufo a alcohol que echaba el aliento de su madre.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Estás borracha?</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—No —dijo Rosa, convencida de ello.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Ambas estaban de rodillas, una frente a la otra. Carla miró de arriba abajo a su madre, siendo consciente de la desnudez de ésta.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Estas borracha mamá. —Esta vez no era una pregunta.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—No —insistió su madre, guiñando los ojos y meciéndose de un lado a otro.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla suspiró mentalmente, aliviada y enfadada.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Venga, vamos dentro, mamá. Aquí vas a pillar una pulmonía.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Y tú qué haces aquí? —preguntó Rosa con voz etílica— ¿Has venido a… a ayudarme a buscar la bot… bot… botella?</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Sí mamá.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla la ayudó a ponerse en pie, una tarea nada fácil debido al peso de su madre y a lo resbaladiza que era su desnudez.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Sí —repitió—, he venido a ayudarte a buscar una botella. Dentro de la casa hay muchas, venga vamos.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Cuando Rosa se levantó abrazó a su hija con mucha fuerza, estrujándola. Luego le dio un beso en la frente.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Te quiero —dijo antes de dirigirse con paso incierto hacia la casa.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla le agarró un brazo y la acompañó, turbada y excitada tras sentir el cuerpo desnudo de su madre pegado al suyo, con los enormes pechos balanceándose sobre su vientre. La hija se fijó en que su madre tenía una espesa pelambrera entre las gordas piernas.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">La chica intentó llevarla a uno de los dormitorios, pero Rosa se negó, quedándose en el salón con la excusa de que allí era donde estaba la bebida. Se dejó caer en el sofá, haciendo que las maderas y los muelles crujieran peligrosamente bajo su peso. En cuanto apoyó la cabeza en uno de los reposabrazos se durmió en un profundo sueño etílico cercano al desvanecimiento, pues llevaba todo el día sin comer nada.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla se quedó a su lado unos instantes, tratando de recuperarse de la impresión y del susto, llorando un poquito de alivio. Luego fue al baño a buscar un par de toallas y se dedicó a secar a su madre.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Mientras le pasaba la toalla por el cuerpo pensó que en los últimos días había visto más desnudos en vivo que en toda su vida. Primero fueron los de su padre y Magdalena, allá en el estanque. Luego fue Esteban, en la cocina y en la ducha. Esa misma mañana le había visto la verga a ese Víctor —«y vaya verga»—, pensó, sonriendo excitada al recordar el gordo manubrio del contratista.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Y ahora estaba mirando la desnudez de mamá.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla arrastró la humedad de la barriga de su madre, pensando en lo gorda que estaba y en cuantas dietas fracasadas había probado a lo largo de su vida. Ella siempre la apoyaba y le animaba a seguirlas, pero al final su madre sucumbía y las dejaba.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Para secarle los pechos tuvo que introducir la toalla debajo de las mamas, empujando las tetazas hacia arriba para poder quitarle la humedad que había en el nacimiento de los senos.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«Son enormes… </i>—pensó con envidia—. <i>¿Cómo debe ser ir por ahí todo el día con esto colgando delante, con todo el mundo mirándolas?».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla se fijó entonces en que las caricias de la toalla habían provocado una reacción en su madre, puesto que los pezones, largos y gruesos como dedales, se le habían empitonado. También se dio cuenta por primera vez de que su madre no tenía los pechos simétricos: uno de los pezones estaba ligeramente más levantado que el otro, un poco torcido y apuntando hacia fuera. Las areolas tampoco eran iguales: una de ellas era circular y la otra ligeramente ovalada, de distinto tamaño.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Por alguna razón todo eso le pareció algo increíblemente morboso y erótico.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«De ahí mamaste tú cuando eras un bebé».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">Ese pensamiento la excitó. Carla contempló el pecho de su madre y dejó la toalla a un lado. Luego trató de comparar el tamaño de la areola con su mano abierta: la mancha mamaria era casi igual de grande. Era una gigantesca circunferencia irregular cuya superficie —de color pardo oscuro— estaba surcada por venas y bultitos diminutos. El pezón sobresalía un par de centímetros, puede que más.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«Eso lo he chupado yo cuando era un bebé»</i> —volvió a pensar, cachonda.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla sintió de nuevo aquel mareo, la extraña percepción de no estar ahí realmente, como si lo viera todo desde una cámara. Se agachó con el corazón acelerado y besó con suavidad la puntita del grueso apéndice.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Era rugoso, tierno y algo duro, cediendo poco a poco a la presión de sus labios, hundiéndose dentro de la areola bajo la presión de su boca.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«¡¿Qué haces Carla?!».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">La chica ignoró esa voz y sacó la lengua, lamiendo el carnoso cilindro muy despacio.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«¿Qué estas haciendo?».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">No podía evitarlo. Ya no era su madre. Era un cuerpo desnudo. El hermoso cuerpo de una hembra madura llena de curvas y carne trémula. Era un cuerpo vivo, real, que respiraba y se agitaba bajo su contacto vicioso y prohibido. El morbo le nubló la razón y se metió el pezón de su madre en la boca, chupando como hacía cuando era un bebé.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Tiró de él con la boca, mirando embelesada como el pecho se estiraba, subiendo hacia arriba arrastrado por la ventosa en la que se había convertido su boca. Cuando se le escapó se escuchó el suave y líquido sonido de un chupeteo. Eso la excitó mucho más y volvió a chuparle la teta a su madre, mamando con más decisión.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Mientras le chupaba un pezón veía como el otro se endurecía también, sobresaliendo oscuro y largo como una almendra. Carla tuvo la necesidad de tocarlo y lo hizo con los dedos cubiertos de sudor, aumentando su nivel de libido al sentir la dureza cartilaginosa del tieso apéndice.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Su madre gemía levemente y la peste a alcohol le recordó que se estaba aprovechando de su propia madre borracha, pero eso, en lugar de detenerla, le dio más alas, apretando el gigantesco pecho de su madre con la mano, amasando la gelatinosa y blanda carne con el pezón remetido entre sus dedos.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Mientras le masajeaba el pecho notó cómo su propio cuerpo reaccionaba ante los incestuosos actos que estaba cometiendo, puesto que sus pechitos también se endurecieron, así como sus diminutos pezones. El sujetador pronto le estorbó, puesto que el roce de la copa con sus duras lentejitas le producía un placentero dolor. Pero el sujetador no era lo único que le estorbaba.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Sus braguitas eran demasiado pequeñas para la hinchazón que sentía entre los muslos y deseó poder quitárselas para tocarse con libertad. Recordó la paja que se había hecho aquella tarde, fantaseando con comerle el coño a Magdalena, preguntándose si todas las vaginas tenían el mismo olor y sabor.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«Ahora puedes comprobarlo, si quieres».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">La idea le golpeó con tanta fuerza que tuvo un breve mareo. El corazón latía como un tambor de guerra en su pecho y su boca se secó, no así su coñito, que se mojó lentamente mientras Carla dejaba de manosear y chupar las gordas tetas de su madre, mirando hacia abajo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Rosa estaba tumbada en el sofá con una pierna apoyada en el suelo, con la tripa aplastada sobre su abdomen y los pelos del coño asomando entre sus muslos. Carla fue hasta allí.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«No lo hagas Carla».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">Pero era inútil. Aquella ya no era su madre. Era una hembra espatarrada, con el coño al aire y las tetazas colgando por los lados, con los pezones tiesos por culpa de los chupetones que le había dado ella. Se inclinó y miró la entrepierna de su madre. Vio que tenía los labios mayores abultados, con los vellos púbicos enredándose alrededor de la vulva, haciéndose más largos y espesos en el monte de Venus. Los rizados pelos estaban humedecidos por el baño de la piscina, brillando y titilando bajo la luz del salón.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla se fijó en que las ingles de su madre estaban un poco irritadas, con algunos granitos rojos aquí y allá, con la peluda vulva partida en dos por una raja ligeramente abierta, dejando entrever la carne rosada del interior. Se le había salido un pequeño bulto rugoso, la punta de uno de los labios menores. Carla lo tocó con un dedo tembloroso, moviéndolo a uno y otro lado. La hendidura se abrió un poco más y los labios se despegaron sin abrirse del todo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla se envalentonó y puso dos dedos a cada lado del coño, estirando la piel con delicadeza, abriéndole el papo a su madre casi con reverencia. Los labios menores saltaron fuera y una flor de pellejos y protuberancias se abrió al exterior, permitiendo que el glande del clítoris asomase fuera de su funda.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla emitió un jadeo de sorpresa y de morbo: la pepita de su madre era una gorda alubia de color bermellón, regordeta y de aspecto tierno, como un glande chiquito. La incestuosa niña acercó el rostro para olerle la raja a su madre, mareada por el morbo y lo prohibido del acto, sintiendo como su propio clítoris palpitaba erecto entre sus piernas.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Acercó tanto la cara que su nariz rozó los pelos del coño, aspirando lentamente y soltando el aire sobre el sexo abierto de Rosa. El olor era muy parecido al suyo, pero no exactamente el mismo. Al contrario de lo que esperaba, el mejillón de su madre no olía tan fuerte como el suyo, pero Carla intuyó a que eso se debía a que ese chocho estaba seco.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«Seguro que cuando se moja el olor es más fuerte».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla le pasó el pulgar por encima de la funda, estirando la piel para que el glande asomase aún más, empinándose tieso hacia arriba y hacia fuera.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Luego lo lamió.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">El vientre de su madre se contrajo al notar tan íntimo contacto, temblando ligeramente. Sus muslos también sufrieron un ligero espasmo y Carla retiró la lengua, temerosa de que se despertara.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«Estas loca, estas loca, estas loca…»</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">Cuando vio que su madre seguía durmiendo volvió a acercarse, metiendo la lengua entre los labios vaginales muy despacio.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«Por aquí he salido yo».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">Su lengua aún no detectaba ningún tipo de sabor, si acaso un ligerísimo picor. Decidió entonces ahondar más, buscando las mucosidades que seguramente cubrirían la entrada al conducto vaginal. Para ello le abrió la almeja, descubriendo entonces entre los muchos pliegues y pellejos que allí había ciertos restos blancos y amarillos, como de requesón. El olor a pescado seco, que tanto asociaba ella a sexo masturbatorio, le dio de lleno en la cara, excitando sus sentidos y cayendo sin remedio en un pozo de lujuria irrefrenable. Con un dedo recogió uno de esos pegotes amarillentos y lo olió.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Era rancio, fuerte y sexual.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla le lamió el coño a su madre, pasando la lengua muy despacio, saboreando el agrio mejunje que rezumaba de esas entrañas, calientes y perfumadas por el almizcle femenino. Meterle la lengua era un acto tan depravado y sucio que a la chiquilla se le aflojaron las piernas, cayendo de rodillas y temblando como un flan. Su madre gimió en sueños y un nuevo espasmo hizo vibrar sus carnes íntimas.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Su hija apartó la cara y vio como se dilataba el agujero, brillando por la saliva y por la mucosidad que empezaba a surgir de allí. Los espasmos hacían que el clítoris se moviera ligeramente, endureciéndose.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«Se está poniendo cachonda»</i> —pensó con la cabeza ida, mareada.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Luego extendió una mano y le metió un dedo en el coño. Lo dejó metido unos segundos, sintiendo el calor interno de su propia madre, deleitándose con la sensación de tocar el interior de una mujer. Cuando lo sacó un pequeño reguero de flujo blanquecino se escurrió fuera, quedando atrapado en los pelos que Rosa tenía en el perineo, entre la raja y el ano.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Su hija los lamió, saboreando los efluvios prohibidos de su madre con la misma depravación que sentía al lamer sus compresas y tampones usados. El olor era cada vez más intenso y su boca pronto se llenó con el extraño sabor de un sexo ajeno al suyo. La pequeña lengua de Carla recogía con suavidad las mucosas vaginales, lamiendo muy despacio, pues no quería despertar a su madre.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">El cunnilingus consiguió excitar del todo a la dormida mujer, provocando que sus labios menores, oscuros y mojados, se hinchasen y se salieran fuera de la raja. La hija los lamió, asqueada por el fuerte sabor agrio y salado de esos mocos que olían ligeramente a orines. Carla, siendo ella también una mujer, sabía exactamente donde y como tocar ese coño, así que con la cabeza totalmente mareada de puro morbo y lujuria le hundió dos dedos en la intimidad abierta de su madre, doblándolos para tocar detrás de la uretra.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Rosa gimió en sueños una vez más, pero la hija siguió tocándole el interior del caliente pozo, pasando la lengua por los lados de la vulva y chupándole el grueso botón con sus labios. La erección de su propia pipa la tenía loca, pues notaba la tiesa protuberancia rozando sus braguitas, pidiendo que la tocasen.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Cuanto más se excitaba más atrevidas eran sus caricias y toqueteos, empujando con fuerza, aumentando el ritmo, pegando su cara totalmente en las carnes ardientes de su madre, jadeando sobre los pelos de ese enorme coño que no dejaba de chorrear líquidos. Las ingles de Rosa comenzaron a transpirar y el sudor resbaló por sus nalgas, mezclándose con el resto de fluidos.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla estaba totalmente ida, con la mente obnubilada por la lujuria, ciega de morbo. Sacó los dedos de ese hoyo chorreante y metió su boca allí dentro, chupando con fuerza, aplastando su naricita contra la apestosa almeja, tragándose todo lo que salía de ahí, metiendo y sacando la lengua dentro de esas rugosidades cartilaginosas.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Su lengua se aceleró sobre el inflamado clítoris y sus dedos volvieron a follar ese generoso coño con fuerza, moviéndose más deprisa, alcanzando un ritmo constante, taladrando el resbaladizo mejillón con tanta fuerza que las tetorras de Rosa vibraban y temblaban como gelatina, con los pezones tiesos apuntando hacia todos lados.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Sin saber porqué el recuerdo del fontanero acudió a su cabeza y Carla deseó que ese hombre estuviera ahí con ellas dos. Deseó que ese viejo cerdo comebragas viese lo depravada que era; que viese lo puta y pervertida que podía llegar a ser. Quería que Víctor viera como le estaba comiendo el coño a su propia madre y deseó que ese forzudo macho las follase a las dos, a su madre y a ella también, que metiera su gorda polla en todos sus agujeros y que se corriera en su cara, en sus tetas y en las tetas de su madre.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Pero sobre todo quería que la follase a ella, que la abriera de piernas y la partiese en dos a golpes de nabo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">La voz de Rosa la sorprendió y Carla dio un respingo, apartándose de allí abajo con rapidez con la barbilla mojada de mucosidad.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Mariola —susurró su madre.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">En ese momento los perros ladraron y Carla escuchó el sonido de un motor acercándose al cortijo. Con el corazón desbocado agarró las toallas y tapó a su madre, que guiñaba los ojos y se desperezaba con dificultad. El ruido se hizo más fuerte y luego se detuvo. Los perros siguieron ladrando y Carla vio a través de una ventana el contorno de un todoterreno.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«¿Papá?»</i> —pensó con cierta inquietud, sintiendo como el morbo y la excitación la abandonaban mientras que la vergüenza y el arrepentimiento por lo que acababa de hacer ocupaban su lugar.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Miró a su madre y vio que había vuelto a cerrar los ojos, aunque balanceaba la cabeza a uno y otro lado despacio. Carla recordó el estado en el que la había encontrado y la furia borró cualquier otro sentimiento, pues consideraba a su padre el responsable de ello.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«Le pone los cuernos con una cría y luego la echa de casa para que ella se… se… ¡Se emborrache y muera ahogada?».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla se dirigió a la entrada para recibir a su padre y abrió la puerta antes de que él pudiera hacerlo. Los insultos murieron en su garganta al ver a una desconocida en el umbral. La luz de la entrada iluminó a una mujer rubia, madura, muy bella, delgada y con un aire aristocrático a pesar de su corta estatura. Le recordó a cierta actriz americana. Los ojos azulados miraron a Carla con sorpresa y curiosidad. La pequeña no supo qué decir a esa mujer y se quedó callada a pesar de que en su cerebro se agolpaban todo tipo de preguntas.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">La voz de su madre la asustó y se dio la vuelta. Rosa estaba detrás de ella, de pie, con las toallas apenas tapando su obeso cuerpo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Mariola? —dijo su madre.</span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-family: georgia;"><br /></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-family: georgia;">CONTINUARÁ...</span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-family: georgia;"><a href="https://erosexmachinae.blogspot.com/2021/05/esperma-25.html">Esperma 25</a></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-family: georgia;">(c)2021 Kain Orange</span></p>Kain Orangehttp://www.blogger.com/profile/12046312746243884686noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8600867602162970341.post-50022898864914619982021-04-27T01:18:00.004+02:002021-04-27T01:18:29.821+02:00ESPERMA (23)<p style="text-align: center;"><span style="font-family: georgia;"><b> 23</b></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-family: georgia;"><b><br /></b></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-family: georgia;"><b>MARIOLA</b></span></p><p><b style="font-family: georgia;"><span style="font-size: x-large;"><br /></span></b></p><p><b style="font-family: georgia;"><span style="font-size: x-large;">E</span></b><span style="font-family: georgia;">l lunes por la mañana, mientras Víctor iba a casa de Carla por primera vez y ésta se masturbaba pensando en su hermano, Mariola habló por teléfono con su asesor legal y zanjó el asunto de la herencia. Su abogado puso el grito en el cielo cuando ella le explicó lo que quería hacer y trató de hacerle cambiar de idea, pero Mariola fue intransigente. Cuando acabó salió del pueblo, visitando aquellos lugares que Rosa y ella solían usar a escondidas para darse amor y cariño.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Salió vestida con un caftán marroquí de color blanco y recorrió los exteriores del pueblo buscando recuerdos y memorias perdidas: la vereda de la vieja acequia; el puentecico de la Tomasa, cerca de donde mató a su padre; el cortijo de los Bueno, ahora derruido y cubierto de escombros; la caseta del pozo chico, donde Mariola perdió el himen cuando Rosa exploró su vagina con dedos temblorosos, un poco asustada al ver la sangre, pero excitada cuando la pequeña Mariola le pidió que le curase «la herida» con un beso allí abajo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Fue un beso muy largo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">No era solo sexo. No fueron solo los juegos eróticos y masturbatorios de dos niñas atravesando la pubertad. Lo suyo iba más allá de eso y de la amistad. Se lo contaban todo. Absolutamente todo. Sueños, vivencias, fantasías, problemas y anécdotas. Entre ellas dos no hubo secretos y juntas aprendieron el valor de contar con un alma gemela de espíritu afín y de un amor puro, sincero.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">A lo largo de su vida Mariola tuvo muchas amantes y alguna relación esporádica, pero nunca encontró a nadie con esa complicidad, esa intuición empática tan intensa como con Rosa. Con ella solo bastaba un gesto o una mirada, una caricia, una sonrisa o un guiño para leerse el pensamiento.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Lo que sucedió dos noches atrás solo fue un sucedáneo de lo que podrían llegar a alcanzar juntas. Mariola pensaba en toda la experiencia que ambas habían acumulado a lo largo de los años y la forma en la que podrían ponerla en práctica. Ya no serían unas niñas asombradas y cohibidas por los cambios físicos de sus cuerpos, no serían unas chiquillas comparando el tamaño de sus incipientes pechos o tocándose la pelusa que les crecía entre las piernas. Serían mujeres adultas, plenas y experimentadas y volverían a contárselo todo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Todo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Vivencias, problemas, anécdotas, recuerdos, sueños, pecados, deseos… y fantasías inconfesables. No tendrían secretos entre ellas y juntas volverían a explorar sus cuerpos, pero sin miedo ni tapujos, como mujeres enamoradas. Como amantes.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Mariola visitó el viejo erial de Claudio, una solitaria plataforma empedrada con losas de pizarra en lo alto de una colina. Allí Rosa le torció y le rompió el tabique de la nariz a un niño mayor que ellas que se atrevió a pellizcarle un pecho a Rosa. A su edad le habían crecido demasiado las tetas y llamaba mucho la atención, sobre todo entre los niñatos y los críos del colegio.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«Y también entre los adultos»</i> —recordó Mariola con un poco de asco, pensando en su padre.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Tuvieron que salir corriendo de allí, pues el niñato comenzó a apedrearlas mientras su nariz, hinchada y retorcida, expulsaba chorros de sangre oscura. Escaparon y se escondieron muy juntas en la boca de un desagüe bajo una acequia, riendo en voz baja a oscuras, cuchicheando ocultas tras la vegetación que tapaba la entrada. Allí Mariola le preguntó dónde la habían tocado y Rosa se lo mostró, levantándose la camisa y exhibiendo el sujetador de tamaño adulto, bajándolo un poco para que su amiga viese la marca del pellizco. </span></p><p><span style="font-family: georgia;">Rosa permitió que su compañera de juegos le acariciase el pecho con la excusa de tocar el leve hematoma, aunque Mariola se aprovechó de la situación y metió los dedos dentro, buscando el tierno pezón, bajando un poco la tela hasta verle el nacimiento de una areola oscura y abultada. Cuando le tocó el pezón se asombró al percibir el gran tamaño de ese apéndice, a diferencia del suyo, mucho más pequeño. Se lo comentó a Rosa, ofreciéndole la oportunidad de que lo comprobase por ella misma abriéndose la blusa y dejando que le metiera la mano en el escote.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Mariola no usaba sostén y la pequeña Rosa se topó con dos senos apenas desarrollados. Las caricias despertaron la precoz lujuria de Mariola y terminó por bajarle del todo el sujetador a su amiga, liberando los voluminosos pechitos, blancos y erectos, muy grandes para su edad. Asombrada por el tamaño, Mariola se los tocó sin pudor.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Rosa tenía las tetas muy duras, tiesas y levantadas, desafiando la gravedad. Sus regordetes pezones casi apuntaban hacía arriba. Las areolas eran grandes y oscuras, ligeramente abultadas. La morena chiquilla se dejó manosear por esa pequeña rubia de ojos claros, sintiendo en su interior un calor que subía desde su pecho hasta su cuello, ruborizándola. En su bajo vientre también surgió una húmeda calentura, extraña y e inquietantemente placentera. </span></p><p><span style="font-family: georgia;">Mariola también dejó que su amiga le tocase sus pequeños bultitos, aunque en aquella lejana época solo eran dos hinchadas areolas con sus correspondientes pezones. Poco más le crecerían, al contrario que a Rosa, que con el paso de los años sus mamas habían seguido creciendo, alcanzando un tamaño extraordinario.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Rosa también sintió curiosidad por esas extrañas y diminutas mamas, abriéndole del todo la blusa para mirarle los endurecidos guijarros a Mariola, dos botones sonrosados, erectos, arrugados y duros como garbanzos. Mariola tenía las areolas bufadas, sobresaliendo de su pecho como dos pequeñas cúpulas y Rosa sintió ganas de jugar con ellas, cogiéndolas con los dedos, apretándolas, moviéndolas y pellizcándolas suavemente con una mano temblorosa.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">El cuerpo de la pequeña Mariola reaccionó a esos contactos y notó la humedad de su interior manchando sus prendas íntimas. </span></p><p><span style="font-family: georgia;">Las chiquillas se tocaron mutuamente los senos, maravilladas por cómo reaccionaban sus cuerpos a esas caricias, a esos toqueteos, besos y lamidas, puesto que el instinto pronto las llevó a sustituir los dedos por las lenguas, dándose allí el primer beso «de verdad» en las bocas, con los pechos desnudos rozándose unos contra los otros. </span></p><p><span style="font-family: georgia;">Así dejaron pasar los minutos, dándose besos y sobándose las tetas, sin saber muy bien cómo culminar todas aquellas caricias, sintiendo el insoportable calor de sus inflamados sexos palpitando húmedos entre sus piernas. Mariola, más avezada y resuelta, trató de ir más allá, buscando bajo las faldas de Rosa un contacto más íntimo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Sus dedos lograron tocar la abultada hinchazón que latía allí abajo, mullida y blanda, caliente y húmeda. La joven vulva se abrió dentro de las braguitas y Mariola pudo percibir la blandura viscosa de los labios internos a través de la tela.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Rosa se apartó, asustada al sentir algo nuevo: un escozor vibrante, un espasmo placentero y ardiente que le recorrió los lumbares hasta el estómago. No fue un orgasmo, pero sí una insinuación de lo que podría llegar a ser. Las caricias terminaron ahí. Se vistieron avergonzadas, agitadas, cachondas y felices de haber compartido un secreto tan íntimo y personal.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Aquella misma noche Rosa alcanzó su primer y verdadero orgasmo en la cama de Mariola, masturbada por su amiga en la oscuridad de la habitación bajo las calurosas sábanas, abrazadas una a la otra, desnudas, gimiendo y susurrando en voz baja, tocándose los coñitos la una a la otra. Los vellos púbicos de Rosa eran muy largos y la corrida de la niña se quedó allí pegada y apelmazada hasta la mañana siguiente, donde fue limpiada por la boca de Mariola a escondidas mientras Rosa dormía.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Fue la primera vez que se comía un coño.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«Fue el primero de muchos —</i>recordó Mariola con nostalgia<i>—. Dos días después me metió los dedos y me desvirgó».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">No pudo evitar humedecerse al recordar el torpe cunnilingus que la pequeña Rosa le hizo después de romperle el himen accidentalmente, limpiando la «herida» con su inexperta lengua, asustada, cohibida y avergonzada, pero tan cachonda que no pudo dejar de lamer ese chochito recién desvirgado hasta que Mariola tuvo un orgasmo tan intenso que cerró los muslos de golpe, apresando la cabeza de la chiquilla con ellos, apretando su rajita llena de pelitos encharcados contra el ruborizado rostro de Rosi.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Mariola siguió excitándose al recordar cómo se comieron los coños la noche anterior. También recordó el terrible y delicioso cambio que habían sufrido las tetas de Rosa, rememorando el tacto rugoso de los gruesos y largos pezones de su vieja amiga, así como el peso y la blandura de esas grandes moles de carne, suaves y cálidas, tan distintas a las que tocó en aquella acequia, un millón de años atrás.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Volvió a pensar por enésima vez si no cometió un error al pedirle a Rosa que fuese con ella a Costa Rica. ¿Por qué lo hizo? ¿Por qué darle esa esperanza? ¿Realmente creía que esa mujer lo dejaría todo por ella?</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«¿En qué estabas pensando, Mariola?».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">Se agachó y arrancó una ramita de un arbusto que crecía entre las pizarras. La brisa levantó el vuelo de su vestido y sintió el aire fresco besando sus braguitas, evaporando la humedad de su entrepierna.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«Pensaba en nosotras, en el tiempo que nos fue arrebatado, en lo que pudimos haber sido y en la posibilidad de recuperarlo ¿Acaso no puedo soñar con eso?».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">Se puso en pie y volvió a pensar en Rosa. No podía dejar de hacerlo. Quería estar con ella, quería abrazarla de nuevo, besarla y hablar con ella de sus vidas, de sus sueños y sus fantasías. Necesitaba recuperar de nuevo esa complicidad y anoche estaba convencida de que Rosa también lo deseaba.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«¿Hasta el punto de abandonarlo todo para ir contigo al otro lado del mundo?».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">La razón le decía que no, pero el corazón…</span></p><p><span style="font-family: georgia;">El sonido del móvil la sobresaltó. Mientras rebuscaba en su bolso tuvo la certeza de que era Rosi quien llamaba, pero no fue así. Era de la agencia editorial que se encargaba de organizar su trabajo. Mariola tenía varios proyectos en marcha: un guion televisivo (compartido con otros cuatro guionistas), dos novelas largas a medio concluir y una serie de artículos semanales para medios digitales, entre otras pequeñas colaboraciones de distinta índole. Se había tomado dos semanas de vacaciones y sabía que la llamada debía de ser por algo muy importante.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—<i>¿Yes?</i> —saludó un poco inquieta.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿María? —Reconoció la voz de Samantha, la relaciones públicas de su editorial. Sonaba lejana y con interferencias—. <i>Sorry about the time, but something happen the last night</i>.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—<i>Hi Sammy, don’t worry about the time, it’s sunlight here. What’s happens?</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">—<i>I'm sorry to tell you bad news…</i> —Dejó pasar unos momentos antes de continuar—. <i>It’s about Josephine.</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">Mariola cerró los ojos y suspiró mentalmente. Josephine era su agente literaria desde hacía más de una década. Fueron amantes y hubo una época en la que creyó que podrían llegar a ser algo más, pero la afición de Josephine a la cocaína, el alcohol y las fiestas interminables fueron una carga que Mariola no estuvo dispuesta a compartir.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—<i>It’s so bad?</i> —inquirió Mariola con preocupación.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Samantha tardó demasiado en responder y Mariola supo entonces lo que le iba a decir. Se dejó caer con suavidad sobre el erial, apoyándose en un viejo almendro y sentándose sobre la pizarra recalentada por el sol de la mañana.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—<i>She was found this midnight in his bed…</i> —Mariola escuchó como la chica sollozaba—.<i> I’m so, so sorry, María. She… She just…</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">A Samantha se le quebró la voz y no pudo seguir.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—<i>It’s okey, Sammy</i> —consoló Mariola—.<i> I know.</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">Esperó unos segundos a que se recuperase antes de interrogarla.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—<i>What… What was this time? </i>—preguntó notando el escozor de las lágrimas en los ojos—. <i>Cocaine, heroine, oxy,…? </i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">—<i>None</i> —mintió la chica—. <i>A stroke. His heart just stopped while sleeping.</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">Mariola supo que mentía, pero no dijo nada, pues sabía que la familia tenía derecho a ocultar los detalles de la muerte de su amiga. Recordó que Josephine solo tenía cincuenta y cuatro años, la mayoría de los cuales se los había pasado jugando con todo tipo de sustancias recreativas. Josephine fue una hippy en su juventud y una fiera de las raves en su madurez. Alternaba las anfetaminas con los opiáceos, usando los primeros para subir al infierno y los segundos para bajar al paraíso. Sus fiestas eran legendarias en San José.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«Infarto… ¿Y cual de todas las golosinas que solía tomar lo provocó, Sammy?»</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>—We wonder if you could come here, María. The funeral will be in two days.</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">Mariola titubeó indecisa. Sabía que si volvía a Costa Rica sería para no regresar, pues nada la ataba aquí ya, excepto Rosa; a ella le dijo que esperaría una semana, pero lo hizo en un impulso, en un acto espontáneo surgido de la nostalgia y la fogosidad del momento. Ahora se dio cuenta de que fue un error.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—<i>Of course </i>—contestó con los ojos cerrados—.<i> I’ll be there.</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">Se despidieron y Mariola contempló la ramita que aún conservaba en la mano. Había estado jugando con ella mientras hablaba y la savia le había manchado las yemas de los dedos. Era un brote de romero: el intenso aroma le trajo un torrente de recuerdos de su niñez, no todos ellos agradables. La brisa se intensificó y una ráfaga de viento le arrancó la hierba de entre los dedos, que se alejó volando más allá de la sierra de Luégana hasta perderse de vista.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><br /></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-family: georgia;"><b>ROSA</b></span></p><p><span style="font-family: georgia;"><br /></span></p><p><span style="font-family: georgia;"><b><span style="font-size: x-large;">C</span></b>uando salió del Volkswagen se sorprendió por el calor que hacía esa madrugada en el cortijo. Una bolsa de aire caliente se había establecido en la sierra y Rosa percibía en la atmósfera esa inquietud previa a una tormenta, aunque no había nubes en el estrellado firmamento. La brisa era caliente y le acariciaba los desnudos muslos con lascivia, moviéndole el vuelo del vestido. Era negro y se confundía con la oscuridad que reinaba a la entrada de la hacienda.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Los perros salieron a recibirla, dejando de ladrar en cuanto reconocieron el olor de Rosa. Ésta hizo un gesto y en seguida se calmaron, obedientes. Eran tres grandes perros mestizos que usaban de guarda y otros dos más pequeños, falderos. Rosa se había encargado de educarlos y sentía mucho cariño por todos ellos.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Hace muchos años tuvieron una perrita en casa (en realidad era de Carla), y Rosa enseñó a su hija como educarla correctamente. Cuando murió decidieron no volver a tener otra mascota en casa, una decisión tomada no solamente desde el corazón, si no desde la razón, ya que cada vez tenían menos tiempo libre, unos por el trabajo y otros por los estudios.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Comprobó que los comederos y bebederos estuvieran llenos y cerró la verja, encerrándolos en el amplio recinto de atrás, pues quería estar sola.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Entró a la vivienda, desconectó la alarma y se preparó un ron con cola, con mucho hielo. Se sentó en el sofá del salón con las luces apagadas, escuchando la brisa y el sonido de los grillos nocturnos, bebiendo largos tragos hasta acabar la copa en pocos minutos. Se sirvió otra usando los mismos hielos, que apenas se habían derretido, tratando de no pensar en nada, tratando de no pensar en Gabriel, en Esteban, en Carla y en Mariola. </span></p><p><span style="font-family: georgia;">Mariola, delgada y asquerosamente hermosa, con los ojos claros abiertos de par en par, embelesados y llenos de deseo al ver a su gorda amante desnuda.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Rosa dio un trago, apartando esa imagen de la cabeza.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«¿Sabes a dónde va ir a parar todo este azúcar, Rosi?».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">Sonrió y miró hacia abajo, consciente de que ese gesto haría que bajo su barbilla apareciese una papada. Se miró la gorda tripa y la pellizcó.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«Sí, sí que lo sé. Aquí —</i>pensó mientras pinzaba una molla con los dedos<i>—, justamente aquí. Y este trago va a ir a parar aquí».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">Bebió y se pellizcó otra zona, notando que el alcohol le estaba subiendo demasiado rápido, pero eso era lo que quería. Desgraciadamente la bebida no la alejó de los pensamientos que quería evitar, volviendo a pensar en Mariola.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«¿De verdad creíste que iba a llevarte contigo a Costa Rica? ¿Quién coño querría a una vieja gorda como tú?».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">Bebió con demasiado ímpetu y la bebida se escurrió por las comisuras de los labios, manchándole el vestido.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«¿En serio pensabas abandonar a tus hijos y al adúltero de tu marido para largarte al otro lado del mundo con tu novia? Eres tonta de remate».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">Se levantó del sofá y al tratar de poner el vaso en la mesa se le volcó, derramando la bebida y los hielos. Sentía el calor del alcohol en el pecho subiéndole hasta la cabeza. Era una sensación muy, muy agradable. También sentía la humedad de la mancha de su vestido, extendiéndose poco a poco. Rosa se quitó la ropa, quedándose en ropa interior.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">El gigantesco sujetador de color crema también se había manchado de ron y cola y Rosa se lo quitó, dejando que sus pechos se descolgaran por encima de la tripa. Volvió a sentarse, apoyándose en el respaldo del sofá, lo que provocó que sus pechos se escurrieran hacia los lados. Ella sintió ese peso tirando de ella, estirando el nacimiento de sus senos. Luego siguió bebiendo, pero esta vez directamente de la botella, dando sorbos muy pequeños.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«¿Qué vas a hacer ahora, Rosi?».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">Con mano distraída se recolocó las mamas, tratando de centrarlas sobre su vientre, pero en cuanto colocaba una la otra caía hacia un lado, así que decidió sujetárselas con una mano mientras bebía con la otra, acariciándose un pezón sin pensar en ello.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«¿Qué voy a hacer? Fácil. Voy buscarme un pisito de alquiler, voy a dejar a ese adúltero follaniñas que se encargue él solito de llevar la casa, que cuide de nuestros hijos y que se lleve a esa zorrita traicionera a vivir con ellos si quiere».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">Rosa alzó la botella y el ron se escurrió por su barbilla nuevamente, pero a ella no le importó.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«Voy a apuntarme a un gimnasio, voy a hacer dieta, voy a operarme estas cosas que me cuelgan y voy a viajar hasta San José, Costa Rica, para buscar a cierta </i>"Novelist & Writer" <i>para restregarle en la cara lo que se ha perdido, para preguntarle por qué… ¿por qué…? ¿¡Por qué?!…»</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¡¿POR QUÉ?! —chilló en la oscura soledad del salón.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Algunos perros ladraron al escucharla, pero en seguida se calmaron.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Rodó fuera del sofá, ebria, y se levantó apoyándose en la mesa. Su mano resbaló en el charco y se golpeó el pecho contra la superficie, manchándose las tetorras de cola y de ron. Hacía muchísimo calor allí dentro y decidió lavarse en la piscina.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Salió al exterior con la botella en la mano, vestida únicamente con las bragas y los zapatos. Afuera hacía casi más calor que dentro, a pesar de ser noche cerrada. Accionó las luces acuáticas de la piscina y la superficie relumbró con un fantasmal fulgor esmeralda. Se descalzó y se tiró al agua con la botella aún agarrada a la mano.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Cuando salió a la superficie aún sostenía el ron, pero las bragas se le habían enrollado hasta la mitad de los muslos. Le entró un ataque de risa y buscó el borde de la piscina, apoyando la botella sobre el césped y tratando de quitarse las bragas por debajo del agua sin dejar de reír.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Cuando la prenda subió flotando a la superficie la risa se había convertido en llanto.</span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-family: georgia;"><br /></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-family: georgia;">Continuará...</span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-family: georgia;">Esperma 24</span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-family: georgia;">(c)2021 KainOrange</span></p>Kain Orangehttp://www.blogger.com/profile/12046312746243884686noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8600867602162970341.post-54297048945449200152021-04-24T13:39:00.004+02:002021-04-24T14:01:11.520+02:00ESPERMA (22)<p style="text-align: center;"><b><span style="font-family: georgia; font-size: large;"> 22.</span></b></p><p style="text-align: center;"><b><span style="font-family: georgia;"><br /></span></b></p><p style="text-align: center;"><b><span style="font-family: georgia; font-size: medium;">CARLA</span></b></p><p><span style="font-family: georgia;"><br /></span></p><p><span style="font-family: georgia;"><span style="font-size: x-large;">C</span>arla siguió a su padre hasta el salón, inquieta porque intuía que la discusión que sus padres habían tenido en la cocina mientras ella paseaba con Víctor había sido más grave de lo que ella pensaba.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Siéntate —pidió Gabriel señalando una silla a su hija.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla ignoró el ofrecimiento.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Dónde está mamá? —preguntó con seriedad, un poco asustada.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Ella ha salido. Verás… —Gabriel trató de ordenar sus ideas antes de hablar—: Estoy con otra mujer desde hace un tiempo Carla. Tu madre lo sabe y hemos hablado sobre ello.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">La chica lo miró de hito en hito, sorprendida al ver que su padre se había atrevido al fin a confesar su infidelidad.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿A dónde ha ido? —preguntó de nuevo, esta vez enfadada.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Ella… Ella quiere estar unos días a solas. Ha ido al cortijo del pueblo aprovechando que los abuelos están de viaje con el Imserso.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Pero… ¿Así, sin más? —Carla movió los brazos con enojo—. ¿Sin despedirse? ¿Qué le has dicho? ¡Qué le has hecho!</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¡Nada! Carla. Solo necesita algo de espacio. Y tiempo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Tiempo? Pero… ¿Pero qué pasa conmigo, con la casa, con el trabajo? No puede dejarlo todo así como así.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Carla, ella necesita estar a solas —dijo en tono tranquilizador—, y tener un poco de perspectiva. Serán solo unos pocos días, puede que regrese mañana.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Mañana?… —Carla frunció el ceño—. ¿Le dijiste que te follas a Magdalena?</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Gabriel abrió mucho los ojos.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Q… qué? ¿Quien… Cómo…?</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¡Joder, papá! ¿Se lo has dicho o no?</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Ahora fue Gabriel quien miró de hito en hito a su hija, sin saber qué decir.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Se lo has dicho, ¿verdad? —insistió Carla.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Gabriel asintió con la cabeza y Carla golpeó la mesa del salón con ambas manos.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¡¿Y has dejado que se vaya?!</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Dejarla? Ha sido su decisión, Carla. ¿Qué querías qué hiciera?</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¡IRTE! ¡Tú eres quien debería de haber salido por esa puerta, joder!</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—No grites, Carla.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Pero Carla quería gritar, llorar y dar alaridos de rabia. Quería avergonzar y arruinar a ese viejo verde que había provocado que su madre saliera de casa sin necesidad, pero tuvo un destello de madurez que le hizo saber que en realidad, lo que ella quería era desahogar parte de su culpabilidad a base de gritos.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«Tú has sido culpable también Carla. Debiste frenar a esa pervertida de Magdalena hace tiempo. Debiste detener lo que viste en el estanque. Debiste decírselo a tu madre».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Cuándo se fue? —dijo con lágrimas en los ojos.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Ya debe de haber llegado.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla se levantó de la mesa y fue a su cuarto para ponerse ropa de abrigo, ignorando a su padre, que le llamaba para que regresase al salón. Agarró las llaves de su pequeño ciclomotor y salió de casa, llamando a su madre por el teléfono mientras bajaba por las escaleras, perseguida por la voz de su padre, que trataba de hacerle entrar en razón. No había cobertura y su madre no respondía. Sacó la pequeña scooter del garage y puso rumbo a Luégana, decidida a no dejar sola a su madre en un trance como ese, odiando a su padre tanto como a sí misma.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Con el ciclomotor tardaría un par de horas en llegar, pero no le importaba. Así tendría tiempo para pensar y reflexionar.</span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-family: georgia; font-size: medium;"><b><br /></b></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-family: georgia; font-size: medium;"><b>GABRIEL</b></span></p><p><span style="font-family: georgia;"><br /></span></p><p><span style="font-family: georgia;"><span style="font-size: x-large;">C</span>uriosamente, la única persona con la que podía hablar de todo lo sucedido era con Magdalena. La única persona que sabría escucharle y darle apoyo era esa criatura de aspecto frágil y aniñado. Después de varias semanas de profunda relación con ella había descubierto que debajo de esa fachada de aparente despreocupación e histrionismo alocado había una mujer inteligente, comprensiva y con una visión de la vida más amplia que lo que se hubiera esperado de una chiquilla de su edad.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Se sentía mal. Muy mal. Estaba avergonzadísimo por haberse comportado como un cobarde y no haber sabido encauzar toda aquella situación. Hace muchos años que Rosa y él debieron de hablar sobre su matrimonio y tratar de encontrar un nuevo rumbo a sus vidas, separados si hacía falta, en lugar de dejarse llevar por la inercia de la monotonía. Se sentía mal por haber hecho que su mujer sintiese que había desperdiciado su vida con él. Se sentía mal por no haber querido ver en Rosa su valía y su potencial como mujer independiente y luchadora.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Se sentía mal por eso y por muchas otras cosas, pero con sentirse mal no arreglaba nada. Magdalena le enseñó eso, que la auto compasión solo es una forma de cobardía, la más ruin quizás, pues somos nosotros mismos quienes la creamos para huir de nuestras responsabilidades.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Gabriel vio como se alejaba el pequeño ciclomotor de Carla a través de la noche y sintió una punzada de miedo, algo que siempre le sucedía cada vez que veía a su hija subirse a ese trasto.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Subió a casa y llamó a Magdalena.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Mientras esperaba a que la chica respondiese a la llamada recordó los momentos vividos unas horas atrás, poco después de salir del trabajo y antes de llegar a casa. Había pasado la tarde con ella, como venía siendo habitual en los últimos días. Habían hecho el amor en el viejo Volvo de Gabriel, un mastodonte todoterreno grande y muy cómodo. En el amplio vehículo habían dado rienda suelta a las fantasías de la chica, que tenía una fijación con los testículos de Gabriel.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Él tenía una bolsa escrotal larga y colgante, con las bolas bien diferenciadas, aunque una de ellas era ligeramente más alta que la otra. Eso fascinaba a la chica, aunque Gaby le aseguró que era algo muy común. A Lena le gustaba mucho jugar con sus huevos, colocando sus deditos debajo de cada pelota y darles pequeños golpes para que botasen y se balanceasen, cogiendo a veces cada huevo por separado con delicadeza, masajeándolos y lamiendo el espacio que los separaba, mordisqueando el pellejo del escroto con los labios y chupando la piel arrugada con suavidad.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Gabriel pronto aprendió que a la pequeña Magdalena le gustaba mucho limpiarle el sudor de las pelotas, siendo siempre lo primero que hacía cuando le bajaba los pantalones: meter la cabeza entre sus muslos y lamerle el perineo, moviendo la lengua debajo del escroto, saboreando el almizcle sudado de Gabriel.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">A veces la inexperta chiquilla le hacía daño con esos juegos, pues ella le solía agarrar los huevos por la base del escroto, maravillada al ver como se le hinchaban los cojones, inflamándose y poniéndose colorados, con las delicadas venas azuladas dibujadas en la lustrosa superficie. Gabriel se moría de morbo al contemplar la carita pecosa de Lena debajo de él, con sus dientes de conejo y sus gafas graduadas, con sus preciosos ojos verdes y su nariz de cerdita taponada por sus cojones y por su verga, larga e hinchada, descansando sobre esa carita de ángel.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Magdalena aun no sabía chuparle bien la polla, pero en su inexperta torpeza radicaba su encanto, pues Gabriel sentía un placer indescriptible al notar esos tirones, mordiscos, chupadas y aspiraciones, arrítmicas y descoordinadas, sí, pero muy placenteras. La chica también compartía con Carla la fascinación por el esperma masculino y gustaba saborear la olorosa leche de Gabriel. No importaba dónde se corriese el hombre, pues ella acababa por encontrar el modo de llevarse a la boca su ración de esperma.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Aquella tarde se la había tirado a cuatro patas, follándola como a una perrita dentro del coche, con sus dos ridículas y morbosas tetitas moviéndose en el aire. Gabriel las atrapaba de vez en cuando por los pezones, usando sus dedos como una pinza, agitándolas y tirando de ellas mientras la penetraba por detrás. Le encantaba el tacto rugoso y tierno de esas dos gominolas regordetas mientras Magdalena gozaba de esos pellizcos, gimiendo con voz aguda al sentir sus pechitos pinzados y estirados.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">La visión del trasero de la pequeña a cuatro patas siempre le provocaba un ardor en el pecho y una excitación incontrolable. Las dos huesudas nalgas eran dos esferas achatadas separadas por una oscura raja ligeramente colorada. Cuando las separaba surgía un apretado agujerito rectal rodeado de pelitos anaranjados, cerrado y fruncido como una boquita de labios rojos. Follarse a Magdalena por detrás era siempre una excusa para escurrir su larga polla por la raja del culo y acariciarle el ojete con la punta del nabo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Magdalena siempre daba un pequeño respingo cuando notaba ese tipo de caricias, contrayendo involuntariamente las nalgas y apretando el culito, pero no decía nada y se dejaba tocar el ojete con la polla, pues sabía que Gabriel respetaría ese hoyo. Además, a ella también le ponía cachonda sentir el glande ahí atrás. Gaby era paciente y sabía que tarde o temprano la dulce Magda le entregaría su apretado agujerito cuando estuviese preparada, </span><span style="font-family: georgia;">mientras tanto, él se conformaba con restregarle el carajo por todo el ojete, sintiendo en la punta de la polla las caricias de los pelos que le crecían a la chica alrededor del esfínter, dejando resbalar el cipote para penetrar su feo chochete desde atrás, apretando el delgado vientre de Lena con una mano, acariciando la tripita, bajando por el pubis para buscar los colgantes labios y tirar de ellos mientras la follaba.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">A Gabriel le gustaba mucho el sexo de Magdalena, tan distinto al de su mujer. Era maravilloso sentir como se estiraban esas longevas tiras de pellejo hinchado, como si fueran caucho resbaladizo, calientes y húmedas. Le gustaba pellizcarlas y torturar un poquito a la niña con esos tirones, pero a ella parecía gustarle mucho esos toqueteos, pues gemía y daba pequeños grititos, moviendo su cadera hacia atrás, buscando ella misma una penetración más profunda y dura.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Ella también metía una de sus manos bajo su vientre, pero ella buscaba los huevos de Gabriel para acariciarlos y masajearlos. Era su fetiche, pues consideraba los testículos como la fuente de la hombría de su macho, y le gustaba sentir de alguna manera que le pertenecían a ella también. La expresión «tenerlo agarrado de los huevos» cobraba un significado muy real en esos momentos, sintiendo las pesadas pelotas de su amante sudorosas y peludas, cubiertas de pellejo arrugado y apretándose contra su vulva.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">El placer que sintió Gabriel con ese masaje, combinado con la sublime estrechez de la vagina de Magdalena, le llevó a un orgasmo intenso, paralizando todo su cuerpo durante dos segundos interminables en los que parecía que nunca le iban a salir los chorros, pues sentía los conductos internos de su rabo estrujados, atorados.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">El cañonazo fue brutal y a Gabriel le dolió la polla por dentro. Magdalena se movió hacia delante para que la verga saltase fuera, chorreando flujos y semen. La chica volvió a recular hacia atrás para que el largo pito resbalase fuera de sus nalgas y la punta de la verga se apoyase en los lumbares: la niña tenía ganas de sentir como le chorreaba el esperma caliente por la espalda para que le entrase por la raja del culo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">La uretra dejó de escupir el ardiente yogur y Gabriel tuvo que recoger de la espalda el semen con los dedos para metérselo a la niña en la boca; así ella tuvo su ración de nata masculina, algo que Magdalena agradeció con un prolongado beso en el que el hombre probó su propia sustancia, viscosa y caliente.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Cuando acabaron fumaron un cigarrillo de marihuana que había liado Magdalena. Gabriel jamás había fumado tabaco y nunca había probado ningún tipo de droga hasta conocer a Lena, que solía fumar algún cigarrillo de maría los fines de semana o en momentos especiales. Se relajaron en el coche, desnudos, a la sombra de un pequeño bosquecillo lejos del centro urbano, abrazados, charlando despreocupados y haciendo castillos en el aire.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Magdalena hablaba mucho y a Gabriel le encantaba escucharla, dejándose llevar por esa imaginativa y alocada cabecita, escuchando sus extrañas teorías sobre la vida y la filosofía de la naturaleza. La madre de Lena era una viuda de buena posición adicta a las religiones tántricas y otras supercherías místicas. Solía organizar fiestas y reuniones de carácter espiritual donde abundaban las drogas blandas, los amantes del hermetismo y los zumbados de la <i>new age</i>, influyendo en la pequeña Magdalena y llenándole la cabeza de extrañas teorías que ella adaptó y fusionó con su visión de la vida, más empírica y racional.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Era una joven muy inteligente que estudiaría microbiología con la idea de opositar y entrar en una agencia estatal de investigación. Gabriel estaba convencido de que lo lograría.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Aquella tarde, mientras fumaba con ella en el coche, detectó que Magdalena estaba un poco más taciturna que de costumbre. El sexo había sido glorioso y la conversación posterior amena y despreocupada, pero algo rondaba en la cabeza de la chica que Gabriel no podía detectar muy bien. Pausas muy largas, miradas ansiosas, un ligero temblor en los labios cuando dudaba al hablar… como tratando de decirle algo más serio que la simple cháchara que se prodigaban en ese momento.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Gaby? —la voz de Lena le sacó del estupor y se incorporó en la sofá del salón dando un respingo. Había estado a punto de dormirse. Descubrió sin sorpresa que estaba empalmado.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Hola cielo. ¿Estas sola?</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Sí… Luciana está fuera. —Luciana era la madre de Magdalena, pero casi nunca la llamaba «mamá»—. ¿Ocurre algo?</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—No… Sí. Verás —respiró profundamente antes de continuar—, he hablado con Rosa y le he contado lo nuestro. Hemos discutido.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Gabriel oyó un jadeo de sorpresa y luego un largo silencio. Después la voz de la chica sonó preocupada mientras hablaba muy deprisa.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Cómo se lo ha tomado? ¿Está bien? ¿Sabe que soy yo? ¿Cómo ha sido? ¿Por qué se lo has contado? O sea, quiero decir que me alegro de que lo hayas hecho, era necesario que lo hicieras; ojalá lo hubiéramos hecho antes. Ay, cariño me siento tan mal por ella, ¿por qué no…?</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Lena. —Gabriel trató de interrumpirla—. Lena, espera. Escucha…</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿…Por qué no tuvimos el valor de hacerlo antes? De todas formas este día tenía que llegar, eso ya lo sabíamos; yo quería que fuera de otra manera, me gustaría haberlo suavizado o algo. ¿Fue muy dura la discusión? Seguro que sí; yo estuve hablando con Carla esta misma mañana para tratar de encontrar una manera de arreglar todo esto, pero ella no me escuchó porque…</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Qué? Espera, espera. ¿Qué has dicho? ¿Carla? ¿De qué estas hablando?</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—…Ella es muy tozuda y no… —Se interrumpió al darse cuenta de que se le había escapado.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Hablaste con Magdalena esta mañana sobre lo nuestro? ¿Tú se lo dijiste a ella? —La mano que sostenía el móvil sudaba profusamente.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">La chica tardo mucho en responder.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Sí. Lo siento, Gabriel. Se lo dije, pero ella ya lo sabía. Ella lo sabía todo desde el principio. Nos vio en el estanque.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Las palabras de Rosa acudieron a su mente: «No sabes nada, Gabriel. No sabes nada de tus hijos ni de tu casa».</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Entonces, ¿fuiste tú quien se lo contó a mi hija? —La voz de Gabriel sonaba cada vez más enojada—. Habíamos quedado en que encontraríamos el momento adecuado, que lo haríamos bien. ¿No se te ha ocurrido pensar que a lo mejor Carla se lo diría a su madre? ¡Por eso hemos discutido esta noche! Carla se lo ha tenido que decir.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Q… Qué? No, no, Gaby. No. Carla lo sabía desde el primer día, ya te lo he dicho, ella no…</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¡Debiste esperar, Lena! Dijimos que esperaríamos el momento adecuado, que no nos precipitaríamos. Ya conoces a la tozuda de mi hija. Habréis discutido y se habrá enfadado y se lo habrá contado todo a Rosa solo para desquitarse.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Qué? No… ¡No! Eso no es así, ella nunca haría eso. No… Por favor, no te enojes —A través del móvil le llegó un sollozo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Por qué no esperaste, Lena? Maldita sea.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Tenía que hablar con ella, necesitaba hablar con mi amiga.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¡¿Qué?! Maldita sea, Lena. ¿Qué demonios tenías que decirle, eh? No tenías que decirle nada de lo nuestro aún.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Estoy embarazada.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—No tenías derecho a inmiscuirte en mi familia, Lena. Debía de ser yo quien encontrase… ¿Qué has dicho?</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Magdalena intentó repetir las palabras, pero estaba rota y solo podía llorar.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Magdalena… ¿Es una broma?</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—No —consiguió decir al cabo de un rato.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">«Esto no puede estar pasando».</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Gabriel apenas pudo entender lo que Magdalena le dijo a continuación, pues los sollozos se mezclaban con las palabras en una confusa amalgama de sonidos lacrimosos.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Puedes venir… por favor? Necesito que vengas, Gabriel… ¿Podemos hablar aquí…? No… No quiero estar sola… Por favor… —Magdalena se derrumbó y no pudo seguir hablando.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Gabriel escuchó cómo lloraba a través del teléfono, incapaz de pensar o reaccionar, confuso, asustado y enfadado.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—No puedo, Lena. Rosa se ha ido de casa ¿Entiendes? —masculló aferrando el teléfono con fuerza—. Mi mujer me ha abandonado y mi hija se ha ido detrás, se ha subido a la moto y se ha largado de noche hasta el pueblo. ¡Sola! ¿Entiendes? Eso es lo que ha pasado esta noche, por tu culpa.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Lo siento —gimió la chiquilla entre sollozos y lágrimas—, lo siento.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Magdalena colgó y Gabriel se quedó mirando la pared del salón, aferrando el teléfono con fuerza, tratando de encontrar un sentido a todo lo que le estaba ocurriendo esa noche. Dejó caer el móvil y se llevó las manos a la cabeza rapada, mesándose el cuero cabelludo una y otra vez.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«¿¡Embarazada?!».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">De repente fue consciente de lo que había hecho, de lo que había estado haciendo todas estas semanas.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«Has estado follando con una chica de la edad de tu hija hasta dejarla preñada. Le has puesto los cuernos a tu mujer con una chiquilla que ha estado en tu familia desde que era una niña, por el amor de Dios, Gabriel ¿En qué cojones estabas pensando, ¿eh?».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">Se levantó y dio vueltas por la casa, tratando de recordar donde había dejado las llaves del coche.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«La has dejado preñada, Gabriel. ¿Qué va han decir en el trabajo cuando se enteren de que tu mujer te ha abandonado porque le pusiste los cuernos con esa chavala? Viejoverde, degenerado, asaltacunas, sinvergüenza, baboso…»</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">Comenzó a voltear cojines y a mover muebles, removiendo cajones y tirando objetos al suelo, furioso por no encontrar las puñeteras llaves.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«¿Qué dirán los vecinos, los del club naturalista, tus amigos y los amigos de Rosa…? ¡Tus suegros, Gaby! ¿Qué dirán tus suegros? En Luégana vas a ser la comidilla durante años».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¡Joder! —exclamó al golpearse la espinilla contra una mesita baja.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«¿Y tu padre, Gabriel, qué dirá el viejo García cuando sepa lo que has hecho?».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">Las llaves aparecieron en el baño, encima del lavabo. Gabriel las agarró y salió a toda prisa del apartamento, bajando al garaje comunitario en busca del todoterreno. Arrancó el vehículo y salió en dirección al pueblo sin pensar en lo que hacía. Su cabeza era un hervidero de voces e imágenes que lo avergonzaban, acusándole de su infidelidad y de su escandaloso comportamiento, tan impropio de un respetable padre de familia.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Para acallarlas puso el equipo de música a todo volumen y trató de no pensar en nada más que en alcanzar a su hija y llevarla a salvo hasta Luégana para tratar de arreglar las cosas allí con su esposa.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><br /></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-family: georgia;"><b>Continuará...</b></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-family: georgia;"><b>Esperma 23</b></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-family: georgia;"><b>(c)2021 Kain Orange</b></span></p>Kain Orangehttp://www.blogger.com/profile/12046312746243884686noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8600867602162970341.post-42342502872735726942021-04-22T21:18:00.005+02:002021-04-24T13:39:42.375+02:00ESPERMA (21)<p style="text-align: center;"><b><span style="font-family: georgia; font-size: large;"> 21.</span></b></p><p style="text-align: center;"><b><span style="font-family: georgia;"><br /></span></b></p><p style="text-align: center;"><b><span style="font-family: georgia; font-size: medium;">ESTEBAN</span></b></p><p><span style="font-family: georgia;"><br /></span></p><p><span style="font-family: georgia;"><span style="font-size: x-large;">D</span>espués de rodar la escena Esteban se retiró para ducharse, dejando a la joven pareja a solas para que Davinia pudiera desahogarse con su novio Gustavo. La chica estaba al borde del paroxismo: era la primera vez que su chico se acostaba con otro hombre, cumpliendo así una de sus mayores fantasías, y la pobre apenas pudo participar en la escena.</span></p><p><i><span style="font-family: georgia;">«Al menos el muchacho ya se ha soltado el pelo. No tendrán problemas en encontrar alguno al que no le den asco los coños. A partir de hoy se hartarán de hacer tríos».</span></i></p><p><span style="font-family: georgia;">Sabía que Davinia se moría por hacerlo con él, pero eso era algo que nunca pasaría, no sólo por su fobia a las mujeres, sino porque ahora estaba decidido a dejar el asunto de los vídeos. Unas horas atrás había reunido el valor para hablar con Samir, su novio, confesando que llevaba un par de años trabajando en un «proyecto» especial. Le contó lo de su canal de <i>PornHub</i>; que empezó a grabar los vídeos antes de conocerlo y que nunca encontró el momento para decírselo, pues temía su reacción.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Samir, un descendiente marroquí de buena familia, estudiante de empresariales, como él, no se tomó bien todo aquello. Educado, amable, inteligente y rodeado de un aura de exótica sensualidad, Samir solo tenía un defecto: era terriblemente celoso. El apuesto Samir solo quería a Esteban para él solo y no podía soportar que nadie posase su mirada en ese rubio alto, de ojazos azules y cara de niño.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">A Esteban, cada día más enamorado de él, le resultaba muy difícil encontrar el momento de decirle que le había sido «infiel», aunque para Esteban el sexo que practicaba cuando estaba rodando era algo así como un oficio, algo que entraba en el aséptico mundo de la profesionalidad, en el que los sentimientos románticos no tenían ninguna cabida. Para Esteban, practicar sexo bajo las cámaras «amateurs» no era infidelidad, pero Samir no compartiría esa opinión.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«Otro día </i>—pensaba Esteban siempre que abordaba el tema con su «yo» interior—<i>. Hoy no, otro día le contaré mi secreto».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">El día llegó y la reacción de Samir fue tan mala como esperó.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">El sonido de unos golpes en la puerta del baño le trajo de vuelta al mundo real. Esteban vio que había estado bajo la ducha durante casi veinte minutos, ensimismado, casi adormecido.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Se colocó una toalla alrededor de la cintura y abrió la puerta. Fuera estaba Davinia, vestida con una colorida blusa y una falda corta, el cabello húmedo y el rostro limpio. Sonreía con una mirada pícara en los ojos.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Qué estabas haciendo ahí dentro, eh, pillín? —preguntó con humor—. No me digas que te quedaste con ganas de más.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Esteban le devolvió la sonrisa.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—No seas tonta. Dormí poco anoche y casi me quedo frito debajo del agua.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Esteban inclinó la cabeza a un lado y miró detrás de ella.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Y Gustavo?</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Se ha marchado. Hemos usado el otro baño y ha salido corriendo. La… «entrevista» duró más de lo que dijiste y llega tarde al trabajo. —Miró su reloj de pulsera—. De hecho a mi también se me ha hecho tarde.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Vale. —Fue la lacónica respuesta de Esteban.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Aunque se conocían desde hacía solo unos pocos meses Davinia supo que algo le preocupaba.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Ocurre algo?</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—No… es solo que he dormido poco, ya te lo he dicho.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Esteban pasó a su lado y se dirigió al salón para recoger su ropa y vestirse allí. Davinia le siguió y habló a su espalda:</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Y a qué fue debido el insomnio? ¡No me digas que estabas emocionado por rodar al fin una escena conmigo! —bromeó Davinia usando un tono agudo, como si fuera una niña excitada.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Esteban sonrió mientras movía la cabeza. Al llegar al salón tomó su ropa del suelo y se puso la camiseta.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—He discutido con Samir. Nos hemos peleado —le confesó a Davinia mientras se quitaba la toalla, mostrando sin pudor su afeitado pubis, con la morcilla colgando con el glande cerrado por el pellejudo prepucio—.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">La mujer miró directamente a la polla de Esteban, añorando el sabor y el morbo que sintió al chuparla unos minutos antes. El polvo que había echado con Gustavo tras la escena la había dejado insatisfecha, pues el novio tenía prisa y Davinia no llegó al orgasmo. En realidad le había puesto más cachonda y ni siquiera la rápida ducha de agua fría que compartieron pudo calmarla.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Le he contado lo de los vídeos —continuó Esteban mientras se ponía los pantalones—, se ha enfadado y no quiere que nos veamos por un tiempo, hasta… hasta que pasen unos días.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">La mujer no llevaba bragas. Las únicas que había traído estaban sucísimas, pues durante el rodaje su afeitado coño no había dejado de expulsar fluidos, empapando el forro de la prenda hasta dejarla inservible. Davinia pensó en lo fácil que sería agarrar esa pija amorcillada y metérsela debajo del vestido para masturbarse con ella.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Y eso fue exactamente lo que hizo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Sin pensar en lo que hacía dio un par de pasos hacia Esteban, y mientras éste se peleaba con los vaqueros para subirlos por las rodillas Davinia extendió una mano y le agarró el pene. El muchacho, sorprendido por el inesperado gesto, se detuvo durante un instante, momento que aprovechó Davinia para pegar su cintura contra el pubis de Esteban.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">El hombre ahogó un grito de asco y sorpresa cuando ella se metió la polla por debajo del vestido y pasó el glande, tapado por el pellejo del prepucio, por toda la raja del coño, remetiéndose el flácido gusano entre los labios menores, apretando para meterse esa mustia morcilla en la entrada de su cueva.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¡No! —gritó Esteban asqueado.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Trató de caminar hacía atrás, pero sus piernas se enredaron en el pantalón y cayó de espaldas sobre el sofá. Davinia se sentó encima de él, aplastando la vulva contra su picha.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Esteban sintió la asquerosa viscosidad que rezumaba de la entrepierna de su amiga. Notaba la carne delicada de los labios abiertos apretarse contra su pija, abriéndose, resbalando contra su pito, abrazando con esos labios babosos el tronco arrugado y flácido de su pene amorcillado.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Me vuelves loca, Esteban —gimió en su cara, buscando la boca del marica con la lengua, pero éste la rechazaba—. Te deseo desde el primer día que te vi, ¡lo sabes!</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Esteban se revolvía, asqueado, empujando con las caderas y los brazos, pero Davinia, una mujer casi tan alta como él, deportista y con un cuerpo cultivado en gimnasios, era más fuerte.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿¡Estas loca!? ¡Para, joder!</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Davinia le agarró la cara, obligándolo a que le mirase a los ojos.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Te gusto, Esteban. Te gusto y no sé qué tienes en esa cabeza que te impide reconocerlo, pero sé que te gusto y que tú también me deseas.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¡Basta!</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Esteban le golpeó en la cara con la mano abierta. Era la segunda vez en su vida que pegaba a una mujer. La primera fue el sábado anterior, cuando pilló a su hermana masturbándose.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">La chica se detuvo durante unos instantes. Esteban vio que la mejilla se enrojecía poco a poco y sintió arrepentimiento por lo que acababa de hacer. Davinia ignoró el dolor y agarró las mejillas del muchacho con ambas manos, acercando la cara hasta que sus narices se tocaron, mirando a los ojos del maricón con una mirada de deseo y lujuria que desarmó completamente a Esteban.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">El homosexual sentía el poderoso cuerpo de esa mujer encima suyo. Un cuerpo fuerte, recio, sin un gramo de grasa, todo lleno de músculos, tendones y piel bronceada. Los poderosos muslos de la mujer le abrazaban la cadera, subida a horcajadas entre sus piernas, apretando hacia abajo, tratando de meterse el arrugado y blando pene por el asqueroso agujero de su vagina.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Aunque lo cierto era que su pene ya no estaba ni tan arrugado ni tan blando.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">La violencia del acto, el sentirse atrapado a merced de esa atractiva mujer, el peso de ese cuerpo caliente con la viscosa raja tratando de engullir su virilidad; el aliento que desprendía la boca, caliente y sensual, ligeramente agrio a través de unos dientes perfectos, blanquísimos… Todo eso perturbó a Esteban de tal manera que se excitó sin quererlo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Ajeno a sus deseos, la sangre hinchó las venas de su rabo, inflando y engrosando su verga bajo el peso de Davinia. La mujer sintió la lenta erección y susurró directamente sobre su cara, cerca de la boca.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Te gusto, Esteban, te gusto… Sabes que te gusto, nos gustamos desde el primer día… vamos… —susurraba mientras movía las caderas adelante y atrás, resbalando la raja a lo largo del cada vez más endurecido pene—. Déjate llevar, Esteban… Cariño, vamos… vamos…</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—No… no, no… No…</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Pero su polla, ajena a sus deseos, independiente de sus fobias, crecía y crecía, siendo absorbida por esa repugnante cueva llena de babas y mocos, esa puerta que se abría hacía las entrañas de un ser vivo, una raja asquerosa por donde salían meados, sangre menstrual y extraños jugos malolientes. Su gorda pija se endurecía sintiendo como ese sucio coño lo manchaba con los fluidos femeninos, calientes y resbaladizos.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">«No, no, no… Ahí no… no quiero meterla ahí… noo».</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Era asqueroso sentir las extrañas carnes llenas de protuberancias cerrarse alrededor de su capullo. Podía sentir en la punta del nabo la granulada textura de la pared vaginal, caliente y suave, como si fuera un ojete, pero más dilatado y húmedo, mucho más húmedo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Esteban había cerrado los ojos y los abrió de golpe al escuchar el profundo y prolongado gemido de placer que llenó la habitación. Se sorprendió mucho al descubrir que era él quien estaba gimiendo de gusto.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Davinia trató de besarle varias veces mientras lo violaba, pero Esteban volvía la cara a uno y otro lado, resistiéndose, pero sin poner mucho empeño.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Ves?… —susurró ella—, No es tan malo… ¿Lo ves? Te gusta mi agujero, ¿verdad?. Te gusta… ah… ay… te gusta…</span></p><p><span style="font-family: georgia;">A Esteban no le gustaba… No «quería» que le gustase. No quería sentir ese pozo oscuro de carne caliente, palpitante, con los hinchados labios menores besando su pubis cada vez que ella bajaba hasta el fondo, clavándose su preciosa estaca de maricón hasta el útero. No quería, pero su cuerpo le traicionaba y sin quererlo Esteban comenzó a bombear hacia arriba, acompañando el lento ritmo que había impuesto Davinia.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Así… métemela… así… adentro… adentro… ay… ay…</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Davinia se levantó el vestido y agarró a Esteban por la nuca, obligándolo a que mirase hacia abajo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Mira… ahh… mira lo que me estas haciendo… maricón…</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Esteban miró mientras jadeaba, incapaz de resistirse a esa poderosa hembra. Ambos tenían los pubis absolutamente depilados y la carne brillaba por el sudor y los efluvios de Davinia, espesos, abundantes y aromáticos. Los labios del coño, oscuros y longevos, se le habían hinchado, abrazando el grueso pepino entre los chapoteos y las palmadas que hacían los cuerpos al chocar uno contra el otro. El clítoris, oculto dentro del laberinto de repliegues, despuntaba de vez en cuando, rosado y erecto.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Esteban trató de apartar una vez más a Davinia de encima, empujándola con ambas manos, pero sus dedos se toparon con los montículos de los senos, grandes, duros, erectos. Eran dos cúpulas turgentes, llenas de carne prieta y cálida. A pesar de su rechazo natural a tocar esas extrañas protuberancias, Esteban no pudo evitar apretarlas, sorprendido por la facilidad con la que se amoldaban a sus manos.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Davinia aceleró el ritmo, subiendo y bajando las carnosas nalgas, grandes y redondas, buscando el orgasmo que no había conseguido con Gustavo, inclinándose hacia delante para buscar la boca de Esteban, tratando de besarlo, pues quería probar esos labios rojos de querubín.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Bésame… por favor… ay… bésame… —suplicaba entre gemidos.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Esteban se negaba, obstinado a no ceder ante esa zorra libidinosa, pero la lengua de Davinia entró dentro de su boca, chupando con fuerza los sensuales labios de Esteban con tanta pasión y lujuria que el maricón se corrió de súbito, con la polla estrujada por las paredes vaginales de la mujer. Davinia se dejó caer, empalándose hasta el fondo, sintiendo los cojones pegados a su coño y la punta del nabo en lo más hondo de su feminidad, notando cómo los chorros le inundaban el conducto vaginal.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">La verga del marica expulsaba la simiente con fuerza, pero su pene hacia tope y tenía la punta del carajo apretada contra las carnes íntimas de Davinia, lo que provocó que la leche se le escurriera por los laterales a presión, cayendo a borbotones cuando la mujer se levantó, sacándose la polla con una sonora pedorreta seguida por un torrente de yogur líquido. </span></p><p><span style="font-family: georgia;">Esteban se había corrido aferrado al vestido, agarrando esas preciosas tetas, apretando con fuerza mientras la lengua de la mujer trataba de llegar hasta su esófago. Su pija aún estaba sufriendo dolorosos espasmos orgásmicos cuando Davinia se apartó y Esteban contempló alucinado como se le escurrían los pegotes de semen a borbotones del agujero del coño, dilatado y abierto, mojando su vientre de esperma caliente y mucosa vaginal.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">La mujer se puso en pie sobre el sofá y plantó su chorreante coño en toda la cara del marica, obligándole a que se lo limpiase con la boca. A Davinia le dio tanto morbo ver a ese mariquita tan guapo, con esa carita de adolescente tan linda y bonita comerse su almeja depilada, que se corrió con una serie de potentes orgasmos, gritando de placer mientras le restregaba el mejillón arriba y abajo, una y otra vez, embadurnando el rostro de Esteban con su propio semen mezclado con el apestoso jugo de su coño.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">A la chica se le aflojó el esfínter y no pudo evitar que se le escapase algo de orina durante el clímax, meando sobre la boquita de Esteban con un pis transparente e inodoro. El muchacho, superado por la situación, mareado por la peste a coño, semen y sudor, con el corazón a mil por hora y la cabeza hecha un caos de asco, placer, excitación, vergüenza, miedo y deseo, le lamió la raja, comiéndose el orgasmo de Davinia. Metió la lengua en esa gruta viscosa, en esa abertura alienígena forrada de protuberancias y recovecos misteriosos, prohibidos. La curiosidad y el morbo de sentirse humillado por una hembra tan atractiva superó sus miedos y su fobia.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Pero había algo más, algo más profundo, más atávico. Porque esa era la vagina abierta y chorreante de Davinia, su amiga, su compañera de estudios, la atractiva y esbelta mujer que le ayudaba con los vídeos de forma desinteresada. Esa chica educada y diplomática, pero con un toque de altiva insolencia que le había traído más de un problema con el rectorado. Davinia, la preciosa hembra de piel sedosa y bronceada, con cuerpo atlético de anchas espaldas y piernas de atleta.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Era Davinia.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Comerle el coño era parecido a la primera vez que pruebas un alimento amargo, cargado de especias y maloliente… pero al mismo tiempo tan apetitoso y sabroso que no puedes dejar de comerlo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Davinia, que estaba enamorada de Esteban desde el primer día que lo conoció, dejó que se hartase, que comiese todo lo que quisiera, feliz y satisfecha, acariciando el precioso cabello rubio del chico, húmedo y sedoso, hasta que el muchacho se apartó de golpe, tosiendo y escupiendo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—No puedo… —se quejaba con la cara congestionada—. El olor… no puedo…</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Shhhh… tranquilo… está bien —Davinia le besó las mejillas, acariciándolo con suavidad, buscando la boca con sus labios, susurrando entre jadeos—. Tranquilo… oh, cielos… joder… Tranquilo…</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Davinia lo abrazó con fuerza y ternura, subida a horcajadas sobre él, apretando sus pechos cubiertos de sudor contra el cuello de Esteban.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Tranquilo, cielo… tranquilo…</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Déjame, por favor —susurró empujándola levemente.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">La mujer rodó a un lado, dejando que Esteban se pusiera en pie, pero le sostuvo una mano, impidiendo que se alejara del sofá.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Tenía que hacerlo Esteban.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">El muchacho contempló la mano de Davinia.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Suéltame —pidió con tranquilidad en voz baja.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Necesitaba hacerlo Esteban —Davinia le besó la mano—. «Tú» lo necesitabas.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">El apuesto muchacho cerró los ojos unos segundos.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Por favor —suplicó en voz baja. Davinia le soltó la mano y Esteban regresó a la ducha una vez más, cabizbajo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¡Lo necesitabas, Esteban! —dijo en voz alta antes de que Esteban entrase al baño—. Ambos lo necesitábamos.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Esteban se detuvo con los hombros encorvados. De pronto se giró y Davinia vio que tenía los ojos vidriosos y el ceño fruncido.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Yo lo necesitaba?… —dijo enojado—. ¡¿Pero quién te crees que eres para decidir algo así!? ¿Lo necesitaba?… Por Dios, ¡Esto es lo último que necesito en mi vida! ¡Bastante tengo con mi her…!</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Cerró los ojos con fuerza y respiró un par de veces antes de continuar.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—No necesito esta mierda, Davinia. Esto era lo último que deseaba hacer. ¿No lo entiendes? Le acabo de poner los cuernos a Samir… ¡con una mujer!</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Los cuernos? Por favor, Esteban, se los pones cada vez que ruedas una escena y grabas un vídeo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¡No! No es lo mismo, Davinia, no es…</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¡Deja de engañarte! —La mujer se puso en pie y se acercó a él con pasos largos y rápidos. Los tacones restallaron en el suelo, los pechos vibraron dentro del vestido.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—No puedes evitarlo, Esteban. Te gusta follar, te encanta follar. Te mueres por que la gente te vea follando, que te admire, que te desee. Eres un exhibicionista, un calientapollas y un mojabragas… </span></p><p><span style="font-family: georgia;">Davinia volvió a acariciarle el bello rostro con suavidad, casi con veneración.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Eres un puto crío —dijo en voz baja—, un crío maravillosamente guapo y atractivo, pero a pesar de toda esa experiencia que tienes en la cama no sabes nada de la vida.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Esteban le apartó la mano de un golpe.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—No quiero volver a verte nunca más, Davinia.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Ella sonrió, pues sabía que el chico solo lo decía por el resentimiento y el enfado que sentía en esos momentos. Aún así, ella se apartó, dando un paso atrás sin dejar de sonreír.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Será mejor que espabiles, Esteban. Me gustas. Me gustas muchísimo. Y a Gustavo también le gustas, ya lo has visto. Te aprecio mucho más de lo que imaginas y me da mucha pena ver como te atormentas inútilmente. Piensas demasiado en cosas que son mucho más sencillas de lo que crees.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Esteban no sabía de qué estaba hablando esa zorra violadora de maricas, así que se dio la vuelta y entró al baño dando un portazo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Davinia golpeó con suavidad la madera para llamar su atención.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Adiós Esteban. Y no te preocupes por si le pones los cuernos a Samir: deberías preguntarle sobre un tal Guille. —Hizo una pausa mientras acariciaba la puerta del baño, deseando estar ahí dentro con él—. Hasta pronto, cielo —dijo en un susurro que él no escuchó.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"> </span></p><p style="text-align: center;"><b><span style="font-family: georgia; font-size: large;">ROSA</span></b></p><p><span style="font-family: georgia;"><br /></span></p><p><span style="font-family: georgia;"><span style="font-size: x-large;">Y</span>a era madrugada cuando llegó a Luégana con el eco de la discusión con Gabriel aún en su cabeza. Las calles eran estrechas y oscuras, llenas de cuestas y pendientes apenas iluminadas por sencillos focos donde danzaban nubes de mosquitos y polillas. El aire nocturno le provocó escalofríos cuando bajó del coche, pues llevaba un sencillo vestido de dos piezas de color negro, muy liviano. Había salido de casa con lo puesto, literalmente.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Solo cuando llegó a la puerta del hostal donde se hospedaba su amiga se dio cuenta de lo que estaba haciendo. No se atrevió a entrar y se quedó fuera, de pie junto al pequeño Volkswagen Lupo. No había luz en la recepción y supuso que el encargado estaría durmiendo, pues era un pueblo muy pequeño y no esperarían un nuevo cliente un lunes de madrugada.</span></p><p><i><span style="font-family: georgia;">«Es tardísimo y ella no sabe nada. ¿Querrá recibirme?… ¿Estará aún aquí o se habrá arrepentido y habrá vuelto a Costa Rica?».</span></i></p><p><span style="font-family: georgia;">Con mano temblorosa buscó la tarjeta de Mariola y marcó el número que ahí había escrito, rezando para que no fuese el de su agente literario o de alguien por el estilo.</span></p><p><i><span style="font-family: georgia;">«¿Qué estas haciendo, Rosi?, ¿Qué haces aquí? Deberías estar en casa, preparando la ropa para mañana, poniendo a descongelar la carne para el mediodía y limpiando la cocina; convenciendo a Carla para que tire la basura y a Gabriel para limpie el baño después de usarlo. ¿Qué haces aquí, eh?».</span></i></p><p><span style="font-family: georgia;">La señal del teléfono seguía sonando, una y otra vez, y otra. Y otra.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">«Fue bonito, Rosi. Lo que sucedió la otra noche fue maravilloso, fue un sueño hecho realidad, pero tienes que despertar, Rosi; estas cosas no pasan en la vida real. Tienes una familia y un hogar que no puedes tirar por la borda debido a un… a un calentón».</span></p><p><span style="font-family: georgia;">La señal continuaba sonando sin cesar, con su monótono pitido.</span></p><p><i><span style="font-family: georgia;">«Un calentón, Rosi. Follaste con una tortillera que conociste en tu adolescencia y que luego te dejó tirada, largándose del pueblo y olvidándose de ti. No seas tonta, Rosa… ¿Crees que no puede volver hacerlo? ¿En serio te creíste todo lo que te dijo?».</span></i></p><p><span style="font-family: georgia;">Una luz se encendió en la segunda planta del edificio. La señal de llamada seguía sonando, persistente.</span></p><p><i><span style="font-family: georgia;">«Piénsalo, Rosa. ¿En serio crees que esa mujer va a querer empezar una relación con una vieja gorda sebosa como tú, con dos hijos mayores y un marido que te pone los cuernos a tus espaldas con una cría de la edad de tu hija?».</span></i></p><p><span style="font-family: georgia;">Rosa cortó la llamada, se dio la vuelta y buscó las llaves del coche en el bolso.</span></p><p><i><span style="font-family: georgia;">«Aún no está todo perdido, todavía puedes recuperar a Gabriel».</span></i></p><p><span style="font-family: georgia;">La mano de Rosa se detuvo en el tirador de la puerta del coche. En ese momento sonó su teléfono.</span></p><p><i><span style="font-family: georgia;">«¿Recuperar a Gabriel? ¿Qué voy a recuperar, eh? ¿El hastío, la monotonía, las conversaciones insulsas, el sexo fugaz y machista, el vacío de una casa sin niños pequeños… una vida que no es vida?».</span></i></p><p><span style="font-family: georgia;">Rosa miró el teléfono y vio que era el numeró de su amiga. Aceptó la llamada con voz temblorosa.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Mariola? —dijo—, soy yo. —Se apartó las lágrimas de las mejillas y tragó saliva—. Estoy aquí.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Rosa? —La voz sonó lejana y confusa.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Puedo subir? —dijo con la voz rota.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">El silencio fue tan largo que a Rosa se le partió el corazón al pensar que quizás su amiga no estaba sola en su cuarto.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Dónde éstas, Rosa? —Había preocupación en la voz.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Abajo. En la puerta, junto al hostal.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Otra vez el silencio, demasiado largo, aunque en el fondo se podía escuchar un ligero murmullo, como una conmoción de gente. Y música, pero muy apagada.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Ya no estoy en Luégana, Rosa. Lo siento.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Rosa se quedó bloqueada. Su mente se quedó en blanco y no pudo reaccionar. Mientras miraba a la ventana iluminada del segundo piso se escuchó el leve sonido de una cisterna proveniente de allá arriba. Pocos segundos más tarde la luz se apagó. No era Mariola, si no alguien que se había levantado a orinar.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Rosa? ¿Estás ahí? —dijo Mariola a través del teléfono, preocupada.</span></p><p><i><span style="font-family: georgia;">«Te lo dije Rosi. Otra vez te ha abandonado».</span></i></p><p><span style="font-family: georgia;">Un sudor frío recorrió sus sienes y la mano que aferraba el teléfono cayó unos centímetros, como si de repente el aparato se hubiera convertido en un pesado lingote de acero.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Rosa, por favor, contesta… ¿Rosa?</span></p><p><i><span style="font-family: georgia;">«He sido una imbécil. Una ilusa, una boba, una tonta…».</span></i></p><p><span style="font-family: georgia;">Entró al coche y tiró el teléfono sobre el asiento del copiloto mientras la voz de Mariola seguía sonando, pero más apagada.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—…cuelgues, por favor. Siento no haber podido estar con…</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Rosa tuvo un arranque de furia y tiró el móvil contra el salpicadero, haciéndolo añicos. Luego apoyó la cabeza en el volante. Quería gritar, llorar y golpearse la cara por estúpida, por necia, por crédula…</span></p><p><i><span style="font-family: georgia;">«Por soñadora, Rosi. Te lo dije: es peligroso soñar».</span></i></p><p style="text-align: center;"><b><span style="font-family: georgia;"><br /></span></b></p><p style="text-align: center;"><b><span style="font-family: georgia;">CONTINUARÁ...</span></b></p><p style="text-align: center;"><b><span style="font-family: georgia;"><a href="https://erosexmachinae.blogspot.com/2021/04/esperma-22.html">ESPERMA 22</a></span></b></p><p style="text-align: center;"><b><span style="font-family: georgia;">(C)2021 KAIN ORANGE</span></b></p>Kain Orangehttp://www.blogger.com/profile/12046312746243884686noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8600867602162970341.post-85492412980012820632021-04-20T14:47:00.006+02:002021-04-23T00:14:52.402+02:00ESPERMA (20)<p style="text-align: center;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"><b>20.</b></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"><b><br /></b></span></p><p style="text-align: center;"><i><span style="font-family: georgia;">Nota: aquellos lectores que no se sientan cómodos con la temática GAY pueden saltarse este capítulo sin temor a perder el hilo de la trama principal. Debido a la longitud de esta escena he decidido dividirla en dos partes (capítulos 20 y 21).</span></i></p><p style="text-align: center;"><span style="font-family: georgia; font-size: medium;"><b><br /></b></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-family: georgia; font-size: medium;"><b>ESTEBAN</b></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-family: georgia;"><br /></span></p><p><span style="font-family: georgia;"><span style="font-size: x-large;">E</span>l joven se llamaba Gustavo y era su primera vez con un hombre. Esteban y él estaban sentados juntos en un sofá de piel auténtica cubierto con un protector para que no se manchase. La vivienda donde se encontraban era de un amigo de Esteban que se la alquilaba por horas cada vez que éste necesitaba rodar alguna escena. </span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Nunca has jugado con un chico, ni siquiera cuando eras más jovencito? —Esteban sabía que muchos hombres curioseaban a muy temprana edad, de forma inocente, experimentando y jugando.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Gustavo sonrió nervioso y miró a Davinia, su novia, que estaba sentada fuera de plano, detrás de una pequeña cámara sujeta a ún trípode. La chica, una hermosa mujer de cabellos negros y piel morena, estaba vestida únicamente con ropa interior y sonrió a su novio, invitándole con la mirada a que respondiese con sinceridad.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Davinia y Gustavo eran una pareja joven de unos treinta años, muy atractivos los dos. Amantes del deporte y de los gimnasios, tenían unos cuerpos envidiables, atléticos y muy bien definidos. Esteban se moría de ganas por ver el cuerpo desnudo de ese moreno de cabellos rizados y piel canela.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">El apuesto chico lo miró brevemente, ruborizándose mientras encogía los hombros:</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Bueno —dijo algo indeciso—, quizás hubo un primo mío con el que jugaba de pequeño. Puede que nos enseñásemos las colitas y eso. Ya sabes.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Se rio y Esteban se enamoró de la blancura de sus dientes y las arrugas verticales que se formaron en la comisura de sus labios.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Sí, yo también tuve un par de amiguitos así —dijo mirando de reojo a Davinia.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Vio que ella sonreía con una expresión de divertida sorpresa en su mirada.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«Ella no lo sabía —</i>dedujo Esteban<i>—. Es la primera vez que escucha que su novio jugaba con su primito».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">Ya llevaban allí casi una hora, conociéndose y grabando la entrevista previa, calentando el ambiente y rompiendo el hielo. Davinia era una de las pocas amigas de confianza que Esteban tenía, una compañera de la Universidad a la que pidió ayuda para la edición y postproducción de sus últimos vídeos amateurs.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Él era bastante torpe con esos programas y Davinia, que cursaba su carrera centrada en empresas audiovisuales, conocía muy bien como se manejaban esas aplicaciones. Davinia, una chica bisexual de mentalidad abierta, aceptó encantada la propuesta, excitada ante la perspectiva de disfrutar de primera mano de todo ese material.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">También supondría una oportunidad para acercarse más a Esteban y tratar de hacer que éste superase su «chochofobia», como ella lo llamaba, pues desde que lo conoció en la universidad siempre quiso cepillárselo, tirándole la caña constantemente, tratando de llevarse al huerto a ese atractivo rubio de ojos azules y cuerpo esbelto, hasta que Esteban le confesó que él era incapaz de hacerlo con tías.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Gustavo se revolvió inquieto en el sofá, intercambiando miradas alternativas entre su novia, las dos cámaras fijas y Esteban. Éste, para tranquilizarlo un poco, le puso una mano sobre una de las rodillas. Curiosamente ambos iban vestidos igual: pantalones vaqueros y camiseta blanca.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Y aparte de enseñaros las colitas —continuó Esteban—, ¿hacíais algo más?, ¿os tocabais?</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Realmente era algo encantador ver como ese guapo mozo de espaldas anchas y abultados bíceps se sonrojaba como una primeriza en su noche de bodas.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Bueno… no recuerdo bien… nos las tocábamos, sí. Y a veces las juntábamos, frotándolas… Eran juegos de críos.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Esteban volvió a mirar de reojo a la mujer. Ella se había desnudado al poco tiempo de comenzar la entrevista, para que Gustavo se sintiera más cómodo, pero sin llegar a quitárselo todo. Medias, bragas y sostén, todo de encajes negros, mostrando mucha carne; los zapatos blancos, de tacón alto.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Se podía apreciar claramente que estaba muy excitada, especialmente oyendo esas confesiones por primera vez. Davinia era una mujer muy alta, casi como Esteban, y había cruzado las piernas mostrando sus grandes muslos, carnosos y llenos de curvas, uno sobre el otro, con la oscura melena suelta cayendo en bucles hasta los senos, grandes, pesados y de aspecto turgente.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Y de mayor? —continuó Esteban—, ¿nunca volviste a jugar con otro chico?</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Gustavo negó con la cabeza y sus rizos acompañaron el movimiento con un ligero vaivén.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—No, no. Para nada.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Por qué? ¿Nunca sentiste curiosidad por volver a probarlo?</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Sí —dijo de inmediato—, sí. A veces sí… pero… bueno…</span></p><p><span style="font-family: georgia;">El apuesto chico volvió a mirar nervioso a su pareja, buscando apoyo. Esteban le acarició la rodilla y le ayudó con la respuesta.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Tenías curiosidad pero no encontrabas un chico de tu gusto?</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Gustavo dudó unos segundos antes de responder con timidez.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—No sé… quizás. Bueno, verás, una cosa son los juegos de críos y otra… bueno, las cosas de mayor cambian…</span></p><p><span style="font-family: georgia;">La mano de Esteban subió por el muslo, percibiendo la dureza de unos músculos fuertes y ejercitados en el gimnasio.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Yo creo que tengo razón —dijo Esteban sin modestia—. Que no encontrabas a la persona indicada… por eso estás aquí, ¿no?</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Gustavo miró a ese rubio de carita de ángel y sonrió, mostrando otra vez una sonrisa de arrebatadora blancura.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Es posible.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Esteban había conocido a muchos como él. De hecho él mismo era así: le atraían los hombres, pero solo cierto tipo de hombres, aquellos jóvenes de piel tersa, sin vello, ligeramente afeminados, de cuerpos atléticos y guapos a rabiar. Nada de machos peludos ni osos regordetes, no, eso no era para ellos.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Estas aquí porque ella te enseñó mis vídeos?</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Claro.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Los veis a menudo?</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Bastante. Sí.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Esteban desvió la mirada un segundo hacia la bragueta del hombre, comprobando con satisfacción que allí abajo se estaba cociendo algo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Jugáis cuando los veis?</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Gustavo se mordió el labio inferior y lanzó un pequeño gruñido cuando los dedos de Esteban se metieron en la parte interna del muslo, cerca de la ingle.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Sí, claro. Nos ponemos muy cachondos.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">De pronto se oyó la voz de la mujer:</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—A veces usamos juguetes.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Esteban no miró a Davinia. Estaba centrado en captar las reacciones de Gustavo mientras acariciaba con suavidad el muslo, acercándose cada vez más al abultado paquete de la bragueta.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Es eso cierto Gustavo? —La voz denotaba fingida sorpresa, como si le estuviera hablando a un niño pequeño—. ¿Usáis juguetes cuando veis los vídeos? </span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Claro. Son de ella, pero los compartimos.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Davinia se rio.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Tengo curiosidad —dijo Esteban—, ¿Cómo son esos juguetes?</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Bueno… esto… los que yo… los que compartimos son, son consoladores.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Ajá, consoladores… —Esteban seguía acariciando las ingles de Gustavo, rozando con los dedos la zona del escroto—. ¿Cómo son?</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Gustavo cerró momentáneamente los ojos, respirando con fuerza por la nariz, visiblemente excitado. Cuando abrió los párpados habló directamente a su novia, que seguía contemplando la escena sentada en la silla, sonriendo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Ella tiene uno… un consolador. Uno sencillo. Y luego otro, más grande. Un dildo con… con la forma esculpida… ya sabes.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Con la forma de un pene?</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Sí. Uno realista. Ese… Ese me gusta.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">La mano de Esteban se posó en la bragueta de Gustavo, acariciando sin apretar, percibiendo la erección en los vaqueros.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Y mi pene? Vosotros ya lo habéis visto en los vídeos, ¿no? ¿Te gusta el mio?</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Gustavo rio excitado y asintió con la cabeza, mirando alternativamente a Esteban y a Davinia. Era algo encantador ver a ese macho tan tímido ruborizándose todo cachondo y nervioso.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Sí —dijo al cabo de un momento—, sí me gusta.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Esteban sonrió y separó los muslos, ofreciendo su abultado paquete mientras seguía acariciando el de ese morenazo de ojos negros.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Me la sacas? —susurró Esteban.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Gustavo asintió con la cabeza y le desabrochó el pantalón. Esteban no usaba ropa interior, así que cuando le bajó la cremallera la tiesa pija saltó en el aire, apuntando hacia el cielo y vibrando con osadía. Gustavo respiró con fuerza por la nariz, excitado al contemplar esa bonita y gorda polla, con el glande semi descubierto asomando por el prepucio y la raja de la uretra babeando líquido preseminal.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Puedo sacarte la tuya? —Volvió a susurrar Esteban.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Gustavo dijo que sí y Davinia, que había sido aleccionada por Esteban antes del rodaje, se puso en pie y tomó una pequeña cámara, acercándose a ellos mientras la enfocaba, grabando la escena.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Esteban le abrió la bragueta y metió la mano dentro, buscando y palpando con deliberada parsimonia, deleitándose con el tacto de la carne, caliente y suave pero dura como una roca. Al poco le agarró la pija y se la sacó con cierta dificultad, descubriendo que el chico calzaba un instrumento de tamaño considerable. Era un pollón oscuro de color tostado, con el bálano de color morado y con forma de fresón.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">El moreno también le cogió la polla a Esteban y la acarició con suavidad, bajándole el abundante pellejo para descubrirle el glande, gordo y rosado. Era la primera polla que tocaba aparte de la suya y la de su primito, pero la picha de aquél joven efebo no tenía nada que ver con el hermoso nabo que tenía ahora entre sus manos.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Esteban hizo lo mismo y empezó a friccionar con lentitud ese cipote erecto y lleno de venas, cada vez más y más inflamado, con el grueso carajo hinchándose como un globo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Ambos se pajearon al mismo tiempo, con suavidad, sin prisas, sintiendo cada uno cómo sus rabos reaccionaban a las caricias. Cuanto más excitado estaba uno, más fuerte le daba a la pija del otro, retroalimentándose cada uno de la excitación mutua.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Davinia seguía grabando en silencio, tratando de interferir lo menos posible, aunque se moría de ganas por tirar la cámara esa a la mierda y sentarse encima de esas dos pollas para que la follasen hasta reventarla.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Te gusta? —susurró Esteban, acariciando con la otra mano los huevos al chico, depilados y suaves como un melocotón. —¿Te gusta mi polla?</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Gustavo resopló y dijo que sí mientras alucinaba con la extraña sensación de apretar una polla distinta de la suya. Esteban dejó de acariciarle las pelotas y subió la mano por el vientre lleno de abdominales de Gustavo, acariciando la suave piel, subiéndole la camiseta hasta alcanzar las tetillas. Allí se entretuvo en jugar con los oscuros pezones, palpando los cuadriculados pectorales, subiendo hasta el cuello, las mejillas, la nuca…</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Gustavo aceptó el beso con reticencia, pero los regordetes labios de Estaban le chupaban la boca con tanta ternura y sensualidad que al poco tiempo abrió la suya, permitiendo que la lengua del experimentado rubio entrase dentro. En pocos segundos el moreno se desinhibió del todo y atacó con su lengua también, lo que hizo que ambos acabasen lamiéndose y comiéndose las bocas mutuamente. Mientras se besaban se desnudaron con torpeza, a tirones, riendo nerviosos y excitados.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Davinia los ayudó a descalzarse y a quitarse los vaqueros, pero en seguida volvió a tomar la cámara, apartándose del plano, no sin antes recibir un par de cariñosos pellizcos por parte de su novio.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">El cuerpo de Gustavo era una maravilla: delgado, atlético, lleno de abdominales, tendones, músculos y venas marcadas. La piel canela refulgía con el sudor que la cubría y Esteban no podía dejar de relamerse contemplando las dos esferas que eran sus nalgas: un culo prieto y carnoso, respingón y sin un solo pelo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Estaban sentados en el sofá y la polla de Esteban sobresalía como un signo de exclamación, empinada, tiesa y empalmada como nunca, rabiando por meterse en todos los orificios de ese Adonis de piel tostada. Se fijó en que Gustavo no dejaba de mirarle la polla con deseo mientras se la meneaba, así que le hizo una pregunta muy sencilla:</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Te gustaría chupármela?</span></p><p><span style="font-family: georgia;">El otro no contestó, pero se inclinó sobre él, acercando su boca a esa columna de carne mientras la agarraba con firmeza, bajándole el prepucio para meterse el carajo entre los labios y chupar la primera polla de su vida.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Esteban pensó que la inexperiencia de Gustavo chupando pollas haría que su felación fuera algo irregular y torpe, pero lo cierto fue que la mamada que le comenzó a proporcionar era algo fuera de serie. El muy cabrón le chupó el cipote como si estuviera comiendo una piruleta, usando únicamente los labios, acariciando el agujero de la uretra con la punta de la lengua, saboreando la caliente picha de Esteban con glotonería.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Davinia se acercó para rodar un primer plano de la mamada. Sostenía la cámara con una mano, mientras que con la otra acariciaba los rizos de su novio, acompañando el movimiento de vaivén que hacía su cabeza, arriba y abajo, empujándola levemente.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Poco a poco la garganta de Gustavo iba tragando más y más rabo, con la cara congestionada y las babas saliéndole por las comisuras de los labios. En poco tiempo consiguió hacer una garganta profunda, pegando sus labios en el pubis de Esteban, tragándose la gruesa pija hasta el fondo, provocando que sus cuello se abultase.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Esteban miró alucinado a Davinia, sorprendido por las tragaderas que tenía ese primerizo. La mujer, sin dejar de acariciar el cabello de su novio, le leyó el pensamiento.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Ha tenido una buena maestra —rio Davinia—, y le hice practicar con ese dildo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Luego se apartó para dejarles espacio. Gustavo se sacó la polla de la boca y un reguero de mucosidades quedó colgando de su barbilla. Cuando habló, los hilillos de saliva temblaron en el aire.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Lo hago bien?</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Sí, cabrón —Esteban bajó para volver a besar esa boca manchada de babas—. Lo haces muy bien.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Mientras lo besaba le empujó con suavidad para tumbarlo en el sofá, con él colocado encima, apretándose contra ese apolíneo morenazo de piel sudorosa. Las pollas se rozaron y Esteban bajó una mano para agarrar las dos al mismo tiempo, masturbándolas a la vez con torpeza, puesto que el grosor de ambos falos le impedía hacerlo bien.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Los vientres resbalaban uno sobre el otro, frotándose los abdominales, duros y definidos. Los pectorales de Gustavo, cuadriculados e hinchados, se restregaban contra el pecho delgado de Esteban, buscándose las tetillas uno al otro. El moreno le agarró las nalgas y lo atrajo con fuerza, obligando a Esteban a que los dos cipotes, tiesos y duros como el granito, se apretasen aún más contra los pubis.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Qué otras cosas más has practicado con ese Dildo? —preguntó Esteban entre gemidos, tratando de no soltar esas dos morcillas, mareado por el morbo de sentir los dos carajos rozar uno contra el otro.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Otra vez fue Davinia quien habló, lo hizo con voz temblorosa debido a la terrible excitación que sentía.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—La boca no ha sido lo único que le he abierto con esa polla de silicona.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">El novio se rio en voz alta y Esteban aprovechó para volver a meter la lengua dentro de su boca. Luego se puso en pie y buscó un preservativo; mientras, Davinia dejó que una de las cámaras fijas siguiera grabando y se colocó de rodillas frente a Gustavo para comerle el ojete, chupándole el agujero del culo a base de lengüetazos y sonoros escupitajos.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">También le chupaba los gordos cojones y la base del tronco, pero sin subir mucho para evitar que se corriera antes de tiempo. Esteban se puso el condón y tomó la cámara, grabando la comida de ojete allí de pie, viendo como la morenaza le metía un dedo por el culo a su novio.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">La chica miraba de reojo a Esteban, viendo cómo se pelaba la pija con el condón puesto. Ella se moría de ganas por chuparle la polla, de mamarle los huevos como se los estaba chupando a su novio y de abrirse de patas para que la follase. Le daba mucho morbo saber que ese homosexual nunca había catado un coño y fantaseaba con la posibilidad de ser ella quien lo desvirgase.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Esteban, por su parte, no pudo evitar acordarse de Carla, recordando cómo su hermana le chupó la polla, así que se acercó a ella y colocó su verga en la mejilla de Davinia, apretando el carajo de forma que ella lamiese el cipote y el ojete al mismo tiempo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">La mujer se sorprendió mucho, pues conocía bien la fobia de Esteban, así que siguió repartiendo lametones entre el dilatado agujerito de su esposo y el pollón recubierto de látex, aprovechando de vez en cuando para meterse el capullo del maricón en la boca y lanzar algunos escupitajos a diestro y siniestro. También le comía los huevos a los dos hombres, aprovechando la postura, metiéndose también debajo de Esteban para chuparle el agujero del culo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Davinia siguió así un rato, acariciando y lamiendo pollas, cojones y ojetes como una loca hasta que Esteban, excitadísimo, la apartó con suavidad, colocando la punta del cipote en el agujero de Gustavo para empujar despacio. La saliva y la lubricación del preservativo hizo que la tranca se hundiese dentro de ese hoyo con pasmosa facilidad y Esteban comenzó a bombear lentamente, sacando y metiendo, gozando con las sensaciones que le transmitía el apretado agujero.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Gustavo se agarró la polla y empezó a masturbarse, gruñendo como un cavernícola, disfrutando con ese pedazo de salchichón llenándole las entrañas. Sentía el gordo carajo dilatándolo por dentro, oyendo los chapoteos y el sonido del aire escapándose por su ojete cada vez que Esteban se la metía por el culo. </span></p><p><span style="font-family: georgia;">Davinia, sin poder resistirlo más, entró una vez más en el plano y metió la cabeza para chupársela a su novio mientras era sodomizado. Esteban continuó imperturbable, castigando ese apretado ojete sin cesar, acelerando el ritmo, apoyando una mano en los pectorales de Gustavo, sudando y bufando por el esfuerzo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Te gusta cariño? —preguntó Davinia a su novio con la boca llena de babas— ¿Te gusta que te metan una polla por el culo?</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Joder, me encanta… Dios… Sí… —repetía una y otra vez, gimiendo como una puta.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Ella se relamía sonriendo, mirando hacía arriba, buscando alguna señal por parte de Esteban que le permitiese dar rienda suelta a su lujuria, para desnudarse del todo y follar como una salvaje, pues sentía mucha envidia de su novio y quería que a ella también le follasen el culo y le reventaran el coño a pollazos, pero Esteban había sido muy claro con las normas: ella debía mantenerse al margen dentro de lo posible, permitiéndole usar manos y boca, pero nada más. Y nada de desnudos.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Los envites eran cada vez más fuertes y Davinia sintió la mano de Gustavo agarrándola de los pelos, obligándola a tragarse la polla hasta el fondo una y otra vez mientras Esteban le daba por el culo con fuerza, estrellándole los huevos en las nalgas.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">El placer que sentía Gustavo era tan sublime que en uno de los pollazos que le metió el rubio le sobrevino el orgasmo, intenso y brutal. Davinia se tragó el primer chorro, pero luego retiró la cabeza con rapidez para que el resto de eyaculaciones saltasen afuera. Largos chorros de esperma volaron hacia arriba y cayeron sobre la cara de la mujer y sobre el vientre de Gustavo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Esteban le sacó la pija del culo y se quitó el preservativo en un solo movimiento, subiendo deprisa hasta colocarse sobre la cara de Gustavo, estrujándole la polla en las mejillas, obligándole a que abriese la boca. Davinia tomó rápidamente la cámara y grabó un primer plano, mostrando con claridad cómo la uretra escupía varios chorros de esperma sobre la boca abierta de su amado.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Las lefas salían con fuerza, entrando en la boca como cañonazos, inundando de pegajosa leche la garganta de Gustavo. La polla aún estaba escupiendo semen cuando el moreno cerró los labios alrededor del ciruelo, mamando con fuerza para sacarle la leche a chupetones, sintiendo los espasmos musculares de la polla en el esófago.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Esteban siguió empujando, corriéndose en la garganta mientras le tiraba del pelo hasta que Gustavo tuvo una arcada y empujó al rubio, escupiendo polla, semen y mocos entre toses y escupitajos. Davinia y Esteban se dedicaron a limpiarle la cara con las lenguas, besándose los tres al mismo tiempo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><b><br /></b></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-family: georgia;"><b>CONTINUARÁ...</b></span></p><p style="text-align: center;"><b><a href="http://erosexmachinae.blogspot.com/2021/04/esperma-21.html">ESPERMA 21</a></b></p><p style="text-align: center;"><b>(c)2021 Kain Orange</b></p>Kain Orangehttp://www.blogger.com/profile/12046312746243884686noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8600867602162970341.post-83431342894062256072021-04-18T10:28:00.003+02:002021-04-20T16:01:09.068+02:00ESPERMA (19)<p style="text-align: center;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"><b> 19</b></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-family: georgia;"><b><br /></b></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-family: georgia; font-size: medium;"><b>VÍCTOR</b></span></p><p><span style="font-family: georgia;"><br /></span></p><p><span style="font-family: georgia;"><span style="font-size: x-large;">A</span>quel lunes por la noche había pocas personas paseando por las calles y jardines de la urbanización. El verano ya acababa, pero por esas latitudes aún hacía muchísimo calor en las horas inmediatas a la puesta de sol y Víctor sentía el sudor recorriendo su espalda, grande y ancha como un armario ropero, hipermusculada y llena de bultos y protuberancias.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Tobías tiraba de la correa, como siempre. Era un chucho mal educado, pendenciero y poco amistoso con los extraños.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«Y también con los conocidos»</i> —pensó Víctor recordando las veces que le había gruñido y mordisqueado.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Decidió abandonar las calles y se metió por uno de los parques que había alrededor, siguiendo un sendero de grava iluminado y rodeado de arbustos y plantas florales, con algunos árboles repartidos entre amplios espacios cubiertos de césped natural.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">A Víctor le hubiera gustado ver las estrellas, pero la contaminación lumínica solo le permitía ver tres o cuatro de las más brillantes. Una vez intentó aficionar a Fabio, el hijo de su exmujer, a la astronomía, pero el chico pronto se aburrió de ir por ahí con unos prismáticos colgados y prefirió salir por las noches buscando otro tipo de estrellas.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Fabio, al igual que Tobías, fue una criatura mal educada, pendenciera y poco amistosa. Ya era así cuando conoció a Lucía, su ex, y aunque trató de guiarlo su madre tenía un extraño modo de ver las cosas con respecto a su hijo que le impidió acercarse a él.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Víctor dejó de pensar en el pasado al ver que el perro daba vueltas buscando un cagadero al lado de un parque infantil.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—No, feo, ahí no, hombre.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Tiró de la correa para apartarlo de allí, pues no quería que manchase esa zona, pero el pequeño bulldog francés se dejó caer en el suelo y Víctor no tuvo más remedio que arrastrarlo como si fuera un paquete hasta una zona más apartada.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Mientras el chucho hacía sus cosas Víctor pensó una vez más en la compresa manchada que encontró el perro el sábado anterior. Asociar esa gasa con la jovencita de aspecto angelical que conoció esa mañana le producía una excitación inmediata.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«Estas enfermo, Víctor. Estas cosas no las piensa la gente normal. La gente normal se busca una pareja y practica sexo, no va buscando bragas y soñando con compresas de chicas».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">Pero no podía dejar de pensar en Carla. Solo la había visto una vez, pero cuanto más pensaba en ella, más quería pensar en ella, como un círculo vicioso.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«Te estas obsesionando y ya sabes lo que pasa con la gente que se obsesiona ¿no? Que se vuelve loca».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">Víctor también recordó que había muchos poemas y canciones que hablaban de lo cerca que estaba la obsesión del amor.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">No pudo evitar una carcajada en voz alta.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«Sí, claro. Amor, a mi edad».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Vamos, Tobías… ¡Deja eso…! —Víctor se agachó y trató de quitarle un envoltorio de plástico que había mordido, pero el chucho le gruñó con fiereza y Víctor retiró la mano, decidido a conservar los dedos.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Ojalá te atragantes, demonio.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><br /></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-family: georgia; font-size: medium;"><b>CARLA</b></span></p><p><span style="font-family: georgia; font-size: x-large;"><br /></span></p><p><span style="font-family: georgia;"><span style="font-size: x-large;">T</span>ras salir de casa Carla echó a caminar sin rumbo fijo. El aire nocturno, limpio y cargado de olores florales provenientes de los jardines cercanos la animaron un poco, despejando su cabeza y trayéndole recuerdos de cuando subía al pueblo con sus padres. Allá en Luégana le gustaba salir a pasear de noche, caminando campo a través, con el firmamento como techo y el sonido de los grillos como banda sonora.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Echó un vistazo al teléfono y le envió un par de mensajes a Esteban, pero éste no le contestó. Buscó un banco solitario en un rincón del parque, en una zona a oscuras, con poca iluminación. Se sentó y recapacitó sobre su discusión con Magdalena.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Se sentía mal por haberle gritado y no haberla escuchado.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«¿En serio crees que están enamorados?</i> —Se preguntó—. <i>¿Tu padre y ella?».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">Papá no daba el tipo de viejo verde mirón que persigue faldas y espía chicas en las piscinas. Siempre fue muy recatado y se comportaba como un caballero. Cuando ella y Lena hacían topless su padre siempre buscaba una excusa y huía del lugar. Nunca le escuchó expresiones machistas o misóginas cuando ella estaba delante. Puede que se comportara de otra manera cuando se encontraba a solas con otros hombres, pero Carla lo dudaba.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«Siempre se ha comportado de forma muy correcta con las mujeres… Joder, si me parece increíble que haya aguantado el tipo tantos años con la pervertida de Lena detrás de él todo el santo día tirándole los tejos».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">Lo que pasó en el estanque no fue un calentón; no fue el producto de un momentáneo ataque de lujuria. Fue la culminación de algo más grande y profundo gestado durante años, si no, su padre no se hubiera atrevido a… a… bueno, a hacer lo que hizo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla buscó el contacto de su amiga en la agenda del smartphone.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«¿Qué habrá visto papá en ella para decidirse al fin a dar el salto?».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">Lena era un poco fea, flacucha, sin tetas y muy pesada.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«Y divertida, buena, amable, inteligente, extrovertida, imaginativa, alocada…».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla frunció el ceño.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«¿Estás celosa, Carla?».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">La chica acarició la pantalla del móvil, indecisa aún en llamar a su amiga. Quería disculparse con ella por haberle gritado, pero también quería (necesitaba), hablar sobre su relación con papá.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«Relación. Por Dios, escúchate. ¡Tu padre tiene una relación con Magdalena! Esto es de locos».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">Una voz profunda y grave resonó cerca de ella, aproximándose.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—No creas que no sería capaz de pegar a un perro ciego, pequeño desagradecido. En serio. Sería capaz de aporrear esa fea cara que tienes si no fuera porque me da risa cada vez que la miro.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla miró hacia el sendero y vio que se acercaba una figura enorme y vagamente familiar arrastrada por un perrito. Cuando el hombre pasó cerca de uno de los focos que iluminaban el parque Carla reconoció las enormes y oscuras patillas de Víctor. El hombre iba vestido con una camiseta de tirantes que dejaban a la vista los grandes músculos dorsales y pectorales, con los terribles deltoides de los hombros sobresaliendo como montañas a ambos lados del poderoso cuello. El vientre era grande y abultado, pero no tenía aspecto de fofo o blando, si no tenso, duro. La chica se fijó en que Víctor en realidad no era tan gordo como ella creía, si no más bien robusto, con mucho exceso de grasa en la cintura, sí, pero muy, muy musculado.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla quedó mirando al hombre anonadada, sin poder reaccionar, viendo como caminaba hacia ella a grandes trancos, tratando de contener a esa pequeña fiera.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«No puede ser. ¿Qué hace este tío aquí?».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">A pocos metros del banco Víctor la reconoció y se detuvo, tan sorprendido como la propia Carla.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Se miraron en un incómodo silencio durante unos segundos, ambos pensando en lo que hicieron y vieron en la ducha aquella mañana.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Hola —dijo Víctor al cabo de un rato.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Ah. —Intentó saludar Carla, con el corazón latiendo a mil por hora, asustada.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Estoy sacando al perro —dijo Víctor como un idiota, nervioso.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Ya. —La voz de Carla tembló—. Ya… ya veo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Estaba muy asustada.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Víctor debió notar el azoramiento de la chica, pero creyó que se debía a la presencia de Tobías.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Tranquila. Se llama Tobías. No muerde… mucho.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Qué? —Carla seguía sentada en el banco, con el teléfono fuertemente aferrado contra las piernas cruzadas. </span></p><p><span style="font-family: georgia;">Víctor señaló al perro.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Éste. Se llama Tobías. No te hará nada… creo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla miró al chucho y al dueño alternativamente.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«¿Dé donde ha salido? ¿De qué habla? ¿Qué hace aquí? ¿Me ha seguido, me ha espiado, me ha estado esperando? Como se acerque más me pongo a chillar».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">Víctor pareció adivinarle el pensamiento.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Somos vecinos. Vivo justo enfrente de vuestro bloque. ¿Tu madre no te dijo nada?</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«¿Vecinos?».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">Tobías tiró de la correa, olfateando el aire y oliendo a Carla. A Víctor le pilló desprevenido y se le escapó. El pequeño corrió hasta Carla y le olfateó las piernas. La chica dio un respingo y reculó hacia atrás un poco, pero luego extendió una mano con timidez para acariciarlo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¡No! —advirtió Víctor, corriendo hacia el chucho, hablando deprisa en voz alta, pero poco a poco la voz fue apagándose hasta morir en el aire—. ¡No lo toques, a Tobías no le gustan los extraños y no permite que nadie le toque y suele…</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Tobías había saltado al regazo de Carla y le estaba lamiendo la cara, meneando el rabo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—…suele morder a la gente que no conoce.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla intentó quitárselo de encima, pero enseguida comenzó a reír, pues la lengua del chucho le hacía cosquillas. Carla le acarició el cuello con ambas manos.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Pero bueno, de dónde has salido tú, eh? —dijo Carla a Tobías, rascándole las orejas—. Qué perro más bueno y más bonito eres, madre mía.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Por favor, no le digas esas cosas, que se las cree.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla miró de reojo a Víctor.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Qué le pasa en los ojos?</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Tiene cataratas. Es viejo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Víctor se acercó y agarró a Tobías, apartándolo con suavidad, rozando el cuerpo de Carla con las manos. A la chica le impresionó el aura de fuerza y energía contenida que desprendía esa mole de carne tan cerca de ella. La noche era calurosa y Víctor tenía una pátina de sudor cubriendo su cuerpo. El vello que cubría sus patillas y sus mejillas titilaba por la transpiración que había ahí atrapada y a Carla se le ocurrió una idea absurda:</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«Si pasase la lengua por ahí, ¿sería como lamer los pelos mojados de un chocho?».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Lo siento —dijo Víctor—, no suele ser así de cariñoso. Tobías, dí adiós a la señorita, que nos vamos a casa.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Tobías, maleducadamente, no dijo nada.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla miró el rostro del contratista y se percató de que era bastante atractivo, con una boca amplia, de labios gruesos y con un hoyuelo en la barbilla.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«Deja de fliparte, tía. ¡Que es un pervertido, por el amor de Dios! ¿Quién en su sano juicio se dedica a registrar la ropa sucia de otras personas para masturbarse, eh?».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">Pero enseguida recordó que ella misma lo había hecho varias veces.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«¿Cuantas veces has registrado la ropa interior sucia de tu hermano, Carla? Por no hablar de la papelera».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">Víctor dejó el perro en el suelo y miró a la chica. Se contemplaron durante un par de segundos y ambos pensaron lo mismo sin saberlo:</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«He probado el sabor de su sexo»</i> —pensó él. </span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«Ha lamido mis flujos» </i>—pensó ella.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">De repente se dio cuenta de que ese hombre debía de saber que la ropa que usó para masturbarse era la suya. Se dio cuenta de que él estaba ahí delante, mirándola, sabiendo que lo que lamió y tocó había salido de su raja, que había salido del interior de su coño. El rubor subió como una llamarada por su cuerpo encendiendo su rostro, el estómago dio un vuelco y Carla se puso cachondísima en menos de dos segundos, sintiendo un pequeño mareo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Víctor se removió nervioso, carraspeó y señaló a Tobías.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Te… Tengo que acostar al niño —dijo tartamudeando mientras sonreía.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Vale.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Supongo que nos veremos mañana.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Sí. Claro.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Pues bien, nada. Nos vemos… —Dio un pequeño tirón a la correa y Tobías se puso en marcha—. Por favor, dile a tu madre que mañana me pasaré antes de las diez. Y que no tardaré mucho en acabar el trabajo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Bueno.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Víctor levantó la mano a modo de despedida y echó a andar unos pasos hasta que la voz de Carla le detuvo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¡Espera! —La chica se puso a su lado—. ¿Puedo ir contigo? Me da miedo regresar sola tan tarde por aquí.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla no mentía. Había remoloneado demasiado tiempo y se le había echado la hora encima. Además, los lunes apenas había nadie por el parque y era demasiado solitario.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Víctor sonrió.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Claro. Pero no le llames bonito al perro, ¿vale? Lo confundes.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla rió y ambos echaron a caminar, siguiendo a Tobías, que tiraba de la correa constantemente.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Caminaron en silencio un par de minutos, excitados y nerviosos hasta que Carla, que no podía soportar ver a Tobías tirando de la correa, se la pidió a Víctor y con un par de gestos logró que el chucho se quedase detrás de ellos, obediente, con la correa floja. A Víctor le impresionó todo eso.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Cómo lo has hecho? A mi nunca me hace caso.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla se encogió de hombros, pero en lugar de contestarle le hizo una pregunta.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Hace mucho que vives por aquí? Es raro que no te haya visto antes. —La chica señaló su rostro—. Te hubiera reconocido enseguida con esa barba.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—No es una barba. —Víctor se hizo el ofendido y se acarició el vello facial de forma ostensible—. Me mudé hace unos meses. ¿Y vosotros, lleváis mucho viviendo aquí?</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Tres años. Mi padre es funcionario y le surgió la oportunidad de un ascenso en esta zona.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Víctor pensó en ello unos instantes.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Fue duro? Ya sabes, ¿el cambio de ambiente, adaptarse a un nuevo entorno, dejar amigos…?</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla dudó. No esperaba que ese fontanero gordo y pajillero acabase siendo su confidente nocturno.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">«¿Pero por qué estoy hablando con este tío sobre mi vida?».</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla corrigió a Tobías dando un leve tirón a la correa y miró al hombre.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—No, no fue duro realmente —dijo Carla contestando a la pregunta de Víctor—. No fuimos muy lejos. Además, no era la primera vez que nos mudábamos. —Carla movió la cabeza hacia Víctor de forma inquisitiva—. ¿Y tu familia? ¿A tus hijos les gusta este sitio?</span></p><p><span style="font-family: georgia;">EL hombre se rascó las peludas mejillas.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—No, no. No tengo familia —Víctor carraspeó—. Quiero decir que no tengo hijos. Hubo un hijastro, el hijo de mi exmujer. Pero ya no está. Ella tampoco. El perro es suyo, creo que me lo dejó para vengarse.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Ah —dijo Carla sin saber qué decir, pues en su cabeza se agolpaban una serie de ideas y pensamientos cada vez más y más inquietantes.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«Vive solo, enfrente de mi casa, tiene los mismos fetiches que yo, ha olido mis bragas y se ha masturbado con ellas. ¡El muy cabrón sabe que eran mías y probablemente ahora mismo, AHORA MISMO, está pensando en eso!».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">El silencio fue cubierto por el sonido de sus pisadas contra la grava y el constante sonido de los grillos a su alrededor.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Me alegro de haberme mudado aquí —dijo Víctor por decir algo—. Me gusta este barrio, es tranquilo y hay muchas zonas verdes.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Ya. A mi también me gusta, pero en cuanto pueda me iré. Quiero estudiar fuera.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Algún sitio en especial?</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Centro Europa. Países bajos, Bélgica. Un sitio de esos con mucha historia.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Eso estudiarás, historia?</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Sí. Del arte… o eso creo. No lo he decidido.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«¿Por qué hablo con él de estas cosas?».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Yo estuve en Praga el año pasado —dijo Víctor—, allí hay mucha historia. Pero si buscas arte lo mejor sin duda es Italia: Florencia, Venecia, Bolonia… El Vaticano.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla lo miró con verdadera envidia, sorprendida.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Has estado en esos sitios?</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Sí. Viajo un par de veces al año.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Víctor notó la perplejidad en la mirada de Carla y se encogió de hombros.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Sé que no doy el tipo de hombre viajero y «culto» —Carla casi pudo escuchar las comillas—, pero desde siempre tuve curiosidad por salir allá afuera y ver mundo, pero con Lucía, a la que no le gustaba viajar, nunca podía hacerlo. Así que cuando me separé de ella me solté el pelo y le cogí el gusto a eso de hacer maletas. Se aprende un montón leyendo folletos turísticos en los aviones, ¿sabes?. Dentro de unos días iré a Bucarest, a visitar a un amigo. Es rumano y entrenábamos juntos en el gimnasio y no sé porqué te estoy aburriendo con todo esto —dijo tomando la correa de manos de Carla, pues ya habían llegado a su edificio.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Lucía era tu mujer?</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Sí.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">«¿Era guapa? ¿Cuándo os separasteis? ¿Por qué? ¿La echas de menos?». —Carla quería preguntarle todo eso, pero se quedó callada, mirando los brazos musculosos y cubiertos de pelos del fornido contratista.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Siento que el perro te haya asustado antes —dijo el hombre con suavidad.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">En realidad quien la había asustado había sido él, pero Carla no dijo nada. La chica se agachó para despedirse de Tobías con unas caricias y supo que Víctor le debía de estar mirando el escote y los muslos desde arriba.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¡Vaya perro más obediente y más bonito! —Carla le hablaba a Tobías como si fuera un niño pequeño—. ¿A que sí? ¿A que sí?</span></p><p><span style="font-family: georgia;">El chucho meneó el rabo dos veces, indicando que sí, que era un perro la hostia de bueno y de obediente.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Cuando se incorporó ambos quedaron muy cerca el uno del otro, mirándose de frente, aunque ella tenía que levantar un poco la cabeza, pues Víctor era mucho más alto. La tensión sexual que vibraba entre ellos electrificaba los sentidos de ambos, provocando que los corazones de los dos latiesen muy deprisa, con el sudor recorriendo sus cuerpos, con las mejillas arreboladas y la respiración agitada.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«Es un viejo, Carla. Podría ser tu padre».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">Era un hombre maduro, con las manos encallecidas por el duro trabajo, con arrugas de expresión en las comisuras de los labios y alrededor de unos ojos acaramelados que transmitían una mirada tranquila, serena; un hombre con la frente amplia, surcada por profundas arrugas transversales sobre unas cejas pobladas. La nariz era grande, enérgica. El cuello una columna llena de tendones y venas hinchadas. Los hombros dos colinas de granito y el pecho un barril de acero.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«No. No se parece en nada a mi padre».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Hasta mañana Carla.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Hasta mañana.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">La chica quiso decir algo más, pero no supo qué y entró en su edificio en silencio. Cuando cerró el portal se quedó mirando afuera, a una calle tenuemente iluminada por las farolas de neón amarillo, viendo a Víctor alejarse, cruzando la calle y entrando en su bloque, con Tobías tirando de la correa de nuevo. Carla esperó unos minutos hasta que vio encenderse una luz en la quinta planta del edificio. Al poco rato avistó la silueta enorme e inconfundible de Víctor a contraluz en uno de los ventanales, averiguando así el piso donde él vivía.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Cuando entró a su casa su cabeza estaba llena de fantasías y de todo tipo de situaciones mórbidas, con el corazón desbocado, las fosas nasales dilatadas y los labios vaginales humedecidos e inflamados. Fue directamente a su habitación sin saludar a nadie y buscó la bolsa de plástico donde había escondido sus bragas meadas. Al abrir la bolsa el pestazo a coño y orines rancios la golpeó, excitándola aún más. Con manos temblorosas recortó un trozo de plástico y con un rotulador escribió en él: «PARA TI, VÍCTOR». Luego grapó el mensaje a las bragas y las colocó en el cesto de la ropa sucia que había en el baño, dentro de su bolsa personal.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«Estas loca, estas loca, estas loca…» </i>—repetía una y otra vez una voz en su cabeza.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Regresó a su habitación y estaba a punto de masturbarse cuando su padre llamó a la puerta.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Carla. Tenemos que hablar. Es importante.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«Venga ya…»</i> —pensó irritada.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Se puso algo de ropa y fue al salón.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Qué pasa? —A Carla le sorprendió que su madre no estuviese allí. Entonces recordó la discusión—. ¿Y mamá? —preguntó con un deje de inquietud.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—De eso quería hablarte.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><br /></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-family: georgia; font-size: medium;"><b>ROSA</b></span></p><p><span style="font-family: georgia;"><br /></span></p><p><span style="font-family: georgia;"><span style="font-size: x-large;">L</span>os faros de xenón iluminaban la carretera mientras Rosa conducía en su pequeño Volkswagen hacia Luégana, pensando en Esteban y en Carla, sobre todo en ella, pues se sentía fatal por haber salido de casa sin decirle nada, como una delincuente que huía de noche, alejándose del lugar del crimen a escondidas.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«Mañana, Rosa. Mañana regresarás y hablarás con ella, y le darás tu versión de lo sucedido. Hablaréis y ella tendrá que comprender y aceptar vuestra decisión, o no, pero eso es lo de menos. Mañana, Rosa. Mañana».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">Pero no hoy, no ahora. Ahora necesitaba salir de aquella casa, necesitaba consuelo, apoyo, comprensión, amor, ternura, cariño.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Necesitaba a Mariola.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><br /></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-family: georgia;">CONTINURÁ...</span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-family: georgia;"><a href="https://erosexmachinae.blogspot.com/2021/04/esperma-20.html">Esperma 20</a></span></p><p style="text-align: center;">(c)2021 Kain Orange</p>Kain Orangehttp://www.blogger.com/profile/12046312746243884686noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8600867602162970341.post-61832941483696193812021-04-18T01:49:00.010+02:002021-04-18T10:54:45.091+02:00ESPERMA (18)<p style="text-align: center;"><b><span style="font-family: georgia; font-size: large;">18</span></b></p><p style="text-align: center;"><b><span style="font-family: georgia;"><br /></span></b></p><p style="text-align: center;"><b><span style="font-family: georgia; font-size: medium;">CARLA</span></b></p><p><span style="font-family: georgia;"><br /></span></p><p><span style="font-family: georgia;"><span style="font-size: x-large;">C</span>arla pasó la tarde del lunes con un par de amigas en el centro, tomando café, cervezas, fumando marihuana y hablando sobre estudios, ropa, tatuajes, chicos. No quería pensar en todo lo que había pasado en los últimos tres días, especialmente lo sucedido aquella mañana con ese fontanero y la discusión con Magdalena, aunque su corazón se aceleraba cada vez que pensaba en sus sucias braguitas, escondidas en una bolsa de plástico bajo su cama. Llegó tarde a casa, siendo noche cerrada, encontrándose con que su madre acababa de llegar del trabajo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Rosa estaba un poco taciturna, muy callada. Algo le debía de preocupar y a Carla le daba mucha lástima.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">«Pobrecilla. Cuando sepa lo de papá y Magdalena…» —pensó mientras le ayudaba a preparar algo para la cena.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">De repente se le ocurrió que a lo mejor era eso lo que le pasaba, que quizás había descubierto lo de su padre y Lena. Carla la miró atentamente mientras su madre trajinaba por la cocina, ajena a la mirada inquisitiva de su hija.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">«No. No lo creo. Ella no es de las que se callan; si supiera algo habría montado una escena y a mi padre le hubieran faltado pies para salir corriendo. Es otra cosa».</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla contempló el cuerpo obeso y bajito de su madre, con esa maravillosa melena de rizos negros cayendo sobre la espalda ancha, fuerte, cargada de problemas y preocupaciones y sintió una súbita oleada de amor y ternura hacía ella.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«No merece lo que le están haciendo</i> —pensó con el ceño fruncido—. <i>No es justo».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Estás muy callada mamá. ¿A ido bien el día?</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Rosa se encogió de hombros.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Estoy bien, pero han sido muchas horas, cariño. Hoy he doblado el turno.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Ya —dijo Carla colocando tres cubiertos sobre la mesa—. No has venido a comer al mediodía.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Comí en el trabajo —mintió Rosa, que llevaba todo el día sin probar bocado con el estómago hecho un manojo de nervios pensando en Mariola.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">La madre retiró el pescado hervido y comenzó colocarlo en una bandeja, mirando de reojo el reloj de la cocina.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Sabes algo de tu padre? ¿Te ha dicho a que hora vendría esta noche?</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Gabriel llevaba varias semanas llegando tarde con una excusa sobre algo relacionado con un cambio de normativas y leyes que afectaban a su departamento en el Registro Civil, pero Carla suponía que en realidad pasaba las tardes con su amiga Magdalena.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«A saber las cosas que hará con la pervertida esa»</i> —pensó con una punzada de celos.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">En ese momento oyeron que se abría la puerta principal. Gabriel asomó su calva rapada por la puerta de la cocina. A Carla se le hacía raro ver a su padre con ese nuevo estilo, acostumbrada a verlo siempre con aquél ridículo flequillo tan gracioso. Se había rapado la cabeza un par de semanas atrás y lo cierto era que le sentaba muy bien, haciéndole parecer más joven. También había perdido peso. No había que ser muy lista para adivinar a qué se debían tantos cambios.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Hola —saludó Gabriel mientras olfateaba el aire—. Huele bien, ¿pescado?</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla se fijó en que no le dio a su madre los dos besos de costumbre.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Lubina. —Fue la escueta respuesta de Rosa.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Hola Carla. —Gabriel le dio un beso en la mejilla.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Hey —dijo ella a modo de saludo, colocando vasos y refrescos sobre la mesa.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Gabriel se quedó de pie, observándolas en silencio, sin saber muy bien qué decir. Los tres estaban perdidos en sus pensamientos y una extraña atmósfera de soledad compartida flotó en el ambiente.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Voy a lavarme —dijo su padre al cabo de un rato, saliendo de la cocina.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla lo siguió con la mirada y pensó en Magdalena y en la discusión que habían tenido esa mañana, preguntándose por enésima vez si tenía algún derecho a enojarse con ella y con su padre.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«No puedes culparlos por gozar de sus cuerpos cuando tú misma disfrutaste viéndolos».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">Algo le decía que ahí debajo había connotaciones filosóficas más profundas de lo que ella estaba dispuesta a reconocer: ¿quién es más culpable, el infractor o el beneficiario de la infracción, que la permite con su inacción?. De todas maneras decidió que si alguien debía de hablar con su madre debía de ser papá.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«¿Por qué no hablas tú con él? Quizás podrías convencerlo para que deje de ver a Magdalena o para que confiese su infidelidad».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla rechazó esa absurda idea con un temblor de hombros y se sentó a la mesa.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Oye Carla —Rosa se dirigió a su hija mientras repartía el pescado—, ¿mañana por la mañana podrías quedarte en casa otra vez? Le he dicho al contratista que venga a colocar la puerta.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla pensó en las bragas sucias que había guardado en su habitación, reservadas para Víctor. Aún así, no estaba segura de querer volver a encontrarse a solas con ese tío.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«Una cosa son las fantasías en medio de un ataque de lujuria y otra muy distinta incitar a ese pervertido a que me viole».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Pero, ¿de verdad vas dejar que arregle la ducha? —protestó Carla—. ¿¡Pero si no lo conocéis?!</span></p><p><span style="font-family: georgia;">La voz de su madre sonó cansada.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Me lo recomendó una amiga y nos va a hacer un buen precio. Además, tú lo has conocido ya, ¿no?</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Sí. —Aceptó dubitativa.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Qué te ha parecido?</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«Me ha parecido que es un pervertido peligroso con pinta de haber salido de una película carcelaria».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Pues… pues es… es… </span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla sentía la obligación de advertir a su madre sobre ese tío, un hombre que se masturbaba oliendo bragas en casas ajenas, pero al mismo tiempo deseaba volver a verlo. Quería ver su reacción a esas bragas tan sucias que había preparado esa tarde.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—…Es un poco raro, mamá.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Raro?</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Sí… tiene. Tiene unas patillas muy grandes.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Qué?</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«Pareces idiota, Carla. Déjalo. Decide de una vez si se lo cuentas a tu madre o no».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Nada, má. No me hagas caso. —Negó con la cabeza mientras masticaba—. Está bien, mañana le esperaré.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Gabriel entró a la cocina y se sentó a la mesa.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿De qué habláis?</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Mamá a contratado a un tío para que arregle el baño pequeño.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Gabriel frunció el ceño.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Ah, sí? No sabía nada.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Para no variar —dijo Rosa sentándose también y sirviéndose una minúscula cantidad de ensalada.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Cómo?</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Digo que últimamente no quieres saber nada de lo que pasa en esta casa.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla miró a su madre y en seguida vio que una tormenta se avecinaba. Gabriel también la vio venir y suspiró con fuerza, levantando las manos en señal de paz.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Rosa, ha sido un día muy largo. ¿Podrías esperar a que terminemos de cenar? Después hablaremos todo lo que quieras.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Para mí también ha sido un día muy largo, pero claro, eso tampoco lo sabes.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Gabriel se resignó.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Rosa, yo no tengo la culpa de que los nuevos proyectos me exijan tanto tiempo. Es mi trabajo, ya lo…</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Oh, sí, por supuesto que es por tu trabajo —Rosa le interrumpió apuñalando una lechuga con el tenedor—. Siempre ha sido por tu trabajo. ¡Todo en esta casa ha girado en torno a TU trabajo! Los horarios de las comidas, el colegio de los niños, la casa donde vivimos… ¿Cuántas veces nos hemos mudado por tu trabajo, Gaby?</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Gabriel miraba alternativamente a su mujer y a su hija, buscando apoyo en ésta última, tratando de entender qué narices le había picado a Rosa esa noche. Pero Carla estaba tan sorprendida como su padre y así se lo hizo saber, alzando las cejas y negando con la cabeza, como diciendo «Hey, a mí no me mires, no sé nada».</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Dos veces, Rosa —dijo Gabriel atacando el pescado—. Nos hemos mudado dos veces por mi trabajo. Y no sé a qué viene ahora todo esto.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—No, ya sé que no lo sabes. No sabes nada. Nunca sabes nada —Rosa dejó los cubiertos sobre la ensalada, prácticamente intacta—. Ese es el problema, que ya no quieres saber nada, ni de mí, ni de tus hijos ni de tu casa.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Gabriel miró fijamente a su mujer.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿En serio quieres tener esta discusión ahora, Rosa? ¿Aquí, delante de nuestra hija?</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Hey, si es por mí me voy ahora mismo, ¿vale? —Carla se levantó de la silla.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—No seas tonta, Carla. —Gabriel le tomó la muñeca, pero ella se zafó.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—No papá, creo que será mejor que me vaya al salón. Me parece que tenéis mucho de qué hablar —Carla se inclinó sobre su padre y le miró a los ojos—. Pero mucho.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Luego agarró su plato y salió de la cocina, cerrando la puerta tras ella.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Trató de comer en el salón, pero a los pocos minutos comenzaron los gritos, algo muy raro en sus padres, pues sus discusiones siempre habían sido muy civilizadas y rara vez llegaban a levantar la voz. Carla quería volver a la cocina y ponerse del lado de su madre. Quería echarle en cara a su viejo todo el asunto de su infidelidad, pero le daba mucho apuro su madre.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«Ella quiere muchísimo a Magdalena. ¿Cómo le sentaría saber que papá le pone los cuernos con ella? Joder, vaya mierda».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla tiró los cubiertos contra el plato, más enojada consigo misma que otra cosa, pues ella tenía parte de culpabilidad en todo ese asunto. ¿Qué diría su madre al enterarse que ella lo sabía todo desde hace semanas?</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«¿Y Esteban? ¿Qué diría mamá si se enterase de que su hijo homosexual graba películas porno y que yo le chupé la polla?».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">De repente se le quitó el apetito y sintió que hacía demasiado calor en aquella casa, así que salió a despejarse, huyendo del ruido.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><br /></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-family: georgia; font-size: medium;"><b>GABRIEL Y ROSA</b></span></p><p><span style="font-family: georgia;"><br /></span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿<span style="font-size: x-large;">V</span>es lo que has conseguido? —dijo Gabriel señalando la puerta de la cocina.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—No metas a la niña en esto. Ya es mayor y sabe muy bien lo que hace, pero claro, ¿qué sabrás tú de ella?</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Qué narices te pasa, Rosa? ¿A qué viene…? —Gabriel hizo un gesto con los brazos abarcando toda la estancia— ¿A qué viene todo esto?</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—No Gabriel. —Rosa señaló con un dedo la cabeza rapada de su marido—. ¿A qué viene todo eso? ¿A qué viene el corte de pelo, la dieta, los perfumes, llegar tarde por las noches…?</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Gabriel puso los ojos en blanco y sonrió mientras negaba con la cabeza como diciendo «Oh, venga ya». A Rosa le enojó ver ese gesto.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¡No me tomes por idiota, Gabriel! Veinticinco años, Gaby, veinticinco años juntos. ¿Crees que no sé lo que pasa? ¡¿Tan estúpida me crees?!</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Rosa, por favor, no…</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¡NO! —Rosa se incorporó y se apoyó en la mesa, en un gesto calcado al que hizo su hija unas horas atrás discutiendo con Magdalena.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¡No, Gabriel! No lo niegues, no te inventes más excusas y deja de tomarme por una idiota, por una… una imbécil… una… —Las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas a pesar de sus esfuerzos por contenerlas—. No me tomes por una maruja gorda y estúpida a la que puedes engañar de la forma en que te de la gana porque…</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Rosa, por favor, no digas eso, no…</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¡A la que puedes engañar! —Rosa alzó la voz para impedir que la interrumpiese, golpeando de nuevo la mesa con los ojos llenos de lágrimas—. A la que puedes engañar porque crees que ya no me importa nada… Que ya todo me da igual porque… Porque ya no tengo vida, porque ya no tengo… sueños.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Rosa se dejó caer sobre la silla. Gabriel la miró consternado, confundido y avergonzado, pues sabía que había verdad en sus palabras. Rosa continuó hablando mientras se apartaba las lágrimas con un gesto furioso.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Piensas que me puedes engañar porque crees que no diré nada, que me haré la ciega y la sorda porque soy una pobre gorda, vieja y aburrida que ya no tiene nada que ofrecer en esta vida…</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Tú no eres así, Rosa.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">La mujer sonrió sin pizca de humor.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Ah, no? Dime Gabriel —susurró entre sollozos— ¿Qué ves cuando me miras, eh?</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Gabriel estuvo a punto de cometer el error de ser un cobarde condescendiente con ella y mentirle, pero entonces recordó a la chica rebelde y pizpireta que conoció hace veinticinco años. Un terremoto de energía vigorosa, una criatura de una vitalidad salvaje que contrastaba con la personalidad apacible y serena de Gabriel.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Veo a la madre de mis hijos. Veo a la que una vez fue la mujer de la que me enamoré, y aunque a veces trato de encontrar a esa mujer, hace tiempo que no la veo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Gabriel cerró los ojos y suspiró con fuerza.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Veo a alguien… —El hombre se quitó las gafas y se pasó el dorso de la mano por los ojos—. Veo a alguien a quien no he sabido hacer feliz.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Rosa asintió levemente con la cabeza, llorando.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Me respetas, Gabriel?</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Sí, Rosa —dijo inmediatamente, pero luego se arrepintió, pues supo que mentía y, lo peor de todo, que Rosa sabía que él mentía.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿En serio me respetas, Gaby? ¿Y por qué no te atreves a decirme que tienes una amante?</span></p><p><span style="font-family: georgia;">El marido abrió la boca para negarlo, pero luego la cerró sin decir nada.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—No me molesta que tengas una amante, Gaby. En serio. Me alegro por ti. Pero me jode… Me jode hasta un nivel que no puedes llegar a imaginar el hecho de que no tengas el valor de decírmelo, de llegar tarde, arreglarte como si fueras un chaval de veinte años que va a salir de fiesta y pretender que yo no me voy a dar cuenta de nada.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">El rubor encendió el rostro de Gabriel y no supo que decir, pues ella siempre supo ver en su interior mejor que él mismo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Tan solo… Solo ha sido… </span></p><p><span style="font-family: georgia;">—No, Gabriel —interrumpió ella haciendo un ademán con el brazo—. Te conozco, Gaby, y sé que lo que tienes con esa otra persona no es algo… esporádico. No es un rollete. No es una puta o alguien con la que encamarse de vez en cuando, ¿verdad?</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Gabriel miró a su mujer, pero no dijo nada.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Estas enamorado de ella, ¿no es así?</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Gabriel encontró el valor para mirar a su mujer a los ojos y asentir con la cabeza.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Es Magdalena?</span></p><p><span style="font-family: georgia;">El marido cerró los párpados, pues esta vez no se atrevía a mirarle a los ojos.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Sí —susurró.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Rosa podría haber sido muy cruel en esos momentos. Podría restregarle la diferencia de edad y la amistad que tenían desde la infancia Carla y Lena. Podría avergonzarlo, ridiculizarlo y arrastrarlo por el fango. Pero seguía siendo su marido y el padre de sus hijos.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«Quizás por eso mismo deberías hacerlo»</i> —pensó su otro «yo», la Rosi rebelde de su adolescencia.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Pero Rosa hizo caso omiso a esa voz, pues en cierta medida la confesión de Gabriel era una liberación para ella (y también para él). Además, Rosa, al igual que Carla, también se sentía culpable, pues ella tampoco era ciega y desde hacía años se había percatado de la atracción que sentía la pequeña Magdalena hacia Gabriel. ¿Por qué no hizo nada? ¿Por qué permitió que esa atracción creciera con el paso del tiempo?</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«Al principio porque me alegraba por él. Porque veía que él se sentía halagado, que se sentía especial. Luego porque era como una prueba constante de su fidelidad hacia mi, pues veía cómo Gabriel resistía la tentación de caer en los brazos de esa chiquilla».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«Y porque te excitaba ese juego, Rosi.</i> —La mujer frunció el ceño, sorprendida por ese pensamiento—. <i>Dejaste que Magdalena jugase con Gabriel porque te gustaba ver ese juego de seducción tan infantil… y peligroso».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">Sea como fuese, el sentimiento de culpabilidad estaba ahí, fuera o no pertinente, y eso ablandó un poco las cosas.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">La voz de Gabriel la sacó de su ensimismamiento.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿A donde vamos a partir de ahora, Rosa? —preguntó sabiendo la respuesta.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Ella se encogió de hombros.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Hace tiempo que deberíamos haber tomado este camino, Gaby. Tú lo sabes.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Pensé que una vez que los chicos fueran mayores, cuando ya no estuvieran aquí y nosotros tuviéramos más tiempo… no sé. Que todo volvería a ser como antes.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Rosa negó con la cabeza.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Como antes? ¿Antes de qué? ¿De parir a Esteban? No Gabriel, nada volverá a ser como antes. Nunca hubo un «antes». Esto es lo que tenemos.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Gabriel se pasó una mano por la cabeza rapada, mesándose el cuero cabelludo mientras se quitaba las gafas y se pasaba el dorso de la mano por los ojos.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Lo siento Rosa. Lo siento tanto… Pero… —La voz se le quebró y no pudo seguir hasta que se calmó un poco.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Soy feliz con ella, Rosa. Sé cómo suena, sé lo que parece: un viejo verde encoñado con una cría, lo sé, pero no es así, en serio.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Gabriel se pasó de nuevo la mano por la frente. Rosa vio que temblaba.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Es… Es un asco, Rosa, y sé que te estoy haciendo daño con lo que te estoy diciendo, pero es la verdad, Rosa. Tienes razón: no es sexo. No es sexo, Rosa. Soy feliz con ella. La quiero.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Era cierto. Dolía.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Lo entiendo, Gaby. Lo entiendo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Rosa pensó en su marido, enamorado de una chiquilla de la edad de su hija. Luego pensó en ella misma, enamorada de una mujer a la que no veía desde hacía treinta años, cuando era adolescente.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Lo entiendo, Gabriel —repitió, pensando en la tarjeta que le dio Mariola.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Qué hacemos Rosa?</span></p><p><span style="font-family: georgia;">La mujer se pasó las manos por la cara, apartando lágrimas y sudor.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Creo que deberías hablar con tus hijos, Gabriel, que les digas la verdad. Me gustaría que al menos tuvieras el valor de hacer eso para que no me culpen a mi de… Bueno, de lo que vamos a hacer.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«¿Por qué nos cuesta tanto trabajo decir las cosas por su nombre: ¡divorcio, separación, ruptura, joder, dilo!».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">Gabriel asintió con la cabeza.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Me parece justo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Ambos guardaron silencio, pero no fue incómodo. Rosa se levantó y comenzó a recoger la mesa, con la comida fría e intacta.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Cuando te dije que no sabías nada de lo que pasa en esta casa no era retórica, Gabriel. Esteban se licencia este curso y no creo que se quede por aquí, siempre fue muy independiente. Se irá, Gabriel. Nuestro pequeño saldrá del nido dentro de nada. </span><span style="font-family: georgia;">Carla… A Carla se le caen las paredes encima, como a mí, Gaby. Últimamente siempre está enfadada, confusa. Algo le pasó hace meses, cuando dejó a Miguel, y desde entonces ella es… —Rosa se volvió para mirar a su marido—. Es como un animal enjaulado, siempre tenso, alerta, listo para saltar y huir a la primera oportunidad.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Eso es lo que va a ser para ella todo esto? ¿Una oportunidad?</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Rosa asintió.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Sí, Gabriel. Para todos.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Oportunidad para qué?</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Rosa volvió a pensar en la tarjeta: «María Ola. <i>Novelist & Writer</i>». El corazón latió muy deprisa dentro de su pecho.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Oportunidad para vivir.</span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-family: georgia;"><b><br /></b></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-family: georgia;"><b>CONTINUARÁ...</b></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-family: georgia;"><b><a href="http://erosexmachinae.blogspot.com/2021/04/esperma-19.html">Esperma 19</a></b></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-family: georgia;"><b>(c)2021 Kain Orange</b></span></p>Kain Orangehttp://www.blogger.com/profile/12046312746243884686noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8600867602162970341.post-908664790254816302021-04-16T08:06:00.008+02:002021-04-18T01:50:51.175+02:00ESPERMA (17)<p style="text-align: center;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"><b> 17</b></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-family: georgia;"><br /></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-family: georgia; font-size: medium;"><b>VÍCTOR</b></span></p><p><span style="font-family: georgia;"><br /></span></p><p><span style="font-family: georgia;"><br /></span></p><p><span style="font-family: georgia;"><span style="font-size: x-large;">C</span>uando salió de la casa de Carla Víctor tuvo un lunes muy ajetreado, yendo de un lado para otro, recogiendo materiales, preparando varios trabajos que tenía pendientes y atendiendo llamadas a proveedores. Aún así, no podía quitarse de la cabeza lo que había hecho esa mañana. Estuvo excitado y nervioso, fantaseando con esa chica y el cesto de ropa sucia. Al mediodía trató de aliviar un poco la tensión en el gimnasio, moviendo hierros y levantando pesas como un animal, pero fue todavía peor.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">El esfuerzo físico, la liberación de energía, el dolor muscular, el sudor, el jadeo y las respiraciones agitadas… todo eso le recordaba al sexo; y el ambiente que le rodeaba era aun peor: chicas con ropa ajustada en posturas sugerentes, sudando, con el cabello húmedo, mostrando sus cuerpos perfectos…</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Decidió tomarse el resto de la tarde libre y la dedicó a beber cerveza y a ver viejas películas de cine negro. A Víctor le encantaban esas historias de tíos solitarios, de tipos duros golpeados por la vida sin nada que perder y menos aún que ganar, antihéroes, luchadores, buscavidas; hombres con los sentimientos endurecidos a base de puñetazos emocionales, que han visto tantas injusticias y penurias que pareciera que nunca podrían volver a sentir algo por nadie más que no fuera por ellos mismos.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Pero Víctor no podía centrarse. Su mente volaba una y otra vez a ese baño y a esa chiquilla, Carla. Recordaba el cuerpo menudo y bien proporcionado, los delicados pies desnudos acariciando el suelo, la corta melena de brillante color caoba y los glúteos firmes, redondos, prietos. Perfectos.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Ya se había hecho de noche y su mente viajaba hasta esa chica de ojos castaños, pechos respingones y muslos de seda. Víctor no podía dejar de pensar en que él había saboreado los efluvios más íntimos de esa joven criatura tan hermosa y delicada. El contraste entre el fuerte olor a coño que desprendía el pantalón y la imagen virginal de la chica provocaban en Víctor una excitación y un morbo como nunca antes había sentido.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Lo peor era que al día siguiente volvería a encontrarse con ella, siempre y cuando los padres aceptasen el presupuesto para colocar la mampara, claro está. Pero sabía que el precio era justo y que ellos le contratarían. Víctor no pudo evitar empalmarse al imaginar un nuevo encuentro con Carla.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Apagó la televisión y cerró los ojos, recostado en el cómodo sillón de piel de su salón. Era una estancia amplia y bien iluminada, libre de muebles, pues casi toda ella estaba acondicionada como un pequeño gimnasio, lleno de maquinaria y bancos para pesas. También había un enorme televisor colgado de la pared, una pequeña mesita y una par de sillones, muy caros. También tenía una estantería repleta de novelas policíacas y discos de los ochenta.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Iba vestido únicamente con una camiseta de tirantes y un pantalón de deporte que mostraba una tienda de campaña en la entrepierna, evidenciando la fuerte erección que sufría.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Soñó con la posibilidad de encontrar braguitas y sostenes de Carla en aquella cesta, prendas usadas, manchadas de sudor y flujos, olorosas y sucias. También pensó sobre el asunto aquel de los algodones y la compresa, recordando las dos manchitas secas de sangre menstrual que había en una de las sábanas, un par de manchas rodeadas por otra mucho más extensa de sudor y fluidos vaginales.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«Si eran de ella</i> —pensó Víctor—,<i> ¿por qué haría algo así?, ¿por qué tiró todo eso por la ventana?».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">A pesar de no estar seguro de si eran de ella o si las tiró la propia Carla, Víctor asumió esa posibilidad, fantaseando, aplicando una burda serie de deducciones, inspirado por su detectivesca afición a las historias policiales.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«Era de madrugada. Noche cerrada. La chica sola, en su cuarto, despierta. Esa noche hacía muchísimo calor, yo no podía dormir así que puede que ella tampoco… ¿Qué hizo? Esa apestosa mancha de humedad tan grande en la sábana… ¿Se masturbó? Es posible. Quizás se quitó la compresa para poder tocarse mejor. ¿Y luego?, ¿la pequeña Carla se hizo una pajita y se manchó un poco con su regla?».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">Mientras pensaba en todo eso Víctor se masturbaba con lentitud, acariciando el grueso falo con suavidad.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«Se ensució un poco, ¿y qué hizo? Limpiarse y tirar los algodones por la ventana… ¿Por qué, por qué hizo una cosa tan… Tan guarra?».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">Víctor se excitó muchísimo más. Sintió un vahído muy fuerte al pensar en que esa muchachita tan linda y educada pudiera hacer algo tan sucio como tirar sus compresas manchadas a la calle. ¿Por qué haría algo así?</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«Estaba sola, desnuda, masturbándose excitada, cachonda y manchada, estaba sucia… Sucia. Sí. Se sentía sucia e hizo algo más sucio todavía porque… Porque le excitaba. Le excitaba hacer una guarrada y sentirse más sucia todavía».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">Mientras Víctor se pelaba el grueso pollón pensó que esa chica y él no eran tan distintos. A ambos les gustaba hacer cochinadas y excitarse con cosas sucias. Aunque Víctor aprendió hace muchos años que la menstruación no tiene nada de «sucio». Sus amigos se sorprendían cuando él les decía que le gustaba hacer el amor con Lucía (su exmujer) cuando ella tenía la regla. Incluso sexo oral.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Sólo es sangre —les decía con una sonrisa—. ¿Acaso vosotros no os chupáis la sangre de un dedo cuando os hacéis un corte? La única diferencia es que huele a coño. Además, seguramente tendrá menos bacterias que vuestros dedos, que habrán estado todo el día rascando culos y hurgando narices.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Víctor soñó con el día siguiente, con entrar en ese baño de nuevo para rebuscar entre las prendas sucias de Carla. Entonces recordó el momento en el que él se corrió como un cerdo sobre aquél pantalón, dejando pegotes de esperma por toda la ropa. El ritmo de su mano aumentó al pensar que la chica tocaría su semen cuando hiciera la colada.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">El hombre fantaseó con que al día siguiente él le confesaría lo que había hecho. Se lo diría y se lo enseñaría, le mostraría a esa chiquilla lo mucho que le gustaba oler y besar las manchas secas que había dejado su chochito en las bragas. Soñó con una jovencita escandalizada, pero tan excitada y cachonda que ella misma se quitaría la ropa interior delante de él para dársela y que le demostrase que era verdad lo que decía.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">A Víctor le gustaba mucho su polla. No era muy larga, pero tenía un diámetro prodigioso, como un salami gordo y macizo, con unas venas enormes y una cabeza morada grandísima, dura como una roca. Lucía intentó en un par de ocasiones metérsela por el culo, pero nunca conseguía relajarse lo suficiente y no logró ser sodomizada. En estos momentos la manaza de Víctor apenas podía abarcar semejante cañón y los tirones que se daba en el rabo amenazaban con arrancarle el pellejo del prepucio.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Víctor imaginaba a la pequeña Carla semidesnuda, con su apestoso chochito al aire, mirándole mientras él se comía sus braguitas sucias. Recordó que esa mañana vio en el pantalón algunos pelos rizados oscuros, y supuso que la chiquilla debía de tener el chochete peludito, y así la imaginó, con la camiseta holgada cubriendo esas pequeñas y tiesas tetitas, con los muslos lisos y torneados brillando sedosos bajo la luz del baño y con la oscura pelusa de su coño asomando entre ellos.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">En su fantasía Víctor le pedía permiso a la nena para poder usar sus braguitas y masturbarse con ellas, puesto que el olor de sus flujos vaginales le había excitado mucho y necesitaba desahogarse. La pequeña Carla, modosa y educada, aceptaba, pero con la condición de que tuviera cuidado con ellas y no las rompiese.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">La dulce Carla se asombraría mucho al ver el enorme salami asomando por la bragueta de los vaqueros y de su boquita saldría un excitado jadeo al ver como sus bragas se pegaban en el gordo glande.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">En el mundo real Víctor se masturbaba al mismo ritmo que su «yo» imaginario, escupiéndose de vez en cuando en la mano para lubricarse el cipote. Por desgracia, en su fantasía la polla y las bragas se secaban rápidamente debido a la fricción, y el Víctor imaginario se lo mostraba a la pequeña mirona:</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Lo siento —le decía enseñándole las bragas—, pero se han secado.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—No se preocupe —decía Carla señalando su almejita—, aquí tiene usted más. Puede mojarlas aquí si quiere.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Víctor le obedecía y le pasaba la braguita por el coño, recogiendo el abundante flujo que rezumaba de los tiernos labios para luego envolverla alrededor de su tiesa polla, masturbándose delante de Carla.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Si lo desea puede mojar su cosa directamente aquí —le decía la muchacha, encogiéndose de hombros tímidamente, señalando una vez más su hinchado chochito.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">En su imaginación Víctor aceptaba la propuesta y flexionaba las rodillas para poder meter el enorme bálano entre los labios vaginales, despegándolos con la punta del nabo, escuchando el pegajoso chapoteo que le salía a la niña de allí debajo, restregándole el pollón por la raja para que la mucosa vaginal le empapase el rabioso tronco.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Dentro lo tengo más mojado —gemía la excitada muchacha, invitándolo de esa manera a que le hundiese el rabo dentro de ella.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Víctor la perforó despacio, dejando que la estrechez de su cerrado coñito se adaptase al formidable diámetro de su pene. Cuando sus cojones se aplastaron contra los labios vaginales siguió empujando, levantando a la chiquilla en vilo, agarrándola por las nalgas, obligándola a que se abriera de piernas.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">La apretada rajita oprimía el grueso pollón con fuerza, pero afortunadamente la sucia vagina de esa cerdita no dejaba de expulsar mocos transparentes y cremas blanquecinas, lubricando el poste de Víctor, facilitando así la profunda penetración y dejando escapar sonoros ruidos sexuales por los bordes de los labios internos.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">El Víctor real ya había saboreado de primera mano las segregaciones íntimas de Carla, así que no le costó mucho trabajo imaginar a qué olería el coño de esa muchacha mientras la penetraba con violencia. Dentro de su cabeza el fornido contratista le hundía la polla una y otra vez, clavando sus dedos en las perfectas nalgas de la chiquilla, sintiendo el sudor que Carla expulsaba por las ingles mojando su vientre.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Las tetas de la niña, perfectas, erectas y duras como el mármol golpeaban el rostro de Víctor a través de la camiseta. La pequeña Carla gemía y lloraba de placer sintiendo toda esa polla dentro de sus entrañas, encharcando con sus apestosos meados al lujurioso macho, puesto que se estaba meando de gusto al ser follada de esa forma tan bruta.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">En su fantasía la pequeña chilló de placer cuando Víctor le inundó el vientre con una poderosa descarga de leche justo cuando al Víctor real le llegaba el clímax.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Se corrió como una bestia y el chorro de esperma fue tan intenso que voló desde su pija hasta su cara, quedando colgado en los pelos que poblaban sus mejillas. La polla escupía semen y él seguía dándole con fuerza, regando su vientre, sus muslos y todo lo que había alrededor, gimiendo y gruñendo, extasiado y loco de placer.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«Esto no es normal, Víctor </i>—pensó al cabo de unos minutos, agarrado aún a su polla, amorcillada y pringosa de semen—. <i>Olvida a esa chica, olvida las bragas sucias y olvida ese cesto, que te vas a buscar la ruina un día de estos».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">Se limpió el semen que tenía en la mano con la lengua y luego se levantó del sillón, se quitó la ropa y se limpió el resto del pegajoso esperma con ella. Luego fue caminando desnudo por la casa para echar la ropa a la lavadora y pillar otra cerveza por el camino.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«Olvida a esa chica y búscate una novia por internet, como hace todo el mundo».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">Víctor se quedó mirando por el ventanal del salón, mirando hacia el bloque de viviendas de enfrente, totalmente desnudo, acariciándose el abultado vientre, tenso y sudoroso.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">La noche estival cubría la urbanización, iluminada por suaves focos repartidos estratégicamente entre los edificios y los numerosos jardines. Las ventanas y balcones iluminados eran prueba de la actividad que había dentro de esos hogares. Era la hora de la cena y el leve olor del humo de las cocinas le despertó el apetito. Víctor llevaba poco tiempo viviendo allí, en ese barrio, apenas un año. Desde que se separó de Lucía había estado dando tumbos de un lado para otro, incluso había sopesado la posibilidad de afincarse en el extranjero, pues le gustaba viajar, algo que hacía a menudo desde la separación. Pero encontró ésta agradable comunidad rodeada de jardines y parques y se quedó aquí. Le gustaba mucho.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Desde su salón podía ver la ventana de Carla, en el bloque de enfrente, un piso por debajo del suyo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«Somos vecinos. ¿Nos habremos cruzado alguna vez por la calle?».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">De repente se preguntó quien era esa chica, a qué se dedicaba, qué le gustaba, a dónde iba cuando salía con sus amigos…</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«Por el amor de Dios, Víctor, que es una cría».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">Tobías, el viejo bulldog francés de su ex, le lamió los tobillos, sobresaltándolo. Víctor se agachó para acariciarlo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Quieres salir, bribón?</span></p><p><span style="font-family: georgia;">El perro no dijo nada, pero movió un poco el rabo, lo que venía a significar que sí, gordo, que será mejor que me saques si no quieres que me cague en tu salón.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Víctor se dio una ducha rápida, se puso algo de ropa cómoda y fresca y salió con Tobías, soñando despierto con Carla.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><br /></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-family: georgia;"><b>continuará....</b></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-family: georgia;"><a href="https://erosexmachinae.blogspot.com/2021/04/18.html"><b>Esperma 18</b></a></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-family: georgia;"><b>(c)Kain Orange 2021</b></span></p>Kain Orangehttp://www.blogger.com/profile/12046312746243884686noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8600867602162970341.post-28141500040557949372021-04-13T11:07:00.008+02:002021-04-18T23:40:16.642+02:00ESPERMA (16)<p style="text-align: center;"><b><span style="font-family: georgia; font-size: large;"> 16.</span></b></p><p style="text-align: center;"><b><span style="font-family: georgia;"><br /></span></b></p><p style="text-align: center;"><b><span style="font-family: georgia; font-size: medium;">ROSA</span></b></p><p><span style="font-family: georgia;"><br /></span></p><p><span style="font-family: georgia;"><span style="font-size: x-large;">E</span>l lunes había sido un día largo, agotador y afortunadamente monótono, pues Rosa necesitaba tiempo para pensar y reflexionar, y el trabajo rutinario le permitía hacerlo. Durante la pausa para el almuerzo no comió nada y estuvo hablando con sus padres por teléfono. Los abuelos de Carla se iban de viaje con un pequeño grupo del «Imserso», dejando el cortijo cerrado unos días. Rosa les prometió que iría entre semana para echar un ojo y cuidar de las gallinas, los perros y otros bichos que tenían por allí.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">El resto del día trabajó mecánicamente, dejándose llevar por la inercia mientras su cabeza iba una y otra vez a la mágica tarde anterior, rememorando la carne, la tibieza, la humedad, la pasión y el amor. Más de una vez le sorprendió un sofoco repentino, ruborizando su rostro y acelerando su corazón, como si fuera una niña que acabase de recordar una caricia fortuita o un beso inesperado de su amor platónico.</span></p><p><i><span style="font-family: georgia;">«Y eso es lo que soy ahora, una niña enamorada».</span></i></p><p><span style="font-family: georgia;">Con suerte llegaría a casa a tiempo para la cena. Se había presentado voluntaria en el trabajo para realizar un doble turno, diez horas seguidas cubriendo a una compañera, pues no quería volver a casa. Amaba a sus hijos, daría la vida por ellos, pero que Dios la perdonase, no quería volver a casa.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Estaba en los vestuarios del personal del supermercado, sola, desnuda tras una ducha larguísima, dejando correr el agua. Dejando correr el tiempo. Indecisa aún sobre regresar a casa directamente o dar una vuelta sin rumbo fijo, pasear, ir a comprar, cenar fuera… cualquier excusa sería buena para no regresar.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Para no volver a casa.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Estaba frente a uno de los espejos del vestuario, contemplando ese cuerpo rechoncho, gordo, obeso, tantas veces repudiado por ella misma, hastiada de tener que soportar el peso de lorzas de grasa y acumulaciones de celulitis. Nunca llegó a acostumbrarse del todo a ese cuerpo extraño, tan ajeno a la vigorosa y atlética figura de la que ella presumía en su adolescencia, siempre dispuesta a correr por el campo y a saltar por las barrancas y bancales de Luégana.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">¿Cómo llegó a eso?: Dos partos, la rutina, el cansancio, la falta de estímulo… y la ligera melancolía de un amor perdido años atrás, una tristeza oculta en lo más profundo, causándole un absurdo rencor hacía su amante desaparecida.</span></p><p><i><span style="font-family: georgia;">«Mariola».</span></i></p><p><span style="font-family: georgia;">La pasada noche a Mariola no le importaron sus carnes orondas. Rosa recordó por enésima vez aquella tarde, la maravillosa e inolvidable noche en la que Mariola la transportó a un mundo y a un tiempo que creyó perdidos para siempre.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«María Ola» </i>—pensó sonriendo, recordando la tarjeta que ella le dio.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">A Mariola no le importaron sus grasas y sus abundancias, de hecho a Mariola le gustó navegar entre esas ondulaciones sebosas, acariciando, palpando, abrazando y mordiendo sus curvas opulentas, cubiertas de sudor y ardiendo de pasión.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—María Ola, Costa Rica —dijo Rosa en voz alta y las palabras reverberaron en los azulejos del vestuario.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Costa Rica. Dos palabras musicales, llenas de vocales y consonantes, de sueños y esperanzas.</span></p><p><i><span style="font-family: georgia;">«Ni lo pienses, Rosi. Ni se te ocurra. ¿A dónde vas a ir tú, a tu edad, con dos hijos, esposo, trabajo y demás?».</span></i></p><p><span style="font-family: georgia;">Rosa miró a la madura mujer del espejo, con esos pechos absurdamente grandes, demasiado voluminosos para una mujer de su corta estatura. Un insulto a la armonía anatómica, una desviación de la naturaleza. Las enormes tetorras le colgaban por encima del obeso vientre, con las amplias areolas, grandísimas y oscuras, rodeando los regordetes pezones, que apuntaban hacía abajo tirando de sus tetas.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Recordó como Mariola se las chupó con una habilidad y una delicadeza como nunca antes había sentido en veinticinco años de matrimonio con Gabriel. A él le gustaban mucho sus dos mamas, pero era torpe y demasiado impaciente, y muchas veces le hacía daño al chupar. A su marido también le gustaba subirse encima de ella y enterrar su pene entre esas dos montañas, usando sus tetas para masturbarse con ellas, follándose sus melones con demasiada brusquedad.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Anoche Mariola también fue brusca con ella a veces, pero de una manera diferente. Era la impaciencia de la pasión, la brusquedad en el deseo desenfrenado, la descortesía de una amante que no necesita permiso para gozar y toma lo que desea sin preguntar…</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«Ay —</i>suspiró<i>—, Mariola, Mariola, Mariola…». </i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">Cerró los ojos preguntándose por enésima vez qué estaría haciendo ella en esos momentos y en qué estaría pensando.</span></p><p><i><span style="font-family: georgia;">«Yo no he podido dejar de pensar en ti, ¿y tú?, ¿también has estado todo el día pensando en mi cada vez que cerrabas los ojos?».</span></i></p><p><span style="font-family: georgia;">Recordó como la noche anterior Mariola le introdujo la mano dentro de la vagina hasta la muñeca, tocándole el útero con los dedos. Fue la primera vez que alguien le hacía algo así y Rosa ardía en deseos de volver a repetirlo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Mientras pensaba en eso su mano fue hasta su vientre, grande y abultado, suave y cálido, desplazándose por la gorda tripa hacía abajo, buscando debajo del pliegue de su abdomen la caricia de los vellos púbicos. Los tenía largos y rizados, adornando su vulva como un tapiz oscuro y sedoso. Hacía casi tres meses que Gabriel no se acostaba con ella (Rosa estaba segura de que tenía una amante, incluso sospechaba de quién podría tratarse) pero no echaba de menos la verga de su marido. Era un buen rabo, muy largo, pero también delgado y a ella no le llenaba lo suficiente. Rosa disfrutaba siendo penetrada por él, le gustaba mucho, sí, pero a veces deseaba sentir más volumen dentro.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Es por ello que se aficionó a introducirse gruesas hortalizas en el coño, especialmente cuando estaba a solas en la cocina. En los momentos de mayor excitación escogía una buena pieza y la envolvía con un preservativo (tenía una caja escondida al fondo de una repisa, camuflada entre las legumbres). Después se bajaba los leggings un poco y se acariciaba el conejo con el vegetal, empujando poco a poco, dejando que la superficie lubricada del látex resbalase dentro de ella, metiéndose la gruesa hortaliza lo más hondo posible, apoyando el extremo sobre una silla para empalarse con ella y dejar que le entrase toda entera.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Su conducto vaginal, dilatado y generoso, se tragaba los pepinos, los calabacines y los nabos con asombrosa facilidad, proporcionándole solitarios orgasmos entre el humo y el vapor de la cocina, rodeada por el olor de las especias y el calor de los hornillos.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">A veces, cuando estaba muy cachonda y se sentía como una perra en celo, solía buscar enormes berenjenas, tan gruesas y gordas como su brazo. Mientras esperaba a que la comida terminara de hervir ella se levantaba el vestido y el delantal, apartando las bragas y apoyando un pie encima de una silla, con la berenjena pegada a su raja. El proceso de dilatación era muy excitante para ella y le gustaba empujar despacio, relajando los músculos, sintiendo cómo se le dilataba el agujero, abriéndose el coño lentamente.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Se las metía enteras, hasta dejar tan solo el rabo fuera, que después ella golpeaba ligeramente con los dedos, transmitiendo a toda su vagina las vibraciones producidas por los golpes. Le gustaba mucho sentir todo eso dentro de ella comprimiéndole las paredes de su gruta, inflamando su vulva mientras los flujos se escurrían fuera, blancos y viscosos, como yogur caducado. </span></p><p><span style="font-family: georgia;">Aún así, ni la polla de Gabriel ni la más gorda de las hortalizas podía competir con el extraordinario placer y el intenso morbo que sintió cuando Mariola le metió la mano dentro de su cuerpo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Rosa estaba en el vestuario frotándose la vulva, tocándose la gorda pepita y pellizcándose los labios vaginales, sintiendo cómo las humedades fluían desde su interior. Imaginó y pensó en todas las perversas y sucias fantasías que nunca se atrevió a confesarle a Gabriel, convencida a su vez de que Mariola sería capaz de aceptarlas y ejecutarlas de buen grado. Su vagina se tragó dos dedos y ella los retorció en su interior, buscando la zona detrás de la uretra, apretando y masturbándose hasta que sintió una cremosa sustancia salir de su raja, mojándole la muñeca. Fue un orgasmo rápido y liberador.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Abrió los párpados y miró su bolso, que estaba colgado dentro de una taquilla. Sabía que ahí estaba la tarjeta con el teléfono y el correo de Mariola.</span></p><p><i><span style="font-family: georgia;">«Llámala, ahora, así desnuda. Habla con ella otra vez… o mejor, agarra el coche y ve a Luégana».</span></i></p><p><span style="font-family: georgia;">¿Y después? ¿Después qué? ¿Qué le esperaba a ella después de subir al paraíso en los brazos de Mariola? ¿Debía separarse otra vez y renunciar a ella y regresar a casa, a la rutina, a una vida gris sin propósito ni horizonte?</span></p><p><i><span style="font-family: georgia;">«¿Sin horizonte? ¿Qué hay de Carla y de Esteban?, ellos son tu vida, tu propósito».</span></i></p><p><span style="font-family: georgia;">No, esa excusa ya no le servía. Ya no. Los niños ya no eran niños, dentro de poco saldrían del nido (Esteban prácticamente ya estaba fuera de él), y Carla… bueno, Carla aún necesitaba orientarse un poco y templar ese obstinado genio que heredó de su madre, pero no tardaría mucho en labrarse su propio camino.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">No, no quería regresar a casa, pero tampoco podía llamar a Mariola. Sabía que esa tarjeta era de un solo uso, que solo tenía un propósito. Era un billete hacía el paraíso, pero solo de ida.</span></p><p><i><span style="font-family: georgia;">«¿En serio te lo estas planteando, Rosi?».</span></i></p><p><span style="font-family: georgia;">Comenzó a vestirse con parsimonia.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«No me lo estoy planteando</i> —dijo a su imaginaria «yo»—, <i>simplemente estoy fantaseando con esa posibilidad».</i></span></p><p><i><span style="font-family: georgia;">«¿Posibilidad?, ¿posibilidad de qué, Rosi?».</span></i></p><p><i><span style="font-family: georgia;">«Ya sabes, la posibilidad de… de hacer un viaje. Un viaje exótico a un país tropical acompañada por el amor de mi vida y vivir en una playa de arena blanca llena de cocoteros. ¿Acaso no tengo derecho a soñar? ¿También me vas a quitar eso?».</span></i></p><p><span style="font-family: georgia;">«Soñar es peligroso, Rosi».</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Cerró la puerta de la taquilla con fuerza, dando un portazo que sonó como un disparo en el silencioso vestuario.</span></p><p><i><span style="font-family: georgia;">«¿¡Soñar es peligroso!?, ¿¡Peligroso para quien!? ¿Para Gabriel, que ya ni siquiera me mira? ¿Acaso ni siquiera puedo soñar con abandonarlo? ¿Para quién es peligroso que yo sueñe con… con empezar una nueva vida?».</span></i></p><p><span style="font-family: georgia;">La respuesta era obvia.</span></p><p><i><span style="font-family: georgia;">«Para ti, Rosi».</span></i></p><p><span style="font-family: georgia;">Apoyó la frente contra la taquilla, con los oscuros rizos de su cabellera ocultando su rostro.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">El sonido del teléfono la sobresaltó. Mientras rebuscaba en el bolso con el pulso acelerado fantaseó con la posibilidad de que fuese Mariola quien la llamaba, pero era el contratista, Víctor.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Le dijo que había conocido a su pequeña, Carla, y que había tomado medidas del baño. Le dio un presupuesto mucho menor de lo que ella esperaba y aceptó que el hombre ejecutase la pequeña reparación. Éste le aseguró que no tardaría mucho y que en un día estaría listo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Mi marido y yo estaremos trabajando —le dijo Rosa con voz cansada—, pero hablaré de nuevo con mi hija para que pueda recibirle. </span></p><p><span style="font-family: georgia;">Víctor le dijo la hora aproximada a la que acudiría y se despidió.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><br /></span></p><p><span style="font-family: georgia;"><br /></span></p><p style="text-align: center;"><b><span style="font-family: georgia; font-size: medium;">MIGUEL</span></b></p><p><span style="font-family: georgia;"><br /></span></p><p><span style="font-family: georgia;"><br /></span></p><p><span style="font-family: georgia;">La prostituta era una señora de la calle adicta al PCP; una mujer de unos cincuenta años, poco agraciada y con sobrepeso. Aquella noche la puta había aceptado sin reservas la proposición de ese apuesto chico, sobretodo después de que el joven le pagase por adelantado y le llevara en coche hasta su proveedor. La mujer, tras pillar un poco de cabello de ángel, se inyectó la droga en el Mazda deportivo de Miguel, en un lejano descampado a las afueras de la ciudad usado como vertedero.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">El chico, un joven atractivo de veintipocos años, bien vestido y de cabellos negros perfectamente peinados y recortados, contempló con interés a la regordeta prostituta preparar el inyectable en el asiento trasero, bajo la luz de cortesía del Mazda.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Suelo tomarla en comprimidos —explicó la mujer—, porque dura más, pero así me sube más rápido.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Tenía la voz cascada y ronca, pero los dientes eran blancos y relucían bajo la tenue luz del habitáculo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">El cabello, teñido de rojo, le llegaba hasta los hombros y constantemente se lo apartaba del rostro con nerviosismo. Las manos estaban llenas de tendones y arrugas, con algunas manchas y lunares.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«Manos de anciana»</i> —pensó Miguel con asco, pero sin dejar de sonreír.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">La puta iba vestida como se supone que debe ir vestida una puta callejera: tacones, medias de red, microfalda de cuero rojo y un top diecisiete tallas más pequeñas de lo que le correspondía. Desde que Miguel la conoció los pezones habían estado más tiempo fuera de la tela que dentro.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Cuando acabó de pincharse, la señora (que dijo llamarse Desiré), guardó los avíos en su pequeño bolso y pidió permiso para fumarse un cigarro mientras la droga le hacía efecto.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—No te importa si lo hacemos estando colocada ¿verdad? Follo mejor y a veces me pongo cachonda —mintió mientras le acariciaba el muslo a Miguel, que estaba sentado a su lado en el asiento de atrás.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">El apuesto chico la miró con unos ojazos negros preciosos, con unas pestañas que ya quisieran algunas de sus compañeras tener. El muchacho sacó un par de cigarros, los puso en su propia boca, los encendió al mismo tiempo y le colocó uno a Desiré en los labios mientras que él conservaba el otro, para fumar con ella.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Gracias, cielo —croó la mujer.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">La mano de Miguel fue hasta el top y lo subió para ocultar uno de los pezones, que se le había vuelto a salir.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Tápate —dijo sonriendo—, que te vas a enfriar.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">La mujer le sacó la lengua con pretendida lascivia y siguió acariciando el muslo de Miguel hasta la bragueta.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Hum… si me enfrío ya estás tú para calentarme, tesoro.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">La mujer siguió fumando y acariciando el bulto del chico, un poco nerviosa porque al joven aún no se le había empalmado el pito.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Miguel se dejó sobar el paquete por esa vieja puta, tratando de imaginarse como sería esa cara de sapo con el rimel corrido por las lágrimas y los labios hinchados. A él le daba mucho asco ver como esa patética criatura trataba de parecer sensual y provocativa, mordiéndose los labios y guiñándole el ojo. Era ridícula y repugnante.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Miguel tenía muchas ganas de borrar esa sonrisa de su cara y comprobar qué aspecto tendría con tres o cuatro dientes menos. Tenía tantas ganas que de solo pensarlo ya se le estaba poniendo morcillona.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Desiré (que en realidad se llamaba Mariajosé), pronto comenzó a sentir los efectos de la droga, sintiéndose una persona diferente, más atrevida, más fuerte, más guapa incluso. Así que sin esperar permiso le bajó la cremallera a ese guaperas, metiendo la mano dentro de la bragueta y buscando la salchicha con dedos temblorosos.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Cuando la encontró vio que estaba bastante blanda, como un gusano regordete, con mucho pellejo. Pero eso a ella no le desanimó.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Uy, cariño, esto hay que ponerlo más duro, ¿eh? ¿Me dejas que te lo ponga tieso, cielo?</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Miguel, sin dejar de sonreír, no dijo nada, pero movió la cabeza afirmativamente.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Desiré tiró el cigarrillo por la ventana y metió la cabeza entre los muslos del joven, tirando del chicloso pene para sacarlo fuera de la bragueta. La mustia picha quedó colgando y la boca de la puta lo atrapó, metiéndose el pellejudo pito entre sus labios, chupando con suavidad, aspirando y tirando del elástico miembro, usando solamente los carnosos labios para mamar ese gusano arrugado.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">La cosa no iba bien. Por mucho que lo intentase la verga de Miguel no se endurecía y la puta, cegada por la droga, comenzó a impacientarse chupando con más intensidad, mordisqueando y aspirando con mucha fuerza, escupiendo sobre esa culebra pellejuda sin resultado alguno.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">De pronto Miguel la agarró del pelo por detrás, recogiéndolo en una coleta, pero muy apretada. Demasiado apretada. Lo cierto era que ese chico le estaba haciendo daño al estirar su cuero cabelludo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¡Ay! ¡No tires tan fuerte!, que duele…</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿No? ¿Y por cien más? —dijo el chico tirando aun más fuerte del pelo para que ella le mirase a la cara.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Desiré tardó un poco en entenderlo, pero al fin lo comprendió. No era la primera vez que se encontraba con uno de esos masoquistas. Sintió una punzada de inquietud, pero la droga la borró en seguida, dando paso a un absurdo sentimiento de invulnerabilidad.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Quinientos y te dejo que me pegues —arriesgó ella—, pero no en la cara. Y sin tirones de pelo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Miguel la siguió mirando unos segundos, con una sonrisa que no tenía nada de amistosa. Luego le soltó el pelo, rebuscó en su cartera y le metió tres billetes de doscientos en el bolso. Desiré no podía creer su suerte. Ella era una tía dura y acostumbrada a que le dieran caña, así que podría soportar perfectamente unas cuantas hostias y algunos moratones en el culo, los muslos y las tetas, que era lo que le gustaba a los pervertidos estos.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">De repente, sin avisar, Miguel la agarró del cuello con una mano para tumbarla sobre el asiento trasero.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Desiré jadeó con fuerza, tanto por la sorpresa de lo inesperado del gesto como por el súbito temor que sintió. Las tetas, muy grandes y operadas, se salieron fuera del top. Miguel, sin soltarle el cuello, le agarró uno de los pezones y lo estrujó.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Desiré chilló de dolor y Miguel pudo sentir el grito como una convulsión en el cuello que él sostenía. Eso le excitó y su pija engrosó varios milímetros. Antes de que la puta reaccionase el apuesto muchacho le dio un puñetazo en el pecho, justo en el pezón que acababa de retorcer con saña.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">La puta volvió a gritar y Miguel repitió el golpe, esta vez en el otro pecho. Cada vez que Desiré gritaba su garganta se contraía y Miguel percibía esas contracciones y tensiones en la mano que aferraba el cuello de la mujer.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Las primeras lágrimas comenzaron a brotar y la erección subió un poco más.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">La azotó varias veces, pegándole fuerte en las tetas, sin dejar de apretar la garganta, pero sin ahogarla, solo para sentir la tensión de los músculos y el palpitar de la sangre bajo la delicada piel del cuello. Las lágrimas corrían por las sienes de la puta, que aceptaba los crueles golpes con los ojos cerrados y los dientes apretados.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Miguel agarró uno de los pezones y volvió a retorcerlo hasta que la puta chilló. Cuando lo soltó estaba al rojo vivo, lo mismo que la carne que rodeaba la areola, inflamada por el castigo recibido.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Desiré sintió cómo la mano de ese cabrón se metía entre sus muslos y le agarraba el bulto del coño, pellizcando su vulva y exprimiéndola con fuerza, como si fuera un limón. Volvió a gritar y tres dedos invadieron su raja sin permiso, de golpe. Estaba seca y la intromisión le hizo daño.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Miguel penetró a la puta con los dedos con saña, follándola con rabia, sacándolos de vez en cuando para darle hostias en las tetas y en el coño con mucha fuerza. En poco tiempo la vulva, rasurada y sin un solo pelo, quedó completamente inflamada, roja como un semáforo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">La otra mano estuvo todo el tiempo aferrada al cuello, percibiendo los estertores, contracciones y convulsiones de la pobre prostituta, que trataba de soportar el doloroso castigo lo mejor posible, ayudada por la droga. Pero la polla no terminaba de endurecerse. Estaba a medio camino, gorda y amorcillada, pero sin elevarse, colgando de la bragueta como una salchicha.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Miguel ya no sonreía.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Sin avisar, le dio la vuelta a la puta y la puso boca abajo, metiendo el flojo pene entre las nalgas y agarrando el cuello de la mujer con ambas manos, apretando esta vez más fuerte.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Demasiado fuerte.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">El pánico alcanzó la nublada mente de la mujer y comenzó a revolcarse en el asiento, tratando de quitarse de encima a ese cabrón, intentando golpearlo moviendo los brazos hacía atrás, gritando y llorando a la vez. Miguel se excitó aún más al ver como se resistía y apretó un poco más, sintiendo como la sangre, al fin, hinchaba su pene, endureciéndose entre las gordas nalgas de la puta.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">El terror y la desesperación dieron un último impulso a la desdichada mujer que, justo cuando comenzó a nublarse su vista por la escasez de aire, consiguió alzarse lo suficiente como para que la cabeza de Miguel golpease el techo del deportivo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Las manos aflojaron la presa un instante y Desiré se zafó de él, empujando con los brazos y las piernas para darse la vuelta en el estrecho habitáculo. Él trató de volver a agarrarle el cuello, pero ella consiguió cruzar el rostro de Miguel con las uñas. El chico dio un alarido y se llevó ambas manos a la cara.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Desiré aprovechó para abrir la puerta y saltar fuera del coche, tropezando y rodando por el suelo, tratando de gritar, pero de su garganta sólo salían toses y escupitajos. Miguel fue tras ella, pero olvidó que tenía los pantalones bajados y tropezó antes de salir del coche, quedando medio cuerpo dentro y medio fuera. Cuando consiguió ponerse en pie la puta ya estaba fuera de su vista, oculta en la oscuridad de la noche entre la basura y las montañas de escombros que los rodeaban.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Decidió que no merecía la pena perder el tiempo en ir tras ella y regresó al vehículo, abrió el bolso olvidado por la zorra y se quedó con todo el dinero que había dentro. Luego lo tiró por la ventana y se puso en marcha, satisfecho y excitado, sabiendo que la zorra no hablaría con la policía y despreocupado por las posibles represalias de su proxeneta: estaba de paso en esa localidad y nadie le conocía. </span></p><p><span style="font-family: georgia;">Había faltado poco. Muy poco. Miguel estaba convencido de que la próxima vez llegaría hasta el final.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><br /></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-family: georgia;">CONTINUARÁ...</span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-family: georgia;">Esperma 17</span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-family: georgia;">(C)2021 Kain Orange</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><br /></span></p><div><br /></div>Kain Orangehttp://www.blogger.com/profile/12046312746243884686noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8600867602162970341.post-86968423627532736252021-04-09T10:31:00.005+02:002021-04-13T11:09:22.465+02:00ESPERMA (15)<p style="text-align: center;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"><b> 15.</b></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-family: georgia; font-size: medium;"><b>Carla</b></span></p><p><span style="font-family: georgia;"><br /></span></p><p><span style="font-family: georgia;">—<span style="font-size: x-large;">M</span>e acuesto con tu padre —dijo Magdalena mirando con vehemencia a su amiga Carla mientras la sujetaba de los brazos.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Las gafas aumentaban sus ojos verdes, vidriosos y húmedos.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla cerró los párpados y exhaló un suspiro mental.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«Ahora no, por favor»</i> —pensó con hastío.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Magdalena, no…</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Carla, por favor —interrumpió Magdalena, hablando muy deprisa, muy nerviosa—. Sé que me vas a odiar y tienes todo el derecho del mundo a hacerlo, a odiarme y a insultarme y a escupirme y todo eso, pero me estoy volviendo loca y no hay nadie con quien pueda hablar de todo esto, excepto tú, porque no se trata de… de sexo, Carla… ¡tú lo sabes! —exclamó con lágrimas en los ojos—, tú sabes que siempre he andado detrás de tu… de Gabriel y sí, bueno, vale, tú te lo tomabas a risa y me seguías la corriente, pero en el fondo… En el fondo tú debías de saber que para mí era algo más, que siempre lo perseguía… lo perseguía porque yo, yo… </span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla intentaba detener ese torrente de palabras, pero era imposible.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—…Yo siempre he estado detrás de él, y tú te lo tomabas a broma, ¡yo lo entiendo!, pero para mí siempre fue más que eso, Carla, cariño, por favor, me tienes que perdonar… Le quiero, Carla, le amo, no es solo sexo, él… oh, Carla… ojalá fuera solo sexo, porque todo sería mucho más sencillo, pero esto va más allá de eso, siempre fue así, al menos dentro de mí, y creo que también dentro de él, porque yo sé que él me quiere, me ama, Carla, pero no sabemos qué hacer, porque él es… es… tu padre y es… es un hombre casado… y… y…</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Magdalena rompió a llorar y no pudo seguir hablando.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">A Carla le daba mucha lástima ver a su amiga llorar de esa forma. Era muy patética, con ese cuerpecito anoréxico y esa carita de conejo llena de pecas, toda convulsionada y lagrimosa… pero también recordaba como ese mismo cuerpo fue izado desnudo con asombrosa agilidad sobre el miembro erecto de su padre, arriba y abajo, una y otra vez.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Quería abrazar y consolar a su amiga de la infancia, pero en lugar de ello le apartó las manos de sus brazos con cierta brusquedad.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Lo sé, Magdalena. Sé lo vuestro. Os vi en el estanque y sé que os veis desde entonces.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Magdalena miró fijamente a su amiga boquiabierta, con el maquillaje corrido y los ojos húmedos e irritados, aumentados por las lentes de sus gafas, anonadada. Carla se dio la vuelta y entró a la cocina. Allí puso a recalentar café en el microondas mientras Lena la seguía, primero con la mirada y luego con paso inseguro.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Lo… ¿Lo sabías? —Lena se dejó caer sobre una silla, la misma donde se masturbó Carla el día anterior frente a su hermano.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla asintió con la cabeza, dándole la espalda mientras trajinaba en la cocina, buscando un par de tazas.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Por qué, por qué no dijiste nada? —tartamudeó Lena—. ¿Cómo?, ¿Cómo pudiste…?</span></p><p><span style="font-family: georgia;">La pelirroja estaba tan confusa y sorprendida que dejó la pregunta en el aire hasta que cayó en la cuenta de una cosa.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿¡Nos viste?! ¿Nos espiaste?, o sea… —un súbito rubor encendió su rostro, avergonzada al asimilar el hecho de que su amiga la vio desnuda practicando sexo con su padre.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla sirvió un par de tazas y se sentó frente a Magdalena.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Sí, os vi —confesó—. Cuando te fuiste de la piscina me sentí mal por enfadarme contigo y fui a buscarte para pedirte perdón.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Aquello era una verdad a medias. Carla la siguió porque sabía que Magdalena se aprovecharía de su padre estando solos y sentía curiosidad, aunque nunca imaginó que ambos llegarían tan lejos.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Por qué no dijiste nada? ¿Por qué no nos detuviste?</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Igual debí de hacerlo, Lena —Carla no ocultó su enfado—, igual debí salir al estanque y decirle a mi padre que te sacase la polla y que dejara de ponerle los cuernos a mi madre con mi mejor amiga.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Lena miró a Carla de hito en hito y comenzó a hacer pucheros. Carla ignoró las lágrimas de su amiga y puso como dos toneladas de azúcar en su café, removiéndolo enérgicamente.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—No dije nada en ese momento por ti —mintió mientras volvía a acercarle el rollo de papel a Lena—. Me callé por ti y por mi padre, porque pensé que el mal ya estaba hecho y que lo mejor que podía hacer en ese momento era pensar con calma y no formar un escándalo que nos perjudicase a todos.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Era otra verdad a medias.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Lo cierto era que cuando Carla los vio y asimiló lo que estaba viendo se excitó tanto que se masturbó allí mismo, escondida entre la maleza. Cuando todo acabó no supo qué hacer: había sido testigo de la infidelidad de su padre, pero ella había disfrutado viendo ese acto. ¿Dónde la colocaba eso a ella?, ¿era ella también cómplice por permitirlo y disfrutarlo como espectadora?, ¿cómo podría acusar a su amiga y a su padre sabiendo que ella también participó de alguna manera? </span></p><p><span style="font-family: georgia;">Los primeros días después de aquello se sintió confusa y, sobre todo, muy culpable, y su actitud hacia su padre y Lena se enfrió muchísimo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Lo cierto era que se encontró en una disyuntiva, pues no sabía como manejar aquella situación. En realidad ni siquiera estaba segura de que le correspondía a ella hacerlo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Magdalena se quitó las gafas y se secó las lágrimas derrochando servilletas de papel.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—No puedo seguir así, Carla, no quiero seguir engañando a Rosa, a tu madre…</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¡Pues no lo hagas! —exclamó enojada—. Deja de verte con mi padre, así de sencillo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¡No puedo! No podemos… Te lo estoy intentando decir, lo nuestro es…</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Ah, por favor —Carla puso los ojos en blanco—, no me digas más lo del amor y todo eso…</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¡Pero es cierto, Carla!</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¡No! No lo es. No se trata de amor, ni romances ni… ni… ni chorradas de esas.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¡Carla!…</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¡No! No, Lena. No. Le has calentado la bragueta a mi padre y él se ha aprovechado de ti. A lo mejor él también se ha montado la película de que te ama y todo ese rollo, pero en el fondo solo se trata de un calentón o de la crisis de los cuarenta o simplemente… Simplemente se trata de tener una amante que es casi una cría porque… porque ya no quiere a mamá, o no la soporta, o porque quiere volver a tener sexo como si tuviera treinta años menos, o porque…</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Te equivocas Carla —dijo agitando la cabeza—, eso… eso no es así. Tú no sabes lo que sentimos el uno por el…</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¡Ni lo sé ni quiero saberlo! —Carla golpeó la mesa con fuerza, derramando café.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Magdalena miró a su amiga con una expresión de decepción y desengaño en su rostro, tratando de contener las lágrimas, buscando las palabras adecuadas sin encontrarlas. Carla arremetió de nuevo, dejando que su lado más rebelde y obtuso saliera a flote.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¡Espabila, Lena! Lo que pasó allí fue que los dos estabais tan cachondos que aprovechasteis la oportunidad, y punto. ¡Lo mismo os hubiera dado follar entre vosotros o con el vecino de al lado o con el primero que pasase!</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla se dio cuenta de que eso mismo fue lo que pensó sobre lo que le sucedió con Esteban.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Magdalena se levantó de la mesa. Carla vio que las manos de su amiga temblaban mientras se colocaba las gafas. Cuando Lena habló una sonrisa amarga y temblorosa bailaba en sus labios, humedecidos por las lágrimas.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Me equivoqué, Carla. Me equivoqué al venir aquí para contártelo. Si hubiera sabido que los celos por vernos a mi y a tu padre juntos te iba afectar tanto no lo hubiera hecho.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla abrió la boca dispuesta a rebatir semejante tontería, (<i>«¡¿Celos?! ¿Celosa yo de… ¡de ellos!?»</i>).</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Pero estoy tranquila —continuó Magdalena, esta vez con un tono más conciliador, pero sollozando y sorbiendo por la nariz constantemente—, te conozco y sé que a pesar de tus dudas en el fondo me comprendes y que al final aceptarás lo que he hecho… lo que <i>hemos</i> hecho. Puede que no nos lo perdones, pero sé que lo entenderás aunque no quieras reconocerlo, y con eso me conformo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Magdalena no esperó a que Carla contestase y salió de la casa sin mirar atrás, pues no podría soportar una batalla verbal llena de reproches e infantiles acusaciones. Carla era obstinada y su tozudez le impediría razonar y acabarían diciéndose cosas que las dañarían hasta un punto más allá de la reconciliación.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">También se fue de la casa de Carla porque ahora tenía miedo de confesarle que estaba embarazada de su padre.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><br /></span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla quedó confusa, pensando en las palabras de su amiga, sintiendo como esa rebelde obstinación iba creciendo hasta convertirse en enfado.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«¿Celos? ¿Yo celosa? ¿De qué?, ¿de quién?, ¿de ellos dos? ¡Es ridículo!».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">Pero era cierto. Estaba celosa: celosa de ver como su amiga gozaba de algo que ella deseaba con tanta fuerza. Celosa de que Magdalena disfrutase con libertad de su cuerpo mientras que ella se tenía que conformar con fantasías, compresas usadas y pañuelos sucios. Celosa de Lena y de su amante, su padre, sí, pero un hombre maduro, experimentado, que sabría darle a esa patética criatura pelirroja todo lo que ella quisiese con sumo placer.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Celos de su amiga, que podría fornicar libremente mientras que ella tenía que conformarse con hacerle una torpe mamada a su hermano marica.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«¿Y tu padre, Carla? ¿También estás celosa de él?».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">Sí. Tuvo que reconocerlo. Celosa por tocar a su amiga de la infancia. Por tocarle esas feas tetas que ella solía pellizcar en broma. Celosa por besar esa boca dentuda de labios gruesos y por tocarle el sexo, hinchado y de extraños labios. Ella era su amiga de la infancia y él no tenía derecho a poseerla de esa forma, de tocarla, besarla, penetrarla… amarla.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla, enojada, fue hasta el baño y se llevó la bolsa de la ropa sucia a su habitación. Allí metió la mano dentro hasta encontrar sus pantalones cortos. Al momento sintió la humedad viscosa del semen de ese hombre.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Luego extendió la prenda sosteniéndola con ambas manos y vio como el esperma de Víctor aparecía ante ella. La viscosidad masculina se había mezclado con sus flujos femeninos, creando una pasta viscosa ligeramente líquida. El olor era muy fuerte y Carla sintió un vahído.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«Esto ha salido del interior de ese hombre».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">Sin pensar en lo que hacía, ignorando totalmente los posibles riesgos y peligros que ello entrañaba, enfadada, excitada y celosa, sacó la lengua y lamió el esperma de Víctor, hundiendo la punta del goloso apéndice en el pantalón y recogiendo la cremosa sustancia con su boca, saboreándola despacio: tenía un gusto fuerte, pero con un pequeño toque dulce. Carla deseó haber probado esa leche directamente del recipiente original, puesto que el olor a pescado que emitía su pantalón contaminaba el aroma del forzudo contratista.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">La chiquilla deseó haber entrado al baño mientras él se masturbaba, como hizo con Esteban. De buena gana habría aceptado la corrida de ese macho en la boca, pues deseaba volver a sentir en el paladar una eyaculación potente, que le inundase la boca y la atragantase hasta provocarle arcadas.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Mientras lamía la asquerosa prenda se sintió sucia, puta, depravada y pervertida. Lamió una y otra vez el repugnante pantalón, mareada por el fuerte olor que desprendía, recordando la fugaz visión de un pene mucho más grueso de lo normal, hinchado y ensuciado con la crema que había pegada en los pantalones, masturbado por una mano enorme, fuerte, con vellos en los nudillos.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Recordó que ese esperma había sido expulsado gracias a ella, pues habían sido sus efluvios impregnados en la ropa sucia lo que había excitado a ese palurdo, bruto y salvaje, incitándolo hasta el punto de correrse.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«Tendría que haber entrado» </i>—pensó otra vez con rabia mientras besaba sus pantaloncitos de deporte, manchando su barbilla y sus mejillas de semen, absorbiendo y tragando la espesa nata que colgaba viscosa de allí.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«Tendría que haber entrado para que ese bestia me follase la boca, para que me rompiese el coño con ese pedazo de pollón».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla se desnudó y se subió encima de la almohada, con su almejita chorreando y mojando el cojín. Comenzó a cabalgarlo, frotando con fuerza adelante y atrás, restregándose el semen de Víctor por la cara y por las tetas mientras fantaseaba. La viscosa sustancia se quedó pegada a sus diminutos pezones y estos se endurecieron, brillando húmedos e inflamados.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«Tendría que haber dejado que me violase y cuando llegase Magdalena él también la violaría, por puta, por guarra».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>—«Ven aquí, follapadres —le diría—. ¿Te gustan los viejos, eh?, pues ven aquí, zorrita, que te vas a hinchar de polla vieja»</i>.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla le agarraría esa melena roja y la pondría a cuatro patas, agarrándole el pollón sucio a ese gordo de mierda, tirando del cipote para apuntar el carajo entre las nalgas planas y huesudas de Lena. El cerdo le hundiría la tranca hasta los cojones y la cerdita de su amiga gritaría al sentir como le abría las entrañas ese enorme salchichón.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«¡Reviéntala, hijo de puta! ¡Fóllala, dale fuerte, cabrón!».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">Y ella se pondría frente a Lena, con su coñito bien abierto, para que su fea amiga se lo comiese con esa boca dentuda y esas gafas ridículas.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">No era la primera vez que fantaseaba con Magdalena comiéndole el coño, pero esta vez el añadido de ese Víctor empotrándola por detrás le hizo alcanzar un orgasmo repentino, inesperado, que la dejó rendida sobre la cama.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Excitada, rehuyó pensar en su hermano, en su padre y en Lena, dejó que su mente se evadiese de todo aquello fantaseando, recordando una vez más a ese peligroso pervertido masturbándose en su baño, a solas con ella en casa.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«Volverá. Volverá para colocar la mampara, vendrá otra vez para trabajar en el baño».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">Una idea navegó por su morbosa cabeza, plagada de imágenes en las que ella era forzada por ese gordo de ojos color miel y de mejillas peludas, por ese pervertido fetichista lamedor de bragas sucias.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla se levantó de la cama, sintiendo el coño palpitante, con los labios internos oscurecidos por la sangre que los hinchaba. Luego rebuscó entre su ropa interior, buscando unas braguitas color rosa de algodón, muy sencillas, con el nombre «Carla» bordadas en ellas.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«Si le gustan tanto las bragas sucias vamos a darle una bien guarras».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">Regresó a la cama y se abrió de piernas, acariciándose el coño con las bragas, humedeciéndolas con su jugo. Cerró los ojos y fantaseó con Víctor, recordando las breves imágenes que pudo visualizar a través del espejo. Vio como ese cerdo chupaba las manchas menstruales que había en sus sábanas y como lamió sus pantalones, impregnados con la crema reseca de su coño.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla recordó ese cipote grueso, de gran diámetro, de una perturbadora belleza, con esas venas y arterias retorcidas como raíces de árbol surcando el abultado tronco. El reflejo en el espejo duró apenas un segundo, pero suficiente para que se quedara grabado a fuego en su calenturienta cabeza.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">La muchacha, ardiendo de lujuria y rabia, se metió un extremo de la braguita en el chocho, empujando la tela con un dedo suavemente, poco a poco, centímetro a centímetro, metiéndose las bragas dentro de la babosa vagina.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Nunca había hecho nada semejante y la excitación y morbosidad del acto la tenían excitadísima. En poco tiempo logró introducirse toda la prenda, dejándola que se macerase con los abundantes jugos que expulsaba su cérvix.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Sus tetas, duras y erectas, clamaban ser acariciadas y ella así lo hizo, estrujando sus turgentes peras con fuerza, atrapando los sensibles pezones entre los dedos para apretarlos y pellizcarlos. Eran pequeños y planos, como dos lentejitas, pero cuando se endurecían se volvían muy sensibles, sobresaliendo ligeramente de la areola.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Luego tiró de una punta de las braguitas, sacándolas muy, muy despacio, tirando hacia arriba para que le rascase el clítoris. Sentir como le iba saliendo todo eso era maravilloso, pues notaba como se le vaciaba la vagina poco a poco mientras que la tela resbalaba sobre su pipa, masturbando su hinchado clítoris durante el recorrido. Cuando salió del todo, Carla la acercó a su cara para oler y probar su sexo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">A Carla le gustaba mucho el sabor de su coño y se preguntó si todas las vaginas sabrían igual o habría alguna diferencia de una a otra. Mientras chupaba sus bragas deseó no haberse peleado con Magdalena, puesto que ahora estaba tan cachonda que no le hubiera importado comprobar a qué sabía el mejillón de su amiga. Carla se lo había visto muchas veces y siempre bromeaba con Lena diciéndole que tenía un coño muy feo, con esos labios tan largos y arrugados y con el glande del clítoris tan salido. Pero lo cierto era que le daba mucho morbo ver ese conejo tan extraño y siempre tuvo ganas de tocárselo con tranquilidad, solo para ver que se sentía al tocar esos pellejos de aspecto tierno y elástico.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Mientras pensaba en todo eso volvió a meterse las bragas dentro del coño.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Ejecutó esa operación varias veces, adquiriendo práctica y acelerando el proceso hasta el punto de que su dilatada vagina podía tragarse las bragas de un solo empujón, apelotonadas y arrugadas. Carla las dejó allí metidas, y se levantó, caminando desnuda hasta el baño, sintiendo ese extraño cuerpo dentro de su vientre.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Entró a la ducha y se extrajo un trozo de tela, dejándola colgando fuera del coño, aguantándose las ganas de orinar. Luego se masturbó con rabia usando los dedos para tocarse la pepitilla, frotándose la caperuza con mucha rapidez, gimiendo mientras el sudor corría por su cara.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Por su cabeza se mezclaban todo tipo de imágenes y fantasías morbosas. Cerca del clímax recordó los vídeos gays de su hermano e imaginó a Esteban allí, con ella chupándole esa bonita polla mientras que ese gordo le follaba el culo a su hermano, metiéndole el pollón por el ojete y tirándole de los pelos rubios, dándole fuerte, golpeando su gorda tripa contra las nalgas de Esteban.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Por primera vez también pensó en su padre, soso, aburrido y despistado, con esa sorprendentemente larga picha empalando a Magdalena, en el estanque, pero esta vez Carla intervenía para meterse debajo y sacarle la polla a su amiga y cambiarla de agujero, apoyando el cipote de su padre en el estrecho agujerito del ano para que se la metiese por el culo a su amiga hasta el fondo, mientras que ella le tocaba los huevos a su padre, exprimiéndolos para que se corriese y le rellenase de esperma el culo a esa puta pelirroja.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">En poco tiempo le llegó el brutal orgasmo, chillando a voces y aflojando al fin el esfínter, dejando que los meados empapasen las bragas, chorreando por las patas abajo. Cuando se las sacó del coño estaban empapadas de cremosos fluidos sexuales, encharcadas de pis y apestando a sexo sucio.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Luego las metió en una pequeña bolsa de plástico y la cerró, para que se macerara con sus propios jugos.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«¿Te gustan mis bragas sucias, marrano? Pues te vas a hinchar, cabrón».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i><br /></i></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-family: georgia;"><i><b>continuará...</b></i></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-family: georgia;"><i><b><a href="https://erosexmachinae.blogspot.com/2021/04/espeerma-16.html">Esperma 16</a></b></i></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-family: georgia;"><i><b>(C)2021 KAIN ORANGE</b></i></span></p>Kain Orangehttp://www.blogger.com/profile/12046312746243884686noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8600867602162970341.post-71729336409441319742021-04-06T11:55:00.006+02:002021-04-09T10:59:29.695+02:00ESPERMA (14)<p style="text-align: center;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"><b>14.</b></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-family: georgia; font-size: medium;"><b>GABRIEL.</b></span></p><p><span style="font-family: georgia;"><br /></span></p><p><span style="font-family: georgia;"><span style="font-size: x-large;">E</span>l padre de Carla llevaba caminando varios minutos por un estrecho sendero rodeado de cañas y juncos.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">El camino discurría siguiendo un arroyo en el fondo de un pequeño barranco, antes canalizado por una vieja acequia en desuso. El piso de la vereda estaba lleno de barro, arena húmeda y cantos rodados. Por todos lados había mosquitos, espesos matorrales y cañas de gran altura que proporcionaban una selvática atmósfera, lóbrega y llena de humedad, con el sol del verano espiando entre las hojas y caldeando el ambiente.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Durante el trayecto estuvo pensando todo el rato en Magdalena y en su cuerpo virginal, tan blanco, frágil y delicado. No podía apartar de su cabeza las dos pequeñas mamas, con esas areolas abultadas, infladas y coronadas por dos gordos pezones del tamaño de una alubia, destacando enrojecidas contra la nívea piel.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«Basta, Gaby, no sigas, por Dios».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">Pero era inútil. Allí, perdido en esas soledades, rodeado por un ambiente cargado por los olores de la vegetación y el sonido de las cigarras, no podía distraerse de esas imágenes lascivas, notando como la erección que apretaba sus pantalones no disminuía lo más mínimo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Al contrario, todo ese claustrofóbico follaje que le rodeaba le excitaba aún más y le invitaba a dar rienda suelta a sus deseos más morbosos.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Sin poder soportarlo más, Gabriel se apartó a un lado del estrecho camino y se metió entre las cañas, se abrió la bragueta y se sacó el largo pene, delgado y circuncidado, con un macizo glande en forma de seta. Luego cerró los ojos y empezó a masturbarse deprisa.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Volvió a visualizar los cuerpos semi desnudos de las dos chicas, pero esta vez soñó con que su hija y Magdalena estaban haciendo algo más que tomar el sol. Las imaginó dándose cariñosos abrazos, toqueteándose y besándose. Imaginó a la dulce y delgada Magdalena con la cabeza metida entre los torneados muslos de su pequeña Carla.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Con los ojos de su imaginación contempló a Magdalena a cuatro patas, con ese pequeño bañador apenas ocultando las dos nalgas, planas y huesudas, proporcionando placer oral a su propia hija.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Gabriel no pudo evitar soltar un gemido al imaginarse a sí mismo avanzando hacía ellas desnudo, con la verga enhiesta temblando en el aire, para llegar hasta Lena y acariciarle la espalda llena de vértebras, bajando el brazo hasta introducir la mano dentro del bañador y tocarle la raja de su culito. Su hija Carla le haría una señal de consentimiento con la mirada, invitando a su padre a que tomase a su amiga, pues deseaba sentir como su viejo penetraba por detrás a su amiga mientras ella le comía su coñito.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Gabriel aumentó la fricción al recordar los pechos de su hija, tan perfectos y turgentes que no dudaría en tocárselos tras introducirle el pene a su amiga por detrás.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Gabriel?</span></p><p><span style="font-family: georgia;">El hombre, a punto de correrse, dio un respingo sobresaltado y se escondió la picha como buenamente pudo, con el corazón a mil por hora.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Gabriel, eres tú? —Volvió a preguntar Lena detrás suyo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¡Si!… perdona… espera un segundo…</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Ay, te he pillado haciendo pis —dijo riendo—. Perdón.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Tranquila… ya… ya he terminado…</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Gabriel se giró, turbado y avergonzado, con un fuerte rubor en el rostro que se confundió con el quemado del sol.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Lena estaba allí, en el sendero, bajo las sombras de las cañas y los matorrales. Llevaba un vestido amarillo que le cubría hasta las rodillas y se había recogido el espléndido cabello en una cola. Los rizos rojos flotaban tras ella como una nube durante un atardecer.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Qué haces aquí? —preguntó Gabriel mientras se peleaba con la cremallera-, ¿Y Carla?</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Ella se ha quedado en la piscina. Yo tenía ganas de pasear.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Gabriel salió de entre las cañas y se acercó a ella. Antes de llegar vio que la chica no llevaba sujetador debajo del vestido, pues los pezones se marcaban con demasiada claridad.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—No te molesta que te acompañe, ¿verdad? —dijo Lena sonriendo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Las encías y los dientes conejiles aparecieron en esa cara alargada llena de pecas y Gabriel se acordó de aquella vieja serie infantil, «Pippi Långstrump».</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—No… —tartamudeó Gabriel—, no, claro que no me molesta. Tenía pensado llegar hasta la zona de los embalses, a ver si habría alguno lo bastante profundo como para bañarme.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Y por qué no en la piscina?</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Quería andar un poco primero, como tú —respondió echando a caminar.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Lena lo siguió hasta ponerse a su lado.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><br /></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-family: georgia;"><b><span style="font-size: medium;">MAGDALENA</span></b></span></p><p><span style="font-family: georgia;"><br /></span></p><p><span style="font-family: georgia;"><span style="font-size: x-large;">U</span>n hombre alto y una chica de corta estatura, ambos delgados, uno rubio y la otra pelirroja. Caminaban despacio, procurando ir siempre por el lado más sombreado, aunque el sudor pronto empapó sus prendas. Gabriel trataba de evitar mirar el escote a Magdalena, pero sin mucho éxito. A pesar de la diferencia generacional, ambos eran inteligentes y siempre tenían algo que contarse. A ambos les unía el amor por los libros e intercambiaron impresiones sobre sus últimas lecturas y autores favoritos. También charlaron sobre los estudios de Lena (que pensaba opositar dentro de unos años), y sobre las anécdotas que a veces adornaban el aburrido y monótono trabajo de Gabriel.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">El hombre conocía un poco sobre la flora del entorno y de vez en cuando le señalaba alguna planta, nombrándola por su nombre. El sol se filtraba entre las hojas de los árboles y las cañas, dibujando un entramado de claroscuros en los cuerpos sudorosos y cargados de feromonas de ambos caminantes. El bochorno se hacía más intenso cuanto más bajaban por el pequeño barranco, haciendo que la ropa se pegase aún más a sus cuerpos.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Los regordetes pezones de Magdalena eran como dos pequeñas gominolas transparentadas en la tela amarilla de su vestido, y Gabriel tenía que hacer grandes esfuerzos para no mirarlas cuando hablaba con ella, aunque de vez en cuando lo hacía con disimulo cuando se quitaba las gafas para secarse el sudor del rostro.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Magdalena se detuvo un momento para volver a retocarse los rizos de la coleta. Al levantar los brazos uno de sus pechitos quedó a la vista a través de la sisa de la manga y Gabriel se lo quedó mirando largo rato, enamorado de ese pequeño y algo flácido abultamiento. Magdalena se hizo la tonta y se dejó mirar con impunidad. Cuando acabó de hacerse la coleta avanzó unos metros a paso ligero, apartándose un poco del camino.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—No mires Gaby, voy a hacer pipí.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Antes de que el hombre pudiera reaccionar la chica se metió las manos debajo del vestido, se bajó el bikini y se agachó delante de él, expulsando un ruidoso y prolongado chorro de orina. El proceso fue muy rápido, pero el hombre pudo vislumbrar una mata de pelos rojizos y un abultamiento rosado de aspecto rugoso entre los muslos.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Cuando acabó, la chica se quitó la parte inferior del bikini y se limpió el coño con él.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—No tengo bolso, ¿me lo guardas? —le pidió a Gabriel ofreciéndole la prenda.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Gabriel, visiblemente agitado, aceptó el diminuto bañador sin saber qué decir y lo contempló durante unos instantes. Luego fue tras la chica, que se había adelantado varios metros.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Al girar un recodo del camino vio a Lena cerca de un extenso remanso de agua.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¡Mira Gabriel!</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Lena se había descalzado y estaba chapoteando sobre el barro de la orilla.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">El hombre también se descalzó y se quitó el gorro y las gafas, dejando todo en la orilla. Luego entró en el estanque, deseando que el agua refrescase sus piernas y le bajase la temperatura, pues no podía aguantar más la excitación que había estado endureciendo su pene todo el camino.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Lo cierto es que el embalse que se había formado en el sendero era bastante amplio y profundo, aunque el agua no les llegaba más arriba de las rodillas.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¡Qué fresquita! —decía Lena mientras recogía agua con las manos y se la echaba por encima de la nuca.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">La chica estaba inclinada y Gabriel podía verle el flacucho trasero asomando por debajo del vestido: dos semicírculos estrechos con una linea central oscura, con la insinuación de unos pelitos anaranjados asomando por debajo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Cuando Lena se giró Gabriel vio que el agua le había empapado todavía más el vestido amarillo, pegándose a su cuerpo como una segunda piel. Las costillas y el vientre plano, con un par de músculos abdominales marcados, resaltaban tanto como sus dos pechitos, con los pezones arrugados y gordos como tuercas despuntando por delante.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">También se le había mojado la parte de abajo y Gabriel podía ver como se le había transparentado la vulva, gruesa y de labios arrugados, así como la mata de pelos rojos que la bordeaba.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Magdalena se quedó allí de pie en silencio, metida con el agua hasta las rodillas, dejando que Gabriel mirase todo lo que él quisiera. Ella también le miró, primero a los ojos azules y luego a su paquete, comprobando con satisfacción el precioso abultamiento que rellenaba la bragueta.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Los dos se miraron en silencio un par de minutos, sabiendo a qué partes del cuerpo estaba mirando cada uno, excitándose mutuamente con las miradas mientras el ambiente del estanque los envolvía con su cálida humedad.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Antes no estabas meando —afirmó Magdalena—, vi lo que hacías.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Gabriel no pudo negar lo evidente y no dijo nada.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿En quien pensabas? —preguntó Lena—, ¿en tu mujer?</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Gabriel lo negó agitando la cabeza.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿En mi? —preguntó Lena.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Sí.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Solamente en mi?</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Gabriel confesó la verdad sin saber porqué, algo avergonzado.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Y con Carla.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Lena no pareció sorprenderse. Luego sonrió y le dio la espalda, volviendo a agacharse para arrojar agua sobre su cuerpo, enseñándole las nalgas y la hendidura del trasero por debajo del vestido. Detrás suya escuchó el chapoteo de unos pasos y notó la presencia de Gabriel, a escasos centímetros de ella.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Las manos de Gaby, grandes y calientes, rodearon su cinturita desde atrás y la atrajo hacia él de espaldas. Lena sintió la erección pegada a sus lumbares, pues Gabriel era mucho más alto que ella.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Yo también —confesó Magdalena en un susurro—, yo también pienso a veces en Carla cuando estoy haciendo eso… y en ti. Sobre todo pienso en ti.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Gabriel, sin pensar en lo que hacía ni en lo que decía, dejándose llevar por el instinto y la espontaneidad de su corazón, acercó sus labios al oído de la pequeña y susurró: «te quiero».</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Magdalena se derritió al sentir el calor del aliento de ese hombre maduro acariciando su oído, pronunciando unas palabras tan deseadas y esperadas en secreto durante años; años llenos de fantasías y juegos masturbatorios en las que ellos dos eran los protagonistas.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">La mano de Gabriel, grande y con unos dedos largos y fuertes, recorrieron el vientre plano de la chica, subiendo hasta apresar una de sus tetitas, amasándola sobre el vestido, estrujando con suavidad, apretando y aflojando, exprimiendo y pellizcando con dulzura el carnoso pezón, duro como un guijarro.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Gabriel apretó su paquete contra la espalda de Lena, restregándolo de arriba abajo, estrujando su virilidad contra las escuálidas nalgas de la chica. Las diminutas tetas eran un juguete a manos del maduro padre de familia, puesto que Gabriel había colocado la otra mano también en el otro pecho, abarcando de esa forma todo el pectoral de Magdalena con ambas manos abiertas.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">La chica estaba a merced de ese hombre, sintiéndose manoseada y toqueteada con una pasión desaforada. Los dedos estrujaban y apretaban, mientras que las palmas de las manos se restregaban contra los pezones, que se doblaban bajo la firme presión que ejercía Gabriel mientras los movía en círculos.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Gabriel atrapó el pecoso rostro de la pelirroja, obligando a la chica a girar su cara de conejito. Magdalena abrió su boca, desesperada por recibir entre sus labios los experimentados besos de Gabriel. Éste la besó con ternura al principio, chupándole la boca con suavidad hasta que le introdujo la lengua, llenándole la cavidad bucal con el goloso apéndice, gordo, hinchado, cargado de saliva.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Magdalena, con piernas temblorosas, le chupaba la lengua a su hombre, pues así lo consideraba ya, besándole con pasión, girando su cuerpo para acceder mejor a su boca, atragantándose de lengua y saliva.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Repítelo… —consiguió decir la chiquilla entre besos y gemidos—, dímelo otra vez…</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Te quiero… —gimió Gabriel en su boca sin dejar de manosearla por todos lados.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Magdalena le quitó la camisa y comenzó a desabrocharle el pantalón a Gabriel mientras que éste, ciego de lujuria, le bajaba el escote y dejaba sus tetitas al aire.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Las areolas, de color rojizo y cubiertas de pequeñas protuberancias de aspecto rugoso, abarcaban casi toda la superficie de sendos pechos, flácidos y del tamaño de una manzana pequeña. Los pezones eran unos botones gordos, arrugados, desproporcionadamente grandes en comparación con los diminutos senos. </span></p><p><span style="font-family: georgia;">El hombre inclinó la cabeza para besarle el cuello y bajar hasta su pecho, metiéndose las mamas en la boca, chupando alternativamente cada una con firmeza, aspirando y haciendo el vacío.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Eran tan pequeñas que le cabían completamente dentro de la boca. Los rugosos pezones, gordos como dátiles y rojos como la sangre, estaban duros y tremendamente sensibles a los chupetones que le daba Gabriel con gran maestría, acostumbrado a mamar de las ubres de su mujer.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Los pantalones del excitado macho cayeron al agua y Magdalena liberó el pene de su prisión, saltando tieso e insolente en el aire: un mástil de carne duro y rocoso con una cabeza circuncidada de color morado, recorrido por un mapa de venas y arterias hinchadas. La pequeña y delgada mano de Lena agarró el anhelado miembro y lo friccionó de manera inexperta mientras le tocaba los hinchados cojones por debajo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Los dedos de Gabriel tiraron de su vestido para quitárselo por abajo y desnudarla completamente, dejándola a su merced como Dios la trajo al mundo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Lena miró a los ojos de su maduro amante mientras lo pajeaba, viendo como ese padre de familia la devoraba con la mirada, recorriendo su cuerpo desnudo de arriba hasta abajo, contemplando embelesado al fin su coño.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Magdalena tenía un llamativo chochito de labios extensos, muy largos y sobresalidos, que le colgaban unos centímetros fuera de la vulva. También le sobresalía la caperuza que cubría el glande del clítoris, gordo y puntiagudo. Toda esa carne molluda resaltaba aún más en las escuálidas caderas e ingles de la chica, especialmente con esa mata de pelos colorados enredándose alrededor de la raja y sobre el monte de venus.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Te gusta? —susurró con voz de niña buena.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Es precioso… —dijo Gabriel admirando los escasos pelos que rodeaban su coño, aunque por arriba había un césped ensortijado más abundante.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Tócamelo… —suplicó toda cachonda mientras le hacía una paja con una mano, orgullosa de comprobar cómo esa experimentada verga estaba así de tiesa por ella.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Gabriel le metió una mano por debajo y atrapó uno de los labios colgones, estirándolo un poco y recogiendo las babas vaginales que le estaban saliendo a la chiquilla por allí abajo. Magdalena expulsaba una viscosidad con muchas pompas, como si estuviera enjabonada. El hombre no pudo evitar introducir el dedo entre esos extraordinarios labios y perforar el orificio íntimo hasta el fondo, dejando que el pulgar rozase la caperuza.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Ahhh… ay… —gimió Lena, sintiendo el dedo metido en su interior tocándola por dentro, acariciando las paredes de su estrecha vagina rítmicamente, entrando y saliendo, una y otra vez…</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Gabriel siguió follándole el acuoso coño a la chiquilla con su dedo mientras que ésta le masturbaba con las dos manos, tirando de la tiesa pija con mucha torpeza, pues Magdalena estaba totalmente mareada de puro gozo, gimiendo con los ojos cerrados y la boca abierta, soltando ocasionalmente algún agudo gritito de placer.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">A Gabriel le causó mucha impresión el gran tamaño que tenía el clítoris de Magdalena. Era casi como un pene en miniatura, pero acabado en punta, como una guindilla. Al retraer el pellejito de la caperuza con el pulgar sentía ese grueso apéndice tembloroso y resbaladizo, con una dureza tan tierna que le entraron muchas ganas de chuparlo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Así que le apartó las manos de su polla y se puso de rodillas en el agua, abrazando los muslos blanquísimos y suaves de Magdalena y atrayendo ese hermosísimo conejo de pelos rojos a su cara.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">A Gabriel le excitó mucho ver que a esa chica tan joven y delgada, de aspecto frágil y etéreo, le apestase el coño con un fuerte aroma a sexo y orines. Nunca hubiera imaginado que esa dulce pelirroja pudiera expulsar unos olores tan intensos y embriagadores. Sin dudarlo, le abrió los largos labios y accedió al interior de tan íntimo y apestoso agujero con su gorda lengua, penetrando las viscosas paredes a fuerza de profundas y largas lamidas.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Las fuertes chupadas que le proporcionaba el experimentado hombre al joven coñito elevaron el placer de Magdalena hasta el Nirvana, arqueando la espalda y alzando la cabeza hacía arriba, entregando su vientre a ese caballero de lengua voraz.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Ay… ay… ay… —se quejaba gimiendo entre espasmos vaginales, aferrada a los hombros y al escaso cabello de Gabriel.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">La boca masculina, experta en comerle el gordo y peludo conejo a su mujer, pronto le arrancó a su joven amante un prolongado orgasmo, lleno de temblores e intensas palpitaciones, regando la cara de su amante de flujos viscosos.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Eso excitó mucho a Gabriel, que se elevó en toda su estatura, colocándose en pie y agarrando con facilidad a Magdalena, subiéndola a horcajadas sobre su vientre, moviendo a continuación el liviano cuerpo de la chica para dirigir la chorreante almeja sobre su tiesa y empinada polla, dejando caer a la muchacha con suavidad, perforando las entrañas de Magdalena lentamente.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Lena sintió como esa larga barra la empalaba, abriéndose paso en su interior como una espada al rojo vivo, abriéndole las carnes y llenando su gruta de un placer insoportable.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Ahhhh… ay… ahhh… —gemía mientras su hombre le aferraba las nalgas con manos como garras, moviendo su delgadito cuerpo arriba y abajo con ellas.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Gabriel tenía un pija muy larga y delgada, coronada por un grueso ceporro gordo como una ciruela; Magdalena, en cambio, tenía una estrecha vagina de cuello corto y sentía cómo la punta del nabo le tocaba el cérvix en cada embestida, estrujándole la entrada del útero con doloroso placer.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">La pequeña amante se aferró a Gabriel con todos sus miembros, cerrando sus delgadas piernas alrededor de la cintura del padre de su mejor amiga, abrazando el cuello de Gabriel con unos brazos temblorosos, gimiendo, jadeando y llorando de placer sobre el masculino pecho cubierto de vellos.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">El tieso vástago pronto quedó embadurnado de viscosas sustancias, facilitando así la penetración, permitiendo a Gabriel follarse a Magdalena con más ímpetu, taladrando y perforando las tiernas y estrechas carnes de la virginal criatura sin compasión, logrando en poco tiempo alcanzar un orgasmo salvaje.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Magdalena le arañó la espalda dando agudos gritos de placer cuando sintió las abundantes eyaculaciónes de Gabriel inundarle la cavidad vaginal. La espesa y ardiente nata le quemó las entrañas mientras Gabriel gritaba de puro gozo, soltando abundantes chorros de esperma en su interior, pues llevaba varias semanas de abstinencia y sus hinchados cojones se vaciaron completamente dentro de ese apretado coño.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Al hombre le fallaron las rodillas y se arrastró hasta la orilla con la chica aún empalada por su miembro. Tropezó y cayó sobre el fango, dejándose caer de espaldas sobre la mullida y corta vegetación que allí crecía. Ambos rieron nerviosos y excitados, ella aún encima de él, con el pene metido en el coño.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">La luz del sol pasó por un claro entre las hojas e iluminó el hermoso cuerpecito de Lena, rodeándolo de un aura que resaltaba la extrema blancura de su piel, tenuemente rosada.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Magdalena se dejó caer sobre Gabriel, apoyando la mejilla en el pecho del hombre, palpando y acariciando el cuerpo maduro, moviéndose lentamente, agitando las caderas para reanimar la virilidad que latía entre sus muslos, pues deseaba seguir disfrutando del cuerpo de ese macho experimentado.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">En general el cuerpo de Gabriel tenía un aspecto algo fofo, poco tonificado: el pecho hundido, cubierto de una fina capa de vello tostado; los brazos delgados; el vientre algo abultado; la calvicie incipiente… pero a la chica le atraía muchísimo ese aire entrañable y paternal que emitía Gabriel.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">El hombre creía estar en el paraíso, sintiendo la sudorosa desnudez de Magdalena resbalando sobre su cuerpo. La abrazó y la besó una y otra vez, con ternura, acariciando su delicado rostro y susurrando palabras que hasta entonces sólo le había dicho a su esposa en otro tiempo. En otro mundo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Para Magdalena todo aquello era un sueño hecho realidad del que no quería despertar nunca, pero un repentino crujido en las cañizas cercanas les alertó, recordándoles que estaban cerca de un sendero y que podían ser vistos por alguien.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Ambos se levantaron con prontitud y recogieron sus ropas (algunas del fondo del estanque), y se vistieron con ellas empapadas, confiando en que el sol las secase durante el camino de regreso.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><br /></span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla, que había seguido a su amiga y había visto a escondidas como su padre se la follaba, también tuvo que regresar al cortijo con las bragas empapadas.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><br /></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-family: georgia;"><b>CONTINUTARÁ...</b></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-family: georgia;"><b><a href="http://erosexmachinae.blogspot.com/2021/04/esperma-15.html">ESPERMA 15</a></b></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-family: georgia;"><b>(C) 2021 KAIN ORANGE</b></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-family: georgia;"><b><br /></b></span></p>Kain Orangehttp://www.blogger.com/profile/12046312746243884686noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-8600867602162970341.post-12202506631127044492021-04-02T12:54:00.001+02:002021-04-02T12:54:30.328+02:00ESPERMA (13)<p style="text-align: center;"><b><span style="font-size: large;"><span style="font-family: georgia;"> </span><span style="font-family: georgia;">13.</span></span></b></p><p style="text-align: center;"><span style="font-family: georgia;"><b><span style="font-size: medium;">MAGDALENA</span></b></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-family: georgia;"><br /></span></p><p><span style="font-family: georgia;"><span style="font-size: x-large;">M</span>agdalena no era muy agraciada (de hecho era un poquillo fea), pero en su personalidad no entraba la auto compasión y en reglas generales su físico le importaba un bledo. De lo único que se quejaba muchas veces con su amiga Carla era de sus tetas.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Tenía unas tetas muy pequeñas, algo chafadas y caídas, como dos higos secos. En cierto modo sus exigüos pechos no desentonaban con el resto de su físico, ya que Magdalena era una chica extremadamente delgada, y esas dos «pellejas» (como ella las llamaba) armonizaban con sus costillas marcadas, los brazos delgados como palillos y sus patas de gallina.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Era muy pelirroja y su melena era una selva de grandes rizos que caían en bucles alrededor de una cara plagada de pecas cuya nariz, respingona y elevada, mostraba las dos fosas nasales como un pequeño cerdito; además, tenía una dentadura de grandes encías y con unas paletas sobresalientes que le daban a su rostro un aspecto conejil. Era miope y usaba gafas con mucha graduación.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">También tenía el culo plano.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Pero todo eso a ella le daba igual (excepto sus pellejas) y estaba plenamente convencida de que su aspecto era tan atractivo como la de cualquier supermodelo, prueba de ello eran los tres amantes ocasionales que había tenido hasta entonces. Lo cierto era que esos «amantes» habían sido chicos desesperados que habían salido a ligar y no encontraron nada mejor al final de la noche que a la aún más desesperada Lena, proporcionándole a la pobre chica unas fugaces e insatisfactorias experiencias.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Pero todo eso iba a cambiar muy pronto, ya que Magdalena por fin había conseguido conquistar al hombre de sus sueños.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Llevaba mucho, muchísimo tiempo tratando de atraer y conquistar a ese hombre.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Al principió comenzó echándole miraditas, riéndole las gracias y tocándole la rodilla o el brazo mientras conversaban. Cuando tuvieron más confianza su relación se hizo más familiar y amistosa, lo que dio lugar a paternales abrazos y besos en las mejillas que ella aprovechaba para sobar a conciencia el cuerpo de ese hombre. </span></p><p><span style="font-family: georgia;">Después dio un paso más allá y acudía a su presencia con ropa provocativa: diminutas minifaldas que mostraban unos muslos blancos como la leche y llenos de tendones; vestidos ajustados que acentuaban su extrema delgadez; escotes amplios que resaltaban sus afiladas clavículas y que mostraban el borde de unos sujetadores con demasiado relleno…</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Prácticamente usó casi todos los recursos que las mujeres tan bien saben aprovechar para atraer a un hombre, aunque durante mucho tiempo no pareció tener resultado alguno… hasta que al fin, varias semanas atrás, consiguió que cayera entre sus brazos.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Tan solo había dos problemas: estaba casado y se trataba de Gabriel, el padre de Carla.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><br /></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-family: georgia; font-size: medium;"><b>GABRIEL</b></span></p><p><span style="font-family: georgia;"><br /></span></p><p><span style="font-family: georgia;"><span style="font-size: x-large;">P</span>uede que Gabriel, con su aspecto desgarbado y su apariencia de profesor casposo, no pareciera muy atractivo a los ojos de una joven estudiante, pero Magdalena y Carla habían sido amigas desde la más tierna infancia y Lena siempre vio a Gabriel desde la perspectiva de una niña pequeña: un hombre muy alto, rubio y de ojos azules; un padre de familia que tenía un trabajo importante; un hombre inteligente y sereno, maduro.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Naturalmente, a los ojos de la pequeña Magdalena, el resto de atributos físicos de Gabriel tan solo reforzaban su atractiva personalidad, añadiéndole un toque de entrañable excentricidad: la calva incipiente con su ridículo flequillo flotando al viento; la barriguita de aspecto fofo que asomaba sobre el cinturón; las espantosas gafas pasadas de moda; su modo de andar torpe y desmañado…</span></p><p><span style="font-family: georgia;">O puede que Magdalena, que no tenía padre, padeciera una especie de Complejo de Electra proyectado en la figura paternal de Gabriel, sintiéndose atraída por él desde niña y desarrollando una filia hacia los hombres maduros en general y hacía Gabriel en particular; una romántica e inocente atracción que pasó a ser deseo sexual tras el paso de la pubertad.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Naturalmente, al principio Gabriel no se percató de las atenciones de esa niña pelirroja tan extravagante y cariñosa, y pronto se acostumbró a verla casi a diario en casa jugando con su hija, tomándola como una más de la familia, una especie de sobrina.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Más adelante, cuando la chica creció y completó su desarrollo, a Gabriel se le hizo evidente que esas atenciones tan cariñosas a veces eran demasiado afectivas, así que trataba de poner distancia, adoptando una postura más seria y menos receptiva, puesto que él era un hombre casado y respetuoso con las mujeres (o así se veía a sí mismo).</span></p><p><span style="font-family: georgia;">El problema era precisamente que él era un hombre, y no precisamente de piedra.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Cuando Magdalena, más crecida, comenzó a salir de fiesta, andando con chicos, bebiendo, bailando y todo eso que hacen las jóvenes a determinada edad, su actitud hacía él se hizo aún más atrevida y Gabriel no pudo evitar sentirse halagado y bajar un poco el escudo que había levantado ante ella.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Era un hombre al que nunca le gustaron las demostraciones y los alardes físicos. Jamás fue a un gimnasio y nunca practicó un deporte de forma asidua. No se preocupaba demasiado por su aspecto y prefería ejercitar su intelecto, siendo un apasionado del arte y la literatura. Él sabía que no tenía el atractivo físico de los jóvenes y atléticos muchachos de la edad de Carla o Lena, con lo cual se sintió halagado por esas atenciones tan cariñosas de la chica. </span></p><p><span style="font-family: georgia;">Así que a veces, cuando Magdalena estaba en casa de visita y se sentaban juntos a comer, Gabriel no ponía reparos si la chica, sentada a su lado, dejaba caer la mano sobre su muslo y se lo acariciaba de forma distraída mientras reían por algún chiste.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">También dejó de escandalizarse cuando la chica empezó a visitarles sin sujetador, con esas pequeñas tetas meneándose libres bajo la ropa, o aún peor, cuando llevaba unas ligeras camisetas de tirantes sin nada debajo y Gabriel le podía ver sin ningún problema los pezones y las areolas por el escote o el lateral de la prenda.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">En un par de memorables ocasiones el padre de Carla vio que Magdalena había prescindido de usar bragas debajo del vestido, sentándose frente a él con las piernas abiertas de forma aparentemente casual, enseñándole un hinchado bulto de labios rugosos bajo una mata de pelos anaranjados.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Poco a poco Gabriel se envalentonó, dejándose querer y aceptando el juego que la chica le ofrecía, deslizando una mano distraída por aquí o un inocente pellizco por allá. Pero en seguida se sentía culpable y avergonzado, pues no podía dejar de pensar en que él era un hombre casado y esa chica la mejor amiga de su hija.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Lo peor de todo fue que con el paso del tiempo Gabriel llegó a encariñarse con Magdalena. No era algo físico, puesto que él mismo no daba mucha importancia a eso, si no a la personalidad que día tras día floreció en esa extravagante muchacha.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Era inteligente, despreocupada, amable, divertida…</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Un día, tras hacer el amor con Rosa y mientras su pene se deslizaba fuera de la vagina de su mujer, se dio cuenta de que se había enamorado de Magdalena.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Cuando practicaba sexo con su esposa y cerraba los ojos, a su memoria llegaba el rostro plagado de pecas de Lena, con esa sonrisa blanquísima, con demasiados dientes quizás, pero sincera y alegre. Su voz atiplada, su hermosísimo cabello rizado, sus ojos verdes de mirada pícara, su nariz respingona cubierta de pecas…</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Todo eso era lo que él veía cuando hacía el amor con su mujer.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">También la veía en el trabajo si cerraba un momento los párpados para descansar los ojos; también veía el delgado y estilizado cuerpo de Magdalena poco antes de dormir, pero él la imaginaba desnuda, con la piel inmaculada, blanca como la leche; una náyade delgada y flexible como un junco, arqueada sobre el vientre de Gabriel, moviéndose en un dulce vaivén que los transportaba a sitios de donde nunca querrían regresar…</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Pero él era un hombre casado y esa chica era la mejor amiga de su hija, así que nunca se atrevió a ir más allá.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Hasta hace unas semanas…</span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-family: georgia;"><b><span style="font-size: medium;">GABRIEL y MAGDALENA</span></b></span></p><p><span style="font-family: georgia;"><span style="font-size: x-large;">O</span>currió en el cortijo que tenían los abuelos de Carla en Luégana. Lena había acudido muchas veces allí a lo largo de su vida, acompañando a su mejor amiga y a su familia desde pequeña, disfrutando de la vida campestre al aire libre, corriendo y jugando entre cañas, bancales de almendros y antiguas acequias desperdigadas entre barrancos y ramblas.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Allí Magdalena disfrutó de grandes comilonas y barbacoas al aire libre, de refrescante baños en la alberca tras la siesta, de largos paseos por el pueblo o tomando el sol adormecida por el sonido que la brisa arrancaba a los juncos y las cañizas que rodeaban el cortijo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Hacía muchísimo tiempo que Lena no subía al pueblo con ellos, así que no dudó un instante en aceptar la invitación de Carla, sobre todo cuando supo que su padre Gabriel también iba a ir.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">En los últimos meses apenas habían coincidido, y Lena echaba de menos a su platónico madurito. Le excitaba muchísimo ese juego de seducción no correspondido, especialmente desde que el último año Gabriel parecía haberse distanciado, evitando estar cerca de ella y rehuyendo los «accidentales» rozamientos y caricias que Magdalena le proporcionaba ocasionalmente en sus muestras de fraternal cariño.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">En las comidas y reuniones familiares a la que era invitada, ella intentaba estar siempre cerca de él, esperando (o forzando) la oportunidad de quedar a solas, pero cuando esto sucedía, Gabriel se escabullía, siempre con una sonrisa y una excusa a todas luces inventada.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Magdalena no lo sabía, pero la verdad era que Gabriel se había enamorado de ella y no podía soportar la tensión y la frustración de estar cerca suya sabiendo que no podía (no debía) dar rienda suelta a sus sentimientos.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><br /></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-family: georgia; font-size: medium;"><b>*</b></span></p><p><span style="font-family: georgia;"><br /></span></p><p><span style="font-family: georgia;">El metabolismo del cuerpo de Magdalena, tan delgado y flacucho, no tenía mucha tolerancia al alcohol, así que la joven no necesitó nada más que un vaso de vino durante la comida para embriagarse levemente. Como era costumbre, se trataba de una barbacoa al aire libre, en la parte de atrás del cortijo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">La vivienda era una solitaria estructura rodeada de campos de labranza, bancales de chumberas y un par de pequeños invernaderos. Los vecinos más próximos estaban a unos cinco kilómetros, en el propio pueblo de Luégana, al que se podía llegar dando un agradable paseo de pocos minutos. Era un lugar tranquilo y silencioso, ideal para las escapadas de fin de semana.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Tras la abundante comida la madre y los abuelos de Carla fueron al pueblo a visitar a algunos familiares y vecinos, quedando solamente en el cortijo Carla, Magdalena y Gabriel.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla no era tonta y desde hacía mucho tiempo había advertido el curioso juego que llevaba su amiga. Le parecía algo extravagante y en cierta medida gracioso. En el interín ella le llamaba «La Pervertida» y le gustaba bromear e incitar a Lena: «Mi padre no te quitaba el ojo de encima, ha estado mirándote el culo todo el rato —le decía bromeando—, como te agaches te viola».</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla no le daba demasiada importancia a los juegos de seducción de Lena, y pensaba que tarde o temprano su amiga olvidaría a su padre; así que no se escandalizó cuando Magdalena, al ver que se iban a quedar ellos tres solos allí, le dijo a Carla:</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Hoy me ligo a tu padre.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Estaban en el salón del cortijo, recostadas en un sofá y comiendo un helado, dudando entre echar una siesta o bañarse en la alberca. Era mediodía y hacía muchísimo calor. Gabriel se encontraba fuera, en el porche, leyendo y dormitando al fresco.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—No te rías —dijo Lena dándole un ligera patada Carla—, que lo digo en serio, ¿eh?</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Adelante, todo tuyo, por mí no te cortes. ¡Mira! —Carla señaló a una ventana—, allí lo tienes, corre a por él.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Lena la ignoró y mordisqueó de forma distraída su helado.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Te das cuenta de que si me casase con tu padre tú serías mi hijastra? —dijo Lena mirando hacia su amiga—. ¿Te lo imaginas?</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Si yo fuese tu hija me moriría de hambre porque no tendrías leche —le dijo pellizcándole una de sus pequeñas mamas.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¡Ouch! Quita bicho —protestó Lena dando un manotazo. </span></p><p><span style="font-family: georgia;">Ambas chicas iban ligeras de ropa. Carla era amante de los pantalones de deporte muy cortos y las camisetas holgadas. Lena, en cambio, llevaba un sencillo vestido amarillo que le llegaba por encima de las rodillas; ambas llevaban debajo un bikini de dos piezas.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—En serio, Lena, yo no sé que le ves a mi viejo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Pues que es alto, rubio, con los ojos azules… Además es muy listo y trabaja para el gobierno… —Lena le dio una larga chupada a su helado—, y es muy buena persona.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla negaba con la cabeza mientras reía, pensando por enésima vez que su amiga estaba como una chota.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Si —admitió—, y también es un viejo medio calvo casado con mi madre.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Todo el mundo tiene defectos —dijo Magdalena sin perder el humor.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Luego acabó su helado en dos grandes mordiscos y se miró el escote, recordando lo que había dicho Carla.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Tú crees que por eso no le gusto a tu padre? ¿Por estas dos pellejas? —preguntó tocándose las tetas.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla suspiró.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—No empieces con eso, tía. Y no las llames así, te denigras.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—No, lo digo en serio, Carla. Mira el busto que tiene tu madre. Esta claro que a tu viejo le gustan grandes.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—A todos los hombres le gustan grandes. No te obsesiones con eso.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla remató su helado y se puso en pie.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Hablando de tetas. ¿Vamos a la alberca?</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Lena sonrió mostrando sus encías, toda llena de dientes blancos y con las paletas de conejo resaltando sobre sus labios rojos. Carla y ella habían hablado anteriormente de tomar el sol en topless, aprovechando que no estaban los abuelos. Para Lena era una oportunidad de acercar posiciones con Gabriel, y ya había fantaseado con la posibilidad de pedirle que le diera crema solar.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">En su imaginación, había visualizado a una Carla dormida en el césped de la piscina mientras que ella y Gabriel, de pie, se daban crema mutuamente. Naturalmente ella no pondría ningún reparo en que el maduro y experimentado hombre le manoseara los pechos y le tocara el culo mientras le untaba crema.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Tomaron un par de toallas y salieron al porche.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Gabriel estaba dormido sobre una tumbona, sin camisa, con un viejo libro de bolsillo abierto sobre su enclenque pecho. Era un hombre muy alto y delgado, pero tenía una pequeña barriga de aspecto blando con algunos pelos rubios marcando una vereda que iba desde su ombligo hasta el pecho, donde se extendía en una pradera ensortijada, envolviendo sus tetillas de color rosa.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Su rostro estaba adornado con una leve pelusa rubia, pues llevaba unos días sin afeitar.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Tenía la piel blanca, aunque el sol del verano le había dado un color rosado tirando a rojo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Papá, hey —Carla le despertó con suavidad—, vamos a la piscina, a la alberca vieja. ¿Te vienes?</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Gabriel guiñó los ojos y se quitó las gafas de lectura, mirando a las dos chicas alternativamente. El sol arrancaba destellos rojos y anaranjados al precioso cabello de Lena, nimbando sus rizos con una tenue aureola escarlata. El sencillo y escotado vestido de Lena dejaba al descubierto las clavículas, y por alguna razón a Gabriel le parecieron algo extremadamente erótico.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿No creéis que hace demasiado sol? —Gabriel, cuya piel era muy blanca, conocía bien los riesgos—. Deberíais esperar un par de horas más para que no os dé tan fuerte.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Llevamos protección, Gabriel —dijo Lena enseñándole el bote de crema solar y pensando en su fantasía—, nos la pondremos por <i>toooodo</i> el cuerpo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla puso los ojos en blanco al oír la chapucera insinuación de su amiga, aunque Gabriel no se dio por enterado.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Creo que voy a pasar —dijo sonriendo y volviendo a ponerse las gafas—. Demasiado calor para mi, además, quiero terminar la novela.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Aquello era mentira, pues Gabriel ardía en deseos de acompañarlas. Deseaba con todas sus fuerzas ver el cuerpo de Magdalena semi desnudo, de contemplar su piel bajo la luz del día, de bañarse junto a ella, de tocarla y ser tocado… Y precisamente por eso no podía aceptar. No podría estar a su lado, con su insultante juventud cargada de erotismo y vitalidad, y sentir la impotencia de no poder gozar con libertad de las atenciones que, él estaba seguro de ello, Magdalena deseaba otorgarle.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«Le atraigo</i> —pensó Gabriel—,<i> no sé por qué, pero desde siempre ha sentido un apego especial hacia mí. Sé que quiere más, y yo estoy dispuesto a dárselo, pero… por Dios, tiene la edad de mi hija».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">Y además estaba Rosa, su mujer.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Tened cuidado con el sol —les volvió a recomendar mientras las chicas iban hacia la piscina—, no estéis mucho tiempo fuera de la sombra.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Magdalena se volvió y miró a Gabriel sin ocultar su decepción.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Al menos vendrás más tarde a darte un baño?</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Es posible.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Magdalena sonrió y agitó el bote de loción de forma significativa. Luego acudió a la carrera tras Carla. Gabriel vio como el corto vuelo del vestido dejaba ver el bañador tapando dos huesudas nalgas.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Gabriel se acomodó en la tumbona y dejó el libro en el suelo, cerrando los ojos y fantaseando con Magdalena.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Qué fácil hubiera sido ir con ellas y meterse en el agua juntos. Sabía que Lena se aprovecharía de la situación y se acercaría a él, buscando el contacto físico, tal y como hacia siempre en casa cuando venía de visita. Pero esta vez ella solo iría cubierta por dos finos trozos de tela.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Entre juegos y chapuzones la chica se aprovecharía de él y él de ella. Debajo del agua abría choques, empujones, roces accidentales y caricias fortuitas en zonas delicadas e íntimas…</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Gabriel fue imaginando situaciones cada vez más y más calientes, fantaseando con una Lena atrevida y desinhibida, pero tierna y virginal a la vez.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«Déjalo, Gabriel. No te tortures más».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">Se levantó con decisión y resolvió dar un paseo para liberar tensiones hasta las cañizas de la Tomasa, tirando por la vera de la acequia vieja, un sendero que discurría por un antiguo riachuelo bordeado de altas cañas y juncos. En algunos puntos el agua se estancaba y creaba charcas y pozas de poca profundidad. A veces uno se encontraba con pequeños estanques refrescados y sombreados por los altos cañizares.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Fue primero a la piscina para avisar a las dos chicas a dónde iba. Cuando llegó vio que las dos muchachas estaban con los pechos al aire. Los de su hija eran pequeños, pero pudo apreciar que estaban muy bien formados: dos cúpulas perfectas con una diminuta lenteja en el centro de una pequeña areola rosa.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Los senos de Lena, tal y como Gabriel había vislumbrado en alguna ocasión, eran diminutos, dos pequeñas bolsas con unos pezones muy gordos y unas abultadas areolas que abarcaban casi toda la mama. Los pezones y las areolas eran de un color rosado intenso, casi rojo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Gabriel pudo ver la extrema delgadez de la chica en las visibles costillas y las afiladas caderas. Que él supiera no era anoréxica, pues la había visto comer de todo y en abundancia. Incluso alguna vez le preguntó a Carla, pero ella le aseguró que no, que simplemente ella era así.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">El hombre comenzó a notar el comienzo de una erección, así que carraspeó en voz alta para avisar de su presencia. Carla se incorporó un poco, tapándose ligeramente los pechos con el brazo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Magdalena, en cambio, se puso de pie y Gabriel vio como esos dos pequeños senos vibraban en el aire.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¡Pasa Gabriel! —invitó la chica con alegría.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—No…, gracias. Venía para deciros que voy a dar una vuelta. Iré por donde la acequia vieja, ya sabéis, para las pozas.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Lena hizo un mohín sin ocultar su decepción y volvió a tumbarse. Carla se despidió con un simple «vale».</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Gabriel echó a caminar vestido con un pantalón corto de lino y una camisa blanca de manga corta. También se puso un gorro de pescador para protegerse del sol. Durante el paseo hasta el arroyo intentó no pensar en lo que había visto, pero antes de salir de los terrenos del cortijo ya estaba tan empalmado que sabía que se masturbaría entre las cañas antes de llegar a las pozas.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><br /></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-family: georgia; font-size: medium;">MAGDALENA</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><br /></span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿<span style="font-size: x-large;">L</span>o ves? —dijo Magdalena con tristeza—. Son mis pellejas, que le dan asco. En cuanto las ha visto ha salido corriendo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Tú sí que me estás dando asco —dijo Carla bromeando—. Deja ya de perseguir a mi viejo o te denuncio por acoso.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Tú eres mi mejor amiga —Lena se incorporó sobre un codo para mirar a Carla, que seguía tumbada al sol con los ojos cerrados—. Eres mi más mejor amiga así que quiero que me respondas con sinceridad a una pregunta.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—No —dijo la otra inmediatamente.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Magdalena la ignoró y continuó:</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Si tu padre y yo llegáramos a enrollarnos ¿tú seguirías siendo mi amiga?</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla giró la cabeza y puso un brazo sobre su rostro para hacerse sombra mientras miraba a Lena. El sol estaba pegando fuerte y Carla vio que la pecosa cara de su amiga estaba enrojecida y cubierta de sudor. También se fijó en que lo estaba preguntando en serio.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—No lo sé… —dijo tras pensarlo detenidamente—, creo que sí, que seguiría siendo tu amiga. Probablemente te odiaría (os odiaría) durante un tiempo, pero al final creo que lo aceptaría. Quiero decir que papá es… bueno, papá es papá, pero también es un hombre… ¿No? A ver, si mis padres se separasen y mi viejo se buscase un novia, y esa novia fueses tú, pues no me molestaría. No sé… imagino que aquí el problema es mamá. Creo que si no estuvieran casados no me importaría mucho lo vuestro, pero estando mi madre… Yo lo sentiría como una falta de respeto hacía ella, no sé… Ella te quiere mucho, ¿sabes? </span></p><p><span style="font-family: georgia;">Magdalena no dijo nada y siguió mirando a su amiga un rato, admirando y envidiando los bonitos pechos de Carla. Luego volvió a tumbarse.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Ay —suspiró—, ¿por qué no nos hemos echado un novio como Dios manda, Carla?</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Pues porque tú eres una pervertida acosadora de padres y yo…</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla se interrumpió y dejó la frase en el aire.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Pero Magdalena sabía la razón por la que su amiga no deseaba entablar una relación.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Se lo dijiste a alguien más? —susurró Magdalena.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—No —atajó Carla.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Deberías hacerlo. Deberíamos haberlo hecho.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¡No! Aquello pasó hace casi un año. No hace falta remover más la mierda, ¿vale?</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—No se trata de ti, Carla, se trata de él y de lo que puede llegar a hacer. La gente debería saber cómo es Miguel de verdad.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¡No quiero hablar de él! ¡¿Vale!? Lo que pasó, pasó. Punto.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Lena se incorporó y miró a su amiga con intensidad.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—No podemos dejarlo así, Carla. Casi te mata y… </span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Eso no es cierto —interrumpió Carla negando con la cabeza, aún tumbada sobre la toalla.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Que no? ¿Como puedes decir eso? Si yo no llego a estar ahí él podría…</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¡Joder, que no quiero hablar de eso y se acabó! ¡No quiero! ¿Vale? ¡Déjame en paz!</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Magdalena miró fijamente a su amiga durante unos segundos hasta que se levantó.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Tú ganas —le dijo con evidente enfado—, ya te dejo en paz, cuando tengas ganas de hablar de ello me avisas.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Luego se puso el vestido a toda prisa, dejando el sostén del bikini y las gafas olvidadas en el césped; se calzó y salió del recinto de la piscina sin mirar atrás.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Salió de los terrenos del cortijo buscando la vereda que llevaba a las cañizas de la acequia vieja, caminando deprisa tras los pasos de Gabriel. El enojo se le pasó muy rápido, dando paso al arrepentimiento por haber dejado a su amiga sola.</span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-family: georgia;"><br /></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-family: georgia;">CONTINUARÁ…</span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-family: georgia;">Esperma 14</span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-family: georgia;">(C) 2021 Kain Orange</span></p><div><br /></div>Kain Orangehttp://www.blogger.com/profile/12046312746243884686noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8600867602162970341.post-48262850136336872022021-03-29T22:33:00.006+02:002021-04-02T12:56:05.706+02:00ESPERMA (12)<p style="text-align: center;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"><b> 12.</b></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-family: georgia;"><b><br /></b></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-family: georgia; font-size: medium;"><b>VICTOR</b></span></p><p><span style="font-family: georgia;"><br /></span></p><p><span style="font-family: georgia;"><span style="font-size: x-large;">L</span>a mampara era un modelo estándar de cristal esmerilado y al momento supo que no tendría problemas en encontrar repuesto. Las medidas también eran normales y no habría que hacer algo especial. Prácticamente no tendría que hacer nada, tan solo pedir el cristal a medida con el kit del marco y las bisagras e instalarlo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Aún así, una vez que acabó de tomar notas, revisó bien todo el entorno, buscando grietas en el sellado o defectos en los rieles, y tomando otras medidas por precaución. Tuvo que cerrar parcialmente la puerta del baño, dejándola entornada para poder moverse.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Detrás de la puerta había una canasta con ropa sucia.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«No, Víctor, no empieces con eso».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">Pero el corazón comenzó a bombear muy deprisa dentro de su enorme pecho de barril.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Encima del montón de ropa había una bolsa de malla con el nombre «Carla» impreso en él. Lucía, la exmujer de Víctor, también solía separar sus prendas más delicadas e íntimas en una red parecida para hacer la colada.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Un rubor súbito subió por el cuello de Víctor, encendiendo su cara y provocándole una repentina transpiración. Su corazón parecía que iba a salir volando de un momento a otro.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«No, Víctor. Te van a pillar y te vas a meter en un lío de los gordos».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">El hombre echó un fugaz vistazo a la puerta de Carla, que aún seguía cerrada.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«Ha echado el pestillo. Si decide salir de su cuarto yo oiré el ruido al abrirlo antes de que lo haga».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«Pero no oirás una mierda si cierras del todo la puerta del baño».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">Víctor decidió arriesgarse cerrándola parcialmente, dejando una abertura de unos diez centímetros, para poder oír a esa chica si decidía salir de su cuarto. Además, él estaría oculto tras la puerta del baño y ella no vería nada, a no ser que entrase dentro.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Los latidos de su corazón golpeaban su pecho de tal manera que casi le producía dolor físico; sentía el escroto encogido y su respiración sonaba demasiado fuerte dentro del baño.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Víctor se agachó y abrió la redecilla con dedos temblorosos. Dentro había un par de sábanas apelotonadas. Víctor tomó una y la olió: desprendía un leve aroma a sudor mezclado con un ligerísimo perfume floral. Víctor manoseó la sábana y la acarició con sus barbudas mejillas, oliendo el sudor que había impregnado allí.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Luego tomó la otra sábana y en cuanto la acercó a su rostro sintió un fuerte olor a sexo. Víctor extendió la tela, buscando el origen de ese aroma entre las arrugas hasta que vio dos pequeñas manchas oscuras, apenas dos rastros desvaídos de color rojizo pardusco.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«Sangre».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">Las dos manchitas estaban rodeadas por otra humedad más grande, con pequeños rastros amarillentos y blanquecinos. De allí provenía el fuerte olor a pescado seco y sudor rancio.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Víctor no tenía una verga especialmente grande. Era de longitud media, nada especial, pero el grosor que llegaba a adquirir su pija en erección era algo remarcable, muy por encima de la media.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">En esos momentos le pareció que su polla debía de tener el grosor de una bombona de butano. Oler esas manchas le produjeron un erección bestial y la bragueta apenas pudo contener tanta carne.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Ciego de morbo y lujuria, sin importarle las consecuencias y sin pensar en lo que hacía, Víctor sacó la lengua y lamió todo eso. Había visto a la dueña de esas manchas y la cabeza le daba vueltas con solo pensar en esa chiquilla de aspecto virginal.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Se imaginó el cuerpo menudo y delgadito de piel lechosa, desnudo y cubierto de sudor, deslizándose sobre esa sábana, dejando en ella los efluvios de su joven sexo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Su conciencia le avisaba constantemente de que se detuviera, de que dejara eso, pero no podía.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">No podía dejar de pensar en que el aroma que entraba en su nariz había salido del coñito de esa muchacha, que las manchas de sangre seca que estaba lamiendo eran de la raja de una chica preciosa de ojos castaños y tetitas respingonas.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Estaba a punto de cometer la locura de masturbarse allí mismo cuando algo cayó de entre los pliegues de la sábana. Era un minúsculo pantalón de deporte.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Víctor lo tomó y mucho antes de acercarlo a la cara le llegó el pestazo a coño. El pantaloncito estaba encharcado, sucio e impregnado con los restos aun pegajosos de mucosidades blanquecinas. Olía a orines y a bacalao seco; también tenía varios pelos de coño enredados y apegotonados por el interior.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">El hombre, excitado como pocas veces en su vida, sacó la lengua y lamió todo eso, mareado por el morbo de probar el sabor de las intimidades de Carla. Su lengua arrastró pelitos oscuros, restos resecos y cremosas sustancias, agrías, ácidas y saladas.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Se restregó la prenda por la cara, esnifando y lamiendo con fuerza hasta que abrió la boca y se metió la parte mas sucia dentro para chuparla y morderla, exprimiendo con sus dientes el pantalón para sacarle todo el jugo posible.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Ciego de lujuria, Víctor se sacó la gruesa polla y envolvió el pantalón alrededor de ella, pegando la zona más viscosa en el glande. Después comenzó a masturbarse, lubricando el cipote con los mocos vaginales de esa chiquilla, temblando por el morbo y la tensión ante la posibilidad de ser descubierto.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Con la otra mano agarró la sábana más sucia y se metió en la boca las manchas oscuras, chupando la tela y embriagándose con el rancio sabor y la peste a coño sucio.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Sus enormes dedos estrujaban el apestoso pantalón alrededor del cipote con rabia, frotando como un animal, machacándose el grueso nabo sin cesar.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">La terrible cabeza de su polla, enorme y roja como un fresón, pronto comenzó a chasquear y chapotear, embadurnada con la crema vaginal de la dulce Carla. El movimiento se aceleró y la fricción comenzó a quemarle el tronco del rabo, abultado por las hinchadas venas que lo recorrían.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Víctor, ahogando un terrible gruñido de placer, se corrió como un semental, soltando cuatro o cinco chorrazos espesos de nata líquida dentro de la prenda.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Los espasmos post-orgásmicos casi le hicieron perder el equilibrio y tuvo que apoyarse en la mampara de la ducha con una mano.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«DIOOOOOOOSSS».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">La corrida había sido tan fuerte que le dolía el interior de la polla.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">En ese momento sonó el timbre de la puerta principal. Víctor se guardó la verga dentro de la bragueta a toda prisa, metiendo luego las dos sábanas y el pantalón embadurnado de esperma en la redecilla.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«Un día de estos te vas a buscar la ruina».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">Con el corazón a punto de saltar por su boca, Víctor se recompuso un poco y recogió sus cosas. Por el resquicio de la puerta vio pasar a la chica en dirección al recibidor. Víctor frunció el ceño, extrañado.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«No he oído el ruido del pestillo ni el de la puerta de su dormitorio…».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">Luego echó un último vistazo al baño, confiando en que su semen se secase lo suficiente como para confundirse con las manchas anteriores.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><br /></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-family: georgia; font-size: medium;"><b>CARLA</b></span></p><p><span style="font-family: georgia;"><br /></span></p><p><span style="font-family: georgia;"><span style="font-size: x-large;">C</span>arla no pudo ver todo lo que hizo ese hombre detrás de la puerta del baño, pero sí lo suficiente.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Al principio pensó en salir huyendo a su habitación y llamar a sus padres, a la policía, al ejército… ¡Un pervertido! Ese hombre, al que había dejado pasar libremente a su casa, estaba haciendo algo repugnante, inmoral, depravado… ilegal.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Pero en cuanto vio a ese tiparraco bajándose la bragueta la sensación de irrealidad volvió a golpearla. Era como si lo viera todo desde el punto de vista de otra persona, como si ella no estuviera ahí realmente.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Sintió su corazón latiendo muy deprisa y la boca seca; notó un súbito escozor en las palmas de las manos, que comenzaron a sudar, y en el estómago empezaron a revolotear polillas.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Reflejado en el espejo vio un grueso pene con un diámetro considerable, gordo como un salchichón y surcado de venas hinchadas cómo raíces de árbol. El soberbio trabuco estaba coronado por un glande de aspecto rocoso, macizo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«¡Ve a tu habitación AHORA MISMO!» </i>—pensó su lado más sensato.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Pero en lugar de ello Carla se inclinó hacia un lado y se puso de puntillas, buscando en el espejo una visión más clara de lo que sucedía ahí.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«Antes ese cerdo se ha metido tus sábanas sucias en la boca. ¡Está loco!».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">Pero en seguida su parte más mórbida acalló a esa Carla escandalizada y asustada:</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«Y tú chupaste los kleenex manchados con el semen de tu propio hermano».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">Los latidos de su corazón eran tan fuertes que pensó que le iba a dar un ataque ahí mismo. El miedo, el morbo, la curiosidad… todo eso y mucho más revoloteaba por su cerebro en un confuso caos de sentimientos encontrados.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Cuando ese desconocido comenzó a masturbar su gorda polla con sus pantalones usados Carla sintió un vahído tan fuerte que tuvo que apoyarse en una pared cercana.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«Mi fantasía. Joder. Es mi fantasía».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">Sentía como la sangre le hinchaba la vulva y los labios menores, que palpitaban con gran excitación.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla cerró los ojos.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«Pues que me follaría»</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">Abrió los párpados y dio un paso hacia la puerta. Quería abrirla, pasar dentro y hacer lo mismo que hizo el día anterior con su hermano, pero esta vez ella estaba segura de que ese tío le iba a meter la polla por todos los agujeros que ella quisiese.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Y más. Mucho más.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«Y puede que también te golpee y quiera matarte después. Como hizo Miguel».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">Tras pensar eso Carla retrocedió instintivamente, pero en ese momento escuchó un largo gemido, señal inequívoca de un orgasmo. Carla no pudo resistir la tentación de mirar y vio como la cremosa sustancia de ese hombre se derramaba copiosamente en sus pantalones sucios.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Instantes después sonó el timbre de la puerta.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Se llevó las manos a la boca ahogando un grito mientras su corazón seguía una alocada carrera hacia el infarto.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«Me cago en la puta».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">Fue deprisa hacía la puerta principal y al mirar por la mirilla vio que se trataba de su amiga de la infancia, Lena.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«Gracias a Dios…».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">Respiró profundamente un par de veces para calmarse y abrió la puerta.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Tenemos que hablar —dijo Lena apartando a un lado a Carla y deslizando su anoréxico cuerpo dentro de la vivienda.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Qué haces aquí?</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Necesito hablar contigo, no quiero hacerlo, pero lo necesito —Lena hablaba muy deprisa, gesticulando con las manos mientras se dirigía hacía el cuarto de Carla, seguida por ella.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Espera, Lena. No estoy sola, hay…</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Hola… —dijo Víctor asomando su voluminoso cuerpo fuera del baño.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Estaba visiblemente agitado, con la cara ruborizada y con las sienes y la frente perladas de sudor. Las dos chicas se detuvieron.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Ya he acabado —continuó, mirando alternativamente a Carla y la delgada chica pelirroja que acababa de llegar.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla le miró con el ceño fruncido.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">La chica se encontraba en una disyuntiva. Por un lado ese hombretón desconocido de aspecto rudo y pendenciero le asustaba (siempre le causaron respeto ese tipo de hombres), máxime aún con el recuerdo cercano de lo que le hizo Miguel (un desagradable evento que quería borrar de su mente a toda costa); pero por otro lado estaba muy, muy excitada, porque esa exuberante criatura llena de músculos y grasa era el compendio físico de la mayoría de sus fantasías, acrecentado por el hecho de que aparentemente ambos compartían gustos y fetichismos comunes.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«Además, nadie que tenga unos ojos tan bonitos puede ser malo…» </i>—pero enseguida apartó ese pensamiento tan ridículamente cursi y su lado más precavido prevaleció, decidiendo que ese hombre podía ser un peligro potencial.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Necesita algo más antes de marcharse? —preguntó con antipatía.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Magdalena, miró de arriba abajo al vigoroso y panzudo currante, echándole después a su amiga una mirada cómplice: Lena conocía la morbosa atracción de Carla hacia ese tipo de brutos.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">El hombre carraspeó un par de veces antes de hablar, nervioso.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—No… No necesito nada más, gracias. Tengo… —Se agachó para tomar sus herramientas—, tengo todo lo que necesito.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Al agacharse Carla le miró el escote de su camisa, entreviendo unos abultados pectorales cuadriculados, muy morenos y con mucho vello. Los tendones y músculos de sus brazos se tensaron al levantar la pesada maleta, y Carla también observó que sus enormes bíceps estaban recorridos por algunas venas muy marcadas.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«Su polla también» </i>—recordó sin poder evitarlo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Le daré un presupuesto a tus padres —dijo el contratista—; creo que no habrá problema en poner la puerta nueva.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Víctor sonrío ligeramente y la blancura de sus dientes volvió a resaltar en esa cara llena de pelos enredados.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«Sí, ya hablaré yo con ellos también, cerdo».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Vais arreglar el baño? —intervino Lena—. Ya era hora.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—No sé si llegaremos a arreglarlo —dijo Carla con evidente animosidad—, ya veremos.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">La sonrisa de Víctor vaciló y miró a Carla frunciendo un poco el ceño.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«Sí, marrano, he visto lo que has hecho </i>—pensó mientras se cruzaba de brazos—<i>. Reza para que mis padres no llamen a la policía cuando se lo cuente»</i>.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Es usted roquero o algo por el estilo? —preguntó Lena, mirando divertida las enormes patillas de Víctor.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Eh?… —tartamudeó confuso el hombretón—. No, no… es solo que me gustan así.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Si ha terminado ya puede marcharse —dijo Carla en un tono cortante.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Lena la miró extrañada al oír el tono que estaba usando con ese hombre.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Víctor sostuvo la mirada de Carla, confuso ante ese repentino cambio de humor, tan diferente al del que tenía cuando le abrió la puerta. Al cabo de unos segundos asintió con la cabeza y se despidió.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Si tus padres dan el visto bueno, puede que… que nos veamos mañana.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla no contestó. Le siguió hasta la salida y se aseguró de cerrar la puerta.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Guau… —exclamó Lena gesticulando con la boca—, ¿Qué ha sido eso, tía? Has estado un poco borde con él, ¿no?</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla no tenía intención de contarle a su amiga lo que había visto, al menos no por ahora. Le dolía la cabeza otra vez, estaba conmocionada, alterada… y cachonda. Lo último que necesitaba ahora mismo era a la histriónica de Magdalena dando vueltas a su alrededor.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«No sé a quien pretendes engañar, Carla. Lo que quieres es estar a solas con todo ese esperma y hacerte una paja mientras lo chupas».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿A qué has venido? —preguntó Carla de mal humor, tratando de apartar esas ideas de su cabeza.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Ha pasado algo —dijo Lena mirando muy seria a su amiga a través de unas gafas con mucha graduación—. Necesito contárselo a alguien.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Y por qué no…? —comenzó Carla, pero su amiga la interrumpió agarrándola de los brazos y mirándola con mucha vehemencia.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—No quería decírtelo a ti —Lena comenzó a hablar muy deprisa, aumentando su nerviosismo conforme iba hablando, impidiendo que Carla la interrumpiese—. Tú eres la última persona a la que se lo diría, bueno, quizás no la última, pero sí una de las últimas. Ya sé que eso es raro, porque eres mi mejor amiga y deberías ser tú la primera a la que debería querer decírselo. Pero precisamente porque eres mi mejor amiga no debería hacerlo (ya sé que eso es una incongruencia), pero aunque no compartas los motivos por los que he hecho lo que he hecho, espero que al menos los entiendas y me des un poco de apoyo, porque si no tengo eso no sé que es lo que… </span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¡Vale! Lena, vale. Para un momento, respira y responde: ¿qué te ha pasado, qué es eso que dices que has hecho?</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Me acuesto con tu padre.</span></p><p style="text-align: center;"><b><span style="font-family: georgia;">CONTINUARÁ...</span></b></p><p style="text-align: center;"><span style="font-family: georgia;"><a href="https://erosexmachinae.blogspot.com/2021/04/13.html">ESPERMA 13</a></span></p><p style="text-align: center;"><b><span style="font-family: georgia;">(C)2021 Kain Orange</span></b></p>Kain Orangehttp://www.blogger.com/profile/12046312746243884686noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8600867602162970341.post-77223816207027488652021-03-26T15:36:00.002+01:002021-03-29T22:34:16.514+02:00ESPERMA (11)<p style="text-align: center;"><b><span style="font-family: georgia; font-size: large;"> 11.</span></b></p><p style="text-align: center;"><b><span style="font-family: georgia;"><br /></span></b></p><p style="text-align: center;"><b><span style="font-family: georgia; font-size: medium;">CARLA</span></b></p><p><span style="font-family: georgia;"><br /></span></p><p><span style="font-family: georgia;"><span style="font-size: x-large;">C</span>arla se levantó ligeramente indispuesta. Era lunes y antes de salir de la cama ya sabía que ese día no podría ir a la biblioteca, tal y como tenía previsto.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«Ni a la biblioteca ni a ningún otro sitio»</i> —pensó con amargura.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Aunque era muy temprano sus padres ya se habían ido a trabajar. Le dolía la cabeza y la garganta, y sospechó que la ducha de agua caliente de la tarde anterior fue la culpable.</span></p><p><i><span style="font-family: georgia;">«La ducha y tu costumbre de dormir en pelotas con la ventana abierta».</span></i></p><p><span style="font-family: georgia;">No poder ir a la biblio le molestaba, ya que dentro de pocos días comenzaban las clases y ella necesitaba ponerse las pilas con los estudios.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Tuvo un momento de <i>déjà vu</i> cuando palmeó la mesita que había al lado de su cama para buscar el teléfono móvil y comprobar las notificaciones.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Había un escueto mensaje de Esteban, despidiéndose de ella camino de la universidad.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Su amiga Lena (Magdalena) la esperaba en la biblioteca.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Su madre, que durante la cena anterior estuvo muy rara y apenas comió, le decía algo sobre un fontanero.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Su padre le recordaba lo del regalo para el próximo cumpleaños de mamá.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla ignoró todo aquello. La noche anterior había sido calurosa y salió de la cama en cueros, arrastrando las sábanas empapadas de sudor. Sabía que estaba sola en casa y se paseó desnuda, buscando en el botiquín del baño algo para calmar su incipiente jaqueca.</span></p><p><i><span style="font-family: georgia;">«Paracetamol, Ibuprofeno, Nitroglicerina… Plutonio…, lo que sea».</span></i></p><p><span style="font-family: georgia;">Encontró el Enantyum que usaba su madre para el dolor menstrual y se tragó tres comprimidos. Pensar en la regla le recordó que aún tenía que hacer su colada del día anterior.</span></p><p><i><span style="font-family: georgia;">«Ya habrá tiempo. El año que viene, por ejemplo».</span></i></p><p><span style="font-family: georgia;">Cuando enfermaba siempre se ponía de mal humor.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Antes de salir del baño se miró en el espejo: bajita, delgada, de pechos pequeños, ojos castaños (con ojeras) y cabello por los hombros, también castaño. La piel era blanca y los pelos del chocho oscuros.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«¿Qué vas a hacer con lo de tu hermano, guapa?»</i> —Le preguntó a la jovencita del espejo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Pero aún no tenía una respuesta para eso.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Físicamente Esteban no era su tipo y tampoco es que ella estuviera enamorada de él o algo de eso. Era educado, ordenado, limpio, homosexual y algo misógino. En general era buen tío, aunque tenía un poco de mal genio.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Ella creía tener muy claro que lo que hicieron el día anterior no era nada sentimental, si no algo físico, atávico…</span></p><p><i><span style="font-family: georgia;">«¿Estás segura de todo eso, o simplemente estás tratando de convencerte a ti misma?».</span></i></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla contempló el jovencísimo cuerpo de la chica del espejo y trató de ponerse en la piel de Esteban, recordando lo que hicieron juntos en ese mismo baño la tarde anterior.</span></p><p><i><span style="font-family: georgia;">«Carlo, así me llamó. En su fantasía yo era un chico. Si me permitió tocarle fue porque yo, en su mente, dejé de ser Carla».</span></i></p><p><span style="font-family: georgia;">Hacía calor ahí dentro y la chica del espejo comenzó a transpirar.</span></p><p><i><span style="font-family: georgia;">«Esteban no se excitó por que tú fueras tú, se puso palote porque se inventó una fantasía en la que Carla ni siquiera existía… a pesar de que tú estabas allí mismo, metiéndose su polla en la boca».</span></i></p><p><span style="font-family: georgia;">Un rubor afloró a las mejillas de la chica reflejada.</span></p><p><i><span style="font-family: georgia;">«Tú fuiste un simple medio para lograr un fin, como esos kleenex que robas a tu hermano de vez en cuando».</span></i></p><p><span style="font-family: georgia;">La leve carcajada sonó más bien como un sollozo. La jaqueca aumentó y se llevó una mano a la cabeza.</span></p><p><i><span style="font-family: georgia;">«¿Eso fui ayer? ¿Algo para usar y tirar? ¿Una mala metáfora?, ¿Un pañuelo usado?».</span></i></p><p><span style="font-family: georgia;">Cerró los ojos con fuerza, pues no quería llorar.</span></p><p><i><span style="font-family: georgia;">«Tú también lo usaste a él».</span></i></p><p><span style="font-family: georgia;">Pero Carla sabía que eso no era correcto. Ella disfrutó con Esteban, no con una fantasía imaginaria. Ella gozó con el hecho de chuparle la polla a su hermano, disfrutó con él, el hermano real, y no con un avatar ficticio inventado por su calenturienta imaginación.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«No, eso no es cierto</i> —replicó la chica del espejo—,<i> no disfrutaste con tu hermano. Disfrutaste con una POLLA, independientemente de si era de tu hermano o de cualquier otro. Gozaste por el morbo de meterte un rabo en la boca y tragarte el esperma recién salido de una verga. En esos momentos te hubiera importado una puñetera mierda si esa pija era la de tu hermano, del vecino o del Papa de Roma».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla apretó aún más los párpados, cerrando los puños con los brazos estirados muy pegados a su cuerpo, conteniendo las lágrimas a duras penas y sintiendo como la cabeza le latía con un dolor sordo en las sienes.</span></p><p><i><span style="font-family: georgia;">«Le comiste la polla a tu hermano porque tuviste la oportunidad de hacerlo. Porque la tenías ahí, delante de ti. Se la chupaste de la misma manera que se la hubieras chupado a cualquier otro tío al que tuvieras el valor de ligarte si no fuera por el pánico que te dan los extraños desde que Miguel casi te mata».</span></i></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla no quería seguir escuchando lo que le decía la chica del espejo y se tapó los oídos con las manos.</span></p><p><i><span style="font-family: georgia;">«Si no tienes novio es porque te da miedo de que aquello vuelva a suceder».</span></i></p><p><i><span style="font-family: georgia;">«¡Cállate!».</span></i></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla entró a la ducha y abrió el grifo de golpe, sintiendo el chorro de agua fría como una maza en el rostro, ahogando así sus sollozos.</span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-family: georgia;">*</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Más tarde trató de desayunar, pero el dolor de garganta solo le permitió tomar un poco de zumo. La jaqueca había disminuido, pero se notaba febril y transpiraba constantemente. Para estar cómoda se vistió únicamente con una camiseta que le estaba grande y un pequeño pantalón de deporte.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Trató de distraerse leyendo y estudiando, pero le era imposible concentrarse. La televisión y facebook le dieron aun más dolor de cabeza y al final optó por tumbarse de nuevo en la cama, cacharreando con el smartphone, pero su cabeza siempre daba vueltas al mismo asunto y sus pensamientos volvían irremediablemente a los acontecimientos del día anterior.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Sin poder evitarlo se excitó.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Sea cuales fueran los motivos por los que ella se metió en la ducha con su hermano, era innegable que disfrutó muchísimo con lo que sucedió allí, al menos el tiempo que duró el acto en sí.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">No podía apartar de su cabeza la visión del miembro de Esteban justo antes de entrar en su boca; o la presión que notó en el paladar cuando se la chupaba; o lo caliente que estaba el semen recién ordeñado. Eran tantas y tantas las sensaciones que no era capaz de centrarse en una sola.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">«No puedo creer que estés a punto de hacerte una paja pensando en eso».</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla cada día estaba más convencida de que era una enferma mental, una ninfómana, una pervertida o algo por el estilo, porque todo aquello no podía ser normal.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Su mano ya estaba bajando hacía la entrepierna cuando sonó una notificación en el móvil. Carla le echó un vistazo.</span></p><p><i><span style="font-family: georgia;">«Hablando de pervertidas…»</span></i></p><p><span style="font-family: georgia;">Era su amiga Lena, preguntándole por qué no había ido a la biblioteca. Clara le respondió escuetamente y volvió a tumbarse en la cama con un brazo cruzado sobre el rostro, pensando en su hermano Esteban y en la mamada que ella le hizo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Sin poder evitarlo fantaseó con la posibilidad de repetirlo. Pero esta vez ella llegaría hasta el final, vaya que sí. Se arrodillaría ante él y volvería a meterse la pija en la boca, como ayer, pero esta vez, antes de que ese mariquita se corriese, se metería ella misma la polla por el agujero del coño.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Su hermano pondría el grito en el cielo, pero cuando sintiese alrededor de su pene el estrecho coñito de su virginal hermana, tan apretado y caliente como un ojete, él se la follaría como dios manda.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla trató de imaginar cómo sería sentir su coño llenarse de esperma, cómo sería sentir un cilindro de carne caliente entrando y saliendo, con la cabeza gorda frotándole las paredes internas y ensanchando la vagina a su paso.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla imaginó todas esas cosas y otras muchas más subida a horcajadas sobre una almohada, con el pantalón puesto, frotando su coño contra el cojín adelante y atrás sin cesar, sintiendo como le ardía el conejo debido a la fricción.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Los flujos que rezumaba el pantalón sirvieron para aceitar el constante meneo, manchando la cobertura de la almohada con una sustancia bastante aromática. A Carla le gustaba mucho el olor a bacalao de su chocho y de vez en cuando se mojaba la mano con eso y se la acercaba a la cara para olerlo mejor.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">En su fantasía Carla obligaba a su hermano a comerle la raja mientras ella le insultaba agarrándole de los pelos:</span></p><p><i><span style="font-family: georgia;">«¡Come coño, maricón! Méteme la lengua hasta la barriga y cómete mis meados, sarasa de mierda».</span></i></p><p><span style="font-family: georgia;">Estaba a punto de correrse cuando sonó el timbre de la puerta principal, dejándola con el coño mojado, dolorido y abierto.</span></p><p><i><span style="font-family: georgia;">«Por favor, ahora no».</span></i></p><p><span style="font-family: georgia;">Agarró una faldita corta que tenía por ahí y se la puso por encima del pantalón para ocultar la mancha de la entrepierna. Luego salió descalza de su cuarto y echó un vistazo por la mirilla de la puerta principal.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">En el descansillo había un señor mayor vestido con ropa de trabajo. Era gordo y tenía unas patillas ridículamente grandes que le ocultaban las mejillas. En una de sus enormes manazas tenía una pesada maleta de herramientas. Entonces Carla recordó el mensaje que le había enviado su madre sobre un fontanero.</span></p><p><i><span style="font-family: georgia;">«Mierda».</span></i></p><p><span style="font-family: georgia;"><br /></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-family: georgia; font-size: medium;"><b>Víctor.</b></span></p><p><span style="font-family: georgia;"><br /></span></p><p><span style="font-family: georgia;"><span style="font-size: x-large;">A</span>unque era bastante tarde, Rosa, la mujer que necesitaba una mampara nueva para la ducha, contestó a sus mensajes. Quedaron en que él se pasaría a lo largo de la mañana del día siguiente (lunes) para ver el baño y tomar medidas de la ducha y así hacerle un presupuesto. Ambos se sorprendieron agradablemente cuando descubrieron que eran prácticamente vecinos, puesto que vivían en la misma urbanización, cruzando la calle.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">La sospecha comenzó cuando Víctor vio que la señora vivía en una cuarta planta.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Esa misma noche salió a la calle y contrastó la dirección de esa mujer con la ventana de la octogenaria leprosa con síndrome de Diógenes que tiraba compresas usadas a la calle.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">No había lugar a dudas: eran la misma.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Para cerciorarse contó las ventanas varias veces, comparando la distribución de la fachada con la de su propio bloque de viviendas, gemelo a ese.</span></p><p><i><span style="font-family: georgia;">«Me cago en todo».</span></i></p><p><span style="font-family: georgia;">Víctor se tiró toda la noche elucubrando todo tipo de teorías. Sabía que todo eso de los algodones y la sangre podía tener una explicación lógica y pueril (por ejemplo que los había tirado un niño pequeño), pero por alguna estúpida razón no podía quitarse de la cabeza la idea de una mujer mayor, fea, sucia y con problemas psíquicos allí encerrada, revolcándose en la basura.</span></p><p><i><span style="font-family: georgia;">«Tú eres tonto, tío. En serio, deja de pensar eso».</span></i></p><p><span style="font-family: georgia;">Pero su cabeza se empeñaba en volver a eso una y otra vez y apenas pudo dormir en toda la noche.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Al día siguiente estaba convencido de que al abrirse la puerta se encontraría con una repugnante vieja envuelta en harapos, sucia y apestando a basura podrida, con el cabello revuelto enredado entre restos de comida y rodeada de gatos infestados de parásitos.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">La vivienda sería un horror, un estercolero lleno de inmundicias con las habitaciones atestadas de detritus y bolsas de basura. Y el hedor sería insoportable.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Así que casi no pudo evitar un suspiro de alivio cuando le recibió una muchacha muy joven, limpia y aseada.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Era bajita, (apenas le llegaba al pecho) y era muy bonita. La chica, precavida, no abrió del todo la puerta.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Hola —saludó Víctor—, ¿Está Rosa? Venía por lo de la mampara de la ducha.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">La chica negó con la cabeza, agitando levemente su melena de color castaño.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—No —dijo escuetamente.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Parecía agitada, nerviosa. Se había ruborizado y su rostro encendido contrastaba con el blanco de su piel.</span></p><p><i><span style="font-family: georgia;">«Parece asustada».</span></i></p><p><span style="font-family: georgia;">—Anoche estuve hablando con ella, con Rosa, y me dijo que podría pasarme hoy, para tomar medidas.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Víctor sonrió y el blanco de sus dientes resaltó entre sus pobladas mejillas.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Puedo venir en otro momento —añadió al ver la expresión dubitativa de la chica.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">El hombre se dio cuenta de que la muchacha transpiraba y que unas gotas de sudor perlaban sus sienes y el nacimiento del cuello.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Perdone —dijo al fin la pequeña—, no hay problema. Mi madre me mandó un mensaje. Adelante, por favor.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Gracias —dijo pasando al lado de Carla mientras ésta terminaba de abrir la puerta del todo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Víctor dio unos pasos en el interior de la vivienda y se detuvo en el estrecho recibidor, esperando a que la chica le guiase.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Ella, cabizbaja, pasó a su lado, rozando uno de sus brazos. Víctor no pudo evitar fijarse en que no usaba sostén. La muchacha caminó hacia el baño y el fontanero la siguió. La joven iba descalza y la visión de sus delicados pies caminando sobre el piso le pareció una imagen terriblemente erótica.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Rosa es tu madre? —preguntó Víctor mientras le miraba también el culo a la chica.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">La corta falda resaltaba la perfecta redondez de unas nalgas jóvenes y de aspecto turgente.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Sí, es mi madre. Está… Está trabajando. El baño es éste.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">La voz detonaba nerviosismo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«Tú y tus malditas patillas </i>—pensó Víctor—,<i> que pareces un bandolero piojoso del siglo diecinueve y asustas a todo el mundo».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Gracias.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Víctor sonrió, clavando sus ojos color miel en los de Carla. El hombre vio que eran marrones, con unas pequeñas vetas verdes.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">La muchacha pareció turbarse y su sonrojo aumentó.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Me llamo Víctor, por cierto —dijo ampliando la sonrisa y alzando una enorme manaza cubierta de callos y pequeñas cicatrices.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">La muchacha dudó unos segundos y luego le apretó levemente los dedos.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Carla.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Víctor se ahorró decir algo como «¡qué nombre más bonito!» o cualquier cumplido por el estilo. La chica estaba incómoda, casi parecía indispuesta y sus siguientes palabras lo confirmaron.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Perdone, pero no me encuentro bien —dijo sin acritud—. ¿Necesita alguna cosa?</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—No, no, tranquila —dijo Víctor mientras dejaba las herramientas en el suelo—, solo tomaré medidas. No tardaré mucho.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla asintió y dijo algo en voz baja: «vale».</span></p><p><span style="font-family: georgia;">El robusto hombre contempló a la chica y dedujo que debajo de esa camiseta debía de haber un cuerpo delgado y esbelto, perfectamente proporcionado.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla señaló a una puerta cercana.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Estaré ahí, por si necesita alguna cosa.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Descuida —dijo Víctor agitando una mano frente a él—, tardaré poco. No te molestaré.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla entró a una habitación (Víctor supuso que era su cuarto) y cerró la puerta. Luego escuchó el sonido del pestillo de seguridad interior.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«Chica precavida»</i> —pensó exhalando un suspiro.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Fue entonces, mientras miraba a la puerta cerrada, cuando se dio cuenta de que según la distribución de la vivienda, esa debía de ser la habitación desde donde tiraron los algodones y, quizás, la compresa manchada.</span></p><p><i><span style="font-family: georgia;">«Pero eso no quiere decir que fueran de ella, o que los tirase ella».</span></i></p><p><span style="font-family: georgia;">Aún así…</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Víctor sacudió la cabeza y se centró en el trabajo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><br /></span></p><p style="text-align: center;"><b><span style="font-family: georgia; font-size: medium;">CARLA</span></b></p><p style="text-align: center;"><span style="font-family: georgia;"><br /></span></p><p><span style="font-family: georgia;"><span style="font-size: x-large;">E</span>n el descansillo había un señor mayor vestido con ropa de trabajo. Era gordo y tenía unas patillas ridículamente grandes que le ocultaban las mejillas. En una de sus enormes manazas tenía una pesada maleta de herramientas. Entonces Carla recordó el mensaje que le había enviado su madre sobre un fontanero.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«Mierda»</i>.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla seguía mirando por la mirilla de la puerta, tratando de recordar exactamente qué ponía el mensaje que le envió su madre, sin decidirse aún a abrir la puerta a ese extraño. La verdad que el tío le daba un poco de miedo.</span></p><p><i><span style="font-family: georgia;">«Madre mía, vaya patillas. ¿De dónde ha salido éste tío?».</span></i></p><p><span style="font-family: georgia;">Era un hombre maduro, de unos cincuenta años. Era muy grande, con mucha barriga, un pecho enorme y una espalda grandísima. A pesar de las enormes y ridículas patillas que le cubrían las mejillas su cara no era desagradable.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Aún así Carla solo abrió la puerta unos centímetros.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Hola —dijo el desconocido. Tenía una voz profunda y grave, acorde con ese corpachón—. ¿Está Rosa? Venía por lo de la mampara de la ducha.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">No —dijo Carla.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">La chica se fijó en que el fontanero tenía unos bonitos ojos color ámbar y se ruborizó sin venir a cuento.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Anoche estuve hablando con ella, con Rosa, —dijo Víctor—, y me dijo que podría pasar hoy para tomar medidas.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">El hombre mostró una sonrisa blanca que hizo su mirada aún más cálida, dándole un aspecto más afable.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">De repente, Carla se dio cuenta de que ese tío era el arquetipo de hombre que siempre poblaba sus fantasías más sucias y el corazón comenzó a latirle muy deprisa.</span></p><p><i><span style="font-family: georgia;">«Maduro, rellenito, grande, fuerte… hasta tiene los brazos llenos de pelos… y vaya brazos. Uno de esos es tan grande como mi pierna».</span></i></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla se puso muy nerviosa y el hombre debió de notar algo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Puedo venir en otro momento —dijo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla estaba excitada.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">La paja que ese hombre había interrumpido le había dejado el chocho caliente y húmedo, pero ese tío seguía dándole un poco de miedo, ya que parecía un poco bruto a pesar de tener un rostro agradable y una mirada inteligente. Sea como fuese, la temperatura pareció subir en la entrada de su casa y Carla comenzó a transpirar, sintiendo que también le subía la temperatura por ahí abajo.</span></p><p><i><span style="font-family: georgia;">«Decide de una vez lo que vas a hacer, chica, pero tu madre te va a matar si le dices que no has dejado pasar al fontanero porque te daban miedo sus patillas».</span></i></p><p><span style="font-family: georgia;">—No —dijo al fin—, no hay problema. Mi madre me mandó un mensaje. Adelante, por favor.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Gracias.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla le dio paso y cerró la puerta tras él, mirándolo de arriba abajo con disimulo. Era mucho más alto que ella y tenía una barriga prominente. En realidad todo en él era prominente: los brazos, las piernas, el cuello, la espalda…</span></p><p><span style="font-family: georgia;">A la chica le recordó la caricatura de uno de esos forzudos de circo, con los bigotes retorcidos y unas pesas redondas. O más bien a esos chalados de la lucha libre norteamericana… pero con algo más de grasa y vello por el cuerpo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla pasó delante para enseñarle el baño, pero al cruzarse con él no pudo resistir la tentación de rozar uno de esos brazos, peludos y musculados.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«Estás enferma, tía»</i> —pensó por enésima vez.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Rosa es tu madre? —preguntó Víctor detrás de ella.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Sí, es mi madre.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">De repente recordó que no llevaba sujetador y se puso más nerviosa todavía.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Está… Está trabajando. El baño es éste.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Gracias.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">El hombre sonrió de nuevo y miró a Carla. La chica admiró las arrugas que se extendían desde los bordes de sus ojos, realzando la madurez que había detrás de esa mirada color miel.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Increíblemente el sonrojo de Carla aumentó todavía más.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Me llamo Víctor, por cierto —dijo el hombre ofreciéndole la mano.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Carla —dijo ella apretando apenas la mano de Víctor.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Era una manaza terrible, el doble de grande que la de Carla. Tenía los dedos y las palmas llenas de durezas y pequeñas cicatrices. Las uñas eran irregulares, pero limpias.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">El contacto de esos dedos fue electrificante para ella. En seguida notó el calor y la fortaleza de esa mano ruda y de aspecto fuerte, sintiendo un vacío repentino en el estómago al imaginar esos dedos metiéndose dentro de ella.</span></p><p><i><span style="font-family: georgia;">«Estás enferma, Carla. Este tío podría ser tu padre… qué coño, podría ser tu abuelo».</span></i></p><p><span style="font-family: georgia;">El calor seguía subiendo dentro de su cuerpo y notó cómo la transpiración bajaba de su cuello y se metía entre sus tetas. Eso le recordó otra vez que no llevaba sujetador y que con esa camiseta se le notaba el movimiento de las lolas sueltas, marcando pezones.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Perdone, pero no me encuentro bien —dijo Carla con la idea de volver a su cuarto para cambiarse de ropa—. ¿Necesita alguna cosa?</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—No, no, tranquila, solo tomaré medidas. No tardaré mucho.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Vale —susurró Carla.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">La chica señaló a su puerta.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Estaré ahí, por si necesita alguna cosa.</span></p><p><i><span style="font-family: georgia;">«Mierda, ¿eso ha sonado a invitación?».</span></i></p><p><span style="font-family: georgia;">—Descuida, tardaré poco. No te molestaré.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla entró a su cuarto y echó el pestillo de seguridad, apoyando la espalda en la puerta y cerrando los ojos.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Por su cabeza no hacía nada más que pasar todo tipo de ideas y fantasías en las que ella y ese hombre eran los protagonistas. Tenía el corazón a mil por hora y la jaqueca comenzó a palpitar en sus sienes de nuevo.</span></p><p><i><span style="font-family: georgia;">«Sola en casa con un desconocido… ¿Sabes cuantas películas porno empiezan así?».</span></i></p><p><span style="font-family: georgia;">Al abrir los ojos lo primero que vio fue la almohada encima de su cama, arrugada y húmeda, y le entraron muchas de continuar donde lo había dejado, pero le daba miedo hacer ruido.</span></p><p><i><span style="font-family: georgia;">«Hacer ruido y que ese viejo de cincuenta tacos te oiga haciéndote una paja, que se ponga cachondo y que entre para echarte una mano, ¿no?».</span></i></p><p><i><span style="font-family: georgia;">«Estás enferma».</span></i></p><p><i><span style="font-family: georgia;">«O también podrías salir tú ahí fuera y decirle que tienes ganas de hacer pis, pero que no se preocupe, que no hace falta que interrumpa su trabajo, que no te importa hacerlo delante de él… y de paso que te limpie el coño cuando termines de mear».</span></i></p><p><i><span style="font-family: georgia;">«Para, Carla, no sigas».</span></i></p><p><span style="font-family: georgia;">Pero Carla no podía parar. Sabía que ese viejo grandullón con pinta de bruto estaba a escasos metros de ella, que estaban solos y que si ella lo desease podrían hacer todas las locuras que quisieran.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Su mano bajó y se metió entre sus muslos, tocándose la almeja por encima de la falda y el pantalón corto.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Mientras se tocaba no dejaba de fantasear situaciones morbosas y sucias en las que ese hombre, Víctor, le hacía de todo. Sentía el coño hinchado y mojadísimo; tenía la almeja a punto de estallar y… y se dio cuenta de que realmente tenía ganas de mear.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Eso era un problema, porque a Carla le daba miedo Víctor. Una cosa era fantasear y otra muy distinta la realidad. Y la realidad era que Carla tenía miedo de estar a solas en casa con un desconocido. Aunque ella estaba convencida (casi) de que ese tío era inofensivo, el miedo seguía ahí.</span></p><p><i><span style="font-family: georgia;">«Miguel también parecía inofensivo».</span></i></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla retorció las piernas, aguantándose el pis apoyada aún en la puerta.</span></p><p><i><span style="font-family: georgia;">«Esto es ridículo. Te estabas haciendo un paja pensando en ese hombre, ¿y ahora tienes miedo de salir a mear por culpa suya? ¿En tu propia casa?».</span></i></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla se dio la vuelta y quitó el pestillo despacio, sin hacer ruido.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«Esto es ridículo»</i> —pensó de nuevo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Abrió la puerta unos centímetros y espió el pasillo. La puerta del baño estaba abierta y de ahí le llegaban los sonidos que hacía Víctor trabajando.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla salió sin hacer ruido y fue al otro baño de la casa, que estaba en la otra dirección.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">«Estás en tu casa, tía. Pareces una cría, ese hombre no te va a hacer daño».</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Allí echó una meada rápida tratando de no hacer mucho ruido. Al regresar, vio que la puerta del baño donde estaba el fontanero se había cerrado parcialmente, quedando entornada.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla tuvo otro momento de <i>déjà vu</i>, el segundo de ese día.</span></p><p><i><span style="font-family: georgia;">«Esto es lo mismo que hace dos noches, cuando espié a Esteban».</span></i></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla detectó movimiento por debajo de la puerta y una idea flotó sobre ella: «Puede que él también esté haciendo pis».</span></p><p><span style="font-family: georgia;">La calentura subió por su cuerpo y las palmas de sus manos comenzaron a transpirar.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Se acercó un poco, pero desde su posición solo veía las baldosas de la pared, así que se desplazó a un lado. Al cambiar de ángulo pudo ver parte del espejo, donde se reflejaba a Víctor trabajando detrás de la puerta.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla siguió espiándolo a cierta distancia, con el corazón latiendo a toda prisa en el pecho, fantaseando con la posibilidad de verle la picha a ese hombretón.</span></p><p><i><span style="font-family: georgia;">«Estas enferma, en serio».</span></i></p><p style="text-align: center;"><i><span style="font-family: georgia;"><br /></span></i></p><p style="text-align: center;"><span style="font-family: georgia;"><i>CONTINUA</i><i>RÁ...</i></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-family: georgia;"><i><a href="http://erosexmachinae.blogspot.com/2021/03/esperma-12.html">ESPERMA 12</a></i></span></p><p style="text-align: center;"><i><span style="font-family: georgia;">(c)2021 Kain Orange</span></i></p>Kain Orangehttp://www.blogger.com/profile/12046312746243884686noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8600867602162970341.post-21992598988086621062021-03-24T01:33:00.000+01:002021-03-24T01:33:03.931+01:00ESPERMA (10)<p style="text-align: center;"><b><span style="font-family: georgia; font-size: large;">10.</span></b></p><p style="text-align: center;"><b><span style="font-family: georgia; font-size: medium;">VÍCTOR</span></b></p><p><span style="font-family: georgia;"><br /></span></p><p><span style="font-family: georgia;"><span style="font-size: x-large;">V</span>íctor intentó alcanzar el manguito tras la caldera eléctrica, pero el espacio entre la enorme cuba de metal lacado y la pared del baño era demasiado estrecho. Resoplando por el esfuerzo en mantener una postura incómoda volvió a meter el brazo allí detrás, a ciegas, usando sólo el tacto y la intuición. Sus enormes dedos, fuertes y gordos como salchichas, apresaron el tubo flexible y subieron por él hasta encontrar la válvula de cierre.</span></p><p><i><span style="font-family: georgia;">«Te tengo».</span></i></p><p><span style="font-family: georgia;">Rezó para que el pequeño grifo no estuviese soldado a causa de la cal o el óxido y apretó en el sentido de las agujas del reloj para cortar el suministro de agua hacia la caldera.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">La válvula de corte no se movió ni un milímetro.</span></p><p><i><span style="font-family: georgia;">«Me cago en la puta».</span></i></p><p><span style="font-family: georgia;">Víctor extrajo con dificultad el brazo de allí atrás, masajeándose el voluminoso bíceps para mejorar la circulación. A sus cincuenta años se encontraba en forma. Aunque le sobraban bastantes kilos estaba fuerte y sano, pero el imbécil que colocó el termo no tenía ni puñetera idea, dejando apenas espacio para maniobrar en las tomas de agua. Llevaba más de cuarenta minutos trasteando allí atrás, en un espacio ridículamente estrecho, entre la bañera y un mueble empotrado, con el enorme brazo, grande como un jamón, incrustado en unos escasos centímetros de anchura.</span></p><p><i><span style="font-family: georgia;">«Es la última vez que le hago un favor a alguien».</span></i></p><p><span style="font-family: georgia;">Pero Víctor sabía que se estaba engañando a sí mismo. En cuanto un amigo o conocido le llamase para ayudarle con alguna avería, él no dudaría en acudir. Electricidad, albañilería, fontanería… chapuces y pequeños arreglos (y a veces no tan pequeños), que él aceptaría realizar con un apretón de manos entre bromas y cervezas.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Su ex-mujer nunca soportó esa faceta de él.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Es tu tiempo libre, pero lo usas en trabajar. Cóbralo tal y como harías a un cliente de verdad. Eres demasiado bueno y la gente se aprovecha de ti.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Víctor sabía que ella tenía razón, pero no podía evitar echar un cable a sus amigos.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Mientras rebuscaba en la caja de herramientas pensó que Lucía, su ex, fue una experta en explotar ese carácter bondadoso suyo y que fue ella, precisamente, quien más se aprovechó de él, pero pensar en ella le ponía de mal humor, así que volvió a concentrarse en el trabajo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">El sudor recorría su rostro moreno de mandíbula prominente, una cara ancha y robusta enmarcada por unas enormes patillas que cubrían sus mejillas. Era un estilo que Víctor adoptó cuando vio al personaje de Lobezno en los X-Men, hacía muchos años. Aunque él se parecía más a un baterista de Rock que a Hugh Jackman. Su aspecto a veces asustaba a la gente cuando acudía a hacer algún trabajo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Algunos de sus amigos le llamaban «el Algarrobo», como el viejo bandolero de ficción.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Víctor se rapaba al cero para disimular sus entradas y las canas alrededor de las sienes, lo que le daba aún más aspecto de tipo duro (o eso creía él). Los ojos color miel, inteligentes y cálidos, estaban hundidos bajo unas cejas espesas.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">El cuerpo de Víctor tenía forma de barril, con un pecho amplio y de aspecto poderoso, con una tripa prominente debido en gran parte a los fuertes músculos abdominales que había debajo de la abundante capa de grasa. La palabra robusto le encajaba más que la de gordo. Dedicaba cuatro días a la semana a mover grandes pesos en el gimnasio, pero también le gustaba la buena comida y la cerveza. </span></p><p><span style="font-family: georgia;">Víctor pensó que en esos momentos le vendría bien una. Estaba harto de destrozarse el hombro ahí detrás.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Llevaba puestos unos recios vaqueros de trabajo y una ligera camiseta blanca, sucia y deshilachada de tantas veces que la había usado. Era una de sus favoritas porque le encantaba la forma en la que las cortas mangas se ceñían alrededor de sus gordos brazos, realzando sus hinchados bíceps y tríceps.</span></p><p><i><span style="font-family: georgia;">«Sí, nenas, mirad qué fuerte estoy».</span></i></p><p><span style="font-family: georgia;">Mientras cerraba la válvula, desconectaba los manguitos y vaciaba la caldera de agua, pensó en los favores y regalos que a veces le hacían sus amigos a cambio de sus servicios, aunque él nunca pedía nada a cambio; él decía que lo hacía por ayudar, y era cierto.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—De tan bueno que eres pareces tonto —decía su ex.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">En alguna parte del lujoso dúplex en el que estaba trabajando se escuchaba el sonido de un televisor y el trajín de una cocina. Víctor estaba allí haciéndole un favor a un amigo común de los dueños de esa casa, dueños a los que él no conocía de nada, y se sorprendió gratamente al conocer a la hermosa mujer que le abrió la puerta aquella mañana de domingo. Era una joven de treinta y tantos muy educada y muy guapa, que estaba preparando el almuerzo mientras el marido estaba con los niños de compras en un centro comercial.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Para Víctor, este tipo de situaciones siempre le parecieron el inicio de un mal guión para una película porno.</span></p><p><i><span style="font-family: georgia;">«La señora de la casa se queda a solas con el fontanero y éste acaba desatascando las cañerías de la parienta».</span></i></p><p><span style="font-family: georgia;">Lo gracioso es que era un guión que a veces se hacía realidad.</span></p><p><i><span style="font-family: georgia;">«No me importaría que se hiciera realidad con la señora de esta casa».</span></i></p><p><span style="font-family: georgia;">Era una señora muy hermosa.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">El termo seguía vaciándose y Víctor cambió el cubo mientras pensaba en la mujer que le había abierto la puerta: una morenaza de tetas grandes y con una figura llena de curvas. Una tía cañón embutida en un ligero vestido de verano, mostrando las largas y morenas piernas. A Víctor no le costaría mucho trabajo fantasear con ella.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">«Probablemente lo haga esta noche».</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Víctor torció un poco el gesto al pensar en eso.</span></p><p><i><span style="font-family: georgia;">«Mira en lo que te has convertido, chaval, en un pobre viejo cincuentón cuya mayor aspiración sexual es fantasear con una madre mientras se hace una paja a solas».</span></i></p><p><span style="font-family: georgia;">Víctor se encogió de hombros.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«Mejor solo que mal acompañado» </i>—pensó recordando a la bruja de Lucía.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Unos pasos le advirtieron de que alguien se acercaba por el pasillo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Perdone —dijo una voz femenina tras él—, voy a salir un momento, ¿necesita algo?</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Víctor estuvo a punto de decir: «sí, una mamada», pero en lugar de eso dijo que no, que no tardaría mucho en terminar.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Bien —dijo la dueña de la casa sonriendo—. En la cocina hay agua fresca. Si lo desea también puede tomar cerveza fría del frigorífico.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Muchas gracias, puede que acepte una —Víctor no pudo evitar mirarle los pechos. Había mucho que mirar.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Por favor, no tenga reparos en tomar las que desee. Le estamos muy agradecidos por haberse tomado la molestia en venir un domingo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—No hay por qué darlas. Juanjo y yo nos conocemos desde hace mucho y ya sabe lo que se dice: los amigos de mis amigos también son mis amigos.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">La chica, cuyo nombre Víctor había olvidado, asintió mostrando su blanquísima dentadura en una amplia sonrisa.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—No le molesto más.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Víctor alzó un brazo en señal de despedida y admiró el contoneo de las generosas nalgas de la mujer mientras se iba por el pasillo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Cuando la mujer salió de la casa Víctor salió del baño y fue en busca del dormitorio principal. Una vez allí abrió los cajones de los distintos muebles hasta encontrar la ropa interior de la mujer. Durante varios minutos admiró las delicadas prendas, oliendo y acariciando la suave tela de las bragas, sobando la parte interior de los sujetadores de grandes copas y lamiendo el forro interno de las tangas.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">En el fondo del cajón descubrió un dildo y Víctor también lo olió y manoseó durante un rato, tratando de imaginarse el coño de esa mujer perforado por el cilindro de goma.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Cuando acabó tuvo especial cuidado en dejar todo exactamente tal y como lo encontró. Dentro del amplio dormitorio había un cuarto de baño y Víctor entró allí también. Al lado de la puerta había un cesto de mimbre para la ropa sucia.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«Eres un guarro»</i> —pensó mientras lo abría.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Sabía que lo que hacía no estaba bien. Sabía que era una guarrada, incluso sospechaba que podría ser un delito, pero no podía evitarlo. También sabía que había ciertos riesgos sanitarios, pero la morbosidad que recorría su voluminosos cuerpo en esos momentos le cegaban la razón.</span></p><p><i><span style="font-family: georgia;">«Estás enfermo Víctor. Das pena. Mira en lo que te has convertido. En un puto viejo pervertido. Por Dios, no necesitas esta mierda. Busca una novia, joder, que aún eres joven».</span></i></p><p><span style="font-family: georgia;">Mientras pensaba en todo eso su mano había estado rebuscando en el cesto de mimbre. Apenas había ropa dentro, pero la que encontró le puso el corazón a mil.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Víctor extrajo unas braguitas blancas de algodón. Unas sencillas, sin encajes, con el dibujo de un lazo por delante. También había ropa de hombre, que no tocó, y un sujetador. Víctor buscó el forro interno de las bragas y vio una mancha amarilla que desprendía bastante olor a coño. También había algunos pelos diminutos enroscados en la delicada prenda. </span></p><p><span style="font-family: georgia;">Víctor olió la mancha y luego le pasó la lengua varias veces pensando en el cuerpazo de esa hermosa mujer.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Le hubiera gustado masturbarse, pero había perdido demasiado tiempo. Antes de regresar al trabajo echó un vistazo al interior del sostén. Tenía ligeras manchas de sudor y dos pequeños círculos de humedad secos en el centro de ambas copas, allí donde los pezones habían dejado un poco de líquido.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Dejó todo tal y como lo encontró y regresó junto a la caldera, excitado y empalmadísimo, aunque antes pasó por la cocina y se hizo con un par de latas de cerveza.</span></p><p><i><span style="font-family: georgia;">«En serio, tío, das asco y das pena. Eres patético».</span></i></p><p><span style="font-family: georgia;">Sabía que en cuanto llegase a su casa se haría una paja pensando en esa cesta de mimbre. También sabía que después de correrse la depresión post-orgasmo le haría arrepentirse de lo que había hecho y se sentiría como una mierda. Pero también sabía que se le pasaría en seguida y que a la primera oportunidad volvería a hacerlo de nuevo.</span></p><p><i><span style="font-family: georgia;">«Búscate una mujer, Víctor. Haz como Manuel y busca .una en un puticlub, la sacas de la prostitución y te casas con ella. Te hartarías de oler coño y dejarías de esnifar las bragas meadas de estas buenas mujeres».</span></i></p><p><span style="font-family: georgia;">Víctor se bebió la primera lata de un trago y luego abrió la segunda. A veces Víctor odiaba a Víctor, sobre todo cuando se ponía a sermonearlo de esa manera.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">«Eres atractivo, tío. Aféitate esas patillas de mierda, deja la cerveza y haz tres días de cardio a la semana para bajar esa tripa. En tres meses parecerás el puto Dwayne Johnson de los huevos y tendrás todos los chochos que quieras. ¿Qué coño te ha pasado tío? Antes te encantaba salir de ligoteo».</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Víctor estrujó la segunda lata, vacía, y soltó un potente eructo. Luego pasó los enormes brazos alrededor del pesado termo y tanteó el peso. Aún quedaba algo de agua dentro.</span></p><p><i><span style="font-family: georgia;">«Lucía. La puñetera Lucía. Eso es lo que me ha pasado».</span></i></p><p><span style="font-family: georgia;">Víctor aún seguía empalmado, con el grueso rabo estirando la tela de los vaqueros, cuando la puerta de la casa se abrió y entró la mujer anunciando su llegada. Cuando la chica entró al baño él no hizo nada para ocultar su abultada bragueta.</span></p><p><i><span style="font-family: georgia;">«Si la ve mejor para ella».</span></i></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Todo bien por aquí? —preguntó la chica con una sonrisa.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Sí. En seguida acabo —Víctor señaló las dos latas arrugadas en el suelo, al lado de las herramientas—. Me tomé la libertad de tomar un par de esas.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Por supuesto —la mujer se inclinó para tomar las latas y le regaló al fontanero una gloriosa vista de sus dos ubres colgando dentro del escote—. ¿No quiere quedarse a comer? Mi marido no tardará en venir.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">«Me quedaría a comer coño. El tuyo, claro».</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—No, gracias. No puedo. He quedado —mintió.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Muy bien, como desee.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">La mujer miró atentamente a Víctor sin dejar de sonreír.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Me gusta tu estilo —dijo la mujer señalando el rostro de Víctor—. Me gustan tus patillas.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Y a mi las tuyas —replicó Víctor absurdamente.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">La mujer regresó a la cocina entre carcajadas y lo dejó confuso y empalmado.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Víctor terminó el trabajo justo cuando llegó el marido acompañado de dos criaturas de corta edad. El hombre insistió en que se quedase a comer, pero Víctor rechazó la oferta con una excusa inventada. El tipo parecía algo nervioso, probablemente dudaba sobre como devolverle el favor por el cambio de caldera. Víctor se despidió y les dejó una tarjeta, por si tenían algún problema con el termo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">También dejo caer entre líneas que podrían hablar de él si algún conocido necesitaba algún trabajo de reparación. Darle publicidad sería una forma de devolverle el favor.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Antes de salir de la casa la mujer le sorprendió dándole dos besos en las pobladas mejillas. Al hacerlo sus prominentes pechos rozaron a Víctor y el recuerdo de ese contacto le acompañó durante todo el día.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">A Víctor le hubiera gustado detenerse en algún bar a tapear, pero Tobías, el viejo bulldog francés medio ciego que le dejó su exmujer, le esperaba en casa y estaría desesperado por salir a la calle.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Vivía en una vieja urbanización de grandes bloques de viviendas familiares, rodeados de parques y jardines que a esa hora estaban llenos de familias paseando, jugando bajo la sombra de los árboles o tomando el sol en el césped, disfrutando en general de un hermoso domingo de finales de verano.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">«Tú podrías estar ahí —pensó Víctor mientras circulaba despacio buscando un sitio donde aparcar la furgoneta a la sombra—. Tú podrías haber estado ahí, con Lucía, Fabio y el puto Tobías».</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Sí, una familia feliz.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Fabio era el hijo de Lucía, producto de una relación anterior. El chaval nunca se acostumbró a llamarlo papá y siempre le llamó por su nombre de pila o, más frecuentemente, «tío».</span></p><p><span style="font-family: georgia;">«Eh, tío, pásame el ketchup. Eh, tío, ¿qué me vas a regalar por navidad? Eh, tío, dame dinero para el finde. Eh, tío, ¿me das algo para tabaco?».</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Víctor lo intentó, bien lo sabe Dios; intentó llegar a él, intentó guiarlo y educarlo; mostrarle las opciones que le daba la vida y aprender a distinguir aquellas que realmente podían dañarlo, a él y a su entorno. Lo intentó, pero siempre estaba Lucía en medio, desbaratando y tergiversándolo todo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">«Eres un libro lleno de clichés, Víctor: el fontanero follamadres y la bruja de su exmujer malcriando a su hijastro. ¿Ahora viene la parte en la que culpas a ella de todo lo malo que te ha pasado en la vida?».</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Víctor a veces odiaba a Víctor.</span></p><p style="text-align: center;"><b><span style="font-family: georgia;">*</span></b></p><p><span style="font-family: georgia;">El viejo Tobías no le recibió en la puerta, pero al menos se dignó a levantar el rabo un par de veces cuando Víctor lo llamó por su nombre. El chucho era un pequeño bulldog francés cruzado con… bueno… cruzado con algún otro tipo de perro. Al menos Víctor esperaba que fuese un perro, aunque muchas veces lo dudaba.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">El feo animal sufría de cataratas y su torpeza aumentaba día tras día, pero al menos el chucho podía moverse bastante bien y no hacía sus cosas fuera de lugar.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">«Hora de las cacas».</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Cuando fue al rincón de Tobías descubrió consternado los restos de una gasa de algodón desperdigados por el suelo. Eran los restos de la compresa manchada de sangre que Tobías se encontró en la calle la madrugada anterior.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Aquella noche Víctor no podía dormir a causa del calor y decidió sacar al perro para relajarse un poco. El chucho se encontró con la compresa en mitad de la acera, cerca de una farola, justo en el bloque de enfrente de dónde ellos vivían.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">En cuanto Tobías mordió la gasa Víctor supo que no habría forma humana de que el puñetero bicho abriera la boca. Mientras lo intentaba algo cayó cerca de él.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Durante un instante pensó que era un copo de nieve, pero momentos después cayeron algunos más y Víctor reconoció que eran algodones. Se agachó para coger uno y vio que estaba manchado de sangre. </span></p><p><span style="font-family: georgia;">Lo soltó en seguida totalmente asqueado y luego miró hacía arriba, buscando la ventana por donde habían tirado los algodones. Fue desde una cuarta planta y Víctor contó las ventanas y balcones para tratar de localizar al dueño de semejante asquerosidad. El bloque era gemelo al suyo, perteneciente a la misma urbanización, y sabía que podía localizar el piso exacto fijándose en la distribución de su propio bloque.</span></p><p><i><span style="font-family: georgia;">«Hay que ser cerdo, joder».</span></i></p><p><span style="font-family: georgia;">Entonces vio a Tobías y la «presa» que aún tenía en la boca.</span></p><p><i><span style="font-family: georgia;">«¿Serán de la misma persona, los algodones y la compresa? ¿Será la misma sangre… del mismo sitio?».</span></i></p><p><span style="font-family: georgia;">Era asqueroso.</span></p><p><i><span style="font-family: georgia;">«¿Quien tira a la calle compresas usadas? Una enferma mental, obviamente. Y además debe ser muy marrana».</span></i></p><p><span style="font-family: georgia;">De repente asoció esas cosas con una perturbada, una pobre infeliz con síndrome de diógenes, una señora mayor al borde de la menopausia, encerrada con su propia basura, rodeada de inmundicias y tirando su regla por la ventana.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Víctor quería quitarle a Tobías la compresa que tenía en la boca porque no podía soportar que esa… esa cosa, hubiera estado entre los muslos de una señora enferma y repulsiva, pero no hubo manera de que el estúpido perro soltara la compresa.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Hasta ahora.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">El chucho se había dedicado toda la mañana a mordisquear la tela y ahora tenía el salón lleno de restos desperdigados.</span></p><p><i><span style="font-family: georgia;">«Ojalá te haya contagiado la lepra».</span></i></p><p><span style="font-family: georgia;"><br /></span></p><p><span style="font-family: georgia;">Ya era noche cerrada cuando la hermosa mujer de esa mañana le llamó por teléfono.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Durante unos momentos Víctor tuvo la esperanza de que le fuera a hacer una proposición indecente, pero ella tan solo le llamaba porque una amiga suya necesitaba un contratista de confianza.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Ahora mismo mi amiga no está en la ciudad —dijo la mujer—, pero puedo darle su número.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Claro —respondió Víctor un poco alicaído: había tenido la esperanza de que la mujer se pusiera a decirle guarradas por teléfono—. ¿Sabe de qué se trata?</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Sí, es algo sobre una ducha. Una mampara de cristal a la que le falta una puerta.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—De acuerdo, deme su teléfono y me pondré en contacto con ella.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><br /></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-family: georgia;">CONTINUARÁ.</span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-family: georgia;">(C)2021 Kain Orange</span></p><p><br /></p>Kain Orangehttp://www.blogger.com/profile/12046312746243884686noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8600867602162970341.post-72443391797974729222021-03-19T10:54:00.006+01:002021-03-24T02:44:30.007+01:00ESPERMA (9)<p style="text-align: center;"><b><span style="font-family: georgia; font-size: large;">9. </span></b></p><p style="text-align: center;"><b><span style="font-family: georgia; font-size: medium;">Rosa y Mariola.</span></b></p><p><span style="font-family: georgia;"><br /></span></p><p><span style="font-family: georgia;"><span style="font-size: x-large;">M</span>ariola atrapó el rubicundo rostro de Rosa con ambas manos y la besó en los labios. Rosa, dubitativa al principio, terminó por aceptar el beso, flotando en un mar de sensaciones olvidadas, sintiendo el angosto cuerpo de Mariola apretándose contra ella, captando la tibieza que desprendía su piel a través de la ropa. Ambas abrieron la boca al unísono, arrojándose el aliento una dentro de la otra, seguidas por las lenguas, que no tardaron en enzarzarse en una lucha llena de saliva, suspiros y jadeos entrecortados.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Cuando Mariola se apartó el cuerpo de Rosa parecía hecho de gelatina: toda ella temblaba, agitada y conmovida por las oleadas de excitación que le llegaban desde el bajo vientre, erizándole la piel.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Hacemos «teatro»? —susurró Mariola mientras tomaba las viejas páginas pornográficas, recordando el antiguo juego que practicaban siendo adolescentes.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">La carcajada de Rosa iba cargada de nerviosismo y excitación a partes iguales, pero asintió con la cabeza, incapaz de pronunciar una sola palabra, pues aún estaba conmocionada por haber sentido una vez más la boca de Mariola entre sus labios después de treinta años de separación.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«¿Cómo he podido vivir treinta años sin ella?».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">Mariola le mostró las páginas a Rosa, señalando con un dedo largo y sensual la primera fotografía: dos chicas desnudándose mutuamente.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Rosa aceptó, nerviosa y preocupada por la reacción de Mariola cuando la viese desnuda, pues sentía vergüenza de sus gordas y rollizas carnes. Aún así, no puso ningún reparo cuando su amiga se acercó a ella y comenzó a desabrochar los botones de la blusa uno a uno. Cuando acabó, le abrió la prenda y dejó que ésta cayese al suelo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Estoy gorda —dijo con sencillez Rosa, sin saber por qué.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Los ojos de Mariola recorrieron el cuerpo de su amiga: los grandes pechos, encerrados en un enorme sostén; el abultado vientre, pálido y de aspecto turgente; las voluptuosas caderas, anchas y en forma de pera…</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Eres preciosa —jadeó Mariola antes de continuar desnudándola, desabrochando el sujetador y liberando los senos de su amiga, que cayeron sobre la curva de su vientre con los cilíndricos pezones apuntando hacia abajo, rodeados de una extensa e irregular areola de color oscuro.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Mariola se agachó y le quitó las zapatillas de deporte y los calcetines. Luego agarró el borde de los leggings y los deslizó por los grandes muslos hasta sacarlos por los pies. Mariola se sintió halagada al ver la leve mancha de humedad que había en la parte interna.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Luego le quitó la última prenda mirando en todo momento a su amiga a los ojos, bajándole las bragas con la cabeza alzada para no perder el contacto visual en ningún momento. Después dio un paso atrás y contempló el cuerpo de la avergonzada Rosa durante una eternidad, dejando que las sucesivas oleadas de lujuria y deseo recorrieran su vientre.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">En esa mirada Rosa detectó una verdad incontestable:</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«Me desea. Me desea como nadie me ha deseado jamás en toda mi vida».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Te toca —susurró Mariola.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Rosa, agitada por la excitación y el bochorno que le producía el estar totalmente desnuda frente a Mariola, se acercó a ella y colocó las manos sobre sus hombros, deslizando las mangas del vestido y bajando el amplio escote hasta la cintura. Los diminutos pechos de Mariola quedaron expuestos. Eran dos simples montículos blancos en cuyo centro despuntaban dos pezones de color carmesí, rodeados de una pequeña areola rosada.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Rosa continuó deslizando la sencilla prenda hacia abajo, liberando los brazos de Mariola. Su amiga era tan delgada que la parte superior del vestido pasó sin dificultad por las caderas, cayendo por las piernas hasta llegar al suelo. Cuando Rosa se agachó para quitarle las zapatillas no pudo evitar mirarle el sexo: la vulva era una simple hendidura de labios rosados, con un precioso tapiz ensortijado de color tostado en el monte de venus.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Rosa sintió envidia de ese cuerpo de vientre plano y piernas torneadas.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Mariola se giró levemente para tomar la página con las fotos, enseñándole de paso las nalgas a su amiga.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Segunda —dijo mostrando a las dos modelos besándose entre caricias.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Esa era fácil —recordó Rosa.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Mariola tomó a su amiga de las mejillas y la besó de nuevo, apretando su cuerpo desnudo contra ella.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">De repente el tiempo dejó de existir y el resto del mundo desapareció para las dos amantes. Sintieron la desnudez de sus cuerpos pegados uno contra el otro y comenzaron a moverse al unísono, restregándose una contra la otra, abrazándose y palpando sus carnes mutuamente sin dejar de besarse.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Los gemidos llenaron el viejo salón y el perfume sexual que desprendían sus cuerpos las envolvió. La transpiración se convirtió en sudor y en pocos minutos estuvieron cubiertas por una pátina oleosa que favoreció la fricción de sus cuerpos.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Las caricias eran cada vez más atrevidas y las manos acudían sin remedio a las zonas prohibidas por el juego.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Aún no… —gimió Mariola al sentir los dedos de Rosa entre sus muslos—, aún no…</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Rosa la ignoró y le tocó las delicadas carnes que asomaban fuera de su vulva.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—No… —dijo Mariola mientras se apartaba de ella—, aún no.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Una vez más tomó la página y mostró la tercera fotografía: una chica morena abriendo su sexo para recibir la lengua de su compañera, de cabellos rubios.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«¿Por qué estamos jugando a esto, Mariola? </i>—pensó fugazmente Rosa—. <i>Ya somos adultas, no necesitamos estos juegos».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">Pero en seguida supo la respuesta:<i> «Porque puede que esta sea la última vez que estemos juntas, y este juego es el último vínculo que nos queda de aquellos años».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Sí —dijo Rosa jadeando—. Sigamos.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Mariola sonrió y Rosa quiso morir de amor al ver de nuevo los dos hoyuelos formarse en las comisuras de sus labios.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Ahí —dijo Mariola señalando el sofá.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Rosa movió su desnudez hasta el viejo sofá y Mariola contempló cómo se balanceaban sus posaderas, grandes y con celulitis, pero con unas redondeces muy bien marcadas, resultado de años de duro trabajo y largas caminatas en el pueblo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Rosa se acomodó en el sofá y se abrió de piernas ante Mariola, ruborizándose una vez más sin poder evitarlo, consciente de que su sexo, tras dos partos, también había sufrido cambios. Luego se separó los labios menores, tal y como indicaba la fotografía.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"> A su memoria le vino el recuerdo de una Rosa muchísimo más joven, tumbada sobre una vieja toalla a la sombra de un cañaveral, oculta entre acequias y riachuelos lodosos, esperando con los ojos cerrados y las piernas abiertas.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Mariola se arrodilló ante ella y sus diminutos senos vibraron al hacerlo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—He tenido hijos —dijo Rosa nuevamente de forma absurda.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">El comentario era tan bobo que ambas se echaron a reír, liberando un poco la tensión sexual que había entre ellas.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Eres preciosa —dijo Mariola mientras posaba sus labios en el monte de venus.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Rosa mantuvo los labios internos estirados, tal y como aparecía la modelo de la foto, facilitando el acceso a su amante y mostrando el intrincado interior, lleno de recovecos y carnosos laberintos; pero Mariola ignoró la palpitante abertura que le ofrecía su amiga y se dedicó a lamerle los pelos del coño, espesos y negros como la noche.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Le gustaba chuparlos, atraparlos con los dientes y tirar de ellos, proporcionando a Rosa un dolor de indescriptible placer. La dilatada raja rezumaba líquidos que corrían hacía abajo, impulsados por espasmos vaginales que Mariola sentía en su lengua como pequeños temblores.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Por favor… —suplicó Rosa.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Mariola atendió el ruego y metió su lengua en el interior, lamiendo la hinchada raja desde abajo hacía arriba, una y otra vez, recogiendo todo lo que expulsaba Rosa por ahí.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Mariola, inevitablemente, comparó la madurez de ese sexo con aquel otro virginal que tantas veces lamió a escondidas. Seguía siendo abultado y carnoso, rodeado de vello y con la incipiente alubia de color bermellón asomando por la parte superior de la raja.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Pero el interior era más enrevesado, más rugoso, más distendido… repleto de tiernos secretos que vibraban bajo las caricias de su lengua.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">El aroma almizclado que apestaba esa cavidad flotó sobre el rostro de Mariola, aumentando su lujuria y despertando su deseo de volver a saborear la protuberancia carnosa que latía bajo la arrugada caperuza.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Los labios atraparon el tieso clítoris de Rosa y los jadeos de su voluptuosa amiga se transformaron en gemidos, y estos, en gritos.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Los espasmos dilataron aún más la vagina, exhibiendo ante Mariola el estrecho agujero de la uretra y el comienzo del cuello uterino, anegados ambos de flujo. Mariola introdujo allí sus dedos sin dejar de absorberle el dolorido botón, perforando las carnes íntimas con exasperante lentitud, una y otra vez, sin descanso, girando la muñeca y rotando los dedos dentro del coño.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Entonces el juego se rompió y ambas olvidaron las infantiles normas y reglas, dejándose llevar al fin por el deseo pasional de su experimentada madurez.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Rosa sujetó la muñeca de su amiga y la obligó a que profundizase aún más, tirando con fuerza para que le taladrase el agujero del coño lo más hondo posible, percibiendo al poco tiempo cómo los dedos de su amiga alcanzaban el útero.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">La otra mano libre se paseó por el delgado pecho de Mariola, jugando con los gruesos pezones de ésta, puntiagudos y erectos, apretándolos hasta que dolor y placer se mezclaron en los sentidos de Mariola, proyectando corrientes de éxtasis desde sus pequeños pechos hasta su coño.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">De repente el cuerpo de Rosa se agitó y los pliegues de sus caderas temblaron cuando le sobrevino el potente orgasmo, derramando pequeños chorros sobre el brazo y la cara de Mariola.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Ésta extrajo la mano empapada y se subió a horcajadas sobre uno de los grandes y carnosos muslos, aplastando su vulva en las celulíticas carnes cubiertas de sudor, friccionando su coño adelante y atrás mientras sostenía el rubicundo rostro de Rosa con ambas manos para besarla, tragándose los últimos gemidos de su orgasmo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Te amo —le dijo con la boca pegada a la suya—. Te amo, te amo, te amo… —repetía una y otra vez sin dejar de restregar la viscosa almeja contra la pierna, besándole los labios sin cesar.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">El cabello rubio de Mariola cubrió sus rostros como una cortina de hilos dorados, pegándose a sus mejillas empapadas de sudor y lágrimas.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Rosa atrapó la cintura de Mariola: era tan delgada que casi podía abarcarla completamente con sus manos. Luego la guió para que ambas amantes pudieran acoplarse cómodamente sobre el viejo sofá, entrelazando sus muslos para que sus sexos se tocasen mutuamente.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Mariola quedó en una posición elevada, con el coño profundamente hundido en la encharcada y mullida vulva de Rosa, tratando de introducirse la gorda pepita de su amiga en el coño.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Los chochos resbalaron uno contra el otro, aceitados con el viscoso flujo que salía de sus rajas.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Mariola, experta en estas lides, se movía como una serpiente, arqueando su espalda y moviendo su cadera adelante y atrás, restregando los cartilaginosos labios de su apretado coño contra la peluda almeja de Rosa, gozando con la sensación que le producían esos pelos refregándose en su papo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Cuando se separaban, las mucosidades colgaban de sus labios internos, creando un viscoso puente entre las dos almejas. Rosa recogía esos flujos con la mano y se los daba a Mariola para que los chupase. El sabor de sus jugos íntimos la catapultó a un intenso orgasmo, meándose literalmente en el coño y en la barriga de Rosa.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Dámelo… —suplicó la voluptuosa amante—, dámelo todo…</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Mariola despegó su sexo de la otra raja y la restregó por el cuerpo de Rosa, subiendo hasta colocarse a horcajadas sobre su cabeza, aplastando el coño en su cara, abriéndose su estrecho agujero para que su amante gozase con el sabor de su corrida.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Era el primer coño que Rosa se comía en treinta años y el fortísimo olor que desprendían los bajos de su amiga la marearon y la ascendieron a una maravillosa nube.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Cómetelo, cariño… —le suplicó Mariola en un susurro, estirándose los labios menores—. Vamos, tesoro, cómetelo… </span></p><p><span style="font-family: georgia;">Rosa le chupó las babas que le salían de allí y se atiborró de flujos calientes, metiéndose después en la boca los colgantes labios de ese hermoso mejillón, chupándolos con tanta fuerza que pareciera que se los fuera a arrancar de cuajo. Mariola, extasiada y fuera de sí, cerró los ojos y abrió la boca en un grito silencioso mientras se le escurría un hilo de saliva por la comisura de su boca.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Rosa aprovechó la postura para estrujarle las carnosas nalgas, apretando ese liviano cuerpo contra su cara aún más fuerte, metiéndole la lengua lo más profundo posible en la vagina a Mariola, tratando inútilmente de lamerle el útero.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Un nuevo orgasmo sacudió el pequeño cuerpo de Mariola, expulsando por el coño una viscosa crema que cayó irremisiblemente en la boca de su amante, donde fue recibida y lamida con sumo placer.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Jadeos, gritos y gemidos se confundían en el salón mientras que afuera, en el exterior, en un mundo ajeno a ellas, la tarde avanzaba, cubriendo de penumbras y sombras el interior de la casa.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Los orgasmos se sucedieron uno tras otro, y las dos amantes, insaciables, se cobraron los intereses de treinta años de insoportable frustración, llegando con sus cuerpos a lugares donde jamás se hubieran atrevido a ir con otra persona.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Acabaron agotadas sobre la gran mesa del salón, vacía de cuadros y candelabros, pero cubierta de efluvios y de pasión. Abrazadas desnudas, una frente a la otra, los muslos entrelazados y los sexos unidos, como cuando eran unas chiquillas. Las respiraciones eran agitadas y sentían los cuerpos aun convulsos, con las intimidades irritadas y doloridas.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">La tarde había dado paso a la noche y el sudor refulgía sobre sus pieles en la oscuridad de la casa. La temperatura también había bajado, pero se tenían la una a la otra para darse calor.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Allí, tumbadas sobre la vieja mesa, abrazadas como dos chiquillas, se susurraron promesas de amor y confesaron sus pecados.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Fuiste tú, ¿verdad? —dijo Rosa con inquietud.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Mariola movió la cabeza afirmativamente.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—La gente del pueblo lo sospechó —dijo Rosa—. Aún sospechan, los más viejos, sobre todo aquellos que conocían a tus padres.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Lo sé —dijo Mariola con voz neutra mientras dibujaba círculos concéntricos en las areolas de Rosa con un dedo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Se lo merecía, Mariola.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Lo sé —volvió a repetir.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Rosa tenía miedo de preguntar, pero necesitaba saberlo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Cómo lo hiciste? —dijo en un susurro apenas audible.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">El dedo de Mariola se posó encima de uno de los pezones de Rosa, empujándolo hacía dentro y moviéndolo en círculos, jugando con él de forma distraída.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Fue fácil. Primero cogí a escondidas la escopeta de caza de mi padre y la oculté entre las cañas, cerca del «puentecico». Después volví a casa, me ofrecí a él y lo llevé hasta allí…</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Rosa guardo silencio a la espera de que Mariola continuase mientras ésta se empeñaba en desenroscar su pezón de la areola.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—…Lo llevé hasta allí, me arrodillé, le bajé los pantalones, saqué la escopeta de entre las cañas y le disparé por debajo de la boca. Luego puse el arma en sus manos… Suicidio con arma de fuego. ¿Sabes qué fue lo más difícil de todo, Rosi?</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Rosa no dijo nada.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Lo más difícil fue volver a subirle los pantalones a ese hijo de puta.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Rosa buscó los ojos de su amiga en la oscuridad, pero solo distinguió el fulgor de sus lágrimas que corrían desde sus párpados cerrados.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Te culpé Rosa —dijo en un sollozo—. Te culpé a ti de todo lo que me hizo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Rosa abrió la boca, incrédula.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Yo? Yo no…</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Mariola la silenció con un beso.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—No, Rosi, claro que no, pero aún así yo te hice responsable… y te odié, Rosa —pronunció el nombre con la voz rota por un sollozo—. Te odié, amor mío. Te odié porque necesitaba culpar a alguien de… de lo que me hizo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—El único culpable fue él. Sólo él.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Lo sé, cielo, lo sé… —dijo acariciando el rostro de Rosa con vehemencia—. Ahora lo sé. Hace años que lo sé. Pero entonces yo era sólo una chiquilla…</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Ambas guardaron silencio, reconfortándose mutuamente con el contacto carnal de sus cuerpos.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Qué fue lo que te escribí en aquella carta? —preguntó de improviso Mariola.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Rosa hizo memoria:</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Que uno del pueblo de al lado se sobrepasó contigo y quedaste embarazada. Cuando tu padre se enteró te dio una paliza de muerte que te dejó en el hospital un mes. Allí tuviste un aborto. Cuando te dieron de alta tu padre se sintió culpable por lo que había hecho y se suicidó. Tu madre te culpó de su muerte y te echó de casa.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Rosa guardó silencio y los latidos de ambos corazones casi se podían escuchar en la quietud de la noche.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">De repente la voz de Mariola surgió de la oscuridad, escupiendo las palabras sin pausa, mecánicamente, sin emoción alguna.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Mi madre sospechaba de nosotras y un día nos siguió. Nos espió mientras tú hacías algo más que acariciarme. Se lo dijo a mi padre, conocedora de la fobia que él sentía hacia las tortilleras. Pero ella le convenció de que mi homosexualidad era una enfermedad. Le dijo que la única forma de curar esta enfermedad era que yo entrase en contacto carnal con un hombre. Así que ella me encerró con él. Me encerraba todos los días. Me obligaba a entrar en el dormitorio de mis padres y ella nos encerraba con llave, esperando fuera.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Dios mío.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Nos espiaba. Mi madre nos espiaba por la cerradura mientras mi padre me violaba. Yo veía su sombra moverse por debajo de la puerta y el brillo de su mirada por el ojo de la cerradura.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Mariola…</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Duró algo más de un mes. Ese mes en el que dejé los estudios y tú y yo no pudimos vernos. Mi padre me violó a diario hasta que tuve mi primera falta.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Rosa no supo qué decir. La temperatura seguía bajando mientras las primeras horas de la noche avanzaban.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Cuando le dije a la loca de mi madre que yo estaba embarazada ella se alegró, porque pensó que al fin me había curado, así que dejó de encerrarme con papá… El problema fue que mi padre le había cogido el gusto a eso de follarme todos los días. Así que un día me harté y le salté la tapa de los sesos.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Rosa le limpió las lágrimas con los dedos.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Por qué no pediste ayuda?</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿A quién, Rosi? ¿Ayuda? ¿Para qué? ¿Por qué? Yo era prácticamente una niña y las niñas obedecen a sus padres. Estaba confusa, Rosi, estaba confusa, aterrada, avergonzada…</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Mariola se derrumbó y descargó su pena sobre el cuello de Rosa, empapándolo de lágrimas entre fuertes sollozos, apretando su delgadez contra las rubicundas y tiernas carnes de su amante y amiga, calmando su dolor con la tibieza que desprendía el cuerpo de Rosa.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¡Te odié, Rosi! —exclamó entre sollozos—. Te culpé a ti, porque mi madre te vio hacerme eso… Te culpé y te odié… y no pasará ni un solo día en el resto de mi vida en el que me arrepienta por ello, por que tú eras lo único bueno que tuve, lo único puro, lo único verdadero… y lo perdí, Rosa, te perdí…</span></p><p><span style="font-family: georgia;">La voz de Mariola se quebró y no pudo seguir. Rosa la atrajo hacía sí, acariciando su cabello.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Tranquila, shhhh, tranquila… —susurró mientras la arrullaba, tal y como hacía cuando Carla era una niña y acudía a su cama tras sufrir una pesadilla—, ahora todo está bien, Mariola, ahora todo irá bien…</span></p><p><span style="font-family: georgia;">El móvil de Rosa sonó de repente en alguna parte de la casa y ambas mujeres regresaron al mundo real.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Gabriel debe estar preocupado —dijo Rosa mientras se despegaba del cuerpo de Mariola.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Adelante, ve —dijo mientras se secaba las lágrimas y trataba de sonreír.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Rosa la besó en los labios y bajó de la mesa (con cierta dificultad) y buscó su móvil mientras se cubría con la blusa.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">No era Gabriel, si no una amiga del trabajo. Le llamaba para preguntarle si aún estaba interesada en arreglar la mampara de la ducha.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Hoy he conocido a un tipo bastante bueno. Es el amigo de unos conocidos y te hará un buen precio. ¿Te interesa?</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Rosa, impaciente por terminar la conversación le dijo que sí y colgó. Después envió un mensaje a Gabriel con una excusa cualquiera para que no se preocupara. Cuando acabó vio que Mariola estaba terminando de vestirse.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Me ducharé en el hostal —dijo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">De repente Rosa se aterrorizó ante la posibilidad de que aquella fuera la última vez que estuvieran juntas y el desánimo le aplastó el pecho como una losa.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—No creo que pueda volver a pisar esta casa jamás —continuó Mariola—. La venderé —dijo echando un vistazo alrededor—, o quizás le pegue fuego.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Rosa se vistió deprisa en la oscuridad y se acercó a Mariola.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Qué harás después? —dijo sin ocultar su ansiedad.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Regresar a casa.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿A dónde?</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—A San José.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿San José en Almería? —preguntó con cierta angustia, ya que era demasiado lejos.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—San José en Costa Rica.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Mariola se acercó a Rosa y le acarició la mejilla al ver su expresión de asombro y decepción.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Hace años que me afinqué allí, buscando un lugar tranquilo donde escribir… y olvidar.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Cuando?… —Rosa tragó saliva con dificultad—, ¿Cuando te vas?</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Mariola negó con la cabeza, un gesto que Rosa apenas pudo distinguir en la oscuridad que las envolvía.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—No lo sé. Pronto.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">De repente Mariola tomó a Rosa de las manos y le habló con vehemencia.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Ven conmigo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Qué?</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Ven conmigo, Rosa. Juntas, tú y yo y nadie más.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—No, Mariola, no sigas. Tú sabes que eso no va a pasar. Esas cosas solo pasan en las telenovelas.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Lo sé, yo he escrito algunas.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Rosa se dio cuenta de que lo decía en serio.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—No puedo Mariola. Es bonito que pienses en mí de esa manera. Es agradable sentirse así… querida, deseada… amada… Gracias, Mariola, pero no podría separarme de mi familia.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Sí, sí que podrías —insistió su amiga—. Te conozco.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Rosa negó con la cabeza, pero no dijo nada más.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—De acuerdo, Rosi. Vamos, te acompaño hasta la salida del pueblo. Por ahí tengo mi hostal.</span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-family: georgia;"><b><br /></b></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-family: georgia;"><b>*</b></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-family: georgia;"><b><br /></b></span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Qué pasó con el bebé? —preguntó Rosa mientras caminaban por las angostas y solitarias calles, rodeadas por el incesante ruido nocturno de los grillos.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Era noche cerrada y los pasos de las dos amantes resonaban contra las empedradas callejuelas del pueblo, estrechas y apenas iluminadas. </span></p><p><span style="font-family: georgia;">—No hubo bebé —dijo Mariola al fin—. Después de matar a ese cabrón regresé a casa y cogí todo el dinero que pude encontrar, así como las joyas y el oro que guardaba mi vieja. Esperé a mi madre y le dije lo que le había hecho a mi padre. Ella se asustó. Sin mi padre ella no era nadie, una cobarde, desequilibrada y enferma. Le dije que si lo contaba la mataría a ella también.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Mariola giró la cabeza para mirar a Rosa sin dejar de caminar.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Y no mentía. Lo hubiera hecho, Rosa… Deseaba hacerlo. Me largué del pueblo y en la capital encontré un sitio donde me quitaron… Me quitaron eso que había puesto mi padre dentro de mí.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Y la policía?</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Supongo que la vieja les contó un versión más o menos parecida a lo que yo te escribí, pero sin hospitales ni médicos. Ella sabía que si contaba lo que me habían hecho la encerrarían.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Y la policía no…? —comenzó Rosa, pero Mariola la interrumpió con delicadeza, apoyando una mano en su brazo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—En otro momento Rosa. Te lo contaré todo, si quieres, pero no ahora.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Habían llegado al Hostal, uno de los pocos edificios modernos que había en el pueblo. En ese momento Rosa deseó que Mariola la invitase a subir a su habitación, pero en cambio Mariola rebuscó en su bolso y le dio una tarjeta, luego la abrazó y le habló al oído.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Me quedaré una semana más. Estaré por aquí por si cambias de opinión.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Luego la besó con suavidad en la mejilla y entró en el portal.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Rosa, profundamente conmovida, leyó la sencilla tarjeta. Había un correo electrónico, un número de teléfono y un nombre: «María Ola, Novelist & Writer».</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><br /></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-family: georgia;">CONTINUARÁ…</span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-family: georgia;"><b><a href="https://erosexmachinae.blogspot.com/2021/03/esperma-10.html">ESPERMA 10</a></b></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-family: georgia;">(c)2021 Kain Orange</span></p><div><br /></div>Kain Orangehttp://www.blogger.com/profile/12046312746243884686noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8600867602162970341.post-47336272481170252172021-03-18T12:56:00.005+01:002021-03-19T14:18:57.351+01:00ESPERMA (8)<p style="text-align: center;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"><b> 8.</b></span></p><p style="text-align: center;"><b style="font-family: georgia; font-size: large;">Rosa</b></p><p style="text-align: left;"><b style="font-family: georgia;"><span style="font-size: x-large;">R</span></b><span style="font-family: georgia;">osa se dio la vuelta y contempló al fantasma de Mariola.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Era ella… pero no era ella. Los mismos ojos verdes-azulados, pero enmarcados por las arrugas del paso del tiempo. El mismo rostro de pómulos altos y definidos. La sonrisa amplia, de labios delgados, con dos hoyuelos en las comisuras. El cabello largo, rubio, con mechas tostadas y ocres. </span></p><p><span style="font-family: georgia;">Delgada y bajita, de la misma estatura que Rosa; las caderas quizás eran algo más anchas y rotundas de lo que ella recordaba; el pecho inexistente, apenas dos montículos remarcados por los incipientes pezones. Llevaba un vestido de algodón blanco, liviano, muy simple y sencillo, sin mangas y con los hermosos muslos al descubierto. Tampoco usaba sostén, como de costumbre.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Era muy guapa y no llevaba anillo alguno.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«Mariola».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">De repente Rosa volvió a tener trece años, volvió a ser esa chiquilla delgada y revoltosa, enfadada con todo el mundo, rebelde y contestona. La que siempre se saltaba las clases que no le gustaban y la que se iba a hacer el gamberro por los cortijos, cazando sapos en las acequias y pescando ranas en las balsas. La que siempre iba a malas con los chicos porque estos siempre querían tocarle los pechos, demasiado desarrollados para su edad.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">La que iba con su amiga, cogidas de la mano, hasta el cañaveral que había bajo el «puentecico» del arroyo, allá donde la Tomasa, bañándose a escondidas desnudas como Dios las trajo al mundo, descubriendo los secretos que ocultaban sus cuerpos.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Ya no era Rosa, la madre y esposa, si no la pequeña Rosi, la amiga, amante y confidente que durante casi dos años, desde aquella noche invernal en casa de Mariola hasta su huida del pueblo, vivió los días más felices de su juventud.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">El abrazo fue largo. Las lágrimas, inevitables y reconfortantes.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Lo siento, Rosa, lo siento tanto —repetía una y otra vez Mariola, sollozando contra el cuello de Rosa.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«Mariola».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">Rosa no podía hablar. No quería hablar. No quería quebrar el tiempo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Quería conservar ese instante para toda la eternidad, que el calor y el amor que le transmitía ese cuerpo durase hasta el fin de los tiempos. Así habría de ser el cielo: un abrazo eterno.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Pero al final la magia se rompió y Mariola se apartó para observar a su amiga y limpiarle las lágrimas de la cara con sus propios dedos, aun cuando ella misma tenía las mejillas húmedas.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Mírate Rosi… —bromeó, sollozando y regañándola como si fuera una niña—. Siempre eras la más sucia, andabas todo el día con las rodillas llenas de costras y la cara con churretes. No has cambiado nada.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Rosa soltó un bufido.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Sí he cambiado, Mariola. Sí que he cambiado.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Estaban muy cerca, los rostros apenas separados por unos centímetros, y a esa distancia Rosa pudo distinguir mejor los cambios en el rostro de Mariola: pequeñas arrugas, ligeras manchas, alguna peca por aquí o un lunar desvaído por allá… Aunque el paso del tiempo había sido benigno con ella, estaba claro que ya no era el mismo rostro terso y lozano que ella tantas veces besó y acarició.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Mariola carraspeó y retrocedió otro paso, se recompuso un poco la ropa y sacó de su bolso un pesado llavero cargado de llaves de todo tipo y tamaño.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Ven —dijo mientras abría la enorme puerta de entrada—, hablemos dentro.</span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-family: georgia;"><b>*</b></span></p><p><span style="font-family: georgia;">Rosa reconoció muchos de los viejos muebles y adornos que acumulaban polvo y recuerdos en la casa: la vidriera con la vajilla «buena»; el aparador donde la Tomasa guardaba la ropa de cama; las herramientas campestres de hierro encima de la chimenea; fotografías (muy pocas); pinturas sin valor y un par de jaulas diminutas, oxidadas ya, habitadas por el fantasma de algún canario o verderón.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Olía a viejo, a polvo, a madera antigua, leña quemada y romero. Y por debajo de todo eso el ligero tufo de los excrementos de ratones y de algún alimento podrido, probablemente en alguna alacena olvidada.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—No he podido limpiar aún —se excusó Mariola—. En realidad no tuve ánimos para entrar hasta ayer, y apenas estuve unos minutos…</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Rosa supuso que los fantasmas y recuerdos que habitaban en esa casa aun pesaban sobre ella.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Cuando regresaste al pueblo? —preguntó.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Hace una semana, pero estoy alojada en un hostal. ¿Y tú?, ¿sueles venir?</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Sí, mis padres aún viven.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Rosa pensó que a lo mejor eso sonaba como algún tipo de reproche, así que aclaró:</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Quiero decir que vengo a visitarlos casi todos los domingos.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Rosa seguía en silencio a Mariola, que caminaba despacio por la vivienda, recorriendo las escasas habitaciones de techos altos: la vieja cocina con su horno de leña al lado de otro más «moderno» de gas butano; el salón comedor, con la gigantesca mesa dominando toda la sala; el baño, irreconocible para Rosa después de tantas reformas y reparaciones…</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Mariola no entró en el dormitorio principal. Se detuvo frente a la puerta cerrada, con la mano sobre la manija, dudando sobre abrir la puerta o no.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Rosa contempló la espalda de su amiga; los hombros, sensuales, estaban al descubierto y sus redondeces invitaban a ser acariciadas; el largo cabello rubio, la cintura delgada y las caderas curvas. Los muslos eran dos columnas ligeramente tostadas por el sol, tersas y redondeadas. El corazón de Rosa palpitó con fuerza al recordar las veces que ella se subió sobre esas piernas a horcajadas para deslizar su sexo por ellas.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Aún no quiero entrar aquí —dijo Mariola al cabo de un minuto.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Se volvió y tomó a Rosa de la mano, como cuando eran niñas.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Ven, quiero enseñarte una cosa que descubrí ayer.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Mariola…</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Había tanto de qué hablar, tantas preguntas, tantos recuerdos, dudas, reproches… Rosa no sabía ni por dónde empezar. Notaba la cabeza ligeramente mareada aún por la caminata y los restos del vino.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Mariola… —comenzó de nuevo, pero su amiga la interrumpió con suavidad.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Espera y verás.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Rosa reconoció en seguida la pequeña habitación a la que entraron. Durante muchos años fue el dormitorio de la pequeña Mariola, pero en algún momento de los últimos treinta años la viuda Tomasa lo transformó en un almacén trastero.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Las cajas de cartón y madera se acumulaban entre latas, herramientas, revistas, muebles desvencijados y sacos de arpillera. Mariola, ágil y resuelta, caminó entre todas esas cosas hasta un rincón, se agachó y movió la losa suelta que ocultaba su escondite de los secretos.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Rosa tenía uno igual en el cortijo de sus padres, pero en un hueco tras una viga.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Mariola regresó junto a Rosa y le dio una caja de latón con manchas de óxido. En la tapa había dibujos de animales.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Ábrela —pidió Mariola sonriendo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Rosa así lo hizo. En la pequeña lata solo había una cosa y en seguida un rubor le encendió el rostro, sintiendo una vergüenza absurda, totalmente infantil, que al momento se convirtió en hilaridad.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«Madre mía, ¡no puede ser!».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">Rosa extrajo el objeto entre carcajadas.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Eran dos hojas grapadas de una vieja revista pornográfica, arrugadas y manchadas, con las fotografías desvaídas y descoloridas por el tiempo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Ay, por Díos —dijo entre risas—, las había olvidado.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Yo no —dijo Mariola con una amplia sonrisa mientras volvía a tomarle de la mano.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Vamos, Rosi, a ver si mi vieja tenía algo más fuerte que ese vino apestoso que ella hacía.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><br /></span></p><p><span style="font-family: georgia;">Resultó que la vieja tenía guardada una botella de Chivas prácticamente intacta, probablemente reservada para las visitas. No había electricidad en la casa, así que tuvieron que tomarlo sin hielo, con el agua del grifo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Rosa se sentó en uno de los amplios sillones, exageradamente grandes y cómodos, pero Mariola le hizo una seña para que se sentara al lado de ella en el sofá principal.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Aquí, Rosi, cerca de mi. Bastante tiempo hemos estado ya separadas.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Rosa obedeció con una sonrisa y se sentó a su lado, sin tocarla. La sonrisa tembló y sintió vergüenza cuando su cuerpo se hundió sobre el viejo sofá, haciendo crujir las maderas y muelles, avisando al mundo entero que una gorda intentaba aplastarlo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Mariola alzó su vaso y Rosa chocó el suyo levemente contra él. Ambas se miraron a los ojos, buscando un brindis adecuado para el momento, pero no encontraron ninguno y dieron un sorbo al mismo tiempo, en silencio.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">El fuego cayó sobre su estómago y en seguida recorrió sus miembros, calentándolos. Un ligero y agradable mareo le animó el pulso.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿En serio te olvidaste del «teatro»? —preguntó Mariola.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Rosa volvió a ruborizarse y asintió con la cabeza, cerrando los ojos.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">El «teatro» era un juego erótico que comenzaron a realizar tras encontrar aquellas dos páginas pornográfícas. En ellas se mostraban a dos modelos femeninas mostrándose amor mutuo. Pertenecían a una revista del padre de Mariola, un tipejo al que le daban tanto asco las lesbianas que arrancó esas dos hojas y las tiró, sin sospechar que Mariola las encontraría más tarde enganchadas en una alambrada, cerca del cortijo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">El «teatro» consistía en realizar en la vida real las acciones que mostraban las fotografías.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">En la primera foto las dos modelos (una rubia y otra morena, como ellas) se desnudaban mutuamente. Las adolescentes Mariola y Rosa hacían lo mismo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">En la siguiente las dos actrices se besaban y tocaban. Mariola y Rosa también.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">En otra foto una de ellas se abría el sexo para que el interior fuera lamido por la otra. Las dos chiquillas las imitaban.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Y así, las chicas iban interpretando todas y cada una de las fotografías, una tras otra.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Estas casada? —preguntó Mariola.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Rosa abrió los ojos y vio que ella estaba señalando la alianza de su dedo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Sí. Desde hace veinticinco años.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Hijos?</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Dos. Chico y chica. Guapísimos, como su madre —bromeó.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Seguro que lo son.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Y tú? —preguntó Rosa, aunque no había visto anillo alguno.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—No.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Divorciada, hijos?</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—No. Nada. Libre como un ruiseñor, libre como un árbol; libertad de lo alto, libertad verdadera.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Rosa alzó las cejas, divertida y confusa.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Lorca —dijo Mariola—, más o menos.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">«Siempre le gustó leer —recordó Rosa dando otro trago—, e inventar historias y cuentos. Era buena estudiante, excepto cuando hacía novillos conmigo».</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Lorca… —suspiró Rosa, ligeramente ebria—, a mi nunca se me dieron bien los libros, a ti se te daban mejor. ¿Pudiste acabar los estudios?</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Sí.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«¿Dónde?</i> —quiso preguntar Rosa—,<i> ¿dónde estudiaste, a dónde fuiste cuando me abandonaste?».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">Pero no quería llegar a eso todavía.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Y tú? —preguntó Mariola—, ¿entraste a la universidad?</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Rosa dio otro trago antes de responder.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Oh, sí, sí que entré: en la facultad de madres y esposas trabajadoras a tiempo completo. Así me he quedado —bromeó mientras se pellizcaba una de las mollas que sobresalían de su cintura.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Ahora soy oficialmente una maruja.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Mariola no dijo nada, esperando a que Rosi dijera lo que tuviera que decir y que se desahogara.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Una maruja, Mariola. ¿Recuerdas cuando yo decía que de mayor iba a ser alpinista profesional? Mírame, casi me muero asfixiada en la puerta subiendo hasta aquí —Rosa señaló a su amiga con el vaso de whisky—, ¡Y mírate tú! Madre mía, pareces la versión en miniatura de Cameron Díaz.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Mariola se encogió de hombros.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—No tiene ningún mérito, Rosa. Ojalá yo hubiera tenido la entereza y la fuerza que tú has debido tener para construir una familia a tu alrededor.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«¿Una familia? Mis hijos se están convirtiendo en unos extraños y mi marido en una caricatura anodina».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Entereza, fuerza… —Rosa dio otro trago sabiendo que no tardaría en emborracharse si seguía ese ritmo—, bla, bla, bla… Palabrería. Simplemente me dejaron preñada, me casé y tuve que lidiar con ello. Nada más.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Rosa sintió que las lágrimas le quemaban los ojos, sintió que quería seguir hablando y soltando la amargura que durante treinta años se le había acumulado en el corazón, pero no quería estropear el reencuentro con Mariola.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«Aún no. Ya habrá tiempo para eso».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Y tú, Mariola? —preguntó notando que la lengua se le trababa por culpa del alcohol—, ¿Esc… Escalaste alguna montaña?</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Su amiga la miró atentamente y le respondió con sinceridad.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—No. Me dan miedo las alturas. No me hice alpinista, pero me dediqué a escribir.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«Por supuesto».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Se te daba bien contar historias —dijo Rosa—. Eso sí lo recuerdo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Se levantó del sofá (con cierta dificultad) y se dirigió a la enorme mesa que dominaba el salón para servirse otra copa. Mariola la observó con seriedad. Sobre la mesa, cubierta por un delicado mantel entretejido, recuerdo de los bisabuelos de Mariola, se encontraban algunos objetos: candelabros, floreros y algunas fotografías enmarcadas.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Rosa miró las fotografías, buscando a su amiga en alguna de ellas.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—No me vas a encontrar en ninguna de esas —oyó decir a Mariola tras ella, leyéndole el pensamiento—. Mi madre tiró o recortó todas aquellas en las que yo aparecía.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Mariola se levantó y se acercó a Rosa, colocándose a su lado, cerca. Muy cerca. En ese momento Rosa se percató de que su amiga también se movía con cierta inestabilidad, como si no estuviera acostumbrada a tomar alcohol.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Rosa observó una fotografía bastante grande, en color, enmarcada con bronce y plata. En ella se veían a La Tomasa y al Diego, los padres de Mariola, muy jóvenes, antes de que ella naciera.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Recuerdo esa foto —dijo Rosa—. Tu madre se la mostraba siempre a todas las visitas. Fue tomada el día de su boda, ¿verdad?</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Sí —Mariola frunció el ceño—. ¿Sabes por qué mi madre estaba tan orgullosa de esa foto? Porque yo aún no existía. Aún no había sido concebida. Aún no era un estorbo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">De pronto Mariola colocó una mano en el hombro de Rosa para aguantar el equilibrio mientras se subía a una silla, luego, con cierta dificultad, se subió a la mesa.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Qué haces? —preguntó Rosa mientras reía—. Te vas a matar.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Mariola la ignoró y se metió las manos debajo del vestido para bajarse las bragas hasta los tobillos. Luego sacó una pierna y le lanzó las bragas a Rosa de una patada. La amiga tuvo que atraparlas al vuelo para que no le dieran en la cara, no sin antes tener la fugaz visión de una vulva rosada y un pubis tapizado por un corto vello de color tostado.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Mariola se puso en cuclillas sobre la fotografía de sus padres, se recogió el vestido y se meó encima de la foto, arrojando chorros entrecortados. Cuando acabó se limpió el coño con el mantel de sus bisabuelos y volvió a bajar apoyándose en el hombro de su amiga.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Una vez en el suelo atrapó el rostro de Rosa con ambas manos y la besó en los labios con fuerza.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><br /></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-family: georgia;"><b>CONTINURÁ...</b></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-family: georgia;"><b><a href="http://erosexmachinae.blogspot.com/2021/03/esperma-9.html">ESPERMA 9</a></b></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-family: georgia;"><b>(c)2021 Kain Orange</b></span></p>Kain Orangehttp://www.blogger.com/profile/12046312746243884686noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8600867602162970341.post-61119131976673331312021-03-15T14:37:00.004+01:002021-03-18T20:16:34.384+01:00ESPERMA (7)<p style="text-align: center;"><b><span style="font-family: georgia; font-size: large;"> 7.</span></b></p><p style="text-align: center;"><span style="font-family: georgia; font-size: medium;">CARLA</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><span style="font-size: x-large;">L</span>a ducha no consiguió mitigar la inquietud que sentía Carla, así que decidió dar un paseo para relajarse y ordenar un poco sus ideas. Pensó en llamar a su amiga de confianza, Magdalena, para tener algo de distracción, pero sabía que en esos momentos era demasiado vulnerable y que cabía la posibilidad de que hablara más de la cuenta con ella.</span></p><p><i><span style="font-family: georgia;">«Solo me faltaría eso, que Lena se enterase de que le he hecho una mamada a mi hermano homosexual».</span></i></p><p><span style="font-family: georgia;">Lena era una buena amiga, pero había cosas entre ellas que estaban pendientes y que debían solucionar, además, Carla aún seguía confusa y no estaba muy segura de lo que había pasado.</span></p><p><i><span style="font-family: georgia;">«¿Qué ha pasado? Pues muy fácil, tú misma se lo dijiste a tu hermano: estabais cachondos y habéis aprovechado la oportunidad para hacer una fantasía. Y no hay nada malo en ello. Nada malo… ¿No?».</span></i></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla no estaba segura, pero tenía la sensación de que en este último encuentro Esteban había salido ganando.</span></p><p><i><span style="font-family: georgia;">«Y yo he perdido algo, pero no sé el qué».</span></i></p><p><span style="font-family: georgia;">Todo eso iba dando vueltas en su cabeza mientras caminaba entre los jardines de su urbanización, con la cálida brisa del atardecer revolviendo su corta melena.</span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-family: georgia;">*</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Sus padres regresaron del pueblo muy tarde, con la noche muy avanzada. Llegaron cargados con las viandas típicas que siempre traían de allí, además de saludos y recuerdos de los abuelos y familiares. Su madre, Rosa, era una cuarentona de aspecto fuerte y robusto cuya corta estatura acentuaba su sobrepeso. Era una buena mujer, amable y muy trabajadora, que compaginaba su papel de madre y ama de casa con el trabajo en un supermercado.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Rosa fue muy comprensiva con su hijo Esteban hace algunos años, cuando éste les anunció que deseaba presentarles formalmente a su primer novio. En cambio, Gabriel, el padre de Esteban y Carla, con una educación más «clásica», no se lo tomó tan bien, pero con el tiempo aceptó la sexualidad de su hijo. Para Rosa fue más fácil porque ella misma tuvo un encuentro lésbico en su juventud, pero eso era un secreto que nadie sabría jamás y que se llevaría a la tumba.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Gabriel era de la misma edad de su mujer Rosa. Alto, desgarbado, rubio y de ojos azules, delgado pero con una incipiente barriga. Usaba unas gafas horrendas y tenía unas extensas entradas que trataba de ocultar dejándose crecer el flequilllo. En general tenía la apariencia del típico profesor loco.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Tras los saludos y preguntas de rigor sobre cómo habían pasado el día y cuales eran los últimos cotilleos del pueblo, Esteban hizo una seña a Carla para que le acompañase a su cuarto mientras sus padres trajinaban por la casa, no antes de que la madre pusiera el grito en el cielo al ver que nadie se había dignado en todo el día a hacer la colada, ni limpiar el salón, ni tirar la basura, ni solucionar el conflicto palestino-israelí, ni mil cosas más que ella tendría que hacer sola, como siempre, porque etc, etc…</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«Estábamos ocupados, mamá </i>—pensó Carla con amargura—, <i>teníamos cosas más importantes entre manos».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">La habitación de Esteban era bastante aséptica y funcional, con pocos adornos o libros. Casi todas sus cosas estaban en un piso compartido cerca del campus de su universidad.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Esta noche regreso a la uni —dijo Esteban tras sentarse sobre la cama—, puede que tarde un tiempo en volver.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">La facultad donde estudiaba gestión empresarial estaba en otra provincia, a trescientos quilómetros de distancia. Esteban solía salir los jueves de allí para pasar el fin de semana en casa, pero sólo cuando los estudios se lo permitían.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla, que se encontraba de pie, alzó las cejas, sorprendida.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿No vas a venir al cumpleaños de mamá? Es el fin de semana que viene.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—No creo que pueda —Esteban clavó los ojos claros en su hermana pequeña—. Necesito tiempo para aclararme.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla sostuvo la mirada de Esteban hasta que asintió levemente y centró su atención en la papelera que había debajo del escritorio.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Sé a qué te refieres, Esteban. Yo también tengo dudas… O algo. No sé muy bien qué es.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Sí —reconoció su hermano—, por eso creo que deberíamos dejar que pasen unos días entre nosotros.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla siguió mirando la papelera y de repente se sorprendió pensando que echaría de menos los pañuelos manchados de semen que solía encontrar allí de vez en cuando.</span></p><p><i><span style="font-family: georgia;">«¿Pero qué cojones me pasa? Estoy enferma».</span></i></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla volvió a mirar a su hermano mayor.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—No hemos hecho nada malo, ¿verdad? —preguntó.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—No —Esteban lo dijo de forma tajante, como si ya hubiera pensado en eso antes de decidirse a hablar con Carla—. No hemos hecho nada malo. Como tú me dijiste, ambos hemos disfrutado de una fantasía, y nada más.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Vale —susurró Carla sin mucha convicción, pensando que él disfrutó mucho más que ella.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Tengo novio —soltó Esteban de repente—. Va bastante en serio. No sabe lo de mis vídeos.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla abrió mucho los ojos.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Llevamos saliendo casi medio año. Quiere que vivamos juntos después de que acabe mi carrera. Le amo y estoy aterrado por su reacción cuando descubra lo de mis vídeos.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Ya te dije que yo jamás diré nada —replicó con cierto enojo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Lo sé Carla, te creo, pero ese tipo de cosas no se pueden ocultar a la persona que amas. Ha de saberlo y debo ser yo quien se lo diga.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla asintió en silencio.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Entiendo —dijo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—No puedo lidiar con eso y con lo que ha pasado hoy también. No me puedo arriesgar a que tú… a que vuelvas a repetirlo. Necesito espacio entre tú y yo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Poco a poco Carla volvió a enojarse.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Por la forma en la que lo estaba contando, parecía que la culpable de todo fuese ella y que él era la víctima de sus ardides, de que ella lo había engañado para aprovecharse de él.</span></p><p><i><span style="font-family: georgia;">«Otra vez el pobre gay es atacado, otra vez Esteban es una víctima, otra vez el incomprendido, el «especial», el mimado de la casa, el que puede ir a estudiar a tomar por culo mientras que su hermana pequeña se tiene que conformar con estudiar al lado de casa…»</span></i></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla iba a soltar un improperio a su hermano cuando un pensamiento pasó por su cabeza:</span></p><p><i><span style="font-family: georgia;">«A lo mejor en esta ocasión tiene razón: le espiaste, registraste su cuarto, viste sus vídeos… Fuiste tú quien buscaste placer a través de él, es lógico que Esteban se sintiera halagado, que se sintiera deseado».</span></i></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla quiso acallar esa voz, pero no pudo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Vale —admitió, aunque seguía enfadada—. Lo entiendo, no te preocupes. Nadie sabrá lo de tus vídeos y yo no me acercaré más a ti. Ya tienes mi bendición, ahora puedes irte con tu novio a tomar por culo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla salió de la habitación dando un portazo, sin saber muy bien porqué estaba enojada.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><br /></span></p><p style="text-align: center;"><b><span style="font-family: georgia; font-size: medium;">ROSA</span></b></p><p style="text-align: center;"><b><span style="font-family: georgia; font-size: medium;"><br /></span></b></p><p><span style="font-family: georgia;">Una de las cosas que más envidiaba Rosa de su hija eran sus pechos. La pequeña Carla tenía unos pechos preciosos en forma de lágrima, pequeños, pero muy bien formados, tan turgentes y duros que, si quisiera, no necesitaría usar sujetador hasta que cumpliera cuarenta años (siempre y cuando no tuviera hijos).</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla también envidiaba las tetas de su madre, y más de una vez le dijo que le hubiera gustado heredarlas, pero Rosa le decía que no sabía la suerte que tenía de no haberlo hecho.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Rosa tenía dos pechos enormes, de areolas grandes y oscuras, con unos pezones cilíndricos alargados, hechos para dar de mamar a todo un regimiento de criaturas.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">A Gabriel, su marido, le encantaban, como es lógico, pero Rosa estaba un poco harta de sus tetorras. También estaba harta de las lorzas y las moyas que tenía en la barriga y en las caderas, así como de sus gordos muslos. Rosa estaba harta de muchas cosas. Estaba gorda, no mucho, pero lo suficiente como para que los hombres dejaran de prestarle atención. Excepto por las tetas, claro.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«Tetas, tetas, tetas… </i>—pensaba ella—, <i>solo saben mirar ahí. No tienen otra cosa en la cabeza».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">A Rosa le gustaría cambiar, pero simplemente no tenía tiempo material para dedicarse a si misma. Además, los viajes al pueblo tampoco ayudaban. Cada vez que iban a ver a sus padres se encontraba en la tesitura de tener que lidiar con todo un ejército de comida pueblerina. La pringue, los embutidos, los dulces artesanales…</span></p><p><i><span style="font-family: georgia;">«Quizás, ahora que los chicos son mayores, pueda tener más tiempo para mi. Hacer deporte o alguna actividad. Cambiar de dieta. Salir más…»</span></i></p><p><span style="font-family: georgia;">Pero hacía años que los niños eran mayores, y Rosa seguía sin encontrar el tiempo para ella.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Rosa pensaba en todo eso aquella mañana de domingo, mientras se dirigían al pueblo de sus padres, Luégana, viendo pasar el paisaje lleno de olivos y almendros entre colinas y valles de color tierra, salpicados aquí y allá de pequeños cortijos y haciendas, con sus paredes blanqueadas y sus tejados de pizarra.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Gabriel conducía en silencio, atento a los resultados deportivos del fin de semana, preocupado por algún asunto relacionado con su trabajo de funcionario en el registro civil… u otra cosa cualquiera que su esposa desconocía. Lo cierto era que desde hacia unos meses Gabriel estaba más taciturno que de costumbre. En alguna ocasión la idea de la palabra "separación" había surgido de forma velada entre ellos.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«Apenas hablamos sobre las cosas importantes</i> —pensó ligeramente deprimida—, <i>ya no hablamos de las cosas que realmente importan. Solo nos decimos cosas que ya sabemos, o sobre recuerdos compartidos y trivialidades».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">No era mal hombre. Era un buen padre y jamás le hizo daño a ella o a sus hijos. Habían tenido momentos buenos y malos, pero la rutina y los avatares de la vida los habían transformado poco a poco en dos caricaturas, en dos clichés.</span></p><p><i><span style="font-family: georgia;">«La ama de casa gorda y bajita y su marido funcionario, con gafas y medio calvo. Parecemos una pareja salida de un tebeo de Mortadelo y Filemón».</span></i></p><p><span style="font-family: georgia;">A pesar de sus voluminosos pechos, Rosa no lograba despertar la pasión de Gabriel con la frecuencia que a ella le gustaría, y ahora mismo practicaban sexo aproximadamente una vez al mes.</span></p><p><i><span style="font-family: georgia;">«Más bien mes y medio… o dos meses».</span></i></p><p><span style="font-family: georgia;">En realidad la última vez fue hace tres meses.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Al llegar a la entrada del pueblo Rosa no pudo evitar sentir un ligero pálpito en el pecho, pues siempre asociaba el nombre de éste, Luégana, con el de Mariola, su primer y verdadero amor.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Habían pasado treinta años y aún conservaba la secreta esperanza de volver a verla de nuevo algún día.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Eso la deprimió aún más.</span></p><p><i><span style="font-family: georgia;">«¿Te imaginas la cara que pondría si me viese ahora mismo, gorda, bajita, fofa, con este pedazo de culo y estas dos sandías pochas?».</span></i></p><p><span style="font-family: georgia;">En aquella época Rosa tenía 13 años. Mariola poco más.</span></p><p><i><span style="font-family: georgia;">«Éramos unas niñas».</span></i></p><p style="text-align: center;"><span style="font-family: georgia;">*</span></p><p><span style="font-family: georgia;">La comida en casa de sus padres fue exactamente lo que ella esperaba: pantagruélica y «exageradamente exagerada».</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Rosa comió todo lo que pudo, alentada por el excelente vino hecho por el vecino de sus padres y por la buena mano que tenía su madre con la cocina.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">En esta ocasión solo hubo doce comensales, entre parientes, vecinos y amigos. Comieron al aire libre, al lado de la vieja alberca (acondicionada ahora como piscina), y bajo unos toldos de lona. El sol y la suave temperatura de ese domingo de finales de verano, mezclado con el buen vino y la cerveza fría, los puso a todos de buen humor.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Tras la comida, Rosa, un poco ebria, se acopló en una vieja tumbona de playa a la sombra de un olivo y decidió echar una siesta mientras oía los últimos chismorreos del pueblo en boca de sus comadres. Éstas la acompañaban sentadas en una ecléctica colección de sillas, sillones, taburetes y cajas de madera, arrambladas todas en torno al porche de entrada.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Los hombres, como siempre, estaban dentro de la casa, fumando, tomando copas, viendo el fútbol y hablando de sus cosas.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Prácticamente se había dormido cuando oyó comentar que la hija de la Tomasa había regresado al pueblo. Rosa prestó atención, haciéndose la dormida, pero con el corazón latiendo a mil por hora en su pecho.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Mariola, la única hija de la vieja Tomasa, había regresado al pueblo natal después de 30 años. Tomasa era viuda y su hija sería la heredera de su casa en el pueblo, así como del cortijo familiar y de un puñado de hectáreas de labranza. Tras varios meses tras la muerte de Tomasa la hija pródiga se había dignado en aparecer al fin por el pueblo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Los chismorreos, rumores, historias y mentiras que corrían en esos días sobre Mariola eran de lo más pintivariado, pero en general casi todo el mundo estaba de acuerdo en dos cosas: primero, que la chica huyó del pueblo hace 30 años para ocultar algo tan vergonzoso y terrible que llevó a la tumba a su padre; y segundo, que ninguna madre merece morir a solas teniendo aún una hija con vida para poder consolarla en sus últimos días.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Rosa, conocedora de las verdaderas razones por las que Mariola huyó del pueblo, decidió que ya había oído bastante y se disculpó, diciendo que iba a dar una vuelta para hacer la digestión.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">La vieja Tomasa tenía una pequeña vivienda de planta baja en el pueblo, además del cortijo en las afueras. Era una casa que Rosa conocía muy bien, ya que fue ahí donde tuvo su primer orgasmo. Hacía allí se dirigió, caminando pesadamente bajo el sol del atardecer, entre las sombras que arrojaban las abigarradas casas de blancas fachadas, subiendo y bajando por las estrechas callejuelas.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Iba vestida con una blusa abotonada y un viejo legging gris ceniza que ella recortó por encima de las rodillas. El legging se le pegaba a sus grandes muslos y a su enorme trasero, evidenciando los rollos de celulitis de sus piernas, pero era fresco y muy cómodo. </span></p><p><span style="font-family: georgia;">Mariola y Rosa se conocieron en la pequeña escuela rural siendo niñas y se hicieron íntimas con el paso del tiempo, descubriendo juntas los extraordinarios cambios que sufrieron sus respectivos cuerpos durante la pubertad, satisfaciendo su curiosidad de la forma más natural: explorándose mutuamente entre tocamientos y juegos sexuales.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Aquellos juegos fueron la semilla para que algo más intenso y profundo naciera entre ellas, tan profundo, que no llegaron a comprender su verdadera naturaleza hasta que ya fue demasiado tarde.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Rosa recordó que la primera vez en su vida que alcanzó el orgasmo fue a manos de Mariola.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Era invierno y Rosa se quedó a dormir en casa de su amiga tras pasar el día juntas. Hacía frío, muchísimo, como sólo puede hacerlo en la sierra en enero, y las dos se acurrucaron juntas en la misma cama, calentándose mutuamente con el calor de sus cuerpos.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Fue Mariola quien le mostró a Rosa los secretos de la carne, guiando su mano hasta ese laberíntico pasadizo lleno de recovecos, cálido y tierno, tan parecido al suyo y tan distinto a la vez. El silencio de la noche solo era roto por los suaves quejidos y gemidos de las dos pequeñas, ocultas bajo las pesadas capas de mantas y sábanas. Placer, secreto, intimidad, calor… amor.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«Estoy borracha» </i>—pensó Rosa mientras caminaba por las empinadas calles empedradas de Luégana, resoplando y sudando copiosamente.</span></p><p><i><span style="font-family: georgia;">«Parezco un hipopótamo».</span></i></p><p><span style="font-family: georgia;">Cuando llegó al portal de la antigua casa tuvo que apoyarse en la fachada, jadeando con fuerza tras subir una cuesta larguísima, muy empinada, empedrada con adoquines desgastados por el paso del tiempo. Tenía el rostro congestionado por el esfuerzo y el corazón le latía muy deprisa.</span></p><p><i><span style="font-family: georgia;">«A quien coño se le ocurre subir hasta aquí después de la comilona que me he pegado».</span></i></p><p><span style="font-family: georgia;">Durante el trayecto apenas se cruzó con nadie y en esos momentos se encontraba a solas, en una calle de casas de planta baja, muy antiguas. Rosa se dio cuenta de que la mayoría probablemente estarían abandonadas.</span></p><p><i><span style="font-family: georgia;">«¿Qué coño hago aquí? ¿Para qué he subido? ¿Qué esperaba encontrar aquí, eh?».</span></i></p><p><span style="font-family: georgia;">Rosa contempló la puerta de la vieja casa.</span></p><p><i><span style="font-family: georgia;">«Mariola. Puede que Mariola esté ahí, detrás de esa puerta…»</span></i></p><p><i><span style="font-family: georgia;">«¿De verdad quieres verla, de verdad quieres que ella te vea a ti? Después de treinta años… ¡treinta años!»</span></i></p><p><span style="font-family: georgia;">Rosa, algo más despejada y con menos alcohol en la sangre, comenzó a acobardarse.</span></p><p><i><span style="font-family: georgia;">«¿En serio pensabas presentarte en casa de esta mujer de buenas a primeras, así, sin más? ¿Y qué le ibas a decir? ¿Qué esperabas que ella…»</span></i></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Rosa?</span></p><p><span style="font-family: georgia;">La voz prácticamente no había cambiado en treinta años. Más grave, más madura, con un leve acento, exótico e irreconocible, pero era la misma voz que le susurraba historias y cuentos inventados bajo las sábanas, en el calor de la noche.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">La misma voz que gemía en su oído palabras rotas por la pasión.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Rosa se giró y contempló a un fantasma.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><br /></span></p><p style="text-align: center;"><b><span style="font-family: georgia;">CONTINUARÁ...</span></b></p><p style="text-align: center;"><b><span style="font-family: georgia;"><a href="https://erosexmachinae.blogspot.com/2021/03/esperma-8.html">Esperma 8</a></span></b></p><p style="text-align: center;"><b><span style="font-family: georgia;">(c)2021 Kain Orange</span></b></p>Kain Orangehttp://www.blogger.com/profile/12046312746243884686noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8600867602162970341.post-82637672439382466202021-03-12T11:45:00.001+01:002021-03-18T20:15:54.852+01:00ESPERMA (6)<p style="text-align: center;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"> <b>6.</b></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-family: georgia;"><span style="font-size: medium;"><b>ESTEBAN</b></span></span></p><p><span style="font-family: georgia;"><span style="font-size: x-large;">A</span> través de la ventana de la cocina Esteban podía ver los edificios de la urbanización rodeados de parques y jardines. Era domingo, pasado el mediodía, y desde ahí podía ver a las familias paseando o descansando en las amplías zonas verdes que había entre los bloques de edificios. El sol ya empezaba a declinar y una suave brisa movía los escasos árboles que adornaban las calles.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«¿Qué ha pasado aquí, tío? ¿Qué es lo que acabas de hacer?».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">Esteban reconoció en seguida esa pequeña depresión que le surgía después de cada orgasmo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Sentía la presencia de Carla cerca de él. La chica seguía excitada y Esteban notaba que ella quería más. Ella hablaba y le pedía seguir haciendo cosas. Cosas que Esteban dudaba de poder hacer.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«Bueno, te acabas de correr en su boca, no creo que te cueste mucho trabajo hacer lo que te pide».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">Esteban apretó los párpados con fuerza, sorprendido al descubrir que estaba al borde de las lágrimas.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«Yo no soy así. No soy un pervertido. Es mi hermana».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">La mano de Carla, menuda y fresca, le acarició el brazo con suavidad. Aunque Esteban supo de inmediato que no era un contacto erótico, si no más bien algo fraternal, no pudo evitar dar un respingo y girarse, separándose de ella.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Estás bien? —preguntó su hermana.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—No. No lo sé.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Esteban…</span></p><p><span style="font-family: georgia;">El chico suspiró y se frotó la frente, como si tuviera jaqueca.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Mira Carla, todo esto me está desbordando. Aún estoy tratando de convencerme de que lo que ha pasado aquí está bien, buscando excusas y pretextos para convencerme de que no hemos hecho nada malo…</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Esteban…</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—…De que… no sé… de que es algo normal —Esteban se puso las manos en el rostro y dejó escapar el aire en un largo suspiro, tratando de centrarse—. Joder Carla, que me he corrido en tu boca, tía.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla le tomó de las manos y le miró a los ojos, que estaban irritados y brillantes. Tuvo que alzar la cabeza, ya que su hermano era mucho más alto que ella.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—No hemos hecho nada malo —le dijo la chica con toda seriedad.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—No se trata solo de eso, de si está bien o mal… Es complicado, Carla. Se trata de mi… Es que… No sé explicarlo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Es muy sencillo, Esteban. Eres un homosexual al que las mujeres le repugnan sexualmente y hoy estabas tan excitado que te has masturbado mientras te miraba una mujer, una mujer que además resulta que es tu hermana.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Esteban cerró los ojos con fuerza.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla le acarició la mejilla. Una caricia de hermana, de amiga, sin ninguna intención sexual.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—No me creo que ahora vayas a tener dudas sobre tu sexualidad. Eso es una tontería. Te gustan los hombres, y mucho… he visto las cosas que haces con ellos.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Esteban asintió con la cabeza sin atreverse aún a abrir los párpados, pero no pudo evitar sonreír ligeramente.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Lo que ha pasado, ha pasado, Esteban. Ambos hemos disfrutado. Hemos realizado una fantasía y no pasa nada. Tú has disfrutado mientras yo te miraba y yo he disfrutado mirándote… y no pasa nada por disfrutarlo. No pasa nada. ¿De acuerdo? No estés confuso. Tú sigues siendo el mismo de siempre. ¿Vale?</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Esteban asintió en silencio y miró a su hermana. El muchacho tenía los ojos irritados y llorosos. Carraspeó y tragó saliva antes de hablar.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Gracias.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla se puso de puntillas y le dio un beso en la mejilla. Esteban no pudo evitar contraer los músculos cuando sintió los pezones de su hermana rozándolo a través de la ropa y se apartó ligeramente de ella, evitando el contacto de esos extraños bultos.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«¿Cómo pueden ir todo el día con eso ahí delante?».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">Esteban se limpió la humedad de los ojos y pensó que su hermana tenía razón: seguía siendo el mismo de siempre.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Necesito una ducha —dijo Esteban.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Vale, pero yo primera.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—No. Yo soy el mayor y tengo privilegios de herencia.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Pues entonces usa el baño de Mamá.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—No pienso meterme en la misma bañera donde tu padre se corta las uñas de los pies, niña.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla claudicó entre carcajadas.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—De acuerdo, tú ganas. Tú primero… pero con la condición de que dejes la puerta abierta.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Ya veremos —rio Esteban, aunque sabía que su hermana lo decía en serio.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><br /></span></p><p><span style="font-family: georgia;">Esteban cerró la puerta del baño, pero no echó el cerrojo. Se desnudó y se contempló en el espejo de cuerpo completo que había ahí. Le gustaba mirarse. Le gustaba mucho lo que veía: alto y delgado, muy esbelto; el cabello rubio espeso y fuerte; los ojos claros; la piel blanca inmaculada excepto por unas pocas pecas y lunares.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">La pija, de un tamaño muy aceptable, le colgaba amorcillada, con el glande oculto por un prepucio extenso, con mucho pellejo. Las bolas colgaban separadas en sendos sacos depilados. Tenía cara de niño bueno, delicada y con unos labios rojos y generosos, hechos para besar ojetes y chupar pollas.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«Te has corrido en la boca de tu hermana» </i>—se dijo a si mismo por enésima vez, pero no hubo reacción.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Su pene ni siquiera palpitó. Siguió ahí colgado, apuntando al suelo con la gorda cabeza oculta dentro de la piel.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>—«Te has corrido en la cara de tu hermana y la pija no se te pone dura».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>—«¿Por qué coño me iba a empalmar por eso? Es una tía…»</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>—«Sí… pero ojalá hubiera sido un tío, ¿eh?».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">Esteban entró a la ducha, torciendo el gesto con desagrado al saber que cuando acabase, tendría que secar el suelo porque el agua salpicaba fuera del plato.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«¿Por qué narices no hemos comprado una mampara nueva todavía? Parecemos indigentes».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">En el reducido espacio de la ducha había dos pequeñas repisas: a la izquierda estaban sus cosas, de azul. A la derecha las de su hermana, en rosa.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«Azul para los niños, rosa para las niñas. Mamá y su concepto de integración de géneros».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">Pero no quería pensar ahora en eso.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">En cambió comenzó a fantasear con la posibilidad de que Carla hubiera sido «Carlo».</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Su pito sí reaccionó ésta vez con esa idea. No mucho. Un pequeño espasmo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Mientras se embadurnaba con jabón pensó en cuan distinta hubiera sido la escena de la cocina si su hermana hubiera sido un chico. Para empezar, no le hubiera negado el contacto. Si Carla (<i>Carlo</i>) quería tocarle la pija, Esteban se la hubiera ofrecido, se la habría puesto en bandeja.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«Sí, ahí sentado, en la silla de la cocina. Le hubiera arrimado la polla bien cerca, para que me la tocase todo lo que él quisiese».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">Esteban se imaginó a la versión masculina de Carla: un joven depilado de ojos castaños y melena corta, delgado y de piel clara, sentado en la cocina mientras se toca su picha bajo la mesa, embelesado por la gorda polla que Esteban le ofrecía.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">En el reducido espacio de la ducha comenzó a aumentar la temperatura y Estaban sintió cómo el glande se hinchaba lentamente, empujando el pellejo del prepucio. Se aguantó las ganas de tocarse el rabo y siguió llenando su cuerpo de jabón, acariciándose el pecho, los hombros, el cuello, la cintura…</span></p><p><span style="font-family: georgia;">En su fantasía, «Carlo» le dice a su hermano Esteban lo mucho que le gusta su polla y lo mucho que le gusta mirarla. Carlo también le confiesa que la noche anterior entró en su habitación para lamer los restos que había en su papelera. Esteban, excitado, le enseña la polla, le muestra los huevos y la forma de seta de su glande, hinchadísimo. Esteban escucha con los oídos de su imaginación el ruido que hace la mano de Carlo al menearse su picha debajo de la mesa.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">El hermanito está tan cachondo mirando la polla de Esteban que éste no puede evitar hacerse una paja también, allí mismo, los dos a la vez, acoplando el ritmo de sus pajas al mismo tiempo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«¿Te gusta, eh, te gusta?… Mira que gorda la tengo, Carlo… ¿Te gusta como me la meneo?… Te mueres de ganas por tocarla, ¿verdad? Mira, mira como la tengo…».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">Fantasía y realidad se funden y Esteban, en la ducha, no puede evitar agarrarse la polla con una mano enjabonada, frotándose lentamente el largo y grueso vástago de carne.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">En su mente, la versión masculina de Carla hace lo mismo, agarrándole la polla a Esteban para masturbarlo de forma torpe e inexperta, pero muy placentera.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">En la ducha, una de las manos baja por los testículos hasta el perineo, buscando la entrada del esfínter anal con un dedo mientras que la otra mano aumenta el ritmo, frotando la enjabonada verga cada vez más rápido.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Esteban quiere correrse en esa boca otra vez, una boca masculina, de chico. Quiere volver a llenarla de esperma para que se lo trague, quiere que Carlo le vuelva a lamer la punta del cipote. Quiere apartar la mesa y agarrarle la picha al imaginario Carlo y menearla y chuparla hasta que unos suaves golpes en la puerta del baño le trajeron de vuelta a la realidad.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Qué? —grazna en un ronco gemido apenas audible.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Esteban…? Me he acordado de una cosa.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«Ahora no, por Dios…»</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Esteban, no uses el cepillo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">El hermano frunció el ceño totalmente confundido, con la pija tiesa aún en la mano.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Cepillo? —jadeó.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—No uses el cepillo de dientes. Se me cayó cerca del inodoro esta mañana —mintió—, mientras me duchaba… y no me acordé de limpiarlo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Esteban cerró los ojos e imaginó/recordó a un imaginario Carlo. Un Carlo con la boca abierta y la cara manchada de esperma tragándose sus grumos de leche caliente.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«Está ahí, detrás de la puerta. Carlo está ahí detrás».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Por favor —dijo en voz alta—, entra.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><br /></span></p><p><span style="font-family: georgia;">La puerta se abrió despacio y Esteban miró a su hermana durante unos segundos. Estaba allí parada bajo el marco de la puerta, mirándolo con los sorprendidos ojos llenos de curiosidad, expectativa, morbo, deseo… Aún llevaba la misma ropa, con los absurdos pechos tirando de la tela húmeda de sudor. La entrepierna del pantalón corto también estaba manchada de humedad, pero Esteban apartó la vista de ahí rápido.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla entró despacio, mirando alternativamente a la cara de Esteban y a su verga, que él frotaba lentamente.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">El hermano cerró los ojos.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«Carlo. Se llama Carlo y tiene polla».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Quieres que limpie el cepillo? —preguntó confundida la chica, sin saber muy bien cual era el juego o las intenciones de su hermano.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«La polla. Quiero que me limpies la polla».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">Esteban, con los ojos cerrados, oyó a su hermana entrar en el diminuto baño y acercarse hasta la ducha, introduciéndose dentro. Entonces comprendió que las palabras anteriores las había dicho en voz alta y que ella iba a obedecerle.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Sin atreverse a abrir los ojos Esteban sintió la presencia de su hermana a escasos centímetros de su cuerpo. Luego la oyó inclinarse y tomar algo de una de las repisas. También podía oír la respiración rápida y agitada que salía de sus labios.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«Los labios de tu hermano pequeño. Los de Carlo, los mismos que se tragaron tu leche».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla colocó una esponja húmeda sobre su pene, apretando y frotando con suavidad, dejando que la esponja absorbiera el jabón.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Esteban se soltó la verga, dejando que su hermana le limpiase la polla con total libertad. La chica lo hacía con mucho tacto, deslizando la suave esponja a lo largo del tronco, desde la base hasta el capullo. La pija temblaba y se agitaba con fuertes espasmos cada vez que le acariciaba el glande.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Sigue… Sigue, Carlo —dijo Esteban en un susurro apenas audible.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Pero su hermana lo oyó y comprendió cual era la fantasía de su hermano.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><br /></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-family: georgia; font-size: medium;"><b>CARLA</b></span></p><p><span style="font-family: georgia;"><br /></span></p><p><span style="font-family: georgia;">La excitación de Carla era cada vez más y más fuerte, pero la chica no se tocó ni se desnudó en ningún momento. Se concentró en lo que estaba haciendo, admirando la anatomía de la polla que estaba limpiando: las delicadas venas; el prepucio, arrugado y contraído tras el glande; la complejidad del frenillo; la suavidad y las curvas del bálano…</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Esteban tenía una bonita pija.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla no se atrevía apenas a respirar. No quería que su hermano, concentrado en mantener su fantasía, escuchase su voz y le hiciera recordar que ella era una mujer. Tampoco quería acercarse mucho para evitar el contacto físico y que Esteban la rechazase.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla se concentró en la parte sexual. En general, el cuerpo de Esteban era agradable, esbelto y muy atractivo, pero a ella no le ponía especialmente.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Sentía morbo con la presencia de ese cuerpo desnudo y joven a su lado… pero no era su tipo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Era la polla, el sexo, el morbo de excitar, de poner cachondo, el olor, el calor, la forma, la presencia…</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«No sé qué coño es… Joder, yo que sé».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla tiró la esponja al suelo y agarró la polla de su hermano, apretando la carne con fuerza, estrujando el cilindro hasta cortar la circulación.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Esteban gimió en voz alta.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Gracias a los restos de jabón los dedos de Carla se deslizaron sin dificultad, friccionando la carne fácilmente.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«Dios, como quema. Está ardiendo».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla alucinaba con las sensaciones que le transmitían sus dedos. Le gustaba sentir el cambio de diámetro entre el tronco y la corona del glande y cómo se desplazaba el pellejo sobre él.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Sigue… —suplicó Esteban mientras se dejaba caer hacia atrás para descansar la espalda en la pared, sintiendo cómo los dedos de su hermana le masajeaban la polla.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Un breve chapoteo comenzó a salir de entre los dedos de Carla, un chapoteo suave al comienzo, pero cada vez más y más fuerte: los restos de jabón se estaban mezclando con una sustancia pegajosa y blanquecina que se acumulaba en el borde del carajo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«Líquido preseminal y esmegma. Joder, quiero chupar eso… Díos… quiero chuparlo…».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla, cansada por la postura, se puso en cuclillas. En esa posición la polla de su hermano quedó a escasos centímetros de su cara. La chica disminuyó el ritmo y acercó sus labios con timidez, con el temor de que su hermano no le permitiera llegar hasta el final.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Mientras acercaba la boca a la polla de su hermano, Carla miró directamente al agujero de la uretra, esperando que en cualquier momento de allí saliera algún escupitajo de leche. El agujero y la rajita que coronaban el glande palpitaban, se abrían y cerraban al ritmo de la suave fricción de sus dedos.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">El coño de Carla, totalmente abierto por la excitación y la postura, era un manantial que no dejaba de expulsar flujos, acumulándose y desbordándose por el diminuto pantalón.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla arrojó el aliento sobre el cipote hinchado, advirtiendo de esa manera a su hermano de lo que estaba a punto de hacer.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">«Si quieres echarte atrás, este es el momento, hermano».</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Esteban lanzó un larguísimo gemido al sentir el calor de su aliento en la polla. Luego abrió los brazos en cruz, apoyó las manos en las paredes de la cabina de la ducha y empujó levemente las caderas, ofreciendo su sexo empalmado a su hermana.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla atrapó el glande con los labios y aspiró, chupando con delicadeza, arrastrando su boca por el ardiente cipote y limpiando el carajo, chupando la porquería que se había acumulado alrededor del prepucio.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Esteban gritó de puro gusto.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla comenzó a chupar, moviendo la cabeza despacio y dejando que el cipote se deslizase sobre su lengua. Una vez más, le sorprendió lo caliente que estaba la polla de su hermano, pero esta vez el calor, al notarlo en su boca, le pareció aún más intenso.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">«Casi quema».</span></p><p><span style="font-family: georgia;">El vientre plano de su hermano se agitaba espasmódicamente de forma involuntaria, enviando a la boca de Carla fuertes convulsiones y provocando que ella tragase más rabo de la cuenta.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">A veces, debido a la inexperiencia de la joven, los dientes de la chica rozaban la delicada carne y Esteban se quejaba entre placenteros gemidos.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">A la memoria de Carla le llegaron las imágenes de su hermano haciendo gargantas profundas y ella intentó imitarlo. Tomó aire, tragó saliva, abrió la boca y comenzó a tragar, aguantando la respiración, pero en cuanto el inflado cipote tocó la entrada de la faringe Carla sintió una arcada y se atragantó, escupiendo la polla de su hermano y tosiendo sobre ella, embadurnándola de saliva y mucosidades.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla estuvo a punto de disculparse en voz alta, pero en lugar de ello volvió a sujetarle la pija a su hermano para chuparla, limpiándole las babas que ella había escupido. Esta vez los chupetones eran más rápidos, usando también su mano para frotarle el tronco.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Sigue… así… Carlo… chupa… chúpamela… sigue…</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla chupaba y chupaba, lamiendo sin descanso, llenándose la boca de carne ardiente hasta que decidió lamerle los cojones a su hermano por debajo, chupándole las pelotas sin dejar de machacarle la polla con fuerza, casi con rabia.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">La acelerada fricción de sus dedos, combinada con los fuertes chupetones que le daba en los cojones, le provocaron una explosiva eyaculación a Esteban. Éste, justo antes de que le sobreviniera, agarró a su hermana de la cabeza y la obligó a que se metiera de nuevo la polla en la boca para correrse dentro.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">El primer estallido de esperma golpeó el paladar de la chica con fuerza, quemándole el cielo de la boca, pero el resto de eyaculaciones fueron recibidas por la lengua de Carla, que se encargó de mover de forma frenética dentro de la boca, lamiendo el agujero de la uretra mientras éste seguía expulsando semen.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">La chica no pudo mantener la polla dentro mucho tiempo y volvió a toser, escupiendo esperma, salivas y algo de mocos sobre el pubis de su hermano. En cuanto se recuperó, la chica volvió a lamer todo eso con ansía, tragando y sorbiendo con mucho ruido.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Su coño era un infierno encharcado en flujo vaginal que palpitaba de forma dolorosa, con el tieso y diminuto clítoris apuntando hacía fuera.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla quería follar como un animal y estuvo a punto de meterse la polla en el coño para que el maricón de su hermano se lo reventase de una puta vez a pollazos hasta matarla de gusto, pero se contuvo, sabiendo que hubiera sido inútil.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Miró hacía arriba y vio que su hermano, extasiado, seguía con los párpados apretados, gimiendo, perdido en su fantasía post-orgásmica mientras su pito, que ya comenzaba a aflojarse, goteaba mucosidades sobre el plato de la ducha.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla, jadeando, empapada totalmente de sudor y con la boca pringada de esperma, salió de la ducha sin decir nada, caminando deprisa hacia el otro baño de la casa llena de frustración; insatisfecha, cachonda, avergonzada, rabiosa… todo a la vez.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Se quitó la ropa y vio que el diminuto pantalón era una esponja empapada de mocos vaginales y viscosidades varias.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Luego se masturbó metiéndose en el coño un cepillo para el pelo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">No tardó mucho en correrse. </span></p><p><span style="font-family: georgia;">Pero siguió insatisfecha, enfadada, avergonzada…</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«Usada. Te sientes usada».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">«Las fantasías están bien cuando son sólo eso, fantasías».</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«¿Qué significa eso?».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«Yo qué coño sé».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla abrió el grifo de agua caliente y dejó que el líquido abrasador le escaldara la delicada piel.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«Le he chupado la polla a mi hermano. Me he tragado su corrida dos veces hoy. Pero eso no basta. No me basta. Tiene que haber algo más».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">Agitada y confundida, Carla dejó que el agua limpiase su cuerpo mientras su piel iba enrojeciendo poco a poco.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«Soy una cerda. Una puta. Una pervertida».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">Comenzó a llorar en silencio, sin saber por qué, dejando que las lágrimas se confundieran con el vapor del agua.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><br /></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-family: georgia;">CONTINUARÁ.</span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-family: georgia;"><a href="https://erosexmachinae.blogspot.com/2021/03/esperma-7.html">Esperma 7</a></span></p><p style="text-align: center;">(c)2021 Kain Orange</p>Kain Orangehttp://www.blogger.com/profile/12046312746243884686noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8600867602162970341.post-39322491107589209942021-03-08T20:19:00.002+01:002021-03-18T20:15:19.809+01:00ESPERMA (5)<p style="text-align: center;"><b><span style="font-family: georgia; font-size: large;"> 5.</span></b></p><p style="text-align: center;"><b><span style="font-family: georgia; font-size: medium;">CARLA Y ESTEBAN</span></b></p><p><span style="font-family: georgia;"><span style="font-size: x-large;">C</span>arla asintió con la cabeza mientras respiraba con fuerza por la nariz, excitada. Sus manos llevaban un rato jugando entre sus muslos, tocando la hendidura que palpitaba bajo su vientre. Se había humedecido durante la conversación sin poder evitarlo y sus dedos sentían el pequeño botón del clítoris endurecido a través de la tela del pantalón.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Aún no podía creer lo que su hermano le había propuesto y sentía un ligero mareo. La sensación de irrealidad que siempre le abrumaba en situaciones morbosas la invadió de nuevo, provocándole un vahído y secándole la saliva de la boca. Tragó con dificultad antes de hablar en voz baja.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Sí. Hazlo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla observó que Esteban ya tenía el brazo debajo de la mesa, como ella, y que su hombro se movía lentamente.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">La temperatura de la cocina pareció subir varios grados de pronto y Carla empezó a transpirar cuando Esteban se levantó de la silla. Era un chico muy alto y su cintura quedó por encima de la mesa. Carla abrió mucho los ojos y dejó escapar un suspiro al ver cómo se marcaba el contorno del pene erecto en la tela. Quiso tocarlo y extendió un brazo hacia Esteban, pero él reculó.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—No —pidió con delicadeza—. Sin tocar.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla miró hacía arriba, buscando el atractivo rostro de Esteban y vio que él también estaba transpirando.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Perdón —se disculpó la chica en un susurro—. Sin tocar. Lo siento.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla recorrió el cuerpo de su hermano con la mirada. No era su tipo, pero reconoció el atractivo de un cuerpo bonito y bien cuidado. Sus ojos se detuvieron en el paquete. La tela elástica estaba tensa, hinchada, con la forma cilíndrica de la bonita pija de Esteban perfectamente marcada. Los muslos, depilados, eran delgados, blancos y suaves, sin defecto alguno, como los de la propia Carla.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">La mano de Esteban comenzó a frotar el paquete por encima del pantalón, apretando la palma de la mano contra la zona del glande.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla respiró agitada, conteniendo el aliento antes de hablar de nuevo:</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Quieres que yo… que yo te enseñe algo?, ¿quieres verme?</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—No —replicó Esteban de forma inmediata, pero sin dejar de tocarse—. No me gusta. Solo mira.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">La hermana asintió en silencio, hipnotizada por el movimiento cada vez más acelerado que imprimía Esteban a su mano. En una de las bajadas la tela se deslizó y el capullo asomó por arriba, gordo y colorado, con el prepucio arrugado alrededor. Esteban se detuvo y lo dejó ahí fuera para que su hermana pequeña lo viese.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla se metió una mano por el lateral de su diminuto pantalón y en seguida notó los pelos del coño encharcados. Sus dedos siguieron su camino natural y se introdujeron en el laberinto de carne que ardía allá abajo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Esteban vio los movimientos que hacían los hombros y brazos de Carla y no necesitó usar mucho la imaginación para saber lo que estaba haciendo su hermanita debajo de la mesa. Pensar en la vagina de Carla le produjo un momentáneo rechazo, así que cerró los ojos y se concentró en el hecho de que ella estaba mirándole, disfrutando de la visión de su pene.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Con un gemido ronco Esteban deslizó el pantalón hacía abajo y le enseñó la polla tiesa a su hermana, se la agarró y comenzó a masturbarse apretándose la verga con mucha fuerza. Aunque los sonidos que le llegaban desde debajo de la mesa le produjeron un poco de asco al principio, pronto se acostumbró a ellos, adaptando el ritmo acuoso que salía de la vagina de su hermana con el suyo propio.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla, mareada por la excitación, boqueaba jadeando cada vez más fuerte, dejando que el aliento se escapase con fuerza de sus labios.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Instintivamente se llevó la otra mano a uno de sus pequeños pechos y lo apretó, acariciándolo con fuerza y pellizcándose el pezón por encima de la ropa. Luego miró hacía abajo durante unos segundos para mirarse la entrepierna: los grumos blanquecinos salían por el borde del pantalón, manchando la silla. Un diminuto hilo de saliva se escapó de la comisura de sus labios y quedó colgando en su barbilla.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Cuando volvió a alzar la mirada Esteban se había bajado el pantalón del todo. Las afeitadas pelotas colgaban dentro del saco, balanceándose al ritmo de la mano del chico. A Carla le entraron unas ganas insufribles de chuparlas, de lamerlas, de sentir esa piel arrugada y de aspecto delicado en su boca.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Se preguntó cómo sería el tacto y la consistencia de las bolas internas.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Tócatelas —pidió entre gemidos de forma espontánea—. Apriétalas.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Esteban, con los ojos cerrados, aceptó la petición y se agarro los cojones por debajo sin dejar de descapullarse el rabo con ganas. Sus dedos rodearon los testículos y los masajearon, apretando y aflojando la bolsa escrotal para que su hermana viese cómo se le hinchaban los huevos.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Te gusta? —preguntó Esteban entre gemidos.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Sí —suspiró ella—. Sí. Me gustan. Sigue.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Esteban no se atrevía a abrir los ojos. No quería ver a su hermana; no quería ver lo que estaba haciendo ella ahí debajo con su cuerpo, así que siguió frotándose el rabo con rapidez a ciegas, estrujándose los huevos mientras sentía oleadas de placer al sentirse observado por ella.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Siguiendo un impulso Esteban dejó de menearse los huevos y se escupió en la mano libre, esparciendo a continuación la saliva por el gordo carajo, tirando del pellejo del prepucio para cubrirlo y descubrirlo alternativamente. El glande, inflamado, se manchó de babas y líquido preseminal. Esteban aumentó el ritmo y sus dedos se transformaron en un borrón acelerado que chapoteaba viscosidades.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla miraba todo eso embelesada, flotando en una morbosa nube de placer intensísimo, mareada. Se estaba follando el coño con dos dedos, sintiendo fuertes espasmos y expulsando grumos calientes fuera de la vagina. El olor a pescado que le salía del coño pronto le llegó a la nariz, aumentando aún más si cabe su excitación.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Te gusta? —volvió a preguntar Esteban con los párpados fuertemente apretados, jadeando—, ¿te gusta mi polla?</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Sí —gimió ella—, me encanta. Joder, me encanta. Me gusta mucho, sigue, no pares.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Pero Esteban se soltó la pija y dio dos pasos hacía ella. Carla vio como se balanceaba esa barra de carne tiesa, vibrando en el aire con el enorme cipote hinchado mirándola con su ojo ciego. El agujero y la raja de la uretra estaban húmedos de líquido preseminal y Carla sintió unas ganas espantosas de olerlo y chuparlo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Te gusta, eh? —Esteban abrió los ojos y miró a su hermana—. Mírala, pero no la toques.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">El chico siguió manoseando sus huevos, dejando la tiesa polla temblando en el aire, suelta.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla dejó de retorcerse los pezones y bajó la mano para frotarse la pepita del coño sin dejar de meterse dos dedos con la otra. El sudor de sus cuerpos pronto empapó las camisas y Carla vio que a su hermano se le transparentaban las tetillas. Eran oscuras, de color marrón. La verga de su hermano estaba tan cerca de ella que era una tortura tener que soportar la tentación de tocarla.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Mírala Carla, mira como la tengo, ¿te gusta, eh, te gusta?</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Sí, joder, me gusta, Dios… me gusta… me encanta tu polla… joder… </span></p><p><span style="font-family: georgia;">Esteban se agarró el pene por la base, estrujando la carne y cortando el riego sanguíneo, provocando que el cipote se hinchase con un fuerte color carmesí. De la uretra saltó un diminuto chorrito de líquido preseminal y la mano comenzó a moverse más y más rápido, acelerando el ritmo de forma frenética.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Esteban dejó de tocarse los cojones y apoyó la mano libre en la mesa, descargando el peso del cuerpo en ese brazo, inclinándose hacia delante con los párpados cerrados y gimiendo en voz alta sin dejar de machacarse la polla a toda pastilla.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Córrete Esteban —suplicó Carla, jadeando—. Échalo fuera… vamos.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Esteban, sin pensar en lo que hacía, totalmente extasiado y cegado por el clímax, se puso de puntillas, empujó las caderas y acercó la polla a la cara de su hermana pequeña justo cuando sintió los primeros espasmos.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla aceptó el inesperado regalo y se inclinó hacia él, recibiendo el primer trallazo de esperma en toda la cara. Luego se colocó debajo de la polla y logró que los siguientes escupitajos de semen cayeran dentro de su boca, dejando que la leche de su hermano se acumulase dentro, pero Esteban se apartó de ella con rapidez cuando notó la lengua lamiéndole la punta del nabo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—No… No Carla.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">La hermana volvió a sentarse en la silla con la boca llena de leche, se arrancó el pantalón y se abrió de piernas, exhibiendo su coño y hundiendo tres dedos dentro de la acuosa raja. Esteban apartó la vista, se dio la vuelta y buscó algo con lo que limpiarse la polla mientras su hermana alcanzaba el orgasmo entre agudos gemidos y gritos.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Los muslos de Carla temblaban con las contracciones vaginales y su coño expulsaba flujo de una manera demencial, como nunca lo había hecho antes. Durante unos segundos temió desmayarse.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"> La chica nunca pensó que el semen pudiera estar tan caliente y fue lo primero que notó cuando la viscosa lefa cayó en su cara. Después, en su boca, sintió el sabor algo desagradable, ligeramente ácido, pero a ella le supo a gloria. Aún seguía sufriendo los espasmos post orgásmicos y notaba el peso de los grumos calientes en su lengua, diluyéndose poco a poco con su saliva, pero su libido subía y subía, insaciable.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">No se atrevía a tragar, quería conservarlo para siempre, sentir la eyaculación de su hermano pegada en el paladar, en la lengua, en los dientes…</span></p><p><i><span style="font-family: georgia;">«Cerda, marrana, puerca, viciosa de mierda… Puta…».</span></i></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla se insultaba en silencio, mareada, temblando, sintiendo los músculos de su vagina palpitando y apretando sus dedos, pues aún los tenía dentro, ya que le gustaba dejárselos metidos un rato después de correrse. Poco a poco fue calmándose, respirando por la nariz, con los párpados fuertemente apretados hasta que no pudo soportarlo más y tragó, engullendo los pegotes licuados de esperma, cálidos y viscosos.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Abrió los ojos y vio que Esteban estaba de espaldas, inclinado, limpiándose la polla con una servilleta de papel. Carla estuvo a punto de pedirle que le dejara que lo hiciera ella, pero sabía que él se negaría.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">«No quiere que se la toque, pero conseguí lamerle un poco la polla —recordó—, le pasé la lengua por ahí».</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla vio que su hermano tenía unas nalgas blancas, redondas y carnosas, totalmente limpias de vello; luego recordó la escena en la que un chico metía la cara ahí en medio para lamerle la raja del culo y el esfínter.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Algo pegajoso se deslizó por su mejilla y la chica se sacó los dedos que aún tenía dentro de la vagina para limpiarse la cara. De su coño salió un «plop» acuoso al extraer los dedos y Carla notó que su hermano se encogía de hombros, asqueado al oírlo. La hermana se limpió el esperma del rostro, arrastrándolo por su mejilla hasta su boca para chuparse los dedos. Cuando acabó se puso en píe y vio que la silla y los pantalones estaban empantanados. Por sus muslos corría el sudor mezclado con otras cosas.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">La chica se acercó a Esteban y le colocó una mano en la espalda. El hermano dio un respingo, pero no se apartó.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Estas bien? —susurró Carla.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Esteban se encogió de hombros y asintió con la cabeza mientras se subía los pantalones y se guardaba la verga.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Me prestas eso? —preguntó Carla señalando al rollo de papel de cocina sin dejar de acariciar la espalda de Esteban.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">El chico le dio el rollo y Carla volvió a la silla para limpiarla. También se secó los muslos y el rostro.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Y tú? —preguntó de repente Esteban—, ¿tú estás bien?</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla miró a su hermano.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Sí, estoy bien —Se acercó a él para tirar los papeles a la basura—. Me ha gustado.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Estaban sabía que ella esperaba que él dijera lo mismo, pero no podía hacerlo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Sé que te ha gustado, Carla, pero no volverá a pasar. Así no.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">La chica asintió con la cabeza.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—No debí tocarte —dijo Carla pensando en el fugaz lametón—, lo siento.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—No se trata de eso… bueno, en parte sí, pero no es sólo por eso.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Esteban suspiró con fuerza y tomó unos segundos para ordenar sus ideas.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—No me gustan las mujeres, Carla, tú ya lo sabes. Lo que ha pasado ahora es algo, algo muy raro en mí y dudo mucho que pueda volver a hacer algo parecido.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Pero te ha gustado, Esteban —Era una afirmación—. Te ha gustado, no puedes negarlo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Me ha gustado sentirme observado —admitió—, me ha gustado que una persona me mirase, me ha gustado que una persona tan cercana y familiar como tú estuviera excitándose conmigo… Pero no me ha gustado… —Esteban no sabía como decirlo sin ofender a su hermana—, no me ha gustado sentirte. No me ha gustado oírte y… bueno, el olor, el sonido… lo que te hacías ahí… ahí abajo. No me gusta eso.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla soltó un bufido que era una carcajada a medias, dudando entre reír o enojarse. Al final, la parte de su personalidad mas gamberra ganó la batalla.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Ya veo: no te gustado que me tocara el coño, pero bien que te ha gustado correrte en mi cara, ¿eh?</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Esteban frunció el ceño.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Fue un impulso. Yo sabía que a ti te gustaría y me dejé llevar…</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Esteban se acercó más a ella y le tomó ambas mejillas con las manos, obligándola con delicadeza a que le mirase a los ojos.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Por favor Carla, entiéndelo. Mi repulsa no es algo que yo escoja, no es de mi elección, no es algo que yo pueda evitar. Simplemente no puedo… no puedo… —Esteban sonrió con amargura—, no puedo ver chochos, ¿vale? Tú ya lo sabes desde que éramos niños.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla lo sabía, pero siempre pensó que era más bien una manía y no una especie de fobia. Aún así negó con la cabeza.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—No lo entiendo Esteban. Si eso es así, ¿cómo… cómo has podido hacer lo que hemos hecho?</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Cómo me he excitado? —Esteban se encogió de hombros—, ya te lo he dicho, me gusta que me miren.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">La frase quedó colgando en el bochornoso aire de la cocina. El olor a sexo flotaba entre ellos y ambos tenían aún el pulso acelerado.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Esteban soltó a su hermana y volvió a la mesa para recoger los restos del desayuno, prácticamente intacto. Carla se acercó a él para ayudarlo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Sé que te gustaría repetirlo, Carla —dijo él sin dejar de moverse por la cocina—, pero no creo que yo pueda volver a hacerlo. Al menos así.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Así?, ¿así cómo?, ¿a qué te refieres?</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Ya sabes —Esteban gesticuló con las palmas hacía arriba—, contigo tocándote.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla siguió limpiando la mesa y pensó en ello un par de minutos, en silencio.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Cuál es el que más te gustó? —preguntó en voz baja Esteban, mirando a su hermana de reojo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Te refieres a los vídeos? —Carla no lo pensó mucho—. El del condón.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Esteban supo a cual se refería y asintió.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Tienes gustos fuertes, ¿eh?</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Me gustaría hacerlo, Esteban.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Esteban terminó de lavar los cubiertos y se volvió hacía su hermana.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Cómo?</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Lo del condón. Lo que hiciste. Me gustaría hacerlo yo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Carla, ya te he dicho que no vamos a repetir la escena de hoy.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—No digo que lo hagamos ahora ni nada por el estilo. Sólo alguna vez, cuando tengas ganas. No te costaría nada.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Esteban negaba con la cabeza, pero Carla se dio cuenta de que estaba a punto de ceder.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Ni siquiera te pido estar delante. Tú… tú lo haces a solas, lo echas dentro… dentro del preservativo y luego me lo das.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Esteban se secó las manos y miró algún punto más allá de la ventana de la cocina.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Lo pensaré, Carla. No te prometo nada.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla sonrió mientras Esteban seguía contemplando el paisaje exterior, perdido en sus pensamientos.</span></p><p style="text-align: center;"><b><span style="font-family: georgia;">CONTINUARÁ...</span></b></p><p style="text-align: center;"><b><span style="font-family: georgia;"><a href="https://erosexmachinae.blogspot.com/2021/03/esperma-6.html">Esperma 6</a></span></b></p><p style="text-align: center;"><b><span style="font-family: georgia;">(c) 2021 Kain Orange</span></b></p><p style="text-align: center;"><br /></p>Kain Orangehttp://www.blogger.com/profile/12046312746243884686noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8600867602162970341.post-60620896556117469652021-03-05T12:24:00.006+01:002021-03-18T20:14:34.598+01:00ESPERMA (4)<p style="text-align: center;"><span style="font-family: georgia;"> <span style="font-size: large;">4.</span></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-family: georgia;"><br /></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-family: georgia; font-size: medium;">CARLA</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><br /></span></p><p><span style="font-family: georgia;"><span style="font-size: x-large;">C</span>arla observó a su hermano en silencio mientras el trajinaba por la cocina: café, cereales, tostadas, crepes con Nutella y zumo de naranja. Cuando se sentó a la mesa sintió un rubor espontáneo, avergonzada con el recuerdo de que su hermano, aquí presente, la pilló anoche desnuda lamiendo su semen, pero pasó en seguida sustituida por la sensación de seguridad que le daba el conocimiento del secreto de Esteban.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«No somos tan distintos. Tenemos los mismos gustos»</i> —pensó al recordar la escena en la que su hermano se tragaba su propio semen directamente de un condón.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Cual es la gracia? —Le preguntó Esteban al verla sonreír.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Durante un segundo Carla sopesó la posibilidad de decirle la verdad.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—No, nada. Hacía tiempo que no desayunaba crepes.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla no podía apartar la vista de la boca de Esteban.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«Por ahí han entrado más pollas que en mi coño»</i>. Lo cual no era ningún prodigio, teniendo en cuenta que ella era aún más o menos «virgen». En realidad ella misma se rompió el himen hace tiempo con el mango de un cepillo, masturbándose, pero ningún pene había visitado aún su vagina.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«Ni ninguna lengua»</i> —pensó con resignación.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla tomó una de las crepes, la untó con la crema de avellanas y le dio un pequeño mordisco. Esteban se conformó con un zumo de naranja que bebió con la ayuda de una pajita. La hermana supuso que la herida debía de molestarle.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Te duele?</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—No —mintió Esteban—, ¿y a ti?</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla se encogió de hombros, mordisqueando la tortita sin muchas ganas. Sentía el estómago como un manojo de nervios. Esteban se percató de ello.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿No tienes hambre?</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla suspiró con fuerza y dejó la tortita en el plato, apoyando los brazos en la mesa y mirando a Esteban a los ojos.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Anoche no debí entrar en tu cuarto —dijo Carla—, lo siento, pero tú tampoco debiste hacerlo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Hiciste algo más que entrar en mi cuarto.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">La chica cerró los ojos. No quería escuchar un sermón, no quería que la avergonzase por haberla pillado haciendo una cochinada tan grande, pero pensó que lo mejor sería pasar el trago lo más rápido posible. Que dijera lo que tuviera que decir y luego ella vería qué hacer a continuación.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Mira Carla, no voy juzgarte por eso. Yo también he hecho cosas de las que no estoy muy orgulloso y sé lo que es un calentón, así que no te voy a martirizar por esto.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Se lo vas a decir a mamá? —por el tono que Esteban había adoptado ya sabía que él no iba a contar nada de lo sucedido, pero quería escucharlo de sus labios.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Esteban negó con la cabeza tras dar un sorbo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Para qué, de qué serviría? Ya no somos niños, Carla. Las cosas ahora se resuelven de otra manera.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">La chica bajó la cabeza y habló al cuenco de cereales.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—No volverá a pasar.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Lo dijo en voz baja, y conforme lo decía, ella se daba cuenta de que era mentira, de que ya estaba deseando volver a su habitación y jugar con los restos de kleenex que aún quedaban encima de la mesa, que no podía evitar el morbo que le provocaba hacer algo tan repulsivo y excitante a la vez.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Esteban dejó el zumo sobre la mesa y habló con seriedad.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—No, no volverá a pasar. A partir de ahora tendré más cuidado con mis cosas.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla frunció el ceño ligeramente.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«¿Qué significa eso?».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">Pero en seguida supo la respuesta: no volverá a dejar pañuelos a su alcance.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Deberías volver a echarte un novio —dijo Esteban—. ¿Qué pasó con Miguel, por qué cortasteis? Parecía buen tío.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">La hermana negó con la cabeza y se sirvió café, aunque no bebió nada.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—No era un buen tío. —De repente, al recordar al gilipollas de Miguel se puso de mal humor y trinchó una de las crepes con demasiada fuerza. Cuando habló, no disimuló su enfado—: No debiste entrar en mi cuarto. No debiste hacerlo —Carla recordó la bochornosa escena y su enfado aumentó—. No tenías derecho a entrar de esa manera. Yo tampoco quiero que vuelvas hacerlo, jamás.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Tienes razón. Lo siento, pero estaba enfadado.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¡Da igual como estuvieras, joder! Eso no es excusa.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Tranquila.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¡No me digas que me tranquilice! —Carla, enojada, se incorporó de la silla, apoyándose en la mesa—.¡Me pillaste en pelotas haciéndome una paja, coño! ¡¿A ti te gustaría que te hiciera lo mismo!?</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Carla, te vi mientras me espiabas en la ducha. Más o menos es lo mismo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">La pequeña guardó silencio boquiabierta mientras el rubor volvía a encender su rostro con fuerza. Aún tenía el cabello húmedo y tenía algunos mechones pegados en la mejilla, goteando ligeramente, aunque Esteban no estaba seguro de si eran gotas de agua o lágrimas.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Sé lo de tus vídeos —dijo Carla sin pensar en lo que hacía—. Anoche los vi.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Esteban apenas reaccionó ante la noticia. Casi parecía que la estuviera esperando. No dijo nada, pero la hermana notó que él también se ruborizaba. La chica no pudo soportar la intensa mirada de Esteban y apartó la vista, sentándose de nuevo en la silla.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Te… he visto… En esos vídeos te he visto haciendo… haciendo todo eso —tartamudeó muy nerviosa.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Esteban siguió mirando fijamente a su hermana.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—No… no diré nada a nadie. ¡Nunca! —dijo Carla de pronto con vehemencia mirando a su hermano—. De verdad, no diré nada de esas cosas.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla intentó aguantar la mirada de Esteban, pero no lo logró y apartó la vista, contemplando cómo se enfriaba su taza de café, intacta.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—No diré nada —repitió—, pero tú no eres nadie para darme lecciones.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla esperó a que su hermano dijera algo, pero él siguió mirándola fijamente en silencio. La chica, de forma instintiva, se cruzo de brazos y recordó que no llevaba ropa interior y que sus pechos se estarían marcando de forma evidente bajo la liviana prenda. También sabía que era un gesto inútil, pues su hermano era inmune a los encantos femeninos. En realidad era un gesto defensivo, pues su subconsciente temía un ataque de su hermano.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—No diré nada a nadie —volvió a repetir Carla en voz baja—.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><br /></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">Esteban</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><br /></span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Por qué iba a importarme si dices algo o no? —dijo Esteban al fin—. Tengo veinticuatro años y no hago nada ilegal. Puede que haya gente a la que no le guste lo que hago, pero, ¿por qué iba a importarme lo que piense esa gente de mi?</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Lo cierto es que sí le importaba lo que la gente pensase de él y se moriría de vergüenza si alguna vez su entorno familiar, sus compañeros de estudio de la uni o sus amigos del trabajo, le veían haciendo esas cosas. Más adelante, cuando acabase la universidad, puede que dejara de importarle, pero ahora no. Conocía muy bien como funcionaba la hipocresía en la sociedad y lo último que querría es que le señalasen con el dedo cada vez que tuviera que pedir un trabajo o participar en un grupo de estudio.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«Además, la gente puede ser muy cruel </i>—pensó Esteban—, <i>ya me puedo imaginar las chanzas entre mis conocidos en las redes sociales».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">Sí, le importaba, pero no quería que Carla lo supiera. Esteban temía que la pequeña pervertida quisiera chantajearlo de algún modo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Da igual si te importa o no —dijo Carla alzando la mirada brevemente—. No quiero decírselo a nadie, pero no quiero que me vengas haciéndote el ofendido o a avergonzarme por eso… por eso que hice. No quiero que me eches en cara lo que yo haga en la intimidad de mi cuarto cuando tú también haces lo mismo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Te refieres a rebuscar en mi papelera y comerte mis corridas después de espiarme en la ducha?</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Esteban vio como temblaban los hombros de Carla, pero no hubiera sabido decir si era porque la chica sentía enojo, vergüenza o estaba al borde del llanto.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«Puede que un poco de todo mezclado».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">Por extraño que parezca, Esteban se sorprendió teniendo una erección.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">No era por Carla, pues él sentía repulsión hacía el físico de las mujeres, si no por el morbo de la situación en general.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«Te excita que Carla te haya visto en los vídeos. Te excitó cuando la viste espiándote en la ducha y siempre te excitaste con la posibilidad de que ella te oiga mientras te masturbabas en tu cuarto. Eres un puto exhibicionista, y lo sabes».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">Esteban tuvo que reconocer que aquello era cierto. Su afición a los vídeos porno caseros comenzó así, exhibiéndose, mostrándose a los demás, disfrutando con el morbo de sentirse observado sabiendo que la otra persona se está excitando mirándolo a él.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Y ahora era su hermanita quien se ponía cachonda mirándolo. Esteban recordó los sonidos que oyó saliendo del cuarto de su hermana la noche anterior, mucho más tarde, después de la discusión.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«Probablemente se masturbó mirando mis vídeos».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">Curiosamente, el hecho de que ella buscase su semen en la papelera para lamerlo no le producía ninguna reacción erótica. Si hubiera sido un chico, probablemente sí, pero no podía excitarse con una mujer de esa manera.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Te espié —reconoció Carla apartándose una lágrima con el dorso de la mano—, te espié y rebusqué en tu cuarto para coger eso. Lo hice porque estaba así… ya sabes. Tú también haces cosas y sabes cómo es estar así.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Cachondo?</span></p><p><span style="font-family: georgia;">A Esteban le divertía ver cómo Carla ahora evitaba llamar a las cosas por su nombre. Ella encogió ligeramente los hombros. Hacía rato que dejó de cubrirse los pechos. Ahora tenía ambas manos debajo de la mesa, sobre los muslos cerrados. Otra postura defensiva.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Tenía ganas de hacerlo y lo hice, Esteban. Tuve un calentón, como tiene todo el mundo. Pero no va a pasar más y ya está. Tú no dices nada y yo no digo nada. En paz.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Esteban no podía evitar la erección y era algo realmente extraordinario en él.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Se podía contar con los dedos de una mano las veces que se había empalmado delante de una mujer, y siempre fueron situaciones excepcionales, con la presencia de algún compañero masculino. El joven sentía literalmente repugnancia por la anatomía de las hembras. Para él, una vagina era como una especie de víscera expuesta, un corte hecho en la carne de una persona mostrando el repugnante interior lleno de todo tipo de sustancias apestosas: sangre menstrual, orines, flujos. Dentro de esa raja carmesí había cosas abultadas; había agujeros y trozos de pellejo colgando, arrugados y viscosos, como si fuera la guarida de algún monstruo alienígena.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Las vaginas eran algo asqueroso.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">A su vez, los pechos femeninos le parecían algo inútil y antiestético: dos bolsas de carne meneándose y colgando, estorbando y abultando la ropa de forma ridícula.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">No, el físico de las mujeres no le gustaba nada. ¿De dónde venía esta excitación?</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«Estas cachondo porque sabes que esta pequeña pervertida va a seguir viendo tus vídeos para hacerse pajas a costa tuya. Estás cachondo porque te encanta que te miren desnudo, que te vean practicando sexo, que vean tu bonito cuerpo en pelotas mientras haces guarradas».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">—De acuerdo Carla, estamos en paz. Tienes razón —Su hermana alzó la vista—, tuviste un calentón y ambos hemos hecho cosas que deberían quedarse en el ámbito de nuestra intimidad, y ahí se van a quedar, ¿de acuerdo?</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Su hermana asintió con la cabeza y Esteban vio que sus ojos castaños estaban ligeramente irritados y vidriosos.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—No soy tonta, Esteban, no diré nada. No quiero que papá y mamá vean esas cosas. Creo que ellos no lo entenderían.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Esteban no pudo evitar que el corazón se acelerase cuando habló:</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Y tú?, ¿tú lo entiendes?, ¿entiendes las cosas que hago en esos vídeos o porqué las he hecho?</span></p><p><span style="font-family: georgia;">La joven miró a su hermano a los ojos y asintió en silencio.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿No te molestó verme en esos vídeos?</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla negó con la cabeza y susurró un «no» mientras sonreía.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Hacía ya un buen rato que el prepucio se había retirado hacía atrás, presionado por la gruesa erección que Esteban estaba sufriendo dentro de los pantalones de deporte. El glande se apretaba contra el bajo vientre y el chico, agitado, se movió en la silla para aliviar un poco la presión.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Te gustó verme en los vídeos —dijo Esteban. No era una pregunta, pero Carla, sin apartar la mirada de los ojos claros de su hermano, asintió con la cabeza.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Sí —dijo ella—, me gustó verte ahí.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Lo sé —dijo Esteban recordando los gemidos sofocados y la agitación que oyó a través de la pared—. Anoche te oí.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla se encogió de hombros.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Vas a volver a mirarlos, ¿verdad, Carla?</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—No sé —mintió ella—, puede.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«¿Qué estas haciendo, Esteban? Es tu hermana».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">Pero la situación era demasiado morbosa y en el fondo de su cabeza algo le decía que esto era precisamente lo que él estaba buscando desde que pilló a su hermana espiándole.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—No me importa si los ves de nuevo —le dijo a su hermana.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla soltó una carcajada nerviosa y su rubor se hizo aún más intenso, resaltando las diminutas pecas que tenía alrededor de la nariz. Luego se dirigió a su hermano en un susurro.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Te gustaría que yo los viera otra vez, ¿verdad?</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Esteban asintió.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«¿Qué haces Esteban?»</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">A pesar de las dos pajas que se hizo anoche aún sentía los cojones hinchados, gordos y llenos. Los tenía aplastados contra la silla y volvió a moverse para hacer algo de espacio, notando que la dolorosa erección pedía ser liberada. El propio Estaban se sorprendió cuando oyó las palabras que salieron de su boca:</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Quieres verlo?</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla frunció el ceño y su sonrisa cayó ligeramente.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Qué? —preguntó confusa.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«¡¿QUÉ ESTAS HACIENDO?! Es tu hermana».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">La polla palpitaba como una barra de acero con vida propia, ardiendo entre sus muslos al ritmo de su acelerado corazón.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Te gustaría verlo? —repitió mientras bajaba una mano bajo la mesa para poder tocarse.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla siguió negando con la cabeza sin comprender aún a qué se refería su hermano.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Como anoche —aclaró Esteban en voz baja—. Como en la ducha.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Esteban oyó cómo su hermana dejaba escapar un suspiro entrecortado que era casi como un gemido.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla, mirando directamente a los ojos de Esteban, asintió con la cabeza, respirando con fuerza por la nariz, excitada.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Sí —jadeó—, me gustaría verlo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><br /></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-family: georgia;">CONTINUARÁ</span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-family: georgia;"><a href="https://erosexmachinae.blogspot.com/2021/03/esperma-5.html">Esperma 5</a></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-family: georgia;">(c)2021 Kain Orange</span></p>Kain Orangehttp://www.blogger.com/profile/12046312746243884686noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8600867602162970341.post-77949052173326966682021-03-03T18:27:00.002+01:002021-03-18T20:13:26.764+01:00ESPERMA (3)<p style="text-align: center;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"> 3.</span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-family: georgia; font-size: medium;">CARLA</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><span style="font-size: x-large;">C</span>arla no podía dormir. Echó un vistazo al despertador que había al lado de su cama y comprobó que faltaban cuatro horas para el amanecer. La sábana estaba empapada de sudor y de lágrimas; le dolían los ojos, que los notaba hinchados, y sentía una molestia en la mejilla derecha, allí donde Esteban le había restregado el pañuelo con demasiada fuerza. La joven no dejaba de dar vueltas a todo lo que había pasado.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Durante varios minutos sintió que iba a morir de pura vergüenza, con el corazón dando saltos dentro de su pecho y el rostro encendido de rubor; luego, más tarde, un miedo irracional sustituyó al bochorno, atenazándole el pecho como una garra, pues temía a la reacción de sus padres si se enteraban de lo que había hecho, pero al momento siguiente esa sensación era reemplazada por la rabia, el enojo y el enfado:</span></p><p><i><span style="font-family: georgia;">«No tenía ningún derecho a entrar así en mi cuarto. No debería haberme gritado, ni insultarme, ni mucho menos tocarme la cara de esa forma».</span></i></p><p><span style="font-family: georgia;">Pero entonces recordaba el momento en el que él le restregó el semen (SU semen) por el rostro, y aunque aquello le molestó y le dolió, no podía evitar que su vagina reaccionara involuntariamente con esa imagen, palpitando y segregando jugos. Pero eso, el hecho de que su cuerpo se excitara con esa agresión, la ponía aún más furiosa.</span></p><p><i><span style="font-family: georgia;">«Cabrón, maricón, sarasa de mierda, marica de los huevos, chupapollas de los cojones, tocapelotas de mierda…»</span></i></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla sostuvo la respiración unos segundos al recordar algo.</span></p><p><i><span style="font-family: georgia;">«Tocapelotas».</span></i></p><p><i><span style="font-family: georgia;">«Tocarse los huevos. Él se estuvo tocando los huevos en la ducha, como en el vídeo. El vídeo dónde dos maricas se tocaban entre ellos».</span></i></p><p><span style="font-family: georgia;">Había algo familiar en esas dos imágenes, la de su hermano en la ducha y la del vídeo. Una semejanza algo más allá de la similitud del acto.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla se apartó las lágrimas de la cara y trató de recordar el vídeo: eran dos chicos jóvenes, aparentemente de la edad de Esteban. No pudo verles la cara, pero ambos eran muy parecidos entre sí físicamente. Esbeltos, fibrosos, totalmente depilados.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla palmeó la mesita que había al lado de la cama, buscando su smartphone.</span></p><p><i><span style="font-family: georgia;">«¿Cual era el nombre de la cuenta del vídeo?».</span></i></p><p><span style="font-family: georgia;">La chica apenas tardó unos segundos en entrar en la página de <i>PornHub</i> y usar el buscador para localizar la cuenta. El portal cambió de forma inmediata a la versión gay, mostrando todo tipo de escenas llenas de pollas, culos y músculos depilados. Carla seleccionó la cuenta que buscaba y comenzó a ver los <i>«thumbnails»</i> de los vídeos que había allí. Todos ellos tenían en común a chicos jóvenes y delgados, algo afeminados para el gusto de Carla, pero bastante atractivos, tuvo que reconocer la joven. Por la baja calidad de los vídeos se notaba que eran amateurs.</span></p><p><i><span style="font-family: georgia;">«Aquí hay algo que me suena de algo…»</span></i></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla siguió viendo imágenes y escenas sueltas. Algunos chicos iban enmascarados, otros iban a cara descubierta y otros no mostraban nunca su cara. El protagonista de la mayoría de los vídeos, y con total seguridad el dueño del canal, era de éstos últimos. Nunca mostraba su rostro. Las escenas estaban rodadas de tal manera que la cara estaba siempre fuera del encuadre. Pero aún así…</span></p><p><span style="font-family: georgia;">De pronto el corazón de Carla dio un brinco y comenzó a latir muy deprisa.</span></p><p><i><span style="font-family: georgia;">«El tatuaje. El tatuaje de este tío es el mismo que tiene Esteban en el codo».</span></i></p><p><span style="font-family: georgia;">A partir de ahí, una vez que hizo la conexión, el resto de coincidencias se hizo más evidente. El mismo tono de piel, la misma complexión, el lenguaje corporal…</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla rebuscó en un cajón y sacó unos auriculares baratos. Los conectó al teléfono y buscó entre los vídeos alguna parte en la que el protagonista del canal hablase. No tardo mucho en encontrarlo. Era la misma voz de Esteban.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«Es Esteban… es él»</i>.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Su cabeza daba vueltas intentando asimilar todo esto. Seguía estando enfadada con él, pero al mismo tiempo estaba excitada, notando cómo el morbo encendía su pecho.</span></p><p><i><span style="font-family: georgia;">«El muy cabrito tiene por lo menos más de 50 vídeos porno aquí subidos, joder».</span></i></p><p><span style="font-family: georgia;">Cuanto más miraba en la línea temporal del canal, más vueltas le daba la cabeza. Sentía una especie de vahído, un ligero mareo. Estaba viendo un aspecto tan extraordinariamente íntimo de su hermano que le parecía estar viviendo algo irreal. Su enfado hacía él iba disminuyendo conforme iba viendo más y más escenas. Su excitación y morbosidad también subían de forma exponencial. En pocos minutos ya tenía el coño abierto e inundado, con el pequeño clítoris duro y palpitante.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">A Carla le encantaban especialmente aquellas escenas en las que su hermano (porque ya no le cabía ninguna duda de que era él), hacía mamadas y succionaba pollas. En esos momentos podía ver claramente que esa boca y esa barbilla eran las de su hermano mayor. Carla contempló alucinada la capacidad que tenía su hermano para introducirse los rabos hasta el fondo, haciendo gargantas profundas casi sin atragantarse. Desde hacía muchos años, en su familia, sabían que era homosexual, pero Carla nunca pensó en su hermano practicando sexo de esa manera.</span></p><p><i><span style="font-family: georgia;">«¿Y cómo pensabas que lo hacía?, ¿Sólo con abrazos y besos?».</span></i></p><p><span style="font-family: georgia;">La joven se percató de que la mayoría de los vídeos hacían hincapié en la sensualidad del acto. Muchas caricias y besuqueos entre mamadas y anales; también había masajes largos y sensuales donde las manos y las bocas eran los protagonistas, mientras que las pollas y los ojetes se quedaban en un segundo plano. En las sodomizaciones era Esteban el que solía penetrar y en muy pocos vídeos era a él a quién penetraban. Éstos vídeos eran especialmente morbosos para Carla y se dio cuenta de que el depilado esfínter de Esteban se tragaba las gordas pijas con la misma facilidad con que lo hacía su garganta.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">De repente una escena fugaz vista en un <i>thumbnail</i> le llamó la atención. Carla hizo clic en ese vídeo y lo que vio casi le provoca un orgasmo instantáneo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">En el vídeo se podía ver a su hermano en solitario colocándose un preservativo para luego masturbarse durante varios minutos entre jadeos y gemidos. Después de eyacular copiosamente dentro del condón Esteban se lo quitó muy despacio y se lo acercó a los labios, poniendo especial cuidado en que su rostro completo no apareciera en el encuadre; después dejó que el esperma resbalase hasta su boca, recogiendo los grumos con la lengua y metiéndoselos dentro para tragarlos.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla no pudo evitar follarse el coño con fuerza mientras contemplaba alucinada la escena, aplastando el clítoris con la palma de la mano y metiéndose los dedos hasta los nudillos, produciendo fuertes chapoteos y palmadas.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Cuando el condón se vació del todo Esteban se lo metió en la boca para chuparlo y exprimirlo, aspirando el interior del globo de látex.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">La pequeña Carla vio la escena en bucle varias veces hasta que se corrió gimiendo con fuerza con una almohada apretada sobre su cara, empapándola de sudor y saliva. El coño era una fuente que no paraba de segregar flujos que bajaban entre fuertes espasmos por el perineo hasta el ano. Varios minutos después del orgasmo se durmió, agotada. Antes de que le alcanzase el sueño un pensamiento cruzó su cabeza:</span></p><p><i><span style="font-family: georgia;">«Puede que esta vez sí que me haya oído».</span></i></p><p><span style="font-family: georgia;"><br /></span></p><p><span style="font-family: georgia;">La mañana siguiente era domingo y se despertó muy tarde. Pasaba del mediodía y el sol entraba con fuerza por la ventana abierta, iluminando el cuerpo desnudo de Carla sobre la cama. La chica, menuda y delgada, estaba empapada de sudor. Los rayos del sol arrancaron destellos cobrizos en su melena color caoba, que ella nunca dejaba que creciera más allá de los hombros. Sus ojos castaños parpadearon varias veces, entornando la mirada debido a la luminosidad que entraba en el cuarto.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Se arrastró sobre la cama con los ojos cerrados hasta alcanzar el tirador de la persiana. La bajó con dos movimientos enérgicos.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«¡Hágase la oscuridad!»</i> —pensó absurdamente.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Volvió a tumbarse sobre la cama, con la idea de dormir una semana del tirón, pero tenía la vejiga llena y necesitaba echar una meada enseguida. Nada más incorporarse de la cama se tuvo que sentar de nuevo, mareada. A su mente acababan de llegar de golpe el recuerdo de los eventos de la noche pasada.</span></p><p><i><span style="font-family: georgia;">«Los pañuelos, la ducha, la pelea… ¡los vídeos!».</span></i></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla rebuscó su móvil entre las sábanas, viendo que había un par de manchas de color pardo-rojizas allí dónde se le había escapado un poco de flujo menstrual, así como una mancha de humedad mucho más extensa, ya seca, recordándole a Carla la paja que se hizo sobre la cama. Arrancó las sábanas, hizo una pelota con ellas y las tiró a un rincón. Luego encendió el smartphone para ver si los vídeos eran reales o los había soñado y esperó unos segundos con el corazón palpitando muy rápido en su pecho.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">La página de PornHub apareció en la pantalla. Los vídeos eran reales.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla quería quedarse más tiempo en su habitación, meditando sobre todo esto, pensando sobre cómo actuar con su hermano ahora que conocía su secreto, pero no podía aguantar más el pipí. Se levantó y se puso deprisa unos pantalones cortos y una camiseta, sin nada más debajo, con la idea de echar una meada y una ducha rápida antes de vestirse para desayunar. Antes de salir vio que sobre la mesa aún estaban los pañuelos.</span></p><p><i><span style="font-family: georgia;">«Déjalos ahí, luego tendrás tiempo de jugar con ellos».</span></i></p><p><span style="font-family: georgia;">Salió de su cuarto y en el brevísimo trayecto hasta el baño llamó a sus padres a voces, preguntando si estaban en casa, aunque sabía que probablemente ya estaban camino del pueblo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Todos los domingos sus padres iban al pueblo donde vivían sus abuelos. Antes iban todos juntos, pero conforme iban haciéndose mayores Esteban y Carla preferían quedarse en la ciudad, con sus amigos, aunque a veces acompañaban a sus viejos.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¡¿Má, Papá?!</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Nadie respondió y Carla entró al baño, cerró la puerta e hizo sus cosas.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><br /></span></p><p><span style="font-family: georgia;"><br /></span></p><p><span style="font-family: georgia;">Estaba terminando de ducharse cuando alguien golpeó la puerta con suavidad. La voz de Esteban le llegó desde fuera.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Carla? Soy yo. Papá y mamá no están.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">La hermana cerró el grifo y no dijo nada, aguardando quieta en el plato de la ducha, sintiendo como las gotas de agua tibia recorrían su cuerpo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Cuando acabes me gustaría hablar contigo. —La voz de su hermano era calmada, muy distinto a como sonaba la noche anterior.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«Voz de marica» </i>—pensó con crueldad Carla, aún resentida. La chica no dijo nada y varios segundos más tarde oyó a su hermano retirándose de la puerta. Carla abrió de nuevo el grifo de golpe, dejando que el agua cayera con fuerza contra su piel. Sin motivo aparente la furia y la rabia habían vuelto a ella.</span></p><p><span style="font-family: georgia;"><i>«Ahora quieres hablar, ¿eh? Anoche ibas de víctima, cómo siempre. Siempre has sido el pobrecito gay, el mariquita de la casa, el sensible.</i> —Dentro de su mente, Carla imitó la voz Esteban—: <i>Ay, pertenezco a un colectivo acosado, pobre de mí, mirad que pena doy, ¡mirad que mala es mi hermana, que ha entrado en mi cuarto sin permiso para hacer guarradas!».</i></span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla aporreó otra vez el grifo para cerrarlo de golpe.</span></p><p><i><span style="font-family: georgia;">«¡Pues ahora resulta que el que hacía guarradas eras tú, puto mariquita!».</span></i></p><p><span style="font-family: georgia;">Al salir de la ducha vio sobre la repisa del lavabo unos cepillos de dientes. A la derecha uno azul, de su hermano. A la izquierda dos de color rosa, suyos. Siguiendo un impulso agarró el cepillo de su hermano y se lo metió por el agujero del coño, con las cerdas hacia dentro. Se frotó la vagina un par de veces con él y luego lo dejó donde estaba.</span></p><p><i><span style="font-family: georgia;">«Ahora me vas a comer el potorro, so marica».</span></i></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla siguió secándose e insultando a su hermano en silencio, aunque poco a poco fue calmándose. Esteban y Carla siempre se habían llevado bien y sus riñas eran breves. En el fondo (muy en el fondo), Carla sabía que el enojo que sentía en realidad estaba dirigido hacia ella misma, por haberse dejado llevar anoche por un calentón y hacer algo que no debía.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Cuando salió del baño Esteban la estaba esperando en la puerta de su habitación. Carla le miró durante unos segundos: pantalón corto y camiseta de tirantes. Su hermano era alto, rubio, con los ojos claros heredados de papá; hombros estrechos y vientre plano. Los labios gruesos, rojos, le daban aspecto de niño bueno. Tenía la piel muy clara, como ella, con algunas pecas y lunares aquí a allá. Era un tío bastante guapo.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—¿Podemos hablar? —dijo Esteban con suavidad, sin hostilidad alguna.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—No lo sé —contestó la hermana mirando algún punto más allá de la pared, fingiendo un enfado que en realidad ya no sentía—.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—He preparado algo —Esteban señaló hacia la cocina—. Yo también me he levantado tarde.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Esteban se cruzó de brazos escrutando atentamente a su hermana pequeña.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—No estoy enfadado Carla. Anoche me puse muy nervioso y no reaccioné bien. Quiero hacer las paces, ¿vale?</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Carla miró al suelo, ruborizada, sin saber qué decir, quería estar enojada, pero no le salía.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">—Hay Nutella —insistió Esteban.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Su hermana alzó las cejas y sonrió brevemente sin poder evitarlo. Luego miró a su hermano a la cara y asintió en silencio, aceptando la invitación. Esteban tenía un pequeño apósito transparente adherido al labio inferior y Carla recordó que anoche le cortó con las uñas. Carla odiaba claudicar ante su hermano mayor, quería enojarse con él, pero no podía. Sabía que lo que ella hizo anoche no estuvo bien, y encima le hizo daño cuando le arañó.</span></p><p><i><span style="font-family: georgia;">«Sí, pero él te agredió primero, chica. Tú te defendiste».</span></i></p><p><span style="font-family: georgia;">Esteban caminó hacía la cocina seguida de su hermana. Ella vio el pequeño tatuaje en forma de mandala que su hermano tenía en el codo para ocultar una vieja cicatriz y recordó los vídeos de la noche pasada.</span></p><p><span style="font-family: georgia;">Confusa, sin saber muy bien como gestionar sus sentimientos e ideas hacía su hermano, lo siguió por el pasillo, estimulada por el olor a café recién hecho.</span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-family: georgia;">Continuará...</span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-family: georgia;"><a href="https://erosexmachinae.blogspot.com/2021/03/esperma-3_5.html">Esperma 4</a></span></p>Kain Orangehttp://www.blogger.com/profile/12046312746243884686noreply@blogger.com0