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domingo, 25 de septiembre de 2011

Sofía crece (2)


Sofia crece

2

La mujer del parque

Sofía esperaba en la parada del autobús a Jaime con ansiedad. Había pasado una semana desde su encuentro con el hombre del parque y estaba pletórica, llena de una sexualidad y una vitalidad exultante. Una vez que había disipado sus temores y complejos sobre el físico de su sexo estaba decidida a entregarse en su totalidad a Jaime, el amor de su vida. Sus dedos habían estado toda la semana explorando y descubriendo todo un mundo nuevo de sensaciones, contemplándose frente al espejo de su cuarto con nuevos ojos. Por primera vez descubrió lo hermoso que era su cuerpo y la libertad que eso le producía le daba alas a su imaginación.

Soñaba con Jaime y fantaseaba al imaginar qué cara pondría cuando ella le permitiese acceder a su intimidad con total libertad, pero también soñaba con el rostro que él pondría cuando ella le diese placer. Esa idea siempre hacía que un calor le recorriera el bajo vientre y que su chochito se impregnase de fluidos. Soñaba con acariciar a Jaime, poner la mano sobre su pene y acercar la boquita; después ella le miraría a la cara y besaría su cosa, le pasaría la lengua y dejaría que entrase dentro de su boca. Sofía imaginaba la cara que pondría su novio cuando sintiese su labios cerrándose alrededor del sexo tieso y duro… y enseguida su almejita se inundaba y no podía evitar tocársela y restregársela con sus deditos.

Ahora, al fin, después de esperar tantos días, iba a poder realizar su sueño. Jaime regresaba de visitar a sus familiares y ella había decidido darle una sorpresa. Había faltado a clase para poder recibirle y se había maquillado y vestido especialmente para él con unas prendas muy sexys, enseñando piernas y escote. También había traído un par de preservativos,  aunque no estaba muy segura de si iba a necesitarlos, pues sólo había pensado en practicar sexo oral con Jaime…  De todas formas a Sofía no le importaría perder la virginidad en ese momento. No le dijo a Jaime que iba a la estación a recibirlo y estaba muy nerviosa, pensando e imaginando una y otra vez que cara pondría su chico cuando la viese tan sexy; pero seguramente no sería nada comparado con la cara que iba a poner cuando le dijese al oído que estaba preparada para dar y recibir sexo oral con él. Su rajita empezó a segregar jugos mientras dejaba volar la imaginación.

Una voz anunció la llegada del bus de Jaime y ella se levantó muy excitada. Corrió hasta el andén de embarque y esperó escondida tras una columna para sorprenderlo por detrás. El bus estacionó, abrió las puertas y los pasajeros comenzaron a salir. Jaime bajó del vehículo y Sofía se fijó en que estaba más moreno: le sentaba muy bien y estaba guapísimo. El chico se dirigió al compartimento inferior del bus para coger sus cosas y Sofía caminó hasta él para sorprenderlo. Una chica rubia se bajó del vehículo y besó a Jaime en los labios. Sofía se quedó quieta.

Jaime sostenía en una mano el equipaje y en la otra tenía la cintura estrecha y esbelta de la desconocida. La chica rubia era muy guapa, con un cuerpo delgado pero lleno de curvas voluptuosas. Sofía no pudo evitar fijarse en que tenía el pecho bastante más grande que el suyo. Se estaban dando la lengua de una forma… obscena. Era la única palabra que se le ocurrió a Sofía para describirlo. En ese momento supo sin ningún lugar a dudas que Jaime y la chica habían hecho el amor; era imposible no verlo. Jaime vio a Sofía con la lengua aún dentro de la boca de la chica. Sofía no supo que hacer ni que decir; lo que estaba viendo jamás se le habría pasado por la cabeza. Nunca. Era algo… ridículo… imposible. Se quedó allí quieta, con la cara muy colorada y la boca abierta hasta que comenzó a llorar.

Jaime soltó el equipaje y se dirigió hacía Sofía, pero ella, en cuanto vio que él se acercaba, se dio la vuelta y salió corriendo. Tropezó y cayó al suelo desgarrándose una de las medias y raspándose las rodillas. Al levantarse se golpeó la cabeza con una papelera arrojando todo el contenido por el suelo. El golpe en la cabeza le produjo una hinchazón que le duró varios días. Jaime la ayudó a levantarse y ella le propinó una patada en la espinilla, le insultó, le escupió y le volvió a dar otra patada, esta vez en los testículos; luego se largó de allí llorando a lágrima viva, cojeando y con una de sus manitas en la cabeza.

Durante varios días estuvo realmente enferma. Su estado anímico pasó de la lujuria y el deseo vital más explosivo… a la depresión más lúgubre y desoladora, y eso le pasó factura a su joven cuerpo. Jaime le dejó un millón de mensajes y llamadas, pero ella las rechazaba todas sistemáticamente. Su instinto le decía que si contestaba a uno sólo de esos mensajes ella le creería… y lo haría porque quería creerle. Quería volver con él, sentir sus caricias, sus besos y sus palabras; quería completar sus fantasías con él y por eso ella se creería todas sus excusas y mentiras. Sofía estaba hecha un lio y no podía pensar con claridad.

Durante el tiempo que estuvo enferma no se tocó ni una sola vez.

Los días pasaron y el dolor, la pena y la depresión se diluyeron, dando paso a una sensación de hastío, rabia y... mala leche. Sofía estaba enfadada con el mundo. Todo el mundo era una mierda; todos los tíos eran unos cerdos y todas las tías unas guarras. Todo estaba mal y todo le importaba un rábano. Faltaba a clase a menudo y comenzó a refugiarse en la comida, ganando peso. Cuando se saltaba las clases solía ir al parque y mataba las horas leyendo novelas románticas y comiendo golosinas, evadiéndose del mundo y de su vida a través de páginas llenas de aventuras y romances edulcorados. Nunca vio a Jaime por allí, aunque sí que lo vio un par de veces en el centro, colgado del brazo de la otra chica. Sofía evitaba pasar por cierta zona del parque, la que frecuentaban los ciclistas y deportistas aficionados, pues no quería encontrarse con el “hombre del parque” (aunque una parte profunda de su libidinosa mente SÍ que quería encontrarse con él de nuevo).

Sus frecuentes visitas le granjearon la amistad de una mujer que allí trabajaba; pertenecía al personal de mantenimiento y se encargaba de recoger papeleras, barrer hojas, recortar césped y setos… Se llamaba Noelia, era muy simpática (y guapa) y a Sofía le agradaba su conversación porque a Noelia también le gustaba leer y le solía recomendar y prestar libros.  Nunca le preguntó a Sofía abiertamente qué hacía perdiendo el tiempo allí en lugar de estar en clase, aunque se lo insinuaba con indirectas que Sofía nunca contestaba. Noelia le prestó un libro especialmente subido de tono (uno de Henry Miller) y Sofía tuvo unas sensaciones que hacía muchas semanas que no sentía. El calor de las palabras de Miller le elevaron la temperatura y su libido juvenil comenzó a florecer de nuevo.

Sofía buscaba a Noelia por el parque para devolverle el libro cuando estalló una tormenta de verano. Era tarde, estaba oscureciendo y la chiquilla corrió bajo los árboles buscando protección; la encontró bajo el alero de un cobertizo prefabricado de bloques de cemento. Era el mismo que usaban los operarios del parque como Noelia para guardar herramientas, cajas, bidones y utensilios varios. Sofía se pegó lo más posible a la pared para guarecerse del agua y escuchó unos quejidos. Se giró y pegó el oído a la pared, pero sólo escuchaba el golpeteo de la lluvia. Dio la vuelta al cobertizo, buscando una ventana para mirar dentro, pero no encontró ninguna, sólo unas rejillas de ventilación arriba del todo. Sofía volvió a escuchar los quejidos, esta vez más fuertes.

Pertenecían a una mujer.

Sofía volvió a dar una vuelta a la pequeña estructura y encontró otra rejilla de ventilación. Estaba rota y a través de ella salía un cuadrado de luz. La chiquilla usó un par de cajas de madera que allí había y se asomó al rectángulo.

Noelia estaba tumbada en el suelo del cobertizo. Estaba desnuda de cintura para abajo y la parte superior de la ropa de trabajo estaba abierta: Sofía vio que Noelia tenía unos senos insospechadamente grandes. Estaban dentro de un sostén que apenas podía contenerlos y la carne blanca se le desbordaba por todos sitios. Sofía nunca imaginó que Noelia tuviese un busto tan grande debajo de esas ropas de faena tan holgadas y feas. La mujer estaba abierta de piernas y entre ellas había una cabeza masculina. Los muslos desnudos de Noelia temblaban y se movían abriéndose y cerrándose mientras la cabeza se desplazaba arriba y abajo. Sofía sintió cómo su chochito se mojaba y un calor le subía por el vientre. La mano del hombre subió hasta el busto de Noelia y atrapó uno de esos pechos con unos dedos enormes, fuertes y recios, apretando muy fuerte, estrujando las carnes dentro del sostén. A pesar de la lluvia, Sofía escuchó unos ruiditos líquidos, como un chapoteo rítmico que provenía de la boca del hombre y de la entrepierna de Noelia.

La garra del hombre liberó el pecho y Sofía vio que Noelia tenía unas aureolas grandes y muy rosadas, con un pezón gordito en el centro muy colorado. La mujer dio un gemido largo y profundo y Sofía se fijó en que el hombre le estaba tirando del sexo con la boca: le había atrapado los labios menores y se los estaba sacando con un chupetón largo y húmedo. El hombre miró a la cara de Noelia y Sofía ahogó una exclamación de sorpresa. Era él, el hombre del parque. La almejita de Sofía se abrió y sus jugos fluyeron hacía fuera, mojándole las braguitas. Noelia susurró un nombre entre gemidos:

—Carlos… ouhhhhhhm…

Los dedos del hombre se cerraron alrededor del pezón y lo retorcieron despacio, pellizcándolo y tirando de él suavemente. El pezón se puso duro y tieso. Los pequeños pezones de Sofía también. Ella podía ver claramente como la lengua del tal Carlos se movía muy rápido entre los muslos de la mujer. Sofía estaba totalmente fascinada con las chupadas largas e intensas que el hombre le proporcionaba a los labios menores de Noelia. Aunque los labios íntimos de la mujer eran sobresalientes Sofía se percató de que los suyos lo eran aún más, y se preguntaba qué sensación obtendría ella de unas caricias semejantes. Su mano se introdujo dentro de sus braguitas y se sorprendió de la cantidad inusitada de fluidos que allí había. Carlos le introdujo dos dedos en el coño a Noelia y Sofía intentó acariciarse siguiendo el mismo ritmo que él.

Sí…sí…así… —Noelia gemía.

A Sofía le produjo una sensación muy extraña escuchar los gemidos de placer de su amiga: acostumbrada a su timbre natural cuando hablaba con ella, le parecía algo muy morboso oír ese tono de voz tan grave y gutural, tan lleno de lujuria. Tan íntimo. La chiquilla gimió también en un susurro que se confundió con el sonido de la lluvia. El vientre de Noelia comenzó a agitarse, sus muslos temblaban y sus manos agarraron el cabello del hombre. Sus gemidos aumentaron de frecuencia y Carlos aumentó aún más el ritmo de sus dedos. Sofía podía escuchar perfectamente el ruidito acuoso y el chapoteo que salía de esa frenética masturbación. De su coñito también salían muchos chapoteos. Noelia tiró del cabello del hombre entre gemidos y le pidió que le besase. Carlos se alzó sobre su cuerpo y se tragó la boca de la mujer.

Sofía contemplaba cómo la mandíbula cuadrada y fuerte del hombre se movía al absorber la lengua de Noelia, atrapando los gemidos de la mujer con su boca. Las manos del hombre subieron por el cuerpo voluptuoso hasta alcanzar los dos grandes pechos. Sus dedos eran unas garras que amasaban y apretaban con fuerza mientras su boca chupaba de los pezones rosados con glotonería. La pequeña tuvo envidia de la mujer y deseó que unos dedos como esos y una boca como aquella le hiciesen lo mismo a sus tetitas. Noelia gimió una vez más:

—Métemela… Carlos… Vamos…

La respiración de Sofía se hizo más agitada al escuchar aquello. El hombre se alzó entre los muslos abiertos de Noelia y Sofía contempló el pene de aquel hombre una vez más, pero en esta ocasión lo vio completamente erecto. La cabeza era descomunal, muy gorda y rosada, gruesa y con una forma de seta muy marcada, con unos pliegues rojizos en la base del glande. El tronco estaba repleto de venas hinchadas y se le veía tieso, duro y muy gordo. El hombre sostuvo el miembro por la base y aplastó la vulva de Noelia con la punta, provocando que los labios sobresalientes envolvieran el capullo, impregnándolo con mucho fluido. La mirada del hombre era fuego, lujuria y deseo en estado puro y Sofía sentía sus entrañas arder al imaginar que esa mirada la provocaba ella. El hombre empujó y la polla tiesa y ardiente penetró la vagina de su amiga en un solo movimiento, resbalando en el interior de la gruta de Noelia hasta que sus vientres se encontraron.

Sofía no pudo reprimir un gemido que se mezcló con el gruñido de placer que soltó el hombre. Éste miraba a Noelia con los ojos convertidos en dos rendijas por las que asomaba el fulgor del deseo hecho fuego; el sudor corría por sus mandíbulas apretadas; el aire era expulsado con fuerza por sus fosas nasales y los brazos, fuertes y robustos, temblaban en cada embestida. Los músculos de su cuello de toro estaban tensos; su cuerpo viril estaba perlado de sudor y se movía con una cadencia rítmica cada vez más fuerte. Sofía tenía insertados en su agujerito dos dedos y percibía el calor que irradiaban sus entrañas; el líquido cremoso brotaba sin cesar, aceitándole los dedos y dejando sus prendas íntimas manchadas de lujuria mientras contemplaba cómo esa barra de carne entraba y salía de la raja abierta de su amiga Noelia.

Los envites eran cada vez más fuertes y los muslos de Noelia temblaban y vibraban; sus grandes pechos se balanceaban en todas direcciones; los chasquidos, chapoteos y palmadas producidos por los golpes de la carne contra la carne llenaban el pequeño cobertizo, mezclándose con el sonido de la lluvia. Carlos bufaba y gruñía mientras le ensartaba a Noelia su miembro de fuego con mucha fuerza, acelerando más, y más, y más. Sofía quería entrar allí. Quería abrazar ese cuerpo masculino, arrebatarle ese miembro a Noelia y metérselo entre las piernas. La pequeña Sofía cerró los ojos y deseó con toda su alma sentir esa gruesa polla dilatando su estrecha vagina, restregándose en su interior, llenándole cada rincón de sus entrañas de fuego, pasión y carne resbaladiza. Sofía estaba sintiendo los espasmos de un orgasmo recorriendo con violencia su coñito cuando de pronto, un gemido bronco y gutural llegó hasta sus oídos.

Abrió los ojos y vio cómo el hombre sacaba el miembro tieso y cubierto de jugos del coño de Noelia y se lo colocaba muy rápido en el rostro a ésta. La mujer alzó la cabeza y se tragó el pollón, haciendo un ruido muy fuerte, tragando. El hombre gruñó de nuevo y sostuvo la cabeza de la mujer con una mano, moviéndola arriba y abajo, dejando que los labios de Noelia recorriesen la mayor parte de ese tronco hinchado repleto de venas. Carlos alzó su mirada al techo y con un grito eyaculó en la boca y en la cara de la mujer. Los chorros de espesa leche blanca salían disparados del orificio de esa cabeza gorda y rosada, atragantando a Noelia y dejando su rostro manchado con la viscosa nata masculina.

Sofía contemplaba alucinada cómo la lengua de la mujer lamía como una gatita los restos de semen y los colgajos de saliva que caían de ese pene enrojecido. La mano de Noelia apresó el miembro y lo acarició, dejando que la mezcla de fluidos resbalase por sus dedos mientras su lengua se metía debajo del glande, limpiando todo lo que allí había. También le lamió los testículos, gordos y pesados. Poco a poco el miembro perdió dureza y el hombre lo apartó de las manos de Noelia para besarle a ella y limpiarle el rostro de semen con sus besos. Sofía sintió un rubor de fuego subiéndole por la cara al ver eso.

El hombre le susurraba cosas al oído a Noelia mientras ella le acariciaba el torso y la espalda con los ojos cerrados. Dejó de llover y la oscuridad de la noche amenazaba con sorprender a Sofía allí, en el parque; contempló cómo el hombre se levantaba y vio el miembro colgando, oscilando en el aire, con las dos bolas temblando ligeramente. Sofía miró a Noelia y se encontró con sus ojos mirándola directamente a través del agujero. La había descubierto. Sofía abrió los suyos como platos y se apartó tan deprisa que perdió el equilibrio y cayó hacía atrás, sentándose de golpe sobre un charco lleno de barro. Se levantó como pudo, resbalando y trastabillando, dando zancadas entre hojas mojadas y tierra húmeda, corriendo como podía sin mirar atrás, con el corazón desbocado, el culo dolorido y la cara roja de vergüenza.

Varios metros más adelante se detuvo horrorizada. Se giró y miró hacia el cobertizo. La puerta se estaba abriendo y vio el libro que le prestó Noelia tirado en el suelo, cerca del charco.

(Continuará)