Buscar este blog

sábado, 10 de septiembre de 2011

Prostituta


      Estoy sentado en la barra tomando una copa cuando veo que alguien se pone a mi lado:
      —Hola guapo. —Me dice una voz femenina al oído, algo ronca pero muy sensual.
      Una mano se posa encima de mi muslo y empieza a acariciarme. Me giro sobre el taburete y veo que la mano pertenece a una mujer bastante atractiva.
      —Hola guapa.
      Le miro el generoso escote con descaro. Tiene un buen par de tetas embutidas dentro de una blusa ajustada que le marca los dos pezones con claridad. No lleva sostén.
      —¿Estás solo?
      Ella no deja de sobarme la pierna. Tiene unos labios grandes y sensuales, muy rojos.
      —Es posible. ¿Por qué?
      —Porque sería una pena que un chico tan guapo como tú estuviera solo en una noche como esta.
      Ella se tiene que acercar mucho a mí para poder hacerse oír por encima de la música. Su aliento huele a fresa y es muy cálido.
      —Bueno, a lo mejor me gusta la soledad y prefiero estar solo. —Me hice de rogar.
      Ella me hace morritos sin dejar de tocarme:
      —Ay, qué mal suena eso, con lo bien que se está en compañía. ¿No te gusta estar con chicas?
      —Depende de cómo sean esas chicas.
      —Hmmm… ¿Y qué chicas te gustan a ti?
      Su mano ya está tocándome la parte interna del muslo, acercándose cada vez más a mi bragueta.
      —Me gustan las chicas malas. ¿Tú eres mala?
      Ella me agarra el paquete, se inclina sobre mi cara, acercando su boca a la mía y me dice con voz sensual:
      —Yo soy muy, muy, muy mala.
      Yo sonrío con malicia y le dejo que me sobe la polla por encima de la ropa. Llamo a la camarera y pido un par de copas mientras la mujer se pega más a mí. Le miro las piernas: largas y de muslos generosos, saliendo de unos tacones de aguja y acabando en una minifalda de escándalo. Mi polla se endurece y ella lo nota:
      —¿Cómo te llamas, cielo? —Me dice con la boca tan pegada a la oreja que su aliento me humedece el oído.
      —Julián —mentí yo—, ¿y tú?
      —Yo puedo llamarme como tú quieras.
      —¿Mónica?
      —Hola Julián, me llamo Mónica, ¿cómo estas?
      —Hola Mónica —Le sigo el juego—, muy bien. ¿Y tú?
      Ella me aprieta el cipote por encima de la bragueta, pega sus tetas contra mi hombro y mete su lengua en mi oreja cuando susurra:
      —Yo estoy caliente.
      Me coge una mano y la mete entre sus piernas, debajo de la minifalda. No lleva bragas y compruebo con agradable sorpresa que no miente: su coño rasurado está ardiendo.
      Le beso en la boca, saboreando sus labios rojos y generosos, muy húmedos. Saben a fresa. Ella me aprieta más la mano contra su raja. Noto que se abre con mucha facilidad, permitiendo que mis dedos se cuelen entre los pliegues resbaladizos de su vulva. Ella me muerde el lóbulo de la oreja:
      —¿Soy lo bastante mala para tí?, ¿te gusto?
      —Quizás.
      Ella me hace un mohín, frunciendo esos labios tan carnosos de una manera muy cómica y me suelta la bragueta. Yo también retiro mi mano de su interior.
      —Eres muy malo, Julián.
      Sale a la pista de baile y comienza a bailar, exhibiéndose delante de mí, enseñándome su cuerpo, meneando las caderas de forma sensual y haciendo como que me ignora. Mi polla late con rabia entre mis piernas cuando ella se agacha y me ofrece una visión fugaz de su culo, con los labios del coño asomando levemente por debajo.
      Un tipo borracho se pone junto a ella y comienza a bailar siguiendo sus movimientos, desnudándola con la mirada e insinuándose. Mónica me mira y pega su trasero contra las piernas del tío para ponerme celoso. Él le agarra las tetas y yo me bajo del taburete. Ella se despega del borracho como puede, gesticulando y sonriendo, intentado que el tipo no se lo tome a mal. Ella viene hacia mi seguida por él, que no deja de tocarle el culo. Aflojándome el nudo de la corbata me acerco y le pongo una mano en el pecho.
      —Está conmigo.
      El tío me aparta la mano de un golpe y empieza a protestar, pero se detiene cuando ve la expresión de mi cara. Yo le repito:
      —Lo siento, amigo, pero ella está conmigo. —Y para restarle hierro al asunto añado sonriendo: “Ya la he pagado”.
      El tipo tarda unos segundos en asimilar la información. Al poco me sonríe y le guiña un ojo a Mónica, que se había puesto detrás de mí. El tío regresa a la pista de baile dando tumbos. Mónica me da las gracias con un beso muy largo. Mi polla está muy tiesa dentro de los pantalones y ella lo nota cuando pega su vientre contra ella. Pago las copas, la agarro de la cintura y le digo «vámonos».
      La llevo hasta un hotel de carretera. Durante el trayecto ella me enseña las tetas a petición mía, permitiéndome que le pellizque los pezones. Los tiene muy gordos. También me enseña el coño y cuando nos detenemos en un semáforo ella me muestra el color rojo intenso del interior de su almeja, abriéndosela tirando de los labios menores.
      Mónica es bastante guarra.
      Al llegar al parking del hotel ella me pregunta:
      —Julián, cielo, ¿podrías prestarme algo para la máquina de condones?
      Era una pregunta en clave: en realidad me estaba pidiendo la pasta.
      —¿Cuánto necesitas?
      —Depende… ¿Cuánto tiempo estaremos, cielo? —Su voz, dulce y sensual chorrea de sus labios como si fuese miel.
      —Había pensado en pasar el resto de la noche —le miré a los ojos—, y quizás parte del día siguiente. ¿Puede ser?
      Ella me sonríe con picardía y me dice que no hay ningún problema, siempre que tenga el dinero. Me dice una cantidad bastante elevada y yo hago amago de dársela allí mismo pero ella me aconseja que espere a entrar a la habitación.
      Una vez dentro me pide que deje el dinero para los condones sobre la mesita. Así lo hago. Antes de cogerlo me dice:
      —Pero a lo mejor quieres hacerlo sin condón —dice mientras deshace el nudo de mi corbata—. En ese caso necesitaré comprar pañuelos.
      Le digo que me apetece hacerlo sin condón y dejo sobre la mesilla el precio de los pañuelos. Mónica usa una marca de pañuelos muy cara.
      Ella se guarda el dinero, nos desnudamos y entramos al baño. Allí nos duchamos juntos. Ella me limpia la polla y el culo con jabón y luego hace lo mismo con su coño y con su culo. Yo me lo paso bomba mirando su cuerpazo desnudo. Está muy maciza, con unas caderas generosas y unos pechos muy firmes. Salimos de la ducha y ella me seca con una toalla, poniendo especial interés en no frotarme la polla o las pelotas para no correrme antes de tiempo.
      Cuando termina me tumbo en la cama bocarriba y ella, antes de entrar me pregunta:
      —¿Luz encendida o apagada?
      —Encendida.
      Ella sube a la cama, me agarra la polla y se la mete en la boca, chupándome el cipote como si fuese un caramelo. Con la otra mano me acaricia los huevos.
      —¿Te gusta, cielo?
      —Hmmmm… sí.
      Ella sonríe, restregándose mi verga por las mejillas sonrosadas.
      —Tienes un polla muy hermosa. —Acto seguido se la traga hasta el fondo, dejando que mis testículos se agolpen en su barbilla.
      Levanta la cabeza muy despacio y con la boca llena de babas me dice:
      —Agárrame del pelo, machote.
      Yo le obedezco y le cojo de los pelos con las dos manos, acompañando el movimiento de su cabeza. Ella se lo traga todo muy despacio, desde la punta hasta la base, respirando lentamente por la nariz. El aire que expulsa arde sobre el tronco de mi polla. Entre gemidos le digo:
      —Me gustaría comerte el coño.
      Ella no dice nada, pero gira su cuerpo sin sacarse la polla de la boca y coloca las piernas a ambos lados de mi cabeza, poniendo su coño a un palmo de mi cara para que hagamos un sesenta y nueve. Yo le abro la almeja y meto mi lengua dentro, repasándole una y otra vez la carne sonrosada del interior, que está muy caliente. El coño de Mónica tiene muchos pliegues y protuberancias que en ese momento están muy resbaladizos. También tiene el orificio de la vagina dilatado y el excitado clítoris asoma bastante fuera de la capucha. Su coño chorrea.
      —¿Estás cachonda?
      Ella sigue chupándome la polla sin decir nada, pero su coño está muy mojado y resbaladizo. Seguimos en esa postura un rato hasta que le pido follarla a cuatro patas. Ella se pone en posición, yo le agarro de las caderas y le froto la polla por la raja un rato antes de empujarla dentro. Su vagina se traga mi rabo entero, resbalando sin encontrar apenas resistencia. Ella gime. Su interior se adapta a mi verga como un guante. Un guante ardiente y húmedo, resbaladizo y palpitante. Mónica tiene un culo fantástico y no me resisto a azotarlo.
      Ella da un gritito y con voz juguetona protesta:
      —Oye, ten cuidado.
      —¿Qué? ¿Acaso no lo he pagado?
      —Vale —dice girando la cabeza—, pero sin pasarte.
      Yo le sigo follando por detrás y dándole cachetes un buen rato hasta que se me antoja meterle un dedo en el culo. Ella se deja. Eso me pone muy cachondo y acelero el ritmo, metiéndole el dedo entero. Ella vuelve a gemir. Mis huevos chocan una y otra vez contra su coño cada vez que mi verga, engrasada con los jugos de Mónica, se hunde en su vagina hasta el fondo. Le toco el interior del ojete con mi dedo, lo saco y me lo chupo, probando el sabor de su ano.
      —Mónica, quiero hacértelo por el culo.
      Ella no responde a mi petición, pero se baja de la cama, abre su bolso y extrae un tubo de vaselina.
      —Túmbate —Me pide.
      Yo le obedezco y ella me unta la polla con una generosa cantidad. Me repasa el pijo suavemente, extendiendo la grasa por todo el tronco y el carajo con parsimonia, girando la muñeca y pasándome el pulgar por todo el cipote en círculos. Casi me corro en su mano. Luego ella se vuelve a echar otro pegote en la mano y se la pasa por el culo, engrasándose el ojete a conciencia y dilatándolo con sus propios dedos. Cuando cree que está lista se pone en cuclillas sobre mi verga.
      Me pone una mano en el vientre para apoyarse y con la otra me agarra la polla. Mónica se deja caer sobre mi rabo con suavidad. Primero la punta se aplasta en su culo, apenas entrando un poco. Ella se levanta y vuelve a caer, repitiendo la operación una y otra vez, introduciéndose poco a poco mi verga dentro del agujero. Cuando le entra la cabeza el resto se desliza con suavidad. Durante toda la operación el coño de Mónica no ha dejado de sudar fluidos.
      —Jodeeeeeeeeeeeer… —gimo.
      El ojete de Mónica es una verdadera delicia. Sus paredes cálidas me estrujan la polla en toda su extensión, especialmente en el glande, dándome un placer enorme. El aire, cuando sale de su culo taponado, hace un ruido muy característico. Mónica sube y baja en cuclillas, dejando todo el peso muerto de su cuerpo sobre mis muslos cuando llega hasta abajo. En ese momento noto su culo prieto rozándome los cojones. Yo levanto las manos y le agarro las tetas con pasión, apretándole los gordos pezones. Ella sube y baja muy despacio, dejando una pátina de grasa brillante a lo largo de mi rabo tieso y lleno de venas.
      Su coño, expuesto en toda su gloria en esa posición, está muy rojo, con los labios salidos y el clítoris erecto. Lo tiene todo empapado. Suelto una de sus tetas y se lo acaricio. En seguida ella pone una mano sobre la mía y me indica ella misma qué lugares y de qué manera he de tocárselo, ayudándola a masturbarse mientras se empala mi polla en el culo. Yo le vuelvo a preguntar:
      —¿Estas cachonda, nena?
      Por respuesta ella se muerde el labio inferior, respirando muy fuerte y acelerando el ritmo. Los golpes de su culo contra mis huevos amenazan con provocarme un orgasmo. Ya estoy casi a punto.
      —Mónica… en tu boca… ya.
      Ella se aparta obediente de encima y se tumba en la cama. Yo me pongo de rodillas a horcajadas sobre ella, apuntando con mi polla a su cara. Ella levanta la cabeza y me lame el cipote grasiento y colorado recién salido de su ano. En ese momento me doy cuenta de que es la primera vez que alguien me la chupa después de haberle dado por el culo. Yo le agarro del pelo y empujo para que me la chupe. Ella abre la boca y se mete el glande, muy rojo y viscoso entre los labios, chupándolo y relamiéndome la punta.
      Por los ruidos que me llegan por detrás sé que ella se está masturbando con fuerza. Le vuelvo a preguntar:
      —¿Te gusta, eh? —Hago una pausa— ¿Te gusta mamar pollas recién enculadas, puta?
      Ella jadea y se mete mi polla hasta la garganta, aspirando con fuerza, haciéndome el vacío dentro de su boca y estrujándome los cojones con una mano. Me corro dentro con una serie de descargas interminables, llenándole la boca de semen, que se le desborda por los lados. Me tumbo sobre ella y le beso los labios, limpiándole la cara con la lengua; le beso el cuello, los hombros y los pechos. Bajo por el vientre y mi lengua se une a sus dedos dentro de su coño, ayudándola a masturbarse.
      Ella me agarra del pelo y se retuerce de placer sobre la cama, gimiendo y jadeando, abriendo y cerrando los muslos. Yo le meto la mano entre ellos y vuelvo a perforarle el culo con dos dedos sin dejar de lamerle el coño.
      —Vamos Mónica, córrete en mi cara; te he pagado, puta. Hazlo, córrete.
      Ella me empuja la cabeza con una mano contra su coño, eleva las caderas y lanza una serie de gritos entrecortados con mi lengua metida en la vagina. Siento los espasmos de su orgasmo en mi boca, sus músculos se contraen una y otra vez y su vientre vibra sin cesar. Ella deja escapar un gemido muy largo y se queda jadeando sobre la cama con los muslos muy apretados…

      —Federico —dice de repente—, a las putas no se les pregunta si están cachondas. Es de tontos.
      —Lo siento Mari, no volverá a ocurri; pero es qué te miraba y te veía tan mojada que… ¡Uf!
      —Ya veo —Ella se acerca, me abraza y me besa con ternura—. Estuviste fantástico allí dentro, con el tipo ese. Mi caballero andante.
      —¡Bah! No tiene importancia, cualquier otro hubiera hecho lo mismo.
      —Oye, tenemos que repetir este juego más veces antes de que se acaben las vacaciones. Es una lástima que tengamos que usar dinero del Monopoly, eso le resta credibilidad. Pero lo demás está genial, ¿eh?
      —Por supuesto. ¿Cuándo podremos volver a dejar a los niños con tus padres?
      —¿Los míos?, ¿y los tuyos? ¿Joder, Fede, por qué siempre tienen que ser los míos?
      —Coño, Maricarmen, no empecemos. Ya sabes que los niños se llevan mejor con tus padres y allí tienen más espacio y…
      Ella me pone una mano en los labios. Sus dedos huelen a sexo.
      —Mira, mejor lo hablamos luego, ¿vale?
      —Vale.
      Ella se levanta para ir al baño. Desde allí, la voz cargada de sensualidad de mi esposa flota hasta la cama:
      —Oye, aún quedan bastantes horas; pagaste para una noche y parte de un día ¿recuerdas… Julián?
      —Me parece una gran idea… Mónica.


©2011 Kain Orange