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martes, 13 de septiembre de 2011

Una historia mucho más vulgar todavía (2)

(Historias vulgares, cuarta parte)


 Después de correrme en la boca de la rubia Rebeca me entraron ganas de mear. Me levanté de la cama y entré al baño. La voz de Rebeca, algo ronca, me llegó desde la cama:

—Espera un poco, nene, que quiero hacer una cosa.

Mientras me aguantaba el pis escuchaba cómo esas dos cuchicheaban entre ellas. Al poco rato entró Luisa con una mirada que conocía muy bien. Se acercó y me besó.

—Rebeca tiene ganas de hacer una cosa muy guarra.

Yo la observaba mientras se colocaba a un lado de la taza, se ponía de rodillas y apoyaba la cara en el borde, apartándose la melena morena a un lado y mirándome desde abajo. Se relamió los labios regordetes mirándome a la cara y empezó a masturbarse mientras esperaba.

Rebeca se metió en el baño y pegó su cuerpo sudado a mi espalda. Yo sentía sus dos pezones tiesos clavándose detrás de mí; pegó su vientre a mis nalgas y pude sentir cómo su clítoris erecto se rozaba contra mi culo. Ella se movía arriba y abajo, dejando que el garbancito se le saliese fuera cuando bajaba, para volver a metérsele dentro de la caperuza cuando subía. Mientras se masturbaba frotándose contra mi culo, me puso una mano en el pecho y con la otra mano me sujetó la verga para dirigir el chorro de meados.

Luisa cerró los ojos y la boca cuando sintió el impacto del chorro. La meada le caía en la cabeza y le chorreaba por la cara. Rebeca meneaba mi rabo amorcillado apuntándole al pelo, el cuello y los hombros. Muy poco cayó dentro de la taza. Los orines calientes salpicaban por todos lados, empapándolo todo con gotitas diminutas. Luisa tenía la mano metida entre los muslos y yo veía como su hombro meado se movía muy rápido, acompañando el movimiento frenético de su brazo mientras se masturbaba muy fuerte hasta que empezó a lanzar gemidos muy rápidos, respirando entre cortadamente, dejando escapar el aire una y otra vez con la mejilla pegada a la taza.  Después de ese orgasmo se quedó allí un par de minutos, jadeando con la boca abierta, los pelos meados y la cara pegada al váter.

Después se levantó y entró a la ducha.

Rebeca seguía frotando su coño pelado contra mis nalgas sin soltarme el rabo. Se había puesto muy cachonda usando mi polla para mearle la cara a su amiga Luisa y no paraba de besuquearme el cuello y las orejas. Me metía la lengua en el oído y gemía allí muy fuerte. La verdad que la rubia me estaba poniendo a tope. Me gustaba su cuerpo madurito, con esas tetitas diminutas de pezones salidos arañándome la espalda y su coño sonrosado y afeitado babeando por mis nalgas. Rebeca me estrujaba la polla y me susurraba cosas en la oreja. Su aliento olía a semen:

—Antes me hiciste daño, hijo de puta. Me lo rompiste bien, cabrón.

—Bien que te gustó después. —le dije girando la cara para meterle la lengua en la boca.

—Eres un cerdo. —me dice mordiéndome la lengua dentro de su boca, apretando y haciéndome daño mientras seguía frotando su cuerpo en mi espalda.

Yo tiraba para sacar la lengua, pero ella no me dejaba, aprisionándome con sus dientes, dejándomela dolorida y tensa. También me apretaba de los cojones muy fuerte, al borde del dolor, dejándome extasiado y sin aliento. Me entraron unas ganas horribles de romperle el culo otra vez y en cuanto me soltó las pelotas y la lengua, me giré y la agarré de los pelos. La puse a cuatro patas apoyándola en la taza del váter y tirándole del pelo hacia atrás, arqueándole la espalda. Sus pequeñas tetas vibraban enérgicas haciendo que sus pezones se balanceasen en el aire. Me agarré de la polla por debajo del glande y se lo metí entre las nalgas, hincándole el cipote en el agujero enrojecido de su ano, apretando con rabia. Rebeca se mordía los labios:

Hmmmmfffffff….

El carajo entró sin apenas demasiada resistencia y yo lo empujé hasta que mi vientre topó con su culo. La saqué entera, le escupí en el ojete y se la enchufé de nuevo dándole un buen azote en las nalgas, tirándole del pelo y dejándole el cuero cabelludo tenso. Le daba muy fuerte, bombeando con rabia, tirando de sus cabellos al máximo; su cuello se doblaba y ella miraba hacia arriba, con la boca abierta con un grito silencioso en la garganta.  El ojete le hacía mucho ruido cuando mi verga desplazaba el aire de su interior.

¡ASÍÍÍÍ! ¡DAME! ¡OUUuuuuuffff! —Gritaba cuando conseguía recuperar el aliento.

Le solté el pelo, le agarre de las nalgas y aumenté el ritmo aún más rápido, follándola como los conejos. Extasiada de placer y con los ojos fuertemente apretados, de su boca abierta no salía ningún sonido, sólo un hilillo de babas.

Luisa, duchada y limpia, estaba haciéndose una paja viendo como le follaba el culo a su amiga. Nos miraba desde la ducha, apretando una de sus gordas tetas con una mano y tirándose de los pelos del coño hacia arriba con la otra, rascándose la parte superior de la almeja.

—Tráela aquí —me dijo en un tono de voz cargado de vicio y de morbo.

Antes de meterla en la ducha me limpié la polla en la cara de Rebeca, aplastándole el cipote en las mejillas, dándole golpecitos en la barbilla y dejando que su lengua me limpiase la zona bajo mi glande.

Luisa había salido de la ducha para buscar algo, pero luego recordó que había dejado sus bragas como propina en aquél sitio; así que buscó entre la ropa de Rebeca y se puso sus bragas. Entró a la ducha con ellas puestas, agarró a Rebeca de los pezones y tiró de ellos hacía abajo para obligarla a que se pusiera en cuclillas frente a ella. Luego le agarró de la cabeza y la empujó para que pegase la cara contra sus bragas. Luego empezó a mear.

Una mancha de humedad creció rápidamente entre los muslos de Luisa, empapando las bragas en un par de segundos. El líquido se escurría por los bordes, corriendo por las patas abajo en varios regueros. La cara y parte del pelo rubio de Rebeca se mojó con los meados. Rebeca tenía los ojos cerrados durante todo el proceso. Cuando Luisa acabó de mear, Rebeca sacó la lengua y empezó a lamer sus bragas meadas, repasando sobre todo la zona de la vulva; con la tela empapada se transparentaba todo y se podían apreciar perfectamente los pelos de su coño. Luisa jadeaba y miraba a Rebeca desde arriba con la voz cargada de lujuria:

—Así… lámelo todo… marrana…

Rebeca lamía y relamía en cuclillas, con una mano apoyada en uno de los grandes muslos de Luisa y la otra metida entre sus propias piernas, pellizcándose el clítoris. Yo le puse una mano en la nuca a Rebeca y la empujé aún más contra las bragas, restregándole la cara por toda la tela. Rebeca bufaba y gemía con la boca abierta sobre el bulto oscuro y empapado, echándole el aliento y excitándole a Luisa las carnes mojadas.  La rubia estaba muy salida y se puso a mordisquearle el coño por encima de la tela con verdadera pasión. Le mordía las bragas meadas para atrapar la vulva peluda y la chupaba, aspirando muy fuerte y haciendo mucho ruido. Le pasaba la lengua por el centro y apretaba la tela hasta que su nariz se hundía en el monte de venus; Luisa se apartó las bragas a un lado para que le chupase el coño directamente.

Rebeca, con sus propios dedos, se estaba destrozando el clítoris, frotándolo y retorciéndolo muy fuerte. Yo le empujaba la nuca y le obligaba a hundir más la cara entre esos muslos morenos y redondeados, agarrándola del pelo y haciendo que sus mejillas se restregasen en el chochazo de Luisa. Rebeca le metió la lengua dentro de la vagina, mirando hacia arriba, buscando el rostro de su amiga. Cuando vio la expresión de lujuria y placer que había en la cara de Luisa, Rebeca comenzó a dar grititos dentro de su chocho, corriéndose en cuclillas con dos dedos estrujando su garbanzo dolorido y salido.


Yo tenía el rabo a punto de reventar. Luisa me había cortado la follada de culo de Rebeca para hacer su pequeña fantasía y estaba taquicárdico perdido, con muchas ganas de correrme a lo bestia otra vez. Cogí a las dos de la mano y las llevé a la cama. Ellas protestaron porque querían limpiarse los pipís y todo eso, pero a mi me importaba una mierda.  Tiré a Luisa encima de la cama y al ver la mata de pelos transparentada en la tela húmeda me entraron muchas ganas de meter mi polla allí dentro.

Me cogí el nabo y se lo metí en el coño por un lado de las bragas. Estaba ardiendo. Sus carnes echaban fuego y yo sentí que me derretía.  Eché todo el peso de mi cuerpo encima de ella y la ensarté con mi rabo tieso y durísimo una y otra vez. Las bragas chapoteaban en cada embestida. Le eché mano a las tetas y se las estrujé  con fuerza, amasándolas entre mis dedos convertidos en garras, haciéndole daño. Luisa me miraba rabiosa, apretando los dientes, mordiéndose los labios y gritándome cochinadas a la cara:

— ¡Así, cabrón! ¡Reviéntame el coño, hijo de puta! ¡Así, fóllame! ¡Fóllame viva!

Estaba salidísima. Rebeca se puso detrás de mí y empezó a masajearme los cojones y el culo; me daba azotes en el trasero y me animaba a follarme más fuerte a su amiga, empujándome. Al momento sentí cómo me venía la corrida y se la clavé hasta los cojones. La presión de mis huevos aplastados contra las carnes de Luisa me vació totalmente. Cerré los ojos y le inundé la vagina con varios chorros de esperma ardiente; los espasmos de mi cuerpo se transmitieron al coño de Luisa y ésta, sintiendo también el fluido pegado a sus paredes vaginales se corrió dando una serie de gemidos y jadeos muy rápidos y cortos en mi cara.

Mientras nos corríamos, Rebeca me lamia los huevos por detrás, los besaba, los acariciaba y me estimulaba el ano con la yema de un dedo. Así estuvimos unos diez minutos, empapados de sexo por todos lados; yo acoplado encima de Luisa y con mi verga latiendo exhausta dentro de ella;  Luisa, abrazada a mí y echándome el aliento en la cara, besándome muy despacio. Rebeca me metió un dedo en el culo mientras me absorbía los huevos y yo, cansado, le dejé hacer lo que quisiese.

(Continuará…)

***

 Esta es la cuarta parte de la serie "Historias vulgares".

4-Una historia mucho más vulgar todavía (2)

Antirrobo

.MUÑECAS.
antirrobo 


La colegiala pasa su pequeño dedo por todo el glande, admirando su textura y su consistencia. Lo atrapa con dos deditos y lo aprieta un poco, pero enseguida encuentra la resistencia de la carne, que está muy dura. Un marcado gesto de sorpresa se dibuja en el rostro virginal lleno de pecas:

—Ooohhh… Nunca vi una tan grande. Es muy bonita. 

—Gracias.

El propietario de la fabulosa erección es un joven de cuerpo escultural que permanece en pie ante la chiquilla impávido; está totalmente desnudo, luciendo sus hermosos músculos ante ella, dejándose tocar por sus manitas blancas. Ella lanza un pequeño gritito de sorpresa al sentir en la yema de sus dedos cómo la sangre late enérgica en una vena especialmente gorda.

—¡Uy! Nunca imaginé que se notase tanto los latidos. La tienes muy excitada, Néstor. ¿Siempre está así? 

—Oh, no, no siempre se pone así, cielo.
—¿Es por mí? ¿Se te ha puesto así por mi culpa? —ella hace un pucherito muy apenada— ains, lo siento mucho. No era mi intención provocarte de esta manera.
—No sufras por eso pequeña. No me molesta en absoluto estar así de excitado. De hecho me gusta.
—¿En serio te gusta? ¡Bieeeenn! —aplaude ella.

Las dos coletas de la colegiala saltan arriba y abajo acompañando a los pequeños saltitos de alegría que da. Las pequeñas y puntiagudas tetas de Lucy también se mueven arriba y abajo dentro de la blusa blanca. De repente se oye un sonido metálico contra el suelo.

— ¡Uy! —Exclama la jovencita —creo que se me ha caído un pendiente…

El broncíneo cuerpo de Néstor se tensa al hacer un amago de agacharse para recoger el pendiente del suelo, pero Lucy le pone una de sus manitas en los abdominales duros y fibrosos, deteniéndolo.

—No es necesario que te molestes, hombre. Ya lo recojo yo… —y diciendo esto se agacha.

Al inclinarse, la diminuta falda de colegiala se le levanta por detrás, mostrando un culito muy redondo, blanco y respingón, con dos nalgas perfectamente redondeadas. Néstor se fija en que no lleva bragas.
De alguna manera, la búsqueda del pendiente ha llevado a Lucy a colocar su trasero redondo a cinco escasos centímetros del pollón rabioso de Néstor. Ella exclama:

—Anda, creo que debe estar por aquí… —y se inclina más aún, haciendo que la punta de sus dos coletas rocen el suelo.

Al hacerlo, sus nalgas quedan más expuestas todavía y Néstor contempla como una vulva sonrosada y depilada asoma por entre los muslos de Lucy. Por debajo de la vulva dos pequeños labios carnosos tiemblan en el aire, enrojecidos y brillantes a causa de la humedad que allí rezuma.

—Qué fastidio, no lo veo…

Lucy recula y su coñito sonrosado se detiene a un centímetro del enorme y gordo cipote. Los dos sexos están tan cerca que ambos pueden sentir el calor que despide cada uno recíprocamente. De repente los tacones de Lucy resbalan y ella cae hacia atrás. La punta del prodigioso miembro se ensarta dentro del coño juvenil, abriéndole las excitadas carnes, separando los labios internos, deslizándose sobre los fluidos aceitosos del interior, perforando la vagina de la chiquilla hasta que ella siente las dos enormes bolas de los testículos golpeando su cuerpo. Un resuello se escapa de la garganta de la jovencita y un gruñido de sorpresa de la de Néstor.

—Lucy, siento lo ocurrido. Debí haberme apartado.
—Ouuuh… la culpa es mía… Ha sido un accidente... —su vocecita suena muy apenada, aunque un leve temblor en el tono desvela una gran excitación.

Néstor retrae sus caderas y el glorioso miembro viril sale del coñito dilatado… hasta que el borde del glande hace tope con la vagina de Lucy, deteniéndose allí. Néstor tira un poco más fuerte, pero el glande se resiste y no cede.

—¿Sucede algo? —resuella Lucy.
—No lo sé. Parece que se atasca. Déjame probar…

Néstor empuja hacia adentro y la colegiala siente como esa carne gorda y dura le llena las entrañas, ocupando cada rincón de su gruta. Néstor vuelve a sacarla, esta vez más rápido… y se vuelve a atascar. En cada golpe las coletas de Lucy se balancean en el aire.

—¿Qué? —gime la pequeña.
—Espera un poco…

Néstor clava sus dedos grandes y calientes en las nalgas de Lucy y sigue intentándolo una y otra vez, y otra vez, y otra más. Cada vez lo hace más fuerte y más rápido, intentando darle impulso a su pollón para poder sacarlo fuera del apretado coñito. Lucy intenta ayudarlo agarrándole la verga por debajo, pero está tan resbaladiza con sus propios jugos que no puede cogerla; así que ha optado por intentar abrirse más el chocho, colocando dos dedos a cada lado de la vulva y separando los labios al máximo.

—Prueba ahora, Néstor. Pero hazlo más fuerte y más rápido, a ver si hay suerte…

Néstor la obedece con mucho gusto. El roce es tan intenso, tan excitante, tan placentero y glorioso que Lucy, la pequeña colegiala de cara pecosa y coletas danzarinas, se corre por las patas abajo en una serie de orgasmos demenciales, dando gritos y berreando a causa del goce infinito que le está dando esa enorme verga hinchada de carne dura y ardiente.

—¿Estás bien, Lucy? —pregunta el apuesto joven con su polla tiesa aún dentro de ella.
—Ohhhh… Néstor… eres maravilloso…
—Gracias. ¿Continuo?
—No, no. Mis padres están a punto de llegar. Deja que vaya al baño.
—Lo siento. No puedo.
—¿Perdón? Vamos Néstor, sácamela.
—Lo siento. No puedo.
—Nestor, el juego terminó. Deja que me vaya.
—Lo siento. No puedo. Esta unidad está muy avergonzada con lo sucedido pero esta unidad no estaba participando de su fantasía cuando intentaba extraer el pene de su vagina. Realmente está atorado en su interior. Lo lamento mucho, señorita Lucy.
—¿¡Estas de guasa!? ¡Sal de ahí ahora mismo, montón de chatarra de mierda!

Ruido de llaves y una puerta que se abre y se cierra en el piso de abajo:

¡¿CARIÑOOO!? ¡YA HEMOS LLEGADOOO! —la voz de la madre resuena en las escaleras.
—¡Néstor! Baja a ayudar a meter las bolsas de la compra.

Lucy intenta callar a Néstor, pero es imposible:

—¡Lo siento. No puedo! ¡Esta unidad no puede ejecutar la orden del amo Pérez porque esta unidad tiene el pene atorado dentro de la vagina de su hija pequeña!

Un breve y tenso silencio seguido de un portazo, de voces y de pasos apresurados subiendo por las escaleras.

Más tarde, en un bar cerca de los talleres concesionarios de Turing Corp., un mecánico charlaba animadamente con un amigo:

—No creerías la de veces que he visto esa situación.
—¿En serio?
—Sí tío. Esto es una de las mejores cosas de este trabajo. Constantemente llegan aquí viciosillas y viciosillos con sus orificios taponados con los miembros o los agujeros de los modelos del tipo “EROS”.
—Por el antirrobo ¿no?
—Exactamente: por el maldito antirrobo. Je, je, je. La gente que adquiere el servicio antirrobo del “EROS” se piensa que es una especie de alarma o algo de eso. Y no es así. Eso les pasa por no leerse el puto manual. El antirrobo de ese tipo de modelos es un anclaje reactivo situado en la punta de la polla, en el chichi, en el culo… ya sabes. Así, si una persona no incluida en la base de datos del modelo intenta beneficiarse a la muñeca o al muñeco cibernético, el antirrobo se pone en marcha y el tipo o la tipa se quedan allí enganchados.
—Buf, qué putada.
—Pues sí. ¿Pero sabes lo mejor de todo? El noventa por cien de los que vienen aquí son maridos enganchados por el culo por el muñeco cibernético de su esposa ¡ja, ja, ja! ¿Puedes creerlo?
—Lo creo, lo creo ¿Hace otra ronda?



(.Muñecas. es un viejo proyecto de relatos pensados originalmente para ser guionizados en un cómic. Son historias independientes entre sí pero que comparten un mismo universo ficticio, aunque este universo no siempre es exactamente el mismo en todas las historias.)