Esta es la novena parte de la serie "Historias vulgares"
9-Gente vulgar (2)
Luisa y yo entramos al local y buscamos a Rebeca y a Jaime entre el barullo
de la gente; los vimos de pie en un rincón oscuro y apartado, con las copas
preparadas encima de una mesa diminuta. La música estaba muy fuerte y las luces
destellaban frenéticas siguiendo el ritmo que salía de los altavoces; el aire
condicionado apenas podía disipar el calor de las personas que se agolpaban en
la pista de baile y el ambiente cálido estaba cargado con el olor del alcohol, el
sudor y las feromonas que despedían todos esos cuerpos. Yo iba caminando detrás
de Luisa, con una mano sobre sus nalgas, dirigiéndola hasta nuestros compañeros
de juerga. Cuando llegamos ella y Rebeca se cogieron de la mano y se largaron
al baño. Yo agarré una copa y me puse a charlar con Jaime entre risas etílicas
recordando el numerito del flan e intentando hacerme oír por encima de la
música. También le expliqué la afición de esas dos a los meados, para que no le
pillase por sorpresa. A Jaime no le pareció mal, aunque tampoco se entusiasmó
demasiado.
Cuando llegaron, las chicas agarraron a Jaime y se lo llevaron a la pista
de baile. Allí estuvieron un rato haciendo el tonto apretujados entre la gente,
meneándose y restregándose. Rebeca se había encoñado con Jaime y le tenía unas
ganas horribles; los lametones que le dio en el restaurante para limpiarle la
polla le habían abierto el apetito y se le notaba que tenía muchas ganas de
volver a meterse su tranca en la boca. Se ponía de espaldas a mi amigo, le
pegaba el culo contra su paquete y se meneaba arriba y abajo, siguiendo el
ritmo de la música. Luisa se pegó al mismo tiempo por detrás de Jaime, estrujando
sus melones contra la espalda de mi colega. Él estaba encantado de estar en
medio de esas dos viciosas, rodeado de carne caliente y sensual. Rebeca se puso
a acariciarle el paquete y Luisa hizo lo mismo; Jaime, mientras sentía las
manos de esas dos hembras acariciándole la polla por encima de la ropa, besaba
a Rebeca con ganas, comiéndole la boca y la lengua con pasión, como un animal.
Luisa no me quitaba ojo de encima.
De pronto Jaime tomó a Rebeca de la cintura, agarró a
Luisa de la mano y regresaron a nuestro rincón; al llegar me dijo al oído:
—Tío, no lo aguanto más; hazme un favor y cúbreme.
Se llevó a Rebeca a la pared de la esquina, le puso
una mano en la nuca para que se agachase y se bajó la cremallera. Ella me miró
sonriendo mientras le sacaba el rabo tieso y lleno venas por la bragueta. Tomé
a Luisa del brazo y la coloqué como buenamente pude para cubrir a esos dos; ella
se reía mientras me acariciaba el paquete y disfrutaba del espectáculo.
Rebeca comenzó a limpiarle el requesón que se había
quedado bajo el glande después del numerito del flan. Le estrujaba el tronco y
tiraba de la piel hacia abajo para descubrir todo el capullo. Le pasaba la
punta de la lengua por el borde del cipote y luego se lo metía entre los
labios, chupándolo como si fuese una golosina. Al rato ella empezó a subir y a bajar
la cabeza al ritmo de la música, chupándole el pijo con verdadero arte; su
melena se balanceaba adelante y atrás; sus dedos brillaban y relucían con las
luces de colores reflejadas en las babas que goteaban por la polla de Jaime.
Éste aprovechaba los momentos de “subidón” de la música para enchufarle la
verga en la garganta y dejársela allí metida hasta el momento de la explosión
musical; entonces la sacaba toda llena de colgajos de saliva para volver
a dejar que Rebeca se la chupase a su ritmo.
Luisa estaba muy salida viendo todo eso y ni corta ni
perezosa se acercó hasta ellos y se agachó para comerse una buena ración de
polla. Yo me quedé allí solo intentando cubrirlos, confiando en que
la oscuridad y la confusión de las luces nos ocultasen un poco, aunque en el
fondo me importaba una mierda si alguien nos veía.
Rebeca le dejó sitio a Luisa y le puso el rabo lleno
de babas en la barbilla. Luisa abrió la boca y se tragó toda esa carne hasta
los cojones. Éstos eran exprimidos por Rebeca mientras le lamía los mofletes
hinchados de polla a su amiga. Jaime se dedicó entonces a follarse a las dos
por la boca, dándole rabo alternativamente a cada una de ellas hasta que se
corrió en la garganta de Rebeca, echándole toda la lefa dentro. Las chicas se levantaron besándose y lamiéndose la cara entre ellas como dos gatitas. Después estuvimos bebiendo un poco más, toqueteandonos y besándonos
hasta que Jaime dijo de largarnos para empezar la fiesta de
verdad en mi casa.
En el taxi Jaime se puso delante y empezó a darle conversación al chófer
con la mierda del fútbol y tonterías de esas. Yo me puse atrás, entre las dos
chicas. No pararon de sobarme y darme besos en todo el trayecto y yo les
correspondí con mucho gusto, comiéndome sus bocas y sus lenguas. Me importaba
una mierda si Jaime se había corrido allí hacía un rato; a mí nunca me han
atraído los hombres y jamás en mi vida me lo montaría con uno, pero tampoco era
tan recatado y escrupuloso como para preocuparme por una chorrada como esa,
máxime después de estar harto de comer coños meados y chupar ojetes de tías. Rebeca
se empeñó en hacerme una paja pero yo no la dejé: le apartaba la mano de allí
abajo cada dos por tres y ella ponía cara de niña mala y protestaba en mi oído:
—Ay, ya no me quieres. Eres malo. Déjame que te la toque un poco, anda…
—No.
—Vamos, Alfredo, déjame tocarla… hace mucho que no te la veo y la hecho de
menos… —su aliento me acariciaba el oído; olía a alcohol y era muy cálido.
Me ponía la mano en el paquete y me apretaba el cipote con esos dedos
delgados y largos que ella tenía. Lo
hacía muy, muy bien y yo tenía que esforzarme para no dejarme llevar.
—Estate quieta… ya te hartaras de vérmela —le decía mientras le chupaba la
lengua.
Luisa no decía nada; se quedaba allí mirando cómo la rubia me sobaba mientras
ella me metía la lengua en el otro oído y me besaba el cuello y la cara.
Cuando llegamos a casa nos pusimos cómodos en el salón, desnudándonos unos
a otros, entre besos, lametones y alguna que otra nalgada. Yo me senté en el
sofá y me puse a mirar como Jaime le daba por el culo a Rebeca mientras ella me
chupaba la polla. Luisa se subió a mi lado y me puso su coño lleno de pelos en
la cara para que me lo comiese. Yo metí la lengua dentro de esa mata peluda y
le abrí los labios menores, introduciendo la sinhueso hasta donde podía,
probando el sabor fuerte a hembra que le salía de las entrañas fluyendo en un
jugo resbaladizo y cremoso que apestaba a coño en celo. Yo lo chupaba todo con
mucho gusto.
Jaime le metía la polla por el ojete a la rubia muy
despacito, disfrutando de esa estrechez y reservando energías. De vez en cuando
le daba una embestida más fuerte y Rebeca se tragaba mi polla de golpe,
golpeando el paladar o los dientes. Luisa se hartó de que le comiese el coño y
se dejó caer, apartando a Rebeca y metiéndose mi polla en el coño hasta los
cojones, restregándome sus tetazas por la cara. Yo me comía esas tetas con
mucha fuerza, mordiéndole los pezones y tirando de ellos, absorbiendo y
haciendo el vacio en mi boca con sus melones dentro. A ella le hacía daño y le
encantaba.
Jaime le sacó la polla a Rebeca y la apartó de en
medio para metérsela a Luisa por el culo. Ella gimió encantada de la vida al
sentir las dos pollas dentro de su cuerpo al mismo tiempo. Rebeca se dedicó a
comernos los cojones, escupiéndolos y apretándolos con sus dedos largos y
finos. Jaime comenzó a acelerar el ritmo, empujando el culo gordo de Luisa con
tanto ímpetu que yo sentía como su cuerpo me estrujaba contra el sofá. Miré la
cara de Luisa y vi que estaba gozando como una loca; no pude resistirme y le
apreté los carrillos con mi mano, obligándola a que abriese los labios y que me
chupase dos o tres dedos metidos a la fuerza dentro de su boca. A veces le daba
una cachetada suave, lo suficientemente
fuerte como para escuchar el sonido de la palmada contra su mejilla. Se ponía
como una perra:
—¡Así! ¡SÍ!
Folladme, cabrones... Auff…
Al poco rato mi amigo aumentó el ritmo dándole por
el culo muy rápido y muy fuerte. Yo no podía moverme, así que dejé que Jaime lo
hiciera todo hasta que en una de las embestidas le estrelló los cojones y se
corrió dentro. Rebeca acudió rápido y le sacó la polla: del culo comenzó a
escaparse la lefa y ella puso la boca para recoger todo aquel esperma con la
lengua, guardándose una parte dentro. Luego se levantó y besó a Luisa,
regalándole el semen de su propia boca. Un goterón de saliva y esperma se le
escurrió por la comisura de los labios y yo la recogí con un dedo, apretándole
el pulgar por la cara hasta metérselo en la boca:
—No te dejes nada fuera y cómetelo todo, cerda.
Luisa me mordió el dedo y yo le di un azote en el
culo.
Jaime dijo que iba a mear y Luisa se sacó mi polla
del coño para acompañarlo. Le dije que si iba a hacer alguna guarrada que la
hiciera en la ducha.
No me hizo ni puto caso.
Decidí aprovechar que Rebeca tenía el ojete abierto por la enculada de
Jaime para follármela por ahí un rato a lo bruto. Me levanté, le agarré de los
pelos y le puse la cabeza sobre el sofá, obligándola a que se pusiera a cuatro
patas. Le di una nalgada muy fuerte y le estrujé dos dedos en el ano de golpe.
Lo tenia muy abierto y le metí otro más. Yo le escupía en el agujero y el
salivazo me empapaba los dedos, lubricándome para meterlos más y más dentro.
Con la otra mano le apretaba su cabeza contra el asiento, aplastando su mejilla
contra la tapicera. Ella cerraba los ojos y abría mucho la boca, sin emitir
ningún sonido, simplemente jadeando muy rápido. Le saqué los tres dedos del
culo y se los metí en la boca para que los chupase. Mientras lo hacía le metí
la polla por el culo. Gimió en mi mano y yo aproveché para abrirle la boca a la
fuerza con una mano mientras le tiraba de los pelos con la otra. Le escupí
varias veces en la cara sin dejar de follarme su culo caliente y viscoso.
—Hijo… de… puta…ah,ah,ah,ah… —jadeaba muy rápido.
Le saqué la polla del culo y le tiré de los pelos para obligarla a darse la
vuelta encima del sofá. Le aplasté el cipote en el coño, apretándole la vulva y
restregándole el carajo hinchado y pringoso por los labios hasta metérselo dentro
de golpe. Levanté sus piernas y me las puse encima de los hombros, empujando
con ganas, admirando la forma en la que sus pezones se movían frenéticos arriba
y abajo. Ella me miraba con rabia, apretando los dientes, con los brazos
arañando la tapicería por encima de su cabeza.
—¡Reviéntame el coño, cabrón!
Bajé una mano y le retorcí el clítoris, que lo tenía muy salido y gordo.
Ella chilló y me clavó las uñas en el pecho, arañándome. Su vagina estaba
inundada, repleta de una cremita aceitosa que me envolvía cada milímetro de mi
polla, abrasándome con un calor líquido exquisito. Empujé todo lo que pude, me tiré encima de su
cuerpo y me corrí dentro de su coño con un gruñido gutural. Ella cruzó las
piernas detrás de mí, atenazándome con fuerza, obligándome a meterme aún más,
aplastando mis huevos contra ella. Así nos quedamos un buen rato, enganchados,
apestando a sudor y a sexo.
Unos minutos después salí de su interior y bajé para contemplar cómo le
salía el esperma de la vagina mientras lo recogía con la lengua y con los
dedos. Rebeca también se metía un dedo y lo remojaba allí durante un rato para
luego chuparlo.
Del baño no dejaban de salir chapoteos,
gemidos y grititos. Agarré a Rebeca del brazo y me la llevé allí.
Yo también tenía ganas de mear.
***
© Kain Orange