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domingo, 18 de septiembre de 2011

Ven

    —Ven aquí.

                La mujer camina hacía mí, envuelta en sedas y transparencias, moviéndose con sensualidad, demostrándome que sabe moverse. La detengo con un gesto de la mano.

                —No. De rodillas, a cuatro patas. Quiero que vengas hacía mí a gatas.

                Ella se arrodilla muy lentamente, dejando que la carne apretada en la lencería se tense, se hinche, que se muestre en cada pliegue y en cada músculo de carne lujuriosa. Las caderas se ensanchan al flexionar las piernas, piernas enfundadas en encajes negros. La carne que encierra su escote se agolpa y se afloja con los movimientos de sus hombros, redondos y llenos de lascivia. Su espalda se arquea balanceándose en cada paso; su vientre, encerrado en un apretado corsé, está lleno de voluptuosidad. Su cabello flota hacía abajo, meciéndose, acariciando el aire.

                Desde mi asiento le miro los ojos cargados de deseo. Mi mano está apretando el duro mástil que crece de entre mis piernas, gozando de la vista de su cuerpo sumiso. La mujer llega hasta mis pies y me mira a la cara de rodillas. Mi polla se interpone en su visión.

                —¿Lo quieres? —le pregunto señalando la cabeza rosada y gorda de mi polla.

                Ella asiente mientras se relame los labios. Le pongo uno de mis pies desnudos sobre su hombro. Redondo, suave y terso; cálido y sensual. Ella besa mi tobillo; lame la pierna; mordisquea la carne blanda tras la rodilla y chupa con sus labios regordetes mi muslo. Su cabello acaricia mis testículos, su aliento me quema en las ingles. Siento las prendas de seda y encajes rozando mis piernas cuando ella se abraza a mis muslos y coloca su boca abierta sobre la hinchada cabeza de mi verga.

                —¿Puedo? —suplica mirándome a los ojos.

                Le cojo del mentón, redondeado y deseado, le acaricio los labios sensuales con la yema del pulgar y asiento levemente con la cabeza. Sus cabellos flotan hasta mi vientre, derramándose como una cascada en mi cintura mientras baja su pequeña cabeza. Su cabello oculta su glotonería. Cierro los ojos y dejo que mis sentidos vean por mí:

Su boca es una cueva húmeda cargada de aire caliente. Su lengua es una alfombra resbaladiza que arde con un fuego que late y vibra entre humedades viscosas. Mi glande recorre el paladar hasta la entrada de la garganta… y más. Sus labios besan la base de mi polla con ella metida dentro de su boca. Su delicada barbilla me aprieta los testículos y la humedad de su saliva resbala por mi ingle. Y allí se queda, quieta, con mi hombría tiesa en su garganta.

                —Apártate el pelo.

                Ella me obedece sin sacarse mi polla de la boca. Es una imagen hermosa. Sus dedos se clavan en los muslos. Un espasmo, un gemido y la respiración soltada por la nariz con fuerza; Me libera con una bocanada de aire y contemplo su bello rostro sonrojado. Su cara se ilumina con una sonrisa cargada de humedad que despierta mi lujuria.

                —Otra vez.

                Ella obedece. Esta vez le cojo del cabello para guiarla, manteniéndole el tiempo que yo desee; empujándole y tirándole, obligando a que sus mejillas se hinchen con la carne enervada y dura; haciendo que su frente se pegue a mi cintura y que sus labios me besen las bolas, suaves y gordas. Le dirijo y le conduzco allí donde mi lujuria desea y ella, sumisa, disfruta de ello. Sus gemidos la delatan; su lengua azotadora se relame de placer con mi carne y mi piel. Sus dedos acarician, agarran y pellizcan sin control.

                —Levántate.

                Ella obedece muy, muy despacio, restregando su cuerpo caliente por mis piernas, dejando que sienta la suavidad de las prendas livianas que cubren su piel. Es muy hermosa. Altiva y sumisa a la vez. La brevedad de la delicada tela que tapa su femineidad no puede ocultar el fuego que arde entre sus piernas: la humedad que allí rezuma reluce por los bordes de las braguitas. El corsé, apretado y vicioso, se mueve perceptiblemente con su respiración agitada.

                —Date la vuelta.

                Se gira, restregando sus caderas redondeadas y voluptuosas contra mis muslos. Sus nalgas me son mostradas: la carne redonda y abultada; dos esferas apretadas cargadas de lascivia y separadas por una línea oscura, profunda y llena de promesas de placer. El pequeño hilo de las braguitas asoma por arriba.

                —Inclínate.

                Despacio, muy despacio ella deja caer su torso hacia delante. Sus nalgas se ensanchan y su culo se eleva; sus muslos se tensan cuando separa ligeramente las piernas para enseñarme su vulva desde atrás. La tela de las braguitas está arrugada y remetida entre dos bultos carnosos llenos de humedad. La tela se ha remetido en esa raja sonrosada y el hilo tampoco puede ocultar el agujero fruncido de su ano.

                —Tócate.

                Ella mete una de sus manos entre los muslos y veo aparecer por debajo los dedos largos y sexuales de uñas blancas. Se toca con parsimonia, sabiendo que la estoy contemplando. Aplasta las carnes delicadas con un dedo, metiendo la tela dentro de su vulva, exprimiéndose el coño con los dedos para usar las braguitas como una esponja. Gime. El olor a hembra cachonda me inunda las narices y me enerva la polla aún más. Su agitación hace que el agujero de su ano palpite, abriéndose y cerrándose. Me chupo un pulgar y lo coloco allí encima, acariciándolo y estimulándolo. Ella gime otra vez. Recojo un poco del jugo vaginal de sus braguitas y lo mezclo con mi saliva sobre la entrada de atrás. Empujo mi dedo dentro. Ella gime más fuerte. Le saco el dedo.

                —Mírame.

                Ella se gira en pie, dándose la vuelta sobre esos tacones llenos de purpurina brillante. Sus piernas redondeadas y prietas están encerradas en encajes negros que desean ser acariciados, lamidos y palmeados. Extiendo el dedo, aún caliente con el calor de su interior.

                —Chupa.

                Ella se inclina y abraza mi dedo con sus labios. Sus pechos vibran dentro del corpiño. Los acaricio y los aprieto entre mis dedos. Saco el dedo y le agarro las caderas. Me vuelven loco. Deslizo mis manos por sus vientre, acaricio su cintura, amaso la carne de los muslos que asoma por encima de las medias. Agarro sus braguitas con las dos manos y las rompo de un tirón, liberando su coño anegado de jugos.

                —Fóllame.

                Ella obedece.