56.
Tony.
Cuando Sofía abandonó el coche Tony sintió ganas de darse un puñetazo en la cara.
«¡¿Pero cómo puedes ser tan tonto!? ¿Por qué coño no dejaste de hablar cuando viste que estaba enfadada? Joder, por eso las tías no te hacen ni puto caso, porque no tienes tacto».
«¡Pero si no le he dicho nada malo, todo lo contrario!».
«Oh, vamos, eso da igual. Ya sabes lo raras que son las tías, lo dice todo el mundo. No hay manera de saber si lo que le estas diciendo les agrada o no. Tienes que fijarte más en los detalles, tío».
«¡Pues vaya mierda, así no hay quien se aclare, joder!».
Arrancó el coche en tercera, el motor se caló y el vehículo se detuvo en mitad de la calzada. Estaba intentando arrancarlo de nuevo cuando escuchó unos golpes en la ventanilla. Vio que era Sofía y que estaba sosteniendo un móvil delante de ella, gritando algo, pero no podía oírla porque los coches de atrás estaban tocando el cláxon, pidiendo paso.
Tony abrió la puerta del conductor y Sofía saltó dentro, hablando muy deprisa y excitada.
—¡Ha vuelto a llamar, era ella, Francesca, pero no ha dicho nada!
—¡¿Qué?!
Algunos coches comenzaron a rebasarlo, haciendo sonar la bocina al pasar al lado de ellos.
—¡Ha llamado al teléfono de Noelia, he respondido, pero no se oía nada, excepto una especie de respiración, como gimiendo! ¡Era muy desagradable, pero era una chica!
Tony consiguió arrancar el coche por fin.
—¿Has probado a llamarla tú?
—¡Sí, pero no contesta! —gritó Sofía.
—¡¿Pero por qué gritas!?
—¡No lo sé! —Sofía le golpeó en el hombro con fuerza.
—¡AY!
—Lo siento, perdona, estoy nerviosa, me ha asustado mucho —Sofía le apretó el brazo—. Si vuelve a llamar respondes tú.
Tony la miró durante un par de segundos y vio que estaba temblando y que tenía los ojos vidriosos.
—Vale, tranquila. Mira, siento lo de antes, soy un idiota, no debí meterme en tu vida, tenías razón.
—¿Por qué me das la razón ahora? —Sofía lo miró indignada—. ¿Que hay de todo eso que me dijiste sobre mi futuro y sobre tener algo ganado con mi esfuerzo? ¿Era un rollo, era todo mentira?
«¿Pero qué coño…?».
—No… no era un rollo, era…
—¿No era un rollo?, entonces, ¿por qué me das la razón ahora?
—¡No lo sé! —Tony golpeó el volante—. ¡Por que no quiero que estés enfadada conmigo, joder!
—¡Pues a lo mejor no deberías tratarme como una niña ni con tanta… —Sofía buscó la palabra—, con tanta condescendencia!
—¿Qué?
—Sí, condescendencia, eso es lo que acabas de hacer. Me das la razón solo para agradarme. ¡¿Pero y si tú tenías razón, eh?! —Sofía le golpeó en el brazo otra vez, con fuerza.
Tony, alarmado, escuchó que Sofía comenzaba a llorar.
—¿Y si tenías razón? ¿Y si debería hablar con mis padres y decirles que no me gusta estudiar eso y que siento haberles mentido? —Sofía sorbió por la nariz—. Debería pedirles perdón y tratar de arreglar toda esa mierda del instituto… —Tony se dio cuenta de que estaba hablando para sí misma—. Debería estudiar en verano… y trabajar para ayudar en casa… Pero no sé hacer nada, Tony. No sé hacer nada… solo sé perder el tiempo —Sofía agitó la cabeza—. No valgo para nada, Tony.
Sofía se tapó la cara y lloró a moco tendido, dejando que las lágrimas resbalasen entre sus dedos.
—«¿Qué hago ahora, qué le digo?»
—«En las películas dicen cosas profundas para consolar a la chica, igual deberías intentarlo».
—«¿Cosas profundas?… ¡¿Pero qué cosas profundas ni qué leches!? ¡Yo no sabría ni por dónde empezar!, pero si apenas la conozco».
—«A lo mejor no hay que decirle nada, a lo mejor no quiere que le hable nadie».
—«¿Y si la abrazo? En las películas eso siempre funciona».
—«¿Funciona?, ¿qué quiere decir que funciona?, ¿Que la chica se olvida de todos los problemas solo porque un tío la estruje y le restriegue la cebolleta».
—«¡Y yo qué sé!, eso es lo que sale siempre en las películas».
—«A lo mejor deberías olvidarte de las películas y hacer lo que realmente quieres hacer».
—«¡Pero es que no sé qué hacer!».
—«¿No?, ¿seguro?».
—«¡NO!, ¡no lo sé!… joder, ni siquiera sé si tengo que hacer algo».
—«¡Pues no hagas nada!».
—¡Pero algo tengo que hacer!, no… no puedo dejar que se quede así, llorando. Me da mucha pena porque la tía es lista, pero también es tonta. Es tonta porque no sabe lo lista que es, no sé si me explico. Ella no debería decir que no vale para nada, ¡todos valemos para algo!, hasta yo. Es solo… Es solo que aún es muy joven y todo esto —Tony hizo un gesto abarcando el mundo en general—, todo esto lo han complicado demasiado. No debería ser tan difícil estar aquí. Solo se trata de comer y respirar y vivir, pero nos han puesto una serie de… de normas, de reglas, de conductas… no sé, de cosas que tenemos que hacer para que podamos convivir, por el rollo ese de la civilización… ¡Yo qué sé! Pero no debería decir que no vale para nada. ¡Es lista, carajo! —Tony se golpeó el muslo—. Con esa cabeza podría hacer lo que ella quisiera, es solo… Es solo que no ha tenido suerte… —Tony giró la cabeza para mirar a Sofía y vio que ella le miraba fijamente, con los ojos cargados de lágrimas, muy enrojecidos. Entonces se dio cuenta de que había estado hablando en voz alta y se sonrojó con tanta intensidad que el corazón casi se le para.
Sofía se apartó las lágrimas y los mocos con la palma de la mano y miró al frente, observando las luces del tráfico.
—Gracias —le dijo a Tony sin mirarlo.
El chico, rojo como un semáforo, se limitó a conducir en silencio, muerto de vergüenza, sin atreverse a mirarla, pero un par de minutos después sintió que Sofía apoyaba la cabeza en su hombro y que le tomaba del brazo. Aquello le molestaba para cambiar de marchas, pero él hubiera preferido arrancarse el brazo de cuajo antes que mencionarlo siquiera.
Tony llevaba una camisa de manga corta y pudo sentir sobre su brazo el calor de la mejilla de Sofía, así como la humedad de sus lágrimas, que se evaporaban rápidamente sobre su piel. También tuvo una erección tan bestia que le dolió la polla, pero no se sintió culpable por ello.
«Creo que de todas las veces que me he empalmado a lo largo de mi vida esta es la más razonable y la que tiene más sentido de todas ellas».
El GPS les anunció que habían llegado a su destino, la antigua fábrica de celulosa y papel del Baluarte, y Tony redujo la velocidad para entrar en las instalaciones.
—Es aquí Sofía. Esperemos que tu deducción fuese acertada.
Sofía miró alrededor y contempló las estructuras abandonadas. A aquella tardía hora la escasa luz del atardecer le daba un aspecto tétrico y deprimente a todo el conglomerado de edificios.
—Sí —dijo ella—. Espero haber acertado. El problema es que esto es demasiado grande, ¿cómo vamos a encontrarla aquí dentro?
57.
Rusky.
Esta vez la araña no entró por el oído, si no por el agujero que tenía en la cabeza. Era una de esas arañas que se ven en los documentales de países exóticos, gorda, peluda, con un racimo de ojos del color de la sangre coagulada y el tórax blanco, enfermizo. Podía sentir las patas arañando la herida abierta, empujando la costra de sangre y pus para abrirse paso por la raja.
Pero la araña era demasiado grande y no entraba, así que se dedicó a masticar el borde de la piel, macerando la dermis con la saliva ponzoñosa, ablandándola hasta que pudo meter el cuerpo entre el hueso del cráneo y el pellejo. Se adentró por debajo de la piel, abriéndose camino lentamente hasta llegar a la nuca, buscando ese punto blando que hay justo donde se une el cuello y la cabeza. Ese fue el lugar escogido para poner sus huevos por debajo de la piel, abultándola como una segunda nuez de Adán, pero detrás. Rusky quiso gritar, pero nada salía de su asfixiada garganta, excepto una red pegajosa que caía en hilos desde la boca hasta su regazo. Pegados a los hilos estaban sus dientes, chocando unos contra otros produciendo el sonido de una maraca.
Rusky despertó de súbito, gritando.
Tenía frío, pero estaba sudando a mares. El crío seguía despierto, gimiendo débilmente, y Rusky tuvo unas horribles ganas de matarlo. Luego miró su reloj de oro y vio que había estado durmiendo demasiado tiempo. De hecho las sombras de los edificios cubrían todo el parking de la fábrica, anunciando la pronta llegada del anochecer. Se desperezó en el asiento y un dolor repentino le atravesó el cráneo. Se miró en el espejo y vio que la zona de la herida se le había hinchado de una forma espantosa y que la piel de alrededor tenía un fuerte color morado oscuro.
El sonido de la maraca del sueño le llegó de repente.
«No es una maraca, es un tubo de escape suelto».
Rusky se incorporó y miró fuera del mercedes, buscando el origen del ruido. No tardó mucho en localizarlo, era el de un viejo citroen conducido por dos personas que daba vueltas por las inmediaciones.
«Espero que sean esos dos… joder no veo una mierda de lejos».
De repente Rusky se puso en alerta cuando vio que el coche entraba en las instalaciones. Desde su posición, a la sombra entre dos edificios, ellos no podían verlo, pero él se fijó en que eran un chico joven y una chavala. Rusky tomó el revolver del salpicadero y se arrellanó en el asiento, fundiéndose con las sombras pero sin perder de vista al vehículo.
El coche de Tony pasó muy cerca del mercedes, pero ni él ni Sofía se dieron cuenta. Rusky, en cambio, reconoció a la chica. Era la misma que vio esa mañana, la que siguió hasta la vieja casa de los padres de Noelia.
«¿Qué cojones hace aquí?».
Entonces recordó la última llamada de la drogata: fue a su tita Noe.
«Esta niña y esa Noelia están relacionadas de algún modo».
A pesar del dolor de cabeza Rusky hizo un esfuerzo para recordar todo lo que sabía de esa chica.
«Estaba en la vieja casa de Noelia y estaba con un hombre… Él la llamó Sofía. En la casa había olor a vómito y alcohol, desorden, un caja de arena para gatos hecha con materiales reciclados y también había una…».
Rusky se incorporó.
«…Una Beretta metida en una bolsa de plástico».
El checheno agarró el revólver y lo amartilló.
58.
Noelia.
Después de gestionar todo el papeleo en comisaria preguntaron por Bertín. Les dijeron que estaba bien, que fue atendido de algunas heridas y contusiones leves y que estaba con su abogado. Se había calmado y decía que estaba muy arrepentido por lo sucedido. Le habían hecho pruebas rápidas de drogas y alcohol y había dado positivo en cocaína, aunque ésto último no se lo dijeron a Noelia.
A pesar de las quejas de Carlos y del consejo de la policía, Noelia se negó rotundamente a denunciar a su marido por malos tratos. Era la primera vez que le ponía la mano encima y nunca se había sentido amenazada en casa, jamás. Legalmente el maltrato consistía en un delito en el que la víctima sufría una serie de agresiones continuadas en el tiempo, algo que Bertín nunca había hecho.
Aunque lo que facilitó y agilizó la pronta salida de Bertín fue la rápida actuación de su abogado que, según le dijo uno de los policías que la atendió, era uno de los mejores de la ciudad. A Noelia le sorprendió y le extrañó que Bertín pudiera permitirse ese lujo.
«Aunque la verdad es que en los últimos dos años la empresa de Bertín ha ido muy bien».
Recordó la época en la que estalló la burbuja inmobiliaria y casi se fueron a pique. Ella tuvo que presentarse a esas oposiciones para el trabajo en el parque y arrendar la casa de sus padres. Gracias a eso pudieron salvar la pequeña empresa que pudo levantarse poco a poco gracias a los contactos y las gestiones de Bertín.
Noelia no lo sabía, pero la mayoría de esas gestiones eran ilegales e implicaban a unos cuantos funcionarios y empresarios corruptos. En realidad la empresa de Bertín se transformó hace tiempo en una tapadera para blanquear el dinero proveniente de sobornos a esos funcionarios. Tampoco sabía que hacía mucho tiempo que el dinero que ella metía en casa con su trabajo y el alquiler de la casa ya no era necesario, pero Bertín se encargaba de que el saldo de las cuentas comunes siempre estuvieran en precario equilibrio, mientras que las «otras» cuentas, ocultas para ella, llegaban a cifras que hubieran escandalizado a su mujer.
Noelia aprovechó para denunciar el robo de las joyas, aunque tendría que volver con un inventario detallado de todos los objetos robados.
Cuando salieron de comisaria Carlos le preguntó qué pensaba hacer a partir de ahora.
—¿A qué te refieres?
—A tu marido. ¿Cómo vais a gestionar todo esto?
Noelia suspiró y se acarició la hinchazón de la mejilla, que la tenía amoratada.
—Bueno, él me dijo que me puso un detective y acabo de enterarme de que tiene a uno de los mejores abogados de la ciudad… no sé, me parece que está bastante claro por su parte.
—¿Separación?
—Conociendo a Bertín él irá a por el divorcio.
Noelia miró a Carlos y sintió una oleada de afecto hacía él muy intensa. Algo había cambiado dentro de él desde la confesión en el taxi y se le notaba en la forma en la que la miraba, en la manera en la que él buscaba siempre sus ojos y la cercanía física.
«Bueno, chica, ya lo tienes. Tu futuro con Bertín parece que está a punto de acabar y aquí está este hombre que al fin parece que ya se le a arreglado un poco el lío que tenía en la cabeza, ¿no era eso lo que querías?».
Noelia sonrió y Carlos se contagió de su sonrisa, haciendo lo propio.
—¿Qué? —preguntó él.
—Nada —le respondió ella mientras le cogía de la mano y balanceaba los brazos como una colegiala.
—Vale —Carlos se rió sin ningún motivo y Noelia también soltó una carcajada.
«Madre mía, ni que tuviéramos doce años».
—No puedo volver a casa esta noche, Carlos.
—Vale —repitió él.
Noelia le tiró de la mano y le obligó a que se acercase a ella.
—Tampoco quiero ir a un hotel.
—Ajá… —Carlos asintió con la cabeza.
Noelia acercó la cara al rostro de Carlos y dejó que su aliento acariciase la barba de pocos días del hombre.
—Quiero dormir contigo.
Carlos la besó con suavidad, tanteando con sus labios la boca de Noelia, esperando alguna reacción dolorosa debido a la herida de la mejilla, pero ella le agarró la camiseta y tiró de ella, obligándolo a que le besase con más intensidad. Le dolía la boca y gimió débilmente cuando él le lamió la lengua, pero se dejó besar, apretando sus pechos contra él.
Ella se apartó ligeramente y le acarició la cicatriz de la ceja, palpando el moratón alrededor del ojo.
—Debería volver al centro comercial, allí tengo el coche y tengo que preguntar en el restaurante por el móvil porque creo que lo perdí allí.
—Vale. Creo que también deberíamos llamar a Sofía. La pobre seguro que nos ha estado buscando.
Noelia resopló.
—Uf, me había olvidado de ella… y de Tony.
—Vamos, pediré otro taxi. Hablaremos con ella por el camino.
Mientras el taxi atravesaba las últimas luces del atardecer Noelia se preguntó una vez más dónde estaría Francesca.
59.
Rusky.
Andrei pudo ver desde el mercedes cómo esos dos estacionaban el ruidoso coche en la explanada principal, cerca del edifico más grande de la fábrica. Bajaron y discutieron un rato hasta que la chica tomó la iniciativa y comenzó a caminar delante del muchacho, con un teléfono móvil en la mano. Rusky frunció el ceño. Aún le dolía la cabeza horrores y sentía un ligero vahído, lo que le impedía pensar con claridad.
«Tengo que sorprenderlos. Si tienen la Beretta no puedo dejarles la iniciativa».
El problema era que no confiaba en haber recuperado del todo el sentido del equilibrio. Esperó hasta que la pareja desapareció dentro de la fábrica y salió muy despacio del coche, pero recordó algo y extendió un brazo para sacar la navaja de la bolsa de Chesca. Caminó con paso inseguro en pos de Tony y Sofía, armado con el revólver y la navaja
«La drogadicta discutió con sus dos compinches, les rajó con la navaja y ellos la tiraron al pozo. Después discutieron y se mataron entre ellos… Es una mierda de historia, pero despistará por un tiempo a la pasma».
Por el camino comprobó con satisfacción que caminaba con normalidad, un poco inseguro y renqueante, pero con mucho más aplomo que cuando salió de la sala del pozo. La oscuridad aun no era total, pero la noche no tardaría en rodearlos y Rusky pensó que tenía que darse prisa si no quería caminar a oscuras, con el riesgo de tropezar o de hacer ruido pisando cristales u otros objetos que lo delatasen.
«Esto es una mierda. No puedo seguir cargando este trabajo con más cadáveres. Ya tengo dos encima, y eso sin contar con el puto crío, que probablemente tenga que eliminar tarde o temprano. Joder, no puedo seguir pringando más».
Matar a Gorka fue pura diversión. Lo hubiera hecho gratis. Francesca y el crío también hubieran sido divertidos, pero la cosa se había jodido. Matar a estos dos ya sería un problema.
«Para empezar, no están en el trato y no me van a pagar nada por ellos; después, esos dos cadáveres sólo traerán preguntas y problemas. Probablemente tenga que volver a desaparecer un tiempo después de esto».
Vaya mierda.
Rusky se adentró en la gran nave principal y enseguida escuchó las voces de la pareja reverberando en la sala. No podía entender lo que decían debido a la acústica y a la herida de la sien, que le afectaba a la audición, pero le sirvieron para guiarse en la semi oscuridad de la fábrica. Las voces provenían de una sala cercana con varias entradas y Rusky estuvo a punto de toparse con ellos de golpe. Por fortuna los dos estaban de espaldas y no lo vieron. Estaban discutiendo sobre a quien llamar por teléfono. Rusky se percató de que estaban cerca de la sala del pozo, en una habitación llena de material de oficina.
—Creo que voy a llamar a la policía, Tony. Esto me da mucho miedo.
—No nos van a creer, Sofía.
—Da igual, me inventaré cualquier excusa. Que están robando chatarra o que hay fuego… o que alguien me quiere violar, no sé. Pero esto está muy oscuro y los gemidos de esa chica… Estoy asustada.
El chico pareció reflexionar.
—Está bien, llámalos, ¿pero qué vamos a hacer cuando se presenten? Ellos no se van a poner a buscar a una chica imaginaria.
—No sé lo que harán, pero podremos llamar a Francesca y quizás nos responda u oigamos la llamada de su móvil por aquí, pero me sentiré más segura si…
Sofía no llegó a terminar la frase porque un monstruo surgió de la oscuridad detrás de Tony. Era alto y muy grande, con la cara destrozada y los ojos inyectados en sangre. Agarró a Tony por detrás y le golpeó con saña la zona lumbar, buscando los riñones. El pobre muchacho calló de rodillas gritando, arqueando la espalda y mirando al techo de la nave, sumido en una espantosa nube de dolor.
Rusky aferró con fuerza uno de los brazos de Tony y se lo retorció con crueldad por detrás de la espalda. La otra mano recorrió fugazmente la cara de Tony y el chico volvió a soltar un alarido cuando la navaja le abrió la piel de la cara, desde el pómulo izquierdo hasta la barbilla. Aún estaba chillando de dolor cuando la navaja le volvió a abrir otro profundo tajo cruzando la frente en diagonal. En un instante el rostro de Tony se convirtió en una máscara roja.
Rusky le puso la navaja en el cuello y presionó lo suficiente para que la sangre saliese también de allí, pero sin llegar a cortar demasiado.
—Tú te llamas Sofía —dijo Andrei —, ¿cómo se llama éste?
La chica, aterrada, chillando y llorando al mismo tiempo, caminó hacía atrás y tropezó, cayendo de culo mientras su teléfono escapaba de sus manos, estrellándose contra el hormigón del piso. Sofía comenzó a arrastrarse, pataleando y alejándose de ellos.
—¡HE DICHO QUE CÓMO SE LLAMA! —rugió el checheno mientras tiraba del brazo del muchacho.
Tony dio un alarido espantoso y Sofía gritó su nombre.
—¡¡TONY!! ¡Se llama Tony, por Dios, no le hagas más daño! —Sofía comenzó a temblar—. ¡No le hagas más daño, por favor!
Sofía miró al chico y sólo podía ver en esa máscara roja cubierta de sangre el blanco de los ojos espantados y los dientes. La parte superior de la camisa del chico pronto quedó empapada.
—¿Quien de los dos tiene el arma? —preguntó Rusky.
Sofía gemía y lloraba, negando con la cabeza. Se había arrastrado por el suelo hasta llegar a un viejo archivo de metal, podrido y oxidado. Recogió las piernas y se abrazó las rodillas, gimiendo aterrada, negando con la cabeza constantemente.
—¿Quien tiene la puta Beretta? —Rusky separó la navaja del cuello de Tony y señaló a Sofía con ella—. ¿La tienes tú?
—Yo… Yo… Yo no sé qué eso, te lo juro. No, no le haga más daño, por favor, por favor, por favor… no…
Rusky empujó a Tony y lo lanzó de bruces contra el suelo, se subió encima de su espalda y le puso una rodilla justo en la zona lumbar, donde le había golpeado la primera vez. Tony chilló contra la superficie de hormigón, levantando una nube de polvo. Luego Rusky sacó el revolver y le golpeó la cabeza un par de veces hasta que el muchacho perdió el conocimiento. El checheno le registró con eficacia ignorando los gritos histéricos de Sofía y le quitó la cartera, las llaves del coche y el móvil, que lo tiró contra una pared, destrozándolo. Se levantó y se dirigió hacia Sofía blandiendo la navaja ensangrentada mientras se guardaba el revólver en el bolsillo trasero.
Rusky se acercó hasta quedar a medio metro de ella y le dio una patada en la cara, partiéndole el labio superior y astillándole un diente.
Era la primera vez en toda su vida que alguien la agredía físicamente, sin contar las peleas de niñas en el patio del colegio, en primaria. La impresión fue brutal y la dejó sin habla, totalmente paralizada, excepto por los temblores involuntarios que recorrían todo su cuerpo. Las lágrimas y los mocos se mezclaron con la sangre que comenzó a brotar de la herida de la boca.
El checheno la agarró de los pelos y tiró de ellos para ponerla en pie. Luego le puso la navaja debajo de uno de sus pechos, traspasando la tela de la camiseta y del sujetador, cortando ligeramente la piel.
—¿Habéis traído la pistola?
Sofía chilló al sentir el corte de su pecho y negó enérgicamente con la cabeza.
—¡No sé nada de ninguna pistola! Te lo juro, lo juro, lo juro… ¡No sé nada de eso!… por favoooor… —Sofía gimió como una niña pequeña.
Rusky la miró de arriba abajo.
«Camiseta, leggings… no hay sitio para esconder nada».
Aún así la registró con una sola mano, hundiendo la navaja en el pecho un poco más. Sofía gimió aterrorizada y cerró los ojos con fuerza cuando la palpó entre los muslos.
—¿Está en el coche? —Rusky, sin dejar de apretarle la navaja en el pecho, agarró a Sofía por el cuello, acercando su cara a la de ella.
Sofía agitó la cabeza en señal de negativa mientras gemía y sollozaba, temblando como un animalillo. La sangre que manaba del busto le manchó el vientre y la parte superior de los leggings.
—No se nada de ninguna pistola… por favor… no nos haga más daño, no me haga nada… por favor, por favor… por favor…
«Córtale las tetas, Andrei, quítale los pezones y se los metes en la boca a ver si se calla de una puta vez».
Rusky agitó la cabeza y el movimiento le provocó un estallido de dolor en la sien. Apretó los dientes y aflojó la presión de la navaja, pero no soltó el cuello de la chica. Pasados unos segundos el dolor remitió.
—¿Donde está la droga? ¿Te dijo esa puta de Francesca dónde la escondió? ¿Está aquí? ¿Qué os dijo por teléfono?
—No sé nada de drogas… por favor… no sé nada… —la mano de Rusky apretó con más fuerza la delicada garganta de Sofía—. Ella no nos dijo nada… Solo dijo que la habían matado en la Quilla… Por favor…
—¿Qué más?
—No lo sé… No… Ella dijo algo sobre Nicolás… —Sofía apenas podía respirar—. Dijo que lo tenía Nico… «Nico lo tiene», sólo dijo eso… Por favor…
—¿Nico lo tiene? ¿Quien cojones es Nico…?
—Hola Rusky.
El checheno, a pesar de la herida en la sien y de la delicada situación en la que se encontraba, reaccionó con instinto militar, rodeando el cuerpo de Sofía y colocándose detrás de ella en un solo movimiento, tapando la boca de Sofía y usando a la chica como escudo para enfrentarse a la persona que acababa de hablar. Con la mano libre buscó el revolver en el bolsillo trasero del pantalón y lo agarró por la culata, pero sin mostrarlo, listo para ser usado en cualquier momento.
Era el lituano, aunque al principio no lo reconoció.
—¿Simas?
—Sí. Menuda fiesta tienes aquí montada. Deberías tener cuidado con los vecinos: he oído los gritos desde fuera del aparcamiento —Simas dio un par de pasos hacía Rusky, pero se detuvo cuando éste torció el gesto y le echó una mirada muy elocuente: «quieto».
—He traído lo que pediste… —Simas levantó una pesada mochila de deporte—, aunque creo que estaría bien que me pusieras al día. —El lituano llevaba una linterna de gran tamaño y apuntó con ella al cuerpo de Tony—. Creo que hay demasiados invitados a esta fiesta.
—¿Y el otro? —preguntó Rusky.
—¿William? Vendrá en un momento. Está terminando la lista de la compra. Ese tipo de escalera es difícil de encontrar, ¿sabes? —La mentira le salió con naturalidad, pero Andrei llevaba demasiado tiempo tratando con todo tipo de escoria y detectó las señales en seguida. Aun así, Rusky le puso al corriente.
—Vale —El checheno se relajó un poco, pero mantuvo a Sofía delante de él, con una mano tapándole la boca y la otra sobre la empuñadura del arma—. Creo que estos dos están liados con la mujer de Gorka. Francesca me trajo hasta aquí porque tiró la droga a un pozo que hay aquí al lado. Las cosas se torcieron un poco y ahora tenemos que bajar allí abajo a buscar el paquete. Parece que a la drogadicta le dio tiempo para avisar a estos dos y acabo de sorprenderlos.
Simas, sin esperar instrucciones, sacó unas bridas de plástico de la bolsa y le ató las manos a Tony detrás de la espalda, que aún seguía inconsciente.
—¿Cual es el plan? —La pregunta era la señal que había convenido previamente con Willy. La dijo mientras estaba agachado sobre Tony, momento que aprovechó William para sorprender a Rusky por detrás mientras Simas rodaba por el suelo, sacando su pequeña Walther PPQ y apuntando a Sofía y al checheno con ella mientras sostenía la linterna encendida debajo del arma.
William, en vez de seguir el plan original de encañonar por detrás a Rusky sin violencia para desarmarlo, disparó a bocajarro contra la espalda del ruso, vaciando el cargador a oscuras, cegado con la linterna de Simas, mientras gritaba como un poseso con la sangre llena de adrenalina y anfetaminas.