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martes, 27 de septiembre de 2011

Gente vulgar (2)


Luisa y yo entramos al local y buscamos a Rebeca y a Jaime entre el barullo de la gente; los vimos de pie en un rincón oscuro y apartado, con las copas preparadas encima de una mesa diminuta. La música estaba muy fuerte y las luces destellaban frenéticas siguiendo el ritmo que salía de los altavoces; el aire condicionado apenas podía disipar el calor de las personas que se agolpaban en la pista de baile y el ambiente cálido estaba cargado con el olor del alcohol, el sudor y las feromonas que despedían todos esos cuerpos. Yo iba caminando detrás de Luisa, con una mano sobre sus nalgas, dirigiéndola hasta nuestros compañeros de juerga. Cuando llegamos ella y Rebeca se cogieron de la mano y se largaron al baño. Yo agarré una copa y me puse a charlar con Jaime entre risas etílicas recordando el numerito del flan e intentando hacerme oír por encima de la música. También le expliqué la afición de esas dos a los meados, para que no le pillase por sorpresa. A Jaime no le pareció mal, aunque tampoco se entusiasmó demasiado.

Cuando llegaron, las chicas agarraron a Jaime y se lo llevaron a la pista de baile. Allí estuvieron un rato haciendo el tonto apretujados entre la gente, meneándose y restregándose. Rebeca se había encoñado con Jaime y le tenía unas ganas horribles; los lametones que le dio en el restaurante para limpiarle la polla le habían abierto el apetito y se le notaba que tenía muchas ganas de volver a meterse su tranca en la boca. Se ponía de espaldas a mi amigo, le pegaba el culo contra su paquete y se meneaba arriba y abajo, siguiendo el ritmo de la música. Luisa se pegó al mismo tiempo por detrás de Jaime, estrujando sus melones contra la espalda de mi colega. Él estaba encantado de estar en medio de esas dos viciosas, rodeado de carne caliente y sensual. Rebeca se puso a acariciarle el paquete y Luisa hizo lo mismo; Jaime, mientras sentía las manos de esas dos hembras acariciándole la polla por encima de la ropa, besaba a Rebeca con ganas, comiéndole la boca y la lengua con pasión, como un animal. Luisa no me quitaba ojo de encima.
             De pronto Jaime tomó a Rebeca de la cintura, agarró a Luisa de la mano y regresaron a nuestro rincón; al llegar me dijo al oído:
              —Tío, no lo aguanto más; hazme un favor y cúbreme.

             Se llevó a Rebeca a la pared de la esquina, le puso una mano en la nuca para que se agachase y se bajó la cremallera. Ella me miró sonriendo mientras le sacaba el rabo tieso y lleno venas por la bragueta. Tomé a Luisa del brazo y la coloqué como buenamente pude para cubrir a esos dos; ella se reía mientras me acariciaba el paquete y disfrutaba del espectáculo.

             Rebeca comenzó a limpiarle el requesón que se había quedado bajo el glande después del numerito del flan. Le estrujaba el tronco y tiraba de la piel hacia abajo para descubrir todo el capullo. Le pasaba la punta de la lengua por el borde del cipote y luego se lo metía entre los labios, chupándolo como si fuese una golosina. Al rato ella empezó a subir y a bajar la cabeza al ritmo de la música, chupándole el pijo con verdadero arte; su melena se balanceaba adelante y atrás; sus dedos brillaban y relucían con las luces de colores reflejadas en las babas que goteaban por la polla de Jaime. Éste aprovechaba los momentos de “subidón” de la música para enchufarle la verga en la garganta y dejársela allí metida hasta el momento de la explosión musical; entonces la sacaba toda llena de colgajos de saliva para volver a dejar que Rebeca se la chupase a su ritmo.

             Luisa estaba muy salida viendo todo eso y ni corta ni perezosa se acercó hasta ellos y se agachó para comerse una buena ración de polla. Yo me quedé allí solo intentando cubrirlos, confiando en que la oscuridad y la confusión de las luces nos ocultasen un poco, aunque en el fondo me importaba una mierda si alguien nos veía. 

             Rebeca le dejó sitio a Luisa y le puso el rabo lleno de babas en la barbilla. Luisa abrió la boca y se tragó toda esa carne hasta los cojones. Éstos eran exprimidos por Rebeca mientras le lamía los mofletes hinchados de polla a su amiga. Jaime se dedicó entonces a follarse a las dos por la boca, dándole rabo alternativamente a cada una de ellas hasta que se corrió en la garganta de Rebeca, echándole toda la lefa dentro. Las chicas se levantaron besándose y lamiéndose la cara entre ellas como dos gatitas. Después estuvimos bebiendo un poco más, toqueteandonos y besándonos hasta que Jaime dijo de largarnos para empezar la fiesta de verdad en mi casa.


En el taxi Jaime se puso delante y empezó a darle conversación al chófer con la mierda del fútbol y tonterías de esas. Yo me puse atrás, entre las dos chicas. No pararon de sobarme y darme besos en todo el trayecto y yo les correspondí con mucho gusto, comiéndome sus bocas y sus lenguas. Me importaba una mierda si Jaime se había corrido allí hacía un rato; a mí nunca me han atraído los hombres y jamás en mi vida me lo montaría con uno, pero tampoco era tan recatado y escrupuloso como para preocuparme por una chorrada como esa, máxime después de estar harto de comer coños meados y chupar ojetes de tías. Rebeca se empeñó en hacerme una paja pero yo no la dejé: le apartaba la mano de allí abajo cada dos por tres y ella ponía cara de niña mala y protestaba en mi oído:

—Ay, ya no me quieres. Eres malo. Déjame que te la toque un poco, anda…
—No.
—Vamos, Alfredo, déjame tocarla… hace mucho que no te la veo y la hecho de menos… —su aliento me acariciaba el oído; olía a alcohol y era muy cálido.

Me ponía la mano en el paquete y me apretaba el cipote con esos dedos delgados y largos que  ella tenía. Lo hacía muy, muy bien y yo tenía que esforzarme para no dejarme llevar.

—Estate quieta… ya te hartaras de vérmela —le decía mientras le chupaba la lengua.

Luisa no decía nada; se quedaba allí mirando cómo la rubia me sobaba mientras ella me metía la lengua en el otro oído y me besaba el cuello y la cara.


Cuando llegamos a casa nos pusimos cómodos en el salón, desnudándonos unos a otros, entre besos, lametones y alguna que otra nalgada. Yo me senté en el sofá y me puse a mirar como Jaime le daba por el culo a Rebeca mientras ella me chupaba la polla. Luisa se subió a mi lado y me puso su coño lleno de pelos en la cara para que me lo comiese. Yo metí la lengua dentro de esa mata peluda y le abrí los labios menores,  introduciendo la sinhueso hasta donde podía, probando el sabor fuerte a hembra que le salía de las entrañas fluyendo en un jugo resbaladizo y cremoso que apestaba a coño en celo. Yo lo chupaba todo con mucho gusto.

            Jaime le metía la polla por el ojete a la rubia muy despacito, disfrutando de esa estrechez y reservando energías. De vez en cuando le daba una embestida más fuerte y Rebeca se tragaba mi polla de golpe, golpeando el paladar o los dientes. Luisa se hartó de que le comiese el coño y se dejó caer, apartando a Rebeca y metiéndose mi polla en el coño hasta los cojones, restregándome sus tetazas por la cara. Yo me comía esas tetas con mucha fuerza, mordiéndole los pezones y tirando de ellos, absorbiendo y haciendo el vacio en mi boca con sus melones dentro. A ella le hacía daño y le encantaba.

             Jaime le sacó la polla a Rebeca y la apartó de en medio para metérsela a Luisa por el culo. Ella gimió encantada de la vida al sentir las dos pollas dentro de su cuerpo al mismo tiempo. Rebeca se dedicó a comernos los cojones, escupiéndolos y apretándolos con sus dedos largos y finos. Jaime comenzó a acelerar el ritmo, empujando el culo gordo de Luisa con tanto ímpetu que yo sentía como su cuerpo me estrujaba contra el sofá. Miré la cara de Luisa y vi que estaba gozando como una loca; no pude resistirme y le apreté los carrillos con mi mano, obligándola a que abriese los labios y que me chupase dos o tres dedos metidos a la fuerza dentro de su boca. A veces le daba una cachetada suave,  lo suficientemente fuerte como para escuchar el sonido de la palmada contra su mejilla. Se ponía como una perra:

             —¡Así! ¡SÍ! Folladme, cabrones... Auff…

             Al poco rato mi amigo aumentó el ritmo dándole por el culo muy rápido y muy fuerte. Yo no podía moverme, así que dejé que Jaime lo hiciera todo hasta que en una de las embestidas le estrelló los cojones y se corrió dentro. Rebeca acudió rápido y le sacó la polla: del culo comenzó a escaparse la lefa y ella puso la boca para recoger todo aquel esperma con la lengua, guardándose una parte dentro. Luego se levantó y besó a Luisa, regalándole el semen de su propia boca. Un goterón de saliva y esperma se le escurrió por la comisura de los labios y yo la recogí con un dedo, apretándole el pulgar por la cara hasta metérselo en la boca:
             —No te dejes nada fuera y cómetelo todo, cerda.

             Luisa me mordió el dedo y yo le di un azote en el culo.

             Jaime dijo que iba a mear y Luisa se sacó mi polla del coño para acompañarlo. Le dije que si iba a hacer alguna guarrada que la hiciera en la ducha.

             No me hizo ni puto caso.

 Decidí aprovechar que Rebeca tenía el ojete abierto por la enculada de Jaime para follármela por ahí un rato a lo bruto. Me levanté, le agarré de los pelos y le puse la cabeza sobre el sofá, obligándola a que se pusiera a cuatro patas. Le di una nalgada muy fuerte y le estrujé dos dedos en el ano de golpe. Lo tenia muy abierto y le metí otro más. Yo le escupía en el agujero y el salivazo me empapaba los dedos, lubricándome para meterlos más y más dentro. Con la otra mano le apretaba su cabeza contra el asiento, aplastando su mejilla contra la tapicera. Ella cerraba los ojos y abría mucho la boca, sin emitir ningún sonido, simplemente jadeando muy rápido. Le saqué los tres dedos del culo y se los metí en la boca para que los chupase. Mientras lo hacía le metí la polla por el culo. Gimió en mi mano y yo aproveché para abrirle la boca a la fuerza con una mano mientras le tiraba de los pelos con la otra. Le escupí varias veces en la cara sin dejar de follarme su culo caliente y viscoso.


—Hijo… de… puta…ah,ah,ah,ah… —jadeaba muy rápido.

Le saqué la polla del culo y le tiré de los pelos para obligarla a darse la vuelta encima del sofá. Le aplasté el cipote en el coño, apretándole la vulva y restregándole el carajo hinchado y pringoso por los labios hasta metérselo dentro de golpe. Levanté sus piernas y me las puse encima de los hombros, empujando con ganas, admirando la forma en la que sus pezones se movían frenéticos arriba y abajo. Ella me miraba con rabia, apretando los dientes, con los brazos arañando la tapicería por encima de su cabeza.

—¡Reviéntame el coño, cabrón!

Bajé una mano y le retorcí el clítoris, que lo tenía muy salido y gordo. Ella chilló y me clavó las uñas en el pecho, arañándome. Su vagina estaba inundada, repleta de una cremita aceitosa que me envolvía cada milímetro de mi polla, abrasándome con un calor líquido exquisito. Empujé todo lo que pude, me tiré encima de su cuerpo y me corrí dentro de su coño con un gruñido gutural. Ella cruzó las piernas detrás de mí, atenazándome con fuerza, obligándome a meterme aún más, aplastando mis huevos contra ella. Así nos quedamos un buen rato, enganchados, apestando a sudor y a sexo.

Unos minutos después salí de su interior y bajé para contemplar cómo le salía el esperma de la vagina mientras lo recogía con la lengua y con los dedos. Rebeca también se metía un dedo y lo remojaba allí durante un rato para luego chuparlo.

Del baño no dejaban de salir chapoteos, gemidos y grititos. Agarré a Rebeca del brazo y me la llevé allí.

Yo también tenía ganas de mear.

*** 



© Kain Orange


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