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lunes, 19 de septiembre de 2011

Cumpleaños



—¡Tío, me voy a matar!
—Tranquila Cleo, no te va a pasar nada. Tú sólo agárrate a mí.
        
        Cleo sujetó el brazo de Fredo y éste la guió a través de la casa; ella llevaba puesto sobre los ojos un antifaz ribeteado de pelo rosa que le tapaba la vista completamente.

—Así nena. ¿Ves qué fácil?
—Como me rompa una uña te vas a enterar…
—Tranquila, confía en mí. Sigue como hasta ahora que ya estamos llegando.

A lo largo del pasillo había varias velas y varillas de incienso encendidas. Algunas lámparas estaban a media luz y cubiertas con paños de colores, dando un ambiente muy sensual y romántico a toda la casa. Cleo iba semidesnuda, cubierta con ropa de lencería transparente que apenas ocultaba las zonas más íntimas de su anatomía. Deslizaba los pies con una mano extendida y la otra sujetando fuertemente el brazo de su novio Fredo. Ella rió nerviosa:

—Como ahora aparezcan los del trabajo gritando aquello de “¡sorpresa!” te mato… dos veces.
—Eso también se me ocurrió, pero esto es mejor. Ya veras.
—Eso espero. Llevo todo el día arreglándome para esto.

Fredo la beso con cariño en los labios.

—Créeme. Te gustará mucho.

Entraron al dormitorio decorado con velas perfumadas y luces de tonos suaves. Una música sensual se escuchaba de fondo muy apagada. Ella sonrió al capturar con sus sentidos el erotismo del ambiente.

—hmmmm… Fredo, esto promete…

Fredo le colocó algo en las manos mientras la besaba con dulzura. Ella intentó adivinar qué era usando el tacto. Cuando lo descubrió dio un gritito de sorpresa: eran unas esposas forradas de piel.

—¡Uy! Qué perverso…
—Ahá… Son para que no puedas quitarte el antifaz. Ven.

Tomó a Cleo de la cintura y la llevó hasta la cama. Ella se tumbó boca arriba y Fredo le esposó las muñecas a la cabecera.

—hmmmm… uf, tío, qué morbo… me estoy mojando.
—Te dije que te iba a gustar. Relájate.

Ella no se relajó, pero separó las piernas. Sentía una gran excitación bajo el vientre y deseaba con todas sus fuerzas tocarse allí, pero intentó no pensar en eso. Fredo se encargaría de darle lo que ella necesitase. Cleo escuchó el sonido de ropas deslizándose y el de un cuerpo pesado subiendo a la cama. Abrió los párpados para intentar ver algo, pero era imposible. Se resignó.

Cerró los ojos, sonrió y se dejó llevar.

La lengua comenzó por el pie. El aliento era cálido y se metía entre los deditos, al igual que la lengua. Unos labios jugosos abrazaron el dedo gordo y una boca caliente lo absorbió. Cleo sintió una mano cerrándose sobre su tobillo mientras la lengua resbalaba por la planta, desde el talón hasta la punta de los dedos. La mano era fuerte y varonil; apretaba y amasaba la carne de la pantorrilla con verdadera maestría, masajeando la pierna de Cleo con sensualidad y firmeza. Unos dientes mordisquearon la parte carnosa y el aliento humedeció la piel de Cleo. Ella sintió una mejilla cálida rozando su muslo.

—Sí, sigue… más arriba…

La lengua jugosa exploró la cara interna de los muslos hasta toparse con un liguero. La lengua entró por debajo y los dientes atraparon la tela llena de encajes. Dos manos fuertes y calientes se desplazaron por todo el muslo, atraparon la prenda y la deslizaron fuera de la pierna. El vientre de Cleo sufrió un espasmo involuntario cuando sintió la boca posándose en la ingle.

—Hmmm… sigue… sigue…

La boca alcanzó las braguitas. La lengua investigó entre las piernas de Cleo, azotando la suave tela y besando la raja que se transparentaba por debajo. Él apretó un dedo contra la vulva inquieta, comprobando la suavidad de las delicadas carnes que bajo las braguitas se humedecían. La lengua probaba el néctar que allí brotaba y la nariz aspiró el aroma secreto. Los dedos se aferraron a la carne generosa de los muslos y los separó. Una mano atrapó el breve forro que ocultaba la hendidura de Cleo y lo apartó a un lado, exponiendo la vulva sonrosada y caliente a la vista.

—Siiiii… hmmm… vamos… sigue…

La lengua penetró su ser. La invadió con lujuria, recogiendo sus jugos y sorbiendo la pasión ardiente que de allí brotaba. Cleo sentía la carne resbaladiza investigando sus rincones más ocultos, desplazando carnes y pliegues, abriendo y separando hendiduras sonrosadas. Una mano grande y llena de dedos atrapó uno de sus pechos, duros y cargados de deseo. Los encajes de seda protestaron por la rudeza de la mano. Cleo, en cambio, agradeció esa rudeza. Necesitaba que la apretasen, que la estrujasen, que la hiciesen sentir viva.

—¡Si! Así… ¡aprieta!... ouhh…

Los dedos de fuego apretaban y tiraban, pellizcaban y movían las carnes voluptuosas y redondeadas. La boca atrapó los labios menores de su sexo y tiró de ellos, estirándolos hacia fuera una y otra vez. Cleo sintió una cascada de sensaciones desbordándose bajo su vientre cuando la lengua comenzó a azotar sin compasión su clítoris. Le dolía un poco, pero era un dolor placentero. Los dedos viriles le apretaban el pecho y acariciaban su vientre bajo la seda, tocaban su cintura, su cuello y su cara. Cleo abrió los labios y dejó que esos dedos le invadieran la boca. Ella chupó y lamió todos y cada uno de los dedos que le eran insertados entre sus labios. Jadeaba y gemía cada vez más fuerte y no podía resistirlo más:

—Métemela… vamos… fóllame…

Un gruñido de satisfacción, un movimiento pesado y un cuerpo desnudo y fuerte entre sus muslos, inclinándose sobre su cuerpo henchido de lujuria.

—¡Clávame! ¡Métemela!

Siente la carne dura y redondeada apretando su vulva; la raja viscosa se abre y el cilindro resbala en su interior, dilatando sus paredes internas. Los labios menores abrazan con júbilo y humedad al miembro tieso, regándolo de aceites y jugos. La carne que la penetra está hecha de fuego y de hierro y Cleo siente cómo sus entrañas se derriten a su paso. Su vientre estalla y el orgasmo recorre cada célula de su cuerpo. Grita. Su voz es apagada por una boca sensual y tierna. Ella quiere abrazar y acariciar, pero sus manos están atrapadas.

—Te amo… oh, cariño… te amo tanto…
—Yo también te amo.

La voz de Fredo, cargada de pasión y de lujuria, llegó desde el otro extremo de la habitación.

El miembro aun seguía moviéndose dentro de ella, empujado por un cuerpo fuerte y viril que jadeaba sobre su cabeza. Unos pasos se acercaron a la cama. Una mano se posó sobre su rostro y le apartó el antifaz. Cleo vio a Fredo vestido de pie al lado de la cama. Encima de ella, penetrándola, había un desconocido. La cabeza le daba vueltas. Aún sentía los últimos coletazos del orgasmo y el placer que recorría su interior era indescriptible. La música, los olores, el calor, la mirada llena de pasión de Fredo…

Miró al hombre desconocido. Atractivo. Con un sonrisa y una mirada cargadas de satisfacción y deseo. Fredo se inclinó y besó a Cleo en los labios.

Ella cerró los ojos, sonrió y se dejó llevar.