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jueves, 23 de julio de 2020

Sofía crece (3), parte VIII






33.

Chesca.

Durante el largo trayecto hasta el extrarradio de la ciudad Francesca no dejaba de debatirse en un torbellino de angustia y dolor. El suplicio físico era terrible, sobre todo en el abdomen, que lo sentía duro y tenso. Respirar era un tortura y tosía constantemente, provocándole en cada espasmo un pinchazo, como si le clavasen una aguja de hielo debajo del pecho.
La saliva tenía un regusto metálico y ella se la limpiaba con el cuello de la camiseta, que se manchó con un feo color carmesí.
«Algo se me ha roto por dentro».
El pobre Quino no dejaba de llorar y gemir, aunque había dejado de moverse, agotado. Francesca tenía las pulsaciones a mil por hora por el pánico que sentía al ver a su bebé en esa situación. Le hubiera gustado recuperar un poco de cordura, respirar a fondo y tratar de pensar para encontrar una oportunidad de salvar a su hijo, pero no podía.
El horror la tenía acongojada, reducida, disminuida. Sólo podía abrazar su escuálido cuerpo y retrepar sobre el sillón del Mercedes, intentando apartarse lo más posible de ese monstruo, desviando hacía atrás unos ojos espantados hacía su pobre hijo de vez en cuando.
Pero detrás de todo ese miedo había un diminuto destello de lucidez y esperanza, apenas una chispa. Francesca no quería mirar mucho allí, porque temía que el monstruo sospechase algo. El monstruo tenía ojos de pez, pero sabía mirar dentro de una y ver lo que estabas pensando, por eso Chesca debía de tener cuidado y no pensar demasiado en su secreto para que no lo descubriese.
«Cuidado, Chica láser, no pienses en eso o lo sabrá».
Miró de reojo al monstruo y éste detectó el movimiento, girando su cara hacía ella. Chesca apartó la mirada rápidamente.
«¡No lo mires, no pienses, no hagas nada! ¡O te descubrirá!».
Pero no podía evitarlo. Era como ese viejo truco: basta con que te digan que no pienses en un elefante para que tu mente forme la imagen del elefante.
Su secreto era Gorka. Gorka y el mundo de los bajos fondos dónde la obligó a sobrevivir durante esos años.
«Chica láser será una drogata, pero no es tonta. Chica láser estuvo yendo al instituto hasta que la dejó preñada ese mamón. No soy tonta».
Ella había vivido durante mucho tiempo en ese entorno pendenciero y ruin del trapicheo y el menudeo de drogas, conociendo sus entresijos y la mentalidad de todos esos hampones de medio pelo.
Había mentido a Frankenstein. Le había mentido y le estaba llevando lejos de la droga por una buena razón.
«Os conozco. Sé como pensáis. Os creéis más listos que nadie, más listos que los yonkis, que vuestros jefes y que la poli. Siempre mintiendo y engañando para quedarse con un poquito de aquí y de allá, como hacía Gorka con los Troskys a la hora de cortar los chinos. Mintiendo y engañando, ocultando y mirando por encima del hombro, desconfiados siempre».
Chesca se giró un poco para observar a Quino, pero el movimiento le produjo una serie de toses muy dolorosas.
«Chica láser os conoce muy bien. ¿Por qué me has hecho robar todas esas cosas? ¿Crees que no lo sé? Lo has hecho para que la policía piense que ha sido un robo. Así la policía no vendrá detrás nuestra. Pensé que habías matado a la pobre tita Noe, pero ahora sé que no. Si la hubieras matado la policía se pondría en serio contigo, pero siendo un simple robo pasarán de nosotros».
Francesca logró girar lo suficiente como para poder mirar el cuerpo congestionado de Quino. El corazón se le paró durante un par de segundos al ver que su niño la reconoció. Quino abrió los ojos enrojecidos y trató de mover los brazos, gimiendo débilmente tras la cinta.
«Espera, mi niño. Estamos solos, bebito. Tu y yo. La policía no vendrá a buscarnos y si le doy la droga a este monstruo nos matará… Pero yo también aprendí a desconfiar, a mentir y engañar. Ya verás lo que le espera cuando lleguemos. Ya lo verás».
A Francesca le hubiera gustado tocar a su hijo, pero sabía que a Frankenstein no le haría mucha gracia eso.
Sí, debía esperar y no pensar mucho en su secreto. Además, también debía tener cuidado de que el monstruo no viese la navaja que tenía oculta detrás de los vaqueros, sujeta precariamente por la cintura y tapada con la camiseta.

34.

Sofía.

Llegaron justo a tiempo para coger el autobús. El aire frío del interior les golpeó y Sofía sufrió un ligero escalofrío. Se sentaron juntos y ella pudo sentir la pierna del hombre rozando su muslo. A veces sus caderas también se tocaban. Viajaron en silencio, sin saber qué decirse, mecidos por el agradable traqueteo y los movimientos bruscos en las curvas. En esos momentos, cuando el autobús hacía un giro más pronunciado, los cuerpos se desplazaban por efecto de la fuerza centrífuga, obligando a ambos a pegarse uno junto al otro.
Ella llevaba su bolsa deportiva en el regazo, encima de las piernas, con una mano encima para sujetarla y con la otra oculta debajo, acariciándose el pubis en silencio. Le hubiera gustado tomar la mano de Carlos y llevarla hasta allí debajo para que se lo tocase él.
«Estas loca, Sofía. ¿Qué haces? No puedes hacer eso aquí, con toda este gente alrededor».
Pero era precisamente eso lo que le excitaba tanto. Le daba mucho morbo tocarse mientras esa gente estaba ahí al lado, sin percatarse de nada.
A veces tenía un espasmo involuntario y sentía la necesidad de soltar un gemido, pero se contenía.
«Es el novio de Noelia, Sofía. No está bien lo que estás haciendo».
Pero eso también le excitaba. Tocarse pensando en Carlos era algo así como una pequeña venganza. Tenía celos de ambos, pero al mismo tiempo sentía una fuerte atracción hacia ellos dos. No sabía explicar qué era lo que le estaba pasando.
De repente dejó de tocarse. Una idea le llegó como un destello en mitad del océano, limpio y deslumbrante.
«Carlos te atrae físicamente, pero estás enamorada de Noelia».
El pensamiento, de una madurez y de una claridad innegable, le causó una fuerte impresión. 
«¿Enamorada? Pero yo no soy lesbiana. Me gustan los hombres. Tuve un novio. Me excito pensando en hombres, de hecho ahora mismo estoy excitada pensando en uno».
«Sí, pero excitación y amor no es lo mismo».
«Yo no soy lesbiana».
«¿No? ¿Por eso no puedes dejar de pensar en Noelia? ¿Por eso has recorrido media ciudad para encontrarte con ella? ¿Acaso has olvidado lo que sentiste anoche?».
«Pero ella es mayor, es adulta. Está casada y tiene una relación con otro hombre y…».
«…y te gusta hablar con ella y a ti te gusta escucharla; te encanta cuando se pone a diseccionar los personajes de tus libros de aventuras usando todas esas palabras raras. Te gusta mirarle el pelo y oler su perfume cuando está a tu lado. Te encanta su risa y la forma en la que mueve los dedos cuando trabaja… o cuando te toca de forma amistosa. Y desde luego se te acelera el corazón cuando te mira a los ojos y sonríe de esa manera tan…».
—¿Estás bien?
La voz de Carlos le asustó y dio un respingo.
—Estás sudando.
Sofía se pasó la mano por la frente y comprobó que, efectivamente, a pesar del aire acondicionado estaba transpirando.
—Sí, estoy bien. Debe ser el hambre —era una excusa ridícula—, no he comido nada en todo el día.
Carlos la miró extrañado, pero asintió con la cabeza y no dijo nada más al respecto.
Luego sacó el móvil y llamó a Noelia.

35.

Policía.

Zipi y Zape buscaron en la base de datos y encontraron la dirección de Francesca y Gorka. Unos miembros de la policía local que andaban cerca de allí indagaron un poco. Chesca vivía en una vieja urbanización en decadencia llena de inmigrantes y obreros, pero nadie respondió a la puerta de la vivienda de planta baja y preguntaron a los vecinos. Estos les dijeron que hacía casi una semana que no veían a ninguno de ellos.
«Estarán de viaje. Una vez al mes suelen ir a Alicante o Barcelona o un sitio de esos», les dijo un viejo sentado a la puerta del edificio, tomando el sol mientras le echaba migas de pan a los gorriones.
Otros compañeros del Cuerpo fueron a la casa de la madre de Francesca y le pusieron al corriente de lo sucedido, aunque ella había recibido con anterioridad un mensaje de Noelia y lo sabía todo. A la hermana mayor de Noelia no le sorprendió.
—Ya me robó una vez, a mi, a su propia madre; el oro, todo el oro que tenía guardado de su abuela se lo llevó para dárselo a ese sinvergüenza.
Luego les dijo que la última vez que la vio fue hace un mes. Apenas se hablaban y no tenían mucho contacto, pero Carolina, la madre de Francesca, la obligaba a traer a su nieto a casa cada dos semanas para comprobar que el niño estuviera bien alimentado. No, no sabía donde estaban.
«Estarán fuera. Suelen viajar una o dos veces al mes, para pillar droga seguramente, pero eso ya lo sabéis vosotros».
Los compañeros le dieron las gracias a la mujer y le pasaron los datos recogidos a Zipi y Zape. Ellas hicieron el informe, rellenaron los formularios necesarios y pusieron el caso del robo del domicilio de Noelia en una carpeta informática, junto con otros archivos parecidos de robos y hurtos. Los compañeros se encargarían del resto.
Luego se fueron a comer algo y se olvidaron del asunto mientras el cuerpo mutilado de Gorka se llenaba de insectos en el pequeño zulo de su casa, en un hueco hecho a mano aprovechando la cámara de aire bajo la cocina. Allí solía esconder la droga y otras cosas de valor.

36.

Nuria.

Bertín estaba fuera de si, furioso, lleno de rabia y hasta las cejas de coca. Habían quedado para comer algo en el mejicano. Era una hora muy rara para comer, en otra circunstancia se le podría haber llamado merienda, pero su horario en la tienda juvenil era caótico. De todas formas no llegaron a entrar a ningún mejicano y lo único que comió la amante de Bertín al salir del trabajo fue polla, semen y babas.
Se la folló en la parte de atrás de la tienda, una franquicia pequeña atendida por dos personas, ella y un chico negro (era gay, sin pluma, y Nuria estaba muy decepcionada con él porque era inmune a sus encantos). El negro terminó su turno un par de horas antes y no estaba cuando llegó ese torbellino sexual, arrollando su atlético cuerpo y obligándola a hacer todas esas cosas que tanto le gustaba.
Le jodió un poco que se la follase sin condón, pero al menos le comió el ojete antes de encularla. En la tienda no tenía lubricante.
Se estuvieron insultando y mordiendo mutuamente, aunque notó que a Bertín se le iba un poco la mano. Algunas de las cachetadas le hicieron realmente daño. Pero ella se dejó hacer, excitada por sentir toda esa fuerza salvaje contra su cuerpo. Pero el momento en el que empezó a asustarse fue cuando estaba tragándose la polla de Bertín. Éste le había agarrado la cabeza y el cuello, impidiendo que Nuria pudiera sacarse la verga de la boca.
Ella tenía bastante experiencia en eso del «gagging» y le gustaba, pero en esta ocasión sintió que se estaba excediendo. El ahogo estaba llegando a un punto de asfixia poco agradable cuando Bertín, en lugar de sacarle la polla de la garganta, le apretó aún más el cuello, haciéndole daño en la tráquea.
Ella le golpeó en los muslos tres veces, la señal para decirle que debía parar, pero él siguió apretando, aplastando los testículos contra su barbilla.
Nuria siguió golpeando, esta vez de forma frenética, sintiendo como el diafragma le provocaba espasmos.  Bertín le soltó la cabeza, pero le puso la mano en la nariz, para que no respirase de ninguna de las maneras.
Nuria abrió los ojos enrojecidos, con el rimmel corrido por las mejillas, y trató de mirar a Bertin a la cara, pero sólo veía su abdomen y su pecho. Cerró los puños y comenzó a golpear el cuerpo de Bertín a ciegas, con fuerza. Pero el hombre seguía empujando y apretando. Nuria cerró los ojos y empezó a verlo todo rojo, con unas luces danzando alrededor. La bilis subía en cada arcada y se le agolpaba en la garganta.
Reuniendo toda la fuerza que pudo dirigió sus puños contra los huevos de Bertín.
El hombre dio un alarido y eyaculó mientras sacaba la pija de la garganta de Nuria. Cayó al suelo, con las manos entre las piernas, gimiendo mientras la pija iba soltando chorritos de esperma.
Nuria, a cuatro patas, con la ropa a medio desvestir, tosía y sollozaba, escupiendo semen, babas, mocos y bilis.
—¡Hijo de puta! —logró decir al fin—. No vuelvas a hacer eso, cabrón. ¡Tres golpes, coño!. Tres putos golpes es la señal.
Bertín tardó tanto tiempo en hablar que Nuria se asustó. El marido de Noelia se quedó en el suelo, en posición fetal, apretando los dientes mientras trataba de gestionar el dolor más intenso que había sufrido en su vida.
—Lo siento —soltó con voz ronca, y ya no pudo decir más.
—Ponte en cuclillas —dijo Nuria—. Es lo que hacen los futbolistas cuando les dan en los huevos.
La chica, un poco arrepentida por lo que había hecho, se había acercado hasta él y le estaba acariciando la espalda.
—Joder, tío ¿qué te pasó? Sabes que la señal son tres golpes.
Bertín seguía sin poder hablar. Sólo gemía y gruñía. Pasados cinco minutos consiguió hacer lo que le dijo Nuria y se puso en cuclillas. Con los pantalones bajados parecía que estaba cagando. El truco, de alguna manera, funcionó y el dolor fue menos intenso, aunque no desapareció del todo.
Ella, tras comprobar que se estaba recuperando, fue al pequeño servicio del local y se adecentó un poco. Cuando salió Bertín estaba de pie y se había abrochado los pantalones.
—No deberías meterte tanto, Bertín. Ibas pasado de rosca —se acercó a él y le besó en la mejilla—. Podría haber sido el polvazo del siglo si no llega a ser por esa tontería.
Bertín la miró de una forma que a Nuria no le gustó. No le gustó nada.
«Me va a pegar. Está a punto de golpearme, y esta vez no será un juego sexual».
Pero el hombre apartó la vista y esa mirada desapareció.
—Lo siento Nuria, no sé qué me pasó —se abrochó la camisa y se alisó los pantalones. Al agacharse hizo una mueca de dolor—. Puede que tengas razón. No debería meterme tanto.
La chica le acarició el brazo y le dio otro beso, esta vez en los labios, sin lengua.
—Hoy he tenido una discusión con Noelia —dijo Bertín mirando al suelo—. Le he dicho que lo sé todo.
Nuria alzó las cejas y abrió mucho los ojos. Se apartó de él.
—¿Por qué le has dicho nada? ¡Ahora podrá defenderse! Tendrías que haber esperado a que le llegase la notificación. Joder, tío, te lo dije. ¿José no te lo advirtió?
Bertín seguía mirando al suelo, negando con la cabeza.
—Lo siento. No pude evitarlo… es que… —miró a Nuria—. Verás, cuando llegué lo primero que hizo fue contarme una historia ridícula sobre su sobrina y pensé… pensé que había traído a esa drogadicta a mi casa para tirársela. ¡En mi casa! Joder, no pude soportarlo, Nuria, en serio.
Nuria miró enfadada a Bertín.
«¿Por qué cojones sigo con este tío?».
Pero ella sabía la respuesta.
«Por el sexo y por la pasta. No es rico, pero no le va mal. Mejor de lo que la estúpida de su mujer cree».
Esa era una de las razones por las que no debió de abrir la boca antes de tiempo. Noelia podría ahora buscar un abogado y éste podría encontrar los chanchullos que había estado moviendo Bertín a espaldas de su mujer. La coca era cara y los beneficios de la pequeña empresa inmobiliaria de Bertín no daba para tanta fiesta.
«Será mejor que esa tonta no meta las narices en tus cuentas, porque como se entere de lo tuyo y lo de ese concejal corrupto amigo tuyo yo me largo».
Follar a lo bestia y salir todos los días de marcha estaba de puta madre, pero ser la novia de un tío acusado de malversación y estafa no entraba en sus planes.
«Bueno, mientras llegue ese día intentaremos pasárnoslo bien».
—Bueno, cariño. Olvidemos eso por ahora —Nuria le tomó de las manos—. ¿Vamos a por ese mejicano?

34.

Noelia.

Mientras trataba de averiguar qué era lo que faltaba en el cuarto de baño recibió la llamada de Carlos.
Se le aceleró el pulso y sintió de repente una absurda oleada de alivio. La voz le tembló ligeramente y tuvo que hacer un pequeño esfuerzo para no echarse a llorar otra vez.
«Joder con las lágrimas, ni que fuera una cría».
—¿Carlos?
—Hola Noelia.
Hubo un par de segundos de silencio y los dos hablaron a la vez, pisándose mutuamente las palabras.
—Lo siento, Noelia. Anoche pasó algo, volví a tener pesadillas y…
—Esta mañana me ha sucedido algo horrible, Carlos, no sabes…
Callaron unos segundos y Noelia habló primero.
—Empieza tú. Me tenías preocupada porque no te vi esta mañana corriendo por el parque.
Noelia oyó al otro lado el ruido de un motor, voces apagadas y el sonido del tráfico.
—Perdona Noe. Anoche volví a soñar con María —respiró con fuerza, dejando salir el aire por la nariz—. Tenías razón. Siempre la tienes. Volvió a pasar… Bebí.
—Carlos…
—No, déjame acabar, por favor… —Noelia oyó que tosía—. Volvió a pasar, bebí y me olvidé de las cosas. Hice… hice aquella tontería. Otra vez.
—Oh, no, Carlos… ¿Estás bien?
—Sí, no te preocupes…
—Claro que me preocupo —le interrumpió—. Debí llamarte cuando recibí el mensaje. —Abatida, se sentó en el borde de la bañera, mesándose el cabello—. Oh, no sabes cómo lo siento, cariño.
—No, por favor, Noelia. Ya hay bastante auto compasión y culpa en mi vida, no cargues tú también con ella. De verdad, no eres responsable de esto. Debería haberte hecho caso y haber ido… —Noelia oyó como respiraba con fuerza—. Debería haber ido a ese especialista. Debería haberte hecho caso. Lo siento.
De repente Noelia se percató de la enormidad del asunto.
«Podría haber muerto. No sé qué hizo esta vez, pero podría haber muerto».
—Por favor, Carlos. Dime que ahora estás bien. Necesito saber que no vas a…
—Tranquila Noelia, estoy bien —Carlos habló deprisa—, ahora estoy bien, estoy en un autobús, estoy… —hizo una pausa bastante larga, lo suficiente como para que Noelia pensase que se había cortado la comunicación—, estoy con Sofía.
«¿Sofía?».
—¿Has dicho Sofía?
—Sí. Es complicado. Ella me encontró… y de alguna forma se podría decir que me ayudó.
«Sofía…».
—¿Está contigo dices? ¿Dónde?
—En un autobús urbano, de camino al centro comercial. Habíamos pensado en comer algo. Es un poco tarde pero no hemos comido nada, de hecho esta llamada era también para preguntarte si querías venir con nosotros —Carlos esperó un par de segundos antes de continuar, como si estuviera escogiendo las palabras—. Noelia, ella te estaba buscando.
Noelia pensó un momento antes de hablar.
—¿Está a tu lado, puede oírte hablar?
—Sí.
—Ya veo —Noelia suspiró—. De acuerdo. Yo también tengo algo que contarte, pero es tan… tan increíble que no creo poder decírtelo por teléfono. ¿Cuando llegaréis al centro?
—Estamos al llegar.
—De acuerdo. Voy para allá. Yo tampoco he comido apenas. ¿Dónde nos vemos?
Noelia oyó una breve carcajada al otro lado de la linea.
—Creo recordar que la comida mejicana no te gustaba mucho, ¿verdad?

35.

Tony.

Cuando Tony acabó de recabar información sobre la chica que atropelló quedó totalmente abrumado.
La mayoría de los datos eran de dominio público, proveniente de diversas fuentes, especialmente de Facebook, una red social en la que Francesca era muy activa hasta que se casó y dejo de actualizar su perfil poco a poco. Otros datos los obtuvo de aquí y de allá: de los perfiles de sus amigas y familiares; de diversos foros de AMPAs (escuela, instituto…); y de páginas oficiales públicas como el Centro de Documentación Judicial (CENDOJ), una página que podía ser consultada por cualquier persona con acceso a internet.
No era necesario tener grandes conocimientos de informática, sólo había que saber dónde buscar y mirar.
Francesca dejó los estudios secundarios al quedarse embarazada. Se casó muy joven, cuando aún era menor de edad. Al poco tiempo tuvo problemas con la justicia y fue detenida y condenada por hurto y venta de marihuana en un par de ocasiones, pero no pisó la cárcel. Estaba embarazada y era menor. Después de tener a su hijo interpuso una denuncia por malos tratos a su pareja, Gorka, pero la retiró. Pocos meses después puso otra que también fue retirada.
Durante el embarazo estuvo acudiendo a un centro social para tratarse su adicción a varias sustancias, pero debió recaer tras tener al niño; justamente le acababan de detener un par de meses atrás, esta vez por una pelea. En el informe del juicio decía que estaba bajo los efectos de algún estupefaciente.
Tony estaba bastante conmocionado. Estudiaba periodismo y sabía que el mundo real fuera de los videojuegos y los cómics de fantasía podía ser muy descarnado, pero no esperaba que esa chica perteneciese a ese «otro» mundo, aquél que nunca vemos, ese al que damos la espalda cuando nos cruzamos con él.
        Tony pensó que si su madre viera el historial de esa chica pensaría: «oh, vaya, menuda joya. Drogas, delincuencia, un bebé… todo eso antes de la mayoría de edad. Menudo porvenir le espera a esa».
        El chico estaba bastante abatido. No se esperaba eso. Había idealizado a esa muchacha y creía… bueno, ni él mismo sabía muy bien qué era lo que esperaba que fuese esa chica.
«¿Qué esperabas que fuera con ese aspecto? ¿Una enferma con una terrible historia a sus espaldas? ¿Una huérfanita maltratada por su tía y sus primas? Es una yonky, Tony. Una drogata, una perdida de la vida, una ladrona y una sinvergüenza».
        Ladrona.
Su tía le dijo que la policía creía que le había robado y luego había desaparecido. También le dijo que la policía le llamaría para hablar con él, pero nadie le había llamado aún.
«Eso no tiene nada de raro. Las cosas de palacio van despacio, como decía el abuelo».
El problema de Tony es que se resistía a pensar en Francesca como una barriobajera, una delincuente del arroyo. No sabría decir por qué.
«Claro que lo sabes. No has follado en tu puta vida. De hecho ni siquiera has besado a una chica todavía. Tienes 18 años y la única teta que has tocado es la de tu madre cuando te daba de mamar, tío».
Tony apagó el PC, se tumbó en la cama y se puso la almohada en la cara.
«Joder, Tony, pero si cuando la panadera te da los buenos días ya estas fantaseando con la posibilidad de que en realidad te está tirando los trastos, macho».
«Ya. Vale. ¿Y qué pasa con eso?».
«Pasa que le diste un golpe a una chica y empezaste a soñar con ella, a imaginar cosas que solo pasan en tu cabeza. Atropellaste a una drogadicta que luego le robó a su tía, punto. Ni era una princesa en peligro ni ninguna película de esas que te montas tú solo».
Tony apretó la almohada contra la cara, aguantando las ganas de llorar.
«Soy patético».
Apretó los párpados con fuerza, luchando contra las lágrimas cuando, de repente, recordó el llanto del bebé.
«Quino. Se llamaba Quino y ella tenía miedo de que se lo quitasen».
«¿Quien?».
«No lo sé. Las autoridades, imagino».
«¿Qué autoridades? En su historia no hay nada sobre eso».
«Pues debería, con todos esos malos tratos y la delincuencia y la droga…».
«¿A ti te pareció que el niño estaba mal?».
«Bueno, le acababa de atropellar… un poco jodido sí que estaba».
«Aparte de eso».
Tony se quitó la almohada de la cara e intentó rememorar el momento del accidente.
«No. No parecía estar mal. Y su tía accedió a llevarla sin llamar a los de emergencias. Su tía confió en ella».
«Sí, y luego le robó».
«No. Eso no lo sabemos. ¡De hecho su tía me llamó por eso mismo! Fue ella la que me llamó pidiendo ayuda. Ella no cree que su sobrina le haya robado. ¿Y acaso ella no conocerá el historial de su sobrina mejor que yo? Y sin embargo la ayudó y después del presunto robo siguió confiando en ella».
Tony se levantó de la cama, más resuelto.
«Yo no sé qué cosas le debieron de pasar a esa niña para acabar así, pero yo creo que en el fondo es buena gente».
«¿Por qué no lo averiguas?»
Tony se detuvo en seco.
«¿Qué?».
«Quieres ser periodista, ¿no es así? ¿Acaso no te gustaría saber qué provocó que esa pobre criatura se metiera en ese mundo?».
Las pulsaciones de Tony comenzaron a aumentar de ritmo.
«Además, reconócelo, qué coño: te has enamorado».
Tony se frotó la cara con energía, restregándose los ojos.
«Vale, vale, ¡vale, sí! ¿Qué pasa? Lo reconozco: me he enamorado de ella. Hala, ya está dicho. Sí, es un amor cursi, un flechazo, una cosa de críos, un fantasía, un deseo tonto porque estoy tan desesperado por tener novia que con la primera chica con la que me cruzo me hago ilusiones».
Tony se sentó en la cama y tomó el móvil.
«Esa chica será una drogadicta y una perdida, pero a mi me ha gustado. Ya está, será por lo que sea, pero es lo que siento y algo me dice que en el fondo esa chavala es buena persona. Puede que esto solo sean mis ganas de… de que ella sea buena persona, ¡no lo sé!, pero quiero conocerla, ¿vale?».
Tony buscó el historial de llamadas para encontrar el número de Noelia.
«Quiero conocerla, hablar con ella y saber cual es su historia. Quiero saber porqué acabó así. Puede que cuando la conozca mejor se me quite este enamoramiento de mierda al descubrir que es una porquería de persona… ¡Pues si es así, mejor! A ver si así me espabilo».
Llamó a Noelia y esperó nervioso, sentado en la cama, con las rodillas golpeando una contra la otra.
«¿Y qué le digo yo ahora a esta mujer?».

Continuará...


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