5.
CARLA Y ESTEBAN
Carla asintió con la cabeza mientras respiraba con fuerza por la nariz, excitada. Sus manos llevaban un rato jugando entre sus muslos, tocando la hendidura que palpitaba bajo su vientre. Se había humedecido durante la conversación sin poder evitarlo y sus dedos sentían el pequeño botón del clítoris endurecido a través de la tela del pantalón.
Aún no podía creer lo que su hermano le había propuesto y sentía un ligero mareo. La sensación de irrealidad que siempre le abrumaba en situaciones morbosas la invadió de nuevo, provocándole un vahído y secándole la saliva de la boca. Tragó con dificultad antes de hablar en voz baja.
—Sí. Hazlo.
Carla observó que Esteban ya tenía el brazo debajo de la mesa, como ella, y que su hombro se movía lentamente.
La temperatura de la cocina pareció subir varios grados de pronto y Carla empezó a transpirar cuando Esteban se levantó de la silla. Era un chico muy alto y su cintura quedó por encima de la mesa. Carla abrió mucho los ojos y dejó escapar un suspiro al ver cómo se marcaba el contorno del pene erecto en la tela. Quiso tocarlo y extendió un brazo hacia Esteban, pero él reculó.
—No —pidió con delicadeza—. Sin tocar.
Carla miró hacía arriba, buscando el atractivo rostro de Esteban y vio que él también estaba transpirando.
—Perdón —se disculpó la chica en un susurro—. Sin tocar. Lo siento.
Carla recorrió el cuerpo de su hermano con la mirada. No era su tipo, pero reconoció el atractivo de un cuerpo bonito y bien cuidado. Sus ojos se detuvieron en el paquete. La tela elástica estaba tensa, hinchada, con la forma cilíndrica de la bonita pija de Esteban perfectamente marcada. Los muslos, depilados, eran delgados, blancos y suaves, sin defecto alguno, como los de la propia Carla.
La mano de Esteban comenzó a frotar el paquete por encima del pantalón, apretando la palma de la mano contra la zona del glande.
Carla respiró agitada, conteniendo el aliento antes de hablar de nuevo:
—¿Quieres que yo… que yo te enseñe algo?, ¿quieres verme?
—No —replicó Esteban de forma inmediata, pero sin dejar de tocarse—. No me gusta. Solo mira.
La hermana asintió en silencio, hipnotizada por el movimiento cada vez más acelerado que imprimía Esteban a su mano. En una de las bajadas la tela se deslizó y el capullo asomó por arriba, gordo y colorado, con el prepucio arrugado alrededor. Esteban se detuvo y lo dejó ahí fuera para que su hermana pequeña lo viese.
Carla se metió una mano por el lateral de su diminuto pantalón y en seguida notó los pelos del coño encharcados. Sus dedos siguieron su camino natural y se introdujeron en el laberinto de carne que ardía allá abajo.
Esteban vio los movimientos que hacían los hombros y brazos de Carla y no necesitó usar mucho la imaginación para saber lo que estaba haciendo su hermanita debajo de la mesa. Pensar en la vagina de Carla le produjo un momentáneo rechazo, así que cerró los ojos y se concentró en el hecho de que ella estaba mirándole, disfrutando de la visión de su pene.
Con un gemido ronco Esteban deslizó el pantalón hacía abajo y le enseñó la polla tiesa a su hermana, se la agarró y comenzó a masturbarse apretándose la verga con mucha fuerza. Aunque los sonidos que le llegaban desde debajo de la mesa le produjeron un poco de asco al principio, pronto se acostumbró a ellos, adaptando el ritmo acuoso que salía de la vagina de su hermana con el suyo propio.
Carla, mareada por la excitación, boqueaba jadeando cada vez más fuerte, dejando que el aliento se escapase con fuerza de sus labios.
Instintivamente se llevó la otra mano a uno de sus pequeños pechos y lo apretó, acariciándolo con fuerza y pellizcándose el pezón por encima de la ropa. Luego miró hacía abajo durante unos segundos para mirarse la entrepierna: los grumos blanquecinos salían por el borde del pantalón, manchando la silla. Un diminuto hilo de saliva se escapó de la comisura de sus labios y quedó colgando en su barbilla.
Cuando volvió a alzar la mirada Esteban se había bajado el pantalón del todo. Las afeitadas pelotas colgaban dentro del saco, balanceándose al ritmo de la mano del chico. A Carla le entraron unas ganas insufribles de chuparlas, de lamerlas, de sentir esa piel arrugada y de aspecto delicado en su boca.
Se preguntó cómo sería el tacto y la consistencia de las bolas internas.
—Tócatelas —pidió entre gemidos de forma espontánea—. Apriétalas.
Esteban, con los ojos cerrados, aceptó la petición y se agarro los cojones por debajo sin dejar de descapullarse el rabo con ganas. Sus dedos rodearon los testículos y los masajearon, apretando y aflojando la bolsa escrotal para que su hermana viese cómo se le hinchaban los huevos.
—¿Te gusta? —preguntó Esteban entre gemidos.
—Sí —suspiró ella—. Sí. Me gustan. Sigue.
Esteban no se atrevía a abrir los ojos. No quería ver a su hermana; no quería ver lo que estaba haciendo ella ahí debajo con su cuerpo, así que siguió frotándose el rabo con rapidez a ciegas, estrujándose los huevos mientras sentía oleadas de placer al sentirse observado por ella.
Siguiendo un impulso Esteban dejó de menearse los huevos y se escupió en la mano libre, esparciendo a continuación la saliva por el gordo carajo, tirando del pellejo del prepucio para cubrirlo y descubrirlo alternativamente. El glande, inflamado, se manchó de babas y líquido preseminal. Esteban aumentó el ritmo y sus dedos se transformaron en un borrón acelerado que chapoteaba viscosidades.
Carla miraba todo eso embelesada, flotando en una morbosa nube de placer intensísimo, mareada. Se estaba follando el coño con dos dedos, sintiendo fuertes espasmos y expulsando grumos calientes fuera de la vagina. El olor a pescado que le salía del coño pronto le llegó a la nariz, aumentando aún más si cabe su excitación.
—¿Te gusta? —volvió a preguntar Esteban con los párpados fuertemente apretados, jadeando—, ¿te gusta mi polla?
—Sí —gimió ella—, me encanta. Joder, me encanta. Me gusta mucho, sigue, no pares.
Pero Esteban se soltó la pija y dio dos pasos hacía ella. Carla vio como se balanceaba esa barra de carne tiesa, vibrando en el aire con el enorme cipote hinchado mirándola con su ojo ciego. El agujero y la raja de la uretra estaban húmedos de líquido preseminal y Carla sintió unas ganas espantosas de olerlo y chuparlo.
—¿Te gusta, eh? —Esteban abrió los ojos y miró a su hermana—. Mírala, pero no la toques.
El chico siguió manoseando sus huevos, dejando la tiesa polla temblando en el aire, suelta.
Carla dejó de retorcerse los pezones y bajó la mano para frotarse la pepita del coño sin dejar de meterse dos dedos con la otra. El sudor de sus cuerpos pronto empapó las camisas y Carla vio que a su hermano se le transparentaban las tetillas. Eran oscuras, de color marrón. La verga de su hermano estaba tan cerca de ella que era una tortura tener que soportar la tentación de tocarla.
—Mírala Carla, mira como la tengo, ¿te gusta, eh, te gusta?
—Sí, joder, me gusta, Dios… me gusta… me encanta tu polla… joder…
Esteban se agarró el pene por la base, estrujando la carne y cortando el riego sanguíneo, provocando que el cipote se hinchase con un fuerte color carmesí. De la uretra saltó un diminuto chorrito de líquido preseminal y la mano comenzó a moverse más y más rápido, acelerando el ritmo de forma frenética.
Esteban dejó de tocarse los cojones y apoyó la mano libre en la mesa, descargando el peso del cuerpo en ese brazo, inclinándose hacia delante con los párpados cerrados y gimiendo en voz alta sin dejar de machacarse la polla a toda pastilla.
—Córrete Esteban —suplicó Carla, jadeando—. Échalo fuera… vamos.
Esteban, sin pensar en lo que hacía, totalmente extasiado y cegado por el clímax, se puso de puntillas, empujó las caderas y acercó la polla a la cara de su hermana pequeña justo cuando sintió los primeros espasmos.
Carla aceptó el inesperado regalo y se inclinó hacia él, recibiendo el primer trallazo de esperma en toda la cara. Luego se colocó debajo de la polla y logró que los siguientes escupitajos de semen cayeran dentro de su boca, dejando que la leche de su hermano se acumulase dentro, pero Esteban se apartó de ella con rapidez cuando notó la lengua lamiéndole la punta del nabo.
—No… No Carla.
La hermana volvió a sentarse en la silla con la boca llena de leche, se arrancó el pantalón y se abrió de piernas, exhibiendo su coño y hundiendo tres dedos dentro de la acuosa raja. Esteban apartó la vista, se dio la vuelta y buscó algo con lo que limpiarse la polla mientras su hermana alcanzaba el orgasmo entre agudos gemidos y gritos.
Los muslos de Carla temblaban con las contracciones vaginales y su coño expulsaba flujo de una manera demencial, como nunca lo había hecho antes. Durante unos segundos temió desmayarse.
La chica nunca pensó que el semen pudiera estar tan caliente y fue lo primero que notó cuando la viscosa lefa cayó en su cara. Después, en su boca, sintió el sabor algo desagradable, ligeramente ácido, pero a ella le supo a gloria. Aún seguía sufriendo los espasmos post orgásmicos y notaba el peso de los grumos calientes en su lengua, diluyéndose poco a poco con su saliva, pero su libido subía y subía, insaciable.
No se atrevía a tragar, quería conservarlo para siempre, sentir la eyaculación de su hermano pegada en el paladar, en la lengua, en los dientes…
«Cerda, marrana, puerca, viciosa de mierda… Puta…».
Carla se insultaba en silencio, mareada, temblando, sintiendo los músculos de su vagina palpitando y apretando sus dedos, pues aún los tenía dentro, ya que le gustaba dejárselos metidos un rato después de correrse. Poco a poco fue calmándose, respirando por la nariz, con los párpados fuertemente apretados hasta que no pudo soportarlo más y tragó, engullendo los pegotes licuados de esperma, cálidos y viscosos.
Abrió los ojos y vio que Esteban estaba de espaldas, inclinado, limpiándose la polla con una servilleta de papel. Carla estuvo a punto de pedirle que le dejara que lo hiciera ella, pero sabía que él se negaría.
«No quiere que se la toque, pero conseguí lamerle un poco la polla —recordó—, le pasé la lengua por ahí».
Carla vio que su hermano tenía unas nalgas blancas, redondas y carnosas, totalmente limpias de vello; luego recordó la escena en la que un chico metía la cara ahí en medio para lamerle la raja del culo y el esfínter.
Algo pegajoso se deslizó por su mejilla y la chica se sacó los dedos que aún tenía dentro de la vagina para limpiarse la cara. De su coño salió un «plop» acuoso al extraer los dedos y Carla notó que su hermano se encogía de hombros, asqueado al oírlo. La hermana se limpió el esperma del rostro, arrastrándolo por su mejilla hasta su boca para chuparse los dedos. Cuando acabó se puso en píe y vio que la silla y los pantalones estaban empantanados. Por sus muslos corría el sudor mezclado con otras cosas.
La chica se acercó a Esteban y le colocó una mano en la espalda. El hermano dio un respingo, pero no se apartó.
—¿Estas bien? —susurró Carla.
Esteban se encogió de hombros y asintió con la cabeza mientras se subía los pantalones y se guardaba la verga.
—¿Me prestas eso? —preguntó Carla señalando al rollo de papel de cocina sin dejar de acariciar la espalda de Esteban.
El chico le dio el rollo y Carla volvió a la silla para limpiarla. También se secó los muslos y el rostro.
—¿Y tú? —preguntó de repente Esteban—, ¿tú estás bien?
Carla miró a su hermano.
—Sí, estoy bien —Se acercó a él para tirar los papeles a la basura—. Me ha gustado.
Estaban sabía que ella esperaba que él dijera lo mismo, pero no podía hacerlo.
—Sé que te ha gustado, Carla, pero no volverá a pasar. Así no.
La chica asintió con la cabeza.
—No debí tocarte —dijo Carla pensando en el fugaz lametón—, lo siento.
—No se trata de eso… bueno, en parte sí, pero no es sólo por eso.
Esteban suspiró con fuerza y tomó unos segundos para ordenar sus ideas.
—No me gustan las mujeres, Carla, tú ya lo sabes. Lo que ha pasado ahora es algo, algo muy raro en mí y dudo mucho que pueda volver a hacer algo parecido.
—Pero te ha gustado, Esteban —Era una afirmación—. Te ha gustado, no puedes negarlo.
—Me ha gustado sentirme observado —admitió—, me ha gustado que una persona me mirase, me ha gustado que una persona tan cercana y familiar como tú estuviera excitándose conmigo… Pero no me ha gustado… —Esteban no sabía como decirlo sin ofender a su hermana—, no me ha gustado sentirte. No me ha gustado oírte y… bueno, el olor, el sonido… lo que te hacías ahí… ahí abajo. No me gusta eso.
Carla soltó un bufido que era una carcajada a medias, dudando entre reír o enojarse. Al final, la parte de su personalidad mas gamberra ganó la batalla.
—Ya veo: no te gustado que me tocara el coño, pero bien que te ha gustado correrte en mi cara, ¿eh?
Esteban frunció el ceño.
—Fue un impulso. Yo sabía que a ti te gustaría y me dejé llevar…
Esteban se acercó más a ella y le tomó ambas mejillas con las manos, obligándola con delicadeza a que le mirase a los ojos.
—Por favor Carla, entiéndelo. Mi repulsa no es algo que yo escoja, no es de mi elección, no es algo que yo pueda evitar. Simplemente no puedo… no puedo… —Esteban sonrió con amargura—, no puedo ver chochos, ¿vale? Tú ya lo sabes desde que éramos niños.
Carla lo sabía, pero siempre pensó que era más bien una manía y no una especie de fobia. Aún así negó con la cabeza.
—No lo entiendo Esteban. Si eso es así, ¿cómo… cómo has podido hacer lo que hemos hecho?
—¿Cómo me he excitado? —Esteban se encogió de hombros—, ya te lo he dicho, me gusta que me miren.
La frase quedó colgando en el bochornoso aire de la cocina. El olor a sexo flotaba entre ellos y ambos tenían aún el pulso acelerado.
Esteban soltó a su hermana y volvió a la mesa para recoger los restos del desayuno, prácticamente intacto. Carla se acercó a él para ayudarlo.
—Sé que te gustaría repetirlo, Carla —dijo él sin dejar de moverse por la cocina—, pero no creo que yo pueda volver a hacerlo. Al menos así.
—¿Así?, ¿así cómo?, ¿a qué te refieres?
—Ya sabes —Esteban gesticuló con las palmas hacía arriba—, contigo tocándote.
Carla siguió limpiando la mesa y pensó en ello un par de minutos, en silencio.
—¿Cuál es el que más te gustó? —preguntó en voz baja Esteban, mirando a su hermana de reojo.
—¿Te refieres a los vídeos? —Carla no lo pensó mucho—. El del condón.
Esteban supo a cual se refería y asintió.
—Tienes gustos fuertes, ¿eh?
—Me gustaría hacerlo, Esteban.
Esteban terminó de lavar los cubiertos y se volvió hacía su hermana.
—¿Cómo?
—Lo del condón. Lo que hiciste. Me gustaría hacerlo yo.
—Carla, ya te he dicho que no vamos a repetir la escena de hoy.
—No digo que lo hagamos ahora ni nada por el estilo. Sólo alguna vez, cuando tengas ganas. No te costaría nada.
Esteban negaba con la cabeza, pero Carla se dio cuenta de que estaba a punto de ceder.
—Ni siquiera te pido estar delante. Tú… tú lo haces a solas, lo echas dentro… dentro del preservativo y luego me lo das.
Esteban se secó las manos y miró algún punto más allá de la ventana de la cocina.
—Lo pensaré, Carla. No te prometo nada.
Carla sonrió mientras Esteban seguía contemplando el paisaje exterior, perdido en sus pensamientos.
CONTINUARÁ...
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