(Historias vulgares, octava parte)
Jaime vino a la ciudad y me llamó para salir. Me preguntó por alguna chica y yo le recordé a Luisa y le hablé de Rebeca. A Jaime le pareció una idea de puta madre. Por suerte las dos también estaban en la ciudad y sin planes para ese fin de semana. Recogí a Jaime y nos tomamos unas copas mientras nos relatábamos nuestras experiencias y todo eso. Jaime tenía muchas ganas de conocer a la rubia y yo echaba de menos el coño peludo de Luisa.
Quedamos con las chicas a las puertas de un restaurante. Presentamos a Rebeca y a Jaime, nos dimos unos besos y pasamos adentro. Jaime y Rebeca congeniaron muy bien; en poco tiempo ya estaban riéndose y contándose gracias y chistes verdes. El cabrón de Jaime siempre tuvo mucho éxito con las mujeres. La morena de Luisa tenía muchas ganas de marcha: me dijo al oído que hacía casi tres semanas que no follaba con un tío y que estaba harta de meterse pollas de plástico en el coño. Le dije que esa noche se iba a hartar de pollas de verdad.
El restaurante era bastante tranquilo y estábamos en un reservado, ocultos a la vista del resto de comensales y eso estuvo muy bien para cuando comenzó a calentarse el ambiente. Yo sabía que a Rebeca le gustaba jugar con la comida y ella comenzó a hacer cochinadas de las suyas para ver de qué estaba hecho Jaime. Tomaba un colín de esos pequeñitos, uno de esos snacks que parecen pepinillos, pero hechos como de corteza de pan, y se los metía debajo del vestido, se lo restregaba por allí abajo y luego se lo daba a Jaime para que lo chupara y se lo comiera; Rebeca a veces también se comía uno. Así estuvieron un rato, comiendo colines mojados en jugo de coño baja la divertida mirada de Luisa y mía. Jaime me ofreció uno, pero yo lo rechacé diciendo que esa noche no me apetecía salsa de almeja.
—¿No? ¿y qué quieres, pues?
—Salsa de conejo, que tiene más pelos.
Luisa se desternilló de risa, un poco borracha con el vino, y le quitó el colín empapado a Jaime, lo chupó un rato y luego se lo introdujo bajo el vestido. Cuando lo sacó, el colin estaba recubierto de una sustancia lechosa muy viscosa, como una babaza blanquecina.
—Toma, mi niño: salsa de conejo calentita.
Me lo puso en los labios y lo olí: apestaba a hembra en celo. Me puso muy cachondo y lo chupé todo. Le quité el colin y yo mismo se lo metí debajo del vestido, apartando las bragas con un dedo y sumergiendo el snack en el fluido pegajoso del coño de Luisa. La camarera entró en ese momento y yo me tapé el brazo con el mantel, pero seguí meneando el colín dentro de ese coño peludo, aparentando normalidad. Incluso le pedí otra botella de vino mientras sentía el calor de la raja cachonda en mis dedos. Jaime y Rebeca se partían de risa. Rebeca dejaba caer alguna miga de pan dentro de su escote y le pedía a Jaime que por favor se la quitase. Jaime le metía una de sus manazas dentro y le agarraba de las tetas, apretándole el pezón y tirando de él:
—¡Uf, vaya miga de pan! Se ha quedado pegada y no sale. —y le tiraba del pezón hacía arriba.
Estábamos bastante bebidos.
Luisa me decía muchas guarradas y confesiones al oído. Me dijo que Rebeca le había contado esa tarde lo de nuestra pequeña aventura, que se habían puesto muy cachondas y que habían follado un poco entre ellas. Yo sabía que ellas dos se follaban con asiduidad y que también les iba el rollo de las lluvias doradas, pero lo que me puso como un burro fue cuando me dijo que esa tarde se habían estado haciendo enemas y lavativas en el culo entre ellas, para estar limpitas por dentro esa noche.
—Joder, tía, no me digas esas guarradas que estoy comiendo —bromeé.
—Sí, estas comiendo colines recién salidos de mi coño, no te fastidia —me dijo besándome y metiéndome una aceituna de su boca a la mía.
Luego, entre plato y plato, siguió contándome guarradas a la oreja, diciendo que se había limpiado el culo por dentro porque echaba de menos mi lengua y mi polla allí metidas. Mientras comía me magreaba la polla y los cojones por debajo de la mesa. Yo le apartaba la mano diciéndole que me iba a correr en los pantalones y la muy cerda decía que eso es lo que ella quería. Rebeca y Jaime se lo estaban pasando en grande entre ellos. Habían dejado los colines y mi colega le metía directamente los dedos en la raja, sacándolos pringados de zumo de chocho que no tardaba en chupar. A veces yo sentía el pie descalzo de la rubia tocándome las piernas, los muslos y el paquete. Cuando Luisa notaba el pie de Rebeca lo agarraba y me lo apretaba contra la bragueta, haciendo que la planta del pie se restregase por toda mi polla tiesa dentro del pantalón.
Después de los postres, justo antes de pedirle la cuenta a una camarera bastante mosqueada, Rebeca pidió un flan. Cuando lo trajeron la rubia miró a Jaime con mucho vicio y le habló con voz de chiquilla:
—¡Oh! Qué fastidio, no me han traído nata, con lo que me gusta a mí el flan con nata.
—¿Llamo a la camarera? —Jaime se hizo el tonto.
—Ay, no. Me da corte tener que pedirle otra vez. ¿Tú no tendrás por ahí algo de nata, verdad?
—Pues sí, pero estará caliente…
Yo le di una patadita a Jaime por abajo para que se estuviese quietecito. No quería líos en ese restaurante, puesto que me gustaba ir allí de vez en cuando. Jaime no me hizo ni puto caso y la rubia siguió con el juego:
—Ah, a mí no me importa si está caliente o fría… mientras esté espesa…
Jaime se levantó de la silla, se sacó la polla toda tiesa por la bragueta y empezó a meneársela allí mismo. El biombo y las columnas nos ocultaban de las miradas indiscretas pero la camarera o el dueño podrían entrar en cualquier momento. Rebeca le agarró el aparato y le ayudó a ordeñarse la polla. Jaime llevaba supersalido todo el día y en cuanto sintió los dedos delgados y expertos de Rebeca sobre su capullo le vino el orgasmo. Con un gruñido aplastó el flan con el carajo de su polla, destrozando el postre y salpicando la mesa de trocitos de flan. Al mismo tiempo de la cabeza roja de su glande salieron chorros de leche espesa que se estrellaron contra los restos del flan y cayeron sobre varios platos y cubiertos. Rebeca se metió la polla manchada de flan y esperma en la boca y se la limpió con dos o tres lametones. Jaime se la guardó y se dejó caer en la silla satisfecho. Luisa se partía el coño de risa mientras le acercaba el flan a Rebeca:
—Hala, ya tienes tu nata. A comer, puta.
Rebeca se lo comió todo y relamió el plato con la lengua hasta no dejar ni rastro del flan ni del esperma.
Yo miré a la entrada del reservado para llamar a la camarera y pedirle la cuenta cuando me fijé que detrás del biombo se recortaba una figura al trasluz. Era la camarera que nos estaba espiando. A través del entramado nuestras miradas se cruzaron durante un par de segundos. La llamé para pedirle la cuenta y después de pagar recogimos nuestras cosas y nos largamos de allí, pedimos un taxi y dejamos que la noche nos tragase. Durante el trayecto decidí que uno de estos días debería volver y saludar a la camarera voyeur.
El taxi nos dejó en el centro y fuimos caminando hasta una sala de copas, disfrutando del ambiente de la noche: las luces, los sonidos, las voces, la gente… Mientras caminábamos Luisa se me colgó del brazo y no paraba de magrearme, acariciándome el culo, la espalda, el vientre o el pecho. Me decía cochinadas todo el tiempo y se me insinuaba restregándome su cuerpo opulento y voluptuoso. Yo me hice el tonto aparentando que sus caricias y arrumacos no me afectaban, aunque lo cierto es que tenía la polla a punto de explotar dentro de los pantalones de las ganas que tenía de follármela. Jaime y Rebeca iban caminando delante nuestra y yo veía como mi amigo le ponía le mano en el culo, le levantaba el vestido y le metía los dedos entre las nalgas, acariciándole la raja del culo y tirándole del hilo del tanga hacía arriba. La rubia se reía y le apartaba la mano de un manotazo, aunque al poco rato Jaime volvía a las andadas.
Llegamos al local y le dije a Jaime que pasara primero con Rebeca y nos guardase un sitio, que yo tenía que hacer algo antes. Él le guiñó un ojo a Luisa y entró con Rebeca. Luisa me miró con ojos de gata:
—¿Y esto? ¿Qué perversión se te ha ocurrido ahora?
Sin decirle nada le agarré de la cintura, la besé y me la llevé de allí hasta un oscuro callejón cercano, nos metimos detrás de unos contenedores de basura, le puse mirando contra la pared y me pegué detrás de ella. Le metí las manos debajo del vestido y le bajé las bragas hasta las rodillas. Ella empezó a jadear:
—¿Me vas a follar? ¿Me la vas a meter? ¿eh?
Yo no le dije nada, pero me saqué la polla toda tiesa y le restregué el ciruelo por la raja del coño. En seguida noté como se me empapaba de una sustancia cremosa y resbaladiza. Le di varios repasos sin llegar a meterla, dejando que los fluidos me envolviesen todo el cabezón hinchado. Luego se lo estrujé en la raja del culo, apartando los pelitos húmedos que allí había con la punta de mi polla, buscando el ano. Luisa, al sentir el glande apretándole el recto, comenzó a decir algo, pero la palabra se convirtió en una queja cuando empujé fuerte, metiéndole el pijo por su estrecho agujero. Ella relajó el esfínter para ayudarme y yo apoyé las manos en la pared mientras le insertaba la polla con fuerza por el culo; ella se mordió los labios, gimiendo, aguantando el dolor mientras su esfínter se amoldaba al grosor de mi rabo. Yo seguí empujando, poniéndome un poco de puntillas, hasta que sentí su culo gordo pegado a mi vientre.
—Aaaauuuuuuffff… —resopló Luisa.
Eché un vistazo alrededor por si había alguien y empecé a moverme, subiendo y bajando, rompiéndole el culo con ganas. Los contenedores apestaban y el suelo estaba sucio. La pared llena de grafitis olía a orines y había latas, papeles, plásticos y de todo por allí tirado, pero nada de eso me importaba una mierda: el culo de Luisa era algo glorioso, su estrechez me estrujaba el capullo de una forma deliciosa, dándome un goce tan intenso que sólo podía cerrar los ojos y follarla como un animal, metiendo y sacando mi polla de ese agujero lo más rápido que podía. Estaba tan extasiado que no me di cuenta de que me había corrido hasta que escuché el chapoteo que hacía mi verga al entrar y salir, con los grumos de esperma brotando por los bordes del ano.
Me quedé un rato allí metido con los ojos cerrados y luego le pregunté a Luisa si se había corrido ella también. Me dijo que no.
—¿Quieres que te coma el coño?
—No…—ella jadeaba—…hazme una paja con la polla.
Le saqué el rabo amorcillado y manchado de esperma, le dije que se inclinase un poco más contra la pared y le restregué todo el coño con la punta del rabo, remetiendo la cabeza colorada entre los labios mayores, separando la vulva y deslizandome desde el ano hasta el clítoris; le pasaba el capullo a lo largo de la raja, muy rápido, golpeándole los labios menores y la pepitilla, sintiendo la caricia de los pelos de su coño en mi glande. Luisa tenía el coño inundado y chapoteaba un montón con los pollazos que le daba. Para acelerar el orgasmo le metí un dedo en el dilatado culo y comencé a meterlo y sacarlo al mismo ritmo que los roces de mi polla. Eso le gustó mucho a Luisa. Las caricias de mi dedo provocaron que comenzase a escurrirse mi leche por fuera del ojete. Yo dejé que saliese todo, goteando por mi mano y mi muñeca, rodando por la raja del culo y manchando el coño y mi polla.
—Nena, se te está saliendo la lefa…
Eso la puso como una cerda: me agarró la pija y se la estrujó en el coño, frotándose mi ciruelo contra su raja muy fuerte y muy rápido. Yo la dejé que siguiera sola mientras le seguía metiendo el dedo por el culo hasta que se corrió en mi polla. Cuando lo hizo a mi ya se me había puesto tiesa otra vez y se había metido un buen trozo de rabo en el chocho. Le saqué el dedo, me lo chupé y le subí las bragas; me limpié la polla con ellas y dejé que los restos de semen y flujos se le pegaran a la tela. Por la parte interna de los muslos había uno o dos chorretones de esperma líquido que le habían salido del culo. Se lo dije y a ella le pareció algo tan cochino y morboso que decidió no limpiárselos y se los dejó allí pegados.
Y así fuimos al local: Luisa con el ojete petado y con las bragas, el coño, los muslos y el culo empapados de jugos y esperma. Antes de entrar por la puerta yo ya tenia ganas de follármela por el culo otra vez.
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Esta es la octava parte de la serie "Historias vulgares"
8-Gente vulgar (1)