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lunes, 29 de junio de 2020

Trance Sexual (Acto III)

ACTO III

(Felación)



    Tras el orgasmo, la rubia y el cazurro seguían en la caseta de riego abandonada, él detrás de ella, con su polla metida dentro del culo de la chica. El silencio solo era roto por los grillos y las chicharras que sonaban bajo el fuerte sol del mediodía.
    Marcos salió del interior de Tránsito y los grumos de semen se escurrieron fuera del irritado y dilatado esfínter, chorreando por el perineo hasta los dos cojones femeninos, rasurados y suaves como el culito de un bebé. La morcilla de Marcos, desinflada pero aún gruesa, le colgaba por debajo de la tripa como el badajo de una campana, goteando semen y fluidos. Su mano aún seguía masajeando desde atrás el pollón de la chica. Ella, a pesar de los dos orgasmos, aún estaba excitada, pues era joven y sus alteradas hormonas la invitaban a fornicar constantemente.

    —Qué bien lo haces Marcos. ¡Vaya pedazo de macho que estás hecho, por Dios!

    A Marcos le encantaba pajear esa polla. La sensación era muy agradable y máxime aún viendo cómo respondía la chiquilla a esas caricias. Al joven paleto le gustaba escuchar los agudos gemidos que salían de esos labios regordetes; los suspiros que le salían de la delicada garganta; esa agitación del cabello al girar la cabeza y el movimiento pendular de sus terribles pechos, grandes como el Everest y preñados de carne.
    Le gustaba tanto sobarle el carajo a la niña que sintió curiosidad por verlo mejor, así que agarró a Tránsito de la cintura y la tumbó en el sucio suelo con brusquedad, puesto que la rudeza era algo innato en él. Luego siguió masturbando ese bonito pollón de rodillas, contemplando embelesado cómo se le meneaban las rasuradas pelotas que le colgaban a la nena por debajo de la picha.

    —No la estrujes tanto que me la vas a romper, cariño. ¡Uf! —Se quejaba la muchacha.

    Marcos miraba esa cara de angelito y el corazón se le ponía a mil.

    —Pero que guapa eres, guarrilla.

    Y ella sonreía con esos dientes de estrella de Hollywood, blancos como la leche, y se mordía el labio con sensualidad.

    —¿Te gusto, Marcos?
    —Estás buenísima.

    Marcos le seguía dando a la zambomba.

    —¿Te gusta mi boca?

    Marcos asentía con la cabeza sin dejar de machacarle la pija, pero Tránsito acercó su cara a la suya y le dio un beso con lengua.

    —¿Te gustan mis tetas?
    —¡Joder que si me gustan!

    Y Tránsito se levantaba los melones, se los ponía en la cara y le metía los pezones en la boca.

    —Chupa teta, cabrón, que te vuelven loco así de gordas, ¿eh? Cómetelas.

    Marcos se volvía loco, parecía un marranillo restregándose en el barro.

    —Marcos, ¿te gusta mi picha?

    Marcos le decía que sí con la cabeza metida entre los melones.

    —¿Te gusta mucho?

    Y Marcos seguía dándole al manubrio con sus dedazos, bajando y subiendo el prepucio dilatado de la hembra.

    —Me encanta, rubia.

    Tránsito apoyó las manos en el suelo y levantó las caderas para acercar su erección a la cara del excitadísimo macho. Marcos, sin dejar de menearle la polla, veía como ese aparato se acercaba y se ponía tan cerca de él que sentía el olor y el calor del sexo en su rostro. Veía aparecer y desaparecer el gordo y colorado glande tras sus dedos; veía como el orificio de la uretra se abría y cerraba ligeramente tras cada meneo; observaba embelesado el brillo viscoso que rodeaba la arrugada circunferencia del prepucio y sentía en la lengua el regusto salado y ligeramente ácido de los efluvios masculinos que segregaba esa bonita picha, pues, sin saber muy bien cómo, su boca se había abierto para recibir la excitada pija en su interior, respondiendo quizás a algún atávico instinto animal, superando al fin el trance sexual en el que se encontraba desde que descubrió la hermosa verga de Tránsito.

    —Te gusta —dijo ella, y no era una pregunta.

    Por respuesta, Marcos sacó la lengua y lamió el femenino cipote repetidas veces, restregando su gorda lengua por el canal que iba desde el frenillo hasta el agujerito, recogiendo restos de semen, sudor y demás porquería sexual que allí tenía acumulada la niña.

    Ella introdujo los dedos en el ensortijado y fuerte cabello del hombre y le sostuvo la cabeza.

    —Así, machote, así… ¿Está buena?

    Marcos asentía con la cabeza y se metía la polla dentro de la boca. El garrulo, acostumbrado a chupar y aspirar la manguera del gasoil para hacer trasvases al depósito del tractor, le daba unos chupetones tan fuertes al carajo de la niña que a ésta le parecía que se le iban a salir los cojones por el agujero de la polla.

    —¡¡UAAAAAHHHHHHH!! —gemía ella.

    Guiado por una instintiva curiosidad, Marcos le agarró las depiladas pelotas a la chica, haciéndole un masaje con unos dedos llenos de callos. Los delicados huevos estaban cubiertos con el semen que había salido del ojete momentos antes, facilitando así el masaje testicular.

    —¡¡SÍ, POR FAVOR, SÍ!! —chillaba ella retorciéndose los puntiagudos pezones.

    En un par de minutos las salivaciones de Marcos comenzaron a empapar el tieso sexo que había dentro de su boca, escurriéndose por las comisuras de los labios e impregnando su masculina barba.
    La rubia creía que se moría de gusto. Gritaba al techo y le tiraba de los pelos a ese mamador inexperto mientras éste la ordeñaba con sonoros chupetones y grandes ruidos. El morbazo que sentía la chica era estratosférico. Notaba su desnudez empapada de sudor restregándose contra el suelo lleno de porquería; se veía a si misma rodeada de toda esa basura dentro de aquel solitario antro, con ese adonis rural tragándose su femenina virilidad, y se mareaba de puro éxtasis.

    —¡¡Chúpame!! ¡¡Traga, por dios cariño mio, traga!!

    Tránsito arqueaba la espalda y le enchufaba el palitroque en las tragaderas del desacostumbrado mozo con desesperación. Marcos se ahogaba y se atragantaba, soltando mucosidades y babas cada vez que las arcadas le hacían toser, pero cómo no quería defraudar a ese angelito y no quería quedar como un mariquita cobarde, se aguantaba las náuseas y volvía a engullir el hermoso cipote. La boca succionadora de Marcos aspiraba con tanta fuerza y potencia que prácticamente le hizo el vacío a los conductos internos, forzando a las últimas reservas de la chiquilla a salir despedidas en una preciosa eyaculación.
    Lengua, paladar, labios, barba, mejillas y nariz fueron receptores del caliente riego que salía de la puntita del glande.

    Tránsito, relajada y agradecida tras el extenuante polvo, se incorporó con delicadeza y tomó el pringado rostro de su amante con sus gráciles dedos; luego le propinó una serie de amantísimos besos y le lamió la leche caliente que tenia pegada en la polvorienta y sudada barba.

    —Lo he hecho bien, ¿verdad? —preguntó el buen mozo.
    —Lo has hecho de puta madre, cariño mío.

    Tránsito le daba besitos y le sobaba el cuerpo recio y masculino mientras él hacía lo propio con ella, concentrado especialmente en sobarle las tetas y acariciarle la rubia melena.

    —Vaya polvazo me has echado, grandullón —le decía la hermosa rubia mientras le sobaba los musculosos brazos, que tenían más bultos que un saco de patatas—. Eres un semental.
    —Y tú eres la cosa más bonica que he tocao en mi vida —decía él dándole un beso en la punta del pene, así que la chica no sabía si se lo decía a ella o a su pija.
    —¡Uf! Mira qué sucia estoy —exclamó al mirarse—. Estoy hecha un asco.
    —Tú no te preocupes, que te vas a venir al cortijo mío y te vas a bañar en la balsa que tengo yo ahí.
    —Ay no, que a mi me da miedo el agua estancada.
    —Tú no te preocupes que me baño yo contigo, yegua mía.

    Y el buen mozo le dio un achuchón tan fuerte que casi le explotan las tetas.

    Tránsito se dejaba sobar sin prestar mucha atención a las atenciones del cariñoso mozalbete, puesto que a esas alturas ya estaba elucubrando un plan para poder catar el culo del inocente agricultor.

    —Pues vamos para allá, cariño mío —le dijo ella—, que me está subiendo otra vez la temperatura y quiero refrescarme.
    —¡Ea, pues! —Ambos se levantaron.
    —Oye —dijo la chica—, allí tendrás jabón, ¿verdad?
    —Claro que sí, y si no tuviera ya me encargaría de conseguirlo, guapa, porque que mientras estés conmigo a ti no te va a faltar nunca de nada.
    —Qué bien me cuidas, león —le decía pellizcándole el peludo trasero—. ¡Tú también estás sucio!, ¿eh? Habrá que limpiarte a fondo.
    —Tú me puedes limpiar todo lo que quieras, hermosa mía.

    Y Tránsito reía imaginando ese redondo y peludo trasero cubierto de resbaladizo jabón.

¿FIN?

 K.O.

Trance Sexual (Acto II)

ACTO II

(Doble masturbación y sodomización)


     Marcos temblaba de arriba abajo con los ojos cerrados, mareado por el calor y por la depresión post-coito. Así que no se percató de que Tránsito se estaba desnudando hasta que ésta terminó de hacerlo, quedándose vestida únicamente con un sujetador gigantesco con unas copas descomunales y unas bragas de algodón. Sus piernas, largas y torneadas, subían desde el suelo en gráciles curvas para acabar en unas nalgas perfectamente redondas; su cintura de avispa estaba presidida por un pequeño ombligo en forma de botón que pedía a gritos que lo besaran; sus grandiosos pechos eran dos globos de carne redondos que desafiaban la ley de la gravedad y su rostro era el de un angelito que acaba de despertar en un prado estival rodeado de florecitas.
    Tránsito se acercó a Marcos, le estrujó aquellos melones de tamaño sideral contra el pecho y le metió la lengua hasta la campanilla. Mientras le comía la boca al distraido cazurro la chica se apartó las bragas y se sacó una hermosa pija de entre las piernas, no tan grande y gruesa como la de Marcos, pero igual de tiesa, dura y excitada.
    Tránsito besaba y chupaba la lengua de Marcos mientras restregaba el capullo de su gorda polla contra el grueso cipote amorcillado del campesino. El mozo recibía con júbilo la lengua juguetona de la chica, pensando que el roce que sentía allí abajo era provocado por los dedos de la mujer.
    
    —Vaya pedazo de jamelga buena estás hecha, leona. Me estás poniendo el pijo como un gayao.
    —Y tú a mi el mío.

    El bueno de Marcos, concentrado en tragarse los fuertes gemidos y las abundantes babas que le regalaba Tránsito, no se enteraba de la misa la mitad. En un par de minutos de intercambio de fluidos bucales y de restregones cipotiles las pollas de estos espontáneos amantes alcanzaron todo su esplendor. Tránsito agarró ambos miembros con sendas manos, sin dejar de besar al excitado garrulo, y empezó a menearlas y restregarlas una contra otra, frotando los dos capullos con mucha destreza.
    Marcos estaba totalmente extasiado con ese maravilloso roce, pues nunca había sentido la textura de un glande restregado contra el suyo, creyendo el pobre infeliz que aquella gloriosa caricia le estaba siendo proporcionada únicamente con la mano de la rubia.
    Muy pronto ambos orificios genitales comenzaron a segregar líquidos preseminales y otras sustancias lubricativas, embadurnando las excitadas pichas con resbaladizos jugos.
    Marcos hizo ademán de meterle mano allí abajo, pero Tránsito se adelantó a él y realizó una maniobra de distracción quitándose el sujetador.

    —¡Ostia puta!

    Exclamó espantado al ver las dos monstruosas tetazas que salieron a su encuentro. Más de ocho mil euros le costaron a la chica las dos sandías, las más grandes que le dejaron ponerse, dos misiles nucleares con unos pezones tiesos como los pitones de un mihura.
    El joven aldeano se lanzó a por ellas como un náufrago a una tabla de madera, como si le fuera la vida en ello.

    —Te gustan, ¿eh?, ¿has visto qué tetas? Chupa con ganas, vamos.

    Y Marcos no sabía ni donde meter la cabeza ni por donde empezar a chupar las colosales ubres, así que se dedicó a amasarlas con esas enormes manazas que tenía, estrujando los melones con unos dedos que parecían salchichas alemanas.
    El roce de las pollas, el masaje en las tetas, los besos en la boca y, en general, toda esa situación morbosa, hizo que la chica comenzara a sentir los primeros estertores de una merecida eyaculación, provocando que bajara la guardia y permitiendo que una de las manos de Marcos bajase hasta su entrepierna, con la evidente intención de acariciarle el inexistente conejo.
    Marcos buscaba y buscaba, agarraba, soltaba, acariciaba, sobaba y restregaba, confuso y mareado con tanta teta y tanto besuqueo. Al final se confundió y le agarró la pija a su amante, usando para ello esos dedazos que el garrulo tenía y que tanto le gustaban a la rubia, provocando a la buena de Tránsito una explosión orgásmica de proporciones divinas. Los chorretones de esperma le salían como una fuente, bañando ambas pichas con una cálida y viscosa película que pronto empezó a correrles por los muslos.
    Tránsito le metía la lengua en la boca todo el rato a su apuesto garrulo, gimiendo como una gata en celo mientras sentía esos dedos aferrando su polla femenina.
    Marcos, confuso, no sabía muy bien qué pasaba ahí abajo, pues sentía algo gordo, caliente y duro, con unas formas familiares pero al mismo tiempo distintas. Sentía como unas protuberancias, curvas y redondeces inesperadas, todo ello regado con una agradabilísima sensación de cálida y viscosa humedad.

—¡¿Pero esto que pijo es, tía!?

    Exclamó tan confuso como sorprendido.
    Tránsito dejó de besarlo y se apartó para que su pobre garrulo viera todo lo que pasaba allí abajo. Marcos bajó la cabeza y vio que estaba agarrando una polla que le salía a esa diosa de entre las piernas. Los dedos que la aferraban estaban encharcados de lefa caliente, así como su propia polla, que por cierto tenía una erección pantagruélica. Grandes grumos viscosos abundaban allá abajo por doquier, debido a la potencia eyaculadora de la rubia.

    —¿Eres un tío? —Le preguntó boquiabierto sin soltarle la polla.
    —¿Te parezco un tío?
    —No.
    —Entonces, ¿por qué preguntas?
    —Pues porque tienes una picha —Marcos agitaba el miembro de Tránsito para darle énfasis a su respuesta—.
    —Tener picha no es lo que hace a un hombre ser un hombre, querido.
    
    Advirtiendo la confusión de Marcos le dijo a continuación:

    —Veras, cariño, es muy sencillo: soy una mujer que tiene pene. Sucede lo mismo que con tus pezones. Ambos tenemos pezones, tú tienes pezones de hombre y yo pezones de mujer. Pues ésto es igual. Lo que tienes en la mano es mi pene. Un pene de mujer.
    Marcos aún estaba confuso, pero algo debió de entender, porque esos ojazos azules, el pelazo rubio, los misiles balísticos y las piernas kilométricas no podían ser de un hombre.
    Además, la sensación que le transmitía esa culebra gorda y caliente cubierta de mocos seminales que palpitaba entre sus dedos, era ciertamente muy agradable, máxime sabiendo que era parte de esa cosa tan hermosa y perfecta que suspiraba y gemía delante de él.
    Tránsito, viendo que su pobrecito campesino aún dudaba, le echó una mano a decidirse agarrándole el monumental cipote mientras se daba la vuelta para ofrecerle su redondo trasero. Al hacerlo, Marcos no tuvo más remedio que soltar la pija femenina, sintiendo inmediatamente una sensación de nostalgia y vacío, pues se estaba acostumbrando a tener entre sus manos una picha ajena a la suya.
    El mango del campesino, manchado y lubricado con el esperma de la espontánea corrida de Tránsito, fue dirigido sabiamente hasta la zona trasera, insertando el abultado glande en la estrecha entrada rectal de esa fantástica rubia.
    Marcos dejó que su nueva compañera hiciera todo el trabajo, pues todo eso era nuevo para él y no quería meter la pata y asustar a esa estupenda jamelga de extraña fisonomía.
    Tránsito se echaba buenos escupitajos en la mano para luego embadurnar el gordo mástil que tenía apuntalado en la entrada de su experimentada cueva. Así, entre babas, esperma y algunos agradecidos chorritos de líquido preseminal que expulsaba Marcos, la chica pudo dilatar el ojete lo suficiente para permitir la entrada del cipote. Una vez que la corona del glande consiguió cruzar la estrecha frontera, el pollón tuvo vía libre para explorar las entrañas de la muchacha.
    Marcos cerró los ojos y le agarró las redondas nalgas y permitió que la chavala se empalase ella sola con su verga. Tránsito soltaba unos gemidos abrumadores, pues sentía un goce salvaje al notar como le era estimulada toda la zona del perineo desde dentro, sobre todo cuando el cipotón le rozaba la zona de la próstata.
    Por su parte, Marcos sentía cómo ese ojete le atenazaba la polla con fuerza, pues Tránsito usaba los músculos del esfínter con mucha habilidad.

—¡Qué pollón! —Gemía la chica—.¡Ostia, qué bueno! ¡JODER! ¡JODER!

    Marcos, que se estaba enviciando en eso de tocar pollas, deslizó una mano por debajo del vientre de la chavala y le agarró el badajo a la niña, que ya se le había puesto bien tieso con tanta enculada.

    —Vaya como se te ha puesto, eh, Rubia. Como se nota que te gusta que te de por el culo.

    Ella se metía ese gordo tronco hasta sentir el vientre peludo de Marcos en sus nalgas y el choque de sus huevazos contra los suyos. Giró la cabeza y le miró de forma romántica con sus bonitos ojos azules.

    —Menéamela, cariño. Vamos, hazme una paja mientras me la metes por el culo.

    Era imposible resistir esa mirada infantil y esa voz cautivadora, así que Marcos comenzó a pajear esa polla extraña. La verdad que en pocos minutos Marcos se convirtió en un experto y le acabó cogiendo el gusto a masturbar la polla de la tetona. Le encantaba sentir ese gordo trozo de carne caliente en sus dedos, la suavidad del pellejo y la textura ligeramente granulada del glande.
    El placer que estaba sintiendo Tránsito iba más allá de lo descriptible, porque además de la profunda y dilatada sodomización que estaba recibiendo, el cabronazo ese le estaba haciendo una paja magistral.

    —¡¡¡DIIOOOOOSSSSS!!!

    La muchacha estaba al borde del paroxismo, especialmente cada vez que ese macho se entretenía en pasarle el gordo pulgar por su inflamadísimo glande, restregando la yema por la corona y el balano, encharcados ambos de esmegma y zumo preseminal.
    Marcos, por su parte, comenzó a aumentar el ritmo de sus pollazos, así como el de los meneos de la zambomba, empujando como un toro su grueso calabacino en las entrañas dilatadas de la excitada chica hasta que, con un poderoso rugido, le soltó unos lechazos más propios de un caballo semental que de un hombre.
    La afortunada Tránsito, al sentir esos jugos ardientes inyectados con profusión en su intimidad, no pudo evitar descargar su propia simiente en un alegre orgasmo, proyectando fuertes chorros de esperma fuera de su pija.

(Finaliza en el ACTO III, felación.)

K.O.