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domingo, 28 de febrero de 2021

ESPERMA (2)

 2.

CARLA

Carla se quedó congelada, incapaz de mover un solo músculo. ¿Qué hacer? ¿Esconderse bajo la cama (qué tontería) o arriesgarse a salir corriendo y que su hermano la pillase saliendo desnuda de su cuarto con los pañuelos manchados de semen en su poder? La puerta del baño se abrió unos centímetros más y luego se detuvo. El corazón de Carla también.

«¡Devuelve los pañuelos a la cesta y sal corriendo!».

De repente Carla oyó de nuevo el sonido del agua caer. A través del resquicio de la puerta del baño detectó cierto movimiento, pero nadie salió de allí. El sonido del agua cayendo se intensificó. Esteban debió de dejarse la puerta sin cerrar del todo cuando entró al baño y se ha debido de abrir sola.

«¡PUES APROVECHA Y SAL AHORA MISMO, CORRE!».

Carla salió de la habitación de su hermano y al pasar junto a la puerta del baño miró hacía dentro de reojo: por el resquicio pudo ver que Esteban aun estaba dentro de la ducha. No vio gran cosa, porque el espacio que separaba la puerta era muy estrecho, pero vio un movimiento y una agitación que en seguida le llamó la atención. Carla se detuvo al lado de la puerta, sin atreverse aún a espiarlo del todo.

«¿¡QUÉ COÑO HACES!? ¡¡Regresa a tu cuarto YA, tía loca!!».

Pero la joven no podía evitarlo.

«Se está haciendo otra paja. El cabrón se está haciendo una paja en la ducha».

Una de las mamparas de cristal esmerilado de la ducha se rompió hacía un par de años y ya se habían acostumbrado a ducharse con media ducha abierta. Era un coñazo tener que pasar la fregona o una toalla para secar las gotas que caían afuera, sobre las baldosas, pero la economía no estaba para hacer gastos extras.

Carla, con los pañuelos embadurnados de semen apretados contra su vientre, se asomó despacio por la rendija de la puerta.

«Como se de la vuelta te va a pillar espiándole…»

Pero Carla confiaba en que el resquicio era muy estrecho, de apenas unos centímetros, y que la oscuridad del pasillo la protegería.

«Además, si me pilla, siempre puedo inventarme la excusa de que iba a hacer pipí o algo por el estilo… no sé…»

Esteban estaba de espaldas. Carla podía verle a medias; el resto de su cuerpo estaba oculto tras el cristal esmerilado que aún conservaba la ducha. La joven vio que Esteban tenía ambas manos en la entrepierna. El agua caía sobre su cuerpo desnudo, aplastando su cabellera rubia contra la hermosa cabeza, recorriendo los hombros redondeados y estrechos. Estos, los hombros, se movían arrítmicamente, como si cada brazo llevara una cadencia diferente. En determinado momento Esteban se giró un poco y Carla vio que con una mano se estaba frotando la polla y con la otra se acariciaba los testículos, tal y como había visto en el vídeo gay. Carla disfrutó de la vista durante varios segundos, hasta que Esteban volvió a darle la espalda y se desplazó hacia un lado, ocultándose del todo tras el cristal.

La muchacha quería ver cómo se corría su hermano, y estaba dispuesta a quedarse hasta el final, esperando que en el último momento Esteban apareciese en su campo de visión, arrojando esperma por esa picha tan bonita que él tenía. No era la primera vez que Carla le veía la pija a su hermano a escondidas, pero jamás lo había visto masturbándose. La chica quería verlo hasta el final, pero sintió cierta humedad impregnada en su pecho que se escurría hasta el ombligo: el semen de los pañuelos goteaba por su piel.

Con reticencia, Carla regresó a su cuarto, apretando con fuerza los pañuelos debajo de sus tetas, que se mancharon con la leche de Esteban. Cerró la puerta con suavidad, despegó muy despacio los pañuelos de su cuerpo y los colocó sobre una mesa casi con reverencia. El agua de la ducha se detuvo. Carla aguantó la respiración y abrió uno de los pañuelos, extendiéndolo sobre el mueble. Grumos y pegotes líquidos de color blanco aparecieron ante ella. Los latidos de su pecho acompañaban a las palpitaciones que sentía en el dilatado coño. Una puerta se abrió en el pasillo y Carla oyó los pasos de Esteban dirigiéndose a la habitación de éste. El ligero chirrido de una puerta, el chasquido de un cerrojo; otra vez pasos, el roce de ropa cayendo (¿la toalla?) y un cuerpo descansando sobre la cama.

La chica esperó un minuto en silencio en la oscuridad, expectante, con las piernas temblorosas. Luego se inclinó hasta que su nariz rozó el esperma. Aspiró lentamente el olor de la leche con los ojos cerrados. El morbo y la excitación del momento le provocaron un ligero vahído.

«Me va a reventar el corazón en el pecho».

Las pulsiones que sentía en la vagina eran muy intensas, casi dolorosas. Recordó que tenía el támpax ahí metido. Siguió aspirando el olor del semen durante un par de minutos, regodeándose con el aroma, disfrutando de la peste a lefa recién exprimida. Luego colocó un dedo sobre el pañuelo, recogiendo la flema con la yema para acercarla a sus labios. Sacó la lengua y lamió todo eso, probando el sabor ligeramente agrio de la leche de su hermano. Luego se metió el dedo en la boca y dejó que la saliva se mezclase con el esperma. Con la otra mano se arrancó el tampón del coño y lo puso sobre la mesa para introducirse dos dedos en la vagina.

Sin poder resistirlo más Carla bajó la cabeza y lamió directamente el semen de los pañuelos, jadeando como un cachorrito, gimiendo en silencio, usando solo la punta de la lengua al principio y luego aplastándola completamente contra papel, recogiendo la mayor cantidad posible de esperma. Sus dedos entraban y salían del agujero ardiente de su coño, chapoteando y salpicando. La lengua se llenó con la viscosidad del semen y pronto dejó los papeles completamente vacíos de grumos, pero empapados de saliva.

La chica retenía el esperma dentro de la boca durante varios segundos, saboreando el líquido viscoso y tratando de grabarse en la memoria los aromas y sabores. Su mano aceleró el ritmo y sintió cómo sus dedos se llenaban de una viscosidad muy parecida a la que había estado lamiendo.

Carla chupaba y lamía con ansía cuando la puerta de su cuarto se abrió y Esteban entró sin avisar, cerrando la puerta tras de sí. El chico vio a su hermana pequeña totalmente desnuda con los dedos metidos en el coño, inclinada sobre la mesa, chupando uno de sus kleenex empapados de esperma al lado de un tampón usado.

Carla vio a su hermano por el rabillo del ojo y sofocó un grito mientras se incorporaba de un salto, asustada, tapándose los pechos y la entrepierna con las manos, mirando aterrada a su hermano, muerta de vergüenza. Esteban, debatiéndose entre el asco, la furia, la vergüenza y el ultraje, señaló a su hermana pequeña con un dedo tembloroso y masculló entre dientes:

—Eres una puerca… una cochina cerda… Eres… —Estaba tan enojado que apenas podía hablar.

Esteban apuntó a los pañuelos de papel:

—Eso… ¿eso de ahí es mío? —Las palabras le salían en susurros cargados de furia—. ¿Pero en qué cojones estabas pensando?

Carla se asustó mucho, más que nada por el vocabulario y la actitud amenazante de su hermano, tan diferente a cómo ella estaba acostumbrada a verlo. La sangre encendió la cara de la pequeña con un rubor súbito y apenas pudo balbucear unas palabras sin sentido. Notó cómo empezaban a arderle los ojos mientras se le llenaban de lágrimas.

—Esteban, yo… Tú… —Los primeros sollozos apenas le dejaron hablar—. Tú no puedes estar aquí… Yo… yo…

Esteban se acercó a su hermana. El chico era mucho más alto que ella y Carla se encogió instintivamente, buscando con la mirada algo con lo que tapar su desnudez expuesta. El hermano volvió a señalar el kleenex abierto. Los restos de semen y saliva rutilaban en la oscuridad del cuarto.

—¿Y si yo tuviera una venérea? —Aunque Esteban hablaba en susurros la furia se podía distinguir perfectamente en el tono de su voz—. ¿Has pensado en eso, eh?, ¿hepatitis, papiloma… SIDA?

—¡Fuera! —gritó Carla, pero en seguida bajó el volumen de su voz—. Fuera, vete de aquí… sal de mi cuarto; no tienes… no tienes derecho a…

—¿No tengo derecho a entrar en tu cuarto sin permiso? —Esteban la interrumpió mientras daba otro paso hacía ella—, ¡Tú tampoco tenías derecho a entrar en el mío! Y mucho menos a rebuscar entre… entre mi basura… —Furioso, incapaz de encontrar palabras, Esteban miró al techo con los ojos cerrados, apretando los dientes. Respiró con fuerza, expulsando el aire por la nariz, y miró a su hermana—. Estas enferma. Tú no estás bien de la cabeza. ¿Esto te parece normal?

Esteban agarro uno de los kleenex y lo sostuvo delante del rostro de Carla.

—¿Esto es lo qué querías, eh?

El chico restregó el pañuelo contra la cara de su hermana. Se le fue la mano y lo hizo con demasiada fuerza, haciéndole daño. Carla gimió y le dio un manotazo a su hermano en el brazo y luego otro en la cara, arañándole.

—¡Fuera! —Esta vez gritó lo suficientemente fuerte como para que su voz se oyera en toda la casa.

Las lágrimas se confundían con el semen restregado en sus mejillas.

Esteban dio un paso atrás y levantó ambas manos con las palmas hacía delante. Tenía sangre en los labios, allí donde las uñas de Carla le habían cortado. La chica, sin dejar de mirar a su hermano a través de las lágrimas, reculó hasta la cama, agarró una sábana y se envolvió con ella con torpeza. Esteban vio que su hermana temblaba.

—¡Vete! —chilló Carla.

Esteban volvió a señalarla con un dedo. Él también temblaba.

—Mañana hablaremos con mamá de todo esto.

Carla se tapó la cara con ambas manos y volvió a pedir entre sollozos a su hermano que se fuera. Esteban la miró durante varios segundos. Poco a poco disminuía la rabia y la vergüenza que había sentido al saber que su hermana pequeña había entrado a coger sus pañuelos manchados de semen. Mientras la furia se iba diluyendo la sensación de lástima por su hermana iba aumentando. Esteban salió del cuarto en silencio, cerrando la puerta sin hacer ruido.

—¿Pasa algo?

Esteban se asustó al oír la voz de su madre. Estaba en el otro extremo del pasillo, con la cabeza asomando por la puerta de su alcoba.

—No, tranquila —dijo en voz baja—. Estábamos jugando a la Play. Ya hemos terminado.

—Joder Esteban, pues vaya horas para estar con la consola.

—Ya, ya lo sé. Ya hemos terminado, tranquila. —Esteban entró en su cuarto—. Buenas noches, Má.


Esteban


Esteban sabía que su hermana le había espiado en la ducha mientras se masturbaba, pero eso no le molestó (de hecho le gustó), pero cuando entró a su cuarto y vio que la papelera estaba vacía se puso furioso. En realidad, lo que más le jodió fue el hecho de que entrara en su cuarto de noche, a escondidas. Era algo así como un sacrilegio… era… bueno, era una falta de respeto, una violación de su espacio íntimo, era una…

«Una mierda. Lo que te ha cabreado es la posibilidad de que Carla te haya reconocido en el vídeo».

Tumbado en la cama, con un brazo cruzado sobre la cara, pensó en esa posibilidad.

«Si ha visto el vídeo es probable que me haya reconocido. Si me ha reconocido puede que deduzca que esa es mi cuenta, y si sabe que es mía… bueno… pues seguramente, después de lo que he visto esta noche, la pequeña no tendrá ningún reparo en ver todos los vídeos pornográficos amateurs que he estado grabando y subiendo estos dos últimos años allí».

Esteban golpeó la cama con el brazo que tenía libre.

«Mierda, mierda, mierda…».

La primera idea que se le ocurrió fue la de eliminar la cuenta de PornHub. Imposible. Dos años de vídeos durante los cuales se ha creado una diminuta comunidad de seguidores, pocos, muy pocos, pero muy fieles y queridos. Muchos de sus amantes y compañeros de reparto en los vídeos los conoció allí. Dos años alquilando habitaciones en hoteles, grabando con cámaras de segunda mano o directamente con el móvil; encuentros en pisos de alquiler, en el coche, en la playa… Y muchas veces en su propio cuarto, con una sábana colocada detrás.

Esteban tenía la esperanza de convertirse alguna vez en profesional, o al menos semi-profesional. Algo con lo que sacarse un dinero extra, pero a su ritmo, con sus condiciones. Monetizar sus vídeos con alguna web personal o algo por el estilo. Pero claro, él quería hacerlo manteniéndose en el anonimato, aunque ya le habían advertido que eso era difícil.

Ahora Carla probablemente sabría su pequeño secreto.

«¿Por qué me he enfadado con ella? No tenía que haber entrado así en su cuarto. Tendría que haber esperado a mañana y preguntarle sobre el vídeo antes de nada. Ahora la tengo en mi contra, enfadada y avergonzada. ¿Y mi amenaza de contarlo todo a mamá? Joder, ¿por qué la he amenazado con eso? si Carla sabe lo de los vídeos y se lo cuenta a mamá…».

Esteban se revolvió en la cama, colocándose en posición fetal. Ya era mayor de edad y podía hacer lo que quisiera, pero bastante mal trago pasaron sus padres cuando salió del armario tras la pubertad.

«¿Nuestros padres? Joder, ¿qué te hace pensar que solamente se lo contaría a papá y mamá? Podría decírselo a cualquiera, vecinos, familia, amigos…».

Esteban volvió a golpear la cama.

«Mierda. ¿Por qué le he gritado? Es una puta cría, tiene las hormonas alteradas y está en la edad de las pajas. Es normal que sienta curiosidad por el sexo y haga esas cosas tan cerdas… Joder, yo mismo he hecho cosas peores a su edad».

Esteban pensó que a lo mejor no todo estaba aún perdido. Por la mañana le pediría disculpas a la pequeña y trataría de sondearla, a ver qué sabía del vídeo.

Continuará...


Esperma 3