Buscar este blog

jueves, 15 de septiembre de 2011

Correr


Los pechos, apretados en la prenda deportiva, suben y bajan perceptiblemente apenas contenidos en su prisión de tela. Los glúteos vibran dentro de la ropa elástica, realzados y apretados por obra de la ingeniería textil, mínima y exhibicionista. Las carnes de las caderas tiemblan en cada zancada.

“Demasiadas carnes”, pensaría ella.

Sus muslos, generosos y fuertes, desplazan al cuerpo en una cadencia de ritmos acompasados mientras escucha el leve roce de la piel cuando se tocan entre ellos. Una pátina de sudor  cubre sus piernas; relucen al sol, arrancando breves destellos húmedos que recorren la carne desde las ingles hasta los tobillos.

Las piernas no es lo único que tiene húmedo.

Su boca abierta exhala el aire caliente de sus pulmones con una serie de jadeos rítmicos, sincronizados con los golpes de sus zapatillas. Siente en la punta de sus senos los dos bultitos de carne erectos humedecidos por el sudor; un sudor que se enfría con rapidez debido al aire que desplaza su cuerpo, excitándolos.

Sus labios están perlados de breves gotitas de sudor y su lengua, sedienta, sale de la boca para lamerlas. Sus otros labios también desearían una lengua que recogiese su humedad.

El cabello, recogido en una cola, golpea su nuca; tiene el cuello mojado de sudor y el pelo está humedecido por las puntas. Leves golpecitos chapotean contra la piel esbelta:

(Chap… chap... chap…)

Su imaginación vuela a la par que sus recuerdos: golpes húmedos sobre carnes calientes acompasadas por un ritmo resbaladizo en cadencia ascendente. Aire cálido expulsado por bocas invadidas de lenguas sedientas; carne apretada y aprisionada por dedos de hierro y labios de fuego.

(Chap… chap… chap…)

Su cuerpo caliente suda por los poros abiertos; su prenda de alto rendimiento apenas logra transpirar toda la humedad, especialmente la que exuda su entrepierna. El ritmo aumenta, sus zancadas son más largas y las zapatillas golpean el suelo con más fuerza.

(Tap… tap... tap…)

Ella imagina y recuerda el sonido de la carne contra la carne; humedades esparcidas en cada impacto; vibraciones que recorren  los músculos tensos; carnes excitadas, apretadas, palmeadas y empujadas en una danza salvaje de ritmos caóticos.

(¡TAP!… ¡TAP!... ¡TAP!...)

La boca se traga el aire a bocanadas, secándole la garganta sedienta. Los brazos oscilan lujuriosos pegados a los costados, buscando el roce de sus pechos en cada movimiento. Sus dedos se abren y cierran en el aire, ansiosos de apretar la carne deseada. Los muslos tiemblan enérgicos y ella siente las vibraciones en sus nalgas. Percibe el aumento del roce en la prenda interior y su vientre es un horno de fuego que palpita con el ritmo de sus pies. Su lengua lasciva lame el aire, amante desagradecido y volátil.

(¡TAP! ¡TAP! ¡TAP! ¡TAP!...)

Carne contra carne; pieles resbaladizas cubiertas de humedades mezcladas; sonidos remojados en lujuria resonando en grutas de paredes tiernas y cavernas caldeadas; lenguas que se escurren y dedos que resbalan; miradas de fuego y palabras de pasión.

(¡¡TAP!!...)

Ella detiene su cuerpo mientras su espíritu, desbocado, echa a correr.

Una historia mucho más vulgar todavía (3)


(Historias vulgares, quinta parte)

Después de tanto sexo estaba agotado. No tenía muchas ganas de nada más, pero Rebeca estaba tontorrona y seguía trabajándome el culo. Los restos de alcohol en mi cabeza y el agotamiento se cebaron en mi dolorido cuerpo y le pedí que lo dejara para más tarde. Ella protestó pero al final lo dejó. Cogió a Luisa de la mano y se ducharon juntas. Por el tiempo que tardaron y el ruido que hacían creo que hicieron algo más que ducharse.

Me dormí rodeado de un fuerte olor a meados

Al despertar aún era de noche. Creo que sólo dormité un hora, no lo sé. Lo que me había despertado eran las caricias de Rebeca, empeñada una vez más en buscar algo dentro de mi culo con sus dedos.  Yo estaba acostado boca arriba bastante grogui y Luisa estaba a mi lado dormitando. Rebeca me había flexionado las piernas para acceder mejor a mi culo. Lo hacía muy bien.

No sé cuanto tiempo llevaba toqueteándome allí abajo, pero pude sentir al menos dos dedos dentro y un tercero haciendo amagos de entrar. Me estaba gustando mucho, aunque no se me ponía muy tiesa sí la tenía bastante gorda y amorcillada.  Cuando vio que la estaba observando me susurró sonriendo:

—Te gusta —no era una pregunta.

Sacó los dedos y pegó su cara allí abajo para meterme la lengua. Yo tenía el recto muy dilatado y ella pudo meter un buen trozo de lengua. Sentí esa carne esponjosa y mojada recorriéndome por dentro y un espasmo de placer me recorrió los huevos. Mi polla dio un salto sobre mi vientre. Luisa, que había estado observándolo todo medio dormida a mi lado se unió a la fiesta. Se subió encima de mí colocándome sus tetorras sobre mi pecho, rozando su vientre contra el mío y dejando que sus cabellos me rozasen la cara. Empezó a moverse, balanceando sus tetas sobre mí para que sus pezones me rozasen el pecho. Yo se los estrujé y me los metí en la boca para ordeñarlos con chupetones largos e intensos. A veces le hacía un poco de daño.

Rebeca ya me había metido tres dedos en el culo y los estaba moviendo dentro y afuera, follándome el culo y besándome los huevos al mismo tiempo. Mi polla se puso a crecer y Luisa, sin dejar de moverse sobre mi cuerpo, empezó a susurrarme guarradas al oído:

—Te gusta Rebeca ¿eh, cabrón?
—Sí.
—A mí también… es tan cerda como tú… o más. ¿Has visto cómo se comía sus bragas meadas?
—Sí.
—Te puso muy cachondo  ¿verdad?
—No tanto como cuando me meé en tu cara…

Luisa me agarró de la mandíbula muy fuerte, clavando sus uñas en mi cara.

—Eres un puerco —me insulta mientras me agarra la polla y se la introduce en el coño hasta los huevos.

Yo no me moví ni un ápice. Dejé que ellas hicieran todo el trabajo.

Rebeca me estaba taladrando el ojete con tres dedos mientras me chupaba los testículos. Se metía una bola entre los labios y aspiraba muy fuerte para que se le colase dentro. Allí, me lo lamía en círculos, con mucho cuidado de no apretar la delicada pelota interna. Después hacía lo mismo con el otro. Luisa subía y bajaba, empalándose con mi polla, y en esa postura sus grandes nalgas quedaban muy cerca de la cara de Rebeca. Ésta aprovechaba para darle una mordida o un lametón en ese culo gordo y moreno de carnes prietas.

El placer que me estaban proporcionando los dedos de Rebeca era demencial. Sabía exactamente cómo y dónde tocarme por dentro y la mamada que le estaba haciendo a mis cojones era insuperable. El coño de Luisa era un horno que, paradójicamente, estaba anegado de líquidos. Su estrechez vaginal me apretaba el ciruelo de tal manera que provocaba que de su chocho saliesen ruiditos y chapoteos. De vez en cuando, debido a la presión ejercida por la polla, de la vagina se le escapaba una especie de “pedete” húmedo. Los fluidos  chorreaban por nuestras ingles y ya estaban mojando los dedos y los labios de Rebeca. Luisa gemía:

Aouuuuuuf….Aouuuuuuuhffff… Aouuuuuuuuhhfff…

Eran gemidos largos, profundos y graves que le salían del fondo de la garganta. Me ponían como loco. Supuse que si seguíamos así me correría dentro de poco. Esperé un par de minutos.

Agarré a Luisa de las tetas y la empujé con suavidad a un lado para quitármela de encima. Cogí a Rebeca de la mano, le limpié los tres dedos que había tenido metidos en mi culo con mi lengua y la subí a la cama para tumbarla boca arriba. Luisa se sentó en cuclillas encima de su cara y empezó a exprimir su vulva con dos dedos, dejando que el zumo caliente de su coño gotease sobre la cara de Rebeca. Ésta empezó a meterle en la vagina los mismos tres dedos que me había metido a mí. Le abrí las piernas y me dispuse a comerle el conejo por primera vez en toda la noche.

Acerqué muchísimo mi cara a sus ingles, desplazando sus caderas un poco de sitio para que la luz le diera de lleno en su chocho y así contemplarlo en todo su esplendor. Lo tenía depilado al 100% y era muy estrecho. Los labios eran pequeños por fuera, pero cuando lo abrí al máximo comprobé que se estiraban bastante. Lo tenía muy rojo por dentro. Tenía una caperuza gordota y el clítoris le asomaba erecto, tieso y gordito por fuera. Los bordes de los labios inferiores rezumaban jugos que empecé a recoger con la lengua. Le puse dos dedos encima de la funda del clítoris y la apreté. El garbanzo vibró  visiblemente.  Lo cogí entre los labios y lo chupé como si fuese un caramelo. Le metí dos dedos en la vagina doblándolos ligeramente hacía arriba por dentro y me puse a follarle el coño con ellos.

¡Bffffffff!… —Resopló.

Yo no dejaba de comerme ese coño colorado con verdadera pasión.  Le abría los labios por arriba y le repasaba la lengua por toda la zona del clítoris, sin dejar un solo instante de meterle los dedos. En las yemas yo sentía los pequeños bultitos y protuberancias de su gruta caliente. Rebeca comenzó a gemir con más intensidad y yo aumenté el ritmo de mi mano, profundizando más aún, golpeando su coño con la parte mullida de mi palma y frotando el clítoris con el pulgar. Rebeca hizo exactamente lo mismo con el coño peludo de Luisa; miré a ésta a la cara y vi que cerraba los ojos boquiabierta, jadeando muy rápido. Se había agarrado las tetas y se estaba destrozando los pezones con las uñas. La mano que Rebeca estaba usando en el coño de Luisa era un borrón en movimiento acelerado. Yo intenté seguir su ritmo y un par de minutos después Luisa se derrumbó encima de Rebeca, tapándole la cara con su culo gordo, gimiendo muy rápido con la boca abierta y frotándose una y otra vez en la cara de su amiga, corriéndose en ella.

Yo ya tenía la mano dolorida a causa del ritmo frenético que le había impuesto a mi muñeca, pero seguía dándole muy fuerte. Me ponía como una moto ver cómo el movimiento acelerado se transmitía por sus carnes blancas, vibrando sus muslos, su vientre y sus pequeñas tetitas. Sin poder resistirme más, extendí un brazo y agarré uno de esos pezones tiesos y se lo retorcí. Pude escuchar el chillido de Rebeca ahogado por el coño de Luisa, que aún lo tenia encima de su cara. Estrujé el pezón entre el pulgar y el índice y lo retorcí en círculos. Rebeca agitó las piernas, golpeándome la cabeza con las rodillas involuntariamente,  dio otro chillido y se corrió en mis dedos con la voz sofocada por las carnes de Luisa.

imhf… imhf… imhf… imnnnnnnnhf… —gemía con voz aguda.

Le separé las piernas y contemplé la vulva enrojecida de Rebeca, el agujero dilatado y el clítoris muy irritado y grasiento. De la gruta carnosa le brotaba jugo sin cesar acompañando a los últimos espasmos del orgasmo. A veces salía con pompitas diminutas que yo relamía con mucho gusto. Luisa se apartó de Rebeca para besarla muy despacio. Rebeca se abrazó a ella. Yo estaba a mil por hora y se me antojó remojar mi polla en esos fluidos que le salían a Rebeca de la raja. Me puse entre las piernas de la rubia y le metí la polla en el coño muy, muy despacio, dejando que las babas resbalasen por todo el tronco. Cuando la saqué, algunas de ellas se quedaron colgando entre la punta del glande y los pliegues abiertos del chocho.

Me acerqué a la cara de Luisa y se la ofrecí. Ella aceptó con mucho gusto. Me la chupó un rato, lamiéndome el capullo y mirándome a los ojos con una cara de vicio infinito que me enervó la sangre. Le saqué la polla de la boca, la cogí de los pelos y  la tumbé en la cama con la cabeza fuera de ella. Me bajé de la cama, puse las piernas a ambos lados de la cabeza de Luisa y flexioné las rodillas apuntando mi polla hacia abajo. Antes de quedar oculta por mi cuerpo, pude ver una mirada de morbo salvaje en sus ojos. Abrió la boca y dejó que mi polla se deslizase por la garganta hasta el fondo, tragándose toda la carne, dejando que la punta redondeada de mi polla resbalase por su interior.  De su garganta sale un gemido húmedo:

¡Gagggg!…

Me la follé muy despacio, subiendo y bajando, dejando la polla allí metida de vez en cuando, atragantándola. Cada vez su rostro está más congestionado.

¡Gagg!... ¡Gagg!... ¡Gaaaaaggg!...

Los bordes de sus labios estaban húmedos y poco a poco, por las comisuras, le comenzaron a chorrear babas. A veces me excedía y se la metía mucho más, aplastándole los cojones en la nariz. Cuando sentía el espasmo, la sacaba y ella tosía en mi polla, esparciendo saliva en el tronco rabioso; cuando lo hacía sus tetorras se balanceban en todas direcciones. Rebeca decidió que también quería su ración de polla y se puso al lado de Luisa, en la misma posición. Luisa, al notar el cuerpo de su amiga al lado de ella, extiendió una mano y empiezó a acariciar el coño dolorido de Rebeca. Ésta hizo lo mismo con el de Luisa. Mientras las dos se acariciaban entre ellas yo disfruté de sus bocas alternativamente durante un rato.

A veces golpeaba sus mejillas con el pollón; o sus bocas o las lenguas. Yo me había fijado que a Rebeca le gustaba mucho mis huevos y a veces le sacaba la polla llena de babas y la sustituía por mis dos cojones; se los metía los dos a la vez… o al menos lo intentaba, pero no le entraban y al final, después de estar unos segundos con la boca taponada con el saco agolpado a sus labios, ella se metía sólo una de las bolas. Se ponía cachondísima. Yo también. Sentí que me venía y se la metí a Luisa en la garganta, dejándola allí más tiempo de lo acostumbrado. Le sujeté la cabeza con las dos manos para que no se moviera.

—Aguanta nena… vamos…
 —¡GGGGGHmmmmfff!  ¡GGGGGH! ¡GGGGGH!

Su pecho se convulsionó un par de vez y los espasmos se transmitieron a mi verga, dándome el empujón definitivo para correrme. Comencé a eyacular dentro de su garganta, pero rápidamente la saqué fuera para metérsela a Rebeca también hasta los cojones. Durante el breve trayecto mi pija escupió varios chorros que cayeron sobre las bocas, caras y gargantas de las dos chicas. El último chorro fue en la de Rebeca, con mis dos bolas completamente aplastadas a su nariz. La saqué muy despacio, dejando varios colgajos viscosos pegados en la punta y en la cara de Rebeca. Luisa y ella me la besaban y lamían, con las caras embadurnadas de fluidos varios, masturbándose entre ellas.

Yo las dejé hacer y me derrumbé en la cama. No tarde ni cinco minutos en dormirme, hediendo  a meados, a semen, a coño…

A sexo.
*** 

Esta es la quinta parte de la serie "Historias vulgares"

5-Una historia mucho más vulgar todavía (3)