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lunes, 10 de agosto de 2020

Sofía Crece (3), parte XIV

 52.

William.


Estuvieron registrando la casa de Noelia, pero no encontraron nada. William, que estuvo en la cárcel por violación, no pudo evitar que se le pusiera la polla tiesa mientras buscaba entre la ropa interior de Noelia.

«Esta nena tiene que tener dos buenas ubres».

Le hubiera gustado hacerse una paja y correrse en la copa de alguno de esos sujetadores tan grandes, pero no era ni el momento ni el lugar. Hicieron una búsqueda exhaustiva, poniendo especial atención en no dejar ninguna evidencia de su paso por allí.

«Ojalá tuviéramos un firulais de esos de narcóticos, un buen chucho podría oler la manteca y encontrarla en un santiamén».

William miró a Simas, que estaba buscando encima de los muebles de la cocina, y agitó la cabeza, pensativo.

«Este lituano es listo, pero le falta sangre, nervio, coraje. No le veo muy capaz para la acción».

Willy lo tenía claro: cuando se enfrentaran a Rusky no confiaría en la «diplomacia» del lituano.

«Primero yo, luego yo y después yo. No pienso pringarla por que este meapilas sin sangre no las vea venir».

El checheno era peligroso y William no iba a dejar que el ruso le metiera una bala en la cabeza por ser diplomático. William sería más directo: pum, pum y adiós. Ya se encargarían ellos después de encontrar la droga de Gorka, a la putilla de Chesca y lo que hiciera falta. El búlgaro se cabrearía, pero cuando le llevaran la droga y se diera cuenta de que no tendría que pagar los honorarios de Rusky seguro que aflojaría.

«No sé qué hacemos aquí, deberíamos ir directamente a por el checheno».

El robo de las joyas fue lo que terminó de convencerle de que Rusky estaba compinchado con esa zorrita. 

«Como dijo Simas, ¿para qué iba a robar nada si ya tenía la droga? O sea, según Rusky, la droga la robó la chica, ¿para qué viene luego aquí y le roba a su tía poniendo en alerta a la policía? Es todo un montaje. Ruksy y la Chesca se han cargado al vasco y estan planeando algo para jodernos a nosotros: el muerto, el robo del jaco, las joyas…».

Cómo pudieron llegar a conocerse Rusky y Chesca era algo en lo que no había recapacitado. Tampoco pensó que Rusky perdía mucho más robando y mintiendo al búlgaro que lo que ganaría vendiendo la droga y las joyas. El prestigio y el respeto como sicario era algo que no se podía conseguir de la noche a la mañana, pero que se podía perder en un instante.

Mientras Simas estaba distraido William sacó un sobrecito de su bolsillo y aspiró el contenido, dejando que la metanfetamina aumentase aún más la esquizofrenia paranoide que le aquejaba desde hacía varios años, aunque nunca se la habían diagnosticado, haciéndolo más imprevisible e inestable.

Justo cuando salían de casa de Noelia con las manos vacías (excepto por unas bragas manchadas de la marca intimissimi que Willy robó del cesto de la ropa sucia), Simas recibió una llamada de Rusky.

El lituano no usó el manos libres y William no pudo escuchar la conversación. Aquello no le gustó nada, sobre todo cuando Simas colgó y le dijo lo que Rusky le había pedido.

—Noooo, manito, noooo. Nos la va a jugar, socio. Nos la va a jugar seguro. Oh, mano, nos quiere cagar bien.

—Tranquilo Willy. Estamos juntos en esto. Aún no sabemos nada seguro. Haremos lo que nos ha pedido, pero llevaremos las pipas y tendremos los ojos bien abiertos. ¿Vale? El ruso tiene un prestigio que no querrá perder por cincuenta kas en jaco, así que estaremos tranquilos pero alertas, ¿de acuerdo?

William agitó la cabeza, negando mientras se mordía el labio inferior.

«Le falta sangre a este blanquito. En cuanto tenga delante a ese checheno loco le enseñaré lo que hacemos los tíos con cojones».


53.

Sofía.


Antes de irse Sofía usó uno de los baños de la casa de Cándido y quedó bastante impresionada al ver el lujo de la grifería y los muebles de diseño. El baño principal era casi tan grande como el salón de la casa de sus padres.

«¿A qué se dedicará este tío?».

Le dio vergüenza manchar el inodoro y no salió hasta asegurarse de que no quedaba ningún rastro de su paso por allí. Delante del espejo se percató del aspecto tan desaliñado y poco agraciado que ofrecía. La camiseta estaba manchada con restos aceitosos allí donde había pasado los dedos grasientos después de comer las papas fritas; también tenía algunas migajas en el busto y vio con horror una mancha en la entrepierna. Había estado cachonda toda la mañana y los efluvios se habían filtrado, dejando un leve rastro allí en medio.

Se bajó los leggings y usó papel y agua para limpiar eso, aunque luego tuvo que esperar a que se le secase la mancha de humedad.

«Tengo que comprarme ropa nueva, esta está viejísima».

No era solo que le quedaba pequeña por haber engordado en las últimas semanas, si no que la ropa estaba tan usada que ya comenzaba a dar de sí.

«¿Cuando fue la última vez que te compraste ropa?».

Sofía no lo recordó. De repente se dio cuenta de la enorme diferencia que había entre ella y ese Cándido, no sólo en el aspecto físico, si no en el económico. En su casa tenían dos televisores, pero éste tío puede que tuviera uno en cada habitación, sin contar los que había visto arriba. Un pensamiento comenzó a flotar desde su subconsciente intentando llegar hasta la parte racional, pero Sofía intuyó que lo que venía no era muy agradable, así que lo cortó de raíz pensando en otra cosa.

«¿Qué estás haciendo, Sofía? ¿En serio te vas a volver a meter en el coche de ese chaval y vas a ir a una fábrica abandonada a solas con él? Cualquiera pensaría que vais a hacer alguna cosa rara».

Sofía torció el gesto.

«¿Qué? ¿Con Tony? Pero qué dices, si es un friki. Además, ¿has visto todos esos granos que tiene en la cara? El pobre parece un crío de trece años».

Sofía sonrió ante la idea de practicar algo parecido al sexo con Tony.

«Es un niño. Si fuera algo más mayor y no tuviera todo ese acné… pues a lo mejor… pero qué va, ni por esas».

«¿Seguro?».

«Lo único que me gusta de él es el pelo, que lo tiene bonito. Y cuando sonríe también está apañado, pero no sé… es un tío un poco raro».

Sofía y Tony se despidieron de Cándido y subieron al Citroen. Marco Antonio le dio a Sofía una bolsa llena de frutos secos, galletas de cereales, tortas de arroz y unos pocos dulces. También había un paquete de seis latas de refrescos.

—¡Madre mía, tío! Aquí hay de todo. Jo, qué hambre.

—Cándido no lo echará en falta. El sólo come proteínas y carbos límpios, sea lo que sea eso. Todo esto lo compra para las visitas y las quedadas que hace de vez en cuando.

—¿De qué iba todo ese rollo de la pelea? —Sofía tenía la boca llena y algunas migas cayeron sobre su regazo—. ¿De videojuegos?

Tony conducía atento al tráfico, echando una mirada de vez en cuando al GPS del móvil, que lo tenía sujeto con una peana sobre el salpicadero.

—Sí. Candy y yo nos conocimos hace años jugando online. Él no es muy bueno, pero tiene muchos recursos. Yo soy bastante competente, pero no tengo tantos medios como él, así que nos compenetramos bastante bien —Tony desvió la mirada del tráfico durante unos segundos para mirar a Sofía—. Somos amigos, pero a veces nos peleamos —Sofía vio que Tony le miraba los pechos y en seguida él giró la cabeza, centrándose de nuevo en la carretera—. Creo que somos como hermanos. Nos llevamos a muerte, pero en el fondo nos respetamos.

—¿A qué se dedica? Se nota que tiene dinero.

Tony pareció dudar.

—Bueno… se puede decir que es una especie de autónomo. Tiene sus negocios y vende cosas por internet.

—¿Una tienda online? ¿Qué vende? Parece que tiene éxito.

—No creas, lo que pasa es que el margen de beneficio de sus productos es muy, muy amplio.

Sofía guardo silencio, esperando que Tony le diera más detalles.

—Mira Sofía, lo que vende Candy no se ajusta mucho a la legalidad, ¿sabes?, pareces una tía formal, así que espero que no vayas por ahí repitiendo todo ésto —Tony giró la cabeza para mirarla—: trafica con productos relacionados con la nutrición deportiva.

—¿Y eso es ilegal?

—Bueno, para empezar él no tiene licencia para vender esas cosas y muchas de ellas solo se pueden vender con receta médica.

Sofía abrió mucho los ojos.

—¿Drogas?

—Algunas de las cosas que vende se les puede considerar así, pero lo que más vende son esteroides. También importa proteínas y aminoácidos y cosas así.

«He estado en casa de un traficante, guau».

—Pues debe de sacar un montón de dinero, vaya casa que tiene. ¿Vive solo, no tiene novia?

Tony carraspeó y cambió de marcha con cierta brusquedad.

«Uy, se ha puesto celoso» —pensó Sofía sonriendo—.

—No, que yo sepa ahora no tiene ninguna. De todas formas a él no le duran mucho. Las chicas se cansan de él muy pronto.

—O él de ellas. Con ese físico y toda esa pasta no le deben faltar pretendientas.

—Buf, no sé qué decirte. Por lo que he leído a las chicas no les va mucho todo eso de los músculos tan exagerados.

Sofía pensó en picarle un poco.

—Ah, pues a mí me molan. Me parecen sexys.

Tony puso los ojos en blanco.

—A mí no me gusta eso, no lo veo natural ni atractivo, la verdad. Todos esos músculos y venas… No sé, se ven raros.

—¿Y tú, tienes novia?

Tony se sonrojó, apretó el volante con fuerza y se pasó una mano por el cabello, nervioso.

—N…No, no tengo —tartamudeó—. No tengo tiempo tampoco. Por los estudios.

Sofía miró a Tony atentamente mientras masticaba un dulce de regaliz. Hasta ahora no se había fijado apenas en el chico y descubrió que no tenía un cuerpo desagradable, más bien lo contrario. Era delgado, alto y tenía unos hombros muy bien formados, redondos y anchos. Los brazos y las piernas eran finas y poco masculinas, pero tenía unas manos grandes con unos dedos muy largos.

Tony detectó la mirada de Sofía y se sonrojó aún más.

—¿T…tú, tú también estudias, Sofía?

En esta ocasión fue ella la que se ruborizó.

—Sí.

—¿Letras o números?

Sofía dudó antes de responder.

«Cree que voy a la universidad».

—No. Ninguno. Estaba haciendo un grado de formación profesional… pero no me va mucho. Creo que este año voy a dejarlo y me pondré a trabajar.

Tony la miró extrañado.

—¿Por qué vas a hacer eso? Deberías terminar, al menos tendrías tu título.

Sofía rebuscó en la bolsa más dulces, removiendo las chuches con brusquedad, enojada.

—Es una pérdida de tiempo, ¿vale?, lo que escogí no me gusta; en realidad ni siquiera lo escogí yo, fui obligada por mi madre que se empeñó en que estudiara algo relacionado con la botánica y la agricultura, para entrar en el laboratorio del semillero que tienen mis tías. Pero ni me gusta ni se me da bien. Lo odio.

—¿Por qué no lo hablas con tus padres?

—¡Pues porque no! —Sofía dejó la bolsa en el suelo, cansada de buscar—. A ellos yo no les importo, les da igual lo que piense. Con el rollo de que son ellos los que traen el dinero y pagan las facturas yo no tengo ni voz ni voto. Tú no los conoces, son unos carcas chapados a la antigua.

—Pero es tu vida, Sofía, tu futuro. Entiendo que no te guste lo que estás estudiando. Muchos de nosotros empezamos así, disgustados con nuestra decisión de estudiar esta u otra carrera. Son muchas opciones y no tenemos experiencia. Realmente no sabemos lo que nos gusta. Incluso podemos cambiar de decisión a mitad del curso. Es normal —Tony rió—, joder, somos jóvenes, todo es nuevo para nosotros, ¿no? Además, piensa en el dinero que se han gastado tus padres en tus estudios.

Sofía se cruzó de brazos y miró por la ventanilla de su lado, observando enojada el paisaje urbano.

«Sí, tú habla y habla. ¿Qué sabrás? Si lo único que harás será jugar a la videoconsola y hacerte pajas».

—Deberías acabar los estudios, Sofi, aunque sea con la nota mínima. Así tendrías algo que es tuyo, algo que has ganado con tu esfuerzo, que no te han regalado. Luego tendrás tiempo de escoger algo que realmente te guste.

—Paso de perder más el tiempo. Además, voy retrasada en el curso, aunque quisiera no sería capaz de ponerme al día —Sofía se giró bruscamente para mirar a Tony, enfadada—. ¡Lo odio! En serio, odio las clases. No las soporto. No soporto pasar las horas allí metida escuchando cosas que no me interesan, que no entiendo y que no quiero comprender. Me aburro.

—Bueno, es tu vida, chica.

—Sí, es mi vida, no la tuya, así que no te metas.

—Oye, yo solo quiero ayudar. De verdad, no creo que dejar los estudios sea una opción muy inteligente…

—¿Me estás llamando tonta? 

Sofía lo miró, muy enfadada.

«¿Por qué coño se mete éste friki en mi vida?».

«¿Y por qué te molesta tanto, niña? —dijo el viejo minero del Yukón—. Lo que está diciendo tiene mucho sentido, a lo mejor es eso lo que te cabrea realmente, que esté diciendo cosas que tú misma ya sabes».

—No te estoy llamando tonta, Sofía. De hecho creo que eres muy lista, me lo has demostrado hoy varias veces. Por eso me da rabia que te rindas así como así.

—¡No me estoy rindiendo! ¡Dejo el instituto porque me da la gana, porque paso de perder el tiempo! ¡Porque paso de aprender cosas que no entiendo, porque no sé qué coño hago allí ni lo que haré cuando acabe! ¡Porque no valgo ni para estudiar ni para trabajar! ¡Solo soy una estúpida que no sirve para nada!

—Oye, no digas eso, Sofi.

—¡¡NO ME LLAMES ASÍ, JODER!!

—Perdona, lo siento, no quería…

—Para el coche. Quiero bajar.

—¿Qué? ¿Pero por qué?, vamos Sofía, tranquiliz…

—¡Que pares!

Tony torció el gesto y puso los intermitentes, apartándose del tráfico y estacionando cerca del bordillo. Sofía abrió la puerta y salió del coche, pero antes de cerrar se quedó mirando a Tony y pensó en lo que le dijo sobre el dinero que sus padres se habían gastado en sus estudios. Sofía frunció el ceño. ¿Cuanto pagaba su madre por el instituto?, ¿cuanto había pagado ese año y el anterior en materiales de estudio? Nunca se lo había preguntado. De repente una serie de ideas fueron cayendo una tras otra como una cascada de fichas de dominó.

¿Cuanto ganaba mamá al mes trabajando en el almacén hortofrúticola? No mucho para una familia de tres miembros que debían pagar agua, electricidad, hipoteca, coche, gasolina, seguros, estudios, las líneas de móvil, alimentación, ropa… ¿Y papá?, ¿cuanto tiempo llevaba en el paro? Años. Sólo conseguía trabajos esporádicos en negro, haciendo chapuces aquí y allá. Se le daba bien la electrónica y quería montar un pequeño taller en casa, pero no había espacio ni dinero. Casi todo lo que ganaba el pobre se lo gastaba en tabaco y en salir al bar de la esquina a tomarse una cerveza, los miércoles y los viernes.

«¿Cuando fue la última vez que me compré ropa nueva?». No podía recordarlo, puede que meses.

«Casi un año. Fue el verano pasado, cuando a tu madre le dieron aquella paga extraordinaria».

¿Tan mal le iban? En los últimos años las peleas de sus padres se habían recrudecido y el tema recurrente siempre era el mismo: el dinero. El corazón de Sofía comenzó a latir muy rápido. Era la primera vez en su vida que pensaba detenidamente en la economía de su familia. El dinero, la comida y la ropa siempre habían surgido de una forma u otra, esporádicamente, como si fuera un truco de magia. Ella pedía y su madre le daba. Unas veces más, otras menos, aunque últimamente ella iba siempre con los bolsillos vacíos. Afortunadamente Sofía no era muy sociable y no tenía muchos gastos.

«Mis libros de bolsillo, la mayoría de ellos comprados de segunda mano en la tienda de ese viejo, y el material de caligrafía, que compré con el dinero de mi cumpleaños. Poco más». Miró su móvil, un modelo pasado de moda con la pantalla agrietada.

«Me lo regaló una chica del instituto. Se había comprado uno nuevo y éste iba a tirarlo, así, sin más».

Sofía miró la carretera, viendo pasar el tráfico bajo la suave luz del atardecer.

«¿Somos pobres?». La pregunta la deprimió y sintió una congoja tan fuerte que no pudo evitar ponerse una mano en el pecho.

«La compra que ha hecho hoy mi madre es la primera del mes. Hace dos mensuales y solo compra cosas de marca blanca».

Recordó la pelea en el supermercado con su madre. ¿Cuantas horas tuvo que trabajar para poder pagar los meses que Sofía no fue al instituto? Todas esas horas tiradas, desperdiciadas…

«No somos pobres… pero faltaría muy poco para que lo fuéramos». La idea la atormentó de tal manera que sintió ganas de llorar.

—Oye, lo siento… —dijo Tony, afectado—, no quería… no quería molestarte, de verdad. Joder, soy un tonto. Perdona, ¿vale? No me hagas caso.

Sofía negó con la cabeza y cerró la puerta del coche con suavidad, dándole la espalda y caminando por la acera, alejándose de él. Unos pocos metros más adelante escuchó que el teléfono comenzaba a sonar.

Sofía lo miró convencida de que sería él que la llamaba desde el manos libres del Citroen, pero descubrió que no era su móvil el que estaba sonando. Entonces cayó en la cuenta y sacó el móvil de Noelia. Casi lo dejó caer al suelo cuando leyó el contacto de la persona que estaba llamando.

«Francesca».

54.

Chesca.

Todo era oscuridad y entumecimiento. Era como estar dentro de una esfera de goma. Los pensamientos eran lentos y rebotaban una y otra vez, sin llegar a ningún sitio en particular. A veces había algo parecido al dolor, pero era muy breve. El cerebro de Francesca estaba bloqueado debido a la ingente cantidad de señales que le enviaba su destrozado cuerpo, lo cual era una suerte para ella.

Su estado era una mezcla de coma y sueño profundo, con algunos breves estados de semi-consciencia. Era en esos momentos cuando el dolor le alcanzaba.

Algo cambió de repente y una nueva señal llegó hasta ella. Era una señal auditiva. Un sonido familiar y recurrente, repetitivo. Tardó mucho tiempo en descubrir qué era y cuando lo hizo se sorprendió de que aún fuera capaz de pensar. De hecho se sorprendió al tener consciencia de sí misma. Por desgracia, con ese descubrimiento llegó el dolor, atroz, arrasador, bestial. El sonido lo produjo su móvil cuando le llamó Sofía desde casa de Cándido, pero en ese momento no era capaz de hacer absolutamente nada. Pasó un tiempo indefinido entre oleadas de dolor y desvanecimientos hasta que llegó otra novedad. Esta vez era algo óptico, una luz, una forma de color carmesí que flotaba delante de ella. Entonces llegó el primer pensamiento propio.

«Es la luz del móvil a través de los párpados cerrados».

Francesca abrió los ojos y el dolor llegó como un tsunami, enviándola de nuevo a un desvanecimiento misericordioso, pero en ese breve parpadeo logró ver que tenía el móvil encendido justo delante de ella, en el sucio fondo del pozo, sujeto por una mano maltrecha.

55.

Simas.

El lituano estaba preocupado. La llamada de Rusky había sido muy, muy extraña y no sabía qué pensar sobre las instrucciones breves y precisas que le dio el checheno. Tuvieron que ir a una tienda especializada en deportes de riesgo para obtener el material de escalada. Lo más caro fue la escalera enrollable construida con tubos de aluminio y cables de acero. Simas las usó una vez durante el servicio militar obligatorio y se necesitaba cierta técnica para poder subir o bajar por ellas, sobre todo si estaban «al aire».

«Cuerdas, mosquetones, linternas potentes…».

Todo ese material puso nerviosísimo a Willy, tanto que Simas comenzó a preocuparse seriamente por él.

«Algo le pasa, no es sólo el miedo que siente por Rusky, está paranoico».

El ruso les había enviado la ubicación y el GPS les estaba llevando a la parte más externa de la ciudad, a un polígono industrial llamado el Baluarte. Aquello aumentó aún más el nerviosismo de William.

—¿Por qué tan lejos, mano? Ese sitio seguro está lleno de naves abandonadas y camiones que viajan para aquí y para allá. Buen sitio para que ese bultero pueda afueriar a dos pringaos metidos en una heladera. Nos la quiere cagar.

—Corta con eso, Willy.

—Oh, sí que voy a cortar, vaya qué sí. Ya verás como lo corto… de raíz, pa’ que no salga más.

Simas negó con la cabeza.

«Ya tenía bastante preocupación con el checheno, ahora tendré que vigilar también a este payaso».

Simas lo pensó con frialdad.

«Si tengo que escoger entre el ruso y Willy… me parece que el dominicano tiene las de perder. Rusky es un profesional y las posibilidades de que nos la esté jugando son pocas. Pero este William… algo no funciona bien en su cabeza».

Simas lo miró de reojo y vio que el joven había sacado una Glock de 9mm y la sostenía sobre su muslo derecho, con el índice sobre la guarda del gatillo.

—William, ten mucho cuidado con eso. No deberías tenerlo a la vista.

El dominicano se limitó a sonreír mirando fijamente a la carretera.

«Esto no va a salir bien, Simas. Ve pensando en un plan B, porque esto no va a terminar bien».

«Tendré que poner tierra de por medio. Al búlgaro no le va a gustar, pero que le den por culo. Llamaré a Dalia y le diré que prepare un par de maletas grandes… o mejor ni eso. Luego reservaremos un par de billetes a Argentina y le pediré al tío Imantas que nos acoja durante un tiempo».

«Todo eso está muy bien, siempre y cuando logres salir con vida de este embrollo. Piensa qué vas a hacer cuando este desgraciado se encuentre cara a cara con el checheno. Tendrás que tomar una decisión».

Simas se pasó el dorso de la mano por el bigote, quitando las gotas de sudor que se le habían acumulado ahí a pesar del climatizador del todoterreno.

«A lo mejor podrías aprovecharte de él, Simas. Quizás puedas usar la paranoia de este payaso a tu favor… Enfréntalo a Rusky, que se maten entre ellos».

«Joder, debí de largarme hace tiempo. —Simas miró por el retrovisor interior y vio las bolsas con la compra—. ¿Para qué coño querrá la escalera?».


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