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martes, 4 de agosto de 2020

Sofía crece 3, parte XII



46.

Sofía.

Sofía iba en el asiento del copiloto con las piernas muy juntas, dejando espacio suficiente para que Tony no le rozase el muslo cuando cambiase de marcha, algo que sucedió en un par de ocasiones. El muchacho lo hizo sin darse cuenta y le pidió perdón ambas veces. Al volante era muy precavido, todo lo contrario que el padre de Sofía, que siempre iba como loco, fumando e insultando a los demás conductores.
Tony siempre se detenía en los semáforos en ámbar, usaba los intermitentes y nunca sobrepasaba el límite de velocidad.
Durante el trayecto el muchacho habló por el manos libres con su amigo Cándido para pedirle ayuda con algo llamado Kali Linux.
Sofía no se enteró de nada. Usaban una jerga extraña llena de palabras inglesas que ella no conocía, pero al final Tony pareció decepcionado.
—¿En serio no se puede? —preguntó por enésima vez.
—No, SuperLegit —por alguna razón el amigo de Tony lo llamaba así—, sin el terminal emisor es imposible… a no ser que entres a los servidores de los proveedores de línea, y eso está a otro nivel. Haría falta un clúster dedicado y coordinarse con varios operadores para conjuntar un ataque. Demasiado trabajo.
—Pero tengo el móvil que recibió la llamada y el número de teléfono.
—No, Súper, no se puede. Con eso podrías localizar el terminal en un radio amplísimo, depende de los repetidores, con muy poca precisión. Podrías conocer la población desde donde se hizo la llamada, pero nada más. Y eso con suerte.
—Joder. ¿Qué opciones me quedan?
—Ya me conoces. Yo soy de la old school: usa la ingeniería social.
—Que va, tío, no hay tiempo.
—Nunca se sabe, macho. ¿Por qué no vienes y echamos un vistazo a ese terminal? Quizás encontremos algo.
—Sabía que dirías eso. Estoy llegando.
—Guay.
—Oye, Candyman, no vengo solo —Tony miró a Sofía—, viene una amiga también.
El otro se rió.
—¿Una chica, contigo? No me lo creo… ¿Es guapa?
—Sí, bastante. Se llama Sofía.
Sofía se ruborizó y no pudo evitar sonreír ante el cumplido espontáneo de Tony.
Cándido vivía en una zona residencial muy cara, en un tríplex con jardín, piscina y un garaje con espacio para tres vehículos. Sofía quedó impactada cuando vio al amigo de Tony. Lo más parecido que había visto alguna vez fue en una de esas viejas películas de acción, protagonizada por aquél actor de nombre impronunciable. Cándido no era muy alto, en realidad era algo más bajo que Tony, pero su cuerpo excedía cualquier medida que Sofía pudiera imaginar.
Cándido era físicoculturista.
Era una mole inmensa de músculos, con un pecho bestial y unos brazos titánicos. Les recibió en la puerta de casa con una sencilla camiseta de tirantes y unos pantalones cortos que dejaban a la vista unas piernas con más bultos que un carro lleno de piedras. Aparentaba unos treinta años, estaba muy moreno, tenía el cabello rapado y usaba gafas.
—Hola, soy Cándido. Eres Sofía, ¿verdad?
—Sí —Sofía dudó a la hora de estrecharle la mano que el gigante le tendía. Tenía miedo de que le hiciera daño, pero Cándido le apretó la mano con suavidad.
—Vamos arriba. Tony, acabo de instalar una nueva versión de nMAP y la estaba testeando. Luego te doy detalles. También he actualizado algunas herramientas del Kali, por si acaso. ¿Tenéis el terminal aquí?
—Sí. Hemos tenido suerte, no tiene bloqueo, aunque no está rooteado.
—No importa. Oye, ¿me hacéis un resumen? ¿De qué va todo esto?
Cuando llegaron a la tercera planta de la vivienda Sofía se quedó boquiabierta. Habían derribado todos los muros que no eran de carga y habían construido una única sala ocupando toda la planta entera, con un ventanal grandísimo que daba al exterior rodeando tres de las cuatro paredes. La sala era una mezcla de gimnasio y laboratorio de la NASA.
Por un lado estaban las máquinas para fortalecer los músculos junto con un pequeño tatami y varias bicicletas estáticas, máquinas elípticas, rodillos, cuerdas, colchonetas, anillas, pelotas, aros y cientos de pesas y barras de todos los tamaños y formas. Sofía vio que la cuarta pared, de hormigón, estaba llena de pequeños objetos de colores.
«Eso es para escalar».
Miró al techo y vio una escalera horizontal que lo recorría de punta a punta.
El resto del salón estaba lleno de extrañas máquinas con luces de colores. Pudo contar al menos media docena de pantallas de televisión de varios tamaños, una de ellas debía de ser de por lo menos 75 pulgadas.
«Es más grande que mi cama».
Había un mueble lleno de pequeños aparatos que ella identificó como videoconsolas, pero eran muy antiguas. Algunas de ellas estaban metidas en urnas de metacrilato, para protegerlas del polvo.
«Menudo friki».
La sala estaba dominada por un impresionante escritorio de color negro sobre el que había cuatro monitores de televisión formando un semicírculo. Había luces de colores por todos lados.
El sillón principal era un asiento de piloto de carreras modificado, allí se sentó Cándido, invitando a sus huéspedes a que tomaran asiento en unas cómodas sillas de oficina con apoya brazos. Cándido rodó sentado hasta un pequeño frigorífico.
—¿Un refresco? ¿Agua?… ¿Cerveza?
—Agua, por favor —dijo inmediatamente Sofía, que no había probado ni gota desde que salió de casa de Carlos.
Le hubiera gustado preguntar si tenía algo de comida porque estaba muerta de hambre, pero le daba vergüenza.
—Una coca zero para mí, Candy.
—Tomad, pillad —Cándido les arrojó las bebidas—. Ahora decid, ¿de quien es el móvil y por qué es tan importante?
Sofía miró a Tony, dejando que fuese él quien explicase un poco todo ese embrollo, haciendo también un resumen de la vida de Francesca.
Cuando Tony terminó de hablar Cándido se quitó las gafas y conectó un enorme PC lleno de luces que tenía debajo del escritorio.
—Estáis convencidos de que esa Francesca ha sido víctima de un secuestro y de que llamó a su tía pidiendo auxilio.
—Sí —dijeron los dos a la vez.
—¿Por qué llamó a su tía en lugar de a la policía?
—Ya te lo he dicho —dijo Tony—, la poli cree que Francesca robó a su tía… además, ya os he contado lo que descubrí sobre su vida. Ella tuvo problemas con la justicia. Se libró de la cárcel por los pelos hace tiempo. Tendría miedo de hablar con ellos.
—¿Y qué? —dijo Cándido—, ¡mejor para ella! La policía hubiera acudido de inmediato.
Esta vez habló Sofía.
—Pero quizás ella no pensó eso —los dos chicos se giraron para mirarla—. Parecía asustada y creo que lloraba. Puede que solo tuviera una oportunidad para ponerse en contacto con alguien y escogió a una persona de confianza, alguien querido.
—No sé —dijo Cándido, no muy convencido—, supongo que cada persona es diferente. Puede que tengas razón. Esa chica iba por mal camino, ¿no es así, Tony?
Tony habló al suelo.
—La vida no la ha tratado bien, no.
Cándido se crujió los nudillos.
—Vale, así que tenemos que localizar la llamada de auxilio, ¿no? —Cándido abrió de nuevo el frigorífico y sacó un bote de plástico transparente cuyo interior estaba lleno de una sustancia muy parecida a la diarrea. Abrió la tapa y bebió un trago larguísimo—. Pues ya os digo que no lo vamos a poder hacer. No con este equipo. Es imposible. Todo eso que se ve en la tele de NCIS y CSI son chorradas. Lo que haré será indagar un poco en ese terminal y ver si conseguimos alguna pista.
—No lo entiendo —dijo Sofía—. ¿Qué esperas averiguar?
—Nombres, lugares, fechas, contactos, relaciones… Además, no os habéis hecho las preguntas más importantes: ¿Por qué la secuestraron? ¿Por qué lo hicieron en casa de su tía? ¿Cómo sabían que iba a estar allí? ¿Quien querría secuestrar a una drogadicta reincidente, acaso era rica? Un secuestro no es un tirón de bolso o el robo de una cartera. No es algo espontáneo. Requiere preparación y premeditación, y si la secuestraron en casa de su tía quizás hay una conexión con esa Noelia más allá del parentesco. Creo que debemos comenzar a tirar del hilo por ahí.
Sofía y Tony se miraron.
«Este tío parece que sabe de lo que habla. Luego dicen que los musculitos no tienen cerebro».
—Lo veo un poco rebuscado —dijo Tony—, pero bueno, adelante.
—¿El terminal?
Tony le hizo una seña a Sofía y ésta le dio el móvil de Noelia.
—¿No lo vais a romper, verdad?
—No, tranquila —dijo Cándido mientras tomaba el móvil y le conectaba un cable USB. El otro extremo estaba enchufado al PC.
Tony se levantó de la silla y fue hasta un pequeño mueble que había al lado del frigorífico. Lo abrió y estuvo rebuscando dentro mientras Cándido exploraba los archivos del móvil. Tony sacó una bolsa de patatas fritas y volvió a su sitio al lado de Sofía. Luego compartió la bolsa con ella mientras miraba cómo trabajaba Cándido. Lo hizo con naturalidad, como si ella fuera un colega de toda la vida. Sofía, que estaba hambrienta, no dudó en meter la mano dentro y coger puñados de patatas sin reparo.
A veces sus dedos y sus manos se tocaban dentro de la bolsa, pero ninguno de ellos le dio importancia.
—¿Qué está haciendo? —susurró Sofía a Tony.
—Está mirando dentro de los archivos del móvil, centrándose en los «logs».
—¿Logs, eso no significa «troncos» en inglés?
Tony sonrió y miró a Sofía. El chico vio que ella tenía unos cuantos trocitos de patatas en el busto y casi estuvo a punto de pasarle el dorso de la mano por las tetas para quitárselos. Se sonrojó y apartó la mirada.
—¿Troncos? Sí, pero «log» también significa registro.
De repente Cándido se incorporó en la silla deportiva y abrió mucho los ojos.
—¡Ostia puta! Tiene un mSpy instalado.
—No jodas —Tony le dio la bolsa a Sofía y se acercó a la pantalla del ordenador.
—¿Qué pasa? ¿Qué es eso? —Sofía miró a ambos alternativamente.
—Alguien estaba monitoreando de forma remota a tu amiga —Cándido señaló con un dedo una serie de gráficos, números y letras.
—Candyman quiere decir que alguien le ha puesto una aplicación al teléfono de Noelia para espiarla.
«Venga ya».
—¿Por qué iban a hacer eso?
Cándido se giró en la silla para mirarla.
—¿Sabes quienes son los principales usuarios de este tipo de soft? Primero, los padres que desean conocer el paradero y los movimientos que sus hijos menores hacen por internet. Segundo, las empresas que quieren saber que sus empleados hacen un uso debido del teléfono de la empresa…
—Y tercero —interrumpió Tony—, los maridos y esposas que sospechan que sus parejas le son infieles.
Sofía recordó las palabras que Bertín le gritó a Noelia.
—¿El marido de Noelia la espiaba? —preguntó, incrédula.
«Estas cosas no pasan en la vida real. No puede ser».
Cándido soltó una carcajada.
—Bueno, parece que tenía motivos para hacerlo. Me dijisteis que el móvil lo encontrasteis después de que ese Bertín le diese una paliza a tu amiga y a otro… «amigo».
Tony levantó un dedo.
—Espera… ¿podemos usar esos registros para localizar la llamada de Francesca?
—No, Súper, eso es imposible, ya te lo he dicho. Estos registros contienen prácticamente toda la actividad que haya tenido esa Noelia desde que se instaló el mSpy en el móvil. Esta APP tiene además un keylogger con el que se puede copiar las contraseñas de acceso de los correos electrónicos, los mensajes escritos en Whatsapp y otros servicios de mensajería. En el «log» está todo. Cualquier cosa que haya escrito. También han tenido acceso a fotos, vídeos, aplicaciones, historial, calendario… todo.
Un pequeño escalofrío recorrió la espalda de Sofía.
«Mensajes, fotos y vídeos…»
—¿Todo eso podemos verlo nosotros? —preguntó.
—Sí, claro. La terminal está encendida y sin bloqueo, podemos verlo directamente sin necesidad de ninguna aplicación espía. Pero si te refieres a si podemos acceder a los datos recopilados por el «Log», la respuesta es no. Está encriptado. De todas formas tu amiga era precavida. Ya he echado un vistazo y no tiene nada comprometedor. Si tenía algo… picante, ella lo borró.
—Pero el terminal espía sí que podía ver y copiar todo eso antes de que se borrasen —puntualizó Tony.
—Sí. Oíd, esto suelen colocarlo detectives contratados para recabar pruebas de adulterio, ¿sabéis? El soft es muy sencillo de usar, pero puede tener connotaciones legales que pueden ser muy chungas. Pocos se atreven a hacerlo. Tu amiga es mayor de edad y está en pleno uso de sus facultades, así que esta instalación es ilegal. Yo creo que esto lo puso el marido siguiendo las indicaciones de algún detective.
Tony, cansado, apoyó la cabeza en el respaldo y se pasó las manos por el cabello. Sofía se fijó en que lo tenía bastante largo. Era rizado y muy limpio, con aspecto sedoso y brillante.
«Se lo cuida. Se nota que le dedica tiempo a cuidarlo».
—Candyman, todo eso está muy bien, pero no nos ayuda. Yo necesito saber donde está Francesca.
Cándido conectó un portátil con Windows instalado y entró en Google.
—Lo único que se me ocurre ahora mismo es buscar información sobre Noelia y su marido, ese Bertín, así como de Francesca. Quizás encontremos algún dato que nos diga por qué alguien querría secuestrar a esa chica.
—¡Eso no me sirve, tío! —Tony golpeó el reposabrazos.
—Ey, calma —Cándido levantó las manos—. Si tienes prisa puedes probar con la guardia civil y con un juez. Ellos pueden dar permiso para rastrear el origen de esa llamada.
—Mira Cándido —Tony insistió—, esa chica está en peligro, es una corazonada, no tenemos tiempo.
El musculado se levantó y fue hasta el frigorífico.
—Tony, eres un buen tío… demasiado bueno. Aún eres muy joven y creo que te tomas las cosas demasiado a pecho —tomó un tupper del frigo y comenzó a comer del interior con un tenedor de plástico—. Si te soy sincero, no creo que alguien haya secuestrado a esa chica. Soy de la opinión de la poli. Yo creo que robó a su tía, huyó y se montó la película del secuestro para despistar. Probablemente la llamada que hizo fue un fake.
Marco Antonio se levantó y Sofía vio que el chico estaba realmente enojado.
—Si tan convencido estás de que todo es una farsa, ¿¡Por qué cojones nos has hecho perder el tiempo?!
—Hey, hey, hey, tranquilo, tío —Cándido tenía la boca llena de arroz y atún—. Tranquilo, ¿vale? Ya te expliqué antes de que vinierais que no podríamos localizar el origen de esa llamada. Fuiste tú el que accedió a venir aquí, aun sabiendo que no se podía hacer.
—¡Pero tú me dijiste de usar la ingenieria social y aquí tenemos el móvil con todos esos registros y el mSpy de los huevos ahí metido y…! ¡Y no me digas que no se puede hacer!
—Vamos a ver, niñato, ¿qué parte de «NO SE PUEDE» NO ENTIENDES!
—¡Lo único que entiendo es que estamos aquí perdiendo el tiempo solo para que tú puedas presumir delante de esta tía con tus… tus aparatitos y tus musculitos! ¿Por qué coño vas así vestido? ¡Ponte algo decente!
Sofía miraba esa discusión anonadada.
«Madre mía, Tony tiene celos. Esta celoso… ¿por mí?».
—¿Pero de qué vas, niño? —Cándido dejó el tupper sobre el escritorio—. Estoy en mi casa y puedo ir como me de la gana, ¿qué mosca te ha picado?
—Se supone que eres un hacker, ¿no? ¿No es eso lo que vas diciendo por ahí, por los foros y todo lo demás? —Tony habló en falsete—: «¡Hey, soy Candyman, el hacker!». Mucho hacker, mucho Kali Linux y mucho hardware, pero a la hora de la verdad no sirves para nada. Me debías este favor, Candy, ¡me lo debías!
Cándido golpeó el tupper y lo tiró al suelo.
—¡No te debo una mierda! ¡Aquello fue pura suerte, y lo sabes!
—¿¡Suerte!? Mira, Sofía, ¿ves a este tío tan grande y con toooodo este dineral gastado en cacharros? Pues es uno de los peores jugadores del mundo. Se las da de jugador profesional, ¡pero es un paquete! ¡Si no es por mi nunca hubieras pasado de la liga de platino!
—¡Oooooh! Habló SuperLegit, el amo del calabozo, el streamer que solo puede «lamear» mods de segunda generación.
Cándido se acercó a Tony y éste se levantó de la silla. Sofía fue testigo de como esos dos, tan diferentes físicamente, se enzarzaban en una discusión rarísima llena de frases y palabras extrañas que ella no entendía.
«Lo único que entiendo es que esto es una pelea de gallos. Ninguno quiere hacerse daño realmente. Creo que soy yo la responsable, de alguna manera mi presencia les altera».
Sofía frunció el ceño y miró la pantalla del portátil, que aún tenía cargado la aplicación del buscador de Google.
«En algo tenía razón este Candyman: no nos hemos hecho las preguntas más importantes. ¿Por qué querría alguien secuestrar a Francesca?».
«Niña, me parece que lo único que tienes entre las orejas es un puñado de serrín —dijo el viejo minero de Jack London—, Os habéis centrado en el origen de la llamada en lugar de fijaros en la llamada en sí».
«¿Cómo? ¿A qué te refieres, viejo chiflado?».
Pero el viejo ya se había ido. Sofía hizo memoria mientras esos dos seguían echándose en cara viejas rencillas del mundo friki.
«Lo tiene Nico, me ha matado en la quilla… Eso fue lo que dijo».
«Nico… Debe ser diminutivo de Nicolás. Deberíamos buscar a alguien del círculo de Noelia llamado así… ¿Y qué será eso de La Quilla? Debí oírlo mal, tiene que ser otra cosa… silla, niña, milla…».
Sofía se acercó al portátil con la intención de usar la misma técnica que utilizó Tony para encontrar la información de Francesca, haciendo una búsqueda cruzada con «Nicolás+Noelia+Francesca», pero en el último instante cambió de idea y escribió «La quilla».
«En realidad es la única pista que tenemos de una posible localización».
Google escupió varios resultados muy diversos. Entre ellos había un «Bar La Quilla» cerca de la ciudad, en el extrarradio. Sofía pinchó ahí. La página del bar le dijo que éste se encontraba en la zona industrial y que era muy antiguo. Antes se llamaba «Bar La Fabriquilla». 
Los dos amigos seguían gritando y Sofía leyó en voz alta para poder concentrarse mejor en la lectura:
—…pero los parroquianos, aficionados a acortar palabras, lo llamaban Bar la Quilla, al igual que hacían con la vieja fábrica de celulosa que le dio nombre a nuestro bar. La Fabriquilla de celulosa (o la Quilla de Papel, como la llamaron los obreros que allí trabajaban), estuvo en funcionamiento casi un siglo, hasta que la crisis de la década pasada obligó al cierre de sus instalaciones. Desde entonces La Quilla, tanto el bar como la fábrica, han sido un referente en la historia costumbrista obrera de nuestro pasado más reciente. Algunas asociaciones culturales siguen luchando para que La Quilla sea recuperada y reconvertida en un museo, en lugar de dejar que su estructura, llena de historia, se pudra lentamente a la intemperie, abandonada a su suerte…
Sofía cayó en la cuenta de que los otros dos habían dejado de pelear. Se giró en el sillón y vio que ambos la miraban en silencio y se sonrojó.
—La Quilla es una fábrica abandonada fuera de la ciudad. Está apartada y nadie la cuida. Puede que Francesca esté allí.
Los tres se miraron en silencio durante varios segundos. Cándido fue el primero en hablar.
—Una pregunta, ¿alguno de vosotros ha probado a llamar a Francesca directamente?

47.

Rusky.

Dolor. Hacía mucho tiempo que no sentía tanto dolor. ¿Cuando fue la última vez? Probablemente cuando estalló aquel mortero y le marcó la cara con la metralla ardiente. Aquello fue atroz y no se podía comparar con esto, pero aún así… Rusky se pasó la mano por la cabeza, sin atreverse a tocarla demasiado, rozando la piel con las yemas de los dedos. Algo no estaba bien. Algo no estaba en su sitio.
«Demasiado hundido».
Cuando tiró a la puta dentro del pozo perdió el equilibrio y estuvo a punto de caer también detrás de ella, pero tuvo suerte y cayó en el borde. Intentó levantarse de nuevo, pero le fallaron las piernas. Era como si estuviera borracho. Se tocó de nuevo la sien y un estallido de dolor le recorrió la cabeza.
«Me ha roto algo».
Rusky no lo sabía, pero estaba vivo de milagro. La cabeza de hierro de la maza le había fracturado el hueso temporal, en la zona de la porción timpánica, afectando a la audición y el equilibrio. Pero las astillas del hueso estuvieron a punto de abrirle la arteria meningea, lo que le hubiera causado una muerte casi segura. Si tuviera un espejo y algo para limpiarse la herida, podría ver el blanco del hueso asomando por la raja abierta.
Miró alrededor y vio al pequeño gusano agitándose en el suelo, aún rodeado de cinta americana.
«Es extraño. No lo escucho. No oigo sus gemidos».
Rusky se arrastró para asomarse por el borde del agujero y prestó atención. No podía ver nada allá abajo y tampoco podía oír ningún ruido. Trató de levantarse de nuevo y esta vez lo consiguió, pero se tambaleaba de una forma espantosa. Rusky adivinó que el golpe le había afectado de alguna manera al oído y a su sentido del equilibrio. Decidió alejarse del agujero por si acaso.
«Esa puta me ha jodido bien. No puedo bajar en este estado».
Tampoco hubiera podido sin las herramientas adecuadas, recordó que la escala de hierro solo llegaba hasta la mitad del pozo.
«Necesito ayuda. Tengo que llamar a esos dos».
Eso le recordó que la puta consiguió hablar con alguien por el móvil, aunque no pudo escuchar casi nada de lo que dijo.
«Tita Noe. Eso fue lo único que entendí. Debió de llamar a su tía… ¿Por qué? Pudo haber llamado a emergencias…».
También oyó algo sobre «chico» o «rico», pero pensar demasiado le producía dolor de cabeza. Buscó el móvil de esa guarra, pero no lo encontró, así que supuso que la drogata se lo llevó al agujero con ella. Después de buscar agarró al niño y se lo llevó al Mercedes.
«Debería tirarlo también a ese pozo, para que se pudra con su madre, pero mientras no tenga la puñetera droga en mis manos no puedo arriesgarme a quedarme sin opciones».
La llamada a Noelia le tenía muy preocupado. 
«Cualquier otra persona hubiera llamado a emergencias. Debí quitarle la navaja en el mismo momento en que la vi cuando subió al coche y poner las cartas sobre la mesa. Dejarle ese resquicio de esperanza le dio alas y…».
Rusky se detuvo.
«…y puede que gracias a eso ella elaborase un plan para traerme hasta aquí».
—Joder.
«La droga no está aquí».
«Eso no lo sabes, Andrei, no pierdas el control. Puede que no esté, pero primero hay que bajar a ese pozo y asegurarse. Llama a esos dos y que vengan».
La voz era muy razonable, pero el checheno estaba cada vez más convencido de que la droga no estaba allí y que esa Noelia tenía algo que ver.
«¿Qué coño le habrá dicho la drogata a su tía?».
No mucho, probablemente. Apenas tuvo unos segundos para hablar, pero la paranoia era una cuña que se hundía cada vez más en su cerebro, abriendo espacio para que entrase la duda.
Un ramalazo espantoso de dolor le llegó de repente atravesando su cráneo de punta a punta, justo cuando dejaba a Quino en el asiento trasero. Tuvo que arrodillarse en el suelo, apoyándose en la puerta abierta del coche. Sentía como la sangre seguía bajando por el cuello, metiéndose dentro de la ropa.
«Me voy a desangrar como un cerdo».
La nuca también le dolía y sentía una especie de bombeo incesante en la base del cráneo. Se puso al volante y sintió que algo se le clavaba en las nalgas, se incorporó con un gruñido y metió la mano en uno de los bolsillos traseros.
«La navaja».
Fue una suerte que esa puta no mirase primero en ese bolsillo.
«Has estado a punto de cagarla, Rusky».
Metió la navaja en la bolsa de plástico de Francesca, junto con el resto de joyas, y usó unos cuantos pañuelos de papel para limpiarse un poco y tapar la herida de la sien. Hubo un momento en el que creyó que iba a desmayarse de nuevo pero logró reponerse. Luego usó el bluetooth del vehículo para llamar a Simas, subiendo el volumen a tope. Estaba recuperando la audición, aunque aún le costaba centrar la vista en un punto fijo. Mientras esperaba la llamada usó el espejo para curarse la herida con mucho cuidado. No pudo hacer mucho, excepto frenar un poco la hemorragia.
Mientras esperaba a que el lituano descolgase el teléfono Rusky buscó debajo de su asiento y extrajo un revolver de cañón corto, comprobó la munición y lo dejó encima del salpicadero. Rusky siempre trabajaba solo y nunca confiaba en nadie. Apenas conocía a ese Simas, excepto de haberlo visto un par de veces reunido con el búlgaro.
«Tranquilo, Andrei, no pierdas el control. No te vuelvas paranoico».
Pero la paranoia le salvó la vida en más de una ocasión y si podía evitarlo, no dejaría que alguien le diera una puñalada por la espalda por no ser lo suficientemente paranoico. Rusky intentó recordar lo que Francesca gritó por teléfono antes de que la tirase al agujero.
«Chico… rico… pico… ¿qué coño le habrá dicho esa zorra a su tía?».

Continuará...

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