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domingo, 11 de septiembre de 2011

Una historia mucho más vulgar todavía (1)


(Historias vulgares, tercera parte)

Luisa y yo seguimos juntos un par de días más. Congeniamos muy bien. Antes de separarnos intercambiamos teléfonos y correos electrónicos para no perder el contacto. Dos meses más tarde tuvimos la oportunidad de encontrarnos de nuevo y no la desaprovechamos.

Quedamos en una conocida sala de fiestas y allí descubrí que ella no estaba sola. Iba acompañada de una rubia bastante mona, madurita como ella, menos opulenta, pero con dos tetitas muy tiesas y muy bien puestas. Rebeca se llamaba. En seguida nos hicimos amigos charlando de cosas banales, contando chistes verdes y bebiendo como cosacos.

La noche pasaba y fuimos a un sitio más acogedor e íntimo. Sentados en un apartado y oscuro rincón de un local de copas, rodeados por un biombo de madera, pedimos más bebida. Luisa, aprovechando la oscuridad y la intimidad de nuestro rincón,  comenzó a sobarme y a darme besos. Mientras le comía la boca yo no le quitaba ojo a Rebeca, desnudándola con la mirada. Ella se dejaba mirar. Llevaba un escote muy pronunciado sin sostén y cada vez que se agachaba sobre la mesita para coger una copa me regalaba una hermosa vista de sus tetitas puntiagudas, rematadas por dos pezones rojos.

Las caricias de Luisa, las miraditas de Rebeca y el alcohol me pusieron bastante tontorrón y cuando Rebeca, tras acabar una ronda, me preguntó qué es lo que quería (de beber) yo le contesté:

—Quiero follarme a Luisa delante de ti.

Luisa, que ya estaba bastante cachonda y con ganas, al oírme decir eso se sacó las bragas de debajo de la falda, se las dio a Rebeca y se subió encima de mis muslos, dándome la espalda y mirando a Rebeca. No le costó mucho trabajo bajarme la cremallera, sacarme la polla y metérsela por el coño allí mismo. Luisa comenzó a follarme siguiendo el ritmo suave de la música. Yo miraba todo el tiempo a Rebeca, observando sus reacciones: en su cara se podía leer el deseo.

Luisa le hizo un guiño para que se pusiera al lado nuestro; cuando se acomodó, Luisa se inclinó sobre ella y le besó en la boca. Rebeca aceptó gustosa el beso, tragándose la lengua de Luisa con devoción. Yo aproveché y le metí una mano dentro del escote para apretarle una de sus tetillas. Tenía el pezón durísimo y muy tieso. Rebeca, sin dejar de besar a Luisa, metió una mano entre mis piernas y me acarició los cojones. Eso me puso como una moto y estaba a punto de correrme cuando entró el encargado con cara de pocos amigos:

—Esto no es un puto burdel. Largo.

A Rebeca le entró una risa floja que nos contagió a Luisa y a mí. Sin dejar de reír pagué las copas dejando una buena propina. Luisa dejó sus bragas. Agarré a las dos chicas de la cintura y nos fuimos a un hotel.

Entramos a la habitación y Rebeca pasó al baño para hacer sus cosas. Luisa se tumbó vestida sobre la cama, se abrió de piernas y me pidió que le comiera el coño. Me arrodillé al pie de la cama, le subí las faldas y metí mi cara entre sus generosos muslos, separándole los pelos del chocho con la lengua y metiéndole un dedo dentro de la vagina. Los fluidos le salían con generosidad del interior y yo se los lamía haciendo mucho ruido con la boca. Ella comenzó a gemir, acariciándose una de las tetas con una mano y tocándome la cara con la otra.

Rebeca salió del baño completamente desnuda y aparté un momento la cara del chocho para mirarla con detenimiento. Al contrario que Luisa, Rebeca tenía toda la vulva depilada, sin un solo pelo. Sus tetas, pequeñas y  blancas, apuntaban al frente con dos pezones muy tiesos, muy salidos y muy enrojecidos. Subió a la cama y comenzó a quitarle la ropa a Luisa, besándola y lamiéndola por todo su cuerpo robusto y lleno de curvas. Luego se dio la vuelta y se colocó encima de ella para hacerle un sesenta y nueve.

—¿Me haces sitio, cariño? —me preguntó mientras me besaba en la boca.

—Desde luego —le contesté.

Me puse en pie para desvestirme y luego me senté en una silla para contemplar el espectáculo.

Luisa le comía la almeja rasurada a la rubia Rebeca con verdadera pasión, masturbándola con los dedos, dándole palmaditas y chupándole los labios menores hasta enrojecérselos. Rebeca, por su parte, le lamía a Luisa la capucha que encerraba su clítoris, dando círculos muy rápidos alrededor de ella. También le metía los dedos en la vagina, que la tenía muy mojada y hacia un ruido acuoso demencial cuando Rebeca aceleraba el ritmo.

Me levanté y le metí la polla en el coño a Luisa. Estaba muy resbaladizo y entró con una facilidad pasmosa. Di un par de embestidas, la saqué y se la metí a Rebeca en la boca; ella se la tragó sin protestar, dejando que mi barra se deslizase suavemente entre sus labios.

Mmmmmm… qué rica… —decía Rebeca con voz juguetona cuando se la sacaba.

Así estuve un rato, follándome a una por el coño y a la otra por la boca hasta que se me antojó sodomizar a Luisa, algo que ya se estaba convirtiendo en una costumbre desde que nos conocimos. Le pedí ayuda a Rebeca:

—Oye rubia, cómele el ojete a Luisa un rato, anda.

—Qué exigentes estamos ¿no? —me dice ella dejando escapar un reguero de saliva sobre el coño de Luisa y
escupiéndole también en el ano.

—Dame eso... —me dice agarrándome la polla para sacarla fuera y apoyarla sobre el ojete de su amiga.

Rebeca se dedicó a lamer la entrada trasera de Luisa y mi cipote al mismo tiempo, dejando escapar de vez en cuando una descarga de saliva sobre mi verga o sobre el ano. A veces se le escapa un gemido debido a que Luisa también había empezado a comerle el culo a Rebeca, intercalando la comida de coño que le estaba haciendo hasta entonces por detrás. Rebeca, entre lamidas y escupitajos, hablaba conmigo:

—Luisa me ha hablado de ti. Dice que eres bastante cochino… Dice que entre otras cosas te gusta comer coños meados… —me dijo mientras le metía un dedo en el culo a Luisa, dejándolo un rato ahí metido, moviéndolo en círculos y explorando el interior un poco antes de sacarlo todo pringado de jugos.  Me miró y me preguntó:

—¿En serio eres como dice Luisa?

No le respondí, pero me agaché y le chupé el dedo resbaladizo recién salido del culo con muchas ganas, moviendo mi lengua alrededor de la yema en círculos y aspirando muy fuerte. Luego le dije:

—Anda, se buena chica y dale un regalito a Luisa…

Diciendo esto me agaché agarrándole la cabeza a Rebeca por los pelos y dejé que se escapase un reguero largo y espeso de saliva de mi boca hasta la suya. Ella se lo guardó dentro, se dio la vuelta y se lo regaló a Luisa directamente de sus labios, fundiéndose en un beso lleno de lenguas y bocas.

Ahora tenía delante de mí los dos coños y los dos ojetes perfectamente lubricados. Tomé a Rebeca de las caderas y la situé encima de Luisa, vientre con vientre, tetas contra tetas, chocho con chocho. El suyo,  colorado y afeitado, se rozaba contra los pelos del de su amiga cada vez que se movían: a Rebeca se le ponía el clítoris muy gordo cuando se ponía cachonda y en esa posición se le rozaba con facilidad; me escupí en el carajo y se la metí a Luisa por el culo.

 Le di varias veces muy despacio pero con profundidad, disfrutando una vez más de su culo prieto, empujando rítmicamente, sin prisas. Al rato Rebeca se metió una mano bajo el vientre y separó su coño con dos dedos, mostrándome una preciosa vulva sonrosada, con el interior muy colorado y lleno de pliegues. El orificio de la vagina palpitaba visiblemente.

—Métemela… —me susurró entre gemidos, girando la cabeza y mirándome a la cara con los ojos entrecerrados, mordiéndose los labios y poniéndome una cara de puta viciosa tan convincente que la sangre se me agolpó en el pecho, latiendo con fuerza en mi interior.

Yo saqué la verga lubricada del ojete y la introduje de golpe en ese coño rojo y resbaladizo hasta el fondo con un gruñido. Rebeca sentía su vagina llena de carne gruesa y caliente recién salida del culo de su amiga y se volvía loca, dando unos grititos que me ponían muy cachondo. Ella comenzó a tocarme los huevos, pero le aparté la mano de allí.

—No me toques ahí o me correré muy pronto.

Rebeca no me hizo caso y siguió masajeándome los huevos. Para castigarla le saqué la polla del coño y se la estrujé en el ano, apretándolo y obligando a que la carne de las nalgas se pusiera tensa, hundiéndose en la raja del culo; aunque Luisa se lo había chupado no lo tenía tan dilatado y lubricado como ella y mi polla no entraba. Rebeca se quejaba sobre la cara de Luisa, arrojando diminutas gotas de saliva sobre ella cuando resoplaba y gritaba, pero yo seguí empujando de todas maneras hasta que sentí como la punta del cipote se colaba en su interior.

¡Hijo de PUTA!… —chilló para luego comenzar a bufar, resoplando muy rápido— Aouuuufff… Ouf…ouf… ouf… sí… así… sí… ouuuhmmmf…

Yo supuse que a Luisa todo aquello le debía poner como una perra en celo: se había metido tres dedos en la vagina y se la estaba taladrando como una salvaje.

Agarré a la rubia de los pelos y me puse a follarla por el culo muy, muy despacio, metiéndole en cada bombeo un pedazo más de mi rabo. Luisa salió de debajo de Rebeca y ésta se puso más cómoda, a cuatro patas, con mi polla metida dentro. Luisa se acercó a su culo para ayudarme lubricando mi polla con su lengua: le lamía el ojete y le escupía al final de la espalda, dejando que las babas rodasen hasta la entrada del ano, lubricando mi verga, que se movía despacio dentro y fuera de ese agujerito.

Luisa pegaba las mejillas en las nalgas de Rebeca y me miraba con una cara de lascivia lujuriosa apenas contenida. Se relamía sus labios regordetes y no perdía detalle de cómo mi polla latía vigorosa y dura dentro de ese culito. Abrió los labios, se relamió y me susurró:

—Fóllame la cara…

Yo saqué la pija del culo dolorido de Rebeca y se la metí a Luisa en la boca. Ella me clavó los dedos en las nalgas y me empujó con fuerza contra su cara, haciendo que mi verga topase contra su garganta y que mis huevos se aplastasen en su barbilla. La saqué muy lentamente y un colgajo de babas se quedo colgando desde los labios de Luisa hasta la punta de mi polla. Se la volví a meter una vez más, apretando el glande en la cara interna de su carrillo para que le abultase la mejilla con la forma redonda y gorda de mi cipote. Sus gemidos de placer quedaban ahogados por mi carne endurecida:

¡Hmpf!... ¡hmf!… ¡hmpff!

Rebeca, liberada de mi sodomización, se dio la vuelta para participar en la mamada y se puso a comerme la polla junto a Luisa. Rebeca era una mamadora experta y succionaba mi polla como si le fuese la vida en ello, relamiéndome el carajo en círculos y aspirando muy fuerte. Luisa le quitaba la polla y competía con ella, sorbiéndome el cipote moviendo su boca en círculos y azotándome el ciruelo con la punta de la lengua. Yo me dejaba chupar y bajé los brazos para pellizcarle las tetas a las dos.

Rebeca tenía unos pezones durísimos, saliendo muy tiesos de la punta de sus pequeños senos, duros y blanquísimos. Luisa, en cambio, tenia los pezones regordetes y oscuros colgándole de una gordas y morenas ubres que se movían temblando y vibrando  adelante y atrás, siguiendo los movimientos de su cabeza.
Yo sentí que me venía el orgasmo y cogí a Rebeca por su cabellera rubia, tirándole de la cabeza hacía atrás con fuerza. Luisa, previendo lo que iba a pasar le dijo:

—No te tragues toda leche, nena…

Le metí la polla en la boca, apretándole el carajo en la carrillada como hice con Luisa y un espasmo de infinito placer me recorrió la espalda, descargando varios chorros de semen espeso dentro de la boca de Rebeca, impactando en el interior de su mejilla y desbordándose fuera de su boca, escurriéndose por los labios, la barbilla y el cuello. Luisa lo lamió todo. Yo le saqué parte de la verga fuera, dejando sólo la punta dentro, dejando espacio en la boca para que no se tragase el resto de leche que quedaba en su interior. Yo dejé que mi rabo macerase un par de minutos allí metido hasta que se me puso morcillona y la saqué.

Luisa aprovechó para besar a su amiga y que ésta le pasase mi lefada  a su boca. Luisa la recogió con mucho gusto y me la devolvió en un largo y húmedo beso.

(Continuará…)

*** 


 Esta es la tercera parte de la serie "Historias vulgares".

3-Una historia mucho más vulgar todavía (1)