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jueves, 8 de septiembre de 2011

Una historia aún más vulgar

(Historias vulgares, segunda parte)


El ruido de la ducha me despertó y noté algo de resaca, la boca pastosa y el cuerpo todo pegajoso. El bajón mañanero me atenazaba la cabeza y no tenía ganas ni de respirar. Me giré sobre la cama y vi que el equipaje de Jaime ya no estaba. Recordé que su avión salía temprano. Me levanté con la cabeza pesada y entré en el baño. Allí dentro estaba Luisa, duchándose. Apenas la conocía y no sabía como reaccionaría a esa mañana post-orgía, así que no le dije nada. A través de la mampara podía vislumbrar su cuerpo de formas redondeadas que tanto placer nos había dado a mí y a mi amigo la noche anterior.

Me limpié la cara y los dientes, me agarré la pija, levanté la tapa del wc y me puse a mear. En ese momento Luisa salió de la ducha. Una cara de aprensión y sorpresa se dibujó en su rostro cuando me vio allí, meando con mi rabo amorcillado delante de ella.

—B… buenos días. —farfullé.

—Joder ¿No podías esperar a que terminara de ducharme?

—Pues la verdad es que no. —Le contesté mirándole sin reparos a la mata de pelos que cubría su coño.

—Eres un cerdo.

Mientras me insultaba se acercó para ver mejor cómo el chorro de meados salía de mi verga. Se me estaba poniendo dura.

—Tú eres el cochinote que se comió el esperma de mi culo anoche ¿verdad?

Yo le miré a la cara para saber por dónde iban a venir los tiros.  Me tranquilizó ver que ella sonreía sin maldad, pero con cierta socarronería cínica en la mirada. Luisa estaba de vuelta de todo.

—Puede ser. —Le seguí el juego.

— ¿Sueles hacer cosas como esa a menudo?

La meada se terminaba y el pis me salía a chorritos entrecortados.

—Depende.

Luisa me agarró del rabo y comenzó a pasar los dedos por el glande, esparciendo los últimos restos de pipí por la cabeza de mi pija, que ya tenía un tamaño considerable.

— ¿De qué depende?

—Pues de la persona con la que esté.

Ella sabía cómo poner dura una polla. En unos pocos segundos sus hábiles caricias provocaron que se me pusiese el rabo duro, muy venoso y con la cabeza inflada a tope.

— ¿Y soy yo una de esas personas?

Ella  tiró de mi rabo para llevarme hasta la ducha.

—Puede.

Una vez dentro Luisa abrió el grifo para que el agua limpiase mi cuerpo, que apestaba a sudor y a sexo rancio. Allí me dijo al oído que ella también era bastante cochina y que tenía ganas de hacer cosas muy guarras. No dejábamos de besarnos y acariciarnos mientras nos decíamos todo tipo de palabras vulgares para excitarnos. Ya estaba a punto de follármela cuando me dijo:

—Para tío, para...

Luisa cerró el grifo y apartándose un poco de mí separó las piernas.

—Acércate…

Yo, adivinando lo que iba a hacer, me puse en cuclillas delante de ella justo a tiempo de orinarme encima, regándome con un chorro cálido y generoso de orines. La meada me cubrió todo el pecho, la polla, los huevos y los muslos. Ella me miraba desde arriba con una cara de viciosa bestial. Me agarró del pelo y me puso el coño lleno de pelos meados en la cara, dejando que los últimos chorros de pis caliente me regasen la boca.

Ella no paraba de tirarme del pelo, restregando su raja por mi rostro. Yo sentía las carnes rosadas de su vulva frotándome la boca, la nariz y la barbilla. Se estaba masturbando con mi cara y eso me ponía como una moto. Yo sacaba la lengua para saborear es chocho ardiente y Luisa se detenía, dejando que le perforase la vagina con mi lengua gorda y juguetona.

—Te gusta ¿verdad cerdo? Te gusta comerte mi coño meado ¿eh?

De mi boca sólo salían gemidos y chapoteos húmedos que aumentaron de fuerza cuando Luisa se corrió en mi cara. Mientras le metía la lengua en la raja le acariciaba el ojete con un pulgar. Tenía muchas ganas de volver a meter mi rabo dentro de su gordo culo. Ella,  al notar el dedo me preguntó:

—¿Lo quieres?

Le dije qué sí dentro de su coño. Tiró de mi pelo, obligándome a ponerme en pie y restregó su cuerpo generoso contra el mío, empapado de orines. Yo tenía la poya a punto de explotar y agarré un bote de aceite corporal que había por ahí para embadurnarme el rabo con él. Le dí la vuelta a Luisa, la puse contra la pared de azulejos y le metí la poya por detrás, buscándole el agujerito peludo, apretándole el ano con el carajo de mi polla sin contemplaciones, empujando con ganas, pero reculando cuando notaba demasiada resistencia para volver a empujar otra vez.

—Sí... así... así... hmmmm... si...

Luisa se abría las nalgas con las manos, elevando el pompis y relajando el esfínter, ayudando a que mi verga aceitada entrase a empujones. Ella gritó con la cara pegada a la pared cuando mis bolas se aplastaron en su raja. Una vez metida hasta el fondo me dediqué a ensartarle el culo una y otra vez, perforándole el ojete con saña.

—¡Así, dame por el culo, cabrón! uHm… uHm… ¡Follámelo! ah, ah, ah…

El ruido que hacían sus nalgas y mis muslos al chocar se mezclaba con sus gemidos y mis jadeos. Como la vez anterior, podía sentir cómo las rugosidades de su interior me apretaban el glande, proporcionándome un placer exquisito en la punta de la polla.

Luisa se metió una mano entre las piernas y comenzó a estrujarme los huevos. Al tercer o cuarto apretón mi polla explotó dentro de sus entrañas, regándola de leche espesa y caliente. Ella siguió masajeándome los testículos con una mano mientras con la otra se frotaba la almeja como una loca. Yo sólo pude echarle el aliento en la nuca, jadeando como un verraco sobre sus hombros, extasiado y agotado. Luisa no dejaba de frotarse, masturbándose con fuerza pegada a la pared.

—Ah ah ah… Hazlo otra vez… hmm hmm hmm Lo de anoche…

Saqué mi pija del cuerpo de Luisa y vi mi polla toda colorada y pringosa de esperma.  Me incliné y puse mi cara entre sus nalgas para chuparle el ojete. Lo tenía irritado y muy abierto, con restos de esperma pegados en los pelitos de alrededor. Yo chupaba y relamía, limpiándole todo el culo mientras ella no dejaba de retorcerse de gusto contra el azulejo del baño, restregándose la mano por el chocho muy rápido. Al poco rato sentí en mis labios que del culo le salía una buena cantidad de esperma. Yo la recogí goloso y me la guardé dentro de la boca.

Me puse en pie detrás de Luisa, le agarré del pelo y tiré de su cabeza hacia atrás para acercar mi boca a la suya. Ella me besó y yo le devolví el beso, entregándole mi lefada mezclada con saliva. Ella, al darse cuenta de lo que era, comenzó a chuparme la boca con fuerza, aspirando y tragando, embadurnándome la cara de saliva y semen. Sin dejar de besarnos y de intercambiar fluidos ella se corrió por segunda vez gritando en mi boca, lanzando gemidos entrecortados y muy rápidos, con la mano hundida entre sus muslos.

Así estuvimos quince o veinte largos minutos, besándonos y lamiéndonos la cara, acariciando nuestros cuerpos cubiertos de fluidos y susurrándonos alguna que otra palabra sucia mientras nos duchábamos.

***


 Esta es la segunda parte de la serie "Historias vulgares".

2-Una historia aún más vulgar.