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miércoles, 29 de julio de 2020

Sofía crece 3, parte X


40.

Sofía.

El centro comercial estaba bastante concurrido a pesar de ser día laboral. Era verano y había mucho turista y veraneante que aprovechaba la media jornada para ir a la playa por la tarde, pasando antes por el supermercado a comprar viandas playeras. Sofía no recordó cuando fue la última vez que fue a la playa. Al pensar en probarse su antiguo bañador se sonrojó.
«Con esta tripita y este culo parecería una morcilla».
Miró a Carlos, que caminaba a su lado, y pensó que no le importaría ir a la playa con él.
«Haría top-less para verle la cara que pondría cuando me viese las tetitas».
¿Se pondría cachondo? Seguro que sí. A los hombres les gustan las tetas. Las suyas eran pequeñas, pero muy firmes y duras.
«Con el aire del mar se me pondrían los pezones tiesos. Luego me tumbaría boca abajo, me metería el bañador en la raja del culo y le pediría que me diese crema en…».
—¿Sofía? —era la voz de una mujer.
La chica se detuvo en seco. Carlos dio un par de pasos más antes de detenerse y girarse para ver a la dueña de la voz.
—¡¿Sofía?! ¿Qué haces aquí?
Sofía se giró.
—¿Mamá?
«No puede ser».
Su madre iba con un carro de la compra cargado hasta arriba y miraba alternativamente a su hija y al hombre desconocido que la acompañaba.
—¿Qué haces aquí? —preguntó Sofía.
—Eso te acabo de preguntar yo. ¿Dónde has estado metida todo el día? —miró a Carlos y frunció el ceño. Luego se dirigió de nuevo a su hija—. ¿Sabes que los de tutoría nos han llamado hoy?
«Mierda».
—¿Tutoría? No, no sé nada de eso… mamá, de verdad. He estado… he tenido que saltarme las clases hoy. La hija de Alberto —señaló a su acompañante—, es mi compañera en el trabajo de final de curso y… y estamos en su casa, terminando el trabajo porque estamos muy retrasadas, pero necesitábamos… necesitamos algunos materiales. El papá de Celeste nos ha traído en su coche.
Carlos giró la cabeza muy despacio hacía Sofía. Ella le miró de reojo, pero no dijo nada más. Carlos miró a la madre y le ofreció la mano.
—Hola, soy Alberto, el padre de Celeste.
La madre dejó en el aire la mano de Carlos durante varios segundos hasta que se la estrechó brevemente tomándola por los dedos, aunque ella no se presentó.
—¿Se puede saber por qué no has llamado en toda la mañana? ¿Y qué quiere decir eso de que no sabes nada de tutoría? ¡Llevas faltando casi todo el semestre!
Sofía se hizo la sorprendida.
—¡¿Que qué?! ¡Imposible! Pero si no he parado de estudiar en clase. Estamos terminando el curso y vamos a tope. Debe ser un error, mamá, de verdad. Mira, si tengo aquí los libros y todo.
Sofía metió la mano en la mochila y le enseñó fugazmente los dos libros de bolsillo que había cogido esa mañana.
La madre miró atentamente a su hija con el ceño fruncido, la sorpresa había pasado al enojo y éste, poco a poco, a la ira.
—Te han abierto un expediente, Sofía. Llevan días intentando ponerse en contacto contigo. No has ido ni un solo día en los últimos tres meses, nos has mentido a nosotros, has mentido al instituto, has falsificado nuestras firmas, ¡y les diste un número de teléfono de contacto que no era el nuestro para hacerte pasar por tus padres!
«No, no, no, no…».
La madre miró a Carlos, aunque las palabras eran dirigidas a su hija.
—Dentro de dos días tenemos una vista con el instructor del expediente, aunque ya te digo que no importará lo que diga —volvió a mirar a Sofía—: para ti se acabó. La semana que viene te vas a trabajar al semillero de tu tía.
Sofía se quedó de piedra, sin saber qué decir, con la cara ruborizada y los muslos temblando. Carlos carraspeó.
—Disculpad, pero tengo que ir a por Celeste. —Antes de irse le echó una mirada bastante elocuente a Sofía y ella lo odió con todas sus fuerzas.
«Huye, cobarde».
Los clientes pasaban al lado de ellas, ajenos a la pequeña tragedia.
—¿No tienes nada que decir? —la madre golpeó el carrito con las dos manos—. Tampoco hace falta que digas nada —miró a la espalda de Carlos, que se alejaba hacia la zona de restauración—. ¿Y ese quien es, eh?, ¿tu nuevo novio? ¿No es un poco mayor para ti? ¿Eso es lo que has estado haciendo todas estas semanas mientras tus padres se mataban a trabajar para pagarte los estudios? ¡¿Follando con uno que podría ser tu padre?! —Varias cabezas se giraron hacía la voz.
Sofía estaba ruborizada hasta las orejas, le temblaba la barbilla y tenía los ojos vidriosos.
«No es justo, no es justo».
—¿No puedes esperar a que te lo explique en casa, mamá? ¿Tienes que avergonzarme en público?
—¿Explicar? ¿Qué tienes que explicar? ¡No hay nada que explicar! Esta todo muy claro, hija mía. Si tanto te picaba el chocho te podías haber buscado a uno de tu instituto, ¡así al menos no hubieras faltado a las clases!
Sofía escuchó un par de risas cerca.
—¿Podrías bajar la voz, por favor, mamá? —Sofía se apartó un par de lágrimas con la palma de la mano–. ¿Podríamos ir a otro sitio?
—Claro que vamos a ir a otro sitio. A casa. A casa, Sofía, que ya está bien, ¡ya esta bien de que nos tomes por tontos! ¡Que estamos hartos de que hagas lo que te de la gana!
—Eso, ¡grita! Grita fuerte, que se entere todo el mundo. ¡Grita! ¡Eso es lo único que sabes hacer bien! ¡Tú y papá! ¡Yo sí que estoy harta de vosotros, de vuestras peleas y de vuestra mala leche!
—A mi no me grites, eh —dijo su madre mientras le apuntaba con un dedo.
—¿Por qué no? Ya deberías estar acostumbrada, mamá.
Un guarda de seguridad se acercó.
—Disculpen, ¿les importaría bajar el tono de voz? Están en un espacio público.
La madre de Sofía se encaró con él.
—Yo hablaré con mi hija como a mi me dé la gana, y haga el favor de no meterse donde no le llaman.
—No mamá, a mi no me vas a hablar como a ti te dé la gana, eso se acabó. Ya no soy ninguna niña.
La madre se volvió hacía ella.
—¡Tú te callas! —Algunos curiosos se pararon alrededor.
El segurata insitió.
—Señora, no grite a la muchacha, que la está dejando en evidencia.
—Pero bueno, ¿quien te has creído que eres tú, mamarracho?
Sofía contempló como su madre y el de seguridad iban escalando poco a poco el nivel de violencia verbal.
«Esto no me puede estar pasando».
Hastiada, con los ojos bañados en lágrimas, los dejó allí discutiendo entre ellos y corrió hacía los servicios públicos. Se encerró en uno de los cubículos y lloró de forma desconsolada hasta que le dolió la garganta.
«Soy un fracaso. No valgo para nada. ¿Qué hago aquí? No valgo para estudiar, ni para trabajar, ni para nada. Solo pierdo el tiempo, dando vueltas, engordando, soñando despierta y haciéndome pajas por las noches. No tengo amigas, ni novio, ni futuro… No soy nada».
«Nada».

 41.

Carlos.

Aquello era demasiado violento. Le hubiera gustado quedarse para apoyar a la muchacha, pero apenas la conocía y estaba claro que su presencia allí solo empeoraría la situación.
«Noelia hubiera sabido manejarla. Hubiera calmado a la madre y consolado a la chica, incluso les hubiera aconsejado sobre cómo solucionar ese embrollo».
Echó un vistazo alrededor de la galería comercial, buscando el logotipo del cáctus sonriente del «Taco Mío». Cuando lo encontró miró las mesas que había fuera pero no vio a nadie que conociese. Pasó dentro del restaurante y escogió una mesa mediana. Estaba convencido de que Sofía se libraría de su madre y que se uniría a ellos tarde o temprano.
«Esa chica tiene una fijación por Noelia. Nadie va a casa de una amiga sin conocer su dirección, y si Noelia no se la dijo fue porque no se tenían tanta confianza. Aunque se equivocó de dirección, Sofía debió de averiguarla por otros medios».
        Esa tenacidad le recordó un poco a él mismo, cuando era periodista y ejercía de redactor y tenía que indagar e investigar para documentarse.
—Carlos.
La voz de Noelia le llegó desde atrás. Se giró y la vio a pocos pasos. Estaba muy atractiva. Sin decir nada más se abrazaron y él no pudo evitar la erección al sentir entre sus brazos las curvas familiares y turgentes. Se besaron sin lengua y se miraron a los ojos. Una vez más hablaron al mismo tiempo.
—Carlos, siento muchísimo no haber estado ahí, han pasado…
—He decidido acudir a ese especialista, no puedo…
Ambos se callaron sin dejar de mirarse a los ojos, sonriendo. Noelia le volvió a besar.
—Pidamos algo primero.
Carlos le tomó de la mano y ella apretó sus dedos con fuerza.
«Dile que la amas, Carlos. Díselo hoy, ahora. No esperes más, tío».
Se sentaron a la mesa y Carlos abrió la boca, pero Noelia se adelantó.
—¿Dónde está Sofía?
Carlos torció el gesto y negó con la cabeza.
—Hmmm… Verás, se ha encontrado con alguien conocido en la entrada. Su madre.
Noelia reflexionó durante dos segundos y alzó las cejas.
—¿Su madre?
—Sí. El encuentro no ha sido muy feliz que digamos ¿Sabías que la chica lleva meses sin acudir al instituto?
Noelia se tapó la boca con la mano.
—Oh, no. Su madre lo ha descubierto.
—¿Tú lo sabías? —Carlos se sorprendió.
—Sí… No… bueno, lo sospechaba. Ella iba siempre al parque en horas lectivas, pero no quise preguntarle para que no se sintiera…
Llegó una chica para tomarles nota y la interrumpió. Carlos pidió algo contundente con mucha carne y Noelia ensalada. Carlos retomó la conversación.
—Igual deberías haberle preguntado. La cosa parece sería. La han expedientado y la madre quiere que deje los estudios para ponerla a trabajar.
Noelia se frotó las sienes y cerró los ojos.
—Mierda. Pobrecilla. Eso la va a dejar muy mal.
Carlos la observó.
—Exactamente, ¿de qué va lo vuestro? ¿Sois amigas de verdad o simplemente era algún rollo tipo hermana mayor/hermana pequeña?
        Noelia miró por el ventanal, viendo pasar a la gente cargada de compras. Carlos no lo sabía, pero ella estaba pensando en la discusión con Bertín y en sus «novias» de Tinder, las chicas con las que quedaba de vez en cuando o con las que se masturbaba a través de mensajes y vídeos. Al cabo de unos segundos miró a Carlos.
—Verás, precisamente de eso también quería hablarte, de mi… situación con esa chica. Es algo complicado, Carlos, y no sé si este es el lugar más indicado para hablar de ello, pero hoy han pasado muchas cosas —Noelia rió con amargura—, cosas increíbles. Creo que necesitas saber algo sobre mí, algo que te he ocultado y que… —Noelia respiró con fuerza—, es algo que de alguna manera tiene que ver con esa chica.
—Me he perdido Noelia.
La mujer pasó un brazo por encima de la mesa y le tomó la mano.
—No quiero perderte, Carlos. Sé que al principio solo eras una especie de… experimento —Carlos se rió—, un sujeto con tendencias destructivas y un cacao mental muy atractivo…
—Gracias.
—…Que despertó mi espíritu maternal y mis ganas de… de arreglar esto —Noelia le dio un golpecito en la frente con un dedo—, pero ya sabes que me he encariñado contigo.
—Noelia…
Ella le apretó aún más la mano.
—Sí, Carlos, tú sabes que me gustas mucho más allá de lo físico… Y sé que el sentimiento es mutuo, aunque te de miedo reconocerlo…
—¡¿Noelia?! —La voz, masculina, no era de Carlos.

42.

Noelia.

Noelia se giró hacía el origen de la voz y sintió el impacto de un puño en la mejilla. Calló hacía atrás, tirando del brazo de Carlos y arrastrándolo al suelo con ella involuntariamente. Algo se movió dentro de su boca, probablemente un empaste. La sangre tenía un sabor metálico muy desagradable.
Escuchó gritos alrededor y percibió mucho movimiento. Abrió los ojos y pudo ver como se acercaba un zapato de piel marrón directamente hacía su cara. Por puro acto reflejo giró la cabeza y la patada le alcanzó en el oído izquierdo. Noelia chilló.
¡PUTA!
Bertín se agachó y le agarró la camiseta, tirando de ella mientras lanzaba su mano abierta contra la cara de su mujer. Carlos se incorporó en el suelo y consiguió cogerle el brazo antes de que la golpease. Bertín giro su rostro enloquecido hacía Carlos, soltó la camiseta de su mujer y le dio un puñetazo en la cara con esa mano.
Nuria, desde fuera del local, gritaba a su amante con todas sus fuerzas, con el cuello lleno de tendones.
—¡¡PARA, BERTÍN, PARA!!
Carlos y Bertín se enzarzaron en el suelo, agarrándose y dándose ostias y patadas al tuntún, en un caos de brazos y piernas. Algunos clientes trataron de separarlos mientras que otros atendían a Noelia. La cara se le estaba hinchando y el oído le sangraba debido a un feo corte en la oreja. Estaba mareada, pálida y cubierta por un sudor frío. La ayudaron a incorporarse y pudo ver como Bertín tenía cogido a Carlos por el cuello, con una rodilla puesta sobre su pecho mientras los espontáneos trataban de quitarlo de encima.
Noelia empujó a los que la estaban sosteniendo y dio una zancada hacia Bertín, golpeándole la cabeza con el pie.
—¡Hijo de puta, suéltalo!
Un par de guardias de seguridad acudieron alertados por el tumulto y trataron de separarlos, pero Bertín y Carlos siguieron con la refriega hasta que llegaron más guardas, esta vez acompañados por los dos policías asignados al centro comercial.
—¡CERDA, BOLLERA DE MIERDA, LESBIANA! —Bertín estaba fuera de sí— ¡¿No tenías bastante con hacerle la tijera a esas putas?! ¡También me tienes que poner los cuernos con este come mierdas!
Bertín se deshizo de los guardas que lo tenían sujeto y agarró lo primero que vio encima de la mesa, el bolso de Noelia, y se lo tiró a la cabeza. Ella se giró, pero no le dio tiempo a esquivarlo. El bolso le dio en la espalda y se abrió, haciendo que todo el contenido del mismo rodase por el suelo.
Uno de los guardas sacó la porra y le propinó un golpe a Bertín en el brazo, pero éste se revolvió, le arrancó la porra de la mano y comenzó a darle golpes con ella. Carlos le hizo la zancadilla y Bertín calló de rodillas. Los policías consiguieron reducirlo. Otra pareja del Cuerpo acudió y siguiendo las indicaciones de los guardas de seguridad tomaron a Noelia y a Carlos y se los llevaron, junto a Bertín, hasta las dependencias de seguridad del centro comercial.
Nuria había desaparecido, alejándose de toda aquella locura y diciéndose a si misma que jamás volvería a acercarse a Bertín.


43.

Sofía.

Salió del cubículo deprimida y triste. Mientras se lavaba la cara contempló su imagen en el espejo.
«Fea, gorda, inútil. Sin trabajo, sin estudios, sin amigos, sin nada. Sólo tus libros y tu caligrafía».
Pensó en Carlos y en cómo se lo encontró esa mañana.
«Un tío como ese se despierta desnudo al lado de una chica y ni siquiera intenta acercarse a ella… Eres tan fea y tan inútil que no sirves ni para que te violen».
Sofía estuvo así varios minutos, auto compadeciéndose y dejando que la desdicha le carcomiese el alma.
«Carlos al menos tuvo el valor de intentar quitarse de en medio».
Sofía pensó que esa salida podría ser factible también para ella. No tenía nada que perder. Nadie la iba a echar de menos tampoco.
«Noelia sí».
«¿Seguro?».
«No, no estoy segura, pero podrías comprobarlo. Habla con ella. Habla con ella una última vez, después puedes hacer lo que quieras. No hay prisa».
Al salir de los baños públicos escuchó un tumulto proveniente de la zona de restauración. Sofía fue hasta allá y descubrió que precisamente en el «Taco Mío» había una trifulca. A pocos metros de la puerta se detuvo espantada al reconocer las voces y gritos de dos de las personas.
«¡¿Noelia, Carlos…?!».
Desde allí pudo ver el resto de la riña, totalmente conmocionada. Excepto las peleas verbales de sus padres, nunca había presenciado la violencia física entre adultos. Era algo dantesco y bochornoso, irreal. Se quedó sin habla y no supo reaccionar. Ninguno de ellos se percató de su presencia. Cuando todo acabó, Sofía, llorando, se acercó a la mesa donde habían estado sentados y habló con los empleados para decirles que era amiga de ellos. Luego recogió las pocas pertenencias de Noelia que habían quedado olvidadas por el suelo.
La voz de un chico joven la sorprendió.
—¡Hey! ¿Eso es tuyo?
Sofía se incorporó asustada, con los objetos apretados contra su pecho. Era un chaval de unos veinte años, muy alto, delgado y de espalda ancha. También tenía un serio problema de acné. Sofía se apartó las lágrimas de la cara antes de hablar.
—Son de una amiga. Ha tenido una pelea y se le han caído.
Tony la miró desde arriba, con el ceño fruncido.
—¿Tu amiga, la de la pelea?
Sofía se encogió de hombros.
—Sí, Noelia —Sofía ignoró al chico y siguió buscando por el suelo.
—¿Tu amiga se llama Noelia? Yo me había citado aquí con una mujer que también se llama igual. Me dijo que había quedado con unos amigos. ¿Eras tú?
La chica dejo de buscar y miró a Tony fijamente.
—¿Tú la conoces? 
—Más o menos. La conocí esta mañana. Me dijo que viniese aquí. Teníamos que hablar de algo importante. Yo también he visto la pelea, pero… no quise meterme.
El chico no era guapo, pero tampoco era muy feo. El problema era esa cara llena de granos.
—Yo también quería hablar con ella, pero se los han llevado detenidos.
—¿Detenidos? No, los habrán metido en la sala de seguridad, para hablar con ellos primero. Yo lo sé porque… —Tony apartó la mirada, azorado—, bueno, porque es lo que suelen hacer. —Tony no quiso decir que a él le pillaron alguna que otra vez robando—. Yo vi la pelea. Al que seguro que sí detienen es al que iba bien vestido. Ese empezó todo. Le dio fuerte a tu amiga, ¿sabes?
Un teléfono sonó cerca. Era una melodía estándar. Sofía y Tony miraron alrededor y la chica descubrió un móvil tras una maceta, en el suelo. Se agachó y lo reconoció como el móvil de Noelia. Miró el contacto de la llamada entrante. 
«¿Francesca? ¿Quien será?». 
Pulsó el icono de llamada y se llevó el teléfono al oído.
—¿Diga?
Al principio no escuchó nada más que ruido y estática, así que salió fuera del local, a la galería. La recepción mejoró y Sofía escuchó la voz de una chica. Sonó muy cercana, estridente, muy fuerte pero con interferencias, con un tono de pánico tan crudo y desesperado que Sofía se asustó.
—¡¡…TITA NOE, NICO LO TIENE, LO TIENE NICO, ME HA MATADO EN LA QUILLA, TITA NOE, TIT…!
La llamada se cortó.
Sofía miró con ojos espantados a Tony. El chico la miró extrañado, con curiosidad.
—¿Qué ha sido eso? —preguntó—. Parecía que alguien estaba gritando.
—No… No lo sé. Era una chica joven. Gritaba y creo que lloraba. Una broma pesada, seguro.
Tony abrió los ojos como platos.
—¿Una chica joven? ¿Qué ha dicho?
Sofía se encogió de hombros y negó con la cabeza.
—No sé, cosas sin sentido.
El chico se acercó a Sofía y le quitó el móvil de las manos.
—¡Hey! ¡¿Qué haces?!
El teléfono usaba un bloqueo sencillo, sin huella, solo había que deslizar el dedo por la pantalla. Tony buscó en el historial de llamadas.
—¡Francesca! ¡Era ella! —miró a Sofía—. ¿Qué te ha dicho?
—No lo sé, gritaba cosas raras. Devuélveme eso, por favor.
—No, mira, esto es muy importante. Esta chica es la sobrina de Noelia. Yo la atropellé y luego la acusaron de robar a su tía. Tiene un bebé y están desaparecidos…
Tony se calló al ver la expresión de enfado de Sofía.
—¿Me devuelves el móvil, por favor? —repitió.
—Sí, claro, lo siento —Tony le dio el móvil—. Perdona. Por favor, ¿podrías recordar lo que ha dicho esa chica?
Sofía negó con la cabeza.
—No lo sé. Parecía asustada. Me ha dado miedo. Decía…
«Nico».
—Dijo que lo tenía Nico. «Lo tiene Nico, lo tiene Nico», quizás decía «chico». Luego dijo que la habían matado.
Tony abrió la boca, incrédulo.
—¿Que la habían matado?
—Sí, eso creo que dijo. Dijo «me ha matado en la quilla», o puede que dijera «en la silla». No lo sé. Fue muy raro. A lo mejor dijo «me han atado a la silla» o algo así.
Tony se pasó las manos por la cabeza, intentando pensar. Sofía miró el móvil.
«Francesca. ¿Quien será?».
—¿Quien es esa chica? —preguntó a Tony—. Pareces conocerla.
—Ella es… —Tony recapacitó—. Es una historia larga y complicada.
—Puedes contármela, tengo tiempo.
—¡Pero ella a lo mejor no! —Tony agitó las manos, nervioso—. Tu amiga me dijo… —miró al techo con los puños cerrados, dudando de si debía decirlo—, me dijo que a Francesca podían haberla secuestrado. ¡Sé como suena, lo sé!, es una locura, pero eso fue lo que me dijo y yo la creo, sobre todo después de esa llamada —Tony, que jamás había tocado a una chica, le puso las manos en los hombros a Sofía—. Por favor, confía en mi. Tenemos que hablar con tu amiga, con Noelia. 
Sofía se encogió de hombros mientras negaba con la cabeza.
—¿Un secuestro? Eso es muy grave, si es verdad habría que hablar con la policía, no con Noelia.
Tony soltó a Sofía y se pasó la mano por el cabello, nervioso, caminando por la galería a grandes trancos, pensando.
—La policía no hará nada. No nos creerá. Tu amiga Noelia habló con ellos cuando desapareció Francesca y le dijeron que era una ladrona. Yo no sé toda la historia, por eso vine aquí, para que ella me la contase. Sé que la policía piensa que Francesca robó a tu tía y huyó, pero tu amiga piensa que en realidad la secuestraron, ¡no me mires así!, eso fue lo que ella me dijo.
—Tú la crees.
—Sí.
—Todo esto es muy raro, tío, deberíamos… —Sofía se calló cuando miró a los ojos de Tony.
«Está a punto de llorar. Madre mía, está a punto de echarse a llorar».
Tony tenía los ojos vidriosos, inyectados en sangre y con los lacrimales cargados. Se mordía el labio constantemente y se agarraba las manos con nerviosismo. Sofía se acercó a él y le puso una mano en el brazo.
—Oye, tranquilo. Está bien, yo te creo.
—Sí, tú me crees, pero la policía no lo hará. ¿Qué le voy a decir? «Hola señor policía, resulta que me he encontrado este móvil, que por cierto, es de una mujer que acaban de detener por una pelea en un restaurante, y resulta que ha llamado una chica acusada de robo diciendo unas palabras sin sentido. Yo creo que era una llamada de auxilio porque pienso que está secuestrada. No, señor agente, no la conozco de nada. Bueno, sí, de haberla atropellado esta mañana, a ella y a su bebé».
Cuando terminó de hablar dos lágrimas intentaban bajar por sus mejillas, pero los granos dificultaban el viaje.
Sofía lo miró en silencio durante largo rato.
—¿La atropellaste? —dijo al fin.
Tony puso los ojos en blanco y por primera vez sonrió. Sofía pensó que tenía una sonrisa muy atractiva.
—Sí, la atropellé. Fue un accidente. Ya te dije que era una historia larga.
Sofía reflexionó mientras le daba vueltas al móvil.
«Todo esto es muy raro. No me entero de nada. Esto es de locos. El tío de la pelea debía de ser el marido de Noelia. Había una chica fuera que gritó su nombre. Además, todas esas cosas horribles que le dijo…».
«Puta, lesbiana, bollera…».
El corazón de Sofía se aceleró.
«Entonces era cierta mi corazonada, no eran imaginaciones mías, yo le atraía».
Tony le estaba preguntando algo.
—Perdona, ¿podrías repetirlo?
—He dicho que me llamo Tony.
Sofía pareció azorada.
—Yo soy Sofía.
—Sofía, creo que voy a buscarla por mi cuenta. A Francesca.
—¿Tú solo?
—Sí… bueno, conozco a alguien que me puede echar una mano, pero necesitaría ese móvil.
Sofía frunció el ceño.
—No. El móvil es de Noelia.
—Lo necesito, Sofía. No soy un ladrón. Lo devolveré, pero es la única pista que tengo.
—No —Sofía apretó el teléfono contra su pecho—. Si quieres yo te acompaño, pero el móvil no te lo doy.
Tony y Sofía se enfrentaron, él, mucho más alto, la miraba desde arriba y ella intentaba no desviar la mirada hacia un grano especialmente gordo que tenía el chico en la frente.
—Vale —accedió finalmente Tony—. Voy a llamar a Cándido, él me echará un cable. Quizás tengamos que ir a su casa.
Sofía dudó. «¿Qué pasa con Carlos y Noelia? ¿Los voy a dejar así, sin más?». Luego pensó que no podía hacer nada al respecto. Tampoco sabía qué iban a hacer los de seguridad con ellos y cuanto tiempo tardarían en salir, si es que lo hacían.
«Además, te mueres de curiosidad por conocer la historia de esa Francesca y lo de ese secuestro, el robo, el atropello y todo lo demás».
—De acuerdo —dijo al fin—, te acompaño.
Tony suspiró aliviado.
—Gracias, Sofi.
La chica lo miró con el gesto torcido. Era la primera vez que la llamaban así. 
—Oye, ¿quien es ese Cándido? —preguntó Sofía.
—Bueno, Cándido es un amigo… especial. No te asustes cuando lo veas.
Se encaminaron a la salida y al llegar al destartalado Citroen de Tony oyeron la sirena de una ambulancia.
—Creo que esa es para tu amiga —dijo Tony.
Sofía sintió una punzada en el pecho: «No debería irme. Tendría que buscarla y darle el móvil, seguro que lo necesita».
Pero algo le hizo seguir adelante: abandonarla y llevarse el móvil era una especie de mezquina venganza. Sofía tenía celos, celos de Carlos y de las otras chicas.
«Ese hombre, su marido, la llamó lesbiana y bollera. “¡¿No tenías bastante con hacerle la tijera a esas putas?!”, eso le dijo».
Sofía pensó que, aunque no se consideraba lesbiana, no le hubiera importado dejar que Noelia frotase su vulva contra la suya.
—Vámonos, Tony. Ya tiene a alguien que se ocupará de ella —dijo pensando en Carlos.
El chico arrancó el coche y Sofía se dejó llevar en silencio hacia el sol de la tarde.

Continuará...

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