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martes, 20 de septiembre de 2011

Vulgar Vulgaris (2)


(Historias vulgares, séptima parte)

Entramos a la habitación y cerré la puerta; me bajé la cremallera, me saqué la polla y se la metí en el coño por detrás, de pie. Le puse las manos encima de sus dos pequeños montículos por encima del vestido y sentía sus pezones erectos y duros a través de la tela. Su coño estaba anegado. En sólo cuatro o cinco envites ya estaba dando esos grititos que daba cada vez que se corría. Su vagina era una delicia increíble, chorreaba fuego líquido, empapándome los pantalones y el faldón de la camisa. Le puse una mano en la boca y ella me mordió los dedos; yo aproveché para metérselos dentro, le metí cuatro, buscando su lengua.

Yo no dejaba de ensartarla; le daba muy fuerte, levantándole el cuerpo en cada pollazo, derritiéndome del gustazo que me estaba dando esa vagina apretada e inundada. Rebeca estaba cachondísima y el ruido acuoso que hacíamos era de locos. Yo le estaba follando la boca con los cuatro dedos de una mano mientras que con la otra le agarraba las tetillas, le daba azotes muy fuertes en las nalgas o le tiraba del pelo. Ella gemía y daba grititos, bufando muy rápido y muy fuerte. 

—¡AHhh! ¡AHhh! ¡AHhh!

Rebeca estaba teniendo otro orgasmo y yo no me pude contener más.

Lancé una serie de bramidos en su oído, abrazándola muy fuerte con mis brazos, estrujando su cuerpo mientras le empujaba hasta el fondo de sus entrañas. Sentía los chorros de semen saliendo disparados de mi polla, impregnando mi capullo de una humedad viscosa y caliente dentro de su vagina. Las pulsaciones de sus paredes me apretaban y aflojaban la verga, exprimiendo mi rabo dentro de su orgasmo. Estuvimos así un buen rato, abrazados de pie, con la ropa puesta arrugada y apestando a sexo, gimiendo y con los ojos cerrados, besuqueándonos y lamiéndonos la cara.

La empujé dando tumbos con mi polla ensartada dentro de su vagina y nos tiramos encima de la cama hechos una madeja de brazos y piernas. Saqué mi verga, me la limpié con los bajos de su vestido y la puse boca arriba sobre la cama, con las piernas abiertas, para sacarle el esperma del coño a chupetones. Ella se dejaba chupar y sorber gimiendo muy despacio, pero con la respiración muy acelerada. Su coño, sonrosado por fuera y muy rojo por dentro, echaba fuego. Su clítoris asomaba tieso y gordo, como un pezón redondo y resbaladizo. Al poco rato de absorberle el chocho comenzó a escurrirse fuera mi leche mezclada con jugo de coño. Yo me lo tragué todo, excepto un grumo especialmente espeso que me guardé en la boca para regalárselo a Rebeca en un beso muy largo e intenso.

Cuando separé mi boca de la suya vi que su mirada echaba fuego y empezó a desabrocharme la camisa, arañándome el pecho y el vientre. Con una voz de vicio brutal me agarró del pelo y me habló a la cara:

—Cómete la aceituna…

Me soltó el pelo y se puso  a cuatro patas. Tenía el vestido arrugado y manchado y empezó a quitárselo, pero yo le dije que la prefería así, vestida. Ella se inclinó sobre la cama como una perrita y me enseñó el culo, separándose las nalgas con las manos. Su ojete, depilado y húmedo, se abría y se cerraba y yo lo lamía, esparciendo mi saliva por los alrededores de la entrada, hundiendo la punta dentro, escupiendo su agujerito rasurado y chupándolo con glotonería.

 Rebeca comenzó a torturar su clítoris con los dedos, haciéndose una paja mientras abría y cerraba el esfínter. La aceituna salió y yo me comí la parte carnosa, dándole el hueso a Rebeca de mi boca a la suya, para que comprobase que realmente me la había comido.

Eso la puso muy cerda: 

—Eres un puto guarro… diosssss… ah… ah… ah…

Se estaba reventando el botón del clítoris con los dedos, frotándoselo muy, muy rápido. Yo me bajé de la cama y me quité los pantalones y los slips; la agarré de la cintura y la acerqué a mí. Ella no dejaba de masturbarse en todo momento, ni siquiera cuando sintió la cabeza redonda y caliente de mi capullo aplastándose en su agujerito trasero.

—Tío… despacio… no me hagas daño…

No le hice ni puto caso y le empujé el ciruelo fuerte y sin compasión. Ella gritaba e intentaba ponerme la mano en la polla, pero yo le agarré del brazo y se lo doblé detrás de la espalda, con mucho cuidado de no hacerle daño.  Ella gritaba contra las sábanas al notar cómo mi polla le separaba el culo, entrando dentro de su ojete a la fuerza. No me detuve hasta que sentí la cabeza pelada en su interior. Ella gritaba y gemía en voz alta con la boca abierta pegada a la cama, dejando una mancha de saliva en la sábana. En ningún momento ella dejó de masturbarse como una salvaje el coño; a veces sentía sus uñas rozando mis pelotas.

—Cabrón… —susurraba entre gemidos.

Le solté el brazo y me dejé caer lentamente encima de ella, enculándola despacio, dejando que todo mi rabo la invadiese poco a poco. Cuando llegué al final me tumbé encima de su espalda, le besé la nuca y le chupé los lóbulos de las orejas; le giré la cabeza y busqué su boca con mi lengua. Ella me besó, tragándose mi lengua mientras sentía la carne dura y caliente metida en su culo hasta el fondo.

Ella se movía muy despacio bajo mi cuerpo, oscilando la espalda y las caderas, dejando que mi polla frotase dentro de ella lentamente. Yo no dejaba de besarle la oreja y de decirle cochinadas al oído.

—Era esto lo que querías ¿verdad, cerda?
—hmmmmm… siiii... hmmmmm…
—Te gusta que te rompa tu culo de perra ¿eh?
—Siiii… hmmmmmf…

Le mordisqueé la nuca y le saqué la polla de atrás, azotándole las nalgas.

—Gírate.

Rebeca se puso de costado sobre la cama y yo me acoplé detrás de ella, también de costado. Le levanté un muslo y le metí la polla por el ojete. Le di por el culo varias veces y luego la saqué, me limpié el rabo con su vestido y se la metí por el coño, para que me lubricase la verga. Mientras la tenía dentro de su vagina ella bajó una mano y empezó a meterse un dedo dentro con mi rabo metido. Eso me puso muy cachondo y le pedí que intentase meterse otro más.

—A ver cuantos te caben con mi polla metida, rubia.

Con el tercero no pudo y decidí ayudarla sacando primero mi polla.

—Métetelos ahora que hay hueco.

Ella se metió los tres dedos y yo comencé a empujar la cabeza gordota de mi rabo dentro también. Al estar más estrecho el goce en la punta de mi polla era bestial, sobre todo al sentir la redondez y la dureza de las falanges de la mano, totalmente aceitadas y engrasadas con el jugo del coño de Rebeca. Ella gemía muy fuerte:

—¡AOUuuuuuff!….

Yo empujaba y reculaba muy despacio, apenas unos milímetros cada vez; poco a poco mi poya le entraba dentro, dilatando su vagina. Cuando conseguí meterle un buen trozo de rabo lo dejé allí quieto y puse mi mano encima, para acariciar su mano, mi polla, su coño, todo al mismo tiempo. Ella gemía y se movía dentro del arrugado vestido con los ojos fuertemente apretados. Yo también empecé a moverme, deslizando mi poya fuera y dentro de su gruta, restregando mi cipote por los dedos que ella tenía metidos dentro. No quería quedarme con las ganas de echar un vistazo allí abajo y al rato le saqué el pijo, le aparté los dedos y me asomé a su cueva:

Estaba muy colorada, chorreando jugos. El agujero estaba abierto y podía ver las carnes sonrosadas palpitar en la oscuridad de su interior. Tenía muchos bultitos, pliegues y arrugas, todas pringadas de mucosidad vaginal que le rezumaban por todos lados. Le metí cuatro dedos y le estuve tocando por dentro un buen rato con los dedos doblados hacía arriba, con el pulgar extendido para frotar su gordo clítoris. Me acoplé entre sus muslos y le metí la polla por el culo sin dejar de masturbarle con la mano. Ella se bajó el escote y empezó a tirar de sus tetitas, dándose pellizcos y retorciendo sus tiesas puntas con los dedos y las uñas hasta que se le enrojecieron mucho. La rubia era un poco masoca. 

Le saqué la mano del coño y le estrujé las tetitas con los dedos pringados por encima de la ropa. La tela era liviana y sedosa y podía sentir perfectamente la carne dura del pezón a través de ella. Su culo hacía mucho ruido. “flop… flop… flop…”  Le bajé el vestido por los hombros, rasgándolo un poco, para poder dejar sus tetas al aire. Le di por el culo con más fuerza para ver cómo sus pezones vibraban adelante y atrás a toda mecha. Me metí uno en la boca, lo mordí con los dientes con suavidad y chupé muy, muy fuerte. Ella dio un gritito. Me ponía loco sentir esa carne sonrosada y dura entre mis labios.

—Dámela… déjame que te la chupe… —dijo ella.

Le saqué la polla del ojete y me puse sobre su cara. Le estrujé el nabo resbaladizo en las mejillas y dejé que resbalase entre sus labios; la rubia abrió la boca con glotonería. La cabeza gorda se agolpó en la carrillada interior y su mejilla se abultó. Ella movía la lengua dentro de la boca, apretándome las venas de la polla. Le puse una mano en la cara y le acaricié el bulto que le hacia mi polla en la mejilla. Le daba palmaditas y podía sentir los golpecitos en la punta de mi polla a través de la piel. Ella bufaba y gemía de gusto: se estaba masturbando con cuatro dedos.

—¡Gmmmmmff!… ¡Ggmmmmff!..

Le agarré de los pelos y comencé a follarle la cara, dejando que los cojones le diesen en la barbilla. Ella tragaba haciendo mucho ruido y soltando babas. A veces le sacaba el rabo de la garganta para besarla y chuparle la lengua. Rebeca tenía toda la cara pringada de saliva. Seguí metiéndosela por la boca hasta que sentí que me corría: le enchufé toda mi herramienta tiesa hasta los cojones y dejé que la leche comenzase a regarle la garganta. Ella intentó tragar, pero no pudo y comenzó a toser con mi rabo aún eyaculando dentro. Se lo saqué y ella tosió en mi verga. Aún salía semen y la lefa se quedó colgando entre babas y fluidos sobre su cara. Ella me la agarró y siguió exprimiéndome el rabo, magreando la carne dura y resbaladiza durante un rato mientras se masturbaba hasta que se corrió con los cuatro dedos metidos en el coño.

Tenía la polla lustrosa y chorreando viscosidades y me bajé de la cama para buscar en el bolsillo de la chaqueta las bragas de Rebeca. Me limpié la polla con ellas y luego las usé para limpiarle la cara. Ella las lamió. Los dos estábamos hecho un asco. Ella rió:

—Me has dejado el vestido hecho una mierda.
             
            Yo la miré y vi sus tetitas asomando por el escote rajado, la tela toda arrugada, las manchas de babas y humedades varias…

             —Luego te compro dos.
            —¿Qué pasó con tu aceituna? —me dijo de pronto.

            Mientras le quitaba el vestido y acariciaba su cuerpo blanco y suave le susurré al oído:

            —No llegué a metérmela. Me la comí antes de llegar al baño.

            Ella se rió y ronroneó como una gatita mientras se levantaba para ir a la ducha.
                

*** 

Esta es la séptima parte de la serie "Historias vulgares"

7-Vulgar Vulgaris (2)
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