Buscar este blog

viernes, 9 de abril de 2021

ESPERMA (15)

 15.

Carla


Me acuesto con tu padre —dijo Magdalena mirando con vehemencia a su amiga Carla mientras la sujetaba de los brazos.

Las gafas aumentaban sus ojos verdes, vidriosos y húmedos.

Carla cerró los párpados y exhaló un suspiro mental.

«Ahora no, por favor» —pensó con hastío.

—Magdalena, no…

—Carla, por favor —interrumpió Magdalena, hablando muy deprisa, muy nerviosa—. Sé que me vas a odiar y tienes todo el derecho del mundo a hacerlo, a odiarme y a insultarme y a escupirme y todo eso, pero me estoy volviendo loca y no hay nadie con quien pueda hablar de todo esto, excepto tú, porque no se trata de… de sexo, Carla… ¡tú lo sabes! —exclamó con lágrimas en los ojos—, tú sabes que siempre he andado detrás de tu… de Gabriel y sí, bueno, vale, tú te lo tomabas a risa y me seguías la corriente, pero en el fondo… En el fondo tú debías de saber que para mí era algo más, que siempre lo perseguía… lo perseguía porque yo, yo… 

Carla intentaba detener ese torrente de palabras, pero era imposible.

—…Yo siempre he estado detrás de él, y tú te lo tomabas a broma, ¡yo lo entiendo!, pero para mí siempre fue más que eso, Carla, cariño, por favor, me tienes que perdonar… Le quiero, Carla, le amo, no es solo sexo, él… oh, Carla… ojalá fuera solo sexo, porque todo sería mucho más sencillo, pero esto va más allá de eso, siempre fue así, al menos dentro de mí, y creo que también dentro de él, porque yo sé que él me quiere, me ama, Carla, pero no sabemos qué hacer, porque él es… es… tu padre y es… es un hombre casado… y… y…

Magdalena rompió a llorar y no pudo seguir hablando.

A Carla le daba mucha lástima ver a su amiga llorar de esa forma. Era muy patética, con ese cuerpecito anoréxico y esa carita de conejo llena de pecas, toda convulsionada y lagrimosa… pero también recordaba como ese mismo cuerpo fue izado desnudo con asombrosa agilidad sobre el miembro erecto de su padre, arriba y abajo, una y otra vez.

Quería abrazar y consolar a su amiga de la infancia, pero en lugar de ello le apartó las manos de sus brazos con cierta brusquedad.

—Lo sé, Magdalena. Sé lo vuestro. Os vi en el estanque y sé que os veis desde entonces.

Magdalena miró fijamente a su amiga boquiabierta, con el maquillaje corrido y los ojos húmedos e irritados, aumentados por las lentes de sus gafas, anonadada. Carla se dio la vuelta y entró a la cocina. Allí puso a recalentar café en el microondas mientras Lena la seguía, primero con la mirada y luego con paso inseguro.

—Lo… ¿Lo sabías? —Lena se dejó caer sobre una silla, la misma donde se masturbó Carla el día anterior frente a su hermano.

Carla asintió con la cabeza, dándole la espalda mientras trajinaba en la cocina, buscando un par de tazas.

—¿Por qué, por qué no dijiste nada? —tartamudeó Lena—. ¿Cómo?, ¿Cómo pudiste…?

La pelirroja estaba tan confusa y sorprendida que dejó la pregunta en el aire hasta que cayó en la cuenta de una cosa.

—¿¡Nos viste?! ¿Nos espiaste?, o sea… —un súbito rubor encendió su rostro, avergonzada al asimilar el hecho de que su amiga la vio desnuda practicando sexo con su padre.

Carla sirvió un par de tazas y se sentó frente a Magdalena.

—Sí, os vi —confesó—. Cuando te fuiste de la piscina me sentí mal por enfadarme contigo y fui a buscarte para pedirte perdón.

Aquello era una verdad a medias. Carla la siguió porque sabía que Magdalena se aprovecharía de su padre estando solos y sentía curiosidad, aunque nunca imaginó que ambos llegarían tan lejos.

—¿Por qué no dijiste nada? ¿Por qué no nos detuviste?

—Igual debí de hacerlo, Lena —Carla no ocultó su enfado—, igual debí salir al estanque y decirle a mi padre que te sacase la polla y que dejara de ponerle los cuernos a mi madre con mi mejor amiga.

Lena miró a Carla de hito en hito y comenzó a hacer pucheros. Carla ignoró las lágrimas de su amiga y puso como dos toneladas de azúcar en su café, removiéndolo enérgicamente.

—No dije nada en ese momento por ti —mintió mientras volvía a acercarle el rollo de papel a Lena—. Me callé por ti y por mi padre, porque pensé que el mal ya estaba hecho y que lo mejor que podía hacer en ese momento era pensar con calma y no formar un escándalo que nos perjudicase a todos.

Era otra verdad a medias.

Lo cierto era que cuando Carla los vio y asimiló lo que estaba viendo se excitó tanto que se masturbó allí mismo, escondida entre la maleza. Cuando todo acabó no supo qué hacer: había sido testigo de la infidelidad de su padre, pero ella había disfrutado viendo ese acto. ¿Dónde la colocaba eso a ella?, ¿era ella también cómplice por permitirlo y disfrutarlo como espectadora?, ¿cómo podría acusar a su amiga y a su padre sabiendo que ella también participó de alguna manera? 

Los primeros días después de aquello se sintió confusa y, sobre todo, muy culpable, y su actitud hacia su padre y Lena se enfrió muchísimo.

Lo cierto era que se encontró en una disyuntiva, pues no sabía como manejar aquella situación. En realidad ni siquiera estaba segura de que le correspondía a ella hacerlo.

Magdalena se quitó las gafas y se secó las lágrimas derrochando servilletas de papel.

—No puedo seguir así, Carla, no quiero seguir engañando a Rosa, a tu madre…

—¡Pues no lo hagas! —exclamó enojada—. Deja de verte con mi padre, así de sencillo.

—¡No puedo! No podemos… Te lo estoy intentando decir, lo nuestro es…

—Ah, por favor —Carla puso los ojos en blanco—, no me digas más lo del amor y todo eso…

—¡Pero es cierto, Carla!

—¡No! No lo es. No se trata de amor, ni romances ni… ni… ni chorradas de esas.

—¡Carla!…

—¡No! No, Lena. No. Le has calentado la bragueta a mi padre y él se ha aprovechado de ti. A lo mejor él también se ha montado la película de que te ama y todo ese rollo, pero en el fondo solo se trata de un calentón o de la crisis de los cuarenta o simplemente… Simplemente se trata de tener una amante que es casi una cría porque… porque ya no quiere a mamá, o no la soporta, o porque quiere volver a tener sexo como si tuviera treinta años menos, o porque…

—Te equivocas Carla —dijo agitando la cabeza—, eso… eso no es así. Tú no sabes lo que sentimos el uno por el…

—¡Ni lo sé ni quiero saberlo! —Carla golpeó la mesa con fuerza, derramando café.

Magdalena miró a su amiga con una expresión de decepción y desengaño en su rostro, tratando de contener las lágrimas, buscando las palabras adecuadas sin encontrarlas. Carla arremetió de nuevo, dejando que su lado más rebelde y obtuso saliera a flote.

—¡Espabila, Lena! Lo que pasó allí fue que los dos estabais tan cachondos que aprovechasteis la oportunidad, y punto. ¡Lo mismo os hubiera dado follar entre vosotros o con el vecino de al lado o con el primero que pasase!

Carla se dio cuenta de que eso mismo fue lo que pensó sobre lo que le sucedió con Esteban.

Magdalena se levantó de la mesa. Carla vio que las manos de su amiga temblaban mientras se colocaba las gafas. Cuando Lena habló una sonrisa amarga y temblorosa bailaba en sus labios, humedecidos por las lágrimas.

—Me equivoqué, Carla. Me equivoqué al venir aquí para contártelo. Si hubiera sabido que los celos por vernos a mi y a tu padre juntos te iba afectar tanto no lo hubiera hecho.

Carla abrió la boca dispuesta a rebatir semejante tontería, («¡¿Celos?! ¿Celosa yo de… ¡de ellos!?»).

—Pero estoy tranquila —continuó Magdalena, esta vez con un tono más conciliador, pero sollozando y sorbiendo por la nariz constantemente—, te conozco y sé que a pesar de tus dudas en el fondo me comprendes y que al final aceptarás lo que he hecho… lo que hemos hecho. Puede que no nos lo perdones, pero sé que lo entenderás aunque no quieras reconocerlo, y con eso me conformo.

Magdalena no esperó a que Carla contestase y salió de la casa sin mirar atrás, pues no podría soportar una batalla verbal llena de reproches e infantiles acusaciones. Carla era obstinada y su tozudez le impediría razonar y acabarían diciéndose cosas que las dañarían hasta un punto más allá de la reconciliación.

También se fue de la casa de Carla porque ahora tenía miedo de confesarle que estaba embarazada de su padre.


Carla quedó confusa, pensando en las palabras de su amiga, sintiendo como esa rebelde obstinación iba creciendo hasta convertirse en enfado.

«¿Celos? ¿Yo celosa? ¿De qué?, ¿de quién?, ¿de ellos dos? ¡Es ridículo!».

Pero era cierto. Estaba celosa: celosa de ver como su amiga gozaba de algo que ella deseaba con tanta fuerza. Celosa de que Magdalena disfrutase con libertad de su cuerpo mientras que ella se tenía que conformar con fantasías, compresas usadas y pañuelos sucios. Celosa de Lena y de su amante, su padre, sí, pero un hombre maduro, experimentado, que sabría darle a esa patética criatura pelirroja todo lo que ella quisiese con sumo placer.

Celos de su amiga, que podría fornicar libremente mientras que ella tenía que conformarse con hacerle una torpe mamada a su hermano marica.

«¿Y tu padre, Carla? ¿También estás celosa de él?».

Sí. Tuvo que reconocerlo. Celosa por tocar a su amiga de la infancia. Por tocarle esas feas tetas que ella solía pellizcar en broma. Celosa por besar esa boca dentuda de labios gruesos y por tocarle el sexo, hinchado y de extraños labios. Ella era su amiga de la infancia y él no tenía derecho a poseerla de esa forma, de tocarla, besarla, penetrarla… amarla.

Carla, enojada, fue hasta el baño y se llevó la bolsa de la ropa sucia a su habitación. Allí metió la mano dentro hasta encontrar sus pantalones cortos. Al momento sintió la humedad viscosa del semen de ese hombre.

Luego extendió la prenda sosteniéndola con ambas manos y vio como el esperma de Víctor aparecía ante ella. La viscosidad masculina se había mezclado con sus flujos femeninos, creando una pasta viscosa ligeramente líquida. El olor era muy fuerte y Carla sintió un vahído.

«Esto ha salido del interior de ese hombre».

Sin pensar en lo que hacía, ignorando totalmente los posibles riesgos y peligros que ello entrañaba, enfadada, excitada y celosa, sacó la lengua y lamió el esperma de Víctor, hundiendo la punta del goloso apéndice en el pantalón y recogiendo la cremosa sustancia con su boca, saboreándola despacio: tenía un gusto fuerte, pero con un pequeño toque dulce. Carla deseó haber probado esa leche directamente del recipiente original, puesto que el olor a pescado que emitía su pantalón contaminaba el aroma del forzudo contratista.

La chiquilla deseó haber entrado al baño mientras él se masturbaba, como hizo con Esteban. De buena gana habría aceptado la corrida de ese macho en la boca, pues deseaba volver a sentir en el paladar una eyaculación potente, que le inundase la boca y la atragantase hasta provocarle arcadas.

Mientras lamía la asquerosa prenda se sintió sucia, puta, depravada y pervertida. Lamió una y otra vez el repugnante pantalón, mareada por el fuerte olor que desprendía, recordando la fugaz visión de un pene mucho más grueso de lo normal, hinchado y ensuciado con la crema que había pegada en los pantalones, masturbado por una mano enorme, fuerte, con vellos en los nudillos.

Recordó que ese esperma había sido expulsado gracias a ella, pues habían sido sus efluvios impregnados en la ropa sucia lo que había excitado a ese palurdo, bruto y salvaje, incitándolo hasta el punto de correrse.

«Tendría que haber entrado» —pensó otra vez con rabia mientras besaba sus pantaloncitos de deporte, manchando su barbilla y sus mejillas de semen, absorbiendo y tragando la espesa nata que colgaba viscosa de allí.

«Tendría que haber entrado para que ese bestia me follase la boca, para que me rompiese el coño con ese pedazo de pollón».

Carla se desnudó y se subió encima de la almohada, con su almejita chorreando y mojando el cojín. Comenzó a cabalgarlo, frotando con fuerza adelante y atrás, restregándose el semen de Víctor por la cara y por las tetas mientras fantaseaba. La viscosa sustancia se quedó pegada a sus diminutos pezones y estos se endurecieron, brillando húmedos e inflamados.

«Tendría que haber dejado que me violase y cuando llegase Magdalena él también la violaría, por puta, por guarra».

—«Ven aquí, follapadres —le diría—. ¿Te gustan los viejos, eh?, pues ven aquí, zorrita, que te vas a hinchar de polla vieja».

Carla le agarraría esa melena roja y la pondría a cuatro patas, agarrándole el pollón sucio a ese gordo de mierda, tirando del cipote para apuntar el carajo entre las nalgas planas y huesudas de Lena. El cerdo le hundiría la tranca hasta los cojones y la cerdita de su amiga gritaría al sentir como le abría las entrañas ese enorme salchichón.

«¡Reviéntala, hijo de puta! ¡Fóllala, dale fuerte, cabrón!».

Y ella se pondría frente a Lena, con su coñito bien abierto, para que su fea amiga se lo comiese con esa boca dentuda y esas gafas ridículas.

No era la primera vez que fantaseaba con Magdalena comiéndole el coño, pero esta vez el añadido de ese Víctor empotrándola por detrás le hizo alcanzar un orgasmo repentino, inesperado, que la dejó rendida sobre la cama.

Excitada, rehuyó pensar en su hermano, en su padre y en Lena, dejó que su mente se evadiese de todo aquello fantaseando, recordando una vez más a ese peligroso pervertido masturbándose en su baño, a solas con ella en casa.

«Volverá. Volverá para colocar la mampara, vendrá otra vez para trabajar en el baño».

Una idea navegó por su morbosa cabeza, plagada de imágenes en las que ella era forzada por ese gordo de ojos color miel y de mejillas peludas, por ese pervertido fetichista lamedor de bragas sucias.

Carla se levantó de la cama, sintiendo el coño palpitante, con los labios internos oscurecidos por la sangre que los hinchaba. Luego rebuscó entre su ropa interior, buscando unas braguitas color rosa de algodón, muy sencillas, con el nombre «Carla» bordadas en ellas.

«Si le gustan tanto las bragas sucias vamos a darle una bien guarras».

Regresó a la cama y se abrió de piernas, acariciándose el coño con las bragas, humedeciéndolas con su jugo. Cerró los ojos y fantaseó con Víctor, recordando las breves imágenes que pudo visualizar a través del espejo. Vio como ese cerdo chupaba las manchas menstruales que había en sus sábanas y como lamió sus pantalones, impregnados con la crema reseca de su coño.

Carla recordó ese cipote grueso, de gran diámetro, de una perturbadora belleza, con esas venas y arterias retorcidas como raíces de árbol surcando el abultado tronco. El reflejo en el espejo duró apenas un segundo, pero suficiente para que se quedara grabado a fuego en su calenturienta cabeza.

La muchacha, ardiendo de lujuria y rabia, se metió un extremo de la braguita en el chocho, empujando la tela con un dedo suavemente, poco a poco, centímetro a centímetro, metiéndose las bragas dentro de la babosa vagina.

Nunca había hecho nada semejante y la excitación y morbosidad del acto la tenían excitadísima. En poco tiempo logró introducirse toda la prenda, dejándola que se macerase con los abundantes jugos que expulsaba su cérvix.

Sus tetas, duras y erectas, clamaban ser acariciadas y ella así lo hizo, estrujando sus turgentes peras con fuerza, atrapando los sensibles pezones entre los dedos para apretarlos y pellizcarlos. Eran pequeños y planos, como dos lentejitas, pero cuando se endurecían se volvían muy sensibles, sobresaliendo ligeramente de la areola.

Luego tiró de una punta de las braguitas, sacándolas muy, muy despacio, tirando hacia arriba para que le rascase el clítoris. Sentir como le iba saliendo todo eso era maravilloso, pues notaba como se le vaciaba la vagina poco a poco mientras que la tela resbalaba sobre su pipa, masturbando su hinchado clítoris durante el recorrido. Cuando salió del todo, Carla la acercó a su cara para oler y probar su sexo.

A Carla le gustaba mucho el sabor de su coño y se preguntó si todas las vaginas sabrían igual o habría alguna diferencia de una a otra. Mientras chupaba sus bragas deseó no haberse peleado con Magdalena, puesto que ahora estaba tan cachonda que no le hubiera importado comprobar a qué sabía el mejillón de su amiga. Carla se lo había visto muchas veces y siempre bromeaba con Lena diciéndole que tenía un coño muy feo, con esos labios tan largos y arrugados y con el glande del clítoris tan salido. Pero lo cierto era que le daba mucho morbo ver ese conejo tan extraño y siempre tuvo ganas de tocárselo con tranquilidad, solo para ver que se sentía al tocar esos pellejos de aspecto tierno y elástico.

Mientras pensaba en todo eso volvió a meterse las bragas dentro del coño.

Ejecutó esa operación varias veces, adquiriendo práctica y acelerando el proceso hasta el punto de que su dilatada vagina podía tragarse las bragas de un solo empujón, apelotonadas y arrugadas. Carla las dejó allí metidas, y se levantó, caminando desnuda hasta el baño, sintiendo ese extraño cuerpo dentro de su vientre.

Entró a la ducha y se extrajo un trozo de tela, dejándola colgando fuera del coño, aguantándose las ganas de orinar. Luego se masturbó con rabia usando los dedos para tocarse la pepitilla, frotándose la caperuza con mucha rapidez, gimiendo mientras el sudor corría por su cara.

Por su cabeza se mezclaban todo tipo de imágenes y fantasías morbosas. Cerca del clímax recordó los vídeos gays de su hermano e imaginó a Esteban allí, con ella chupándole esa bonita polla mientras que ese gordo le follaba el culo a su hermano, metiéndole el pollón por el ojete y tirándole de los pelos rubios, dándole fuerte, golpeando su gorda tripa contra las nalgas de Esteban.

Por primera vez también pensó en su padre, soso, aburrido y despistado, con esa sorprendentemente larga picha empalando a Magdalena, en el estanque, pero esta vez Carla intervenía para meterse debajo y sacarle la polla a su amiga y cambiarla de agujero, apoyando el cipote de su padre en el estrecho agujerito del ano para que se la metiese por el culo a su amiga hasta el fondo, mientras que ella le tocaba los huevos a su padre, exprimiéndolos para que se corriese y le rellenase de esperma el culo a esa puta pelirroja.

En poco tiempo le llegó el brutal orgasmo, chillando a voces y aflojando al fin el esfínter, dejando que los meados empapasen las bragas, chorreando por las patas abajo. Cuando se las sacó del coño estaban empapadas de cremosos fluidos sexuales, encharcadas de pis y apestando a sexo sucio.

Luego las metió en una pequeña bolsa de plástico y la cerró, para que se macerara con sus propios jugos.

«¿Te gustan mis bragas sucias, marrano? Pues te vas a hinchar, cabrón».


continuará...

Esperma 16

(C)2021 KAIN ORANGE

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Los comentarios no están moderados y pueden ser anónimos.