ACTO II
(Doble masturbación y sodomización)
Marcos temblaba de arriba abajo con los ojos cerrados, mareado por el calor y por la depresión post-coito. Así que no se percató de que Tránsito se estaba desnudando hasta que ésta terminó de hacerlo, quedándose vestida únicamente con un sujetador gigantesco con unas copas descomunales y unas bragas de algodón. Sus piernas, largas y torneadas, subían desde el suelo en gráciles curvas para acabar en unas nalgas perfectamente redondas; su cintura de avispa estaba presidida por un pequeño ombligo en forma de botón que pedía a gritos que lo besaran; sus grandiosos pechos eran dos globos de carne redondos que desafiaban la ley de la gravedad y su rostro era el de un angelito que acaba de despertar en un prado estival rodeado de florecitas.
Tránsito se acercó a Marcos, le estrujó aquellos melones de tamaño sideral contra el pecho y le metió la lengua hasta la campanilla. Mientras le comía la boca al distraido cazurro la chica se apartó las bragas y se sacó una hermosa pija de entre las piernas, no tan grande y gruesa como la de Marcos, pero igual de tiesa, dura y excitada.
Tránsito besaba y chupaba la lengua de Marcos mientras restregaba el capullo de su gorda polla contra el grueso cipote amorcillado del campesino. El mozo recibía con júbilo la lengua juguetona de la chica, pensando que el roce que sentía allí abajo era provocado por los dedos de la mujer.
—Vaya pedazo de jamelga buena estás hecha, leona. Me estás poniendo el pijo como un gayao.
—Y tú a mi el mío.
El bueno de Marcos, concentrado en tragarse los fuertes gemidos y las abundantes babas que le regalaba Tránsito, no se enteraba de la misa la mitad. En un par de minutos de intercambio de fluidos bucales y de restregones cipotiles las pollas de estos espontáneos amantes alcanzaron todo su esplendor. Tránsito agarró ambos miembros con sendas manos, sin dejar de besar al excitado garrulo, y empezó a menearlas y restregarlas una contra otra, frotando los dos capullos con mucha destreza.
Marcos estaba totalmente extasiado con ese maravilloso roce, pues nunca había sentido la textura de un glande restregado contra el suyo, creyendo el pobre infeliz que aquella gloriosa caricia le estaba siendo proporcionada únicamente con la mano de la rubia.
Muy pronto ambos orificios genitales comenzaron a segregar líquidos preseminales y otras sustancias lubricativas, embadurnando las excitadas pichas con resbaladizos jugos.
Marcos hizo ademán de meterle mano allí abajo, pero Tránsito se adelantó a él y realizó una maniobra de distracción quitándose el sujetador.
—¡Ostia puta!
Exclamó espantado al ver las dos monstruosas tetazas que salieron a su encuentro. Más de ocho mil euros le costaron a la chica las dos sandías, las más grandes que le dejaron ponerse, dos misiles nucleares con unos pezones tiesos como los pitones de un mihura.
El joven aldeano se lanzó a por ellas como un náufrago a una tabla de madera, como si le fuera la vida en ello.
—Te gustan, ¿eh?, ¿has visto qué tetas? Chupa con ganas, vamos.
Y Marcos no sabía ni donde meter la cabeza ni por donde empezar a chupar las colosales ubres, así que se dedicó a amasarlas con esas enormes manazas que tenía, estrujando los melones con unos dedos que parecían salchichas alemanas.
El roce de las pollas, el masaje en las tetas, los besos en la boca y, en general, toda esa situación morbosa, hizo que la chica comenzara a sentir los primeros estertores de una merecida eyaculación, provocando que bajara la guardia y permitiendo que una de las manos de Marcos bajase hasta su entrepierna, con la evidente intención de acariciarle el inexistente conejo.
Marcos buscaba y buscaba, agarraba, soltaba, acariciaba, sobaba y restregaba, confuso y mareado con tanta teta y tanto besuqueo. Al final se confundió y le agarró la pija a su amante, usando para ello esos dedazos que el garrulo tenía y que tanto le gustaban a la rubia, provocando a la buena de Tránsito una explosión orgásmica de proporciones divinas. Los chorretones de esperma le salían como una fuente, bañando ambas pichas con una cálida y viscosa película que pronto empezó a correrles por los muslos.
Tránsito le metía la lengua en la boca todo el rato a su apuesto garrulo, gimiendo como una gata en celo mientras sentía esos dedos aferrando su polla femenina.
Marcos, confuso, no sabía muy bien qué pasaba ahí abajo, pues sentía algo gordo, caliente y duro, con unas formas familiares pero al mismo tiempo distintas. Sentía como unas protuberancias, curvas y redondeces inesperadas, todo ello regado con una agradabilísima sensación de cálida y viscosa humedad.
—¡¿Pero esto que pijo es, tía!?
Exclamó tan confuso como sorprendido.
Tránsito dejó de besarlo y se apartó para que su pobre garrulo viera todo lo que pasaba allí abajo. Marcos bajó la cabeza y vio que estaba agarrando una polla que le salía a esa diosa de entre las piernas. Los dedos que la aferraban estaban encharcados de lefa caliente, así como su propia polla, que por cierto tenía una erección pantagruélica. Grandes grumos viscosos abundaban allá abajo por doquier, debido a la potencia eyaculadora de la rubia.
—¿Eres un tío? —Le preguntó boquiabierto sin soltarle la polla.
—¿Te parezco un tío?
—No.
—Entonces, ¿por qué preguntas?
—Pues porque tienes una picha —Marcos agitaba el miembro de Tránsito para darle énfasis a su respuesta—.
—Tener picha no es lo que hace a un hombre ser un hombre, querido.
Advirtiendo la confusión de Marcos le dijo a continuación:
—Veras, cariño, es muy sencillo: soy una mujer que tiene pene. Sucede lo mismo que con tus pezones. Ambos tenemos pezones, tú tienes pezones de hombre y yo pezones de mujer. Pues ésto es igual. Lo que tienes en la mano es mi pene. Un pene de mujer.
Marcos aún estaba confuso, pero algo debió de entender, porque esos ojazos azules, el pelazo rubio, los misiles balísticos y las piernas kilométricas no podían ser de un hombre.
Además, la sensación que le transmitía esa culebra gorda y caliente cubierta de mocos seminales que palpitaba entre sus dedos, era ciertamente muy agradable, máxime sabiendo que era parte de esa cosa tan hermosa y perfecta que suspiraba y gemía delante de él.
Tránsito, viendo que su pobrecito campesino aún dudaba, le echó una mano a decidirse agarrándole el monumental cipote mientras se daba la vuelta para ofrecerle su redondo trasero. Al hacerlo, Marcos no tuvo más remedio que soltar la pija femenina, sintiendo inmediatamente una sensación de nostalgia y vacío, pues se estaba acostumbrando a tener entre sus manos una picha ajena a la suya.
El mango del campesino, manchado y lubricado con el esperma de la espontánea corrida de Tránsito, fue dirigido sabiamente hasta la zona trasera, insertando el abultado glande en la estrecha entrada rectal de esa fantástica rubia.
Marcos dejó que su nueva compañera hiciera todo el trabajo, pues todo eso era nuevo para él y no quería meter la pata y asustar a esa estupenda jamelga de extraña fisonomía.
Tránsito se echaba buenos escupitajos en la mano para luego embadurnar el gordo mástil que tenía apuntalado en la entrada de su experimentada cueva. Así, entre babas, esperma y algunos agradecidos chorritos de líquido preseminal que expulsaba Marcos, la chica pudo dilatar el ojete lo suficiente para permitir la entrada del cipote. Una vez que la corona del glande consiguió cruzar la estrecha frontera, el pollón tuvo vía libre para explorar las entrañas de la muchacha.
Marcos cerró los ojos y le agarró las redondas nalgas y permitió que la chavala se empalase ella sola con su verga. Tránsito soltaba unos gemidos abrumadores, pues sentía un goce salvaje al notar como le era estimulada toda la zona del perineo desde dentro, sobre todo cuando el cipotón le rozaba la zona de la próstata.
Por su parte, Marcos sentía cómo ese ojete le atenazaba la polla con fuerza, pues Tránsito usaba los músculos del esfínter con mucha habilidad.
—¡Qué pollón! —Gemía la chica—.¡Ostia, qué bueno! ¡JODER! ¡JODER!
Marcos, que se estaba enviciando en eso de tocar pollas, deslizó una mano por debajo del vientre de la chavala y le agarró el badajo a la niña, que ya se le había puesto bien tieso con tanta enculada.
—Vaya como se te ha puesto, eh, Rubia. Como se nota que te gusta que te de por el culo.
Ella se metía ese gordo tronco hasta sentir el vientre peludo de Marcos en sus nalgas y el choque de sus huevazos contra los suyos. Giró la cabeza y le miró de forma romántica con sus bonitos ojos azules.
—Menéamela, cariño. Vamos, hazme una paja mientras me la metes por el culo.
Era imposible resistir esa mirada infantil y esa voz cautivadora, así que Marcos comenzó a pajear esa polla extraña. La verdad que en pocos minutos Marcos se convirtió en un experto y le acabó cogiendo el gusto a masturbar la polla de la tetona. Le encantaba sentir ese gordo trozo de carne caliente en sus dedos, la suavidad del pellejo y la textura ligeramente granulada del glande.
El placer que estaba sintiendo Tránsito iba más allá de lo descriptible, porque además de la profunda y dilatada sodomización que estaba recibiendo, el cabronazo ese le estaba haciendo una paja magistral.
—¡¡¡DIIOOOOOSSSSS!!!
La muchacha estaba al borde del paroxismo, especialmente cada vez que ese macho se entretenía en pasarle el gordo pulgar por su inflamadísimo glande, restregando la yema por la corona y el balano, encharcados ambos de esmegma y zumo preseminal.
Marcos, por su parte, comenzó a aumentar el ritmo de sus pollazos, así como el de los meneos de la zambomba, empujando como un toro su grueso calabacino en las entrañas dilatadas de la excitada chica hasta que, con un poderoso rugido, le soltó unos lechazos más propios de un caballo semental que de un hombre.
La afortunada Tránsito, al sentir esos jugos ardientes inyectados con profusión en su intimidad, no pudo evitar descargar su propia simiente en un alegre orgasmo, proyectando fuertes chorros de esperma fuera de su pija.
(Finaliza en el ACTO III, felación.)
K.O.
Ah que morbo. No puedo negar que me corri al imaginar semejante hembra. Que buenas letras.
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