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viernes, 21 de agosto de 2020

Sofía crece 3, parte XVIII

 66.

Tony.

Las heridas de Tony se infectaron y permaneció sedado durante varios días mientras los potentes antibióticos combatían la virulenta infección de su rostro. Aunque se usó una cirugía plástica lo menos invasiva posible, Tony llevaría de por vida las dos cicatrices cruzando su cara, en la mejilla y en la frente. Al menos las curas y los antibióticos limpiarían la epidermis de Marco Antonio de casi todo el acné, aunque le quedarían pequeñas marcas para siempre.

Cuando le quitaron las vendas y se vio en el espejo por primera vez sintió una depresión tan profunda que le entraron ganas de matarse.

«Parezco un monstruo… parezco ESE monstruo» —Tony recordó las cicatrices de Rusky—. «Andrei Kuyra, la policía dijo que se llamaba así».

Aún no lo habían encontrado.

Durante un par de días la policía no se separó de él. Temían que el loco desaparecido volviera para vengarse o que el grupo de narcotraficantes búlgaros llamados «los Troskys» tomaran represalias, pero los contactos que tenían dentro de los bajos fondos les aseguraron que no estaban interesados en el muchacho. Ni siquiera lo conocían.

Tenía la cara hinchadísima y amoratada y la medicina aún no había limpiado su cara de granos, así que, a su habitual cara de pizza había que añadirle ahora dos horribles cortes. Intentó limpiarse las lágrimas, pero al tocarse la cara gimió de dolor.

—Tranquilo —dijo la enfermera que le había quitado las vendas—. La hinchazón bajará y en pocos días tendrás mejor aspecto —le tendió un pañuelo aséptico.

La chica, muy joven y atractiva, se inclinó sobré el y observó con detenimiento las marcas de las suturas. Tony no pudo evitar mirarle los diminutos pechos, viendo el sujetador a través del hueco que le hacían los botones del uniforme; era blanco con encajes. El aliento de la muchacha olía a menta.

—Es una pena lo de la infección. Si no llega a ser por eso no te habrían quedado apenas cicatrices, aunque la verdad es que está todo muy bien. Muy limpio. —La chica le miró a los ojos y sonrió.

En otras circunstancias Marco Antonio se hubiera enamorado de ella sólo por esa sonrisa, pero ahora sólo sintió un sincero agradecimiento. También se hubiera muerto de vergüenza si una chica lo hubiese visto llorando, pero después de todo lo que había pasado lo que pensara la gente de él le daba un poco igual.

—Gracias —dijo mientras se secaba las lágrimas con cuidado.

La chica le dio una hoja con las citas para las próximas revisiones y curas, y antes de salir le tranquilizó diciéndole que la hinchazón bajaría muy pronto si seguía el tratamiento.

—Además —añadió—, no te preocupes por las cicatrices. Creo que te van a quedar muy bien… —le miró de arriba abajo—, serán muy sexys.

—Gracias —Tony, inexperto, no se percató del flirteo de la enfermera.

Justo cuando iba a salir del ambulatorio una voz conocida le llamó por su nombre.

—¡Tony!, ¡eh!

«Sofía».

El corazón se le aceleró y la sangre inundó su cara. Se volvió hacia el sonido de la voz y al ver que caminaba hacía ella, instintivamente, agachó la cabeza, tratando de que ella no le viese el rostro.

—Hola Sofía —Tony habló al suelo, pero Sofía le abrazó con una sola mano. La otra la tenía en cabestrillo.

Tony no se esperaba tanta efusividad y cuando sintió el pequeño cuerpo de la chica pegado al suyo no pudo evitar una erección.

«Que no la note, por favor, que no me la note».

Sofía intentó darle un beso en las mejillas a modo de saludo, pero cuando vio las cicatrices aún frescas retiró la cara. Tony malinterpretó el gesto.

«Le doy asco. Soy un monstruo repugnante».

Pero Sofía, en lugar de besarle en la cara, le dio dos besos a ambos lados del cuello. Tony aspiró el aroma de su pelo. El calor y la humedad de labios de la muchacha le excitó. Sofía sonrió y Tony vio que tenía un diente mellado y una cicatriz reciente en el labio superior.

—¡Cuanto tiempo! —dijo Sofía mientras le golpeaba en el hombro—. ¿Por qué no respondías a mis mensajes? Fui a visitarte un par de veces, pero estabas sedado ¿Te ha molestado mucho la policía? Son muy pesados… Cándido me dijo que tuvo que cerrar su «negocio» temporalmente por miedo a que le descubrieran. ¿Por qué no has hablado con él? Te echa de menos… ¡yo también te he echado de menos! —Sofía le tocó la barbilla, cerca de la herida—. Madre mía, debió de dolerte una barbaridad. La tienes muy hinchada. ¿Qué dijeron tus padres? Yo hice las paces con los míos, ¿te lo puedes creer?. Han aceptado que vuelva a estudiar ahora que no puedo trabajar… por la mano. Oye, estás más delgado, ¿eh? —Sofía le palmeó el vientre plano y duro.

Sofía, contenta de ver a Tony, no paraba de parlotear, feliz por encontrarse por fin con alguien con el que había compartido una situación tan dramática, pero el chico, avergonzado, le separó la mano del abdomen con suavidad y se apartó de ella ligeramente.

—He estado más o menos dormido, Sofía. Se me infectó la cara y dolía mucho, así que me dieron pastillas. No he tenido mucho tiempo para hablar con nadie.

Sofía lo miró extrañada y él apartó el rostro, mirando hacia abajo. Vio el brazo de la chica, sujeto en cabestrillo y con la mano derecha vendada. Le faltaba un dedo.

—¿Cómo te a ido a ti? —le preguntó a Sofía.

Ella sonrió y se encogió de hombros.

—Tendré que aprender a usar la otra mano, pero no creo que pueda volver a practicar la caligrafía. He perdido varios nervios y algunos huesos de los nudillos, aparte del dedo —Sofía se puso de puntillas y le habló al oído—: Era con el que me hacía las pajas.

Tony se ruborizó y el diámetro de su verga aumentó.

«¿A qué viene tanta sinceridad y euforia? En realidad apenas nos conocemos. ¿Por que se muestra así de contenta y de… de dispuesta?».

—Oye, Tony, ¿has visto ya a Francesca?, ¿Qué sabes de ella?

La gente pasaba alrededor. Estaban en la entrada del ambulatorio y de pronto Tony se sintió incómodo de hablar de cosas suyas allí, delante de toda esa gente.

—No, no he podido verla aún. Sigue en cuidados intensivos. Además, la policía no me dejaría tampoco. Está muy vigilada —Tony miró azorado alrededor suyo—. Oye, si quieres podríamos hablar más tarde. No quiero entretenerte. —Tony se pasaba la mano por el cabello constantemente, tratando de ocultar su rostro todo el rato.

Sofía se percató del gesto.

—Lo siento, Tony. Perdona, ¿te duele la cara?

—No… Sí, pero muy poco… Tengo que irme. Verás, no puedo conducir, por los calmantes, así que tengo que ir en bus y sale dentro de poco.

La cara de Sofía se ensombreció.

—¿Qué te pasa? ¿No quieres hablar conmigo?

—¡No!… o sea, sí… Quiero decir que no es eso, que me gusta hablar contigo… —Tony miró cabizbajo alrededor—, pero no aquí —miró a Sofía a los ojos—: me da vergüenza que la gente me vea la cara.

«Me da vergüenza que tú veas mi cara».

Sofía le tomó de la mano.

—He venido a entregar unos papeles al médico. Dame cinco minutos y me acompañas; yo también tengo que ir en bus, así hablamos.

«Noooo, Sofía, noooo, no quiero estar contigo, ahora no, así no».

Pero no se atrevió a negarle la invitación, así que asintió en silencio.

Después de hacer las gestiones salieron juntos a la soleada mañana, radiante y calurosa. Decidieron esperar el autobús en un parque cercano, bajo la sombra de un árbol, dejando que la brisa los refrescara sentados en el césped recién cortado y apoyados en el tronco de un viejo ficus.

Relajaron sus cuerpos y Tony observó de reojo a la chica.

«Está más delgada. Se ha cortado el pelo y tiene un aire diferente. Ya no parece una niña».

—¿Qué te ha pasado, Tony? Cándido es tu amigo y no sabe nada de ti desde que entraste en urgencias. Creo que al menos le debes eso, una llamada. Está muy preocupado… estamos muy preocupados.

Tony habló al frente, sin mirarla.

—Tu amiga, Noelia, vino a verme después de la operación, cuando me desperté. Me dio las gracias por todo lo que hice… por todo lo que hicimos por su sobrina y el bebé. También me contó lo de su novio… qué horror. Estaba muy afectada —Tony miró a Sofía—. También me dijo que tú y Cándido os veíais… y eso.

—¿Y eso?, ¿qué significa «y eso»? —Sofía sonreía y Tony sintió unas ganas tremendas de tocarle el diente mellado con la lengua. Azorado, apartó la vista.

—Ya sabes… eso —Tony arrancó un puñado de césped, distraído, y trató de sonreír, pero la cicatriz le molestaba y se quedó a medias—, Cándido siempre tuvo éxito con las chicas —giró el rostro y miró a Sofía—, él fue tu héroe, te salvó de… de aquello. Nos salvó a todos, en realidad.

Sofía le puso una mano en la pierna.

—Sí, tuvimos mucha suerte de tener a Candy con nosotros, pero si no hubiera sido por ti esa chica hubiera muerto allí abajo, y probablemente el pequeño también.

—Sí, Quino… ¿Como está?

—Muy bien, aún no lo he visto, pero Noelia se está haciendo cargo de él. La madre de Chesca sufrió un ataque después de lo que pasó y no se ve capaz de cuidar a su nieto. Se siente culpable. Eso me dijo Noelia.

Tony miró su reloj.

—Creo que deberíamos ir ya a la parada —hizo el amago de levantarse, pero la mano de Sofía presionó su pierna y le obligó a permanecer sentado.

—Tony, espera.

El chico cerró los ojos y suspiró mientras se tocaba el cabello nervioso, ocultando la cara con el brazo.

«Déjalo, Sofía, ¿vale? No quiero que veas esta cara de mierda. Sólo déjame. Ve con Cándido y deja que me vaya. ¿No ves que me duele tenerte a mi lado?».

—Quiero darte las gracias por ayudarme, Tony.

—Yo no hice nada… Sólo serví para que me apalearan y me rajaran. Fuisteis tú y Cándido los que le disteis una buena a ese malnacido —Tony se animó un poco y esta vez sonrió—. Le rompiste la nariz de un cabezazo, tía.

La mano de Sofía subió desde el muslo hasta la barbilla del chico y le obligó a que le mirase.

—No me refiero a eso. Tú me ayudaste antes. Me abriste los ojos, me hiciste pensar en cosas en las que nunca había pensado —Sofía le acarició la cicatriz de la mejilla con mucha suavidad—, confiaste en mí.

Sofía acercó su cara a la de Tony, pero éste se apartó, confuso.

—Tendré cuidado, Tony. No voy a hacerte daño.

—No… no es eso… Es… es por Cándido… No está bien.

Sofía lo miró extrañada y al cabo de unos segundos comprendió a qué se refería Tony. Sofía se rió con ganas.

—¿En serio crees que estamos juntos? Ay, madre —Sofía negó con la cabeza mientras sonreía.

—¿No?… Pero… Pero yo creía que tú y él… Bueno, no sé, él te salvó y tú dijiste que te gustaban los tíos así, como él, con músculos y Noelia dijo que tú y él… y eso…

—Sólo somos amigos. A mi me gustas tú.

«No, Sofía, no me hagas esto».

—No, venga. Por favor, no me digas eso. No bromees con eso.

—No estoy brome… —la chica vio alarmada que Tony tenía los ojos vidriosos, cargados de lágrimas.

—No puedo gustarte, Sofía. No puedo gustar a nadie. Jamás podré gustar a nadie. No con esta… —sollozó con fuerza—, con esta cara rajada. El carapizza será ahora también el caracortada, nadie querrá tener al lado a un monstr…

Los labios de Sofía sellaron la boca de Tony, impidiendo que el chico pudiera seguir hablando. Eran unos labios carnosos y húmedos, llenos de vitalidad, juventud e inexperiencia. El chico sintió un escozor inmenso cuando las lágrimas, saladas, bajaron por la herida, pero no le importó. De forma instintiva ambos abrieron las bocas y dejaron que sus lenguas danzasen libres, torpes, buscando el aliento de cada uno. La respiración entrecortada de Sofía le quemaba en la cicatriz y el chico jadeó con fuerza cuando ella le puso una mano en el pecho escuálido.

Un diminuto puente de saliva quedó colgando entre ambos cuando se separaron. Estuvieron mirándose a los ojos mucho rato, sin atreverse a hablar para no romper la magia del momento. Fue Tony el primero en hacerlo.

—¿Sabes por qué decidí buscar a Francesca en un principio?

—¿Porque te sentías culpable por el atropello?

—No. Porque me enamoré de ella. Sí, no me mires así… ¿Sabes una cosa?, esta es la primera vez que beso a una mujer.

Sofía abrió mucho los ojos, pero no dijo nada.

—Tenía tantas ganas de tener novia que me enamoré de la pobre chica así, por las buenas. Pero eso no era amor. No sé lo que era… enamoramiento, flechazo… No sé explicarlo… Pero no era amor… amor de verdad.

—Te entiendo Tony. Yo también creía hasta hace muy poco que estaba enamorada de… de otra persona. Pero solo era un espejismo.

Tony acercó su cara a la de Sofía, indeciso, pero ella le puso la mano en la nuca y le atrajo hasta ella. Esta vez el beso fue más largo e intenso, decidido. Tony trató de acariciarle uno los pechos, pero se encontró con el cabestrillo y no supo qué hacer. Sofía rió dentro de su boca.

—Espera —le tomó de la mano sin dejar de besarlo y la puso sobre su seno—, aquí.

Mientras se besaban y jugaban con sus cuerpos el autobús pasó de largo. El siguiente también lo perdieron.

Y el otro.

67.

Noelia.

José, el abogado de Bertín, recibió en persona a Noelia, acompañándola hasta su despacho e invitándola a sentarse en el mismo lujoso sillón donde estuvo sentado su marido unas semanas atrás. El imponente escritorio y la monumental librería que había detrás de él impactaron a Noelia. Las maderas nobles y el color dorado predominaban en el refinado despacho, anunciando la opulencia de su dueño.

  —Por favor, por favor, permita ante todo que le dé mi más sincero pésame por la pérdida de su amigo. Sé que su amistad con él ha sido una de las claves en esta contingencia que nos ocupa, y puede que piense que soy un hipócrita al darle mis condolencias, pero ante todo somos humanos y no puedo anteponer mis intereses a la decencia más básica. Sería inmoral por mi parte.

—Gracias —dijo Noelia sin dejarse convencer por su verborrea.

—Una tragedia, ¡una tragedia!, sin duda. Ha debido usted de sufrir muchísimo, y es por ello que mi cliente, su marido, decidió dejar un tiempo de gracia antes de comunicar de forma oficiosa su intención de llegar a un acuerdo con usted por el tema de su… de su próximo divorcio.

—Gracias —repitió sin mostrar ninguna emoción.

José miró a Noelia a través de sus diminutas gafas y no supo interpretar el estado de ánimo de su interlocutora. Carraspeó nervioso y rebuscó entre sus papeles.

—Sí, sí… veamos, su marido quiso estar presente, pero como usted muy bien sabe hay una orden de alejamiento por el desafortunado incidente en el centro comercial, en aquel restaurante mejicano. Permítame decirle que Bertín sigue muy arrepentido por aquello. Como ya demostramos ante el juzgado, su marido se encontraba bajo el estado de una enajenación transitoria al verla a usted junto con su tristemente desaparecido ama… «amigo» —Noelia casi pudo escuchar las comillas—, además de que estaba bajo los efectos de…

—José, por favor —le interrumpió—, a mi no tiene que convencerme de nada, no soy ningún juez. Puede ahorrarse todo eso. Ya sé que Bertín iba hasta el culo de cocaína.

La sonrisa de José cayó un par de milímetros.

—Lo lamento, lo lamento de veras —rió y su triple papada tembló como un flan—, es deformación profesional.

—¿Podríamos ir al grano? Tengo que recoger a Joaquín de la guardería dentro de poco.

—Joaquín… ¿Joaquín?

—Quino. El hijo de mi sobrina —Noelia no ocultó su enojo—. El que fue secuestrado durante horas por el mismo psicópata que tiró a su madre a un pozo y acabó matando a mi… «amigo». Sí, Quino, Joaquín.

Aunque José no dejó de sonreír en ningún momento Noelia pudo detectar perfectamente su malestar.

—Lo siento —Noelia se disculpó—, aún estoy afectada por todo lo ocurrido.

El semblante del gordo se animó.

—Por favor, por favor, no se disculpe. Me hago perfectamente cargo de su situación —carraspeó antes de continuar—, ehém… De hecho, los últimos acontecimientos nos hicieron cambiar algunos puntos un tanto delicados sobre el acuerdo al que esperábamos llegar contigo, si me permites el tuteo, Noelia.

Ella asintió con la cabeza.

—Continúa José.

El abogado, de forma teatral, se quitó las diminutas gafas y apoyó los codos en el imponente escritorio antes de hablar mirando fijamente a Noelia después de echarle un vistazo rápido a sus pechos.

—Verás. Verás… como muy bien sabes, hace años tú y Bertín hicisteis separación de bienes y el piso del centro, en el que ambos vivís actualmente, pertenece a tu marido, mientras que la antigua casa de tus padres, aún cuando esté arrendada en alquiler, te pertenece a ti… —José entornó los ojos—. Creo recordar que tuviste un litigio algo problemático con tu familia por él… ¿Verdad?

—Sí, pero eso no le concierne. Es agua pasada. ¿Sabes una cosa? Hicimos separación de bienes y estuvimos de acuerdo en que la casa común perteneciese a Bertín… aunque muchas de las letras de la hipoteca fueron pagadas gracias a la renta que produjo el alquiler de la casa de mis padres.

—Sí, sí; lo sé, lo sé; pero eso fue algo acordado por ti. Algo que hiciste tú de forma… altruista. Una pequeña ayuda para superar el bache de la crisis… Crisis que fue superada gracias a los beneficios producidos por la empresa inmobiliaria de tu marido. De hecho, creo que el Fiat que te regaló con su dinero hace unos años cubriría con creces varias de esas letras.

«Touché».

Noelia, cansada de todo eso, decidió ir al grano.

—José, ¿Por qué estoy aquí? Sé que Bertín no me quiere en la casa. La orden de alejamiento le obliga a vivir en un hotel, y a pesar de lo que me digas, sé que me odia y que se alegró por la espantosa muerte de Carlos. Por favor, no perdamos más tiempo.

José dejó de sonreír y se puso las gafas, sacó una carpeta de un archivador y consultó algunas notas que allí había.

—Esa casa, la casa de tus padres se incendió. Desde ese día has estado viviendo en casa de Bertín, pero mi cliente no puede soportar más la presión. Un psicólogo le ha diagnosticado una grave neurosis provocada por las drogas y agravada por la depresión al conocer tu infidelidad. Además, su deseo de ser padre fue coartado al saber lo de tu esterilidad —el abogado miró fijamente a Noelia—. Voy a serte sincero, Noelia. No me gusta lo que está haciendo Bertín. No me cae bien. Es un gilipollas, pero es mi cliente y tengo que hacer mi trabajo lo mejor que pueda.

—Ya veo —«Si buscas mi solidaridad no la vas a encontrar».

Noelia se cruzó de brazos y esperó a que José continuase.

—Bertín… Bertín quiere que abandones su casa en menos de 48 horas. Tengo esta orden judicial que autoriza el desalojo por la fuerza si fuera necesario. La idea original era que te mudases a la casa de tus padres… pero después del incendio… Traté de convencer a Bertín para que te diese al menos otro par de meses… pero está muy mal. Ese hombre tiene algún problema, Noelia. Tienes razón, te odia.

—¿Sabe que Joaquín está conmigo?

—Sí, sí que lo sabe, pero no es tu hijo. Según mis… «fuentes»… ni siquiera tienes la tutela legal. Si fuera necesario él podría… Bueno, podríamos llamar a los servicios sociales. Odio todo esto, de verdad.

«Y una mierda. Estás disfrutando como un cerdo en el barro».

Noelia cerró los ojos y respiró con profundidad, tratando de calmar la furia que sentía en esos momentos.

—José, ¿sabes por qué estoy cuidando yo del niño?

El abogado sonrió ligeramente, aunque lo hizo por inercia.

—Creo, creo que sí. He visto los noticiarios. La madre, Francesca, aún sigue muy grave, ¿verdad?

—Grave. Es un forma de decirlo. Aún no sabemos si podrá volver a caminar y es posible que viva el resto de su vida enchufada a una máquina. Tiene tubos metidos en todos los orificios de su cuerpo y tendrán que ponerle tantos hierros y tornillos en sus huesos que se pasará media vida en los quirófanos.

—Lo siento —por primera vez Noelia detectó sinceridad en las palabras del abogado.

—Puede que necesite un nuevo riñón. Yo ya he dado mi consentimiento para hacerme las pruebas de compatibilidad.

José, sinceramente azorado, desvió la vista y buscó algo entre sus papeles.

—Yo… yo siento mucho todo eso. Estoy seguro de que los médicos lograrán mitigar sus dolencias, ellos tienen muchos medios y hoy en día la medicin…

—La medicina es cara —Noelia le interrumpió con virulencia, muy enojada—. Tremendamente cara, José. Aquí no tienen medios y la lista de espera es larguísima, sobre todo para alguien como Francesca. Una delincuente drogadicta con un pasado de malos tratos sin dinero. Aún es una adolescente, José. Su juventud le salvó la vida y es lo que le permite seguir respirando y luchando en esa habitación.

—Yo… yo no sé…

—¡No, claro que no sabes! —Noelia se levantó del sillón y se apoyó en el escritorio, mirando furiosa al gordo abogado—. ¡Solo sabes mirar el saldo de tu cuenta corriente en ese banco de Luxemburgo! ¿Cuanto te ingresó el concejal de deportes el año pasado por lo de aquella puta?

José abrió la boca y miró de hito en hito a Noelia.

—¿Cómo cojones…?

—¿Cómo cojones sé yo todo eso? Yo también tengo… mis «fuentes».

El abogado miró alrededor, como si estuviera buscando alguna cámara oculta.

—¿Qué es todo esto?… No, no voy a seguir hablando contigo…

—¿No? Gracias a Dios que no vas a hablar más, porque eres un plasta, José. Pero vas a escuchar todo lo que tengo que decir.

El gordo hizo el amago de levantarse del sillón, pero cuando Noelia sacó el revólver de Rusky y lo puso encima de la mesa volvió a caer de culo encima del asiento.

—¿Qué… Qué es eso?

—Es el arma de ese loco. La policía no sabe que la tengo yo. Te la enseño para que le digas a Bertín que si vuelve a propasarse con la cocaína y le da otra crisis… Bueno, tú solo dile que no incumpla la orden de alejamiento. Ya la he usado antes contra un hombre y puedo volver a hacerlo. Y te puedo asegurar que esta vez no me va a temblar la mano cuando lo haga.

—Sabes que en cuanto salgas por esa puerta voy a llamar a la policía, ¿verdad?

—No. No vas a hacer eso. En realidad —Noelia extrajo un papel doblado de un bolsillo y se lo tiró a José—, vas a llamar a Bertín y le vas decir que saque de estas cuentas las cantidades exactas que hay ahí escritas. Luego hará una transferencia a la cuenta corriente que hay en rojo.

—Ber… Bertín no tiene tanto dinero.

Noelia agarró el revolver y el gordo soltó un gemido.

—Bautista Hidalgo Shawmann, ¿Te suena? Es el detective que contratasteis para espiarme. Hablé con él y le mostré los registros ilegales de la aplicación ilegal que puso de forma ilegal en mi móvil por orden vuestra.

—Yo… yo no tuve nada que ver con eso, fue idea de Bertín.

—Lo sé, pero Bautista está de acuerdo en mentirle al juez y acusarte a ti también si es necesario. Es un buen detective, pero un hacker pésimo y ha estado dejando rastros delictivos por toda la red desde hace años, ¿verdad, Cándido?

—No es un hacker, es un lammer. Y de los malos. —la voz de Cándido sonó a través del móvil de Noelia, que lo había tenido encendido todo el rato en el bolso con el manos libres grabando.

—Vas a llamar a Bertín y le vas a decir que haga esas transferencias en menos de 48 horas. Si no lo hace, todos los chanchullos que ha estado haciendo tooodos estos años con el Comisionado de Cultura, con el Delegado de Hacienda, con el Director de Obras de Caridad, con el Gerente de la Diputación y un largo, largo, largo etcétera, va a estallar como una bomba de mierda y va a salpicar a tanta gente que no habrá jabón suficiente en esta puta ciudad para limpiarlos a todos.

—Yo… yo no sé nada de todo eso… no sé…

—Para ser el mejor abogado de la ciudad no sabes una mierda. Tú solo haz lo que te he dicho —Noelia guardó el revolver y miró la hora—, y tranquilo. No volveré a pedirle dinero jamás. Tampoco quiero su puta casa. Antes del fin de semana que viene nos habremos largado. Si os sirve de consuelo sabed que el dinero será íntegramente para Francesca y su hijo. No nos falléis, por favor, el hospital universitario de la Charité en Berlín está muy interesado en su caso y ya la está esperando.

Antes de salir se detuvo en la puerta al recordar algo más.

—En cuanto me mude te daré mi dirección para que puedas enviarme los papeles del divorcio. Les echaré un vistazo antes de firmarlos, puede que haya que retocar algunos puntos financieros… Verás, Nuria, la antigua amante de Bertín, no está muy de acuerdo con eso de que uséis mi infidelidad como motivo de separación, ¿sabes?

José, irritado, se quitó las gafas y las tiró sobre la mesa de cualquier manera.

—Lo tendremos en cuenta, ¿algo más?

—No. Nada más.

Cerró la puerta con suavidad y una vez en la soledad del ascensor lloró de alivio con la cabeza apoyada en el espejo, liberando la tensión acumulada y dejando que el aliento empañase el cristal, transformando el reflejo de su cara en un fantasma pálido y borroso.

—Noelia… ¿Estás bien? —La voz de Cándido le llegó a través del bolso abierto. Recordó que aún tenía conectado el manos libres del móvil. Lo sacó y habló con él directamente.

—Sí… sí, tranquilo.

—Oye, eso del riñón y lo del hospital alemán… No será cierto, ¿no?

Noelia se rió con suavidad. Conocía a Cándido desde hacía muy poco tiempo y sabía que el joven estaba prendado de ella.

—No, tranquilo. No voy a irme al extranjero con Chesca ni voy a deshacerme de ningún órgano. Exageré un poco.

«Aunque bien sabe Dios que si hiciera falta yo misma le daría mi corazón a esa pobre niña».

Pero eso no se lo podía decir a Cándido. El hombre se sintió atraído por ella prácticamente desde el primer momento en el que la conoció, en aquella sala del hospital, rodeados de médicos y policías, tratando de esclarecer la línea temporal de los sucesos. Noelia lo detectó en seguida y se sintió halagada y agradecida por sus atenciones y su sinceridad, así como su discreción cuando le comunicó en privado todo el asunto sobre la aplicación espía de su móvil y los turbios asuntos que descubrió sobre Bertín.

Cándido era lo suficientemente inteligente y perspicaz como para saber qué información debía de ocultar a la policía y cual no. Además, el joven sabía el dolor por el que estaba pasando Noelia y se mostró muy respetuoso en todo momento, aunque Noelia se percató en seguida de sus gestos y miradas. La pérdida y el agujero negro creado por la horrorosa muerte de Carlos le impedía siquiera plantearse algo parecido al flirteo o el romance, y Cándido, de alguna manera, lo sabía y mantenía las distancias, pero…

«Pero no puedo dejar de sentirme halagada. Es una buena persona y me ha ayudado muchísimo. Mucho más de lo que él cree. Puede que dentro de un tiempo, cuando la presencia de Carlos deje de estar a mi alrededor… bueno… no sé…».

—Gracias por todo, Cándido. Estoy segura que dentro de poco sabremos si nuestra pequeña estratagema ha dado resultado. ¿Tienes acceso a la nueva cuenta de Francesca?

—Sí, tranquila. En cuanto vea algún movimiento te diré algo.

—Bien… oye, tengo que dejarte, he de recoger a Quino a la guardería. Gracias de nuevo por todo —Noelia tomó aire—, eres un buen amigo.

—Sí, claro. Por ti lo que sea… y por Chesca, claro —Cándido hizo una pausa—. Estamos haciendo lo correcto, ¿verdad?

Noelia sabía que el joven tenía un pequeño negocio fuera de la legalidad. Puede que lo que estaban haciendo él lo considerase como un pequeño acto de redención por haber estado «fuera de la ley» tanto tiempo.

—Sí. Creo que sí, Cándido. Esa niña ha pasado por un infierno. Nadie debería pasar por eso y ella se merece al fin un poco de bondad.

Noelia casi pudo imaginar a ese joven fuerte y musculado sonriendo agradecido al otro lado de la línea.

—Gracias Noelia.

Ambos colgaron a la vez y Noelia salió al sol del mediodía, radiante y luminoso. El corazón se le animó al pensar que dentro de poco estaría jugando con el pequeño Joaquín. El pediatra especialista le aseguró que el cerebro del niño era tan joven que no tendría secuelas especialmente graves por lo sucedido. Noelia recordó las palabras del pediatra:

«Es muy joven y aún no ha podido desarrollar ciertas cogniciones; es posible que aún no pueda discriminar el dolor y la angustia real de los sueños o las fantasías. Con el tiempo puede que aparezca alguna fobia o incluso terrores nocturnos, pero aún es muy pronto para decirlo. La verdad es que ha evolucionado muy bien y tras un par de días de descanso el niño está bastante activo, respondiendo a todos los estímulos. Tiene breves periodos de… melancolía, pero eso es porque echa de menos a su madre. Creo que todo va ir muy bien».

Cuando Noelia llegó a la guardería el pequeño estaba jugando con otra niña, una pequeña de color con una mata de pelo rizado tan grande como su cuerpo. Quino se había empeñado en usar el cabello de la pequeña como escondrijo para un peluche y trataba de meterle a la fuerza un elefante dentro de la melena.

Quino reconoció a su tía y comenzó a reír y a gesticular, dándole tirones al pelo de la pobre niña, que empezó a llorar. La monitora los separó y le puso el niño en sus brazos. Quino la abrazó y Noelia no pudo evitar comerle a besos los mofletes rosados sin dejar de reír.

Así, entre risas y carantoñas, salieron al exterior, dejando que el sol iluminase sus pasos mientras dejaban las sombras tras ellos.


Finalizará en la próxima entrega.

©2020 Kain Orange

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