68.
Andrei.
El limpia parabrisas del mercedes no daba abasto con el agua torrencial y Rusky no veía la carretera. Aún así, desde que salió de la casa de Carlos no levantó el pie del acelerador, patinando varias veces y haciendo «aquaplanning» en dos ocasiones.
«Afloja, Andrei, ya estás fuera. No hay peligro. Has vencido a la araña. Afloja. Contrólate».
Pero una furia ciega había ido creciendo dentro de él con cada kilómetro que ponía de por medio.
«Estoy huyendo como siempre. Como un puto cobarde».
«Es una retirada táctica. Los ladrones están muertos. Tienes la droga. Has cumplido la misión. Una vez que le des al búlgaro lo suyo podrás regresar y… divertirte».
Rusky gruñó como un animal.
«Sí. Sí que le voy a dar al búlgaro lo suyo. Lo de William y Simas me ha jodido bien y ellos trabajan para él directamente. Va a tener que darme muchas, muchas explicaciones».
Rusky llegó al apartado chalet de lujo que tenía alquilado con dinero negro y nombre falso en las afueras. Era de muros altos y con seguridad integral. Durante el largo trayecto recibió un par de llamadas del policía corrupto, pero no las contestó: ya le advirtió que no le llamase si él no lo hacia primero. Además, no quería saber nada de él.
«Los vecinos habrán oído los disparos y habrán dado aviso. El tonto habrá visto que es la misma dirección que me dio esta mañana por error y querrá preguntarme otra vez si yo tengo algo ver. Puto cagado de mierda».
La tormenta, en vez de remitir, arreció con más fuerza, soplando con virulencia y arrastrando el agua de tal forma que casi parecía que caía en horizontal. Rusky trató de abrir el portón con un mando a distancia, pero al parecer la tormenta había dejado sin suministro eléctrico esa zona y tuvo que abrir manualmente. Entró en el recinto y estacionó fuera de la vivienda, pero dentro del perímetro vallado. Al salir del coche el viento casi le arrancó la puerta de cuajo y la lluvia entró en el interior del habitáculo, empapando la tapicería y mojando el tablero de mandos.
Echó a correr con la droga metida en la bolsa de las joyas y se refugió en el porche de entrada mientras buscaba la llave de seguridad para abrir la puerta principal. No había luz y tuvo que aprovechar los relámpagos y los rayos para encontrar la llave. Además, la herida de la muñeca le impedía maniobrar los objetos con precisión.
«Necesitas un médico, Andrei. Estas hecho una mierda».
Se detuvo unos segundos frente a la puerta abierta e hizo balance de sus heridas de guerra.
«Los golpes en la sien y en la nuca, la rozadura del vientre, el destrozo de la mandíbula, la muñeca reventada y una quemadura en la espalda por una bala perdida».
Pero a pesar de todo se sentía fuerte, poderoso.
«Has tenido muchísima suerte, Andrei: ningún órgano vital afectado».
Rusky sonrió embargado por una euforia absurda.
«Me desinfectaré las heridas y dormiré varias horas. Mañana visitaré a aquel matasanos venezolano y después veré al búlgaro. Luego… luego ajustaré cuentas».
Sin dejar de sonreír entró al salón. Las dos pequeñas agujas del táser disparado por Matías se le clavaron en el pecho y la descarga eléctrica paralizó sus músculos. Los temblores recorrieron su voluminoso cuerpo y Andrei cayó cuan largo, golpeándose la cabeza contra el suelo. Matías, conociendo la peligrosidad del checheno, dejó pulsado el gatillo más tiempo de lo aconsejable para aturdir al psicópata el mayor tiempo posible. En cuanto la corriente dejó de pasar por el cuerpo de Rusky, Lucas le colocó unos grilletes de acero en las muñecas por detrás de la espalda. También le puso otros en los tobillos.
Luego cerraron la puerta para que no entrase el viento y cogieron la bolsa con las joyas y se quedaron con la droga. Después llamaron a Ramón y esperaron sentados en la oscuridad a que Caraculo les devolviera la llamada, ignorando los gritos y los insultos del checheno. Éste dejó de gritar cuando vio aparecer a un tercer individuo. Era el policía municipal, el corrupto confidente de los Troskys.
—¿Tú?
—Lo siento, Rusky. La jodiste bien en esa fábrica. La drogata sigue viva y hay dos chavales inocentes de por medio… Y eso sin contar con lo de esos dos capullos. Al negro se lo llevaron en una lechera y el otro no creo que salga vivo de esta noche —el policía se acercó a él y se puso en cuclillas a su lado—. ¿Y el niño? ¡¿Cómo cojones se te ocurrió llevarte a un puto crío de dos años!? ¿Dónde está, qué coño has hecho con él, eh? ¿Matarlo? ¿En qué país crees que estás? Esto no es Chechenia, ni Bosnia, ni ningún país de esos de los Balcanes. No estamos en guerra, tío.
—Vete a la mierda, puerco traidor.
—¿Traidor? —el policía se rió a carcajadas y miró a los dos primos, buscando su complicidad, pero estos lo ignoraron y siguieron contemplando la escena en silencio—. ¿Traidor? ¿A quien he traicionado?, ¿a ti, a la policía… al búlgaro? Sólo soy un simple funcionario municipal. Esta no es mi guerra. De vez en cuando paso información a unos o a otros, no importa si es búlgaro o gitano o ruso, da igual. No me debo a nadie…
—Hablas demasiado.
—…al único que me debo es a mí mismo —se tocó el pecho con el puño—, y paso de arriesgarme a que te pillen los de la judicial después de lo de esta noche y que les sueltes todo lo que sabes de mí.
—No es de la policía judicial de quien tienes que preocuparte. Cuando el búlgaro…
—El búlgaro me mandó aquí —le interrumpió. Rusky le miró incrédulo, con los ojos muy abiertos—. Ha cerrado un trato con Caraculo. Hace días que el gitano te está buscando, desde que se enteró de que andabas por la ciudad. El búlgaro aceptó entregarte a él después de que consiguieras la droga.
—Mientes. El búlgaro se la tiene jurada por lo de su hermano León.
—No tienes ni idea, checheno. El gitano le hizo un favor cuando quitó de en medio a ese tarado de León. Lo de la venganza fraternal es una paparrucha. León siempre fue un loco imprevisible de gatillo fácil, muy parecido a ti, pero un poco menos… —el policía se llevó el dedo índice a la sien y lo movió en círculos—, un poco menos chalado. Además, era demasiado ambicioso y más temprano que tarde empezaría a mirar con otros ojos el puesto de su hermano mayor. A León siempre le gustó mandar. El búlgaro y el gitano tienen sus roces y sus problemillas, pero son cosas de negocios, no tiene nada que ver con aquello.
Rusky dio un alarido y trató de golpear al policía con la cabeza, pero el otro fue más rápido y lo esquivó, poniéndose en pie mientras reía.
Un teléfono sonó en la oscuridad y Lucas habló en susurros por el móvil. Luego se acercó por detrás al policía y le descerrajó un tiro en la nuca. El cuerpo cayó al lado de Rusky. La tormenta seguía golpeando la fachada de la vivienda y los relámpagos iluminaban las caras impasibles de los dos primos. Lucas se guardó el arma y enfocó el móvil hacia el cuerpo tendido de Rusky con la luz encendida. En la pantalla estaba la imagen del gitano. Era una videollamada en directo.
—Hola, Andrei —saludó Ramón Galiano a través del teléfono—. Me recuerdas, ¿verdad?… En realidad fuiste tú quien hizo que mi cara fuera inolvidable.
«Se acabó. Voy a morir. Esto es el fin… Que se jodan».
—Sí —respondió Rusky con sorna—, la verdad es que me lo pasé de puta madre rajándote esa mierda de cara tuya. Creo que saliste ganando, gitano. También me acuerdo de tu novio, ¿quieres saber algo sobre aquél día que seguramente nadie te contó? Cuando le abrieron la cabeza a ese mariquita se corrió. En serio, los sesos se le salieron fuera de la cabeza al mismo tiempo que la leche de la polla.
—Aquello pasó hace mucho tiempo, ni siquiera recuerdo su nombre, Andrei.
—Ya, seguro.
Un trueno cargado de bajas frecuencias retumbó en toda la sala. El relámpago llegó casi al mismo tiempo, provocando interferencias en la llamada. Ramón esperó a que se apagase el eco del ruido antes de hablar.
—Estrangulé a mi padre con mis propias manos por aquello, Andrei. Le di la oportunidad de pedirme perdón, pero en lugar de ello me escupió en la cara. Con estas mismas manos le saqué las tripas a esos dos rumanos colegas tuyos. No recuerdo como se llamaba aquel pobre muchacho, pero te puedo asegurar que jamás olvidé tu cara.
Rusky se rió a carcajadas.
—Yo tampoco olvidé la tuya.
—Por cierto, Andrei, hablando de rostros… no tienes muy buen aspecto. ¿Que te ha pasado? Parece que te ha atropellado un camión. Creo que alguien debería atender esas heridas, ¿no es cierto, Matías? —el aludido no hizo ningún gesto, simplemente siguió mirando impasible a Rusky—. Matías estuvo en la cruz roja, ¿sabes? Eso casi lo convierte en médico, ¿no? ¿Tú que dices, Matías?, ¿Crees que podrías arreglarle esas heridas que tiene tan feas en la cara?
Matías no dijo nada, pero agarró una pesada figura de metal que había en una estantería y la arrojó contra una mesa de cristal, haciéndola añicos. Luego se colocó en las manos unos guantes de cuero recio, como los que usaba Noelia en los trabajos de jardinería, y rebuscó entre los cristales rotos uno muy largo y afilado. Matías se puso a horcajadas encima de Rusky, colocando ambas rodillas a los lados del cuerpo del checheno, inmovilizándolo y empuñando el cristal con una mano enguantada. Lucas seguía apuntando la cámara del móvil con el flash encendido para que el gitano viera toda la escena.
«Sí, ya veo. Muy bien, pedazo de cabrón, ya veo por dónde vas…».
—Oye, Ramón —Rusky escupió después de pronunciar su nombre—, Caraculo, ¿Sabes a quien me acabo de cargar esta noche? ¿Recuerdas a ese periodista comemierdas, el de las entrevistas? Sí… claro que lo recuerdas.
—Espera Matías… —el mellizo aguardó a Caraculo—. Te escucho, Rusky.
—Se desangró como un cerdo. Lo dejé seco. Cuando terminó de echar sangre estaba más blanco que la leche que me sale de las pajas —Rusky se echó a reír—. Oye, ¿era cierto eso que decían?, ¿que tú y él estabais enrollados?, ¿que después de cada entrevista os dabais por el culo el uno al otro? ¿Fue por eso por lo que mataste a León, por que me pidió que matase a tu novio?
La risa demente de Rusky llenó el salón, fundiéndose con el ruido que hacia el golpeteo de la lluvia contra la fachada exterior.
Matías miró el rostro de Caraculo en la pantalla del móvil, esperando instrucciones. Caraculo no dijo nada, pero movió la cabeza ligeramente y Matías hundió el cristal en la cara de Rusky con tanta fuerza que el cristal se astilló cuando la punta tocó el hueso del cráneo. Mientras sujetaba la cabeza de Rusky con una mano, con la otra deslizó el cristal por todo el rostro del checheno, apretando con crueldad y arañando el hueso que había debajo de la piel.
Matías le rajaba la cara despacio, pero el corte no era ni limpio ni estable. Muchas veces el cristal se partía o se desviaba de su camino cuando Rusky movía la cabeza. El cristal se atascaba con las protuberancias de la anatomía facial de Rusky y cuando llegó a la nariz, el cristal se coló dentro de la cuenca ocular y le reventó un ojo.
Los alaridos del checheno se confundían con el rugido del viento y los truenos, pero el primo de Ramón no dejó en ningún momento de despellejar la cara de Andrei, ajeno a las súplicas del sicario.
Cinco largos minutos más tarde Caraculo detuvo a Matías y Lucas colocó el móvil en un pequeño trípode, enfocando el cuerpo convulso de Rusky para que Ramón Galiano pudiera contemplar la larga agonía del checheno mientras éste se desangraba en una lenta y dolorosa muerte.
69.
Copérnico.
El minino alzó las orejas y giró la cabeza hacia el lugar de donde provenían las voces. El sonido era el mismo de siempre, familiar y reconocible. Sí, allí estaba otra vez. Hacía mucho tiempo que no lo oía y se sintió feliz al escucharlo de nuevo.
Una de las voces le era remotamente familiar y le trajo recuerdos de alimento y caricias, así que dejó de calentar su delgado cuerpo al sol y se desperezó, echando a correr hacia las voces, cojeando y arrastrando una pata malherida. Subió con dificultad por los patios y los balcones, bajando y subiendo, rodeando macetas y jardines, arrastrando su huesudo culo bajo la reja del portón principal y escalando peligrosamente por la fachada hasta llegar a la antigua terraza. Allí había dos figuras y Nico identificó en seguida el olor de Sofía, pero no el del otro desconocido.
Copérnico se acercó despacio, cojeando con esos andares felinos silenciosos y desconfiados de los gatos callejeros, maullando y moviendo el trocito de rabo que le quedaba.
Sofía se inclinó hacia él y lloró un poquito al ver el estado en el que se encontraba el pobre gato. Tony sacó un puñado de golosinas y se las ofreció, pero Nico no las aceptó hasta que el chico las dejó en el suelo.
—¿Qué crees que le habrá pasado en la pata? —preguntó Sofía.
—No parece un atropello. Más bien un zarpazo o un mordisco. Alguna pelea.
—¿Le dolerá? —Sofía acariciaba el huesudo lomo del gato—. ¡Qué delgado está!
Unos minutos más tarde Copérnico tomó la suficiente confianza como para dejar que Sofía lo tomase en brazos. Tony se arriesgó a acariciarlo y Nico se dejó tocar, feliz por sentir una vez más un poco de cariño después de tantas semanas a la intemperie.
—Vamos —dijo Tony mientras la pequeña lengua de Nico le arrebataba un par de galletas de la mano—, hay un veterinario cerca. Se pondrá bien. Dentro de poco estará tan gordo que habrá que moverlo a rastras.
Sofía se puso de puntillas y besó a Tony en los labios con Nico en brazos. El chico pensó por enésima vez que esos besos espontáneos que ella le daba de vez en cuando eran el verdadero motor del mundo.
—Noelia se pondrá muy contenta —le dijo Sofía—. ¿Sabes? ayer hablé con ella y me dijo que Francesca dio sus primeros pasos sola.
—¿En serio?
—Sí. Desde que encontraron los restos de ese cabrón hace dos semanas dejó de tener pesadillas y comenzó a participar más en la rehabilitación. Estaba muy mal, ¿sabes?, no me refiero físicamente. En el hospital nuevo tenía todos los medios necesarios para empezar a recuperarse, pero ella no quería colaborar. Creo que aún estaba aterrorizada con la idea de que ese loco volviera.
—Bueno, pues eso ya no va a pasar. Venga, no pienses más en ello.
Antes de salir del edificio agradecieron a la vecina que había avisado a Noelia de la presencia del gato. Era una señora mayor que conocía a Noelia y a su familia desde hacia muchos años y que lamentó de veras la muerte de Carlos.
—Era un hombre muy apuesto y educado; siempre me saludaba y cuando me veía con la compra me ayudaba a subirla. Aunque tenía un gato muy feo. Por eso lo reconocí.
Una vez en el coche Tony retomó la conversación.
—El que creo que no volverá a caminar es el tipo aquel del bigote.
—Simas. Dicen que no es mal tío.
—Es un delincuente, Sofía.
—Francesca también lo era y no es una mala persona.
Tony se rió.
—Tienes razón —miró brevemente a Sofía y vio que estaba acariciando a Nico mientras lo sostenía en el regazo—. Puede que tenga parásitos, ya sabes, piojos, pulgas, chinches… garrapatas…
Sofía lo ignoró y le dio un beso al gato entre las orejas.
—Los otros sí que eran malos, Tony. —Sofía le miró pero Tony estaba atento a la carretera—. Me alegré de lo que les pasó. No sé si eso me hace a mí mala persona, pero cuando me enteré de lo que le hicieron a ese William en la cárcel di un grito. Y no fue de pena.
—Hay gente que no merece estar entre nosotros. Hay quien dice que a los psicópatas ni siquiera se les puede considerar humanos.
—Estoy de acuerdo con eso —Sofía levantó el brazo y contempló las cicatrices de su mano herida. Sus dedos tenían una postura extraña, en forma de garra. Tenía la movilidad reducida en la mayoría de los dedos y jamás podría volver a usar su pluma caligráfica con la misma soltura de antes. De hecho había decidido no volver a practicar esa afición.
«No la necesito. Ahora prefiero otro tipo de trabajos manuales…». Miró a Tony y sonrió con picardía. El muchacho detectó la mirada y se giró hacia ella.
—¿Qué? —Tony no pudo evitar contagiarse de su sonrisa.
Sofía no contestó.
Simplemente se dejó caer sobre el hombro de Tony y cerró los ojos, dejándose conducir hacia donde la vida quisiera llevarla.
FIN.
Almería, 21 de agosto de 2020.
©2020 Kain Orange
Gracias.
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