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lunes, 5 de septiembre de 2011

Pervertido


Ella entra en casa tras un día agotador. El calor de la calle es insoportable y tiene la blusa manchada bajo las axilas; los pies la atormentan con un escozor que intuye se convertirá en una ampolla durante el transcurso de la noche. Tiene el pelo horrible y le duele la cabeza. Además, el elástico del sujetador le aprieta y le irrita la piel.

Apenas entra al dormitorio se descalza y se quita la ropa con un sonoro suspiro de alivio. La casa le responde con un atronador silencio. Nadie en casa. Mira hacia los ventanales del dormitorio para comprobar que las cortinas y la persiana están bajadas y termina de quitarse la ropa interior. Entra en el baño vestida únicamente con su cansancio y abre el grifo de la bañera; mientras se llena explora su cuerpo para evaluar las señales que el largo y pegajoso día ha dejado sobre su piel.

En el dormitorio una figura sale lentamente de debajo de la cama. Un hombre se arrastra por el suelo despacio, sin apenas respirar, procurando no hacer el más mínimo ruido. El corazón late con fuerza dentro de su pecho. Allí mismo, en un cesto, a escasos centímetros de él, se encuentra su objetivo: el montón de ropa que se acaba de quitar ella.

Poco a poco el hombre se acerca. Extiende un brazo y rebusca entre las telas su tesoro: allí están. Unas sencillas bragas blancas. El hombre las toma con sumo cuidado y lentamente vuelve a arrastrarse hasta la relativa seguridad que le ofrecen las sombras bajo la cama.

Allí apenas puede contener la emoción cuando acerca ese pedazo de tela a su rostro y percibe el leve calor residual que aun contiene. Cierra los ojos y pega la nariz contra el forro interior, aspirando con ganas, dejando que el olor de la intimidad femenina le entre hasta el alma a través de la nariz. Sus labios perciben que el forro de tela no está del todo seco. Allí hay algo de humedad. ¿Sudor, orín, jugo vaginal? probablemente una mezcla de todo ello.

Su lengua explora lentamente esa superficie sin apenas tocarla. No quiere contaminar aún con su saliva los restos allí impregnados por el coño de la hembra. Toca algo áspero y liviano. Un par de pelos. Unos pelitos levemente rizados, enganchados entre los encajes. Pelos de coño macerados con los efluvios segregados por el sexo de esa mujer a lo largo del día.

La verga del hombre amenaza con reventar el pantalón. Un poderoso aroma almizcleño le inunda las fosas nasales y esta vez no puede evitar sacar la lengua y pasarla por todo el forro interior, aplastando y arrastrando los pelitos allí pegados. Sabe a gloria. Relame el forro una y otra vez, saboreando los residuos vaginales, respirando su aroma, embriagándose con los restos que ha dejado pegado el coño en ese breve espacio de tela.

Hace rato que se sacó la polla de la bragueta y se la esta frotando vigorosamente, amenazando con eyacular en cualquier momento. Quiere hacerlo dentro de esas bragas. Quiere follarlas, quiere sentir el tacto de ese forro directamente sobre su cipote y empaparlo de semen. Se pasa las bragas por la cara, el cuello y el pecho. Se frota el vientre y los cojones con ellas y las envuelve alrededor de su polla, procurando que la parte interior se pegue directamente contra el glande.

Saber que hace unos minutos, esa misma tela estaba en contacto directo con la intimidad de la mujer, provoca que la sangre se agolpe en su rabo, hinchando sus venas y agrandando su diámetro aun más. Apenas realiza un par de movimientos con la mano estrujando las bragas alrededor del rabo, cuando el orificio comienza a expulsar chorros de leche ardiente, empapando las bragas y dejando una película cálida y viscosa sobre los dedos del hombre.  Éste exhala un gemido y una voz femenina resuena en el dormitorio:

—¡Manolo! ¿Si has terminado te importaría devolverme las bragas? Es que tengo que hacer la colada antes de que vengan tus padres a cenar.

—Sí cariño, ya he terminado. Toma.

—¡Uf! Madre mía. Esta vez si que te ha salido espesa ¿eh? Anda, sal de ahí abajo y échale un vistazo al mecanismo del váter, por favor, que ya se ha atascado otra vez.

—Voy, amor mío.

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