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viernes, 12 de marzo de 2021

ESPERMA (6)

 6.

ESTEBAN

A través de la ventana de la cocina Esteban podía ver los edificios de la urbanización rodeados de parques y jardines. Era domingo, pasado el mediodía, y desde ahí podía ver a las familias paseando o descansando en las amplías zonas verdes que había entre los bloques de edificios. El sol ya empezaba a declinar y una suave brisa movía los escasos árboles que adornaban las calles.

«¿Qué ha pasado aquí, tío? ¿Qué es lo que acabas de hacer?».

Esteban reconoció en seguida esa pequeña depresión que le surgía después de cada orgasmo.

Sentía la presencia de Carla cerca de él. La chica seguía excitada y Esteban notaba que ella quería más. Ella hablaba y le pedía seguir haciendo cosas. Cosas que Esteban dudaba de poder hacer.

«Bueno, te acabas de correr en su boca, no creo que te cueste mucho trabajo hacer lo que te pide».

Esteban apretó los párpados con fuerza, sorprendido al descubrir que estaba al borde de las lágrimas.

«Yo no soy así. No soy un pervertido. Es mi hermana».

La mano de Carla, menuda y fresca, le acarició el brazo con suavidad. Aunque Esteban supo de inmediato que no era un contacto erótico, si no más bien algo fraternal, no pudo evitar dar un respingo y girarse, separándose de ella.

—¿Estás bien? —preguntó su hermana.

—No. No lo sé.

—Esteban…

El chico suspiró y se frotó la frente, como si tuviera jaqueca.

—Mira Carla, todo esto me está desbordando. Aún estoy tratando de convencerme de que lo que ha pasado aquí está bien, buscando excusas y pretextos para convencerme de que no hemos hecho nada malo…

—Esteban…

—…De que… no sé… de que es algo normal —Esteban se puso las manos en el rostro y dejó escapar el aire en un largo suspiro, tratando de centrarse—. Joder Carla, que me he corrido en tu boca, tía.

Carla le tomó de las manos y le miró a los ojos, que estaban irritados y brillantes. Tuvo que alzar la cabeza, ya que su hermano era mucho más alto que ella.

—No hemos hecho nada malo —le dijo la chica con toda seriedad.

—No se trata solo de eso, de si está bien o mal… Es complicado, Carla. Se trata de mi… Es que… No sé explicarlo.

—Es muy sencillo, Esteban. Eres un homosexual al que las mujeres le repugnan sexualmente y hoy estabas tan excitado que te has masturbado mientras te miraba una mujer, una mujer que además resulta que es tu hermana.

Esteban cerró los ojos con fuerza.

Carla le acarició la mejilla. Una caricia de hermana, de amiga, sin ninguna intención sexual.

—No me creo que ahora vayas a tener dudas sobre tu sexualidad. Eso es una tontería. Te gustan los hombres, y mucho… he visto las cosas que haces con ellos.

Esteban asintió con la cabeza sin atreverse aún a abrir los párpados, pero no pudo evitar sonreír ligeramente.

—Lo que ha pasado, ha pasado, Esteban. Ambos hemos disfrutado. Hemos realizado una fantasía y no pasa nada. Tú has disfrutado mientras yo te miraba y yo he disfrutado mirándote… y no pasa nada por disfrutarlo. No pasa nada. ¿De acuerdo? No estés confuso. Tú sigues siendo el mismo de siempre. ¿Vale?

Esteban asintió en silencio y miró a su hermana. El muchacho tenía los ojos irritados y llorosos. Carraspeó y tragó saliva antes de hablar.

—Gracias.

Carla se puso de puntillas y le dio un beso en la mejilla. Esteban no pudo evitar contraer los músculos cuando sintió los pezones de su hermana rozándolo a través de la ropa y se apartó ligeramente de ella, evitando el contacto de esos extraños bultos.

«¿Cómo pueden ir todo el día con eso ahí delante?».

Esteban se limpió la humedad de los ojos y pensó que su hermana tenía razón: seguía siendo el mismo de siempre.

—Necesito una ducha —dijo Esteban.

—Vale, pero yo primera.

—No. Yo soy el mayor y tengo privilegios de herencia.

—Pues entonces usa el baño de Mamá.

—No pienso meterme en la misma bañera donde tu padre se corta las uñas de los pies, niña.

Carla claudicó entre carcajadas.

—De acuerdo, tú ganas. Tú primero… pero con la condición de que dejes la puerta abierta.

—Ya veremos —rio Esteban, aunque sabía que su hermana lo decía en serio.


Esteban cerró la puerta del baño, pero no echó el cerrojo. Se desnudó y se contempló en el espejo de cuerpo completo que había ahí. Le gustaba mirarse. Le gustaba mucho lo que veía: alto y delgado, muy esbelto; el cabello rubio espeso y fuerte; los ojos claros; la piel blanca inmaculada excepto por unas pocas pecas y lunares.

La pija, de un tamaño muy aceptable, le colgaba amorcillada, con el glande oculto por un prepucio extenso, con mucho pellejo. Las bolas colgaban separadas en sendos sacos depilados. Tenía cara de niño bueno, delicada y con unos labios rojos y generosos, hechos para besar ojetes y chupar pollas.

«Te has corrido en la boca de tu hermana» —se dijo a si mismo por enésima vez, pero no hubo reacción.

Su pene ni siquiera palpitó. Siguió ahí colgado, apuntando al suelo con la gorda cabeza oculta dentro de la piel.

—«Te has corrido en la cara de tu hermana y la pija no se te pone dura».

—«¿Por qué coño me iba a empalmar por eso? Es una tía…»

—«Sí… pero ojalá hubiera sido un tío, ¿eh?».

Esteban entró a la ducha, torciendo el gesto con desagrado al saber que cuando acabase, tendría que secar el suelo porque el agua salpicaba fuera del plato.

«¿Por qué narices no hemos comprado una mampara nueva todavía? Parecemos indigentes».

En el reducido espacio de la ducha había dos pequeñas repisas: a la izquierda estaban sus cosas, de azul. A la derecha las de su hermana, en rosa.

«Azul para los niños, rosa para las niñas. Mamá y su concepto de integración de géneros».

Pero no quería pensar ahora en eso.

En cambió comenzó a fantasear con la posibilidad de que Carla hubiera sido «Carlo».

Su pito sí reaccionó ésta vez con esa idea. No mucho. Un pequeño espasmo.

Mientras se embadurnaba con jabón pensó en cuan distinta hubiera sido la escena de la cocina si su hermana hubiera sido un chico. Para empezar, no le hubiera negado el contacto. Si Carla (Carlo) quería tocarle la pija, Esteban se la hubiera ofrecido, se la habría puesto en bandeja.

«Sí, ahí sentado, en la silla de la cocina. Le hubiera arrimado la polla bien cerca, para que me la tocase todo lo que él quisiese».

Esteban se imaginó a la versión masculina de Carla: un joven depilado de ojos castaños y melena corta, delgado y de piel clara, sentado en la cocina mientras se toca su picha bajo la mesa, embelesado por la gorda polla que Esteban le ofrecía.

En el reducido espacio de la ducha comenzó a aumentar la temperatura y Estaban sintió cómo el glande se hinchaba lentamente, empujando el pellejo del prepucio. Se aguantó las ganas de tocarse el rabo y siguió llenando su cuerpo de jabón, acariciándose el pecho, los hombros, el cuello, la cintura…

En su fantasía, «Carlo» le dice a su hermano Esteban lo mucho que le gusta su polla y lo mucho que le gusta mirarla. Carlo también le confiesa que la noche anterior entró en su habitación para lamer los restos que había en su papelera. Esteban, excitado, le enseña la polla, le muestra los huevos y la forma de seta de su glande, hinchadísimo. Esteban escucha con los oídos de su imaginación el ruido que hace la mano de Carlo al menearse su picha debajo de la mesa.

El hermanito está tan cachondo mirando la polla de Esteban que éste no puede evitar hacerse una paja también, allí mismo, los dos a la vez, acoplando el ritmo de sus pajas al mismo tiempo.

«¿Te gusta, eh, te gusta?… Mira que gorda la tengo, Carlo… ¿Te gusta como me la meneo?… Te mueres de ganas por tocarla, ¿verdad? Mira, mira como la tengo…».

Fantasía y realidad se funden y Esteban, en la ducha, no puede evitar agarrarse la polla con una mano enjabonada, frotándose lentamente el largo y grueso vástago de carne.

En su mente, la versión masculina de Carla hace lo mismo, agarrándole la polla a Esteban para masturbarlo de forma torpe e inexperta, pero muy placentera.

En la ducha, una de las manos baja por los testículos hasta el perineo, buscando la entrada del esfínter anal con un dedo mientras que la otra mano aumenta el ritmo, frotando la enjabonada verga cada vez más rápido.

Esteban quiere correrse en esa boca otra vez, una boca masculina, de chico. Quiere volver a llenarla de esperma para que se lo trague, quiere que Carlo le vuelva a lamer la punta del cipote. Quiere apartar la mesa y agarrarle la picha al imaginario Carlo y menearla y chuparla hasta que unos suaves golpes en la puerta del baño le trajeron de vuelta a la realidad.

—¿Qué? —grazna en un ronco gemido apenas audible.

—¿Esteban…? Me he acordado de una cosa.

«Ahora no, por Dios…»

—Esteban, no uses el cepillo.

El hermano frunció el ceño totalmente confundido, con la pija tiesa aún en la mano.

—¿Cepillo? —jadeó.

—No uses el cepillo de dientes. Se me cayó cerca del inodoro esta mañana —mintió—, mientras me duchaba… y no me acordé de limpiarlo.

Esteban cerró los ojos e imaginó/recordó a un imaginario Carlo. Un Carlo con la boca abierta y la cara manchada de esperma tragándose sus grumos de leche caliente.

«Está ahí, detrás de la puerta. Carlo está ahí detrás».

—Por favor —dijo en voz alta—, entra.


La puerta se abrió despacio y Esteban miró a su hermana durante unos segundos. Estaba allí parada bajo el marco de la puerta, mirándolo con los sorprendidos ojos llenos de curiosidad, expectativa, morbo, deseo… Aún llevaba la misma ropa, con los absurdos pechos tirando de la tela húmeda de sudor. La entrepierna del pantalón corto también estaba manchada de humedad, pero Esteban apartó la vista de ahí rápido.

Carla entró despacio, mirando alternativamente a la cara de Esteban y a su verga, que él frotaba lentamente.

El hermano cerró los ojos.

«Carlo. Se llama Carlo y tiene polla».

—¿Quieres que limpie el cepillo? —preguntó confundida la chica, sin saber muy bien cual era el juego o las intenciones de su hermano.

«La polla. Quiero que me limpies la polla».

Esteban, con los ojos cerrados, oyó a su hermana entrar en el diminuto baño y acercarse hasta la ducha, introduciéndose dentro. Entonces comprendió que las palabras anteriores las había dicho en voz alta y que ella iba a obedecerle.

Sin atreverse a abrir los ojos Esteban sintió la presencia de su hermana a escasos centímetros de su cuerpo. Luego la oyó inclinarse y tomar algo de una de las repisas. También podía oír la respiración rápida y agitada que salía de sus labios.

«Los labios de tu hermano pequeño. Los de Carlo, los mismos que se tragaron tu leche».

Carla colocó una esponja húmeda sobre su pene, apretando y frotando con suavidad, dejando que la esponja absorbiera el jabón.

Esteban se soltó la verga, dejando que su hermana le limpiase la polla con total libertad. La chica lo hacía con mucho tacto, deslizando la suave esponja a lo largo del tronco, desde la base hasta el capullo. La pija temblaba y se agitaba con fuertes espasmos cada vez que le acariciaba el glande.

—Sigue… Sigue, Carlo —dijo Esteban en un susurro apenas audible.

Pero su hermana lo oyó y comprendió cual era la fantasía de su hermano.


CARLA


La excitación de Carla era cada vez más y más fuerte, pero la chica no se tocó ni se desnudó en ningún momento. Se concentró en lo que estaba haciendo, admirando la anatomía de la polla que estaba limpiando: las delicadas venas; el prepucio, arrugado y contraído tras el glande; la complejidad del frenillo; la suavidad y las curvas del bálano…

Esteban tenía una bonita pija.

Carla no se atrevía apenas a respirar. No quería que su hermano, concentrado en mantener su fantasía, escuchase su voz y le hiciera recordar que ella era una mujer. Tampoco quería acercarse mucho para evitar el contacto físico y que Esteban la rechazase.

Carla se concentró en la parte sexual. En general, el cuerpo de Esteban era agradable, esbelto y muy atractivo, pero a ella no le ponía especialmente.

Sentía morbo con la presencia de ese cuerpo desnudo y joven a su lado… pero no era su tipo.

Era la polla, el sexo, el morbo de excitar, de poner cachondo, el olor, el calor, la forma, la presencia…

«No sé qué coño es… Joder, yo que sé».

Carla tiró la esponja al suelo y agarró la polla de su hermano, apretando la carne con fuerza, estrujando el cilindro hasta cortar la circulación.

Esteban gimió en voz alta.

Gracias a los restos de jabón los dedos de Carla se deslizaron sin dificultad, friccionando la carne fácilmente.

«Dios, como quema. Está ardiendo».

Carla alucinaba con las sensaciones que le transmitían sus dedos. Le gustaba sentir el cambio de diámetro entre el tronco y la corona del glande y cómo se desplazaba el pellejo sobre él.

—Sigue… —suplicó Esteban mientras se dejaba caer hacia atrás para descansar la espalda en la pared, sintiendo cómo los dedos de su hermana le masajeaban la polla.

Un breve chapoteo comenzó a salir de entre los dedos de Carla, un chapoteo suave al comienzo, pero cada vez más y más fuerte: los restos de jabón se estaban mezclando con una sustancia pegajosa y blanquecina que se acumulaba en el borde del carajo.

«Líquido preseminal y esmegma. Joder, quiero chupar eso… Díos… quiero chuparlo…».

Carla, cansada por la postura, se puso en cuclillas. En esa posición la polla de su hermano quedó a escasos centímetros de su cara. La chica disminuyó el ritmo y acercó sus labios con timidez, con el temor de que su hermano no le permitiera llegar hasta el final.

Mientras acercaba la boca a la polla de su hermano, Carla miró directamente al agujero de la uretra, esperando que en cualquier momento de allí saliera algún escupitajo de leche. El agujero y la rajita que coronaban el glande palpitaban, se abrían y cerraban al ritmo de la suave fricción de sus dedos.

El coño de Carla, totalmente abierto por la excitación y la postura, era un manantial que no dejaba de expulsar flujos, acumulándose y desbordándose por el diminuto pantalón.

Carla arrojó el aliento sobre el cipote hinchado, advirtiendo de esa manera a su hermano de lo que estaba a punto de hacer.

«Si quieres echarte atrás, este es el momento, hermano».

Esteban lanzó un larguísimo gemido al sentir el calor de su aliento en la polla. Luego abrió los brazos en cruz, apoyó las manos en las paredes de la cabina de la ducha y empujó levemente las caderas, ofreciendo su sexo empalmado a su hermana.

Carla atrapó el glande con los labios y aspiró, chupando con delicadeza, arrastrando su boca por el ardiente cipote y limpiando el carajo, chupando la porquería que se había acumulado alrededor del prepucio.

Esteban gritó de puro gusto.

Carla comenzó a chupar, moviendo la cabeza despacio y dejando que el cipote se deslizase sobre su lengua. Una vez más, le sorprendió lo caliente que estaba la polla de su hermano, pero esta vez el calor, al notarlo en su boca, le pareció aún más intenso.

«Casi quema».

El vientre plano de su hermano se agitaba espasmódicamente de forma involuntaria, enviando a la boca de Carla fuertes convulsiones y provocando que ella tragase más rabo de la cuenta.

A veces, debido a la inexperiencia de la joven, los dientes de la chica rozaban la delicada carne y Esteban se quejaba entre placenteros gemidos.

A la memoria de Carla le llegaron las imágenes de su hermano haciendo gargantas profundas y ella intentó imitarlo. Tomó aire, tragó saliva, abrió la boca y comenzó a tragar, aguantando la respiración, pero en cuanto el inflado cipote tocó la entrada de la faringe Carla sintió una arcada y se atragantó, escupiendo la polla de su hermano y tosiendo sobre ella, embadurnándola de saliva y mucosidades.

Carla estuvo a punto de disculparse en voz alta, pero en lugar de ello volvió a sujetarle la pija a su hermano para chuparla, limpiándole las babas que ella había escupido. Esta vez los chupetones eran más rápidos, usando también su mano para frotarle el tronco.

—Sigue… así… Carlo… chupa… chúpamela… sigue…

Carla chupaba y chupaba, lamiendo sin descanso, llenándose la boca de carne ardiente hasta que decidió lamerle los cojones a su hermano por debajo, chupándole las pelotas sin dejar de machacarle la polla con fuerza, casi con rabia.

La acelerada fricción de sus dedos, combinada con los fuertes chupetones que le daba en los cojones, le provocaron una explosiva eyaculación a Esteban. Éste, justo antes de que le sobreviniera, agarró a su hermana de la cabeza y la obligó a que se metiera de nuevo la polla en la boca para correrse dentro.

El primer estallido de esperma golpeó el paladar de la chica con fuerza, quemándole el cielo de la boca, pero el resto de eyaculaciones fueron recibidas por la lengua de Carla, que se encargó de mover de forma frenética dentro de la boca, lamiendo el agujero de la uretra mientras éste seguía expulsando semen.

La chica no pudo mantener la polla dentro mucho tiempo y volvió a toser, escupiendo esperma, salivas y algo de mocos sobre el pubis de su hermano. En cuanto se recuperó, la chica volvió a lamer todo eso con ansía, tragando y sorbiendo con mucho ruido.

Su coño era un infierno encharcado en flujo vaginal que palpitaba de forma dolorosa, con el tieso y diminuto clítoris apuntando hacía fuera.

Carla quería follar como un animal y estuvo a punto de meterse la polla en el coño para que el maricón de su hermano se lo reventase de una puta vez a pollazos hasta matarla de gusto, pero se contuvo, sabiendo que hubiera sido inútil.

Miró hacía arriba y vio que su hermano, extasiado, seguía con los párpados apretados, gimiendo, perdido en su fantasía post-orgásmica mientras su pito, que ya comenzaba a aflojarse, goteaba mucosidades sobre el plato de la ducha.

Carla, jadeando, empapada totalmente de sudor y con la boca pringada de esperma, salió de la ducha sin decir nada, caminando deprisa hacia el otro baño de la casa llena de frustración; insatisfecha, cachonda, avergonzada, rabiosa… todo a la vez.

Se quitó la ropa y vio que el diminuto pantalón era una esponja empapada de mocos vaginales y viscosidades varias.

Luego se masturbó metiéndose en el coño un cepillo para el pelo.

No tardó mucho en correrse. 

Pero siguió insatisfecha, enfadada, avergonzada…

«Usada. Te sientes usada».

«Las fantasías están bien cuando son sólo eso, fantasías».

«¿Qué significa eso?».

«Yo qué coño sé».

Carla abrió el grifo de agua caliente y dejó que el líquido abrasador le escaldara la delicada piel.

«Le he chupado la polla a mi hermano. Me he tragado su corrida dos veces hoy. Pero eso no basta. No me basta. Tiene que haber algo más».

Agitada y confundida, Carla dejó que el agua limpiase su cuerpo mientras su piel iba enrojeciendo poco a poco.

«Soy una cerda. Una puta. Una pervertida».

Comenzó a llorar en silencio, sin saber por qué, dejando que las lágrimas se confundieran con el vapor del agua.


CONTINUARÁ.

Esperma 7

(c)2021 Kain Orange

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